2. La pervivencia de la población andalusí

La primera herencia que nos llega de al-Ándalus, sin la cual no se entenderían las demás, es el componente humano, que es el que queda como depositario de las otras facetas culturales que nos vienen de la civilización andalusí.

Trataremos de ver como una gran parte de la población andalusí quedó asentada en el territorio andaluz después de la conquista. Utilizamos el término andalusí, porque este era el que utilizaban los propios habitantes del al-Ándalus para referirse a ellos mismos. Al hablar de población andalusí, englobamos tanto a musulmanes, judíos o cristianos, porque muchas veces se olvida que todos los andalusíes no eran de religión musulmana, especialmente en la época emiral y califal, cuando una gran parte de la población seguía siendo cristiana.

No hay cifras de la población cristiana de al-Ándalus, pero sí algunos datos que nos indican que todavía en el siglo XII eran muy numerosos. Uno de estos datos es la incursión de Alfonso I de Aragón por tierras granadinas y otras zonas del entorno, en los años 1125-1126, que en su retirada se lleva consigo a más de diez mil cristianos andalusíes. Los almorávides, en su represalia, destierran al norte de África a muchos de los que quedan (cinco mil de estos vuelven años más tarde a repoblar Toledo) y después de todo eso quedan en Granada suficientes cristianos como para enfrentarse al poder almohade de la ciudad años después.2 Por lo tanto, hemos de pensar, aunque no tengamos apenas datos3, que la población cristiana del valle del Guadalquivir sería también importante en el momento de la conquista castellana.

Tampoco existía diferencia física entre cristianos y musulmanes en al-Ándalus (como tampoco la hay después, en general, entre moriscos y cristianos viejos) y es lógico que no se distinguieran físicamente pues la gran mayoría de sus antepasados provenían de la población autóctona. En este sentido es muy significativa la referencia que hacen los enviados de Jaime II al concilio de Vienne (1311) ante el papa Clemente V sobre la población granadina del siglo XIV, después de haber pasado por Granada ziríes, almorávides y almohades: «Que en aquella sazón vivían en la ciudad de Granada doscientas mil personas, y no se hallaban quinientas que fuesen moros de naturaleza, porque todos eran hijos o nietos de cristianos».4

El gran pensador andalusí Averroes, al describir el físico de los habitantes de al-Ándalus, dice que: «El color de tez que comprende a estos biotipos más equilibrados es el blanco y esclarecido, y el cabello... se aproxima más al sedoso que al lacio». Y añade: «Este color y esta clase de cabellos son raros en Arabia».

Un gran estudioso de Al-Ándalus, el historiador francés de origen argelino Henri Pérès, en su obra «Esplendor de al-Ándalus» nos asegura que:

«[…] la gran masa de la población musulmana está constituida por hispanos convertidos al islam y que, al abrazar la religión de los vencedores, han cambiado en realidad poco en su forma íntima de vivir” y añade más adelante: «pero este país de Occidente anexionado al islam marcó por su parte con un fuerte sello todo lo que le legó Oriente. La mayor parte de su población, tanto en el campo como en la ciudad, es hispánica, no solamente por sus métodos agrícolas, sus prácticas estacionales, sus técnicas artesanales y el ritmo de sus fiestas, sino también por su inspiración poética y sus preocupaciones morales e intelectuales».5

La idea simplista de que los habitantes de al-Ándalus eran de ascendencia árabe no tiene base científica6. Solamente en contextos biográficos y en los textos genealógicos se autodenominan árabes para justificar su «pedigrí» de nobleza musulmana al querer entroncarse con las familias ilustres de la península arábiga,7 o también se utilizaba el supuesto origen árabe para diferenciarse genealógicamente de los bereberes, como podemos ver en las diatribas literarias del cordobés al-Saqundí con autores bereberes, y en los escritos del jienense de Alcalá la Real, Ibn Said al Magribí.8 Ni siquiera a la caída del Califato, durante la guerra civil, hubo un partido árabe entre los contendientes.9

Todo buen musulmán que se precie, y más si era de posición social elevada, aspiraba a estar entroncado con la familia del profeta o con alguien de su entorno. Es entonces cuando aparecen las genealogías, y los más ilustres personajes recién convertidos al islam o descendientes de musulmanes conversos buscan sus antecedentes en las cercanías del profeta, y cuanto más alto se está en la cúspide social y política, más alto se apunta en la genealogía. Maestros en esto de buscar genealogías a los mandatarios andalusíes y potentados de la época eran los poetas aduladores de las cortes. Entre ellos han destacado especialmente el hijo de converso, Ibn Hazm de Córdoba,10 e Ibn Galib, genealogista y biógrafo andalusí del siglo XII. Este último nos dice: Los andaluces son «árabes» por su ascendencia genealógica, por su orgullo y altiva independencia... Pero a continuación añade: […] son hindúes por la importancia que conceden a las ciencias… bagdadíes por su cortesía... griegos por su talento para descubrir el agua...,11 de lo que se deduce claramente el sentido figurado de la consideración de «árabes» a los andalusíes.

Una vez que hemos apuntado el origen autóctono de la mayoría de la población de al-Ándalus, analizamos primero la problemática sobre la pervivencia andalusí después de la conquista del valle del Guadalquivir en el siglo XIII, y analizamos después la población de origen morisco-andalusí que quedó en el antiguo Reino de Granada después de las expulsiones, y también en otras partes de la península que habían pertenecido a al-Ándalus.

2.1. La pervivencia de la población andalusí en el valle del Guadalquivir12

Uno de los tópicos históricos que se han mantenido en los manuales de la historia andaluza es que después de la conquista castellanoleonesa se produjo la expulsión de sus habitantes y la repoblación con nuevas gentes procedentes de los reinos cristianos. La persistencia de la mayoría de la población andalusí-mudéjar en el valle del Guadalquivir no ha tenido la misma atención por parte de los historiadores como la ha tenido en el valle del Ebro donde, después de su conquista más de un siglo antes, la mayoría de la población mudéjar se mantuvo en el territorio, sobre todo en los núcleos rurales pequeños. ¿Por qué en el valle del Guadalquivir iba a ser distinto? ¿Por qué a los nuevos dominadores de Andalucía no les iba a interesar la laboriosidad, preparación profesional y la alta aportación fiscal de los mudéjares como había pasado en el norte y el levante?

Se olvida que la conquista del valle del Guadalquivir se hace contra los restos del imperio almohade, ayudados los reyes cristianos por una parte de los propios andalusíes hartos del dominio norteafricano. El propio rey Fernando interviene en las disputas dinásticas del Imperio bereber contando con la ayuda decisiva de parte de algunos dirigentes andalusíes. Ese es el caso de ambiciosos colaboradores de los almohades como al-Bayyasi el «rey» de Baeza, que abrió, con sus pactos con Fernando III, las puertas a la conquista de Andalucía; o la inestimable colaboración de los nazaríes, vasallos del reino castellano, en el sitio y conquista de la ciudad de Sevilla. También habría que tener en cuenta la connivencia de una parte de la población andalusí que no vería con agrado la dominación de los almohades.

Las ciudades, en el caso de las que se resistieron, como sucedió en Córdoba y Sevilla, en general, se conquistaron por capitulación; o por pacto de sometimiento, como ocurrió con la mayoría de las localidades que, al caer las plazas principales, se iban entregando en «pleitesía» al nuevo poder. En este último caso, al igual que en las ciudades que se habían entregado voluntariamente, eran las alcazabas y fortificaciones las que pasaban a manos del conquistador, quedando en manos de la población andalusí el resto de la ciudad y sus tierras, salvo las rentas reales que antes se pagaban al califa almohade y ahora pasan al monarca cristiano. En la mayoría de los casos, los expulsados y los exiliados serían las clases militares dirigentes bereberes y los más radicales andalusíes que no aceptan el nuevo poder cristiano.

Es de lógica pensar que la gran mayoría de la población campesina y artesana quedara en el reino, como había pasado en Aragón y después en Valencia, aunque una parte tuviera que cambiar de residencia por los avatares de la guerra o por los intereses estratégicos del nuevo poder. No es descartable que una parte de la población que vivía durante el dominio almohade con apariencia musulmana, siendo de origen cristiano, se integrara, también religiosamente, en la nueva sociedad de los conquistadores. Tampoco es descartable que parte de esa población musulmana dejara de serlo por simples intereses económicos. En este sentido, es plausible que habitantes desalojados de una ciudad pudieran acabar entre los soldados que asedian otra, y participar en el reparto de las tierras de esa localidad. También es lógico pensar que, como ocurrió con muchos muladíes, que se hacían musulmanes para pagar menos impuestos y poder ascender en la administración musulmana, ahora fuese al revés, siendo atractivo para los musulmanes cambiar de religión para no soportar los impuestos especiales que les gravaban por el hecho de ser musulmanes, y poder ser propietarios, después de las prohibiciones al derecho de propiedad para los mudéjares que habían decretado las Cortes de Valladolid en 1293.

De hecho, la existencia de estos conversos musulmanes al cristianismo (cristianos nuevos) la podemos deducir de uno de los acuerdos del concejo y cabildo sevillano, tomado en noviembre de 1274, en el que se establecía que: «todos los christianos nouos, uarones e mujeres, mandaron que los non consienta morar en la alfondigas nin a bueltas con los moros».13

Las revueltas mudéjares de 1264 solo llegan a fraguar en algunas ciudades del bajo Guadalquivir y la muerte o expulsión de la población mudéjar, de la que hablan las crónicas, solamente podemos circunscribirla a esas poblaciones y no a toda la baja Andalucía.

La expulsión completa de la población de una zona tan densamente poblada como Andalucía no hubiera podido pasar tan desapercibida para la sociedad de la época; hubiese supuesto una conmoción histórica, como tiempo después pasó con la expulsión de los moriscos en el siglo XVII. Sería poco verosímil, por un lado, que los reinos cristianos tuvieran en esos tiempos una densidad de población tal que permitiera un trasvase de una gran masa de población a los nuevos territorios conquistados, en un periodo tan corto de tiempo. Y por otro lado sería poco verosímil que los nuevos grandes propietarios, por derecho de conquista, renunciaran a la riqueza que les supondría el pago de rentas de la población andalusí sometida como había pasado antes en las marcas media y superior donde permaneció la mayoría de la población musulmana, especialmente en las zonas rurales.

Tampoco existe apenas documentación para asegurar que después de la revuelta mudéjar de 1264-1266 desapareciera la población andalusí musulmana del valle del Guadalquivir. Si se creyeran todas las exageraciones de las crónicas habría que deducir de ellas, entonces, que en los territorios de la Andalucía cristiana apenas quedara alguien en la segunda mitad del siglo XIII. Esa es la visión que nos dan las crónicas cristianas, como la Crónica General, con respecto al exterminio o expulsión de los andalusíes, y las musulmanas, como la de al-Qirtâs, sobre los efectos en la población repobladora de las razias benimerines en Andalucía.

