EMPEZAMOS CON UNA TARDE MACABRA

Es una historia horrible y el único modo de contarla es este: dos chicas se enamoran y una nube de avispas maldice el lugar para siempre.

Tal vez pienses que ya conoces esta historia por la película. No es así, pero pronto lo descubrirás. De momento, deja que te hable de la Vespula maculifrons: la avispa de chaqueta amarilla del este. Si te estás imaginando una abejita benévola que zumba sobre las páginas de color pastel de un libro infantil, estás equivocado.

Las avispas son agresivas cuando se las provoca, implacables a la hora de defender su hogar subterráneo. No hacen miel; en su lugar, te puedo ofrecer la pasta de insectos disecados que usan para construir sus casas.

Las obreras de la colonia son todas hembras estériles de aguijones punzantes, y en otoño, cuando han acabado su trabajo y sienten que se avecina el frío que les traerá la muerte, solo quieren revolotear, aburridas, y atiborrarse de carbohidratos. (¿Eso no lo hacemos todos?). Bueno, como también se alimentan de carroña, hay quien las llama «abejas carnívoras». Es técnicamente incorrecto, pero suena bien.

Lo más importante aquí es que debes saber que, cuando están en peligro, las avispas sueltan una feromona que puede atraer a miles de sus amigas enojadas para que las ayuden a ir a por ti.

En este caso, «ti» era Clara Broward y, madre mía, lo enamorada que estaba de Florence «Flo» Hartshorn. Y madre mía si molestaba este hecho al miserable primo de Clara, Charles, que la perseguía por el frondoso bosque que rodeaba la escuela Brookhants para chicas. El aire de ese bosque estaba cargado con el aroma a podredumbre de los helechos, a mareas oceánicas, a pulpa de manzana y a tierra húmeda. Y aparte de eso, vibraba con el zumbido de las avispas. Probablemente ya hubiera algunas arremolinándose alrededor de Clara como motas de polvo que salen despedidas al sacudir una alfombra. Su zumbido se enlazaba con los latidos de Clara cuando sus pasos distraídos la llevaron hasta un claro y al huerto de manzanas Black Oxford, donde una tormenta reciente había derribado las frutas que ahora se pudrían por el calor.

Hacía calor, era un día húmedo y gris, uno de esos días de finales de verano que se resisten a la llegada del otoño. Y allí, esperando en el huerto entre las manzanas negras y podridas, recostada contra un árbol y con un poco de zumo goteándole por la barbilla, estaba Flo, el amor de la joven vida de Clara. Una vida que estaba a punto de terminar.

Dos vidas que estaban a punto de terminar. Advertido quedas, lector.

Sabemos que corría el año 1902 en el estado más pequeño de la nación: Rhode Island. Sabemos que el semestre de otoño había empezado hacía seis semanas. Y sabemos que Clara tomó ese camino del bosque, en dirección al huerto, porque varias de sus compañeras la vieron. Acababa de volver al campus tras haber pasado el fin de semana en casa de sus padres en Newport, al otro lado de las aguas, una casa que estaban preparando para cerrar durante la temporada.

El primo Charles fue el encargado de llevar a Clara al campus. Varias estudiantes se habían percatado porque la llevó en algo nuevo y ruidoso incluso para la población adinerada de Brookhants: un coche de gasolina. Y no era cualquier coche, era un Winton, como el de los Vanderbilt, que era exactamente por lo que Charles había ido y se había comprado el maldito vehículo con las estúpidas gafas de conducción que venían con él. Y, por supuesto, las llevaba cuando entró por las puertas de Brookhants y, al frenar, se las subió tirándose el pelo hacia atrás y formó un horrible nido en su cabeza. Puede que, de hecho, más tarde algunas de las chicas dijeran que se lo veía elegante y refinado, pero de momento ignoremos sus, claro está, equivocadas opiniones.

Lo importante es que Charles y Clara estaban discutiendo cuando llegaron. Y siguieron discutiendo, dijeron las testigos, mientras aparcaba el ruidoso artilugio en el camino circular delante de la entrada principal. Parecían infelices al despedirse. Charles bajó a toda prisa del coche y sacó las pertenencias de Clara solo para dejarlas caer en el suelo mientras continuaba sermoneándola. Luego volvió a subir al asiento del conductor con expresión enojada, los brazos cruzados sobre el pecho y el rostro amargo como un limón y rojo como un tomate.

