Ningún árbol llega a tener raíces profundas y robustas si no soplan fuertes vientos contra él. Esos tirones y sacudidas hacen que el árbol se agarre y plante sus raíces con más seguridad; los árboles frágiles crecen en valles soleados. «¿Por qué entonces —se pregunta Séneca— te sorprende que los hombres buenos reciban sacudidas para crecer más fuertes?» Al igual que para los árboles, las lluvias torrenciales y los fuertes vientos son beneficiosos para las buenas personas, pues así pueden crecer con calma, disciplina, humildad y fortaleza.
Al igual que el árbol debe reforzar su agarre a la tierra para no caerse con el aire, nosotros debemos fortalecer nuestra postura si no queremos ser arrollados por cada nimiedad. Para eso está la filosofía estoica: te hará más fuerte y permitirá que la lluvia y el viento te parezcan más ligeros y podrás mantenerte en pie en todo momento. En otras palabras, te preparará para afrontar con mayor eficacia cualquier tiempo tormentoso que la vida te depare.
Desde los filósofos luchadores hasta los lobos emocionales, este primer capítulo cubre todo lo que necesitas saber sobre la promesa de la filosofía estoica, o por qué deberías practicar el estoicismo.
Advertencia: Este libro contiene algunas palabras espantosas como «eudaimonía», «areté» o «virtud». Su aspecto desconocido te hará querer pasar la página, así que prepárate y sé fuerte. A pesar de tu resistencia, valdrá la pena aguantar y puede que incluso llegues a incorporarlas en tu vocabulario cotidiano. Y, oye, esto no sería filosofía antigua si no hubiera al menos alguna palabra terrorífica.
Practica el arte de vivir: conviértete en un guerrero-filósofo
«Primero, descubre lo que quieres ser; luego, haz lo que tienes que hacer.»
Epicteto
¿Cómo vivir una buena vida? Esta clásica pregunta filosófica está en el origen de la principal preocupación de la filosofía estoica: cómo vivir la propia vida o «el arte de vivir». El maestro estoico Epicteto comparó la filosofía con la artesanía: como la madera para el carpintero y el bronce para el escultor, nuestras propias vidas son la materia prima del arte de vivir. La filosofía no está reservada a los viejos sabios, sino que es un oficio esencial para todo aquel que quiera aprender a vivir (y morir) bien. Cada situación representa un bloque de mármol que podemos esculpir y modelar, de modo que a lo largo de la vida lleguemos a dominar nuestro oficio. Esto es básicamente lo que hace el estoicismo, nos enseña a alcanzar la excelencia en la vida, nos prepara para enfrentarnos a la adversidad con calma y, en resumen, nos ayuda a esculpir una buena vida y a disfrutar de ella.
¿Qué hace que alguien sea bueno en el arte de vivir? Según Epicteto, no es por ser rico, tener un alto cargo o saber mandar. Tiene que haber algo más. Al igual que alguien que quiere ser bueno en caligrafía tiene que estudiar y practicar mucho, o alguien que quiere ser bueno en música debe aprender solfeo, alguien que quiere ser bueno en vivir debe tener un buen conocimiento de cómo vivir. Tiene sentido, ¿verdad? Séneca, otro importante filósofo estoico que conoceremos en el capítulo 2, decía que «[el filósofo] es el que sabe lo fundamental: cómo vivir».
La palabra «filósofo» en griego significa literalmente «amante de la sabiduría», alguien que ama aprender a vivir, alguien que quiere alcanzar auténtica sabiduría sobre cómo vivir su vida. Como ya nos dijo Epicteto, si queremos llegar a ser buenos en la vida, debemos alcanzar el conocimiento sobre cómo vivir. Esto puede sorprenderte, pero la filosofía es realmente una cuestión de práctica, de aprender a esculpir nuestra vida. Pensar y filosofar sobre el bloque de mármol no nos enseñará a utilizar hábilmente el cincel y el mazo. Los estoicos se preocupaban especialmente por aplicar la filosofía a la vida cotidiana. Se veían a sí mismos como verdaderos guerreros de la mente y pensaban que la mejor manera de estudiar filosofía era ponerla en práctica.