En el caso de la repoblación del valle del Guadalquivir, por lo tanto, no se puede dar por cierta la teoría de la expulsión mayoritaria de los habitantes oriundos, a tenor de la escasa documentación de la época que alude al tema, y la escasa fiabilidad de las crónicas posteriores y de las copias tardías de algunos de los documentos que hacen referencia al vaciado de algunas ciudades14 y la posterior repoblación por habitantes de los reinos cristianos, como es el caso del Libro del Repartimiento de Sevilla, que se conserva solamente en copias del siglo XVI y posteriores. En el caso de la toma de Sevilla dice la Estoria General que Fernando III quería la ciudad vacía en el plazo de un mes. Es sabido que las crónicas palaciegas suelen tender a la exageración y la magnificación. Esa misma actitud suele darse en el bando perdedor, lamentando la gran desgracia y la «gran emigración». No tiene sentido que hubiera un vacío total de la ciudad de Sevilla si hay noticias de la existencia en esta misma capital de una aljama mudéjar poco tiempo después de su conquista, de que unos «moros alfaquíes» recibieron tierras del rey Alfonso X y de que las propias ordenanzas sevillanas de 1274 establecieran la prohibición de «que ningún moro non traya cuchiello en toda la villa» y que los musulmanes convertidos al cristianismo «non consienta morar en la alfondigas nin a bueltas con los moros».15 Obviamente no tendrían sentido esas prohibiciones si en ese año, después de la revuelta mudéjar, no hubiera musulmanes en la ciudad hispalense.

Se suelen hacer aseveraciones tan drásticas basándose en esos relatos históricos intencionados. Así vemos como un especialista en esa época, Manuel González Jiménez, considerado como uno de los grandes conocedores del tema de la conquista y repoblación del valle del Guadalquivir, después de afirmar en el prólogo de su libro En torno a los orígenes de Andalucía. La repoblación del siglo XIII16, en un claro manifiesto de sus posiciones ideológico-históricas, que los andalusíes de antes de la conquista serían expulsados en su casi totalidad, y que gracias a la repoblación nace «una Andalucía nueva, distinta de la hasta entonces existente y radicalmente transformada en sus estructuras básicas- demográficas, económicas, culturales...». Seguidamente, y a medida que va entrando en el tema, reconoce la escasa fiabilidad de las fuentes: «En algunos casos, del repartimiento solo han llegado a nosotros simples nóminas o listas de pobladores, casi todas ellas de escasa fiabilidad»17; «Nunca llegaremos a conocer, ni siquiera de forma aproximada, el número de las personas que acudieron a establecerse en Andalucía a raíz de su conquista en el siglo XIII».18. Incluso se reconoce el fracaso de la repoblación oficial a la que aluden las crónicas de la época: «Es evidente que puede hablarse de un cierto fracaso, todo lo relativo que se quiera, pero fracaso al fin, de la repoblación «oficial» realizada en tiempos de Fernando III y de Alfonso X».19

Este mismo autor, en otro trabajo, llega a considerar que la «ruptura» con la realidad andalusí anterior no fue

«…tan completa como a primera vista pudiera pensarse. Subsistieron, a pesar de la conquista, muchos elementos de la antigua cultura material, perceptibles aún en la arquitectura e infraestructura urbanas, en las explotaciones rurales, en determinadas técnicas artesanales y hasta en el mismo léxico popular. Que todo ello exija admitir la pervivencia en la región de masas de mudéjares, es otra cosa. Por lo que sabemos, desde la revuelta de 1264, los musulmanes quedaron reducidos a la condición de minorías, predominantemente urbanas, cada vez menos relevantes desde el punto de vista numérico. Ello se debió, más que a las expulsiones, que las hubo, a la migración masiva de los mudéjares y, en menor medida, a las conversiones al cristianismo.»20

O sea, que subsistieron «muchos elementos de la antigua cultura material... hasta en el mismo léxico». Así que hay que reconocer que esa persistencia solo se puede producir porque el vaciado de la población andalusí y la posterior repoblación no pude ser «tan completa como a primera vista pudiera pensarse». Aseveración clara y totalmente lógica pero que contradice su otra aseveración de que la mayoría de la población mudéjar emigró o se expulsó, aunque admite una parte de conversiones al cristianismo, que quizás, para nosotros, no fueran tan minoritarias.

Esa sería la situación durante el siglo XIII después de las conquistas. Una coiné de personas formada con una minoría militar que ocupan las alcazabas de las ciudades y fortalezas de la frontera y del interior, y una mayoría del pueblo campesino y artesano compuesto, de una parte, por los peones-campesinos llegados de fuera de Andalucía, y otra gran mayoría de andalusíes, tanto los que seguían practicando el islam y no habían huido al reino de Granada o al Magreb (mudéjares), como los que por diferentes razones habían dejado de practicar el islam y se habían adaptado al nuevo poder cristiano.

Entonces ¿en qué se basan algunos historiadores para aseverar que hubo un vaciado de población y una repoblación con mayoría de castellanoleoneses? Pues se basan en una serie de documentos del siglo XIII y que se refieren especialmente al reparto del botín de guerra entre los vencedores. Entre ellos están los libros de repartimiento (apenas se conoce una media docena), unas pocas nóminas de pobladores de escasa fiabilidad, relaciones de donadíos y heredamientos, y otros documentos de propiedad (privilegios rodados y cartas plomadas). Pero los documentos de repoblación que nos han llegado se refieren a pocos lugares, y en algunos de ellos, que son copias tardías, aparecen indicios de interpolación para justificar supuestos antiguos derechos de propiedad o genealogías.

Se suele deducir de esos pocos documentos de repoblación que la mayoría de los nuevos habitantes repobladores provenían de Castilla y León. Para ello se aduce como ejemplo el libro de Repartimiento de Jerez donde se estudia el origen de los repobladores por el uso del apellido toponímico en muchos de ellos, y el resultado se extrapola a toda Andalucía.21 Para dar validez a esa conclusión, primero habría que dar por válido que todos los pobladores que usan el apellido toponímico es cierto que provienen de ese topónimo, y no se esconden detrás de él personas que en realidad no serían del sitio de donde sugiere el apellido toponímico, sino que lo utilizan para justificar el derecho a recibir los bienes otorgados por ser repobladores. La utilización de un topónimo como apellido era una característica de la cadena onomástica andalusí y después, en el caso de los moriscos, vemos que estos no tienen ningún problema en adoptar en su cadena onomástica topónimos que no tienen nada que ver con su lugar de origen. Por eso podría ser plausible en algunos casos, ya en esa época, la utilización del topónimo como «engaño», pues también se dará más tarde entre los repobladores del reino de Granada, después de la guerra de las Alpujarras. En segundo lugar, habría que dar por cierta la hipótesis de que el resto de los repobladores que no llevan ningún apellido toponímico, y que, en el caso de Jerez representan la mitad, hayan llegado también, haciendo una extrapolación, de esos mismos sitios de fuera de Andalucía. Y, en tercer lugar, habría que dar por cierto también, que en las demás poblaciones de las que no tenemos listas de repobladores, que son la gran mayoría, se darían esas mismas proporciones.

Llegar, por tanto, a la conclusión de que la gran mayoría de los repobladores de Andalucía, en el siglo XIII, procedían del reino castellanoleonés, basándose en que la mayoría de esa mitad de los repobladores de Jerez, que tienen como apellido toponímico una localidad de ese reino (poco más del 40% del total de repobladores de Jerez), es querer forzar mucho esa conclusión.

Tampoco se puede deducir de los pocos documentos de repartimiento de la propiedad que se conocen que hubo un reparto general entre los conquistadores, pues ni siquiera de los que nos han llegado se puede derivar nada parecido, ya que el reparto no afectó a toda la tierra disponible sino a una parte de ella que, como en el caso de las localidades de Carmona, Écija, Jerez y Vejer, representarían solo el 25%.22 También ese sería el caso del distrito del Aljarafe cuyo término abarcaba unos 272,6 km cuadrados23, aunque en el libro de Repartimiento aparecen territorios repartidos correspondientes a una extensión de 175 km2, por lo que todavía quedarían otros 97,6 que supone el 35,8% del total de la superficie, y que no se sabe nada de ellos.

El repartimiento de las tierras conquistadas por la fuerza por las huestes castellanoleonesas, una parte de las grandes ciudades como Jaén, Úbeda, Córdoba o Sevilla, y el caso de Jerez, después de la revuelta mudéjar, responde a la lógica del repartimiento del botín de guerra donde cada uno recibe en proporción directa a su participación en la empresa, ya sea por su aportación en especie —los ejércitos mercenarios de los nobles y las órdenes religiosas—, o su participación en dinero, apoyando financieramente las operaciones.

Una parte de las propiedades repartidas eran grandes donadíos, fincas de grandes dimensiones que se reparten entre los miembros de la familia real, nobles y eclesiásticos, y que fueron el origen de muchos de los señoríos. Y luego están los heredamientos, que se repartían entre los caballeros y los peones, también proporcionalmente a sus «aportaciones» en la conquista, pero con un mínimo imprescindible para su subsistencia. El objeto de esos repartimientos «menores» era aposentar en determinadas ciudades una nueva población conquistadora que asegurara el dominio militar efectivo del territorio. También hubo repartimiento de tierras, y no menor, entre la Iglesia; e igualmente entre las órdenes religiosas militares que aseguraban, especialmente, las fronteras.

El resultado del repartimiento es la configuración, por un lado, de una gran propiedad distribuida entre la familia real, los nobles y la Iglesia; y por otro lado, una gran cantidad de propietarios de pequeñas o medianas dimensiones (se calcula que la media de las propiedades recibidas por los caballeros era de unas 80 ha), de las cuales numerosas fueron a parar, después del fracaso relativo de la repoblación y la venta de muchas de esas propiedades, a engrosar el patrimonio de los mayores beneficiarios del repartimiento, como los nobles y la Iglesia, que en el caso de Sevilla era la gran propietaria del patrimonio rústico más importante con 16 000 ha a principios del siglo XV24; y también hay que reseñar el que algunos de los caballeros hidalgos, que en principio no habían conseguido grandes extensiones, con la compra de tierras a los pobladores que «desertaban», se iban convirtiendo en grandes propietarios.

Estos nuevos terratenientes, muchos de los cuales ni siquiera vivían en los lugares asignados, no cultivaban directamente sus tierras. ¿Quién labraba entonces esas tierras? Es difícil pensar que fueran los repobladores leoneses y castellanos, ya fueran caballeros hidalgos o simplemente caballeros o peones, que ya recibían una serie de propiedades por el mero hecho de ser repobladores. Estos recibían casas, tierras y animales suficientes para vivir, por lo que no serían ellos los que trabajarían las tierras de los grandes propietarios. Es de lógica pensar que quedaría en Andalucía una importante población, que o bien ya eran jornaleros en la época anterior o que fueran pequeños propietarios a los que se les había despojado de sus propiedades y, no queriendo irse al exilio, se habrían quedado como campesinos sin tierra trabajando para los conquistadores.

Hay bastantes datos de la existencia de numerosos mudéjares por toda la Andalucía conquistada, y no solamente en las ciudades que se habían entregado por pacto o en la multitud de aldeas y cortijos que jalonaban el territorio andaluz, sino incluso en las ciudades tomadas por asedio, como Sevilla, en la que en 1253 se concedían privilegios a la morería sevillana para evitar su emigración, y para que pudieran instalarse en ella nuevos mudéjares.25 Tampoco es seguro que los padrones que se hacían recogieran realmente a todos los habitantes de las ciudades pues son censos fiscales que no recogen a los más pobres y a los que están exentos. Ese es el caso de un padrón de Sevilla del siglo XIV donde aparecen 2613 vecinos y que Collantes de Terán calcula unos cuatro mil, lo que equivaldría a una población de unos veinte mil, y de los que unos siete mil, la tercera parte, no estaban censados.

