¿Cómo sabemos lo que creemos saber?

Los conceptos físicos

Son creaciones libres de la mente humana, y no son, aunque pueda parecerlo, únicamente determinados por el mundo externo. En nuestro esfuerzo por comprender la realidad, somos como un hombre que trata de comprender el mecanismo de un reloj cerrado. Ve la esfera y las manillas en movimiento, incluso escucha su tictac, pero no tiene forma de abrir el estuche.
Si es ingenioso, puede formarse una imagen del mecanismo que podría ser responsable de todas las cosas que observa, pero puede que nunca esté completamente seguro de que esa imagen sea la única que podría explicar sus observaciones. Nunca podrá comparar su imagen con el mecanismo real y ni siquiera puede imaginar la posibilidad o el significado de tal comparación.

Albert Einstein y Leopold Infeld, The Evolution of Physics1

Quizás los humanos nos conduciríamos con más humildad si recordáramos, como señala Edward Wilson, que percibimos menos de una milésima del uno por ciento de la diversidad de moléculas y ondas energéticas que constantemente pasan a nuestro alrededor. Somos seres predispuestos a recoger información predominantemente de tipo audiovisual y, aun así, aunque estamos especializados en la vista y en el sonido, solo percibimos una franja del espectro visual, a diferencia, por ejemplo, de los perros, y somos casi sordos si nos comparamos con la capacidad de percepción de sonidos de otras especies, como los murciélagos. Cuando pensamos en el olor, el tacto o el gusto, vamos muy por detrás de otros animales. Podríamos decir que estamos restringidos y limitados a percibir dentro de una corta burbuja sensorial. Y pese a esta limitada capacidad para captar el mundo de alrededor, a menudo sostenemos nuestra creencia o percepción de algo como la única verdad y defendemos, con orgullo, afirmaciones vanidosas sobre la verdad basada en lo que percibimos: “esto es así porque yo lo veo así”, “esto es exactamente lo que he oído”, “esto es lo que he olido… gustado… tocado”. El nivel de procesamiento sensorial, el estar sometidos a la corta información de nuestros sentidos, es el primer nivel de dependencia de la condición humana.

Aun así, la parte del mundo que percibimos fue suficiente para salvaguardar nuestra supervivencia. Nos hemos desarrollado y adaptado dentro de esa “burbuja sensorial”. La mente humana se ha ido desarrollando a lo largo de la evolución de las especies, siguiendo el principio de que tiene más posibilidades de sobrevivir aquel individuo que está mejor adaptado al ambiente que le ha tocado vivir.

En un segundo nivel de dependencia los humanos estamos condicionados por los reflejos, desde los más simples como el de parpadear cuando el viento sopla delante de nuestra cara, a los más complejos como los de activación de los sistemas de alarma y defensa al percibir una amenaza.

Para sobrevivir en un ambiente hostil, al ser humano le ha resultado más útil la capacidad para prever un peligro, que su capacidad para anticipar un momento de placer. Le ha sido más útil, por ejemplo, darse cuenta de que el ruido que estaba escuchando a lo lejos quizás fuera un león, en vez de imaginar que el ruido procedía de una catarata paradisíaca a la que estaba llegando y donde podría relajarse y nadar un rato. Parece claro que anticipar la presencia del león cuando el león estaba allí realmente, era de importancia vital para la supervivencia. Y era mucho más valioso para la supervivencia hacer esa predicción y equivocarse y que al final, el león no estuviera ahí, que equivocarse en el otro sentido, anticipar que aquel ruido provenía de la maravillosa catarata y encontrarse con un león hambriento. En el primer caso, aun a costa de estar siempre vigilante ante posibles peligros y de perderse momentos de placer, ese ser humano habría sobrevivido con más probabilidad. En el segundo caso, no. Nuestros ancestros fueron sin duda, de los que se equivocaron viendo peligros por todas partes y, gracias a ello, hoy, sus descendientes, podemos estar aquí compartiendo esta lectura. Stephen Porbes acuñó el término de neurocepción para hablar de esa función del cerebro de evaluar el grado de seguridad que hay en el entorno y de hacerlo de una forma no consciente.

La mente humana está diseñada para anticipar peligros reales o imaginarios y para ello se ha ido construyendo con un sesgo, con una tendencia a desviarse hacia lo negativo. Es decir, la predisposición de nuestra especie es a anticipar lo negativo en cualquier proyecto futuro, ya sea inmediato o más lejano.