Esta es una gran comparación realizada por el autor Donald Robertson en su libro The Philosophy of Cognitive Behavioural Therapy. 1 Dice que, en la Antigüedad, el filósofo ideal era un auténtico guerrero de la mente, pero en los tiempos modernos, «el filósofo se ha convertido en algo libresco, no un guerrero, sino un mero bibliotecario de la mente». Recuerda al viejo y gris profesor de filosofía. Queremos ser guerreros y lo que más importa no es nuestra capacidad de recitar los principios estoicos, sino vivirlos auténticamente en el mundo real. Como Epicteto decía a sus alumnos: «Si no habéis aprendido estas cosas para llevarlas a la práctica, ¿para qué las habéis aprendido?» Seguía diciendo que ellos (sus alumnos) no tenían suficiente deseo y coraje para salir al mundo real y demostrar la teoría en la práctica, «por eso me gustaría escaparme a Roma para ver a mi luchador favorito en acción. Él, al menos, pone en práctica la estrategia».
La verdadera filosofía es una cuestión de poca teoría y mucha práctica, como la lucha en la antigüedad y el surf en el mundo moderno. Recordemos que el surf se puede practicar en el agua después de unas lecciones teóricas rápidas en la playa. Las olas grandes son mejores maestras que los pesados libros de texto. Y el estoicismo exige exactamente eso, salir al mundo real y aplicar con decisión lo que hemos aprendido en el aula. Nuestras vidas constituyen un campo de entrenamiento perfecto para la práctica diaria, con sus incontables olas verdes 2 y sus bloques de mármol en blanco.
Esta dimensión práctica del «arte de vivir» del estoicismo tiene dos promesas principales: en primer lugar, nos enseña a vivir una vida feliz y fluida y, en segundo lugar, a mantener la resistencia emocional suficiente para conservar la felicidad y la fluidez incluso ante la adversidad. Vamos a sumergirnos en la primera promesa y a abordar la primera de esas palabras aterradoras: eudaimonía.
«Excava en tu interior. Dentro se halla la fuente del bien, y es una fuente capaz de brotar continuamente, si no dejas de excavar.»
Marco Aurelio
Imagina la mejor versión de ti mismo. Mira en tu interior. ¿Puedes visualizar esa versión excelente de ti, la que actúa correctamente en todas las situaciones, la que no comete errores y parece imbatible? Si eres como yo y cada día intentas mejorar, probablemente ya conoces esa versión ideal de ti mismo. Pues bien, en griego, esta mejor versión sería el daimon, un espíritu interno o chispa divina. Para los estoicos y todas las demás escuelas de la filosofía antigua, el objetivo último de la vida era la eudaimonia, llegar a ser bueno (eu) con tu daimon interior. (No confundir con el demon, que es un espíritu malo).
Los estoicos creían que la naturaleza quiere que nos convirtamos en esa versión más elevada de nosotros mismos. Por eso, el daimon interior (o chispa divina) ha sido plantado dentro de todos nosotros como una semilla, para que tengamos en nuestro potencial natural el convertirnos en esa versión más elevada de nosotros mismos. En otras palabras, es nuestra naturaleza completar lo que ha nacido con esa semilla divina y desarrollar nuestro potencial humano. Llegar a estar bien con nuestro daimon interior, vivir en armonía con nuestro yo ideal es, por tanto, acercarse lo más posible a ese yo de gran potencial.
Debemos reducir la distancia entre lo que somos capaces de ser (nuestro yo ideal) y lo que somos realmente en ese momento. ¿Cómo podemos hacerlo? Los estoicos también tenían una palabra para eso: areté. En pocas palabras, areté se traduce directamente como «virtud» o «excelencia», pero tiene un significado más profundo, algo así como «expresar la versión más elevada de uno mismo en cada momento». Profundizaremos en ello en el capítulo 3, pero ya puedes ver que el estoicismo se ocupa de tus acciones de cada momento y de vivir lo más cerca posible de tu yo ideal.