También se sabe por la documentación que muchos de los nuevos grandes propietarios tenían esclavos musulmanes que atendían a los diferentes oficios y al cultivo de las tierras.26 El que a partir de la revuelta de 1264 menguara el número de aljamas mudéjares por el exilio de parte de sus miembros al reino granadino o al norte de África, no quiere decir que la mayoría de la población de origen andalusí, incluida la de religión musulmana, desapareciera de la Andalucía conquistada, sino que podría suponer que, desaparecidos sus líderes religiosos, se fueran diluyendo en la nueva sociedad cristiana. Esa sería la interpretación de «otra historia probable», distinta a la «historia probable» del catedrático Manuel González Jiménez, que se quiere interpretar desde la óptica del vaciamiento total.27

La repoblación de la Andalucía cristiana del siglo XIII parece que no tuvo mucho éxito, si nos atenemos a las continuas alusiones de los documentos a los escasos pobladores de algunas ciudades por la «deserción» de repobladores que estaban obligados a residir como defensores en la ciudad a cambio de propiedades, por lo poco atractiva que les resultaría residir en un territorio inestable y convulso. Por eso los medievalistas han tenido que reconocer el fracaso, aunque sea relativo, de la repoblación oficial en esa época. Sí que parece que obtuvo mejor éxito la repoblación interior del siglo XIV impulsada por los grandes propietarios para conseguir más vasallos a los que cobrar rentas. Pero estos nuevos repobladores del siglo XIV, a tenor de la escasa documentación, no procedía de fuera de Andalucía, sino de las propias comarcas en las que se ubicaban esas grandes propiedades. Es de lógica que muchos de estos nuevos pobladores fueran los descendientes de los mudéjares ya integrados en la nueva sociedad cristiana o que siguieron como mudéjares —moros libres— como los que repoblaron en 1345 Cantillana, a instancias del propio Arzobispado de Sevilla.

Por lo tanto, consideramos que una parte importante de la población andalusí debió quedar en la baja Andalucía de diferentes maneras:

Una parte sería la población musulmana que quedó por los pactos con los conquistadores en sus localidades, o los que, aun siendo desalojados de las ciudades conquistadas por la fuerza, salieron de ellas y se aposentaron en otros lugares de la zona. Incluso no es extraño ver a mudéjares aparecer como repobladores, como es el caso de Jerez donde aparecen veintisiete familias mudéjares en su libro de repartimiento.

Otra parte serían los cristianos que se habían «convertido», bajo dominio de los almohades, al islam por la fuerza y bajo apariencia musulmana habían seguido con las prácticas religiosas cristianas. Esa apariencia no les habría sido difícil de conseguir a la población urbana, inmersa en la arabización cultural y lingüística dominando el árabe andalusí, que además conservaba el romance como lengua familiar. También quedaría una parte de población cristiana en las zonas rurales porque, aunque la propaganda de los norteafricanos almohades fuera la de erradicar el cristianismo en sus dominios, pensamos, como el medievalista J. Enrique López de Coca Castañer que «no parece que los poderes imperiales africanos dispusieran de los medios y la voluntad para erradicar por completo a la población indígena que había conservado su religión y ley cristianas. Por el contrario, testimonios posteriores apuntan a favor de la supervivencia de grupos dispersos de mozárabes en las zonas agrestes de Andalucía, hasta el siglo XIV por los menos».28

Otro tema sería el retorno, ya como repobladores, de muchos andalusíes de los que en el siglo XII habían ido a parar a los reinos cristianos, como fueron los expatriados con Alfonso I de Aragón, en 1126, y los que habían vuelto del exilio norteafricano y habían poblado Toledo a mediados del siglo XII.

Otra variable que hay que tener en cuenta es que muchos de los pobladores cristianos que venían del norte eran, a su vez, descendientes de andalusíes mozárabes que en los siglos anteriores habían ido repoblando gran parte de los territorios de esos reinos, ahora conquistadores.29

Por lo tanto, sobre el supuesto vaciado de la población andalusí y la posterior repoblación general castellanoleonesa, vemos su poca consistencia documental. Podemos traer aquí a colación un ejemplo de cómo se puede interpretar la Historia con meras conjeturas y suposiciones simplificadoras. Es el ejemplo de la Encomienda de Segura de León, en el sur de Badajoz, adscrita a la provincia leonesa de la Orden de Santiago. A esta Encomienda pertenecían varias aldeas del sur de Badajoz, norte de Huelva y noroeste de Sevilla. Algunas de estas aldeas se potenciaron como villas y recibieron fueros de la Encomienda pasando a denominarse después con el apelativo «de León», pero no porque sus habitantes procedieran del antiguo Reino de León —que algunos los habría entre los repobladores—, sino porque pertenecían a esa Encomienda del Reino de León, que ya en el siglo XIV trasladó su sede a la localidad de Segura (Badajoz). En la actualidad, estos pueblos con el apelativo «de León», celebran su supuesta procedencia del Reino de León como si sus habitantes fuesen descendientes de los «repobladores leoneses».

Podemos decir que a finales del siglo XV la mayoría de la población de la baja Andalucía era descendiente de la que había en las postrimerías del siglo XIII: una mayoría de cristianos, entre los que estarían los descendientes de cristianos repobladores castellanoleoneses (entre los que también había descendientes de andalusíes que habían huido al norte durante la dominación musulmana) a los que habría que añadir los propios cristianos andalusíes que había en el momento de la conquista y los nuevos cristianos o musulmanes conversos. Junto a esa mayoría cristiana había una minoría mudéjar y otra judía.

Es lógico pensar, como hacen Domínguez Ortiz y Bernard Vicent en Historia de los moriscos, que después de varios siglos desde la conquista del valle del Guadalquivir, muchos de estos musulmanes terminaran integrándose también en la sociedad cristiana «gracias a la acción del tiempo, que difuminaría la traza de los orígenes, un cierto número, quizás elevado, de individuos de ascendencia musulmana, quedarían plenamente integrados a los cristianos».30

De hecho, todos los musulmanes convertidos al cristianismo antes de la conquista de Granada pasaban a ser considerados jurídicamente como cristianos viejos, así lo recogía una disposición del año 1526. Esta consideración de «cristiano viejo» la extiende otra disposición de 1585 a todos aquellos «por haberse convertido sus passados a nuestra sancta fee Catholica, antes de la conversión general o venido de Africa a receuirla...»31

Aclarar estos aspectos sobre el origen de la población de la baja Andalucía en el siglo XVI es importante para entender la huella andalusí en la sociedad de ese momento, porque la mayoría de los repobladores del reino de Granada son andaluces que llegan de esa zona y, por lo tanto, muchos de los repobladores cristianos del reino granadino también son de origen andalusí.

La teoría tradicional —que no se basaba en conocimientos documentados— de que la mayoría de los repobladores del reino de Granada eran de Galicia, Asturias y Castilla-León ha sido desechada por las investigaciones más rigurosas.

Con respecto a los primeros repobladores que llegan al Reino de Granada después de la conquista, Miguel Ángel Ladero Quesada, nos dice que «la mayoría de los inmigrantes eran andaluces».32 Los repobladores que llegan después de la rebelión y expulsión de 1570, también son mayoría de andaluces. Bernard Vincent comprueba, tras analizar el origen de diez mil repobladores, que la mayoría son andaluces, seguidos de lejos por castellanomanchegos y murcianos y algunos casos aislados de otras partes. Los repobladores del Condado de Casares (Málaga) provienen en un 82% del resto de Andalucía, especialmente de la provincia de Cádiz.33 Los repobladores de la pequeña población de Dólar34, en el marquesado del Cenete, provienen en su gran mayoría (62%) de la provincia de Jaén. De los repobladores del pueblo granadino de Alfacar, alrededor del 80% son de Andalucía.35

Tan solo en el caso del valle del Almanzora, en Almería, la mayoría de los repobladores (el 45,5%) son de origen murciano.36 En otras zonas del norte de Granada hay una proporción importante de repobladores de origen murciano, como el caso de Cúllar, que suman el 26,6%, frente al 37,4% de origen de otras provincias andaluzas, especialmente de Jaén, el 13,8% de zonas de Castilla y el 8,1% oriundos de la propia comarca. Pero también en el caso de la repoblación de Murcia por habitantes de la corona de Aragón, en el siglo XIII, habría que tomar con prudencia las cifras oficiales —unos diez mil dice la crónica de Jaime I—, siempre tendentes las crónicas oficiales a la exageración, y evaluar qué proporción de murcianos del siglo XVI son descendientes de esos repobladores aragoneses —incluidos los descendientes de aquellos granadinos y almerienses que se fueron con el rey «Batallador», en el siglo XII, a repoblar zonas de Aragón—; y cuántos de esos murcianos que llegan a repoblar la zona oriental del Reino de Granada en el XVI son descendientes de la antigua población andalusí de Murcia que quedó tras la conquista castellana y aragonesa; y cuantos serían los que volvieron de los casi tres mil moriscos, que procedentes de las tierras de Granada y Almería, y a pesar de las prohibiciones oficiales, resultaron aposentándose en Murcia entre 1571 y 1585, además de otros miles que llegaron a tierras de Albacete.37

Esos son los porcentajes que se deducen de la documentación que se generó en la repoblación oficial de la década de los setenta, del siglo XVI, después de la guerra de las Alpujarras, pero sabemos del relativo fracaso y el abandono de parte de los repobladores de los lugares asignados por la misma documentación oficial que se emitía en las diferentes visitas de inspección realizadas, hasta 1593, a los lugares repoblados. Estas visitas de inspección detectan un gran trasiego de repobladores que llegan y abandonan, y una bajada de población hasta un 28% menos de la que tenía al inicio de la repoblación oficial por lo que la lista de repobladores que reciben las suertes después de la guerra cambió considerablemente. Por eso es difícil conocer con precisión el origen geográfico de los repobladores que realmente habitan el Reino de Granada después de la última visita de inspección de 1593.

2.2. La permanencia de la población morisco-andalusí en el Reino de Granada

Cuando se aborda el tema morisco se suele concluir que el problema se termina con la expulsión de España de esta minoría. Pero veremos cómo esto no es del todo cierto, porque si bien «el problema» prácticamente queda resuelto «legalmente» en el siglo XVII, también es verdad que mucha población morisca queda de diferentes formas después de la revuelta y expulsión de los moriscos, incluida la de aparecer como repobladores provenientes de fuera del territorio granadino. Por otro lado, es necesario tener en cuenta la realidad documental que nos revela que la mayoría de los repobladores del antiguo Reino de Granada llegan de la zona occidental de Andalucía que, como hemos visto con anterioridad, mayoritariamente también son de origen andalusí.

2,2,1. La población del Reino de Granada

Cuando hablamos de población en estas fechas solamente podemos referirnos a estimaciones que, según se basen en unas u otras fuentes, pueden dar cifras muy dispares. Saber exactamente la cifra de moriscos que había en el Reino de Granada en 1568 es también complicado por la disparidad que dan los diferentes investigadores. Nos dice Julio Caro Baroja que «los cálculos acerca de la población morisca del reino de Granada y sobre la población total del mismo reino en tiempos de Felipe II no pueden ser más que aproximaciones».38

Miguel Ángel Ladero Quesada, en su libro Granada después de la conquista, repobladores y mudéjares, cifra la población del reino de Granada antes de la conquista en unas trescientas mil personas.39 Después de la conquista hay una fluctuación de la población. Por un lado, existe una «emigración» al norte de África de granadinos que, aunque no muy numerosa, sí es significativa porque afecta a una parte de la nobleza nazarí con la familia real al frente. Por otro lado, existe un flujo de emigrantes cristianos —«andaluces en su mayoría», como reconoce el propio Ladero Quesada—, hacia los nuevos territorios conquistados.