Pero ignorando las órdenes que le acababan de dar, Clara no se agachó a recoger sus cosas como se habría esperado de ella.

Como Charles esperaba de ella.

En lugar de eso, dejó el montón de ropa y cajas y caminó unos metros hasta un grupo de compañeras boquiabiertas. Les preguntó dónde podía encontrar a Flo. Algunas estudiantes, entre ellas Eleanor Faderman 2, de tercer año, le dijeron que mirara en el huerto. Que Flo había ido hacia allí un rato antes.

Con esta información, Clara inició su marcha por el césped, que terminaba en un campo de juego bordeado por un bosque, donde empezaba el camino hacia el huerto.

Durante esos momentos, el estúpido de Charles seguía sentado tras el volante, con el fantástico motor encendido. Pero no se puso las gafas para alejarse del campus. En lugar de eso, vigilaba a Clara. Observaba, incrédulo, cómo se alejaba de él y se dirigía hacia los árboles.

Y entonces desapareció por completo por la boca oscura que formaba la entrada del camino.

Aquí es donde empiezan a diferir los relatos de sus compañeras. Algunas insistían en que Clara sabía que su primitivo primo había salido del coche para ir tras ella. Otras afirmaban que echó a correr incluso antes de llegar al bosque, al ver o notar que Charles se acercaba rápidamente a ella.

Otras decían que no lo sabía, que no lo había visto.

Y la propia Clara nunca pudo decir nada al respecto.

Por supuesto, estaría sudando por el calor que hacía aquella tarde y eso llamó a las primeras chaquetas amarillas que la encontraron. Y, por desgracia, su atuendo, el vestido de día con encaje y las bailarinas, no eran lo más adecuado para una actividad como correr por el bosque. Aunque, a decir verdad, a Clara su ropa le parecía a menudo inadecuada para hacer actividades con Flo, normalmente porque llevaba demasiada ropa puesta.

La propia Flo resolvía el problema de la ropa inadecuada de las mujeres poniéndose las prendas viejas de su hermano mayor. O a veces, la madre de Flo, si no se había gastado toda la asignación mensual de los abuelos, incluso le compraba un par de pantalones o botas de hombre. Pero la madre de Flo era escultora y sus amigos eran artistas, la mayoría europeos. Le gustaba encontrar formas de burlar las convenciones y, por lo general, apoyaba los instintos de su hija. (Lector, esto era cuando se acordaba de que tenía una hija).

Por otra parte, los padres de Clara eran la cuarta generación de estadounidenses criados bajo las convenciones de su clase social bañada en oro. Unas inversiones inteligentes en acero y madera bastaron para ver cómo su riqueza heredada crecía hasta alcanzar números tan altos que no podían ni concebirlos. Como resultado tenían un meticuloso respeto por el cumplimiento de las reglas y los sistemas de los que se beneficiaban. Todo ello hacía que se sintieran bastante seguros de su posición dentro del orden social, y la seguridad era el sentimiento favorito de la madre de Clara, superado solo por la virtuosidad de la feminidad. Al fin y al cabo, era la tía preferida del primo Charles.

Aquella terrible tarde, Charles, queriendo frenar a Clara, tal vez la había llamado para anunciar su presencia. Seguramente, su voz la había alarmado tanto como un fantasma en mitad de una divagación. De repente el camino era más estrecho, las ramas más bajas eran como garras, y su respiración, poco profunda para el ritmo de sus pasos.

Incluso antes de que pasara lo que pasó, las alumnas de Brookhants tenían muchas historias sobre el bosque. Contaban relatos sobre Samuel y Jonathan Rash, los hermanos que habían cultivado el terreno más de cien años antes, historias sobre su enemistad llena de rencor y la extraña torre resultante.

Las alumnas también contaban historias sobre la niebla que se acumulaba y colgaba sobre el bosque, gris y pesada como un saco sumergido en un pozo. Soplaba desde el océano para acomodarse sobre cada hoja y espina, llenando huecos y cavidades, permaneciendo demasiado tiempo y escondiéndose en exceso. Y, por supuesto, tenían historias sobre las chaquetas amarillas que estaban siempre por todas partes y cuyo zumbido te perseguía. Las alumnas decían que el bosque estaba maldito. El bosque era la fuente de aquellas criaturas nocturnas y siniestras que podían escabullirse, atravesar el césped, subir por las enredaderas que cubrían la pared y entrar por tu ventana abierta hasta colocarse a los pies de tu cama, tu estómago, tu almohada.

