Capítulo 2
Recognition factor

“La vida es como la bicicleta, hay que pedalear hacia adelante para no perder el equilibrio”.

Albert Einstein

El profesor pasaba lista a sus alumnos de la carrera de Abogacía. Cuando llegó a la letra L, leyó casi sin darse cuenta: “Luis Lacalle”.

Levantó apenas la cabeza, se bajó los lentes, hizo a un lado su habano, buscó de dónde había provenido el “presente”, lo observó por un instante y volviendo a bajar la mirada, dijo:

–Ah, otro Lacalle. Primero su hermana, ahora usted. Parece que al que no quiere sopa…

–¿No le gusta la sopa, doctor? Mire que la que hacemos en casa es muy rica. Le respondió su alumno desde el fondo.

El profesor de Derecho Procesal, doctor Enrique Tarigo, exvicepresidente de la República entre 1985 y 1990, sin levantar la mirada ni bajarse los lentes entendió que lo mejor era ahorrarse comentarios y seguir adelante con la lista. Dicen algunos que llegó a esbozar una leve sonrisa, cosa poco común en él.

No sé qué significa no tener el peso de ser el hijo de Lacalle. Hace 45 años que tengo el mismo nombre y apellido. Aparte de esa obviedad, con el correr del tiempo he podido ir afinando la respuesta a esa pregunta que me siguen haciendo hasta el día de hoy. Genera prejuicios; positivos y negativos. El negativo es una bajada de cortina: ¡pah!, este es Lacalle; peor, es Lacalle y Pou. Oligarca y todos los etcéteras que se le quiera agregar. O por alguna razón no le gusta mi ideología o forma de vida, y ahí te baja la cortina.

La contracara de eso, el prejuicio positivo, es el regalarme afecto sin merecerlo, porque no me conocen. Ahora bien, cuando tú querés algo, aun antes de conocerlo, lo seguís queriendo en la medida que se merezca ese afecto. Cuando no querés algo ni te diste la posibilidad de quererlo, no lo seguís, no lo medís. Redondeando: el prejuicio negativo siempre es negativo y el prejuicio positivo debe transformarse en un juicio positivo para que siga esa adhesión o simpatía.

“La embestida baguala”

Durante 1995, a pocos meses de haber dejado el poder, comenzaron a producirse innumerables denuncias de corrupción contra jerarcas del gobierno nacionalista e incluso contra el propio Lacalle y su esposa. Una de las más significativas, y quizás la que contó con mayor cantidad de difusión en los medios de comunicación, tenía que ver con la venta del Banco Pan de Azúcar. Las denuncias afirmaban que una parte de lo pagado por dicha venta había ido a parar a los bolsillos de la familia Lacalle.

El expresidente, que calificó aquella andanada de ataques como “la embestida baguala”, recuerda: Todo aquello se vivió con mucha tristeza por lo infame y por las personas que fueron dañadas, como el Contador Enrique Braga,7 y al mismo tiempo con mucho asombro porque yo nunca creí que podía pasar lo que pasó.

La embestida la vivimos como familia, unidos y sabedores de que nunca habíamos tenido una conducta desviada y que siempre había sido correcta. Con la pena sí de que algún subordinado elegido por mí no se hubiera conducido como debiera. Yo estoy convencido de que la fiereza de esa campaña estuvo dada porque nuestro gobierno fue muy exitoso y había un deseo de tronchar esa experiencia.

Julia Pou de Lacalle se vio involucrada en algunas de las denuncias, las cuales nunca llegarían a probarse. Aquellos episodios nos produjeron una gran pena porque se decían cosas que no eran ciertas y es muy difícil cuando alguien dice “usted es tal cosa” probar que no se es. Pero por otro lado lo vivimos con una gran tranquilidad porque sabíamos que a la larga se probaría (tal como ha pasado) que todo aquello era producto de mezclar medias verdades con el objetivo de perjudicar. Los años demostraron que fueron notorias maniobras políticas porque Lacalle dejó la presidencia con más aprobación que los votos con los que había ganado. Eso lo convertía en un potencial adversario para cierta gente, y como el ser humano muchas veces, en lugar de proponerse ser mejor, cree que hay que destruir al otro porque no puede ser mejor, entonces se armó todo eso. De todos modos, nosotros lo vivimos con esa tranquilidad de saber que se había dejado un país mejor que el que se había recibido. De que las cosas, más allá de los errores humanos que existen a todos los niveles, se habían hecho bien, y de sentir lo reconfortante de la lealtad de muchos amigos, algo que no se suele hablar en estas circunstancias.