Esta primera repoblación se centra en las principales localidades con recintos fortificados, quedando la mayoría de la población mudéjar en los arrabales de estas ciudades, núcleos rurales y pequeñas alquerías, por lo que la proporción de nuevos pobladores cristianos con respecto a la antigua población nazarí no sería muy importante en la mayoría de los pueblos antes de la sublevación morisca de 1568. A medida que se han ido haciendo estudios locales se ha visto que en muchas localidades sobre todo en las pequeñas rurales, el número de cristianos viejos era muy escaso antes de la sublevación morisca. Solamente en las grandes ciudades y en poblaciones costeras eran más numerosos.

Si aceptamos la cifra de cincuenta mil vecinos moriscos en todo el Reino de Granada (unas 250 000 personas) que nos da el morisco Núñez Muley en su «memorial», al que Caro Baroja refiere como «un hombre prudente y conocedor de la realidad»40, los que había en el Reino de Granada antes de la sublevación, hemos de pensar que la población morisca era, con mucho, muy superior a la cristiana, aceptando la cifra de 35 000 a 40 000 cristianos que se aposentan en el Reino de Granada después de su conquista, según Bernard Vincent,41 más los nuevos que fueron llegando (especialmente funcionarios y clérigos), más el aumento vegetativo natural de la población. Aunque hay estudios basados en los censos de la época que rebajan el número de habitantes moriscos antes de 1568 a unos 160 000 o 170 000, aún todavía nos quedarían muchos que quedaron en el Reino de Granada. Pero hemos de tener en cuenta que los censos que contaban la población, separando los moriscos de los cristianos (fundamentalmente los libros de apeo) a veces no reflejan la población total morisca, pues suelen tender a recoger los nombres y datos de los que han abandonado el lugar por diferentes razones (metidos tierra adentro, sublevados y refugiados en sierras, capturados y mandados a galeras, muertos en la guerra...), pero a veces estos censos no hacen mención a algunos que, misteriosamente constaban en un censo de unos años antes y no aparecen en el de Apeo. Ese es el caso de El Padul, donde el libro de Apeo no menciona para nada a treinta y nueve moriscos, ni a sus casas o posesiones, y que sí aparecían en una relación de moriscos, vecinos del pueblo, que reclamaron en 1563, cinco años antes, el importe de manutención de los soldados supervivientes del desastre de la flota en la bahía de la Herradura.42

Damos estas cifras para, al compararlas con las de expulsados del Reino de Granada a otras zonas del interior después de la revuelta (unos ochenta mil según Domínguez Ortiz y Bernard Vincent)43 y las que se barajan para la expulsión «definitiva» del 1609-1614 referentes al reino granadino (poco más de dos mil según Domínguez Ortiz y B. Vincent), ver cómo los descendientes de la población andalusí (moriscos) que permanecieron en las tierras de la alta Andalucía serían mucho más numerosos de lo que se admite generalmente. Con una simple resta de los que había antes de la expulsión y los expulsados nos da que quedarían entre 80 000 y 170 000, según qué cifras totales, anteriores a la expulsión, escojamos. Eso, sin contar los retornados por diferentes medios a lo largo del tiempo. Si a ello unimos el que más del 80% de los repobladores cristianos vienen del resto de Andalucía, entre los cuales también habría bastantes descendientes de aquellos cristianos andalusíes o musulmanes convertidos, podemos entender el que hoy existan en Andalucía muchas facetas culturales íntimamente relacionadas con la cultura andalusí; desde la gastronomía, hasta la arquitectura, pasando por la toponimia, la idiosincrasia, la lengua o la música. Esta diferencia es tan importante que resulta inaudito que se siga sosteniendo, incluso en círculos académicos, la simplificación de que «los moros fueron expulsados de España y que los andaluces, descienden de los castellanos».

Algunos investigadores, como los ya mencionados Domínguez Ortiz y Bernard Vincent, se plantean la necesidad de revisar todo lo concerniente a las cifras de moriscos en general, a los que había antes de las expulsiones y los que fueron expulsados: «Si esta hipótesis se confirmase habría que admitir que la asimilación había continuado actuando y que el grupo no afectado por la expulsión fue más importante de lo que aquí se ha creído».44

2.2.2. Los moriscos que quedaron

Ya hemos visto la gran diferencia que hay entre las cifras que se barajan de población morisca granadina antes de la expulsión de 1571 y las que se dan como expulsados. Existen muchos datos e indicios que nos demuestran la persistencia de una gran población de origen morisco después de las expulsiones. Pero ¿dónde y cómo han podido quedar esa gran cantidad de moriscos?

La existencia de moriscos durante el siglo XVII en Granada era una realidad a pesar de que no tuvieron muchos problemas con la Inquisición. Como dice Bernard Vincent: «Hoy día podemos admitir que hubo una presencia constante de cristianos nuevos en la ciudad del Darro».45 Incluso en el siglo XVIII, la existencia de moriscos que aún profesan el islam clandestinamente es numerosa como lo demuestra el hecho de que entre 1727 y 1731, doscientas veintiséis personas fueron perseguidas por la justicia en Granada por profesar el islam. En 1728 todavía existían en Granada descendientes de moriscos que aún continuaban con prácticas musulmanas como se deduce del proceso inquisitorial que se celebró ese año en Granada contra cuarenta y seis personas de posición holgada. Es decir, como apunta Caro Baroja:

«Entre las personas dedicadas a la industria de la seda y los empleados y letrados de regular posición existían (en las generaciones nacidas en Granada de 1680 a 1700) mahometanos que conservaban su fe y que encubrían su origen bajo nombres cristianos y apellidos de los que más habían sonado en el país al tiempo de la Reconquista o algo después: Mendoza, Guevara, Enríquez...»46

Y añade Caro Baroja:

«Durante el siglo XVIII Granada ... en la vida privada las viejas tensiones y problemas surgen de vez en vez. Dentro de la aristocracia e hidalguía de la ciudad eran conocidas las familias de ascendencia islámica. Sobre esto no hay que insistir.»47

Incluso en uno de los sitios que más sufrió oficialmente la expulsión de los moriscos, como era la Alpujarra, existían familias de reconocido linaje morisco como recoge a comienzos del siglo XIX, en su diccionario, el abate Miñano: «Se dice que, a pesar del rigor con que se ejecutó la expulsión de los moriscos, no se pudo evitar que no quedasen diferentes familias».48

Pero estas y otras referencias de la permanencia de moriscos en territorio granadino se refieren a los que seguían manteniendo su credo islámico en secreto, «pero —como dice Caro Baroja— de lo que no se habla apenas es del elemento morisco permanente, acallado, incorporado a la sociedad cristiana, de su proporción, sus hábitos, etc.».49 Es decir, de los moriscos que acogieron el cristianismo con convicción y adaptaron a la nueva fe cristiana su propia manera andalusí de ver y entender la vida.

Con el reinado de Felipe IV la nueva administración mantiene una postura muy distinta a la de sus predecesores con respecto a los moriscos que quedaron y los que vuelven. En este sentido podemos entender una petición de las Cortes de 1623 al rey: «Que S. M. mande que no se trate más desto ahora ni adelante, y cese cualquier averiguación que en estas causas estuvieren pendientes y no se admitan denunciaciones, ni de los que están hoy en estos Reinos ni de los que se dijere han vuelto»50. La respuesta del rey a esta y otras peticiones por el estilo era el de «que no convenía hacer pragmática, pero que se mandaría a las justicias que no admitiesen denuncias, y que contra los sospechosos procediesen no como moriscos, sino como vagabundos».

Por lo tanto, a partir de Felipe IV, «el problema morisco» desaparece porque ya no existen moriscos oficialmente.

Vamos a ver cómo y dónde queda esta gran cantidad de moriscos. Una parte son los que quedan legalmente por diversas razones: servicios prestados a la corona; vida de buenos cristianos convencidos (incluso hay moriscos que se hacen sacerdotes o monjas); por intereses diversos para la administración (conocedores de los terrenos y las lindes, seises, determinados oficios, etc.); moriscos esclavizados por derecho de guerra (incluso algunos se ofrecen de esclavos para salvarse de la expulsión); niños que quedan en «encomiendas»; moriscos que vuelven del destierro y se hacen pasar por cristianos viejos; moriscos que se integran entre los gitanos trashumantes y otros casos que iremos viendo.

Los excluidos deliberadamente

Entre los que se quedaron excluidos de las listas de moriscos estaban los descendientes de conversos antes de la conversión general de 1500 que quedaban equiparados jurídicamente a los «cristianos viejos». Entre estos están las treinta y dos familias «colaboradoras» descendientes de los grandes linajes que habían ayudado en la conquista del Reino. Son familias tan conocidas como los Zegríes o los Venegas. También tenemos otro grupo de «colaboradores» que participaron en la propia represión de la sublevación de 1568 y que, lógicamente, escaparon a las expulsiones.

Bernard Vincent también nos habla de otras familias que han prestado grandes servicios al Estado en el plano religioso o diplomático, como los Albotodo, Alonso Castillo o la familia Marín. A ellos habría que añadir los fieles miembros de la administración como los magistrados o los notarios. Otros muchos son avalados por los obispos, nobles, sacerdotes u otras personas influyentes aduciendo su sincera conversión cristiana y su asimilación «castellana» Incluso se les da «certificado» de cristianos viejos (en esa época existen muchos contenciosos de personas que pretenden demostrar su condición de «cristiano viejo»).

Moriscos que quedaron legalmente

Pocos años después de la expulsión de 1570 se hacen censos, por parroquias, de moriscos que quedaron legalmente en el Reino de Granada. El censo de 1580 menciona 8698 personas, pero lógicamente en esos censos no estaban los que habían quedado clandestinamente amparados por los propios cristianos viejos que llevaban décadas conviviendo con ellos. Podríamos preguntarnos como hace Bernard Vincent: «¿Qué criterios utilizaron los curas para definir a los moriscos? ¿No hubo falsas declaraciones facilitadas por una inmensa red de complicidad?»51

Los propios bandos de expulsión de 1609 y 1610, que afectaron muy poco a Andalucía, establecían multitud de excepciones, como el que «en cada lugar de cien casas quedaran seis cabezas de familia, labradores de profesión, con sus mujeres e hijos..., los niños menores de cuatro años, cuyos padres o tutores estuvieran conformes en dejarlos, los hijos de cristiano viejo y morisca, las moriscas mujeres de cristiano viejo, las cristianas viejas casadas con moriscos y los hijos de tales matrimonios menores de seis años». Por último, también los moriscos que «de tiempo atrás considerable, como sería de dos años, vinieran entre Christianos, sin acudir a las juntas de las Haljamas».52 En el segundo bando —según nos relata Caro Baroja— también estaban exceptuados de la expulsión los que volvían del norte de África con la firme voluntad de convertirse al cristianismo; así como los clérigos, frailes y monjas de ascendencia morisca, o los esclavos que quedaban del tiempo de la rebelión del Reino de Granada. Es decir, que había muchos resquicios para que una gran masa de antiguos musulmanes quedara «legalmente» en su tierra.

