Yo. Las chicas y los malos. Kerena. La condiciones ambientales. Kerena

Alguien me dijo: No has despertado a la vigilia, sino a un sueño anterior. Ese sueño está dentro de otro, y así hasta lo infinito, que es el número de los granos de arena. El camino que habrás de desandar es interminable y morirás antes de haber despertado realmente.

La escritura del Dios. El Aleph. Jorge Luis Borges, 1971.

¡Hola! Me presento. Soy Jose Gómez Gómez, el protagonista de esta historia.

Tengo cuarenta y seis o cuarenta y siete años.

¡¡¡Ja, ja, ja, jaaaaa!!! Es bromaaaaaaa. ¿Cómo no voy a saber mi edad? En verdad son cuarenta y seis. Perdona —querida lectora, amable lector— por la pequeña chanza con que he empezado. No te voy a contar una historia de risa, pero bueno, me he permitido esta licencia. ¡Je!

Estamos en noviembre del año dos mil diecinueve.

Soy médico; médico psiquiatra. En realidad mi vida no tiene demasiado interés —como la del protagonista de La esencia de las cosas, Seguí, 2019; ver tres o cuatro páginas atrás —¿por qué, entonces, me he decidido a escribir una historia y la empiezo presentándome? Esto no es muy usual, ¿no? O sea lo de presentarse y, al mismo tiempo, decir que lo que se va a contar no tiene interés, ¡vaya chapuza! Parece ser que cuando alguien escribe, y más una novela, siempre lo hace acerca de sí mismo; o sobre cosas ficticias, grandes aventuras o misterios que ese él o ella ha imaginado. ¿verdad? Acerca de su propia vida, experiencias, reflexiones, cosas que lleva dentro, su creatividad y tal… y eso debe de ser interesante para el gran público, ¿cierto? Ya veremos… Todo se andará…

Te cuento que en estos momentos de mi existencia estoy en plena madurez profesional. Me interesa mucho la Ciencia médica, más en concreto la psiquiátrica; la que trata de las profundidades y oscuridades de la mente humana. Así, voy recopilando algunos materiales, como transcripciones de sesiones con mis pacientes, y algún día tal vez escriba un libro serio y bien documentado y quizá llegue a ser famoso por haber aportado algo importante y revolucionario a la citada ciencia. Y creo que entonces este escrito adquirirá alguna relevancia. Sé que no seré el primer científico que escribe algo de ficción como es el caso, mas lo de las profundidades y oscuridades mentales no pasa de moda. Y será interesante ver cómo, además de por mis publicaciones especializadas, también me doy a conocer como novelista antes de jubilarme o de morirme. Queda dicho, perdón, escrito. Je otra vez, pero sin signos de admiración, que no es para tanto, vaya.

Nazco en Madrid, donde sigo viviendo, de eso hace los cuarenta y seis años que te he dicho que tengo. Vengo a este mundo, mis padres me alimentan, estudio, me enamoro, me caso, tengo tres hijas, un perro y una amante, me desenamoro, me separo y así hasta ahora. O sea, nada del otro jueves, en efecto. Nada fuera de lo normal, de lo que le suele pasar a toda la gente común. Más o menos, claro.

Tras poco más de diez años he cerrado mi consulta privada. Apenas ya no tengo pacientes. La gente, cuando tiene un problema emocional, se va directamente a un o una coach. Y eso está jodiendo mucho a la profesión, a quienes de verdad estamos capacitados para atender los problemas emocionales y mentales. Salirse de este ámbito es realmente peligroso. Ellos sabrán; la gente y los coaches.

¿Que de qué vivo, entonces, si no es de mi consulta? Siempre he trabajado para la Seguridad Social, en hospitales o ambulatorios. En estos lugares el horario es solo por las mañanas y también puedes hacer guardias por las noches, que las pagan bien. Como habrás podido deducir, la consulta privada la tengo por las tardes y derivo allí, cobrando, a muchos de los enfermos a quienes atiendo, gratis, por las mañanas. No te escandalices. Esto es habitual en la profesión médica, ningún problema. Además, la atención sanitaria en la Seguridad Social tampoco es gratis gratis total. Mi sueldo sale de los impuestos pagados por todas y todos e igualmente debemos de tener presente que las sesiones pagadas son más largas que las gratuitas o subvencionadas por el estado, vaya. Y el tiempo vale dinero.

Espera, aclaro algo; me parece que antes ha quedado un poco liado. Te aviso desde ya que esto, definitivamente, no es una autobiografía, aunque de vez en cuando —y creo que en especial un poco más adelante— sí cuento algunas cosas de mi vida que seguramente aparecen por aquí y por allá un poco como por casualidad. O no por eso; ahora veo que tienen su aquel. Ya veremos a ti qué te parece…

Estamos en noviembre, reitero. Hace frío, me duele mucho la cabeza.; es posible que esté un poco resfriado. Me cuidaré.

Sé que alguien me está buscando y eso no me gusta nada. ¿Cómo lo sé? No lo sé. Lo sé y punto.

Este saber me resulta muy incómodo, en serio. Preferiría no saberlo, aunque fuera verdad y realidad que alguien me busca y no invenciones de mi subconsciente. Todo puede ser; lo reconozco.

Muchas veces me siento como observado en la lejanía. Y, pocas, pero algunas, incluso en la proximidad. No es esa sensación común de que alguien te está mirando por la calle, en una cafetería o en el metro. No. Es que literalmente me están buscando. Es súper desagradable, ¡coño!

¿Quién? ¿Por qué? ¿Para qué me busca?

Si ya me ha visto por ahí —en esos lugares que digo o en otros— no tiene más que acercarse y hacerse presente, hablar conmigo, no sé… O buscarme en Google®, en Facebook® o similar y seguro encontrará dónde vivo, mi número de móvil, mi correo electrónico, dónde nací, si estoy casado o divorciado o lo que sea; si tengo hijos, dónde trabajo, cuál es mi orientación sexual; cuáles mis creencias religiosas o preferencias políticas. Vaya, todo, todo, todito. Todo. Y así puede contactarme y decirme o hacerme lo que tenga que decirme o quiera hacerme.

La sensación es constante; no para nunca. No es como si fuera una especie de caminante nocturno rollinestoniano que aparece a medianoche y se va con la luz del día. No; es alguien que siempre está ahí.

Estoy hablando del caminante de medianoche

Tenéis que iros

Bueno, estoy hablando del jugador de medianoche

El que nunca has visto antes

Estoy suspirando tan tristemente bajo el viento…

Escucha y me oirás gemir

Midnight Rambler. The Rolling Stones, 1969.

Resulta muy incómodo sentir que alguien gime a tus espaldas y no poder identificar al alguien.

Tengo mucho miedo a la muerte.

—Si el hombre viviera eternamente, sin desaparecer, sin envejecer, si pudiera vivir una juventud perpetua en este mundo, ¿crees que se rompería la cabeza, como hacemos nosotros, pensando en esto o aquello? Es decir, nosotros pensamos, más o menos, en muchas cosas, ¿no? Filosofía, psicología, lógica, o religión, literatura. ¿Crees que si no existiera la muerte surgirían todos esos pensamientos, esos conceptos tan complicados en la superficie de la tierra? Es decir… [Murakami, Haruki (1994). Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Barcelona: Tusquets. P. 359].

Vaya, parece que últimamente me ha dado por Murakami.

Por los Rolling me da siempre; aunque en el sesenta y nueve, por ejemplo, que es la fecha de la canción de la que acabo de copiar algo de su letra, yo aún no había nacido ni de coña (nací en el setenta y tres; buen año).

El escritor japonés me gusta mucho, sí. No creo que sea como para darle el Premio Nobel® como se dice. Se dice, quiero decir, que es el eterno candidato. Aunque eso, a veces, son cosas más bien políticas. En realidad el importante premio y reconocimiento genial tan solo se lo han dado a dos japoneses en toda la historia. A Yasunari Kawabata el pasado siglo, en mil novecientos sesenta y ocho y, hace menos, a Kenzaburō Ōe en el noventa y cuatro. No los he leído nunca, o sea que no puedo juzgar ni dar una opinión fundamentada. Sobre Murakami tampoco mucho; no lo he leído todo, ¿eh? Me gusta, pero digamos que tampoco es que me vuelva loco.

Eso es a diferencia de los Rolling, que sí que me vuelven loco; si bien ellos no tienen nada que ver con el Nobel® ese. Mmmmm, ahora que lo pienso, se lo dieron a Bob Dylan hace poco, ¿no? Sí, en el dos mil dieciséis, lo acabo de buscar en Google®.

Una explicación: yo no pertenezco a la generación de los Rolling ni de Dylan, obvio. Ni me crie exactamente escuchándolos en casa. En casa de mis padres, vaya. Ellos más bien oían en un picú de marca Dual® canciones de Conchita Piquer, Sara Montiel y Raphael. Lo que no está nada mal. Fue ya más tarde, en la universidad, cuando empecé a escuchar rock and roll, folk americano, música psicodélica fumando algún que otro porrete mientras les tocaba las tetitas a mis ligues y tal y me aficioné a ella (a la música; bueno, y a tocar tetitas) junto a cosas más actuales de la movida madrileña, como Radio Futura y eso.

Me callo ya, que hemos quedado en que no te iba a contar mi vida por aquí.

Volviendo a Murakami me da la impresión de que se repite un poco, ¿verdad? Se le puede perdonar. La calidad de sus historias y de cómo las cuenta amerita que se le pueda perdonar casi todo. Me gustaría, por ejemplo, que cuando describe escenas de sexo fuera un poco más explícito. Aunque también puede ser que dejando cosas a la libertad de la imaginación del lector el morbo sea un poco mayor; no lo niego. O tal vez sea que parte de esa explicidad (¿se dice así?) se haya perdido en el cruel y engañoso camino de la traducción. Y es que sí, una traducción es siempre una traición, un engaño. No culpo a los traductores por ello, ¿eh? Al contrario, sin su trabajo no podríamos leer muchas obras escritas en otros idiomas que el propio. Como el japonés, por ejemplo. Al menos en mi caso. ¡Ojo! Esa frase de que “una traducción es siempre una traición” no es mía. Ahora no me acuerdo de quién la dijo. Y no tengo ganas de buscarlo ni siquiera en Google®. No me gusta copiar sin citar la referencia. Eso —la copia, el plagio— es todavía más traición y engaño. Y cosas peores. Así que diciendo eso de que lo dijo otro, si bien no me acuerdo de quien, ya estoy cumpliendo con uno de mis valores fundamentales: la honestidad. ¡Uy! Qué feo queda que lo diga así, públicamente…

Volviendo otra vez a Murakami, he de recordarte que escribo esto en los años dos mil diecinueve y dos mil veinte. O sea que si entre que publico la novela, la doy a conocer, te decides a comprarla y leerla y todo eso, ha pasado un tiempo; igual ya le han dado el citado e importantísimo galardón, ¿eh?

Aunque ya sé que me vas a decir que todavía soy joven, ya intuyo a la Parca rondándome por ahí. No quiero. No quiero conocerla ni que me conozca a mí. Tal vez sea justo la persona que me está buscando; esa sensación tan incómoda a que me refiero un par de páginas atrás. Ella es poderosa. Si quisiera encontrarme ya lo hubiera hecho, ¿no? No necesita a Google®. Supongo, vaya.

La muerte me da mucho miedo. No quiero morir, desaparecer para siempre, perderme en la inmensidad de la eternidad sin poder volver a deleitarme con tantas cosas que he disfrutado en esta vida; incluso las que me quedan por hacer. Y cuento también con los momentos dolorosos. Que no me gustan, eso seguro. Pero estar, están.

«Es natural; tienes que aceptarlo», me digo. No. No tengo ni quiero aceptarlo. No quiero morir. «No puedes vivir para siempre», sigo diciéndome. Es muy probable que sea así, vale. Es hasta seguro que es así. No quiero morir. No ahora. Ni dentro de un rato, digamos. O sea, aun siendo un rato largo; veinte o treinta años, por ejemplo. No quiero morir ni siquiera dentro de cien años ni de doscientos. Sé que no puedo ni debo vivir eternamente. Mas tampoco morir eternamente. Aún estoy a tiempo de hacer muchas aportaciones a la Ciencia y de pasármelo bien.

No me consuela la Filosofía. Leo, por ejemplo, que “Mientras vivo, no hay muerte, y cuando venga la muerte, yo no existiré”1 . O, como dice el propio Murakami en el libro ya referenciado y que leo hace unos días, “Una vez muerto, ya no iba a perder nada más. Tal vez eso sea lo bueno de morirse” (Op. cit., página 26).

¿Y?

En cualquier caso, como médico que soy, puedo dar fe de que en este asunto no hay término medio ni relativismo posible. Aunque existen expresiones populares que se usan y aceptan en las conversaciones comunes, como “estoy medio muerto de hambre” o “casi me muero del susto”, pues no; ni medio ni casi. O se está vivo o no. O muerto o no, claro. Aquí la dicotomía es ley. No hay alternativa.

Desde que hace poco cuando cierro la consulta y me separo o al revés; una cosa no tiene relación con la otra (bueno, es mi mujer quien se separa de mí; ya lo leerás), por las tardes no suelo tener mucho para hacer. Duermo una breve siesta, escribo un rato y hago tiempo hasta la hora de cenar.

He pasado casi toda mi vida trabajando para la Seguridad Social, como sabes, y para poder sacar adelante a mi familia me he chupado más guardias que un recluta de esos de cuando la mili. En todo ese tiempo también publico algún artículo en revistas científicas y participo en congresos, seminarios y conferencias; aun sin demasiada relevancia. Ahora hace años que ya no. No he perdido mi ilusión por ser un científico famoso, ni de serlo asimismo como novelista. Sin embargo he invertido el proceso. Dedico una gran parte del tiempo libre a escribir historias. Ya retomaré lo de las investigaciones sobre la mente humana, los artículos científicos, las presentaciones en congresos y asuntos similares. Para inspirarme necesito, no sé, como relajarme saliendo a la calle, observando a la gente, poniendo atención en mis propias sensaciones, intuiciones, reflexiones, imaginaciones. No puedo mezclar lo novelístico con lo científico. No encuentro una metodología para eso.