Y además a esto se suma que las neuronas, las células encargadas de la transmisión de información en el cerebro, tienen mayor tendencia a conectarse con otras neuronas con las que ya se habían conectado previamente. Las neuronas actúan como esos grupos de amigos que tienden a ir siempre juntos y a los que les cuesta conocer a gente nueva. Obedecen a una conocida ley de la neurociencia, la llamada regla de Hebb, que dice que las neuronas que se disparan juntas tienen tendencia a seguir conectándose juntas (Neurons that fire together, wire together). Esta forma de funcionar tiene, además, la consecuencia de que cuando aparece una parte de una información que ya era conocida por la mente, las neuronas que almacenan esta información, de nuevo basándose en la regla de Hebb, tienen tendencia a completar ese patrón conocido, ese patrón que le resulta familiar, aunque no esté toda la información presente en ese momento.

La Figura I, el conocido como efecto Kaniza, nos puede ayudar a aclarar esta idea. Mira el dibujo rápidamente y, sin pensarlo mucho, contéstate: ¿Hay realmente dibujado un triángulo?

Efecto Kaniza

¿O lo que hay dibujado son solo tres puntos en el espacio y es tu mente la que se ha “inventado” ese triángulo basándose únicamente en esos tres puntos?

Debido a ese funcionamiento de la mente, las neuronas, cada vez que reciben la información para que se active una sola neurona o un grupo de neuronas parcialmente, tienden a movilizar al mismo tiempo, a toda la cadena con las que esa primera neurona suele ir conectada. Si seguimos con el ejemplo del grupo de amigos, cada vez que uno de ellos es invitado a una fiesta, llama inmediatamente a todos los demás y el grupo entero se presenta en la fiesta, aunque el invitado fuera solo uno de ellos.

Algo así ocurre también a otro nivel, cuando una persona acostumbrada a no ser tenida en cuenta o a recibir humillaciones, quizás tras una educación excesivamente crítica, ha ido construyendo un hábito de percepción que le hace interpretar con más facilidad, como gestos de desprecio o de desaprobación la mirada despistada de una persona que acaba de conocer. Otras veces, la mente de esa misma persona está preparada para completar imaginariamente frases de una conversación atribuyéndoles un sentido siempre negativo, amenazante o descalificador para ella: “Ahá, mmm… ¿qué quiso decir mi jefa cuando dijo ‘ya te entiendo…?’, con ese tono, ¿quizás quiso hacerme sentir que no soy capaz de hacerlo?”.

Como señala Daniel Siegel, nuestras experiencias pasadas junto con las emociones y expectativas sobre el futuro, van generando “corsés” perceptivos, es decir, nos limitan para ver las cosas de una forma “fresca”, no contaminada por esos prejuicios, nos constriñen en una percepción más limitada y nos impiden que nos situamos en un plano imparcial de posibilidades en el que todas las cosas tendrían las mismas oportunidades de ser contempladas y percibidas como “lo que son” realmente. Tenemos tendencia a percibir el mundo, nuestras relaciones con los demás, las cosas que nos pasan, de una manera que encaje con la narrativa que sostenemos acerca de quiénes somos y cómo es nuestra vida.

A esta forma de funcionar de la mente con el sesgo hacia lo negativo y la tendencia a ver preferentemente las cosas que encajan con la historia que sostenemos, le tenemos que añadir una cualidad más. Dice Rick Hanson que cuando vivimos una experiencia negativa, una que ha sido dolorosamente significativa en nuestra experiencia, el cerebro tiende a recordarla agarrándola con la fuerza de un velcro, mientras que cuando lo que hemos vivido es un momento de placer, el cerebro lo deja escurrir de la mente como si fuera un teflón antiadherente. Como ejemplo de esto, solo hay que pensar en un día maravilloso que pasaste en el campo al lado de algunos seres queridos, si en ese día placentero, la salsa de la excelente ensalada que te disponías a comer se derrama por tu vestido ¿qué crees que vas a recordar al día siguiente con más claridad?