Pero había que cruzar el bosque para llegar al huerto, y normalmente, al menos para Clara, todas las veces anteriores el huerto había valido la pena.

El huerto con Flo, y las manos y la boca de Flo.

Cabe mencionar que algunas estudiantes también contaban historias sobre Flo y Clara. Había unas cuantas chicas que las conocían bien, sus amigas, que se habían unido a su club: la Sociedad de las Heroínas Sencillas y Perversas. Y había otras, muchas otras, que las admiraban. Algunas probablemente las envidiaban. Pero también había un grupo, pequeño pero no insignificante, de chicas que se sentían molestas con ellas, y estaban recelosas, recelosas de sus ideas, sus pasiones y la valentía con la que las expresaban.

Puede que este pequeño pero no insignificante grupo incluso les temiera.

La Black Oxford es una manzana más asociada con la zona de Maine que con Rhode Island. Era una variedad anticuada e inusual, incluso en 1902, pero todavía se la podía encontrar en varios lugares de Nueva Inglaterra. Brookhants era uno de esos lugares. En sus huertos había más de veinte árboles que daban manzanas negras como ciruelas, como si las hubiera plantado una bruja de un cuento de hadas 3. El huerto era un lugar que, antes de Flo, Clara solo había visitado una o dos veces durante los años anteriores que había asistido a Brookhants. Pero llegó el momento de comer manzanas negras, llegaron los besos suaves y los besos apasionados, llegó la joven cosmopolita de voz y pasos seguros que dominaba el italiano y sabía algo de francés, y en general, llegó la causante de delirios: Flo. Y llegó el libro de Mary MacLane. Y todo cambió.

Aunque no en ese orden, el libro llegó primero.

De esto también discutían después las testigos: ¿llevaba Clara el libro consigo cuando se adentró en el bosque aquel día?

Es indiscutible que se encontró un ejemplar, muy querido, subrayado y con páginas marcadas, cerca de los cuerpos. Al quitar la sobrecubierta de La historia de Mary MacLane, las escandalosas memorias de su homónima de diecinueve años, se pudo advertir que la encuadernación era de un rojo profundo. Un libro rojo no es difícil de ver cuando se lo deja de manera casi indecente abierto contra un grupo de helechos tan grandes que parecen sombrillas verdes a medio desplegar. Incluso en una escena tan espantosa, el libro destacaba. Más tarde se habló mucho de la parte subrayada de la página en la que estaba abierto:

He vivido diecinueve años enterrada en un entorno totalmente diferente a mis instintos naturales, donde jamás se toca mi vida interior y mi compasión no es apelada nunca o casi nunca. Nunca revelo mis verdaderos deseos ni la textura de mi alma. Nunca, es decir, a nadie excepto a mi única amiga, la dama anémona.

Y por eso, todos los días de mi vida desempeño un papel, guardo un conjunto inmenso de cosas bajo mi superficie.

No era ningún secreto en el campus la fascinación de Flo y Clara por ese libro y por Mary MacLane en general. Como probablemente ya sepas, crearon la Sociedad de las Heroínas Sencillas y Perversas para mostrar su devoción.

Pero quién llevó el libro al bosque ese día no está tan claro como que había un ejemplar con ellas en sus últimos momentos. Algunas testigos dicen que Clara no llevaba nada cuando salió del coche, mientras que otras juran que llevaba el libro en la mano cuando atravesó el césped. Aunque como se la había visto frecuentemente con el libro a lo largo de aquel curso, es normal preguntarse si se podían haber imaginado esa parte.

Al fin y al cabo, era el libro, el que las unió a Flo y a ella, el que decía, en una página, lo que Clara pensaba que eran sus pensamientos privados cuando estaba sola. Era el libro que Clara a menudo creyó que, de verdad, podría haber escrito ella misma. Podría habérselo cosido a la mano y no notar su peso.