El tema de las traiciones es algo que se da en todos los ámbitos, sucede que en la actividad política trasciende porque se está en una vidriera todos los días.

Entre tantas cosas que se dijeron en aquellos momentos, alguien hizo una denuncia de que nosotros habíamos comprado tres mil hectáreas a un señor del cual se dio hasta su nombre y apellido. Esa persona no sólo no tenía esa cantidad de hectáreas, sino que tampoco las vendía e incluso siguen siendo suyas hasta el día de hoy. Por ese episodio se le hizo incluso un juicio a un periodista. Luis vivió todo ese proceso judicial con su padre y creo que ahí fue cuando se dio cuenta de que había que hacer algo más que lo que se estaba haciendo. Porque el juez ya tenía preparado su dictamen antes de escuchar a nadie. Eso genera una especie de desesperación, producto de la dificultad de levantar ciertas mentiras, algo que solo el tiempo logra hacer.

A medida que las denuncias se iban sucediendo y la Justicia comenzaba a actuar, una buena parte de la población se fue convenciendo de la veracidad de las mismas. El hecho de que algunas de las personas denunciantes formaran parte del propio Partido Nacional, y el eco producido por los medios de comunicación, hizo que mucha gente asumiera como cierto que el gobierno nacionalista había sido corrupto y que Luis Alberto Lacalle se había visto notoriamente beneficiado económicamente durante su paso por la presidencia. Yo tenía la profunda tranquilidad de quién era mi viejo. A mí me enseñaron casi sobre el extremo ciertas cosas: la decencia, el sacrificio, el decir la verdad y el cuidado por la cosa pública. Se me educó de manera muy rígida en esas cuestiones.

Yo tenía un anclaje tan fuerte en esas cosas, que hizo que siempre tuviera muy claro que lo que se decía eran calumnias. Porque sabía quiénes eran mis padres.

Todos los días salía dispuesto a dejar todo. Ir a Facultad era bravo. Tengo muchas peleas de aquella época. Yo sentía que tenía que defender el honor.

En aquel momento había una cohesión familiar muy clara, no necesitábamos preguntarnos nada, sabíamos. La familia se unió mucho más.

Su compañero de Facultad y amigo Andrés Durán confirma que aquella época fue dura para Luis. Había mucha gente que lo prejuzgaba, solamente por ser el hijo de Lacalle. Eran varios los que lo miraban mal o incluso lo desafiaban. No lo trataban igual que a cualquiera, tanto para bien como para mal. Generaba tres tipos de actitudes: los que se acercaban por una posible conveniencia, otros que de entrada lo prejuzgaban y a partir de allí le podían hablar mal o hacer comentarios por atrás, y los ‘normales’ que lo trataban como a cualquiera. Es difícil vivir así. La pasó mal por momentos.

Cuando lo enfrentaban de frente respondía de frente y después por momentos se recluyó. Por aquel tiempo él estaba como quemado y decía que jamás se dedicaría a la política, lo cual a mí me parecía raro porque creo que en el fondo él tenía esas ganas. Sin embargo, estoy seguro de que era sincero cuando lo decía.

Su gran amigo Rodrigo Ferrés confirma los recuerdos de aquellos años: Cuando salíamos de Facultad para tomarnos el ómnibus en 8 de Octubre y Garibaldi, en el kiosco de esa esquina lo primero que veías eran los titulares de determinados periódicos donde se acusaba directamente a sus padres. Luis se indignaba muchísimo cuando los veía, realmente se calentaba mucho, decía que era una cuestión política y jamás dudó de la honorabilidad de la familia. Sus amigos tratábamos de acompañarlo. Dentro del ámbito de la Facultad algunos hacían comentarios, e incluso en los boliches a los cuales íbamos también se hacían comentarios por atrás, y Luis reaccionó en más de una oportunidad.

Aquellas trifulcas dentro de la Universidad Católica hicieron que en determinado momento sus autoridades consideraran sanciones que finalmente no llegaron a concretar. Pilar Lacalle también tiene muy presente lo que pasó la familia: Mamá adelgazó 20 kilos y papá engordó 20. Nos envenenaron tres perros de casa y encontrábamos macumbas en la esquina varias veces por semana. Secaban los árboles de la cuadra y aparecían gallinas muertas por todos lados. Todo aquello se hizo con mucha maldad y de una manera bien planificada, realmente la pasamos mal.