Estoy pensando que tal vez lo contenido en este libro —ya te digo, bastante extraño— sea tan solo un sueño; uno dentro de otro y así prácticamente hasta el infinito de los granos de arena, como asegura mi querido Jorge Luis Borges hace un rato. Y sí, es muy posible que muramos —todas y todos— antes de despertar.

***

Me ducho. Me seco con la toalla que me regala mi hija mayor hace unos días por mi reciente cumpleaños. Es bonita. Tiene muchos colorines. Me visto. Calzoncillos bóxer a cuadros morados y azul oscuro. Calcetines estampados con florecitas en diferentes tonos un poco chillones; estupendo. Desodorante Sanex®. Vaqueros, camiseta negra y suéter de cuello alto también negro. Me vaporizo con Eau Savage de Dior®, la colonia que más le gusta a Rosalía, ya te contaré quién es. Zapatillas John Smith® blancas, de las de jugar a tenis. Todo es bastante cómodo. Me pongo la chupa de cuero, la que me compro cuando empiezo a prestar mis servicios psiquiátricos en el ambulatorio del barrio de Carabanchel, Madrid; el mismo donde sigo trabajando ahora.

Bajo a la calle. Me tomo un cortado muy caliente en el Bar de la Esquina. Sí, además de estar en la esquina del paseo Marcelino Camacho con la calle La Laguna, es que se llama así, ¡qué dueños más ocurrentes! Fuera hace frío; dentro se está a gusto.

Hay poca gente. En un rato se llenará básicamente de jóvenes mamás con sus niños recién recogidos de la escuelita. Son guapas. Todas. Todas las jóvenes mamás con sus niños recién recogidos de la escuelita. Casi todas con sus niños; algunas no tienen. Todavía, supongo. Ahí estarán ellas dentro de un ratito tomando sus cafés con leche y sus pastas, charlando y riendo despreocupadas. Explicándose mutuamente lo bien que folla su nuevo amante. Eso es casi casi monotema.

Hay un grupo que me llama la atención de una manera especial. Suelen venir las cinco siempre a la misma hora. Una no me acuerdo de su nombre. Las otras son Carla, Lilith, Genoveva, y Kerena —¡qué nombre tan raro!—. Sé sus nombres porque las oigo llamarse así entre ellas, no porque yo tenga poderes de adivinación. ¡Qué ocurrencia, ja, ja, ja!

Todas son guapas, repito. Alguna me suena su cara. Es posible que las atendiera cuando tenía mi consulta abierta. ¿Tanto tiempo ha pasado desde entonces que casi no las recuerdo? Puede ser que vinieran al principio. Puede ser. Ellas tampoco parecen acordarse de mí, ¿tanto hemos cambiado en apenas diez años? Parece que la tal Lilith sí me reconoce o algo, al entrar al bar siempre me saluda con una sonrisa. Será eso: se acuerda de mí, sí. O será que no y solo lo hace por educación. O me da igual. Por lo que sea, pero siempre me saluda y sonríe. Está bien, ningún problema. Por ahora.

Las chicas aún son muy jóvenes; me repito otra vez, perdón. En verdad la gente que atiendo en la consulta es más o menos adolescente o un poquitín más. O sea, si entonces tienen unos dieciséis o diecisiete o dieciocho años, pues ahora estarán máximo máximo casi en la treintena. Un poco menos. Jóvenes, sí. Casadas y con niños pequeños la mayoría. Y también la mayoría con amante; nada fuera de lo normal y corriente.

Una de las jóvenes mamás cuenta: «lo conozco el verano pasado». Al amante. Es camarero de habitaciones en el relajante viaje en crucero que le regala su marido para celebrar el décimo aniversario de su boda. Se lo regala a los dos, vaya. El primer día de navegación ya se tira al camarero. Es un polvo rápido; mas intenso y placentero.

Esa una —es la que no recuerdo el nombre; aunque la conozco seguro por lo de la consulta— y su esposo están tomando el aperitivo de antes de cenar y ella ha olvidado el móvil en la habitación.

—Ay, cariño, he olvidado el móvil en la habitación. Ahora vuelvo —él asiente y le sonríe con dulzura mientras degusta su Dry Martini®.

Sube al camarote de primera clase y encuentra al guapo camarero abriendo la cama y dejando unos bombones en la mesita de noche y una botella de Möet & Chandon Brut Imperial® en la cubitera o como se llame. En la cosa esa con hielo para que el champán no se caliente. Apenas una mirada claramente intencionada y enseguida caen rendidos una en brazos del otro y viceversa. Diez minutos. Buen polvo. Rápido; mas intenso y placentero. Aunque ella no llega a correrse se queda más o menos a gusto, digámoslo así. Él sí que se corre. Se intercambian los números de móvil y quedan en llamarse para volver a hacerlo sea durante el resto del crucero o más adelante, ya en tierra, en Madrid, donde reside también el camarero.

Se arregla los pelos y el maquillaje. Vuelve a donde el marido.

—Perdona, cielo, al entrar en la habitación me ha entrado un apretón y he tenido que ir al lavabo.

—¿No te encuentras bien, mi vida? —pregunta él, ya por el segundo Dry Martini® y nada intranquilo. En todo caso con bastante indiferencia.

—No, no te preocupes. Ha sido algo puntual. Seguro que es por el movimiento del barco. Estoy un poco mareada. Pero me acostumbraré enseguida. Cenaré lo justo. Te paso mi cola de langosta a ti y me comeré solo las verduras. Y así disfrutas; la langosta te encanta.

Se llama Marta. La amante del camarero de habitación. Me he acordado ahora mismo. Sorry for the delay.

***

Pablo acaba de volver de su último crucero. Ahora le corresponden quince días de vacaciones. Todavía no sabe qué hará. De momento descansará. Este turno ha sido movidito. Había un grupo importante de turistas ingleses que no paraban de emborracharse y dar por culo a base de bien. Y también ha conocido a Marta; eso no ha estado nada mal, por cierto. Le llama, tal y como acordaron.

—Hola.

—¿Qué tal, guapa? Nada, que ya he llegado a Madrid; ya estoy en casa.

—Sí, todo en orden. Ya tenemos a Tobi aquí —quedaron en que esta sería la contraseña para cuando su marido estuviera cerca y ella no pudiera hablar: nombrar a Tobi, su perrito, que dejaron al cuidado de su madre durante el crucero.

—Volvimos ya hace dos días y no he parado deshaciendo las maletas, organizando los regalitos que os he traído a las amigas y la familia. En fin, ya sabes.

—Entendido querida. Bueno, yo tampoco he parado durante estos dos días más que me quedé en el barco ayudando a arreglar los desperfectos provocados por los cabrones de los ingleses, ¡uf!

Tres segundos de silencio. Pablo:

—¿Sabes?

—Dime.

—Creo que me gustas más de lo que he imaginado durante los días en el barco. Te echo mucho de menos.

—Vaya. Sí, a mí me pasa algo similar. Creo que te entiendo bastante bien, Marita.

—¿Nos veremos pronto?

—Cuando quieras. Déjame que me organice un poco y ya te llamo yo, guapa.

—Ok. Te deseo.

—Hasta luego.

Clic.

A los tres días de la llamada se encuentran todo lo largos que son —y todo lo desnudos que están— en la comodísima y grandísima cama de Pablo, heredada de sus abuelos, aunque ya hace tiempo que le cambió el viejo colchón de plumas por uno de esos viscoelástico tan modernos y que mejoran bastante el descanso nocturno. Ya han hecho el amor. Un gusto. Suena Manolo Escobar en el Mp3. La Minifalda (1971, Belter). A Pablo le encanta el coplista español. Y las corridas de toros. Le ponen a cien.

No me gusta que a los toros

te pongas la minifalda

(…)

A mi novia le he prohibío

que vaya sola a la plaza.

Que vaya sola a la plaza,

a mi novia le he prohibío

que vaya sola a la plaza,

porque tos los vendeores

ay tienen que mucha guasa.

La ronea el carnicero,

el pescaero la guiña,

la ronea el carnicero.

(…)

Y los celos ya me tienen,

ya me tienen medio loco.

(…)

Etcétera.

Charlan mientras ella fuma un Marlboro® tranquilamente. A Pablo le molesta el humo; pero a Marta se lo permite todo. Aunque en su casa manda él, claro. Además, ni siquiera le ha pedido permiso para encendérselo. Tendrá que acostumbrarse a esa su forma de ser un poco descarada y libertaria. Si es que quiere continuar con esta apenas iniciada relación. Por ahora quiere.

Marta:

—Oye, ya hemos follado cuatro o cinco veces entre el barco y ahora aquí. Reconocemos que nos gustamos bastante y apenas sabemos nada el uno de la otra o el otro de la una.

—Venga, pues empieza a contarme —le responde Pablo.

—No, cariño. Tú primero. Los chicos primero, ja, ja, ja. ¿Qué hacías antes de trabajar en el crucero?

—Valeeeeeeee. Pues he hecho muchas cosas diferentes en mi vida, la verdad. Durante bastante tiempo, justo antes de lo del barco, estoy en el ejército, más en concreto en la Legión. Sirvo un año en Kabul, Afganistán. Lo paso bien matando moros de esos terroristas.

—¡Qué bruto! —le corta.

—¿Bruto? Reconozco que suena un poco fuerte. Pero es así. Son unos hijos de puta asesinos. Y los hay por miles. Hay que acabar con todos como sea. No merecen vivir, te lo digo yo.

—También habrá gente buena en Kabul, ¿no?

—Puede ser. Mas por si acaso más vale acabar con todos. ¡Ey! Esto te lo digo a ti, ¿eh? En público no lo diría, no es políticamente correcto, lo sé. Y habría que currarse a los moros de por aquí. No todos son terroristas así en estado puro; pero les apoyan. ¡Todos muertos y asunto solucionado! Y con los sudacas también habría que hacer algo. ¡No te digo con los negros de África, los manteros y eso! Como mínimo vienen aquí a quitarnos el trabajo. Eso está clarísimo. Y, además, son unos delincuentes; no se libra ni uno. Drogas, prostitución. Y los del este de Europa, claro. En fin, o todos muertos o todos devueltos a sus países. Que se busquen la vida allí. Con el Generalísimo Franco no pasaban estas cosas.

—¿Y tú cómo lo sabes? Cuando naciste ya debía de hacer años que el tal Franco se había muerto, ¿no? Yo no sé de eso; apenas lo que me cuentan mis amigas, muchas de las cuales se relacionan con familias que, a su vez, se relacionan con un partido ultrafranquista de derechas que ha salido hace poco, creo.

—¡Esos sí son buenos! Tienen un par de cojones. Y bien puestos. Aunque yo aún sería más extremo. Solo de ver que en el parlamento hablan con los socialistas, los comunistas, los separatistas y los etarras me entran ganas de vomitar. Con esa gentuza, que son todos unos rojos, unos maricones y unas bolleras, no se habla. Se les mete en la cárcel y en paz. España funcionaría mucho mejor sin esos asesinos de mierda. Inmigrantes y rojos, mejor muertos o en la cárcel.

—Entonces tú de política…

—Calla, calla. De política nada; eso es una puta mierda. La política no sirve para nada.

—Pero lo del partido ese franquista…

—No, eso no es exactamente un partido político. A ver, te explico. El partido se ha constituido así para poder actuar dentro de la asquerosa legalidad democrática vigente de la mierda de la Constitución. En realidad es un grupo pseudomilitar organizado para iniciar la reconquista de España. Ese es su objetivo y eso es lo que a mí me hace estar junto a ellos, dentro de ellos, vaya. La cuestión es poder reconquistar España de toda esa mierda de la que te he estado hablando: inmigrantes negros de aquí, de allá, de más allá. Esa es la reconquista. Sobre todo contra los musulmanes que ya nos invadieron durante ochocientos años y que gracias a don Pelayo conseguimos echar de este país. Ahora hace falta otro don Pelayo. Hacía falta otro héroe nacional y ese es nuestro presidente —el de nuestro partido, claro—, el auténtico líder de la reconquista. Eso no tiene nada que ver con la política, cariño; eso tiene que ver con el honor, con la dignidad, con la unidad, con la independencia de un país. De un gran país como este nuestro. Eso no es política; eso es lucha. La lucha por la independencia, por la decencia, por recuperar nuestros valores cristianos eternos; nuestras preciadas tradiciones. Contra el separatismo, contra los inmigrantes que nos quitan el trabajo, contra la ideología de género maricón, contra la prostitución, por la recuperación de los valores ibéricos, de la auténtica hombría. En eso estamos. Y otro día hablaremos de los catalanes y de los vascos. Eso de que vayan a independizarse de la sagrada España también tiene cojones, también. Mientras yo viva nunca lo conseguirán.

Le acaricia una teta. Marta se calienta. Él:

—¿Repetimos?

Ella:

—Si, porfa.

***

Pablo tiene un amigo. Te cuento. Es uno muy muy fascista. De los de los inmortales y auténticos tiempos de Franco. Casi más que el propio Pablo; ya es decir, sí, como habrás visto.

Cada mañana antes de desayunar pone en el radiocasete Sony® y canta bien fuerte el Cara al sol con la camisa nueva que tú bordaste en rojo ayer y le enciende una vela a una imagen de la Virgen del Pilar colocada con reverencia en la cómoda de su habitación. Luego se hace una paja en el wáter, eso sí, sin mirarse la pilila. Es su manera de limitar su atracción libidinosa por las niñas de diez años. Al descargar el semen franquista que lleva en sus huevos, sus pecaminosos deseos (llamados en términos técnicos testosterona o algo así) bajan un poco y así evita hacer otra vez lo que le lleva a prisión unos años antes. Ahora verás.