Y si le hubieras preguntado a la madre de Clara, te habría dicho que podría haber tenido ese libro tan vil cosido a la mano durante todo el verano en Newport porque, día tras día, seguía en su sitio.

Más adelante, cuando se investigó el equipaje de Clara, que había quedado en el suelo al lado del coche 4 donde Charles lo había tirado, no se encontró ningún ejemplar de La historia de Mary MacLane, lo cual parecía sugerir que Clara Broward se había llevado el libro con ella al bosque aquel día.

Parecía sugerir eso, excepto por un detalle: en una carta que envió tras la desafortunada muerte de su hija, la señora Broward le contó a su hermana, con todo detalle, el frío descanso que había sentido al quemar el odioso libro de Clara entre las llamas de la chimenea de su habitación. Escribió que había empezado por la primera página, la había arrancado y la había echado al fuego, y había continuado hasta que la roja encuadernación había quedado vacía, como una boca sin dientes. Y luego había quemado la boca vacía.

La señora Broward creía que lo había hecho con la única copia de las memorias de Mary MacLane que poseía su hija.

Por supuesto, todo esto se descubrió más tarde.

Tal vez ya sepas que, cuando la historia de las muertes de Flo y Clara llegó a la prensa, a la propia Mary MacLane, que se alojaba en un hotel a orillas del mar en Massachusetts, le pidieron que hiciera una declaración. Alegan que dijo: «Me habría gustado conocer a esas chicas». Era poco característico de Mary MacLane hacer una declaración tan corta a la prensa en aquellos días, pero era también lo que las dos habrían querido escuchar de ella.

Antes de continuar, una cosa más sobre el libro que se encontró junto con los cuerpos. Pasó por las manos de la facultad, de la policía, de los Pinkerton e incluso de los afligidos parientes de Flo y Clara, aunque ninguno de ellos admitió que perteneciera a su pariente. Y luego, no mucho tiempo después, desapareció. Desaparecido oficialmente. Perdido. Imposible de localizar: esto se decía cuando los reporteros preguntaban por él porque estaban seguros de que habían pasado algo por alto la primera vez y querían echarle otro vistazo.

Ni siquiera la directora Libbie Brookhants 5 pudo encontrarlo. Era la joven y competente fundadora de la escuela. Conocía el terreno y los edificios mejor que cualquier otra persona viva, y, según dijo a los reporteros recelosos, se había propuesto buscar el libro en todos los rincones del campus en los que podía haber acabado, pero no hubo manera de hallarlo.

El libro había desaparecido.

Esta parte no será más agradable por mucho que me detenga, así que será mejor que continuemos. Para que lo sepas, los hechos, tal como son, se vuelven más confusos de aquí en adelante.

Por el lugar en el que se encontró a las chicas, sabemos que en algún momento Clara se desvió del camino del huerto. No se sabe si fue por el aumento de velocidad de Charles o por alguna táctica para prevenir que justamente eso sucediera, pero resultó ser una elección fatídica.

Sin duda, ese camino tenía sus propias dificultades, pero esa vez, las ramas caídas por la tormenta de granizo y los abundantes matorrales se enganchaban con la suave tela del vestido de Clara y la hacían tropezar. Cuando la encontraron, tenía la falda llena de espinas y ramitas, rasgada por aquello que la había atrapado en el sotobosque.

De hecho, Clara parecía dirigirse directamente a una sección del bosque a la que las alumnas llamaban el Matorral Tramposo, un área con un crecimiento extrañamente denso, con árboles más frondosos y zarzas más espinosas, alimentadas por una fuente termal. Se decía que incluso en invierno, cuando la nieve cubría el resto, el suelo de aquella zona permanecía descongelado, los helechos seguían siendo verdes y exuberantes y era posible ver moras maduras.

Quizá pensando que encontraría un refugio, Clara se abrió camino lentamente a través de los matorrales. Y si se hubiera girado hacia atrás de vez en cuando para comprobar si Charles la seguía, desquiciado, habría perdido aún más tiempo.

Aunque se había salido del camino, los dos primos estaban suficientemente cerca del huerto y de Flo como para que ella escuchara los gritos. Los chillidos. Probablemente por eso haya corrido hacia ellos, esperando encontrarse con Clara pero topándose primero con Charles. Cuando sacaron al estúpido Charles del bosque, tenía un ojo morado y la cara ensangrentada por algo más que picaduras.