El objetivo general de los estoicos era la eudaimonía: estar bien con tu daimon interior, vivir en armonía con tu yo ideal, expresar tu versión más elevada de ti mismo en cada momento. ¿Pero qué significa eso exactamente? La traducción más común de la palabra griega eudaimonia es felicidad. Sin embargo, las traducciones «florecer» o «prosperar» captan mejor el significado original, porque indican una acción continua: sólo puedes estar bien con tu daimon cuando tus acciones de cada momento están en armonía con tu yo ideal. Prosperas al vivir bien, y sólo como consecuencia de ello te sentirás feliz.
La eudaimonía se refiere más a la calidad general de la vida de una persona que a un estado de ánimo temporal como la felicidad. Es una condición en la que la persona prospera, vive óptimamente y es supremamente feliz. Como dice Zenón, el fundador del estoicismo, «la felicidad es una vida que fluye suavemente». Esto implica que tu vida, en general, fluye sin problemas. Podríamos decir que la eudaimonía es una vida feliz y fluida. La vida fluida que proviene de prosperar realizando cada una de nuestras acciones en armonía con nuestro ser más elevado.
Esta promesa de eudaimonía implica que estamos armados con todo lo que necesitamos para enfrentarnos a cualquier reto de la vida. Si no, ¿cómo podemos seguir siendo felices cuando la vida se pone difícil? Porque la vida es bastante fácil cuando las cosas van bien, sólo se vuelve ardua cuando las cosas parecen volverse contra nosotros, cuando nos enfrentamos a dificultades y desafíos. Esto nos lleva a la segunda promesa del estoicismo: la filosofía nos entrena para ser capaces de afrontar todos los obstáculos con la mentalidad adecuada para que la vida siga transcurriendo sin problemas.
Promesa n.º 2: Resiliencia emocional
«Soportar las pruebas con una mente tranquila le quita a la desgracia su fuerza y su carga.»
Séneca
«¿Pero qué es la filosofía?», se pregunta Epicteto. «¿No significa prepararse para afrontar las cosas que nos sobrevienen?» Sí, dice, la filosofía nos prepara para soportar lo que ocurra. «De lo contrario, sería como el boxeador que abandona el ring porque ha recibido algunos golpes.» En realidad, podríamos abandonar el cuadrilátero sin ninguna consecuencia, pero ¿qué pasaría si abandonáramos la búsqueda de la sabiduría? «Entonces, ¿qué deberíamos decir ante cada prueba a la que nos enfrentamos? Para esto me he entrenado, ¡esta es mi disciplina!» Oye, un boxeador que recibe un puñetazo en la cara no abandona el ring, es para lo que se preparó, es su disciplina. Y lo mismo ocurre con los filósofos; el hecho de que la vida nos dé bofetadas, patadas, escupitajos y golpes no significa que debamos rendirnos y abandonar, sino volver a levantarnos y seguir mejorando. Así es la vida, es como nuestro ring de boxeo, los golpes y las patadas son lo que hemos venido a hacer, esta es nuestra disciplina. «Una prosperidad intacta no puede soportar ni un solo golpe», dice Séneca, pero un hombre que ha pasado por innumerables desgracias «adquiere una piel encallecida por el sufrimiento». Este hombre lucha hasta el final y sigue peleando incluso de rodillas. Nunca se rendirá. A los estoicos les encantaban las metáforas de lucha, por eso Marco Aurelio también dice: «El arte de vivir se parece más a la lucha que a la danza». Tenemos que estar preparados para los ataques inesperados. Nadie abordará nunca a un bailarín. El bailarín nunca se verá abrumado por la adversidad como un luchador. Así que, como guerreros-filósofos, sabemos que la vida será un reto. En realidad, deberíamos incluso frotarnos las manos y estar deseando recibir algunos golpes, sabiendo que nos harán más fuertes y curtirán nuestra piel.