No es la primera ni la única vez que hace algo similar. Pero en esa ocasión le pillan; en otras no. Se tira solo tres años en un manicomio por abuso de menores al no haber sido consciente de lo que hace, según el juez. Aunque la viola a base de bien. El magistrado es otro fascista de mucho cuidado y considera que no es violación porque la niña no ofrece resistencia y él no ha podido controlar moralmente sus instintos masculinos más primarios orientados a la reproducción de la raza debido a su delicado estado de salud mental. Lo que más pesa, en cualquier caso, en la breve sentencia es que la niña no haya opuesto resistencia y que tal vez hasta le gustó. Esto es así y así lo cuento.

Habitualmente él, a pesar de sus plegarias, no puede evitarlo. Es ver a una niña de diez años —sí, justo de esa edad— y ponerse más caliente que un mono salvaje. No voy a narrar los detalles de lo que les hace so pena de que me censuren este escrito. O algo peor. Ya te puedes imaginar, ya. De todo; les hace de todo.

Normalmente las pilla por la zona de Vallecas, una de las más deprimidas de la histórica e internacional ciudad de Madrid, la sagrada capital de España.

Va con cuidado de que no sean gitanas; por allí hay bastantes. Y él ya se sabe que para esa raza inferior la virginidad es sagrada. O sea, si por error se follara a una niña cañí y su gente le pillara, tendría los días contados. Esa gentuza es muy violenta y tienen unas costumbres y una cultura muy retrasadas que les lleva a cometer grandes desmanes por cualquier tontería.

Por suerte es fácil diferenciar a las niñas de etnia romaní de las de raza blanca tan solo por el color de su piel; mucho más oscura en las primeras. A ver, a él le gustan blanquitas; pero cuando va muy salido es capaz de tirarse hasta a una negra si hace falta. No sería la primera. De niñas negras, digo. Aunque prefiere a las blancas, claro; son de raza más pura y no suelen oler mal a diferencia de las otras.

En cierta ocasión se le va la mano y la niña muere desangrada por un desgarro vaginal con evisceración a lo bestia. Tampoco ha opuesto resistencia.

Normalmente mete a las chiquitas en el coche. Va en dirección al aeropuerto y se desvía por la M206 hacia Paracuellos del Jarama. Hay un camino sin asfaltar que lleva a un solitario bosquecillo. Allí procede. En cambio, en algunas ocasiones las lleva directo y con disimulo a su propia casa. Este es el caso de la niña que muere. Que mata, vaya.

Para su fortuna no le pillan. Deja el cadáver en una cuneta, práctica habitual de los fascistas de los tiempos de Franco, y ya. La lleva bien lejos de Madrid, donde vive, concretamente en el paseo del General Muñoz Grandes; es curioso, la misma calle donde vivo yo, pero a la otra punta. No digo el número para no incurrir en la Ley de Protección de Datos. El caso es que mete a la chiquilla en su coche Dacia® blanco y toma la M30 y luego la A6, o sea la autovía del Noroeste, la que va hacia La Coruña. Sale por Tordesillas —sí, el famoso pueblo del Toro de la Vega, le encanta—. Y se dirige a Valladolid. Sale de la autovía en Arroyo de la Encomienda y allí, en la cuneta de un camino sin nombre, deja a la pobre chiquita, su cadáver.

La encuentra un vecino del pueblo tres días más tarde, mientras pasea por allí con su perro de caza, Sultán. La policía investiga mucho mucho; nunca lo pillan. Nunca pillan a Francisco José Avellaneda Ruiz. Este es el nombre y apellidos del fascista protagonista de este cuento; creo que no te lo había presentado. Pues vamos a ello, si te parece bien. Nunca está de más.

Calvo, fino bigotito, barriga cervecera, siempre con una rancia corbata con la bandera de España. Olor a Varon Dandy® y aliento a Soberano® es cosa de hombres. Su vida, cincuenta y un años ya, no es nada del otro mundo. Le hubiera gustado ser guardia civil, pero no da la talla. Así, a los dieciséis años ingresa como botones en una caja de ahorros. Hace carrera. Llega a oficial segundo. Hasta lo del asesinato de la niña las cosas le van más o menos bien; pero cuando lo sueltan del manicomio la caja ya no lo readmite. Se queda con una paga de treinta mil pesetas al mes más o menos por deficiencia mental e incapacidad para controlar sus propios actos.

Vive en el pisito heredado de sus padres —hijo único— y, en consecuencia, no tiene que pagar alquiler. Es un piso de esos de portería. Perdona, al decir antes la calle igual te has pensado que los padres son ricos. No, ni mucho menos. Son porteros en una finca de marqueses, banqueros y señoritos andaluces. No pone la calefacción y apenas enciende las luces. Se ducha una vez a la semana para no gastar agua. Así va tirando con esa especie de pensión que le ha quedado.

Nunca tiene novia. Ni mucho menos novio, por supuesto. Siempre relaja su lascivia con las pajas invisibles y violando a alguna niña de vez en cuando. Se las arregla para no ser descubierto nunca más. Con una vez ya ha tenido bastante y de todo. No se lo pasa nada bien en el manicomio, no.

No tiene muchas amistades. Aunque hace un rato que se relaciona un poco más —aparte de las violaciones, si a eso se puede llamar relacionarse— porque colabora con un partido de extrema derecha de reciente creación, prácticamente nazi; una escisión del Partido Popular de Fraga, Aznar, Rajoy y Casado. No llega a afiliarse; la paga no le alcanza para la cuota. Mas colabora con ellos en la organización de las manifestaciones patrióticas bajo la enorme bandera española de la Plaza de Colón en Madrid y cosas así.

¿Te quedas con ganas de saber algo más de Francisco José? No hay mucho más que contar, créeme. Y lo de las niñas, insisto: no voy a explicarlo con detalle. Me entran arcadas. Si acaso ahora verás alguna cosita más; pero ya con su grupo de amigos patrióticos.

***

Total, que en esos menesteres del partido conoce a Pablo Martínez del Polo, el amante de Marta, ex militar y camarero de cruceros. Y se hacen bastante amigos, a pesar de la diferencia de edad (Pablo está sobre la treintena, no sé si te lo había dicho).

Se amiga del mismo modo con Juan Alonso de la Vaca, policía municipal y esposo de Carla, también del grupo de jóvenes mamás del Bar de la Esquina. Y los tres se hacen colegas de salidas nocturnas para apalear negros y maricones. Así, como si fuera un deporte.

Lo que más les encanta es hostiar a base de bien a los travestis de la zona de Rubén Darío. Una vez casi matan a uno. Lo dejan con la nariz y varias costillas rotas. Una se le clava en la aorta y está a punto de desangrarse. Menos mal que un cliente se da cuenta y llama enseguida al 112®.

A estos, los clientes, también les reparten de vez en cuando, también. Por viciosos y maricones. Muchos de ellos tienen mujer e hijos, ¿será posible? En las cabezas de Pablo, Juan y José Francisco no entra la posibilidad de que un macho español sea capaz de dedicarse a chupar pollas de tíos con tetas en lugar de atender debidamente a la sagrada, y fundamental para la buena marcha de la sociedad, institución de la familia. Otra cosa es que un hombre hecho y derecho de vez en cuando se vaya al fútbol, especialmente si juega el Real Madrid® de Florentino Pérez, el afamado y honrado empresario y amigo personal del emérito Rey Juan Carlos. Y si es contra el Barça® y los humillan, mejor que mejor, ¡putos catalanes! O ir a los toros, la sagrada y tradicional fiesta nacional. Sobre todo si mata Juan José Padilla, el tuerto, auténtico representante de los valores patrios.

De tanto en tanto se desplazan los tres a Barcelona. Es una putada ir a la Cataluña separatista y renegada de la Santa España, pero es que allí, por la zona baja de Las Ramblas, hay mucho negro y travesti y lo pasan de maravilla dándoles a base de bien.

Se alojan en un hotel de la zona de Sarriá. Está siempre a reventar de guiris —a muchos también habría que darles, también—. Lo más interesante del lugar es: la camarera que atiende habitualmente los desayunos y las cenas … nada menos que … ¡es negra!

Desayunando el primer día:

—Esta tía es cubana y comunista, seguro —asevera Francisco José en voz alta. El resto asienten con una sonrisa malévola mientras la miran con una mezcla de desprecio y lujuria y les cae la mermelada y otros artilugios alimenticios por la comisura de los labios, ¡qué asco!

»Es una pena con lo buenorra que está, ¿os habéis fijao en las tetas y el culo? —vuelven a asentir todos sin dejar de mirarla descaradamente.

La chica se asusta un poco, cierto; pero no dice ni hace nada. Aguanta el tipo como puede. Al fin y al cabo esto de alguna manera forma parte de su trabajo. No es la primera vez que algún cliente la mira de manera parecida. Escucha perfectamente la conversación. Parece que alcen tanto la voz para que ella oiga lo que están diciendo.

—¡Te imagino follando con una negra, ja, ja, ja! —dice Pablo al tiempo que con la risa se le salen de la boca dos trozos de la tortilla de chorizo que se está comiendo y van a parar al vaso de cerveza que se está bebiendo, así, ya de buena mañana (son las nueve más o menos).

—Estoy viendo tu cara. Ahora, tú con tal de meterla en caliente eres capaz de cualquier cosa.

—¡Eso nunca! —Francisco José—. Jamás me acostaría con una negra maloliente. Y lo sabes. Una cosa son las niñas de diez años y otra las negras, ¡qué agonía! Además, seguro que es separatista. —se levanta con el brazo en alto. —¡Arriba España, viva Franco! —los otros dos le imitan. A dos mesas más allá hay un grupo de tres tíos con pinta de alemanes y bastante cargados de cerveza. Se levantan también con el brazo en alto y «Heil Hitler!». Todos vuelven a sentarse y siguen desayunando.

—Tíos, estoy pensando algo. Creo que sí que podemos hacer una buena jugada, un acto heroico por la humanidad —habla Juan casi en un susurro para que la chica no le oiga y con una sonrisa sádica. —Anoche, cuando volvimos del centro, me fijé en que la tía asquerosa esta también sirve las cenas. Podemos papear aquí esta noche, esperar a que termine su horario y seguirla.

Los demás callan y se muestran interesados por las palabras de Juan.

Pablo:

—¿Y?

Juan:

—La seguimos, como digo. Imagino que para ir a su puta casa ha de coger el ferrocarril ese que baja hacia la plaza de Cataluña; el que tomamos nosotros anoche para volver de Las Ramblas. A esas horas no debe de haber gente y el túnel que lleva hasta el andén está bastante oscuro. Entonces, en el momento adecuado, la agarramos entre los tres y la desnudamos y la violamos bien violada, que no es lo mismo que follar. O sea, no habremos follado con una negra, si no que habremos violado a una negra. No es lo mismo, no. ¿Qué os parece?

Pablo y Francisco José aplauden la idea de Juan.

***

Kerena llama a Marta y le cuenta todas las andanza de su amante. ¿Cómo lo sabe?

—Ya tienes toda la información. Haz con ella lo que quieras. Eso sí, me debes un favor, ¿eh?

—¡Qué horror! Gracias Kerena, cariño. Veo que eres una buena amiga. Sí, cuenta conmigo para lo que necesites.

You’re welcome.

Clic.

***

Riiiiing. El móvil de Pablo.

—¿Diga?

—Soy Marta. Lo sé todo. Lo de tus amigotes y vuestras salidas a pegar a la gente. Eres un hijo de puta. ¿Tú te crees que eso puede ser? Una cosa es que te gusten los toros, seas un facha franquista y un machista total. En esas cosas puedo estar de acuerdo. Incluso con lo del machismo. Pero otra totalmente diferente es que vayas apaleando a personas por ahí, por muy invertidas, inmigrantes que nos quitan el trabajo o putas que sean. No. Eso no. Eso se denuncia a la policía o al partido ese que tanto te gusta y ya. No se les apalea.

»Hemos terminado.

Clic.

***

Carla es otra de las chicas de los cafés con leche de El de la Esquina; ya la he nombrado antes. Es profesora en un instituto. Está casada con un policía municipal que también he nombrado; Juan, el amigo de Pablo y Francisco José. Las cosas parecen irles bien aunque ella tiene su amante, claro. Dice que el muy amoroso sabe mucho de cosas del cielo pero al mismo tiempo de cosas terrenales y que se la folla divinamente de maravilla. Carla desaparece bastante pronto de esta historia. ¿Por qué desaparece y no vuelve? O sea, cómo y por qué desaparece sí lo vamos a saber pronto (malditas casualidades…). Por qué no vuelve del otro mundo, cuando otras personas lo hacen como verás, no lo sé.

Con una inhalación, en una breve oleada

Lo sabrás

Sincronicidad

Es un trance del sueño, un baile de ilusiones

Un romance compartido

Es

Sincronicidad

Synchronicity. The Police, 1983.

Siempre me ha llamado la atención eso de las casualidades. He de reconocer que existir, existen; pero me joden mucho. De hecho, en todo este texto aparecen bastantes. Unas son tal vez afortunadas; otras seguramente no tanto. Todas las cosas del universo (o de los universos; luego lo discutiremos, si eso) deberían de tener un motivo, ya que creo que todas están conectadas. El psicoanalista Karl Jung, uno de mis mayores maestros, las nombra sincronicidades. O sea, cosas que ocurren al mismo tiempo sin haber aparentemente una linealidad de causa y efecto entre ellas. Jung es Jung y gran parte de mi saber como psiquiatra acerca del subconsciente se debe al profundo estudio de su obra y la de Freud. Mas eso no obvia para que siga investigando hasta encontrar una buena respuesta científica. La de Jung no me satisface del todo, la verdad.