«Me atacó como un oso borracho», le dijo a un reportero del Providence Daily Journal. Hablaba de Flo, quien declaró que lo había agredido. En una entrevista concedida desde la cama dijo que era: «Una auténtica bestia. Más animal que chica. Tenía algo en la mano, una piedra o un palo». También decía que el modo en que ella había actuado demostraba que él tenía razón y que lo que le había dicho anteriormente a Clara sobre Flo era innegablemente cierto. «¡Esa chica no era una dama! Era una bastarda y una delincuente, una extranjera que ejercía su depravada influencia sobre mi prima. Clara tenía una mentalidad demasiado femenina para verlo».

Cuando le preguntaron por qué perseguía a su prima en primer lugar, Charles había dicho, como si fuera algo obvio: «La conversación no había acabado de un modo satisfactorio para mí. Y ella me desafió, haciéndome quedar mal ante sus compañeras. Sabía que su madre, mi querida tía, querría que corrigiera su insolencia de una vez. Y lo hice».

Charles explicó que, durante el fin de semana que había pasado en casa, Clara había recibido un ultimátum de su familia sobre su futuro comportamiento en Brookhants: si quería seguir en la escuela durante su último año y graduarse con su clase, tenía que cortar su amistad con Florence Hartshorn y acabar con todas las actividades relacionadas con Mary MacLane. (Y como sabes, la señora Broward creía que incluso poseer un ejemplar del libro era una actividad relacionada con ella).

El miserable de Charles admitió que Flo lo había atacado, pero por qué y cómo no estaba nada claro ni en 1902 (y se especuló mucho sobre ello) ni hoy. ¿Fue solo para que dejara de perseguir a Clara? ¿O Flo había presenciado algo más entre ellos? ¿Algo peor? ¿Y cuándo lo hizo exactamente? ¿Antes del ataque de las avispas o cuando este ya se estaba produciendo?

Porque al final, lector, todo gira en torno a las avispas. Te lo he dicho al principio.

Lo que le pasó a Clara en el Matorral Tramposo fue que tropezó con un tronco caído y cayó sobre un nido de chaquetas amarillas. Y no es solo que ese avispero en particular tuviera un tamaño inusual, es que era algo prácticamente imposible en un estado del norte como Rhode Island.

Se supone que las colonias de avispas en lugares situados tan al norte como Nueva Inglaterra solo duran una temporada. No sobreviven al invierno porque es una región demasiado fría y la comida escasea para todas excepto para la reina, que se alimenta con sus dulces subordinados para sobrevivir. En lugares como Florida, donde el clima es cálido incluso en enero, no es extraño que los avisperos continúen estación tras estación (durante décadas, a veces con decenas de reinas dando órdenes a las obreras) con el ciclo de nacimiento, nutrición, alimentación y construcción sucediéndose sin pausa. Pero se supone que no es así en Rhode Island, donde el invierno es frío y el suelo está cubierto de nieve.

Excepto en el Matorral Tramposo.

Así ocurrió: un nido de avispas salido de las peores pesadillas, habitáculos de papel extendidos por las capas subterráneas hasta llegar casi al tamaño de tres coches como el de Charles aparcados en fila. Clara se resbaló, apoyó el pie sobre un tronco cubierto de musgo y aterrizó en la capa superior del armazón del nido de papel, donde se hundió rápidamente hasta la rodilla y se vio obligada a detenerse. No tuvo mucho tiempo para entender qué había pasado, por qué había cedido el suelo, ya que un enjambre de avispas la rodeó, chaquetas amarillas furiosas que salían de la grieta como si formaran una cadena, zumbando hacia el cielo.

Recuerda que una chaqueta amarilla no es una abeja. Las abejas tienen un aguijón punzante que se hunde en la carne, lo que significa que solo puede picarte una vez antes de perder el aguijón y morir.

Pero las avispas, con sus aguijones suaves, pueden picarte varias veces, y lo harán.

¿Miles de chaquetas amarillas buscando venganza por su casa destrozada, picándote muchas veces?

Charles relató más tarde que escuchó los gritos de su prima, pero no tuvo tiempo de llegar hasta ella. Clara fue engullida de inmediato por el enjambre: como una momia, quedó cubierta con tiras de avispas de un palpitante color amarillo y negro que la envolvieron hasta que fue suya.

