INTRODUCCIÓN

Fue a finales del otoño de 1902… Yo estaba leyendo un libro en el parque de la Academia Militar de Wiener Neustadt,[1] sentado bajo unos vetustos castaños. Estaba tan absorto en la lectura que apenas me di cuenta de que se había acercado a mí el único de nuestros profesores que no era oficial, Horaček, el erudito y amable capellán de la Academia. Me quitó el libro de las manos, miró la cubierta y meneó la cabeza. «¿Poemas de Rainer Maria Rilke?», preguntó pensativo. Luego lo hojeó por varios sitios, leyó por encima algunos versos, miró reflexivo a lo lejos y asintió finalmente. «Así que el joven René Rilke se ha convertido en poeta».

Y me enteré de la existencia de aquel chico delgado y pálido, al que sus padres habían enviado hacía más de quince años a la Escuela Militar de Sankt Pölten para que más tarde fuera oficial. En aquel entonces Horaček era capellán de aquella institución y recordaba aún muy bien al antiguo pupilo. Lo describió como un joven callado, serio, muy bien dotado, al que le gustaba mantenerse apartado, que soportaba con paciencia las obligaciones de la vida del internado y que, al concluir el cuarto año, pasó con los demás a la Escuela Militar Superior, que estaba en Mährisch-Weisskirchen.[2] Allí, como es natural, su constitución se reveló demasiado débil, por lo que sus padres lo sacaron de la institución y le dejaron que siguiera estudiando en casa, en Praga. Qué había sido de su trayectoria a partir de entonces, eso Horaček ya no supo decirlo.

Tras escuchar todo esto, es perfectamente comprensible que ya en ese mismo momento me decidiera a enviarle a Rainer Maria Rilke mis intentos poéticos y pedirle su opinión. Sin haber cumplido aún veinte años y muy próximo a pisar el umbral de un ámbito profesional que sentía como todo lo contrario a mis inclinaciones, esperaba encontrar comprensión, si es que podía encontrarla en alguien, en el autor del libro En mi honor.[3] Y sin que yo en realidad lo hubiera pretendido, surgió una carta que acompañó a mis versos, en la que yo me expresaba sin reservas, como nunca lo había hecho antes ni volví a hacerlo después frente a otra persona.

Pasaron muchas semanas hasta que llegó una respuesta. El escrito, con un sello azul, llevaba el matasellos de París, pesaba mucho en la mano y mostraba en el sobre los mismos rasgos claros, hermosos y seguros con los que estaba redactado el texto desde la primera hasta la última línea. Con él empezó mi correspondencia regular con Rainer Maria Rilke, que duró hasta 1908 y luego, poco a poco, fue diluyéndose porque la vida me empujó por caminos de los que precisamente la preocupación cálida, tierna y conmovedora del poeta había querido protegerme.

Pero esto no importa. Lo único importante son las diez cartas que siguen a continuación, importantes para conocer el mundo en el que vivió y creó Rainer Maria Rilke, e importantes también para muchos que están creciendo y formándose hoy y para los que lo harán mañana. Y allí donde alguien grande y único habla, los pequeños han de guardar silencio.

Berlín, junio de 1929

FRANZ XAVER KAPPUS

[1] Ciudad de la Baja Austria, situada a cuarenta y cinco kilómetros de la capital. (Todas las notas de esta edición son de la traductora).

[2] Es la actual ciudad checa de Hranice, localidad del distrito de Přerov, en la región de Olomouc.

[3] Se refiere al poemario titulado Mir zur Feier, que Rilke publicó entre 1897 y 1898.