Dice el conocido y estupendo novelista español Javier Marías (uno de mis favoritos) en Los enamoramientos (Alfaguara, 2011) más o menos que el amor es una cuestión de disponibilidad y que cuando alguien se enamora de otro alguien es por casualidad. Según el famoso escritor, en estos asuntos los humanos no somos más que los restos, los desperdicios, los despojos de lo afectivo. La otra persona se enamora de uno o de una porque pasaba por allí y estaba emocionalmente disponible en su caso. Y viceversa. Más o menos. O sea eso, casualidades de la vida. No me parece creíble y razonable. Pero sí más que eso de la oxitocina (o sea, la llamada hormona del amor, ¡qué risa!) y la química cerebral, a pesar de que mi profesión científica me obliga a creerme todas esas cosas. Estoy convencido de que tiene que haber algo más entre la sincronicidad y la química. Por ahí irán mis próximas investigaciones.

Lo que sí es casi seguro es esto: «todas y todos vamos siempre un poco a la búsqueda del amor». En gran parte porque buscamos el cobijo del sexo seguro y asegurado. Para no vernos obligados a ponernos el condón cada vez que lo hacemos. Para no tener que sonrojarnos ni pedir perdón o dar dudosas explicaciones cuando hay gatillazo o sequedad o anorgasmia. Para saber que cuando tengamos ganas ella o él estará ahí —bastantes veces; no siempre, lo sé— y solventará nuestros ardores de una manera u otra. Mas el amor no es solo asunto de calentamientos púbicos. Púbicos; del pubis, sin l entre la b y la i. También tiene que ver con el cariño, vamos a llamarlo así por entendernos. Todas y todos esperamos ser tratados eso, con cariño. Y a veces lo decimos: trátame con cariño. O lo pedimos por favor: trátame con cariño, por favor. Claro, si hay que pedirlo no estoy seguro de si eso sea amor. Dejémonos de filosofías.

Juan y Carla son una pareja normal. Llevan dos años de casados, más uno de noviazgo previo. Pareciera que todavía no se ha dejado sentir la Teoría de la Crisis de los Dos Años. Dicen por ahí que a partir de ese momento se termina el enamoramiento y empieza de verdad el amor. O sea, desaparece la pasión de los principios iniciales y ya el cariño rutinario pasa a ocupar el lugar prioritario en las relaciones. Eso es mentira. Si bien a los efectos de este relato voy a darlo por cierto para que sea verosímil.

No tienen hijos por decisión propia. De común acuerdo él se hace la vasectomía reversible poco antes de casarse. Hasta ahí usan condón. Ahora ya no.

Juan trabaja de policía municipal. Carla dando clases de Geografía e Historia en primer curso de Bachiller del instituto del barrio.

Hace un año que la chica se lía con Ramiro, el profesor de Religión (dando al traste, pues, con la Teoría de la Crisis de los Dos Años; sería de Un Año en todo caso). No le ama en un sentido estricto; mas él folla mejor que su marido y ella satisface así sus necesidades clitoridianas. No es lo mismo hacérselo ella misma que como se lo lame Ramiro. A Juan le da asco chupárselo y solo se lo acaricia con los dedos. El clítoris. No es lo mismo. Carla nunca tiene un orgasmo así. Aunque le da gusto. Un poco. También cuando se la mete. Pero de orgasmo nada de nada. Excepto con sus autocuidados y caricias o las suaves y dulces lamidas de Ramiro. No es lo mismo, insisto. A su esposo lo sigue amando; ya sin pasión. Esa parcela emocional suya pasa a ser propiedad del profesor de religión.

Pues esto empieza un día de lluvia en el que es casi imposible salir del instituto; tal es la cantidad de agua cayendo. Durante un momento parece que la tormenta remite algo y salen todos, profesores y estudiantes, corriendo. A los pocos minutos vuelve a arreciar con fuerza. Carla y Ramiro se refugian por casualidad en un patio de vecinos. Se miran. Se sonríen. Sin más ni más ella le besa en los morros. Él acepta el beso con agrado y casi sin mediar palabra se van al apartamento de Ramiro, que vive solo. Llegan chopados. Se desvisten para que la ropa se seque poniéndola sobre los radiadores de la calefacción. Una vez desnudos se secan por encima encima con la misma toalla entre besos y caricias y pronto caen en los brazos de Eros.

A partir de ese primer día, en el que se percatan de la fuerte atracción sexual que sienten mutuamente, se ven de vez en cuando para practicar ese y otros órdenes de cosas carnales en casa del lío liado, Ramiro. Sin fecha fija, aunque con una cierta frecuencia. Digamos que una vez a la semana como media. Tampoco usan condón, pero él la saca siempre antes de correrse, el famoso coitus interruptus. Sí, una práctica bastante riesgosa de cara a que ella se pudiera embarazar sin querer. Asumen el riesgo. Si un espermatozoide caprichoso llega a fecundar un óvulo ansioso siempre tienen la posibilidad de abortar y tal. Si bien esa no sería la mejor opción, obvio.

Se frecuentan súper en secreto. Juan —recordemos, el marido de Carla, el policía— es muy celoso y Dios sabe cuál sería su reacción si se enterara del cruel engaño cuernil. Como mínimo le daría alguna que otra hostia a su esposa. Y le exigiría el divorcio inmediato. Según su moral, la de Juan, no es bueno, posible ni razonable que un hombre viva con un par de cuernazos protésicos en la cabeza. Y ella prefiere no romper el matrimonio a pesar de que ahí el sexo no es demasiado satisfactorio. Mas le da seguridad y tranquilidad saber que cuando llega a casa siempre está él esperándole cariñosamente. Eso. Sí. Cariñosamente.

Carla se enamora de su esposo por casualidad, sí. Porque pasa por allí cuando necesita más cariño.

En esos momentos ella lo está pasando francamente mal. Su padre ha matado a su madre a golpes con un martillo y después se ha suicidado tirándose del quinto piso en donde viven alquilados, por el barrio de Vallecas. Sale en las noticias de la tele. No lo de su violación. Aguarda, no te sorprendas por esto último. Enseguida lo entenderás.

El día que sus padres discuten es porque su mamá descubre que su padre violó a Carla cuando era adolescente, en efecto. Es la propia Carla quien se lo acaba de contar en el saloncito de su casa, de la de sus padres. Aunque ya hace bastantes años de eso la chica nunca ha acabado de quitarse el trauma de encima, y su coach le recomienda que se lo cuente a su madre, que eso hará mejorar su salud mental. Lo hace de sopetón, cosa que profesionalmente me parece fatal, pero el coaching es así, ¡qué le vamos a hacer! Tal y como es fácil imaginar se arma una tremenda discusión intrafamiliar que va in crescendo.

—¿Cómo fuiste capaz de hacerle eso a tu propia hija, so cabrón?

Al principio él lo niega. Pero ante la presencia de la chica —que no dice nada; mas ya es sabido, las miradas lo dicen todo— no tiene más remedio que claudicar.

—No me reproches lo ocurrido; lo que pasó tiene su explicación. Por un lado, tú ya hacía muchísimo tiempo que me rechazabas en el sexo. Y por otro ella llevaba meses provocándome. Esto lo justifica —muy enfadado. —¡Y no me insultes!

—Te voy a denunciar, hijo de puta.

—¡Hazlo! El juez entenderá perfectamente mi situación desesperada —casi fuera de sí; chillando a lo bestia.

—Que yo no deseara mantener relaciones sexuales contigo no justifica nada. Y la chiquita no te provocó jamás, mentiroso, más que mentiroso.

—¿Ah, no? Entonces, ¿qué es eso de pasearse medio desnuda por la casa como si nada? ¿Qué es eso de sentarse a mi lado a ver la tele solo con un sostén pequeñísimo y unas bragas de esas de tanga? ¿Cómo llamas tú a eso si no provocación pura y dura?

—Era su casa e iba vestida como le daba la gana, y más en verano con el calor que hace en esta mierda de piso. Eres un culo cagao. Eres un grandísimo hijo de puta. Violar a tu hija… ¡vaya mierdoso! Te mataría ahora mismo. Pero no, me voy ya a denunciarte a la policía. Que te detengan y te condenen a unos cuantos años de cárcel. Allí te pondrán el culo a gusto, hombretón. ¡A ver si allí eres tan machote, violador de menores!

El padre —al mismo tiempo que mira con odio y los ojos inyectados en sangre a su hija— intenta, súper enfadado, seguir justificándose, defenderse apoyándose en que ya ha pasado mucho tiempo de eso. Intenta paralizar el proceso.

No lo consigue.

Ella, la madre, va al armario a coger la chaqueta para salir de casa. Él, ciego de furia, ve encima de la mesa de la pequeña cocina un martillo con el que estaba a punto de clavar un clavo en la pared para colgar el reloj doméstico nuevo; el viejo de encima de la nevera ya ha dejado de funcionar definitivamente.

Malditas casualidades… Coge el martillo y cuando ella sale de la habitación…

Es el veintisiete caso de violencia doméstica, como todavía se dice por estas fechas en el Estado español. Carla lo ve, incluyendo cuando su padre se tira por la ventana. Entra en shock.

Juan forma parte del equipo de policías que acude en primera instancia al domicilio familiar y desde el momento inicial atiende a Carla con muchísimo cariño y respeto hasta que llega el equipo de psiquiatras del Servicio Social de Atención Domiciliaria Urgente®. Además del cariño y el respeto es guapo, bastante. Lo cual, aun no siendo lo más importante, influye también en que ella le rinda su corazón —y después todo lo demás— casi de inmediato. No todavía justo en ese momento; ella está totalmente en shock, como digo. Al mismo tiempo que el Trankimacin® que le dan los médicos ya le ha hecho su efecto. La ingresan unos pocos días en la Unidad de Psiquiatría del Hospital Universitario Infanta Leonor para tratar con calma y la oportuna medicación el Estrés Post Traumático que le diagnostican de inmediato.

Juan va a visitarla. Le lleva unas flores. Y es en ese momento cuando se percatan de que están enamorados.

—Creo que te amo desde el primer día que te vi, allí acurrucada en un rincón de casa de tus padres, tan shockeada que no podías ni llorar a pesar del trance por el que habías atravesado. Se me enterneció el corazón. Te amé de inmediato. Me atrevo con humildad a pedirte que salgamos juntos.

Ella está sentada al lado de la ventana, vestida con la bata hospitalaria de enferma y con el gotero puesto.

—Juan, mi querido Juan. Gracias por las flores.

—No es nada, Carla. Además, me siento un poco ridículo regalando flores a la flor más bella del universo.

Ella dibuja una sonrisa con sus bonitos labios. Se sonroja.

—He averiguado que dentro de dos días te darán el alta. ¿Quieres que venga a buscarte y llevarte a tu casa? Yo cuidaré de ti los primeros días, si quieres. O todos los de tu vida.

Carla le dice «sí» con la mirada.

—Creo que yo también te amo, Juan. Está bien, salgamos juntos. Solo te pido que me trates con cariño. Igual que lo has hecho hasta ahora. Gracias.

Se queda dormida.

Juan acaba de cerrar una etapa en verdad complicada con su anterior pareja sobre todo a causa de sus (los de él) enfermizos celos que le carcomen interna e intensamente. Ella, Jessica creo que se llama, es una chica de muy buen ver y a la que le gusta ir vestida con vertiginosas minifaldas y amplios escotes. Llega a participar en un programa de la televisión cuyo contenido es bastante interesante: tetas operadas, culos, minifaldas y musculitos; Mujeres y hombres y viceversa®. Aún no está con Juan. Pero esto, aunque forma parte del pasado, le mata de celos a él. Y es causa de constantes discusiones y terribles enfados e insultos. Nunca hay violencia física; solo verbal y psicológica, como se dice.

—No tenía que haberme enamorado de ti —dice Juan. —Ni mucho menos haberme liado contigo, una vulgar puta que sale en televisión enseñando las tetas y las cachas.

—Cariño, si eso forma parte del pasado, ¿no puedes olvidarlo ya de una maldita vez?

—No, donde ha habido siempre queda, me cago en todas las putas del universo.

—¿No te vendría bien ir a un psicólogo o a un psiquiatra en busca de ayuda para quitarte todas esas historias de la cabeza?

—¡Jamás! Eso es cosa de mujeres y de maricones. Yo soy policía y tengo los cojones suficientes como para seguir mi vida sin todas esas chorradas de psicólogos comecocos.

—Juan, mi vida…

—¡He dicho que no quiero saber nada de eso, coño! —le corta. —Además, aunque no salgas en la tele no sé qué haces cuando no estamos juntos. Seguro que estás por ahí puteando de alguna manera. Tu forma de vestir te delata. No hace falta que enseñes tanto. Eres solo mía. Eres solo para mí. Y no me dejas mirar tu móvil. Eso me mosquea mogollón.

—Mira, esto no puede seguir así. Tú, a pesar de ser novios, no eres quien para controlar cómo me visto ni lo que hago cuando no estoy contigo, que nunca es nada malo ni que pueda hacerte daño, ¿lo entiendes? Ni tampoco te importa lo que pueda haber en mi móvil, ¿lo comprendes?

—No.

—Pues esto no puede seguir así, repito. Será mejor que lo dejemos.

Juan la quiere. A su manera; sí. Por un lado no puede romper con ella. Pero por otro no debe de seguir con esos celos que le destrozan internamente, lo sabe muy bien.

—¿Y si nos damos un mes de prueba sin vernos ni hablarnos? —le dice.

—Ok —contesta Jessica. —Hagámoslo así.

El mes de prueba se convierte en más. Él la llama justo a los treinta días para intentarlo de nuevo. No hay respuesta. Y así durante dos, tres meses. Y más, como digo. Juan se da cuenta entonces de que no sabe dónde vive, de que siempre se han visto en su casa y no en la de ella. Y así poco a poco entiende que sí, que seguro que ella le ha engañado durante el tiempo que han estado juntos. Y también ve que no sabe cómo encontrarla en una ciudad tan grande como Madrid. No sabe nada de su familia. No tienen amigos en común. Tampoco conoce los lugares que frecuenta. Nada. Se resigna, aunque del amor pasa al odio. Se jura a sí mismo que si algún día la vuelve a ver la matará.