Por eso debemos estar dispuestos a comprometernos y entrenarnos en esta lucha que llaman vida. Porque queremos ser fuertes y vivir una vida feliz y fluida. Queremos tener el control de nosotros mismos y de nuestras acciones cuando la vida se pone difícil. Queremos ser una fortaleza inexpugnable incluso en el momento álgido de un ataque de ira. Cuando a los demás les entra el pánico, queremos mantenernos tranquilos, con los pies en la tierra, y ser capaces de ser tan buenos como sea posible.
Practicar el estoicismo nos ayuda a desarrollar las herramientas necesarias para enfrentarnos de la manera más eficaz posible a cualquier golpe que nos dé la vida. No importa lo que ocurra en nuestras vidas, estamos preparados para cualquier cosa: estamos preparados para recibir ganchos y golpes laterales, no rendirnos nunca y sacar lo mejor de nosotros mismos. Esta es la promesa de la filosofía estoica. Sin embargo, ahora mismo, si te dan un puñetazo en la cara, ¿qué pasaría? Te dejarías llevar por tus emociones. Como haría cualquiera, te defenderías con rabia o, más probablemente, te pondrías a llorar. Los estoicos consideraban las emociones fuertes como nuestra máxima debilidad, especialmente cuando dejamos que dicten nuestro comportamiento. Son tóxicas para la eudaimonía y están en la raíz de todo el sufrimiento humano. Desgraciadamente, según los estoicos, la mayoría de nosotros estamos esclavizados por las pasiones, es decir, las emociones negativas fuertes, como el miedo irracional, la pena o la ira. Por eso muchos de nosotros somos desgraciados y estamos lejos de parecernos a una fortaleza, lejos de estar en armonía con nuestro yo ideal. Nuestras pasiones nos hacen actuar mucho peor de lo que somos capaces.
Si queremos ser capaces de actuar como nuestro yo ideal, dicen los estoicos, tenemos que mantener nuestras emociones bajo control, tenemos que domarlas para que no se interpongan en la buena vida. «No, gracias, no puedo permitirme el lujo de entrar en pánico ahora mismo.»
Domesticar las emociones restrictivas (≠ Sin emociones)
La promesa de la filosofía estoica incluye tanto la vida supremamente feliz (eudaimonía) como la preparación (estar preparado para todo) para afrontar eficazmente lo que la vida nos depare. Sin embargo, sólo podemos enfrentarnos a los desafíos de la vida cuando somos emocionalmente resilientes y no dejamos que nuestras emociones tiren de nosotros.
Por eso es necesario avanzar hacia la dominación y la superación de los deseos y las emociones perturbadoras, para que, como dice Séneca, el brillo del oro no deslumbre nuestros ojos más que el destello de una espada, y para que podamos apartar fácilmente lo que los demás anhelan y temen. Esta superación de las propias emociones en ocasiones se denomina «terapia de las pasiones» estoica y podría ser la razón por la que Epicteto dijo: «La escuela es para el filósofo lo que la clínica es para el médico».
Ahora bien, si imaginamos que la clínica de un médico tiene un diván, entonces, con un poco de cliché, obtenemos la habitación de un psicoterapeuta. En la época de Epicteto, cuando tenías problemas con tu mente o tu alma, no veías a un psiquiatra sino a un filósofo, que eran los médicos de la mente. Los estoicos eran grandes observadores de la mente humana y, de hecho, tenían importantes conocimientos psicológicos. Se dieron cuenta, por ejemplo, de que lo que hace que los insultos sean hirientes no es su contenido, sino cómo los interpretamos. Tenían una correcta comprensión de nuestra mente y desarrollaron técnicas psicológicas para prevenir y tratar las emociones negativas (la mayoría de estas técnicas se tratarán en la segunda parte de este libro).
Aunque el estoicismo es una filosofía, tiene un importante componente psicológico. Muchas de sus creencias, como el objetivo de prosperar como seres humanos, van de la mano con la investigación moderna en Psicología Positiva; esto es algo que encuentro muy intrigante sobre el estoicismo. Está más allá del alcance de este libro examinar la ciencia que hay detrás de las ideas estoicas, pero si lees un libro de Psicología Positiva, verás la consonancia (La felicidad como ventaja de Shawn Achor es un comienzo fantástico 3).