Como dice Hanson, tenemos un cerebro de la edad de piedra para vivir en el siglo XXI. El organismo humano sigue teniendo la necesidad de sentirse seguro, como cuando nuestros ancestros vivían en las cavernas, pero las amenazas ya no son solo amenazas reales de nuestro entorno, sino que son amenazas que también existen en nuestra imaginación, en nuestra memoria, en nuestra mente, son amenazas también virtuales.

¿Cómo salir de esta prisión en la que el recuerdo de experiencias pasadas nos podría estar encerrando? ¿Cómo aprender a vivir la vida, libres de estos patrones repetitivos? ¿Cómo aprender a ver las cosas como si lo hiciéramos por primera vez?

La mente humana está condicionada a percibir dentro de una limitada burbuja sensorial, tiene esa tendencia a ver lo negativo, a construir su propia historia basada solo en pequeñas pistas de cómo son realmente las cosas, y a cimentar hábitos de todo ello. Entonces, si todo esto es así, se hace necesario entrenar de nuevo la mente para traerla al momento presente, y desde ahí poder ver las cosas tal y como son realmente aquí y ahora y no como la mente se adelanta a predecir.

Los hábitos de percibir lo que está sucediendo se construyen en nuestro cerebro como producto de nuestras memorias de experiencias pasadas. Cuando sucede algo que nos estresa, que nos inquieta o molesta, tendemos a deslizarnos rápidamente, de forma inmediata y automática, hacia esa forma de percibir antigua y habitual basada en experiencias que han marcado nuestra vida. Por ejemplo, puedo notar una tensión en la tripa cuando conozco a una persona nueva o ponerme a la defensiva y adoptar una actitud “borde” cuando he sentido una mirada de otra persona que interpreto como crítica hacia algo que estoy haciendo.

El siguiente texto budista puede resumir parte de lo que acabamos de revisar:

Con lo que contactamos, lo sentimos. Lo que sentimos, lo percibimos. Lo que percibimos, lo pensamos. Lo que pensamos, lo proliferamos. Lo que proliferamos, lo habitamos. Lo que habitamos se convierte en la forma de nuestra mente. La forma de nuestra mente se convierte en la forma de nuestro mundo.

The Honeyball Sutta.

Podemos necesitar desaprender reacciones defensivas que a fuerza de repetirse se han convertido en hábitos y, para conseguir esa nueva percepción o “repercepción”, es muy valioso entrenar esa mirada inocente, que ve las cosas como si fuera la primera vez, con una mirada fresca que da la posibilidad a la vida de desarrollarse ante nuestros ojos de una forma nueva, de una forma plena.

Mira a ver si puedes practicar con el ejercicio que te proponemos más adelante. Explorar, sin buscar nada en concreto, qué pasa cuando te acercas a una experiencia que teóricamente ya conoces, pero ahora lo haces con esa mirada nueva, con la mente de niño, con la mente de un principiante que se encuentra con algo por primera vez.

Este capítulo se abría con un texto de Einstein que señalaba la incapacidad del humano de conocer con exactitud la realidad, pero aun como apariencia, aun como engaño, la conciencia percibe cualquier experiencia como sólidamente real. Y esa percepción de realidad sólida, ese percibir que las cosas son “tal y como yo las veo o tal y como yo las siento”, es la que genera tanto sufrimiento.

Acabamos aquí con otro pensamiento, complementario del anterior, esta vez una cita atribuida a Woody Allen:

Odio la realidad, pero es en el único sitio donde se puede comer un buen filete.

Lo que creemos saber

Para recordar:

Para la supervivencia de la especie, la mente humana:

• Está restringida por su limitada captación del mundo sensorial alrededor. Percibe dentro de una burbuja sensorial. Es un primer nivel de condicionamiento.

• Tiende a anticipar los peligros y a prever lo negativo.

• La regla de Hebb, dice que las neuronas que se disparan juntas tienen tendencia a seguir conectándose juntas. “Neurons that fire together, wire together”.

• La mente tiene un sesgo hacia la percepción de lo negativo, agarra las experiencias negativas con la fuerza de un velcro y deja deslizarse las experiencias agradables como si fuera un teflón antiadherente.

• Los reflejos y los hábitos producen un segundo nivel de condicionamiento del ser humano.

• Necesitamos aprender nuevos hábitos para liberarnos de los mecanismos automáticos.

• Para ello nos invitamos a entrenar la mente de principiante.