Juan es de naturaleza muy cariñoso, tal y como se ha visto; y ahora, una vez ha asumido que la relación se ha roto definitivamente, necesita depositar bien bien en algún otro corazón el cariño que le sobra. Casualidades de la vida. Los caminos de Carla y él mismo, sus despojos por la pérdida de su primera novia, se cruzan y a los pocos días se están jurando amor eterno, como sabes. Maravilloso. Él no ha olvidado del todo a la Jessica, si bien ahora solo siente odio. Y Carla, tras el trauma por lo de sus padres y gracias a la ayuda de un buen, eso sí humilde, psiquiatra de urgencias del hospital que se desvive por ayudarla, está ya bastante mejor en el ámbito emocional.

El terrible suceso de lo de sus padres genera en Carla un odio visceral hacia las matemáticas, en especial hacia las reglas de multiplicar. Y, sobre todo, a la de «el orden de los factores no altera el producto». Sí, sí que lo altera. Si su padre (primer factor) se hubiera suicidado antes y después matado a su madre (segundo factor) a martillazos, el producto hubiera sido distinto. Y a ella no le hubiera importado nada nada que su padre se fuera al infierno él solo, sin llevarse por delante a su mamá. Lo odia. Cuando ambos mueren ella tiene veintinueve años. Hace ya dieciséis o diecisiete que su padre no abusa de ella. Pero aún se despierta muchas noches en medio de terribles pesadillas en las que esa polla tan grande y asquerosa se introduce en su boca provocándole arcadas. A él lo que más le gusta es eso, metérsela por la boca hasta correrse. Asqueroso. Y también se la mete por el chichi, desvirgándola y haciéndole mucho daño. Igual de asqueroso.

Al principio con Juan, pues, le cuesta un poco iniciarse en las prácticas sexuales que toda relación amorosa merece. No es que antes no haya tenido otras relaciones con otros chicos, no. Lo de su padre no ha llegado a traumarla tan de sobremanera. Aunque nunca acaba de encontrarle el gusto a eso del sexo. El gusto total, vaya. Con Juan es diferente. Con él tampoco tiene orgasmos; mas poco a poco van intimando en base al sólido amor y cariño compartido y las cosas del sexo son más fáciles, como más naturales, por decirlo de alguna manera que se entienda. Ella se somete con gusto a los cotidianos gestos cariñosos y deseos carnales de su novio y pronto esposo; no obstante no acabe de llegar nunca al éxtasis total. Él parece haber encontrado a la mujer hecha a su medida. Carla es muy guapa, sí. Y tiene muy buen cuerpo. Mas no viste en absoluto de manera provocativa ni se maquilla en exceso ni va por ahí presumiendo de grandes tetas ni de prieto culo. Si bien las tiene, las grandes tetas. Y lo tiene, el culo prieto. Pero son solo para él. Punto.

Eso es lo que Juan se piensa. Y es cierto durante su noviazgo y el primer año de matrimonio, como sabemos. Las cosas ya han cambiado hace tiempo; a pesar de que él no recela nada de nada. Como suele suceder. Es natural. A diferencia de con Jessica, de quien sí que sospechaba; ese caso era evidente.

En verdad las cosas podían haber continuado así de naturales por mucho más tiempo. Carla está a gusto con la vida. En su casa tiene el cariño anhelado. Y en casa de Ramiro el sexo que también necesita. La fórmula matemática, esta vez sí, es perfecta. Aunque en lugar de una multiplicación es una división en la que el orden de los factores sí altera el producto. O sea, no son lo mismo dividendo (Carla), divisor (Ramiro), cociente (Juan) y resto (los cuernos). Si los intercambias, el producto cambia de forma natural. Y no digamos nada del resto, de los despojos de que habla Marías hace un rato según asevera el autor de esta narración (o sea, yo). Mas una cosa son los despojos amorosos, en este caso cuerniles, y otra muy diferente cuando el resto es indivisible, como los muones y otros tipos de quarks, por poner un símil de la física cuántica, tan de moda en nuestros días. Física y también emociones que ya no se pueden dividir para llegar a un resultado cero. O sea, equilibrado. Ni siquiera se pueden dividir por sí mismas usando el viejo truco de los malos estudiantes de matemáticas. Quedan esos restos, esos residuos que en muchas ocasiones tiramos a la basura de las emociones; pero ellos siguen ahí, en un contenedor desconocido (no es ese cubo tradicional desde el que todo se recicla). Un contenedor que vuelve a la realidad en forma de casualidad, como en el caso de los padres de Carla y el martillo. Un contenedor en el que la física emocional desechada se va pudriendo. Ni se crea ni se destruye. Siempre vuelve en una especie de eterno retorno, Nietzsche dixit. Reaparece en forma de terribles tragedias, odios, violencias, muertes, pandemias emocionales controlando nuestros actos. ¿Será eso a lo que llamamos destino?

Así es que, y como es sabido gracias a la Ley de Murphy que parece contradecir la hipótesis de las casualidades, si las cosas pueden salir mal, saldrán mal. La tostada siempre cae por el lado de la mermelada. Además, tiene que ser así. En caso contrario, si las cosas hubieran continuado tan bien como iban hasta ahora, este cuento no hubiera existido nunca. Y este cuentista que las narra no tendría nada que contar, excepto: «desayunando esta mañana se me ha caído la tostada al suelo». Eso sí, no llevaba mermelada; solo mantequilla. Pero esto no le interesaría a nadie. Tal vez el cuento de amor sí.

Es Mayo. Hacia mediados más o menos. La primavera ya reina por doquier y el sol alarga su agradable presencia cada día un poco más con la ayuda del cambio de horario ese que instaura Franco para igualarlo al de la Alemania nazi. Hace mucho calor y no llueve para nada.

Hoy Carla ha estado con Ramiro. Llevan casi un mes sin verse ni tocarse y el deseo carnal está instalado en ambos de una manera muy fuerte. Con el ardor de los primeros besos, abrazos y lametones la chica no se quita del todo las bragas dejándoselas a mitad de la pierna izquierda. Bragas negras, por cierto. Y para más inri, como juzgarás mejor dentro de unos segundos.

En efecto, cuando Ramiro se corre fuera de ella —recuerda, lectora, lector, lo del coitus interruptus; hay que extremar el cuidado— varios goterones de semen van a parar a sus bragas. Ninguno de los dos se da cuenta. Él inicia enseguida su dulce ritual lingual y ella se deja llevar de inmediato por el gran placer clitoridiano.

Si las bragas hubieran sido blancas o color hueso en lugar de negras seguro que lo que sigue de esta historia no hubiera tenido lugar.

Cuando Carla llega a su casa aún es de día. Juan ha tenido turno de noche. En estas ocasiones siempre descansa un poco por las mañanas y luego dedica las tardes a ayudar en las tareas del hogar, poner la lavadora, entre otras cosas. Es una mariconada que nadie debe de saber. Lo de hacer las tareas de casa. Pero le sabe mal no ayudar a su mujer, siendo que es tanto lo que la ama.

Ella le da un cariñoso beso y entra en la habitación a desnudarse y enseguida se dispone a ducharse. Juan está de muy buen humor. Esta noche ha detenido él solo a un trapicheante de hachís del barrio al que llevaban tiempo buscando y el comisario le ha felicitado públicamente en público.

Tiene puesto en el mp3 una grabación de Marta Sánchez en la que canta Soldados del Amor (Ole Ole, 1990, Hispavox) y el Himno de España (Marcha Granadera, atribuido a Manuel de Espinosa, 1761), y, una vez termine con la lavadora, prevé prepararle a su esposa una cena a base de sushi que ha comprado en el Mercadona® de la esquina al salir de la guardia. A ella le encanta la comida oriental. Después de cenar harán el amor. Todo es brillante y correcto; todo va por su camino. Sin estridencias, sin despojos, perfecto; equilibrio cero.

Con Carla ya duchándose con tranquilidad Juan entra a la habitación para recoger la ropa interior de ella y meterla en la lavadora, como ha hecho en innumerables ocasiones aunque eso sea de maricones. Y es entonces cuando lo ve. Cuando los ve, perdón, pues como he dicho son varios los goterones de semen, tres o cinco más o menos. Allí, ya secos, perfectamente visibles sobre las negras bragas.

Ella aún está en la ducha. Él abre el cajón de la mesita de noche donde guarda su arma reglamentaria; una Heckler Koch®, modelo USP Compact 9 milímetros parabellum. Súper rabioso por dentro, pero con tranquilidad por fuera, descarga las trece balas en la nuca de Carla. Las trece. En la nuca.

Eso sí, con mucho cariño.

Mientras la chica se va Kerena le acaricia el ensangrentado pelo. Y le da un beso en la frente. Le sonríe.

Vaya cosas. La infiel y desafortunada Carla desaparece así de este relato. No vuelve jamás. Del marido sí volveremos a saber, sí. Ya lo verás. Se mama solo un par de años de cárcel. Su abogado consigue demostrar que los tiros son en defensa propia. Es, el abogado, el más caro de Madrid. Lo paga su familia, que es muy rica; luego lo veremos también. Le caen cuatro años; pero la pena se reduce sensiblemente por buen comportamiento. Eso no es casualidad. Es justicia. Dicen.

***

Cada vez alucino más con lo que oigo y sé de estas chicas. Ahora no las estoy escuchando en directo, sino que las estoy recordando mientras tomo el cortado bien caliente y escribo esto.

Desde luego que yo a lo largo de mi vida he tenido de todo. O sea, estoy curado de espanto. Ya se sabe, los jóvenes son tontos. Me sabe mal decirlo; pero esto es escandaloso, que se pongan a hablar, a decir todas estas cosas así, así en público con cualquiera cerca que, como yo, pueda escuchar sus secretos. ¡Madre mía!

Déjame continuar con otros asuntos. De esta manera me distraigo un poco.

***

Lilith, otra de las mamás, asegura: «no tengo amante», tan solo lleva tres años casada con su esposo, Manuel, y, seguramente, aún no ha tenido tiempo de cansarse de sus tejemanejes sexuales. Debido a eso, a que no tiene amante, Lilith no puede contarnos ninguna historia en especial, como sí han hecho sus amigas. Mas ella tiene su relevancia en esta narración. Más adelante, más. Ahora es que, gracias a su inocencia, entra por segunda vez en acción Kerena quien, como verás, adquiere un protagonismo especial a lo largo de toda esta historia. Dentro de un ratito ya la percibirás más activa por estos alrededores. Y en otros sitios. Ya lo verás, ya. Y espero que eso no te moleste. Sigamos.

Lilith dice:

—No es que mi marido lo haga muy bien, la verdad. Pero, por ahora no echo de menos otro pájaro diferente que me cante de vez en cuando. Por ahora estoy a gusto con la polla que me folla. Además de que mis creencias religiosas me prohíben explícitamente acostarme con cualquiera que no sea mi esposo.

El resto de las jóvenes mamás ríen. La ya introducida Kerena, una morenaza con las tetas súper operadas le dice:

—Pues no sabes lo que te pierdes, tonta. El gusto está en la variedad. Debes de salir de tu zona de confort.

Lilith ríe también, aunque se sonroja un poco.

—Bueno, todo llegará.

***

Dejo de recordar las conversaciones de las jóvenes mamás. Sigo con mi cortado y sospechando a la Parca por ahí cerquita. No puedo quitármela de encima a la muy hija de puta.

El pulcramente vestido camarero lleva un brazalete negro como en plan de luto en la manga izquierda de su camisa blanca.

—¿Y eso? —me aventuro a preguntarle señalando con la mirada el trozo de tela cuando viene a servirme el café caliente con un chorrito de leche.

—Es por mi hermano mayor. Falleció hace dos días de un ataque al corazón. Tenía cuarenta y seis años, el pobre.

«Mierda, mi misma edad».

—Te acompaño en el sentimiento. Ponme una copa de coñac; Magno® mismo, por favor.

Apenas hay un par de clientes más en el de la Esquina. Hombres solos y mayores. Bastante más mayores que yo. Seguro son jubilados. Todos leen el periódico y beben cortados descafeinados y con edulcorante Myprotein®; nada de azúcar. Es sucralosa. Un producto vegetariano, vegano y sin gluten. ¡Toma ya!

Pronto llegarán las jóvenes mamás con sus niños y sus cafés con leche y sus historias de amantes. También Kerena, la de las tetas operadas. Supongo.

Agarro con desgana un periódico. Es de ayer. Me da igual. Por distraerme, por pasar el rato, por dejar discurrir el tiempo hasta que sea la hora de cenar. A las nueve más o menos. Ahora son las seis. No tengo nada que hacer. Cuando lleguen las mamás me iré a pasear. Hoy no tengo ganas de escribir ni de escuchar sus relatos sexuales. Ya me cargan bastante.

Llegan. Pago el cortado y el coñac y salgo a la fría calle. Aún es un poco de día. Me doy un largo paseo. Empiezo a tener hambre. Miro la hora en mi reloj de pulsera Casio® que me trae mi hija mayor de Andorra la última vez que va no hace mucho. Las ocho y media. Sí ha sido largo el paseo, sí. Está bien. Me he entretenido ensimismado en mis pensamientos acerca de la muerte y tal. No son alegres, como puedes ver. Y he hecho algo de ejercicio; a mi edad es muy importante.

Entro en el Hay Menú, mi restaurante favorito de comida casera y en el que ceno día sí, día no, y el de en medio también.

—¿Qué me aconsejas hoy, Paco?

—Sin ninguna duda un par de huevos rotos de gallina de granja con chorizo pamplonés y un buen montón de patatas fritas.

—Hostia, tú quieres matarme, tío. Colesterol puro…

—No hombre, no —me corta. —Si eso es sano. Son productos naturales. Además, para lo que te queda, ¿qué más te da un año antes que después? Ja, ja, jaaa.

—¡Cabrón! No digas eso, aún soy joven; estoy en los cuarenta y algo, coño.

«La Parca…», pienso.