Entre los que permanecieron legalmente tenemos que incluir los niños que quedaron en Encomienda. La Encomienda era una figura jurídica por la que los menores de edad podían quedar al amparo de otra persona bajo una serie de condiciones recogidas en contrato. La gran cantidad de huérfanos y niños abandonados durante la guerra dio lugar a la generalización de esta figura jurídica, por la que bastantes familias se aprovechaban del trabajo gratis de esos niños, solo a cambio de la manutención. Los encomendados quedaban en «libertad», normalmente al cumplir la mayoría de edad. Como dice Nicolás Cabrillana en su trabajo Almería Morisca:

«Este fenómeno fue muy general, si no se ha conocido hasta el presente ha sido por lo poco que se ha investigado en nuestros archivos de Protocolos». Y añade Cabrillana: «Cabe preguntarse si la encomienda de moriscos tuvo consecuencias en la etnografía de la comarca almeriense; el número de niños que quedaron debió ser grande, aquí no he podido documentar más que los 156 niños registrados ante el escribano Cosme de Quevedo, pero se ha perdido la totalidad de los registros de otros escribanos, y además las ocultaciones debieron ser muchísimas, pues el control era muy difícil en épocas de tanto desbarajuste».53

Otra figura «legal» bajo la que quedaron también bastantes moriscos fue la de esclavo, especialmente mujeres y niños. Después de la rebelión de 1569, la reducción a esclavos de poblaciones enteras no fue infrecuente. El caso de la toma de Galera y Serón en 1570 convirtió a la Villa de Baza en un gran mercado de esclavos: «Los soldados los vendían a los vecinos a bajo precio y éstos los revendían a mercaderes que los llevaban fuera del reino de Granada. En este despreciable comercio participaron todos los estamentos sociales de la ciudad.»54 La Corona tuvo que intervenir en el mercado de esclavos ante el abuso que cometían los soldados. Se quiso proteger a los niños prohibiéndose la esclavitud de menores de diez años y medio, en el caso de los niños, y de nueve años y medio, en el de las niñas. Aunque en la práctica los hijos de las esclavas también eran esclavizados de facto al permanecer junto a sus madres.

Aunque muchos de ellos recobraron su libertad —previo pago de un rescate—55, otros muchos que no tenían medios económicos mantuvieron su estatus de esclavo, sirviendo de mano de obra gratis de sus dueños. Estos esclavos no se incluyeron en las listas de deportados porque lesionaba los intereses de sus dueños. En 1580, todavía quedaban legalmente en la tierra de Baza ciento doce esclavos moriscos, el 35% de los que tenían permiso legal para permanecer.56 Se da el caso de algunos moriscos que se ofrecieron como esclavos para escapar a la expulsión. En 1626 todavía se quejaba un procurador de Granada de «que eran muy grandes los inconvenientes de permitirse en Andalucía tanto número de moros, y de ellos bautizados, que todos ellos eran cortados (esclavos).»57 También el investigador Henri Lapeyre da el dato muy significativo de que en 1613 había en Málaga 1852 moros «cortados», que es como se conocía a los moriscos con la condición de esclavos.58

Los moriscos camuflados como «cristianos viejos» que quedaron o volvieron clandestinamente

Para entender el porqué muchos moriscos pudieron quedar clandestinamente entre los cristianos viejos, presentándose incluso como repobladores en otras zonas distintas de las que eran originarios, tenemos que hablar de la semejanza física con los cristianos viejos.

J. Caro Baroja, en su obra Los moriscos del Reino de Granada apunta que:

«Contra lo que pudiera imaginarse, hacia 1550 o 1560 no cabía establecer gran diferencia racial entre la población morisca y la cristiana vieja de muchos de los pueblos de Granada, Almería y Murcia. La distinción entre unos y otros era de tipo social, no biológico».59

También A. Domínguez Ortiz abunda en este aspecto:

«Por otra parte, si consideramos que la masa de los musulmanes españoles procedía de la conversión de los primitivos habitantes del país, y que muchos moriscos consiguieron esquivar las órdenes de expulsión, o volver del destierro y permanecer inadvertidos, tenemos que inclinarnos a pensar que la diferencia de aspecto físico entre moriscos y cristianos viejos era leve o nula».60

En un estudio de Juan Aranda Doncel titulado Los Moriscos en tierras de Córdoba,61 basado en los censos municipales de 1579 y 1583 que dan datos sobre el aspecto físico de los moriscos desterrados del Reino granadino, sobre una amplia muestra de 1509 personas, nos da los siguientes resultados en cuanto a talla, color de la tez y de los ojos. Una amplia mayoría de los moriscos son de talla alta o buen cuerpo, son de tez blanca, (siendo más acentuada en las mujeres), seguida de la morena, y tienen los ojos negros, seguidos de los azules. El que hubiera una importante población morisca de tez morena no es de extrañar por la abundancia de esclavos negros en al-Ándalus que lógicamente siguieron la misma suerte que sus señores. En resumen, la mayoría de los moriscos, por su físico, podían pasar desapercibidos dentro de una comunidad de cristianos viejos, especialmente los más «castellanizados» lingüísticamente, pues como nos vuelve a remarcar Bernard Vincent «la diferencia entre las dos comunidades no se basa en el plano físico».62

Es por esta semejanza física por la que se puede entender el que muchos moriscos desterrados al interior de la península o al norte de África pudieran escapar y volver, incluso como cristianos viejos repobladores. Así lo denuncia en 1610 Pedro de Arriola, responsable de los embarques de moriscos en el puerto de Málaga, en una carta dirigida a Felipe III:

«Muchos moriscos de los expedidos del Andaluzía y Reyno de Granada se van bolviendo de berbería en navíos de franceses que los echan en esta costa de donde se van entrando la tierra adentro y he sabido que los más dellos no buelben a las suyas por temor de ser conosçidos y denunçiados, y como son tan ladinos residen en qualquier parte donde no los conosçen como si fuessen christianos viejos».63

Una parte de moriscos quedaban «escondidos» en sus propias poblaciones, o volvían clandestinamente, con la connivencia de la población de cristianos viejos asentados en el pueblo. La posibilidad de pasarse por cristianos viejos es resaltada por Domínguez Ortiz y Bernard Vincent:

«En Granada también debieron quedar bastantes moriscos, ya ocultos, ya haciéndose pasar por cristianos viejos, porque la dilatada convivencia con estos les había hecho adquirir su habla y costumbres de tal manera que era muy difícil distinguirlos».64

El especialista en temas moriscos, Bernard Vincent, nos da la clave para entender este fenómeno:

«La explicación de la ineficacia de las medidas reales es muy sencilla. La casi totalidad de los moriscos que permanecieron en Andalucía Oriental no pudo hacerlo más que gracias al consentimiento de los cristianos. La compenetración desde principios del XVI entre las dos comunidades, más fuerte en los medios urbanos de lo que se ha querido decir hasta ahora, había hecho que los cristianos tomasen para sí algunos elementos de la civilización contraria y que no considerase a la comunidad morisca como un bloque».65

La confraternización que había existido, antes de la revuelta, entre moriscos y parte de los cristianos viejos, incluidos clérigos, la podemos ver en una prohibición del Sínodo de Guadix para que los clérigos no participasen en las leilas y zambras que se organizaban con motivo de las bodas moriscas.66 A pesar de las distintas órdenes para que los moriscos vistieran a la «castellana», cosa que el varón aceptó, en el caso de las mujeres siguieron vistiendo a la morisca influyendo en la vestimenta de cristianas viejas, como se ve en distintos documentos que advertían a las cristianas viejas que no vistieran a la morisca.67

Bernard Vincent también nos dice que «los miles que quedaron, vieron crecer su número por los regresos clandestinos, que no cesaron nunca».68 El regreso continuo de moriscos se puede documentar por las cartas de regidores de pueblos a los que habían ido a parar los deportados, donde se alerta a las autoridades competentes de la «desaparición» de moriscos que un tiempo atrás se habían aposentado en su localidad.69 La vuelta de moriscos al Reino de Granada puede ser la causa de que las tasas de crecimiento vegetativo de algunos pueblos lleguen a alcanzar cotas por encima de la media.70 Otro dato que nos puede revelar la existencia de un numeroso grupo de retornados es el de la existencia en 1593 de un porcentaje considerable de vecinos (15,4%) de ciento veintidós pueblos de Almería y Granada, que no son propietarios de suertes71, por lo que hemos de deducir que no llegaron como repobladores.

También se conoce por estudios demográficos más detallados que durante el siglo XVII y parte del XVIII, se produjo un espectacular crecimiento de la población del antiguo Reino de Granada, hasta un 165% de incremento (entre un 400% y un 500% en algunas zonas), que no se puede explicar solo por el aumento natural de la población, sino que habría que buscar otras causas. Una de ellas podría ser la repoblación continua de esos territorios durante el siglo XVII72, repoblación que ya no aparece en la documentación oficial por no darse como consecuencia de un plan de la Administración. Otra causa podría ser el afloramiento de esa parte de población morisca que había quedado clandestinamente en el territorio de diversas formas, a la que habría que añadir la que iría volviendo a lo largo de los años, desde sus zonas de destierro.

Se conocen casos concretos de nuevos repobladores que venían de fuera del Reino de Granada que, siendo moriscos, se pasaban por cristianos viejos. Es el caso de los moriscos valencianos que participaron en la repoblación de Caniles, hecho denunciado por un regidor de Baza73. O también puede ser el caso de una cierta cantidad de familias «pobres» (seguramente moriscos) que llegarían a la villa del Padul, procedentes de la localidad de Villena74, tomando como apellido el de dicha localidad, quedando este apellido actualmente en muchos de los habitantes del municipio.

Hemos de tener en cuenta que la repoblación oficial ideada por la administración de Felipe II tuvo un relativo fracaso ya que no cumplió las expectativas. Una parte de los primeros repobladores desertaron y en muchos casos no se llegó al número de repobladores designados. También es frecuente ver en los documentos de la época la queja de que muchos de estos repobladores no eran actos para mantener una agricultura que había dado grandes rendimientos antes de la guerra. Por eso hay una cierta tolerancia en la permanencia de moriscos que acuden como repobladores a otras localidades. Por lo tanto, esa es una de las formas en que quedan muchos moriscos, una práctica que no pasa desapercibida a Juan Rodríguez Villafuerte, redactor del informe al rey Felipe II sobre la situación de la repoblación en las tierras granadinas en 1574:

«Estos lugares dados en perpetuo se entiende que ay algunos vezinos de este rreino que devaxo de decir que vienen de otras partes se admitieron al principio e por no estar acavada la poblacion y entender que son de provecho para amostrar a criar la seda o los demas y a cultivar y a rregar la tierra como aqui se acostumbra...»75

El abandono de muchos repobladores cristianos preocupaba por los efectos en la bajada de ingresos fiscales y de cosechas, por lo que una Provisión de 30 de septiembre de 1595 permite a los «naturales del reino» tener propiedades. En los documentos se ve cómo hay un aumento de la adquisición de propiedades por parte de moriscos, a la misma vez que repobladores cristianos venden sus «suertes» y abandonan.

Los moriscos camuflados como berberiscos

Los berberiscos eran los norteafricanos que emigraban a la península y que tenían un estatus que les permitía vivir libremente como ciudadanos en el reino de Granada. Esta es una circunstancia que, como dice Bernard Vincent: «algunos moriscos no dudan en utilizar esta licencia para hacerse pasar por berberiscos y así poder permanecer en el lugar».76

Una parte de los expulsados decidieron volver a la península al ver que las condiciones en las que vivían en los lugares de destierro, especialmente en Berbería, no eran las que ellos esperaban. No dudaron en camuflarse como berberiscos que acudían a la península a hacerse cristianos amparados por las autoridades que fomentaban esta inmigración a cambio de su conversión.77

Los moriscos trashumantes

Otra de las formas que escogieron muchos moriscos para escapar a la expulsión era la de tener oficios trashumantes que les permitían trasladarse de un sitio a otro sin tener que censarse en ningún pueblo y así escapar al control de la administración. Entre ellos debemos destacar, por su importancia en Andalucía, la de los moriscos que se integraron en bandas gitanas trashumantes. Hoy vemos como muchas de las características de los gitanos andaluces coinciden con las de los moriscos. Las zambras, bodas, oficios, aficiones musicales, etc., son indicios de la existencia entre ellos de muchos descendientes de moriscos. En el antiguo reino de Granada, el gitano llama «castellano» al no gitano y no utiliza el término payo, más común en otras zonas. ¿Y quién puede llamar «castellano» a otro en Andalucía si no un andaluz?