Mente zen, mente de principiante

El objetivo de la práctica es mantener siempre la mente de principiante, que incluye todo dentro de sí misma. Siempre es rica y suficiente en sí misma. No debes perder tu estado mental autosuficiente. Esto no significa una mente cerrada, sino, en realidad, una mente vacía y una mente dispuesta. Si tu mente está vacía, siempre está dispuesta para cualquier cosa; está abierta a todo.

Shunryu Suzuki, Mente Zen, Mente de Principiante2

Práctica

Volver a ver por primera vez:
La mente de principiante, Comer algo con atención plena

Comer es una actividad habitual y repetitiva (en el mejor de los casos). Se puede convertir en una rutina que se hace de modo automático. Hay un ejercicio clásico en el entrenamiento de mindfulness y consiste en observar un objeto conocido como si tú fueras un extraterrestre que llega a la Tierra y lo estás contemplando por primera vez. El ejercicio tradicional se hace con una pasa, pero puedes aplicar la misma observación a cualquier otra cosa, al contemplar un paisaje, al realizar una actividad cotidiana, por ejemplo, lavarse los dientes, o al acto de ducharse o al de oler una flor, o a otro objeto comestible, por ejemplo, un gajo de mandarina. Puedes también elegir adaptar este ejercicio y hacer variaciones, cerrando tus ojos y percibiendo con los demás sentidos.

Aquí vamos a hacer el ejercicio con un objeto comestible, pero puedes adaptarlo a lo que más te apetezca o tenga sentido para ti. Tradicionalmente, el ejercicio se hace con una uva pasa.

Cuando estemos preparados, sostenemos con la mano ese objeto, quizás en la palma de la mano y nos preguntamos ¿qué forma tiene, es pesado o es ligero, qué color aparece y los bordes son regulares o no? ¿Qué pasa si lo muevo sobre la palma con los dedos de la otra mano? ¿Surge algo nuevo? ¿El tacto es rugoso, es suave, es pegajoso, se desliza con facilidad? Y si, levantando la mano, lo observo al trasluz, ¿aparece algo nuevo? Lo acerco ahora al oído y me dispongo a escucharlo manteniendo el objeto inmóvil y después lo muevo entre los dedos ¿surge algún sonido? ¿Cómo es si es que surge? Lo acerco ahora a la nariz para olerlo, primero a una fosa nasal y luego a otra, ¿huele igual por ambos conductos? ¿Qué tipo de olor es? Estamos atentos a cuando la mente empieza a hacer asociaciones y a fabricar historias y ya no está en el momento presente, pierde el contacto con el “ahora” y se ve arrastrada por un recuerdo o un pensamiento acerca de lo que está viviendo que le interfiere con la experiencia actual. Acercamos ahora el objeto a los labios, deslizándolo por ellos, recorriendo los labios y notando ¿es una sensación suave, es áspera?

Las sensaciones son agradables, desagradables o neutras y la mente está siempre clasificándolas, juzgándolas. Introducimos el objeto en la boca y lo movemos con la lengua por todo el espacio interno de la boca todavía sin morderlo. Nos damos cuenta también si es que surgen impulsos a morderlo o a tragarlo, deseo de hacerlo o rechazo. Solo observar, darse cuenta sin necesidad de juzgar nada. Lo mordemos ahora y vamos siguiendo con la mente cómo va cambiando la forma dentro de la boca, cómo va disminuyendo, si sale algo de su interior, ¿qué sabores surgen? Notamos de nuevo si la mente se ha ido a fabricar otras historias o si surgen impulsos, deseos o aversiones, impaciencia o relajación. Cuando nos sintamos listos, nos disponemos a tragar nuestro objeto y a seguir su trayectoria dentro de nuestro cuerpo, hasta donde podamos con la mente. Descansamos ahora en esta conciencia que se va dando cuenta y posándose en cada experiencia que surge, tomando conciencia de que ahora, ese objeto se ha integrado en nuestro cuerpo, forma ya parte de él. No hay separación entre tú y este objeto. Tomándose el tiempo que necesites para saborear esta experiencia antes de reorientar la atención hacia fuera.


1. Einstein, Albert e Infeld, Leopold (1938). The Evolution of Physics, Cambridge, Cambridge University Press.

2. Suzuki, Shunryu (2012). Mente zen, mente de principiante. Madrid: Gaia.