Al igual que hay dolencias en el cuerpo, las hay en la mente; y los estoicos eran muy conscientes de ello. Decían que es imposible prosperar en la vida mientras uno se sienta atormentado por emociones irracionales. Por lo tanto, necesitamos apatheia, la capacidad de superar estas interferencias emocionales. De ahí viene la palabra «apatía», y es una de las principales razones del clásico malentendido de que los estoicos eran en cierto modo poco emocionales o buscaban suprimir sus sentimientos. La otra razón de ese malentendido proviene de la palabra estoico, en minúscula, que significa «aguantar» o reprimir las emociones, y no tiene absolutamente nada que ver con el Estoicismo en mayúscula, del que trata este libro. Despejemos este malentendido de «los estoicos no tienen emociones» ahora mismo.
El estoicismo no tiene nada que ver con suprimir u ocultar las emociones o no tenerlas. Más bien se trata de reconocer nuestras emociones, reflexionar sobre lo que las causa y aprender a redirigirlas para nuestro propio bien. En otras palabras, se trata más bien de desesclavizarnos de las emociones negativas, dominarlas en lugar de deshacernos de ellas.
Imagina que las emociones fuertes son como tu lobo interior: inmensamente poderoso cuando se le deja libre y capaz de arrastrarte a donde quiera. Las emociones activan una tendencia a la acción: cuando estás enfadado, por ejemplo, tienes tendencia a apretar los puños, gritar y lanzar cosas. Básicamente, cuando el lobo interior está enfadado, nos dejamos llevar por él, y entonces seguimos ciegamente el impulso de actuar y actuamos. Sin embargo, los estoicos descubrieron que no necesitamos seguir ese impulso. Podemos entrenarnos para actuar con calma a pesar de estar enfadados, actuar con valor a pesar de sentir ansiedad, e ir hacia el este aunque el lobo tire hacia el oeste.
Afortunadamente, no necesitamos fingir que el lobo no está ahí, ni siquiera matarlo (lo cual, en cualquier caso, no es posible). Los estoicos quieren que dominemos y conozcamos a ese lobo. Que, en lugar de dejar que dicte nuestras acciones cuando está enfadado, ansioso o hambriento, actuemos con calma a pesar de la ira. Puede gruñir y aullar todo lo que quiera, no le temeremos y actuaremos de acuerdo con nuestra decisión. El lobo ya no tendrá voz en nuestras decisiones a pesar de sentir el impulso de actuar.
El objetivo no es eliminar todas las emociones, el objetivo es no dejarse abrumar por ellas a pesar de su inmenso poder. Sentimos al lobo emocional, pero seguimos nuestro camino a pesar de que tira en otra dirección. «Vale, el lobo quiere perder el control, pero ¿de qué serviría?», nos decimos. Nos elevamos por encima de nuestras emociones, podemos oírlo gruñir, pero sabemos que no tenemos que escucharlo ni seguirlo.
Los estoicos no eran personas sin emociones y con el corazón de piedra. Reconocían que los deseos y las emociones forman parte de la naturaleza, pero que está en nuestras manos elevarnos por encima de ellas y no dejar que nos perturben (demasiado). «Ninguna escuela tiene más bondad y gentileza; ninguna tiene más amor por los seres humanos», dice Séneca. «Nos asigna la tarea de ser útiles, ayudar a los demás y cuidar, no sólo de nosotros mismos, sino de todos». Los estoicos sí se preocupan por sus seres queridos y por sus conciudadanos; dominan sus emociones para no dejarse abrumar irracionalmente por ellas. Como dice Séneca, no tiene ningún mérito «soportar lo que uno no siente». El autor estoico Donald Robertson lo explica muy bien: «Una persona valiente no es alguien que no siente ningún miedo, sino que actúa con valor a pesar de sus temores».