—¡Oyes, que era broma, va, no te enfades! Mírame a mí. Soy bastante más mayor que tú y como de todo. Y aquí estoy, bien saludable; aunque con un poco de barriga, lo reconozco. También hay sopa juliana de verduras preparada por la Juani a mediodía. Y luego, si quieres, una cortada de merluza a la plancha tal cual con ensalada de lechuga y tomate, ¿qué te parece? Eso sí no tiene colesterol, ¿no?

—Mejor, mejor. Tengo que cuidarme, joder.

—Está bien. Para beber ¿vino de la casa como siempre?

—Sí, por favor.

—Eso sí deberías de mirártelo, ¿eh? ¿No bebes demasiado? Cada día te chupas una botella entera o más. No es bueno para el hígado, la circulación, ni para la tensión. Y menos a tu edad.

—Ves a la mierda, anda. Bebo lo que me da la gana. Y más a mi edad, que ya soy mayor para tomar mis propias decisiones.

—Para unas cosas eres joven y para otras mayor; no hay quien te entienda… —dice por lo bajini mientras va hacia la cocina.

Me sirve la juliana y el vino. Estoy solo en el bareto. Mejor, más tranquilo.

Ataco la sopa con la cuchara. Se abre la puerta. Me giro a ver quién es.

¡Hostia! Es la de las tetas operadas, la del grupo de las jóvenes mamás. ¡Vaya tipazo! ¡Vaya ojazos! La verdad es que no le pega nada este sitio. Ella parece ser una mujer con clase, digamos. Por la forma de vestir, las joyas, sus andares y tal parece que le sería más propio un restaurante de más alcurnia, no sé si decirlo así.

Se sienta en una mesa algo alejada de la mía; cara hacia mí. El Paco se le acerca, habla con ella un minuto, va a la cocina y sale al rato con un plato humeante de juliana y un vaso de vino. La chica parece cuidar también su colesterol; aunque a primera vista no debe de hacerle mucha falta. Es todavía muy joven para esas cosas. Y está súper buena. No sé si ya lo había dicho antes. Si es así, lo repito por si acaso, que no se me olvide.

Me mira con descaro. Me siento un poco molesto, seguro. ¿Qué coño hace aquí a estas horas? ¿No debería de estar en su casa cuidando de sus niños y de su desamado esposo?

Me concentro en leer las noticias en el móvil para evitar dirigir mi mirada hacia esas tetas. Me atraen en cantidad. Y ahí no hay nada a hacer, evidentemente. Si me hubiera pillado hace diez o quince años no digo que no hubiera intentado un acercamiento. Si bien nunca, ni entonces, he sido un mujeriego en el sentido tradicional de la palabra. Y tampoco me gustan mucho las tetas de silicona. Pero ya no hace quince años. Así pues, agua que no has de beber, déjala correr

En todos los diarios digitales destacan la noticia de un ataque de la coalición liderada por Arabia Saudí contra la población civil de Yemen. Han muerto cuarenta y tres niños de entre cinco y doce años. ¡Madre mía! España está entre los principales proveedores de materiales bélicos a la criminal coalición gracias a la amistad del exrey Juan Carlos y la familia real saudí. Parece que el ataque ha sido con armas químicas de esas que expanden bacterias por todos lados. ¡Pobres niños! ¡Qué asco de vida!

Con el rabillo del ojo veo cómo la chica se levanta de su mesa. Con unos andares súper elegantes y yo diría que muy provocativos se acerca a la mía y se sienta frente a mí. Me sorprende mucho.

—¿Qué has dicho?

«¡Glups! Si yo no he dicho nada. Solo pensaba».

—¿Perdona? —le digo.

—Que qué has dicho sobre la vida.

—Decir, decir, no he dicho nada. Lo he pensado.

—Para mí es lo mismo. Has dicho algo así como «qué asco de vida», ¿cierto?

—Más o menos...

—¿Te gustaría morirte?

—No, no, eso no. En absoluto. Al contrario, me da mucho miedo la muerte. Tengo previsto vivir unos cuantos años más, ¡je!

—Ah vale, vale. Es que si para ti la vida es un asco lo más normal es que desees perderla, ¿no?

—No, lo de asco es en sentido metafórico y una expresión de rabia por la muerte de unos niños inocentes en Yemen.

—Sí, conozco el suceso. Lo conozco bien. Entonces, ¿te gustaría vivir muchos más años?

— Pues sí, cierto. Es lo que espero, por supuesto.

—Mira, te voy a ser muy clara. Yo sé mucho de la muerte. Cada ser humano tiene su propia fecha programada por el destino. Eso lo sabes, ¿no? Cada cual tiene su forma de morir, como la tiene de vivir. Un ataque al corazón, un accidente, una enfermedad incurable. Eso lo sabes, ¿sí?

—Mujer, pues claro que sí.

—Morir es algo natural y cotidiano. Más, casi, que vivir. Pero nadie sabe cuándo le llegará el momento. A pesar de estar escrito. Sí, lo de los niños de Yemen también lo estaba. Ya ves. Esa es la gracia.

—Bueno, gracia, gracia… —digo.

—¡Sí hombre, sí! ¿Cómo sería vivir durante toda la eternidad? ¡Un rollo, tío! Un verdadero aburrimiento, ¿te imaginas?

—Pues…

—Oye, pareces tonto.

—Perdón señorita, no sé si le he dado la suficiente confianza como para insultarme. De hecho, no nos conocemos de nada. No sé ni su nombre —sí que lo sé porque lo he escuchado en las reuniones con sus amigas, pero no se lo voy a contar y quedar así como un vulgar cotilla—. Ni usted el mío.

—Kerena. Algunos, en tu cultura, me conocen como La Parca; aunque no soy exactamente eso; ya te explicaré. Y yo sí conozco el tuyo, amigo doctor Jose Gómez Gómez, psiquiatra psicoanalista.

¡¡¡Joder!!! Me acojono un poco, en verdad. Esta tía debe de estar muy pirada, me acojona mucho, mejor dicho. Y eso de que me haya leído el pensamiento y sepa mi nombre, apellidos y profesión…

—Ya te he pillado un par de veces mirándome las tetas en el bar ese al que voy a merendar con mis amigas. Aunque te parezca lo contrario son naturales, ¿eh? No creas…

—Yo no he dicho nada al respecto.

—Lo has pensado. El problema es que veo difícil que tengas oportunidad de comprobarlo, ¡ja, ja, jaaa! Siendo, no obstante, que no hay nada imposible en esta vida. Ya veremos.

Qué descarada es la tía esta. Y qué inoportuna. Pues por supuesto que me he fijado en sus tetas, ¡faltaría más! Y claro que creo que son de silicona. Pero eso no significa que ella sea el centro del universo. El centro de mi universo, vaya. ¿Qué se habrá pensado esta flor? ¿Que por ser mayor que ella soy tonto? ¿O qué?

Se acerca a mi cara y casi en un susurro:

—A ver, te voy a ser sincera. Mi nombre viene de Ker, el espíritu femenino griego de la Muerte. Su espíritu; no Ella misma, ¿me entiendes? Aunque en la mítica helénica se me describe como un soplo sangriento con afilados dientes y garras asesinas; y en la Ilíada se me identifica con el Destino. Los griegos eran muy sabios. Al fin, Muerte y Destino estamos íntimamente unidas.

»Como ves no tengo nada que ver con la descripción de los griegos. Con el tiempo he ido evolucionando gracias al paso del Mythos al Logos, entre otras modas de la historia cultural humana y también del Sagrado Olympo. Y no, no tengo ese aspecto tan horrible y tradicional que te he descrito. Ni nada parecido, ¿o sí?

—No, lo cierto es que de aspecto estás bastante bien. Y, ¿qué coño haces aquí? —temblando; casi aterrorizado a pesar de mi incredulidad.

—Vengo a por ti. Ya te toca.

Estupefacto, acojonado, cagado, incrédulo, me hago pequeñito, pequeñito. No lo puedo creer, leches.

—¡No me jodas; soy muy joven!

—Te jodo, te jodo. En cuanto te saquen el plato de sopa empezarás a sentirte mal durante un par de minutos y enseguida caerás fulminado. Infarto. El colesterol, ya ves. Paco llamará al 112®. Cuando llegue la ambulancia ya no podrán hacer nada por ti. No te preocupes. Será rápido y el dolor, aunque intenso, es soportable y puntual, tranquilo. Pasa rápido.

Vaya mierda, coño.

—Y eso, ¿ya es así? ¿Ya está?

—Hombre, siempre hay alguna alternativa... —me guiña un ojo con bastante descaro, cierto.

Me animo un poco.

—Cuenta, cuenta. Yo aún quisiera vivir unos años más. Cuenta, cuenta eso de las alternativas.

—Puedo alejarme de ti durante un tiempo. ¿Qué te parece? Pero me tienes que dar algo a cambio. Hemos de llegar a un acuerdo.

—Vale. ¿A qué tipo de acuerdo?

—Eso he de pensarlo. Mira, estos arreglos se los ofrezco a poca gente. A poquísima. Y no a nadie especial, digámoslo así. O sea que no eres un elegido ni nada parecido. Te has cruzado conmigo, me has parecido un tío chulo y ya. Yo no te selecciono; lo hace Destino. Somos lo mismo, sí; pero yo no lo sé todo y, a veces, hay procesos que están escritos, mas yo los desconozco. ¿Por qué nos hemos cruzado y por qué me he fijado en ti? No lo sé. Seguro que algún día lo sabré. Te lo contaré entonces, ¿te parece bien?

—Sí, sí. Todo está escrito, ¿no? El destino nos tiene programados incluso el momento y la forma de morir.

—Sí, eso es así, ya te lo he dicho. Aunque los caminos del Creador están escritos en letras muy difíciles de leer. Y más de interpretar. Yo soy la enviada de la Muerte; no con exactitud Ella en persona; esto no lo puedes entender. No te esfuerces. Y tengo mucho Poder. Y también soy el Destino. Ambos juntos somos poderosísimos. Mas, aun siendo la misma persona de acuerdo con tus parámetros humanos; hay cosas que no sabemos el uno de la otra y viceversa. Esto tampoco llegarás a entenderlo nunca. Mira si no, ¿por qué han tenido que morir los niños de Yemen, tal y como tú mismo has escrito? Porque tenían que morir. Así de simple. A veces me encuentro con gente que me cae bien, como tú, y el Destino les da una oportunidad. O sea, yo doy la oportunidad. Tú decides.

Incrédulo,

—Ya. Venga. Entonces, ¿qué tengo que hacer?

—Sinceramente te cuento que he de pensar acerca del acuerdo al que podamos llegar. No es fácil. No voy por ahí con un catálogo de pactos en los que quien sea pueda seleccionar el suyo personalizado. No. Necesito conocerte un poco mejor, reflexionar y llegar a una conclusión.

—¿Entonces?

—Pasemos página y veamos qué nos depara lo que te queda de vida…

Paco. Muy alarmado:

—¡Tío!, ¿qué te pasa?

—Mmmmmmm. ¿qué? ¿Qué pasa?

—¡Joder! Qué susto, hostia. Te he visto ahí inconsciente con la cabeza dentro de la sopa juliana y pensaba que te había dao algo, me cago en .

Aturdido:

—Nnnnnn… no sé, igual me he quedado dormido.

—Pues vaya, joder, ¡qué susto que me has dao! Va, despierta dely vete a dormir a casa. Ya te apunto la cena, que te veo muy mala cara.

—Eso será. —busco a Kerena. No la veo, no está.

—Oye Paco, ¿y la chica esa morena tan guapa que estaba hablando conmigo?

—¿Qué chica ni qué leches? Va, ves, ves a descansar. Aquí no ha entrado ninguna chica. Lo habrás soñado.

Pues será eso; lo habré soñado…

***

Me voy casi corriendo, realmente asustado. Llego a casa en unos pocos minutos. Lo de Kerena ha sido real; estoy seguro por mucho que Paco quiera hacerme pensar que ha sido un sueño. No creo en absoluto que él esté aliado con ella o algo así, ni mucho menos. Paco y yo somos amigos desde hace años. Desde que me separé bajo a cenar todas las noches a su bareto y casi siempre tenemos interminables conversaciones tanto sobre lo humano como sobre lo divino. Seguro que él no me traiciona. Pero puede haber tenido un lapsus y no haber visto a Kerena; aunque, desde luego, invisible no es, no.

No. Todo cuadra. La conversación con Kerena tiene mucho sentido.

En realidad, la muerte tiene algo bueno: no hay que darle ninguna explicación; ella lo sabe todo. A diferencia de la vida a quien, en palabras de nuevo de Murakami: “…Cuando alguien le pide algo a la vida (¿quién no lo hace?), la vida le exige muchos más datos, más información. Le exige más puntos para poder trazar una imagen clara. Si no, no se obtienen respuestas” (Op. Cit., página 15).

Morir es más fácil que vivir. De hecho, la vida siempre te está pidiendo explicaciones; la muerte no. En verdad, una vez muerto pues ya está.

La vida es una gran hija de puta. Te exige mucho al mismo tiempo que te modela. Te pide cosas muchas veces muy extrañas. La vida está hecha de exigencias, de requerimientos, de sacrificios. O eso nos enseñan en el colegio, vaya. Y en otros sitios. Te putea, te moldea, te trapichea, juega contigo. Es seguro que a veces te hace feliz. Solo a veces; la mayoría de las ocasiones, no.

La muerte en cambio es amable. Si no le pides nada, que es lo normal, se porta bien. Es el no ser; eso a lo que aspiran los budistas y toda esa gente, santurrones y místicos y eso. La muerte es no saber; es la libertad total, es la luz absoluta y la oscuridad incondicional. La muerte no sirve para nada, cierto. Tal vez para poder descansar de tanta vida.

La vida te performa, te preforma, te perfora, te transforma, te sexualiza, te cansa, te alimenta, te idiotiza, te hace reír, te enamora, te quita el tiempo que ella misma te da. Esto es lo más cruel. Ella te da el tiempo y ella hace que pase y lo pierdas.