En algún momento Flo debió ir hacia Clara, supuestamente para ayudarla, y se vio enfundada en su propia capa de chaquetas amarillas. Y Charles, por supuesto, el puto Charles, huyó. Pero no antes de ponerse sus ahora muy útiles gafas de conducción. Las gafas y la huida no impidieron que lo picaran, que se hinchara por las picaduras y se desmayara por el camino que conducía a la escuela. Pero ayudaron a mantenerlo con vida.

Más tarde, el horrible Charles diría que había encontrado su propósito y un significado en el hecho de que se le hubiera perdonado la vida aquel día.

Según todos los testigos usó ese propósito para holgazanear el resto de sus días, gastándose toda la herencia, fracasando en aventuras empresariales en las que no puso mucho entusiasmo y, en general, comportándose como el bruto y adinerado montón de entrañas podridas que era. Este comportamiento duró muchos años, hasta que murió en el viaje inaugural de un gran barco que tuvo un final muy amargo 6. Pero afortunadamente esta historia no va del primo Charles, así que lo dejaremos en las turbias profundidades.

Se sabe que la muerte por anafilaxia no es agradable. Había ciertas señales de ello en los alrededores —maleza aplastada y pilas de vómito—, que demostraban que nuestras fuertes y jóvenes heroínas habían luchado juntas durante un buen rato.

Durante cuánto tiempo se aferraron Clara y Flo la una a la otra y cuánto batallaron por abrirse paso entre las chaquetas amarillas y salir del nido es algo imposible de determinar, y sería bastante complicado expresarlo con palabras aunque lo supiéramos. Dada la cantidad de picaduras que recibió cada una (muchas de ellas en la cara), no pudo haber pasado mucho tiempo hasta que ambas sucumbieron a la cada vez más espesa oscuridad de la que no despertarían.

Puede que tuvieran la oportunidad, en sus últimos momentos, de decirse cuánto significaban la una para la otra, sus verdaderos deseos y la textura de sus almas, aunque es bastante difícil que ocurriera dadas las horribles circunstancias. Lo que es importante recordar, lector, es que se habían dicho esas cosas antes de que tuviera lugar este hecho.

Fueron encontradas muy cerca del lugar donde Clara había desgarrado el avispero con el pie. Todavía había tantas chaquetas amarillas furiosas pululando por el área que el zumbido cubría todo el matorral y, poco después, en respuesta a la facultad de Brookhants, la policía de Tiverton determinó que un incendio controlado era el único modo de acercarse para sacar a las chicas.

Más adelante, las alumnas de Brookhants contaron historias sobre chaquetas amarillas en llamas que llegaban al campus desde el avispero ardiente a través del bosque, para acabar ahogándose, sin dejar de zumbar, en la fuente de la entrada principal. Al parecer, había tantos cadáveres de chaquetas amarillas chamuscados flotando sobre la superficie, que el día siguiente algunas estudiantes metieron las manos para llevarse esos recuerdos muertos. Finalmente, mandaron al jardinero a que las recogiera con una red. A pesar de haber retirado los cadáveres, se dice que poco después el agua se volvió fétida y crecieron aceitosas algas negras por los laterales y la superficie. Era un agua tan sucia y nauseabunda que, en pocos días, la escuela no tuvo más remedio que drenar la fuente, fregarla y volverla a llenar. Aunque esto, como muchas de las historias de Brookhants, puede que solo fuera fruto de las leyendas que se cuentan por la noche con las luces apagadas.

Más adelante, las alumnas de Brookhants contaron historias sobre chaquetas amarillas en llamas… ahogándose, sin dejar de zumbar, en la fuente de la entrada principal.

Pero entonces ocurrieron cosas aún más extrañas. Especialmente en Brookhants.

El hecho de haber encontrado a nuestras complicadas y maravillosas heroínas entrelazadas, agarradas de las manos y corazón con corazón, nunca se ha discutido. Pero dado cuánto tardó en despertar el asqueroso Charles y lo que se demoró en dar sentido a sus estúpidos murmullos para localizarlas, y considerando el tiempo necesario para evaluar la situación, traer los suministros y quemar el avispero (además de todas las picaduras que habían sufrido las dos chicas), no es de extrañar que los cuerpos mortales de Flo y de Clara no estuvieran en buenas condiciones.