Dentro de estos moriscos trashumantes también tenemos que incluir a los arrieros, trajineros, buñoleros-churreros y «quinquis». En el caso de los «quinquis» nos estamos refiriendo a los vendedores de quincalla y no la acepción actual de «delincuente». Como dice Rodrigo Pita Mercé en Lérida morisca:

«En realidad los «quinquis» o en catalán «adobets», según nuestra opinión, no son más que descendientes, tras varias generaciones, de estos moriscos nómadas, que se quedaron en España y adoptaron la vida nómada para sustraerse al edicto de Expulsión de 1610.»78

En cuanto a los arrieros, estas profesiones de tipo más o menos nómada ya eran desarrolladas por los moriscos antes de la expulsión. De hecho, muchas de las palabras relacionadas con la profesión son de origen árabe, empezando por el mismo nombre que viene del vocablo «harre» voz imperativa que se da a los mulos o caballos y que es trascripción del árabe harri (¡anda ligero!)

Los majos

Los «majos» eran personas con unas características especiales, tanto en su estética como en su idiosincrasia que coincidía plenamente con los moriscos. Vivían, sobre todo, en la baja Andalucía y en la incipiente gran urbe que estaba creciendo en torno al Madrid de los Austrias gracias al aluvión de inmigrantes. Estos majos son estudiados especialmente por Elena Pezzi en Los moriscos que no se fueron. En sus conclusiones nos dice:

«Hemos visto, pues, que la palabra “majo”, que en un principio fue simplemente un adjetivo.... vino a designar después, como sustantivo, a un tipo especial de persona, perteneciente a una etnia específica y que, con arreglo a sus características peculiares, éste no podía tener otra procedencia que el pueblo morisco, especialmente el procedente de Andalucía. Hay que tener en cuenta que la palabra “morisco” tuvo que barrerse de cualquier conversación a partir de las ordenanzas de Felipe III, pues el hablar de ello constituía una auténtica imprudencia y un peligro inminente de deportación para el que pudiera ser tachado de serlo.»79

Podemos concluir con Bernard Vincent que:

«A través del ejemplo granadino, vemos que los moriscos que quedaron en España después de 1610-1614, no son una cantidad despreciable, como generalmente se admite. De esta forma, los moriscos, al menos en Granada y en su reino, han podido prolongar la presencia de esta minoría y así asegurar las transferencias culturales que un siglo de coexistencia, incluso difícil, no ha dejado de provocar.»80

2.3. La pervivencia de la población andalusí en los reinos de Castilla y León, Navarra y Aragón

La formación de los reinos cristianos del norte peninsular a partir del siglo VIII está íntimamente relacionada con la existencia de al-Ándalus, a la que habría que añadir la influencia carolingia en la zona pirenaica, para los casos de Navarra y Aragón y los condados catalanes.

Ya hemos resaltado en otro estudio la importancia de la población andalusí cristiana procedente del sur peninsular en la expansión hasta el Duero del reino asturleonés en los primeros siglos de su existencia,81 pero también debemos destacar la aportación poblacional que supuso para el reino de Castilla y León la población cristiana que quedaba en el nuevo territorio conquistado. De esta no hay apenas documentación, pero no es de extrañar que fuera bastante la que quedara en la antigua Marca Media andalusí si en la propia ciudad de Toledo hay documentada una importante comunidad mozárabe en el momento de su conquista que se ampliaría con la gran cantidad de cristianos andalusíes que, procedentes del exilio norteafricano con los Almorávides, pueblan la ciudad de Toledo en el año 1150. A estos cristianos andalusíes habría que añadir los musulmanes que se pasarían al cristianismo por intereses diversos después de la conquista de esos territorios, y la minoría musulmana que quedaba en estos reinos a medida que avanzaba la conquista de nuevos territorios, además de la emigración de mudéjares de otras zonas hacia el reino castellanoleonés en los siglos posteriores. Así que cuando hablamos de pervivencia de población andalusí en un territorio hay que tener en cuenta también a la población cristiana y judía que había tenido un proceso de aculturación andalusí y no solo a la población mudéjar (musulmana) convertida en morisca después de su conversión obligatoria al cristianismo.

No está muy estudiado el tema de los mudéjares castellanos comparado con la gran bibliografía que hay sobre los de Aragón y Valencia. El profesor Ladero Quesada estima la cantidad de musulmanes que había en la Corona de Castilla (exceptuando Andalucía) a finales del siglo XV en unos veinte a veinticinco mil, repartidos desigualmente en unas ciento cincuenta localidades.82

A todo este componente de población andalusí en Castilla y León habría que añadir la población morisca granadina que fue dispersada por el Reino a raíz de la sublevación de las Alpujarras. Según Henry Lapeyre una parte importante de los moriscos granadinos se repartieron, además de en la Andalucía cristiana, por Castilla la Nueva, Extremadura, Murcia y Albacete.83 Sin embargo, el contingente enviado a Castilla la Vieja fue relativamente reducido. Se calcula la población morisca que había en la Corona de Castilla justo antes de la expulsión general del siglo XVII en unas ciento quince mil personas, incluyendo tanto a los mudéjares antiguos —los autóctonos del reino— como a los moriscos granadinos expatriados a esos territorios.

Con la creación de la Marca Superior, como marca fronteriza en el norte, se inicia la islamización de gran parte del valle del Ebro, desde Tudela a Tortosa. En esa zona termina por imponerse una dinastía de origen muladí (conversos al islam), los Banu Qasi. La islamización cultural de la Marca Superior fue muy lenta, como fue lenta la islamización religiosa a través de la conversión de una parte de la población autóctona que se produjo a lo largo del tiempo.84 El empuje más importante se da a partir del siglo X con la instauración del Califato y, sobre todo, con la creación del reino taifa de Zaragoza.

A la caída del Califato se instauran varias taifas en la zona. La principal de ellas tuvo su capital en Zaragoza donde se proclamó taifa independiente una dinastía, los Banu Tuyib, que ya gobernaba la Marca durante el Califato. Es precisamente con esta dinastía cuando se produce una arabización más intensa en la zona, culminando su esplendor cultural islámico con la dinastía que los sustituye, los Banu Hud, grandes mecenas de la cultura andalusí, siendo ellos mismos grandes intelectuales. Se estima que poco antes de la conquista cristiana del valle del Ebro, la mayoría de la población sería de religión musulmana con una clara aculturación andalusí, pero también se reconoce la existencia de comunidades cristianas, que lógicamente también habrían tenido una influencia cultural andalusí.85

Gran importancia en el florecimiento cultural andalusí de la taifa zaragozana, junto con la de Toledo, además del interés de sus gobernantes por impulsar las ciencias y las letras en sus territorios, la tuvo la gran emigración de intelectuales andalusíes, tanto musulmanes como judíos, que llegaron desde una Córdoba asolada por la guerra civil (Fitna) y por la peste.86

Alfonso I «el Batallador», rey de Aragón y Navarra, y en algunos momentos también de Castilla y León, gracias a su matrimonio con Urraca, hija de Alfonso VI, fue el artífice de la extensión del primitivo condado pirenaico de Aragón a través de su constante política conquistadora. Durante ellas llegó a aliarse con el rey taifa de Zaragoza para luchar contra los almorávides que se habían apoderado de Zaragoza en el 1110.

Las conquistas de los reyes cristianos que avanzaban hacia el sur no suponían la total expulsión de la población musulmana, que a partir de la conquista pasarían a tener el estatus de mudéjares (de mudayyan=sometido) permaneciendo en una situación social y jurídica especial reconocida en los pactos de capitulación. Es cierto que una parte de estos musulmanes emigraron a otros territorios todavía bajo dominio islámico. En el caso de Aragón, según el historiador arabista Jacinto Boch Vilá insiste en que:

«Esta emigración fue importante y tuvo interés por su especial carácter y porque muchos de los emigrados fueron intelectuales, entre los cuales figuraban no pocos libreros, que a medida que avanzaba la conquista de sus ciudades por los cristianos, iban buscando zonas de mayor seguridad donde establecerse. Tenemos testimonios de que fueron numerosos los musulmanes aragoneses que pasaron a Valencia.87»

Pero también fueron muchos los que quedaron en los territorios conquistados por Alfonso I de Aragón88 y por Alfonso VI de Castilla y León. Estos mudéjares no fueron objeto de persecución ni de maltrato, sino que, por el contrario, eran apreciados por su laboriosidad y su «productividad fiscal», ya que eran una gran fuente de rentas para la corona y los señoríos. Solamente a través del tiempo, debido a la instigación eclesiástica, se fue inculcando el desprecio al musulmán, consiguiendo, ya muy avanzado el siglo XV, su concentración en morerías. Los mudéjares de Aragón, junto con los de Cataluña y Valencia, terminaron obligados al bautismo en 1525-1526, salvo los de Albarracín y Teruel que ya habían sufrido la conversión forzosa en 1502 y los de Navarra, en 1516.

Lo mismo en Aragón como en el valle del Guadalquivir, conquistado a los almohades, los reinos cristianos contaron en algún momento de sus conquistas con la colaboración de parte de la población andalusí, pues no olvidemos que la mayoría de las conquistas de Alfonso I se hicieron a los almorávides, a veces contando con la ayuda de Imad al-Dawla, el último rey taifa de Zaragoza de la dinastía hudí, destronado por los almorávides, y seguramente que contaría también con la población cristiana que todavía habitaba esos territorios en el momento de su conquista.

Nos surge el mismo interrogante que para el valle del Guadalquivir, pues muchos historiadores suelen identificar a población andalusí con población musulmana olvidando que tan andalusíes eran los musulmanes como los cristianos o los judíos. Seguramente que el grado de islamización cultural de los cristianos de la Marca Superior no sería tan intenso como lo había sido en Andalucía, especialmente en los núcleos urbanos más importantes. Es lógico pensar que a principios del siglo XII habría una gran cantidad de cristianos viviendo bajo el dominio de los reyes taifas del norte y el levante, y que estos cristianos seguirían en sus pueblos después de las conquistas de Alfonso I, junto a los mudéjares. También es lógico pensar que una parte de los musulmanes se acogería a la conversión al cristianismo por motivos puramente económicos.89 A todos ellos habría que añadir los varios miles que acompañaron a Alfonso I «el Batallador» provenientes de Granada, Murcia y Almería, que se había llevado con él tras sus algaradas por esas tierras y que el rey aragonés utilizó para repoblar las zonas recientemente conquistadas a los almorávides en la margen derecha del Ebro.90

Calculan algunos especialistas en el tema, a través de los estudios de impuestos como los «fogajes»91 en Aragón, que, a finales del siglo XV, aproximadamente tres siglos y medio después de la conquista del valle del Ebro, todavía quedaban en Aragón alrededor de unos veinticinco mil mudéjares (alrededor de un 10% de la población total). Esa cifra, según otros especialistas sería un mínimo, pues estudios locales para fechas posteriores ofrecen un aumento considerable que indicaría que en el censo de 1495 hubo ocultación de fuegos, quizás porque no estaban obligados al pago de los impuestos, por lo que la población mudéjar sería más considerable. Domínguez Ortiz y Bernard Vincent aumentan el número resultante del censo de 1495 hasta alrededor de los cincuenta mil.92

La mayor parte de la población musulmana que permaneció en Aragón vivía en el valle del Ebro, en la hoya de Huesca y en los valles de los afluentes del Ebro por su derecha como el Queiles, Jalón, Jiloca, Huerva, Huecha y Aguasvivas, así como algunas zonas aisladas en Teruel, Albarracín y Gea, al sur, y la zona del bajo Segre. Es decir, las comunidades mudéjares estaban aposentadas en las zonas más ricas en agricultura. Muchos de los pueblos pequeños de estas fértiles vegas estaban pobladas mayoritariamente por mudéjares, incluso bastantes al 100%. Solo en las urbes más grandes como Zaragoza, Calatayud, Teruel, Tarazona, Huesca, Barbastro o Monzón, la proporción era pequeña.93 Las estimaciones que se hacen de población morisca en el reino de Aragón en el momento de su expulsión era de más de sesenta mil personas.94

En Cataluña, la mayoría de los mudéjares se concentraban en los territorios de Lérida, Montblanc y en la zona del bajo Ebro, alrededor de Tortosa. En esas comarcas la población mudéjar llegaba a representar más del 25%, aunque en algunas poblaciones pequeñas ese porcentaje subía considerablemente. (Riba-roja, Benissanet y Vilanova de Mora llegaban al 100%; Miravet; el 96,62%; Ascó, el 82,31%, Seró y Aitona, en torno al 72%; y otras localidades como Vinebre, Benifallet o Tivenys, estaban en torno al 50%. Pero para el conjunto de Cataluña solo representaban el 1,5%.95 En todo caso la población morisca de Cataluña en 1609 estaría en torno a las ocho mil personas.