La vida no sabe nada de sí misma; eres tú quien le da sentido, quien la nombra, quien la identifica, quien sabe algo de ella; aunque poco. La vida es la vida, es todo. Cruel; pero todo. La muerte es nada. Eso es lo mejor; eso es sublime.

«Me da igual; no quiero morirme».

***

Necesito hablar otra vez con Kerena. Me urge. Definitivamente no quiero morirme. Hace días que no la siento cerca. ¿Cómo encontrarla? ¿Tal vez en el de la Esquina?

Me ducho. Me pongo unos calzoncillos y calcetines blancos de algodón bien calentitos. Pantalones de pana gruesos marrones oscuros y un suéter de lana también marrón más clarito. Y botas de montañero, las de cuando era joven y daba largos paseos por las sierras de Guadarrama. La misma chupa del otro día. Abriga bastante, sí. Hoy hace mucho frío. Ya estamos en diciembre.

Son las seis y media. Desde la acera de enfrente distingo a su grupo de amigas, destaca aquélla que les contaba lo del amante en el crucero, ¿cómo habrá continuado la historia? ¡Bah! No me interesa nada. Solo me importa encontrar a Kerena. No está. Una vez ya dentro de la cafetería veo que no está. Podría preguntarles a las chicas, mas no queda muy adecuado; no quiero mostrarles interés en ella o luego todo serán cotilleos a mi costa.

Me siento. Decido esperar por si apareciera. Le pido al camarero un café con leche y un cruasán. Ya no lleva luto por su hermano. No tengo hambre; así para disimular. Las observo. Las escucho. La verdad es que no me interesa nada de lo que están hablando. ¡Vaya banalidades! Pero he de estar alerta. Tal vez ella salga a la conversación y pueda averiguar dónde encontrarla o algo, no sé.

***

—¡Uy! No os he contado la última —una rubia de bote bastante guapa que mueve adelante y atrás un carrito con un bebé. Bueno, rubia de bote no debe de ser, se me ha escapado la popular y no siempre exacta expresión. Más bien será de peluquería. Y de las caras. Probablemente de la Peluquería y Salón de Belleza Ponte Guapa Ya®; una de las más exclusivas del barrio.

—El jueves me tiré a mi ginecólogo.

Se hace un silencio. El resto de las chicas se miran entre sí como estupefactas. La rubia de peluquería de lujo las mira a todas con cara picarona. De repente, hablando todas casi a la vez:

—¿Qué dices, Geno?

—¡Pero si hace solo dos meses que has parido! Aún deberías de tener el chocho en cuarentena. Serás zorrona...

—¿Y qué tal? Cuenta, cuenta, …

—¿La tiene grande? ¿Cómo chupa el chochito? Porque siendo ginecólogo...

—Chisssssssss. Bajad la voz, que se va a enterar todo el barrio —la rubia. —Buen tamaño, sí. Y lo chupa bien, también. Llegué al orgasmo en unos quince minutos y el proceso fue muy chuli, ya lo creo. Me lo pasé guay. No fue la gloria; mas me corrí a gusto. Aunque eso no es lo mejor...

—Cuenta, cuenta, … —le cortan el resto todas a la vez de nuevo.

—Lo hicimos en su consulta. Pues lo mejor es... ¡que su mujer estaba al otro lado de la puerta! Es la recepcionista, ja, ja, jaaaa.

—¡Jo, tía! ¿No me digas que le has puesto los cuernos a la Churri, la mujer del doctor de Miñón, en sus propias narices? —Se interesa de forma especial la del crucero.

—Sí, ni una palabra a nadie, ¿eh? Y no fue exactamente en sus propias narices, jo, Marta, no te pases.

Riiiiing. El móvil de la rubia. Es el ginecólogo.

—Dime.

—Genoveva, tenemos que hablar.

—Pues habla.

—No, mejor cara a cara. Creo que mi mujer se huele algo de lo nuestro y prefiero que lo comentemos en persona, no por aquí. ¿Te parece que nos veamos en el Parque de Eva Duarte, en el banquito que hay justo al lado del quiosco dentro de media hora?

—Pero ahí nos verá todo el mundo.

—Sí, por eso. Es un lugar público lleno de niños y mamás. Ven con el bebé. A nadie extrañará ver a una joven madre charlando con su ginecólogo sentados en un banco del parque.

Pasa la media hora. Ya en el lugar.

—¿Cómo se enteró? ¿Cómo sabes que lo sabe?

—Descubrió una mancha de carmín en mi bata. Ante una evidencia tan clara no le pude negar la verdad.

—Vaya fallo tuvimos. Lo siento por lo que a mí me toca. ¿Sabe que fue conmigo?

—No, eso no. Te lo juro. Por supuesto lleva dos días martirizándome para que le diga con quien. Me niego en redondo, no te preocupes. Creo que algo sospecha porque descubrió la mancha el mismo día que lo hicimos. Y sabe que tú estuviste allí.

—¡Joder! En qué mala hora, ¡Dios!

—Pues sí. A lo hecho, pecho. Voy a evitar por encima de todo involucrarte a ti en este desastre, tranquila. No sé cuánto tiempo aguantaré sin darle algún nombre, aunque sea mentira. Tienes que ayudarme.

—Jamás le digas lo que ha habido. Si mi marido se entera de lo ocurrido nos mata a los dos.

—Y si Churri se entera también. A mí ya ha estado a punto de hacerlo. Se reprime porque antes quiere saber quién es ella; quiero decir, tú. En cualquier caso, tenemos que cortar esta relación.

—¿Qué relación, gilipollas? Si solo ha sido un polvo. No estuvo mal, lo reconozco. Pero nunca he tenido la intención de que la cosa fuera a más.

—Vale, … yo, … es que, … Es que creo que estoy un poco enamorado de ti.

—¡Cállate! ¿Enamorado por un solo un polvo? Tú eres tonto, tío.

—Geno, ya nos conocemos desde hace casi un año, desde que me pediste la primera consulta cuando tuviste sospechas de tu embarazo. Ya entonces me gustaste mucho. Siempre te he respetado por mi deontología y ética profesional; eso por supuesto. Claro, el otro día, cuando te insinuaste ya no pude resistir. Y más conociendo de sobras, como conozco, tu cuerpo. Tu cuerpo. Tu cuerpo tan bello y sexual y excepcional…

—¡Cabrón! ¿Qué yo me insinué? Si fuiste tú quien empezó a acariciarme las tetas y el parrús mientras me examinabas. Serás cerdo…

***

El marido de Genoveva se entera de lo del ginecólogo. Se lo cuenta justo el camarero del mismo bar, al que suele bajar muchas noches después de cenar a tomarse un par de wiskis. El chaval se ha enterado porque, como yo, ha escuchado perfectamente la conversación entre las chicas transcrita hace un par de páginas. Y «entre hombres hay que contárselo todo», en especial este tipo de cosas. Al principio el cónyuge no se lo cree . Pide el tercer wiski, empieza a pensar ya en soledad —el camarero debe de atender a otros clientes— y va viéndolo de otro modo. Es cierto que Geno está muy extraña desde hace un tiempo. Tal vez esté liada con el médico. O con otros tipos, quién sabe.

«Esto no puede seguir así», piensa.

—Geno, cariño, ¿te apetece que nos escapemos este fin de semana a Finisterre, que tomemos un poco el aire y el sol?

—Sí, ¡magnífica idea! Hace tiempo que no salimos de Madrid y el aire tan contaminado me está matando. ¿Nos llevamos al chiquitín?

—No. Mejor lo dejamos con mis padres. Así estamos más libres y será muy romántico, ¿te parece?

—¡Estupendo!

—¿Reservo en el Hotel Áncora, como otras veces?

—Sí, ¡me encanta!

El sábado salen prontito. Les esperan unos setecientos kilómetros de camino. O sea, unas siete horas o algo más parando un rato a descansar. Lo hacen en Tordesillas y así de paso ponen gasolina. La idea es llegar a tiempo para comer en la taberna O Pirata, con las vistas tan bonitas al puerto. También reservan; los sábados el restaurante se pone a parir, sobre todo si hace buen tiempo. Y las condiciones ambientales aventuran que sí que lo hará.

Llegan. Aparcan el BMW®, comen marisco típico de la zona —percebes, vieiras, ostras— y beben un fresquísimo y delicioso albariño. Estupendo. Terminan de comer.

—¿Quieres que nos acerquemos a tomar el aire al Castelo de San Carlos? —dice él.

—Mmmmmm. ¡Sí, sí, sí, qué ilusión! Gracias, cariño por esta sorpresa de fin de semana, ¡qué bien lo vamos a pasar así, los dos solitos!

Suben al coche. Se dirigen hacia el mencionado castillo. No hay casi vehículos por el camino. Primera, segunda, tercera. Cuando están a unos doscientos metros del acantilado que rodea la bella fortificación el esposo reduce una marcha y aprieta a fondo el acelerador directo, directo al acantilado. Mientras caen, en prácticamente su último suspiro, Genoveva cree ver a Kerena sonriéndole. Le toma la mano y le dice: «hola».

***

O sea, por lo que acabamos de leer, el marido de Genoveva sí se ha enterado de lo del ginecólogo. Y la mata. Y a sí mismo también; no al doctor. No se han cumplido las predicciones de la chica. O no totalmente.

Churri nunca llega a saber quién fue la pecadora que le puso los cuernos. De Miñón aguanta la presión hasta que su esposa va olvidando poco a poco. Ha aprendido la lección y a partir de ahora, según sé, tiene más cuidado con sus pacientes. Moraleja: la única manera de que las cosas no se sepan es no haciéndolas.

Se entera del accidente de Geno y se pone bastante triste. Sí está un poco enamorado de ella; pero la relación es inviable, evidente. Así que poco a poco va desenamorándose y pasando página.

No vuelvo a saber de él. Ni de la Churri.

Creo que no nos perdemos mucho.

***

Me encuentro con Kerena. ¿En dónde? No lo recuerdo bien; creo que por la estatua del Ángel Caído, en el Parque del Retiro.

—He estado pensándolo muy en serio. Y sí, puedo concederte tus deseos de vivir unos años más. No muchos, ¿eh? Pero más vale algo que nada. Lo que no he pensado todavía es qué pedirte a cambio...

—Yo estoy dispuesto a todo. A cederte mi alma como hizo Fausto con el diablo, por ejemplo.

—¿Y para qué coño quiero yo tu alma, so capullo?

—Es lo tradicional, ¿no? Lo hizo Fausto y es lo que sale en las películas también.

—Yo no soy el diablo. Yo no colecciono almas; colecciono muertes…

Yo humillado y apenado:

—¿Entonces no hay trato?

—Mmmmmm, sí, sí. Déjame que piense un poco más en cómo sellarlo, venga. Ya te avisaré yo cuando lo tenga claro, tranquilo. Y no me mires tanto las tetas, joder, me las vas a desgastar. A lo mejor un día de estos te doy la oportunidad de que compruebes si son naturales.

***

Me temo que hoy no será un buen día para el romanticismo. Sombras tenebrosas inundan mi corazón. He recibido un wasap de Kerena y he quedado con ella para terminar de cerrar nuestro pacto ya de una. Nos vemos en mi casa. Antes de que llegue voy al horno a comprar unas pastitas. Preparo café. También hay té, si lo prefiere. Y CocaCola®.

Riiiiing. Compruebo en el videoportero electrónico si es ella. Sí. Abro. Sube. Está guapísima, lo reconozco, aunque yo no soy muy de tetas operadas, insisto. Pero le quedan bien así con su tipazo. Y lo que es, es; tampoco voy a hacerme el remilgoso. Y menos a mi edad. Si eso, ¡vivan las tetas siliconadas! Al menos las de Kerena, je, je, je.

No sé de qué me río ni de qué pienso todas estas chorradas con la que me espera. Y más cuando ya me aseguró que sus tetas son naturales. Algo que sigo sin creer. Mas ahora mismo ese no es mi mayor problema, ni mucho menos. Su visita es esperada. Y deseada para ver si se van aclarando las cosas. Creo haberme metido en un buen lío. Probablemente hubiera sido mejor caer fulminado aquel día por el ataque al corazón sobre la sopa juliana de Juani, la mujer de Paco, en el bar Hay Menú. Espero que aún haya vuelta atrás. Seguro que me río y digo chorradas por los nervios. No sé si tomarme un Diazepam®…

Cuando Kerena entra me besa en los labios con descaro. Me quedo traspuesto. La verdad, es tan guapa y tiene tan buen tipo que merecería de sobra ser modelo del almanaque ese de Pirelli® o como sea, ese prohibido el año pasado por sexismo porque todo son fotos de chicas casi desnudas. Me parece correcto.

—¿Qué tal, cómo vas? —me pregunta tras el beso. Sin lengua. Solo en los morros.

—Bien, bien. Aquí intrigado con lo que estés pensando…

—Oh, dejémoslo para un poco más tarde. Disfrutemos un rato de la vida. Huele a café, ¿me invitas?

Saco la jarra de la cafetera Melitta Easy® regalo de mi segunda hija, Amparo, hace un par de años cuando se me rompió la que tenía antes. Medio llena. Hay para, al menos, cuatro buenas tazas de café. Saco las pastitas. Nos sentamos en el sofá de cuero de toda la vida, el que nos regalaron mis padres cuando Helena y yo nos casamos hace, hace, … ¡uf! ¿más de veinte años ya? Y de veinticinco, vaya. Le ofrezco una pastita. Toma una de cabello de ángel, de las que más me gustan. Le sirvo una abundante taza de café humeante. Me pongo una yo también. Me tomo el Diazepam®. Se echa mucho azúcar. Como yo. Me agrada muy dulce. Se come la pastita. Se bebe el café. Se desabrocha la abultada blusa negra que oculta sus siliconadas tetas, quedando estas al descubierto. Se arranca la falda también negra. Se baja las bragas. Se tira encima de mí. Me besa salvajemente. Demasiado. Me baja la bragueta y saca mi empalmado, a pesar del medicamento tranquilizante, pene. Se me folla en el sofá. Se corre. Y yo al mismo tiempo que ella. Hacía siglos que no me pasaba. Lo de correrme al mismo tiempo que alguien. Con ese alguien, claro.