Toda la piel expuesta estaba llena de ronchas: las manos, el cuello y, lo peor, los rostros, que parecían máscaras hechas con globos, con los labios protuberantes y los ojos hinchados. Los ojos de Clara habían sangrado, y restos de sangre seca cubrían sus mejillas. El ataque había sido tan grave, tan atroz, que la topografía de ronchas rojas, signo revelador de la anafilaxia, había quedado bastante opacada por los hematomas. Las desafortunadas estudiantes que habían visto cómo las sacaban del bosque (como había sido algo improvisado, los agentes habían olvidado traer sábanas para cubrirlas) dijeron que sus rostros parecían manzanas Black Oxford mordidas y podridas. Más de una hizo esta misma comparación 7.

Ya te había advertido que era una historia espantosa.

Y se podría pensar que el horror mejoró tres años después de aquel fatídico día, cuando la escuela para chicas Brookhants cerró y los edificios quedaron vacíos, a la espera de estudiantes que nunca llegarían. Pero también deberías saber que, antes de eso, otras tres heroínas murieron en la propiedad, cada cual de un modo más inquietante.

Es cierto, por supuesto, que cualquier muerte es inquietante para los que quedamos vivos para dar testimonio, pero sin duda las más inquietantes son las inesperadas y horribles muertes de jóvenes que están empezando a entender quiénes son o cuál es su lugar en el mundo. O cómo podrían cambiar el mundo para vivir mejor en él.

También es posible que sean igualmente inquietantes las muertes de personas más mayores sumergidas en profundos pesares.

Todo lo que se encuentra entre estas páginas comprende la historia de tres heroínas del presente y de más heroínas del pasado, y muestra cómo todas ellas están relacionadas con Brookhants, un libro y un libro sobre Brookhants.

Lo diré otra vez: Brookhants, un libro y un libro sobre Brookhants.

Y te preguntarás quién soy yo. ¿La voz que te dice que vengas hacia aquí? ¿Que me sigas? ¿Una aparición difusa con una mano que te hace señas? ¿Mil avispas colocadas con la intención de que parezcan un cuerpo, propensas a dispersarse en caminos divergentes si se las provoca?

Puedo prometerte que, cuando lleguemos al final, me conocerás mucho mejor de lo que yo te conoceré a ti. (Y si parece que sé cosas que posiblemente no debería ni podría conocer, es parte de nuestro trato. Citaré mi investigación cuando pueda; pero cuando no pueda, te pido que confíes en mí para rellenar los vacíos como mejor me parezca. Puedo ver bastante desde este punto de vista ventajoso).

Finalmente, déjame decir desde el principio cuánto lamento el potencial de los juegos de palabras. No puedo evitar que la escuela se llame Brookhants 8 y que se diga que está encantada. Si estaba encantada incluso antes de Clara, de Flo y de las chaquetas amarillas, depende de dónde y cómo empieces la historia de Brookhants y de cuántos años estés dispuesto a remontarte.

Ya te lo he dicho, esta es solo una manera de contar la historia. Y solo un lugar para terminarla.

Y puede que todavía no haya terminado.

Así que vamos a empezar.


2. Acuérdate de este nombre.

3. El huerto fue plantado en Brookhants antes incluso de que los hermanos Rash se hicieran cargo de las tierras. Esas manzanas eran las preferidas en la región para la elaboración de sidra y también porque podían ser almacenadas en buenas condiciones durante largos periodos.

4. ¿Te he dicho que Charles llamó a su coche América? Lo odio tanto.

5. Acuérdate también de este nombre, lector.

6. No es broma. Y no, no te pintaré como a una de mis chicas francesas.

7. Y muchos que afirmaron haberlas visto desde entonces han dicho lo mismo.

8. No te pongas así, lingüista. A pesar de la ortografía, se pronuncia «Brook-haunts»* y no «Brook-hantz». Así se ha pronunciado siempre el apellido de Harold Brookhants, así lo pronunciaba él mismo. ¿Qué vienes a decirme a mí tantos años después?

*N. de la T.: En inglés, «haunt» significa «encantado».