Para el caso del territorio valenciano se han hecho estimaciones de población mudéjar antes del siglo XVI en base a impuestos como «el basante», el de «alfatrá» o el de «gallines». Se calcula que en Valencia la población musulmana pasó de ser la inmensa mayoría en la segunda mitad del siglo XIII, después de la conquista, a ir disminuyendo a lo largo de los siglos XIV y XV hasta tener la proporción de un tercio aproximadamente debido a diferentes factores como guerras, enfermedades, emigraciones y conversiones. Aun así, la cantidad total de población mudéjar era mucho más elevada que en el resto del reino de Aragón. De los doscientos cincuenta mil habitantes que se estima que tenía el antiguo reino de Valencia a mediados del siglo XV, entre un 23% y 30%, según unos u otros especialistas, eran mudéjares. En el fogatge valenciano de 1510 se observa un aumento de la población mudéjar que se había ido consolidando en el siglo XV después de la disminución que se dio durante el siglo XIV por la peste y las guerras con Castilla. También se observa una gran movilidad de la ciudadanía mudéjar entre poblaciones. La nobleza, el rey o los titulares de las tierras rivalizaban en atraer a sus dominios nuevos colonos para acrecentar su riqueza. Sobre todo, eran mudéjares apreciados por su laboriosidad, preparación y productividad fiscal, ya que soportaban impuestos más altos que los mismos cristianos desde los primeros momentos de la conquista. La mayoría de la población musulmana valenciana, como en el caso de Aragón, poblaban mayoritariamente las pequeñas alquerías, siendo su proporción más pequeña en las principales poblaciones.

Más de un siglo después, la proporción de la minoría de origen musulmán, ahora ya convertidos en «cristianos nuevos» o moriscos, seguía siendo de alrededor de un 30% de la población total del antiguo reino valenciano. Domínguez Ortiz y Bernard Vincent estiman la población morisca valenciana en el momento de su expulsión en 1609, en unos 135 000.96

Se estima, según las cifras oficiales de la deportación, que la población morisca expulsada de la península entre 1609 y 1614 fue de unas trescientas mil personas. Pero como había pasado en el Reino de Granada, los planes oficiales de expulsión eran unos y la realidad era otra. Hay datos de la existencia de bastantes moriscos algún tiempo después de la expulsión; algunos de ellos consiguieron zafarse de la expulsión por la intercesión de nobles y clérigos como pasó con la mayoría de los moriscos de la zona de Tortosa que permanecieron en sus pueblos amparados por el obispado. Bajando a estudios más locales se ve la pervivencia de parte de los moriscos en algunas poblaciones como Talavera de la Reina, Villarrubia de los Ojos, y en comarcas como el Campo de Calatrava o el valle de Ricote. Los mismos encargados de la expulsión, como el conde de Salazar, reconocían en 1612 que:

«Hánse quedado muchos, particularmente donde hay bandos y son favorecidos, como en Plasencia, Trujillo, Mérida, Ocaña y Talavera, que aunque se sabe que hay muchos moriscos antiguos y viven en barrio separado, vienen las probanzas tan encontradas como son las opiniones de los lugares».97

Los moriscos antiguos eran los que provenían de los mudéjares castellanos y extremeños y que ya tenían un alto grado de asimilación a la sociedad cristiana por lo que estos solían encontrar comprensión y ayuda en sus localidades para evitar el destierro. Otra causa de la permanencia es el interés económico de algunos de los señores para que se quedaran en sus tierras, aunque en la mayoría de los casos no lo consiguieron.

En definitiva, también en los reinos de Castilla y León, Navarra, Aragón, Valencia y Murcia quedó una cierta cantidad de antiguos andalusíes. Cristianos que vivían en los reinos musulmanes antes de la conquista y que no tuvieron ningún problema en adaptarse a la nueva situación; mudéjares que se asimilaron a la nueva sociedad cristiana a lo largo del tiempo, muchos de los cuales se llegarían a integrar desde el punto de vista religioso. Moriscos que quedaron por diferentes circunstancia, legales o ilegales y que con el tiempo llegaron a integrarse a su manera en la nueva sociedad cristiana; moriscos que volvieron, también por diferentes circunstancias, también legales o ilegales; cristianos arabizados (mozárabes) que huyeron a Castilla durante el dominio almorávide y almohade, especialmente a Toledo; y para el caso del valle medio del Ebro, los cristianos andalusíes que Alfonso I aposentó en el siglo XII en los territorios aragoneses recién conquistados.


2 Ver R. Gerardo Peinado Santaella y J. Enrique López de Coca Castañer: Historia de Granada. Tomo II. Editorial D. Quijote. Granada 1987.

3 Uno de los pocos datos de la existencia de cristianos poco antes de la conquista castellanoleonesa nos lo transmite Lucas de Tuy en su hagiografía de San Isidoro de Sevilla, escrita en 1223, cuando habla del «renegado» Pedro Fernández de Castro, que se refugió en la Sevilla almohade, comenta la existencia de comunidades cristianas en la ciudad Hispalense. (Ver García Sanjuán, Alejandro Declive y extinción de la minoría cristiana en la Sevilla andalusí (ss. XI-XII)», (HID 31, 2004) pág. 274.

4 Citado por Simonet en su Hª de los mozárabes (1903), pág. 788.

5 Henri Pérès: El esplendor de al-Ándalus. Libros Hiperión, 61. Madrid 1990. pág. 473.

6 No se puede considerar como textos de base científica los relatos genealógicos de autores como Abd al-Malik b. Habib, Ahmad al-Razi o Ibn Hazm, escritos con clara intencionalidad aduladora y exaltadora de las familias más influyentes de la sociedad andalusí para entroncar el linaje de estas familias andalusíes con las más ilustres familias de la península arábiga.

7 «En otros casos, la adopción de un apellido árabe no estuvo vinculada al establecimiento de lazos de “clientela”, sino que refleja la progresiva arabización cultural de la sociedad andalusí y el deseo de incorporar a las redes de parentesco, mediante una falsa genealogía, el prestigio de los signos onomásticos árabes». (Marín, Manuela (2000): Al-Ándalus y los andalusíes. EDM, CIDOB ediciones. Icaria Editorial, pág. 30).

8 Henri Pérès... pág. 22, nota 31.

9 «Durante la fitna... existe una taifa bereber, una taifa andaluza, una taifa eslava, pero no existe una taifa árabe». (Henri Pérès... pág. 23.

10 «No deja de tener cierta ironía el hecho de que Ibn Hazm, que no era de origen árabe, haya dejado a la posteridad el texto más importante para reconstruir la presencia de los árabes en la península ibérica; pero la ironía desaparece si se entiende la arabización como algo más que la estricta pertenencia étnica.» (Marín, Manuela (2000), pág. 30)

11 Henri Pérès... pág. 26.

12 El tema de la pervivencia de la población andalusí en el valle del Guadalquivir, después de la conquista, y de la pervivencia de los moriscos en el antiguo Reino de Granada, lo hemos desarrollado en un trabajo, junto a Gabriel Cano García: El legado andalusí. La difícil pervivencia demográfica. Epígrafe 9.3, tomo II, págs. 283-300. Conocer Andalucía. Gran Enciclopedia Andaluza del siglo XXI (2000).

13 González Arce, J.: «Cuadernos y ordenanzas y otros documentos sevillanos del reinado de Alfonso X». Citado por García Sanjuán, Alejandro: La organización de los oficios en al-Ándalus a través de los manuales de Hisba. Historia. Instituciones. Documentos. Nº 24, 1997, pp. 201-234. Pág. 232.

14 En efecto, la parte de la Estoria de España, que aporta el único relato sobre la conquista de Sevilla, elaborado por los conquistadores, es considerada por ciertos especialistas parte de la denominada Crónica particular de San Fernando, escrita a comienzos del siglo XIV, a finales del reinado de Fernando IV (1295-1312) por lo tanto, varias décadas más tarde de los hechos narrados. (Ver: García Sanjuán, Alejandro (2017): La conquista de Sevilla por Fernando III (646h/1248). Nuevas aportaciones a través de la relectura de las fuentes árabes. Hispania, 77/255).

15 Citado por García Sanjuán, Alejandro: La organización de los oficios en al-Ándalus a través de los manuales de Hisba. Historia. Instituciones. Documentos. Nº 24, 1997, pp. 201-234. Pág. 232.

16 González Jiménez, Manuel (1980): En torno a los orígenes de Andalucía: La repoblación del siglo XIII. Universidad de Sevilla.

17 Ibidem, pág. 24

18 Ibidem, pág. 45

19 Ibidem, pág. 156

20 González Jiménez, Manuel: La investigación en Historia medieval de Andalucía. Boletín de la Sociedad Española de Estudios Medievales, nº 1, 1991, págs. 107-124

21 Ver González Jiménez, Manuel: La repoblación de Andalucía en el siglo XIII. Historia de Andalucía, tomo II, Editorial Planeta 1982.

22 Según el muestreo realizado por Manuel González Jiménez: En torno a los orígenes de Andalucía, pp. 110-111.

23 Ver Gran Enciclopedia andaluza del siglo XXI, Tomo II. El legado andalusí, epígrafe 9.9.1.3. Magdalena Valor Piechotta: Delimitaciones territoriales. El alfoz o tierra de Sevilla y el Aljarafe.

24 Ver José Enrique López de Coca Castañer: La conquista castellana, propiedades, señoríos y ciudades. Gran Enciclopedia Andaluza del Siglo XXI, Tomo 3, Andalucía moderna y contemporánea. Ediciones Tartessos.

25 Ver Manuel González Jiménez: Orígenes de la Andalucía Cristiana. Historia de Andalucía, Tomo II pág. 254.

26 González Jiménez, Manuel: Andalucía a debate y otros estudios, Universidad de Sevilla, 1994, pág. 34.

27 ver M. González Jiménez, HA, pág. 256: «hacer historia probable».

28 J. Enrique López de Coca Castañer: Los reinos de taifas y las dinastías bereberes. Historia de Andalucía, tomo II. pág. 80. Editorial Planeta 1982.

29 Ver García Duarte, F. de Borja: (2017) “Mozárabes en el origen de los reinos cristianos. La emigración mozárabe al reino asturleonés y la influencia de los cristianos de al-Ándalus en la génesis de Castilla y del Castellano”. Editorial Almuzara.