—Me ha gustado —dice.

—¿El café?

—El polvo, idiota.

—Bueno, lo has hecho todo tú.

—Por eso me ha gustado, imbécil.

Qué maleducada, coño. Una cosa es que tenga el poder, que es mucho, de fulminarme allí mismo solo con su voluntad. Otra es que me humille como está haciendo. No tengo más remedio que aguantar, claro.

Me pongo en mi lugar.

—Venga va, dime, ¿qué has pensado?

—Pues fácil. Todavía no lo sé.

Hija de la gran puta. Se ríe de mí. Se ríe de esto que estoy escribiendo de mi vida; tampoco es que sea muy importante, pero para mí sí. Porque no quería que esto fuera una narración de la historia de mi vida, vale; mas un poco lo está siendo sin querer. Se ríe de las personas que han aparecido hasta ahora y las que vendrán pronto a esta narración. Son reales, son mi familia, mis hijas; son mis pacientes, el camarero del bar, el Paco, … ¿Cómo puedes reírte de todas estas personas, de toda mi gente, grandísima cabrona, madre de todas las desgracias del universo?

Me ha leído la mente.

—Insúltame cuanto quieras, cariño. Eso no te servirá de nada. Nuestro pacto ya está sellado. No hay vuelta atrás.

—¿Cómo que no? Mátame ahora mismo y se acabó el pastel. No puedo seguir con esta incertidumbre…

—Tranquilo, tranquilo —me corta. —He de pensar bien bien lo que quiero a cambio de tu vida. El proceso es lento. Ten en cuenta que es muy probable que te de esos veinte o treinta años de más. Y eso es mucho, ¿eh?

—Pero…

—Me tengo que marchar ya; tengo muchísimo trabajo —vuelve a cortarme. —Algún día te explicaré dos cosas, o más, con calma. Ahora no puedo. Solo te adelanto algo. Primera. Aunque yo decido muchas cosas, no soy quien te mata. Esto ya te lo había dicho, ¿no? Yo existo en mi forma humana para acompañarte en el proceso. La muerte en sí es un proceso natural. Ya lo entenderás cuando llegue el momento, capullo. Segunda. Acabas de sellar nuestro compromiso. Esto también lo entenderás. Supongo —con una sonrisa tremendamente maligna, ¿será?

—Pero un pacto es siempre entre dos personas que ponen al descubierto las condiciones de ambas. Y yo no conozco las tuyas. Entonces nuestro acuerdo no tiene validez ninguna ante los tribunales. Yo no he firmado nada por mucho que tú digas de sellar o no sellar. Y no firmaré ningún documento sin leerlo bien bien antes incluyendo la letra pequeña ¡Qué coño! Mátame ya.

—Eso de «no tiene validez» es lo que tú te crees, idiota. Aquí las valideces las decido yo, ¿entendido? Y ya te lo explicaré mejor otro día. Ale, hasta luego, cara huevo.

***

El verano ya ha llegado y está siendo muy duro. Las condiciones ambientales no están para muchas alegrías. Cuarenta grados de media. Desde el diez de junio de dos mil veinte hasta hoy —veinte de julio— tan solo diez días hemos estado por debajo de eso, de cuarenta grados. No pasa nada. El grupo industrial Inditix® ha inventado y comercializado un aparato personal de aire acondicionado. Lo malo es que cada uno genera a su vez más CO2 y eso, más calor. El sistema medioambiental está a punto de colapsar. No hay vuelta atrás.

Entonces, no morir ya tampoco mola mucho, la verdad. ¿Qué más da morir de un infarto, de una contaminación por CO2 o por una guerra bacteriológica? Sin embargo, sigo sin querer morir todavía. Intuyo que me quedan cosas bonitas por vivir, a pesar de este desastre. Pero en estas condiciones, seamos realistas, seguro que a lo más que puedo aspirar es a ver el fin del mundo. Así de claro. «Ay Kerena, Kerena, para hacer este camino no hacían falta tantas alforjas, joder».

Las consecuencias de las condiciones ambientales son apocalípticas.

Casi todos estamos ya contaminados por gamahexachlorociclohexano, o sea, Lindano®. Eso genera mogollón de problemas, especialmente en el sistema nervioso central. Además está lo de las bacterias esas de Yemen. Parecen estar extendiéndose sin control. Ambas cosas juntas provocan la muerte inmediata. Está muriendo mucha gente. Debe de ser por eso que Kerena tiene tanto trabajo. Sigo sin entender por qué me ha elegido a mí para hacer una excepción. Supongo que mi parte del contrato será brutalmente cruel; aunque yo no he firmado nada, coño. Esta incertidumbre me mata, nunca peor dicho.

A pesar de las medidas globales militares totalitarias impuestas por el generalísimo Donald Trump la gente no hace ni puto caso de nada. De nada, nada. Esto no tiene vuelta atrás. Si bien los científicos se afanan, no encuentran el antídoto contra el Lindano® ese, el que afecta a las neuronas y esos líos. Ni contra las bacterias; sobre eso hay muy poca información. Esto es un desastre. No hay ley ni orden. Las normas sociales están fuera de control. No hay ley, orden, religión, moral ni ética que pueda con todo lo que está sucediendo. El caos impera por doquier. La ley del más fuerte o del más listo, que es lo mismo, es la única ordenanza municipal y mundial válida. O sea, nada. ¿Saldremos de esta?

¿Ves como hasta yo mismo desvarío? Trump no es generalísimo de nada, perdón por decirlo así. Con eso lo que me vengo a referir es a que es el más poderoso del mundo. Y solo defiende sus propios intereses y los de sus amiguetes. De hecho, hay rumores de que tiene importantes inversiones económicas en grandes empresas españolas, como la ya citada Inditix®, la que comercializa el Lindano®, la fabricante de las bombas bacteriológicas y las constructoras de Florentino Pérez, incluida la que está montando el AVE® a la Meca y el Real Madrid Club de Fútbol, S.A. ®. De cualquier manera, y aunque el presidente norteamericano no es santo de mi devoción, no te puedes fiar de los rumores. Los bulos corren por doquier y en las actuales circunstancias es muy peligroso creérselos.

Sin embargo, sí es cierto que hay miles de niños en barcas cochambrosas en medio del océano. Hambrientos. Muriendo de hambre y de putas infecciones. Y los ministros fascistas de los países antes democráticos los dejan morir tal cual. Mujeres embarazadas, no embarazadas, hombres; todas ellas y todos ellos honrados, van dando vueltas, enfermos y hambrientos, en pateras alrededor, incluso, de los países nórdicos. Son miles. Sin nada que llevarse a la boca, ellas sin leche en sus pechos para dar a sus hijos recién nacidos. Muertos de hambre. Son de piel oscura, negra en su mayoría. Rebosan ya los mares de Grecia, Italia, España, Portugal, Francia, Alemania y Reino Unido. Y ya han llegado a Dinamarca y esos sitios del norte de Europa aparentemente y en principio más civilizados.

Vienen de África. Vienen de Yemen, de Siria. Huyen de la guerra, de la hambruna, de la miseria.

Nadie los quiere en sus territorios. «America First; España para los españoles» y eso más o menos.

He dicho lo de «los países antes democráticos» porque, si bien mantienen sus constituciones, todos también han aplicado con carácter indefinido el artículo 116 de las mismas declarando el estado de excepción, incluyendo el toque de queda hasta las diez de la noche. ¿No me crees? Sí, lo han hecho incluso gobiernos más o menos de izquierdas, como el portugués o el español. En este último caso Sánchez (PSOE, social democracia) se reúne con Casado (PP, derecha heredera del franquismo) y pactan en secreto con Vox (ultraderecha heredera de Hitler y el ultrafranquismo) aplicarlo. Unidas Podemos (Izquierda Unida, Partido Comunista, Las Mareas, …) votan en contra; mas están en minoría. Entonces, claro, la gente (excepto maleantes, fascistas, policías y ejército) apenas sale de casa. Digo apenas, ¿eh? Yo sí que salgo, es evidente. Y las chicas de las meriendas, claro. Y Kerena.

Eso sí, nunca me salto el toque de queda que aquí en Madrid es un poco diferente al resto del estado: los fines de semana (viernes y sábados) dejan salir por la noche hasta las dos de la madrugada. En toda España ni siquiera eso. Pero la capital es la capital y así se atrae al turismo.

El desastre es casi total. Y se ha acelerado mucho durante los últimos días.

***

Tengo mucho temor. No puedo vivir con tantas presiones a mi alrededor. Necesito aire fresco, tanto por fuera como en mi espíritu. Es muy posible que me suicide. Sería lo mejor. Asunto solucionado y a Kerena que le den. De momento no lo hago por mis hijas, que sé que aunque ya son mayores me necesitan.

Eres demasiado viejo para perderlo, demasiado joven para agarrarlo

Y el reloj espera pacientemente tu balada

Pasas a por un café, pero no comes porque has vivido demasiado

Oh, no, no, no, eres un suicida del rock and roll

Rock ‘n’ Roll Suicide. David Bowie, 1972.

***

Kerena, «¿Está pensando en suicidarse? ¡Imbécil! Tengo que impedirlo como sea. Aunque el proceso de nuestro pacto ya se ha iniciado aún no está asentado del todo. Lo necesito vivo».

Riiiiiing,… riiiiiiing…

El móvil.

—Dígame.

—Oye, que soy yo, Kerena. Necesito hablar ya contigo.

—¿Y eso? ¿A qué vienen esas prisas ahora así, tan de repente?

—Es muy importante, créeme. ¿Cuándo nos podemos ver?

Silencio. Ella:

—¿Hola?

—Okey. Por mí esta misma tarde.

—¿Dónde quedamos?

—Pues si quieres donde siempre —digo.

—Vale, vale, de acuerdo.

—¿A qué hora?

—A las ocho.

—De acuerdo. Ahí estaré.

Clic.

—Mira, quiero contarte toda la verdad: «estoy muy arrepentida del daño que te he hecho». Yo soy Kerena, sí. Pero no soy la Parca. Eso ya lo sabes. Te explico más. Todo empieza como un juego, un juego que se ha ido complicando sin yo querer. No sé por qué me haces gracia. Me hace gracia que me mires con tal atrevimiento en el bar ese en que coincidimos casi todas las tardes, aunque estoy acostumbrada porque los hombres en general me miran así. Me caes especialmente bien desde el primer momento. Me causas mucha ternura y no sé por qué mi parte mala me hace idear este juego. Sé que es un juego macabro. Sé que te vas a enfadar muchísimo conmigo, mas yo no soy la muerte. Créeme.

—¿Qué estás diciendo? ¿cómo puedes decir eso? ¿Qué me estás diciendo ahora? ¿Hablas de juego, de broma, de todas estas cosas raras? ¿Qué me estás diciendo?

—El problema es que eso ha ocurrido y no sé cómo ha ocurrido. Te lo juro por mi vida: yo no he hecho nada; yo solo acompaño, nunca mato. La muerte es normal, forma parte de la naturaleza. Te pido mucho perdón, pero todo es fruto de mi imaginación. No hay ninguna realidad en aquello y te insisto de nuevo: no sé cómo ha pasado esto. No sé si vivirás veinte años más o treinta o los que sean. De hecho ya deberías de estar muerto. Esto me está preocupando mucho. No lo entiendo. Entiéndeme tú. No puedo dormir por las noches. Estoy nerviosa. Fíjate, he adelgazado un montón. Hasta mis tetas se han hecho más pequeñas. ¿No me ves los ojos? Tengo ojeras. Estoy llorando. Estoy pidiéndote perdón. Me pongo de rodillas ante ti. Te suplico me perdones. Jamás imaginé que lo que yo había imaginado, que lo que yo había hilvanado como una broma pudiera convertirse en realidad. Perdóname y seamos amigos. Y disfrutemos del sexo, si quieres. El otro día te mentí. Me gustó mucho cómo lo hiciste. Lo pasé muy bien. Seamos amigos. Seamos amantes.

—¿Qué me estás diciendo, tía? ¿Qué me estas contando? ¿No tienes suficiente con lo desalmada que has sido hasta ahora? ¿Qué nuevas crueldades me esperan? ¿Qué he hecho yo para que me hagas este daño añadido? ¿Por qué me obligas a pasar por esta conversación? ¿Qué mal he hecho yo, Kerena? ¿Qué mal más el de no querer morirme tan pronto? ¿Qué daño he hecho a nadie como para recibir este castigo tan cruel? ¿Cómo eres capaz de envilecer todavía más tus patrañas, tus juegos, de destrozar todavía más mis emociones? Tenías que haberme matado la fatídica noche cuando nos conocimos. Tenías que haber dejado a ese infarto que estaba en tus manos fulminarme encima de la sopa juliana. Ya no estaría aquí. No sé dónde estaría. No sé ni siquiera si estaría. Pero no sufriría lo que me estás haciendo sufrir. ¡Y ahora esto! Ahora me vienes con «todo son juegos, no sé lo que pasa». Con que quieres ser mi amiga. Estás mal de la cabeza, puta chiquilla. Tú no eres tú. Tú eres la muerte. Tú tienes el poder. Por mucho que digas no es la naturaleza quien nos mata; eres tú. Tú tienes el poder. Tú mandas. ¿Por qué me haces esto? ¿Por qué ahora?

La tiro de casa y se va. Me mira al salir y aprecio en su mirada una mezcla de arrepentimiento verdadero. Y también un halo de ironía. No, no me fío nada, nada, nada de esta tía.

Morir no es algo natural. Pienso que mejor no me suicido; mejor aguantaré como pueda a la espera de tiempos mejores.

Déjame, mientras tanto, que te vaya contando otras cosas, ¿te parece? Escribir me ayuda a sobrevivir.

***


1 Epicuro, 341 a. C. - 270 a. C. Cit. en VV. AA. (2007). Historia universal del pensamiento filosófico. Ortuella: Líber. Pág. 116