Los estoicos quieren que conquistemos nuestras pasiones haciéndonos más fuertes que ellas y no eliminándolas. Siempre sentiremos cómo despierta el lobo emocional, pero podemos entrenarnos para reconocer el impulso a seguirle la corriente, y luego elegir conscientemente si hacerlo o no. El estoicismo nos ayudará a reducir la invasión de emociones negativas y, al mismo tiempo, a experimentar más emociones positivas, como la alegría o la tranquilidad. Es importante tener en cuenta, sin embargo, que, para los estoicos, estas emociones positivas son más un plus que un objetivo en sí mismo. Veamos más de cerca la tranquilidad como consecuencia de la práctica del estoicismo.
Practicar el estoicismo y conseguir más tranquilidad como consecuencia
Puede resultar sorprendente, pero el estoicismo es una filosofía de vida bastante alegre. Cuando lees a los estoicos, te encuentras con personas felices y optimistas que disfrutan plenamente de lo que la vida les ofrece. No eran impasibles, simplemente reconocían que las emociones fuertes eran su debilidad y se interponían en su camino para vivir todo lo bien que podían.
Recuerda que el objetivo final de la vida es la eudaimonía, la vida feliz y fluida que proviene de prosperar expresando tu yo ideal momento a momento. Si estás esclavizado por tu lobo emocional, entras en pánico y sigues tus impulsos, que están muy por debajo de lo que eres capaz. Por eso los estoicos quieren que minimicemos los efectos que las emociones fuertes tienen en nuestras vidas, quieren que domemos a ese lobo para que podamos permanecer al volante en todo momento en lugar de dejar que el lobo tome el control cuando quiera. Sólo entonces podremos expresar nuestra versión más elevada y, por fin, vivir una vida feliz y fluida.
Cuando no somos esclavos de nuestras emociones, podemos expresar la versión más elevada de nosotros mismos en todo momento. Cuando lo hacemos, simplemente no hay lugar para el arrepentimiento, el miedo o la inseguridad. Lo que resulta de esto es un efecto secundario realmente útil: tranquilidad. En el agitado mundo actual, es lo que muchos de nosotros buscamos, ser capaces de mantener la calma, sentirnos confiados y seguros, incluso en medio del caos. Si practicamos el estoicismo, esto es exactamente lo que obtenemos como consecuencia. Es una consecuencia porque no es lo que los estoicos buscaban en primer lugar. No buscaban la tranquilidad, buscaban la eudaimonía, y la tranquilidad vino como un premio añadido (y bienvenido). Así que no sería realmente coherente con el estoicismo practicarlo con el fin de alcanzar la tranquilidad.
¿Qué es la tranquilidad? Séneca habla del poder de la eutimia en sus cartas clásicas. Nos dice que la eutimia, que se traduce como tranquilidad, consiste en conocer el camino y recorrerlo. Es la sensación que tenemos cuando confiamos verdadera y totalmente en nosotros mismos. Estás seguro de que lo que haces es correcto y no necesitas escuchar la palabrería de los demás. No necesitas dudar ni compararte con los demás todo el tiempo. Confías en lo que haces porque te esfuerzas al máximo y vives de acuerdo con tus valores y sabes que es lo único que puedes hacer.
Es la confianza tranquila que sientes cuando vives tu ser auténtico en consonancia con tus valores más elevados. Consigues esa paz mental, dice Séneca, porque tienes una norma inmutable para la vida, no como los demás, que «se separan, vuelven, fluctúan constantemente entre deseos opuestos, porque se guían por la opinión vulgar, que es inconstante».
El estoicismo te dará muchas anclas a las que aferrarte, para que puedas encontrar tu camino y recorrerlo con seguridad. Esto hará que adquieras una tranquilidad interior, una confianza serena en todo momento, incluso cuando la vida se ponga difícil y muestre su peor cara. Porque sabes por qué haces lo que haces. Tienes la seguridad interior de que estás haciendo lo correcto y, pase lo que pase, eres firme como una fortaleza, y nada puede derribarte.