30 Domínguez Ortiz y Bernard Vincent: Historia de los moriscos .1978; Alianza Editorial. 2ª edición 1993.

31 Citada por J. Caro Baroja en Los moriscos del Reino de Granada.

32 Ladero Quesada, M. Ángel: Granada después de la conquista: repobladores y mudéjares. Diputación de Granada, 1988. pág. 7.

33 Rafael Benítez Sánchez-Blanco; Moriscos y cristianos en el Condado de Casares. Estudios cordobeses. Diputación de Córdoba, 1982.

34 Ricardo y Rafael Ruiz Pérez: La repoblación de Dólar después de la expulsión de los moriscos, 1571-1580». Ayuntamiento de Dólar y Diputación de Granada, 2ª edición, 1985.

35 Manuel Barrios Aguilera, Alfacar morisco. Universidad de Granada, 1984.

36 Cano García, Gabriel: La comarca de Baza, Valencia 1974.

37 Pocklington, Robert: Lugares de procedencia de los moriscos granadinos establecidos en Murcia después de 1570. MVRGETANA. ISSN: 0213-0939. Número 131, Año LXV, 2014. Pág. 257-272

38 Caro Baroja: Los moriscos del reino de Granada. Ediciones Istmo, 2º edición 1976, pág. 81.

39 Ladero Quesada, M. Ángel: Granada después de la conquista: repobladores y mudéjares. Diputación de Granada, 1988. págs. 288-289, pág. 242.

40 Caro Baroja, pág. 82

41 B. Vincent: Hª de Andalucía, pág 174.

42 Ver Carrasco Duarte, Mateo: «El Padul», Ayuntamiento de El Padul, 1998.

43 D. Ortiz y B. Vincent: Historia de los moriscos. Alianza Universidad, 1993. pág. 80.

44 D. Ortiz y B. Vincent: Historia de los moriscos, pág. 90.

45 Bernard Vincent: Minorías y marginados en la España del siglo XVI. Diputación Provincial de Granada, 1987, pág. 142.

46 Caro Baroja: Los moriscos del Reino de Granada (1976). pág. 247.

47 Ibidem, pág. 245.

48 Ibidem, pág. 248, nota 36.

49 Ibidem, pág. 245.

50 Actas de las Cortes, citado por Domínguez Ortiz y B. Vincent: Historia de los moriscos. pág. 259.

51 Bernard Vincent: Andalucía en la Edad Moderna, economía y sociedad. Diputación de Granada, 1985, pág. 269.

52 Marcos de Guadalajara, en Memorable expulsión de los moriscos, citado por J. Caro Baroja en Los Moriscos del Reino de Granada, pág. 226.

53 Cabrillana, Nicolás: Almería morisca. Universidad de Granada, 1989, 2ª edición. pág. 319.

54 Castillo Fernández, Javier (1998) Los que se fueron y los que se quedaron: destino de los moriscos del norte del reino de Granada. Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino, 12, págs. 115-146

55 Ver Martín Casares, Aurelia (1995) De la esclavitud a la libertad: las voces de moriscas y moriscos en la Granada del siglo XVI. Sharq al-Andalus, 12, págs. 197-212.

56 Castillo Fernández, Javier (1998), pág. 132

57 Domínguez Ortiz y B. Vincent: Historia de los moriscos. (1993). pág. 265.

58 LAPEYRE, H: Geografía de la España morisca, Biblioteca de Estudios Moriscos. Universitat de Valéncia 2009.

59 Caro Baroja, Julio: Los moriscos del Reino de Granada. pág. 90.

60 Domínguez Ortiz: Notas para una sociología de los moriscos españoles. Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos. Vol. 11 (1962). Pág. 46.

61 Aranda Doncel, Juan: Los moriscos en tierras de Córdoba. Publicaciones del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba. 1984.

62 Bernard Vincent: Andalucía en la Edad Moderna: economía y sociedad, pág. 313.

63 Carta recogida por Aranda Doncel, Juan: Los moriscos en tierras de Córdoba. pág. 371.

64 Domínguez Ortiz y B. Vincent: Historia de los moriscos. pág. 261.

65 Bernard Vincent: Andalucía en la Edad moderna. pág. 281.

66 «...que los convites son de bodas de parientes y de misas nuevas, algunos sacerdotes y diáconos y subdiáconos de nuestro obispado se atreven en los dichos regocijos a cantar y dançar y tañer y hacer otros exercicios indecentes a la orden sacra...» Recogido por Antonio Gallego Burín y Alfonso Gámir Sandoval: Los moriscos del Reino de Granada según el Sínodo de Guadix de 1554. Archivum, 1996, Servicio de publicaciones de la Universidad de Granada, pág. 49, nota 15.

67 En el Sínodo de Guadix y en una cédula de 1513. (Ibidem, págs. 58 y 61)

68 B. Vincent: Andalucía en la Edad Moderna... pág. 285.

69 Ver Domínguez Ortiz y B. Vincent: Historia de los moriscos (1978), pág. 88.

70 Ese sería el caso de la Comarca de Baza donde se alcanzan tasas del 40 por mil. (Cano García, Gabriel: La comarca de Baza, 1974, Departamento de Geografía. Universidad de Valencia, pág. 28)

71 Porcentaje analizado por Juan García Latorre en El Reino de Granada en el siglo XVII. Repoblación e inmigración. (pág. 147) Son datos recogidos de los informes realizados por Jorque de Baeza Haro en su visita a la zona oriental del Reino en 1593.

72 Ver García Latorre, Juan: El reino de Granada en el siglo XVII. Repoblación e inmigración. Chronica nova: Revista de historia moderna de la Universidad de Granada, Nº 19, 1991, págs. 145-166.

73 «se vienen a vezindad muchos vecinos de Valencia que son mudéxares y vienen en ábito de christianos viejos, que no se pueden conosçer.» (Castillo Fernández, pág. 137)

74 «Algunos otros vezinos se an ydo con sus mugeres e hijos a la poblaçion de las Alpuxarras e syerras del reyno de Granada» (documento recogido por: José María Soler García: La relación de Villena de 1575. Instituto de Estudios Alicantinos.1969, pág. 45)

75 Reproducido cono anexo documental por Bernard Vincent en La repoblación del reino de Granada, espacios y tiempos. Crónica Nova, 25,1998, 111-137, pág. 136

76 Vincent, Bernard: Andalucía en la Edad Moderna: economía y sociedad. pág. 272.

77 Domínguez Ortiz y B. Vincent (Hª de los moriscos, pág. 257) recogen algunos casos constatados de esta práctica.

78 Citada por Pezzi, Elena: Los moriscos que no se fueron, 1991, pág. 175.

79 Pezzi, Elena: (1991): Los moriscos que no se fueron, pág. 179

80 Vincent, Bernard (1985): Andalucía en la Edad Moderna: economía y sociedad. Pp. 285-286.

81 Ver García Duarte, F. de Borja: (2017) Mozárabes en el origen de los reinos cristianos.

82 Miguel Ángel Ladero Quesada: Los mudéjares de Castilla cuarenta años después. En la España Medieval, 2010, vol. 33, pp. 383-424.

83 Henry Lapeyre: Geografía de la España morisca. Biblioteca de estudios moriscos. 2009, pág. 135.

84 «La población cristiana, mayoritaria en el siglo VIII, fue disminuyendo debido a las conversiones al islam, aunque quedaron también núcleos de resistencia. Teniendo en cuenta que en la Marca no hubo una colonización árabe-beréber importante, hemos de reconocer, con al-Udri, que la mayoría de los musulmanes eran hijos y nietos de cristianos y judíos que en un momento dado habían abrazado el islam.» (Yuliya Radoslavova Miteva: Aculturación en la frontera. La arabización de los muladíes en la marca superior. Aragón en la Edad Media 29 (2018) 165-198. Pág. 170).

85 Se dice que las iglesias de Tudela, Barbastro, Huesca y Zaragoza pervivieron hasta la conquista cristiana. (Y. Radoslavova Miteva, pág. 171)

86 «Constituyen legión los personajes que emigran de Córdoba hacia el Norte. La Takmila y la Sila nos dan testimonio de numerosísimos casos que se encuentran entre sus biografías». (El reino de taifas de Zaragoza: algunos aspectos de la cultura árabe en el valle del Ebro. Jacinto Bosch Vila Volúmenes 10-11 de Separata de Cuadernos de historia Jerónimo Zurita. Institución «Fernando el Católico», Zaragoza 1960 Pág. 60).

87 Jacinto Boch Vilá, pág. 52.

88 «Por ejemplo, según los acuerdos signados tras la ofensiva de 1118 por Alfonso I El Batallador en Saraqusta —capital de un reino taifa que acababa de ser ocupada por los almorávides (en 1110)—, se les respetaba su patrimonio y se les garantizaba la permanencia en sus viviendas durante un año. Pasado el plazo, deberían trasladar su residencia a los barrios extramuros, permitiéndoles conservar sus bienes muebles y la práctica de su religión en libertad, costumbres y derecho privativo». (Villanueva Morte, Concepción: Los mudéjares aragoneses en la Edad Media: Una minoría en clave de revisión historiográfica, eHumanista/Conversos 8 (2020), pp. 86-108) pág. 88 nota 2.

89 El intento de integración religiosa de la población musulmana lo vemos desde tempranas fechas en uno de los fueros de Jaime II recogido en el Aureum Opus regalium privilegioum civitatis et regni Valentie que recogía que «si un judío o sarraceno quiere aceptar la fe verdadera, no pierda nada de sus bienes. Y que nadie se atreva a reprocharle su conversión bajo la pena señalada en el mismo lugar.» (Citado por José Vicente Gómez Bayarri en Los mudéjares en el reinado de Jaime II (1291-1327) Anals de la Real Acadèmia de Cultura Valenciana nº 85 (2010).

90 «Yo Alfonso concedo esta carta a vosotros cristianos mozárabes, a los cuales yo saqué con el auxilio divino, del poder de los sarracenos y conduje a tierras cristianas. Me complace porque abandonasteis vuestras casas y vuestras heredades y vinisteis a poblar mis tierras, concederos buenos fueros en toda mi tierra, que seáis libres y francos vosotros y vuestros hijos, en todo cuanto podáis poblar y trabajar en las villas y términos que yo os daré. Vosotros mozárabes no daréis lezda en todas mis tierras en los mercados que hagáis, ni haréis hueste ni cabalgada y tendréis todos vuestros juicios en vuestra puerta. Andaréis libres y seguros por toda mi tierra sin que nadie os haga daño, pero si alguien os agravia pagará multa de mil maravedís…» Año 1126. Extraído de Lacarra, J.M., Documentos para la reconquista y repoblación del valle del Ebro.

91 El fogaje o «fogatge» era el censo de fuegos u hogares en el que se basaba el sistema de recaudación de impuestos. Uno de los censos de hogares con el objeto de imposición fiscal fue el de Fernando el Católico realizado en 1495.

92 Historia de los moriscos, pág. 77.

93 Ver tablas de Ferrer i Mallol, María Teresa: Las comunidades mudéjares de la corona de Aragón en el siglo XV: La población. VIII Simposio Internacional del Mudejarismo. Teruel 1999. Centro de Estudios Mudéjares. Instituto de Estudios Turolenses, 2002. Pp. 27-153, pág. 60-64

94 Historia de los moriscos, pág. 83.

95 Ver Ferrer i Mallol, pág. 36.

96 Historia de los moriscos, pág. 83.

97 Historia de los moriscos, pág. 248.