Tanto Luis como yo tuvimos episodios duros. Cuando escuchaba comentarios a mis espaldas, me daba vuelta y les pedía que me lo dijeran en la cara; jamás nadie se atrevió. Por suerte los dos contábamos con nuestro grupo de amigos, que más allá de las ideologías nos contenían y acompañaban.

Nosotros seguimos haciendo la misma vida de siempre porque no teníamos nada que ocultar, y eso nos trajo algunos problemas porque había gente que se sentía con el derecho a decir determinadas cosas y ninguno de los dos jamás nos quedamos callados. Costó mucho salir de aquello. Yo hoy vivo con mis padres, porque no tengo casa y no me la puedo comprar, y hay gente que sigue creyendo que todo lo que se dijo es cierto.

Con el diario del lunes, son varios los que concuerdan en que aquellos episodios que le tocó vivir a la familia Lacalle fueron determinantes para que Luis decidiera dedicarse a la política.

La tranquilidad del campo familiar de Santa Margarita hacía que fuera el ámbito ideal, no solo para preparar los exámenes finales de la carrera, sino para alejarse de la agresividad que sentía en Montevideo. En la penumbra de la noche del 17 de marzo de 1997, iluminados solamente por el fuego que salía de un viejo quemador, donde asaban una paleta de oveja y mientras compartían un vino en caja, Rodrigo Ferrés fue el primero en escuchar la decisión de Luis: “Me voy a dedicar a la política. No me interesa mucho ejercer la abogacía. Siento que este es el camino”. Tenía 24 años y creo que en ese momento se me alinearon los patitos. La rebeldía es un motor. Yo entendí que podía seguir siendo rebelde, pero ahora con una causa positiva y no como hasta ese momento. Estaba convencido de que me podía convertir en un agente de cosas buenas y de esa manera ayudar mucho. Reconocí la importancia de sentirme útil. A partir de ese momento encontré un lugar en mi familia, en mi grupo y en mi partido. Tenía la sensación de que por fin podría encontrar un equilibrio.

Aunque previamente él lo negara todo el tiempo, sus amigos estaban convencidos de que su camino era ese. Luis desde chico fue un comprometido con los demás. Siempre pensó primero en el otro y se interesó por lo que le pasaba a la gente. [...] Por más que nos decía que lo suyo era la abogacía, yo sabía que tenía lo que se necesita para hacer política y liderar, confirma Horacio Abadie, quien había comenzado a militar en el herrerismo varios años antes que su amigo.

Sorpresa

Desde antes que el herrerismo –y el propio Lacalle– resolvieran que el candidato a las elecciones de 1994 debía ser el ministro del Interior, Juan Andrés Ramírez, habían circulado opiniones a la interna del sector de que Julia Pou podría ser una buena opción. “Yo para mí país quiero algo mejor que yo”, dijo cuando se lo plantearon. Incluso sus propios hijos llegaron a transmitirle que eran varios los que les comentaban que ella reunía las condiciones para ser candidata.

El tema no pasó de simples opiniones, pero sin embargo la idea de hacer política quedó dando vueltas en la cabeza de la entonces esposa del presidente de la República.

Finalizado el gobierno blanco y en medio de la “embestida baguala”, Luis, quien para ese entonces se había decidido a comenzar a militar de manera activa, acompañaba diariamente a su padre a la sede del sector y abría, leía y subrayaba cada una de las cartas dirigidas al líder herrerista.

En 1997 Julia Pou se decide y funda la agrupación política Acción Comunitaria, que luego sería conocida simplemente como La 400. Luis no lo pensó: comenzaría a trabajar con su madre. A propósito, la exprimera dama reconoce: Luis me sorprendió. Primero cuando decidió estudiar Derecho y después cuando empezó a acompañarme en las recorridas políticas. En ese momento pensé: aún a pesar suyo, el ADN está. Fue la propia actividad que lo atrapó. Empezó ayudándome con la agenda y viajando conmigo, no digo a desgano de mi parte, pero yo siempre pensando que ese no era su camino… Cuando comenzó con lo que podría llamarse su carrera política, tanto su padre como yo le aconsejábamos que hiciera un posgrado, porque sabíamos que este camino puede llegar a ser muy corto, y nos parecía mejor que se dedicara a afianzar su profesión. A mí me gusta la actividad política porque disfruto el contacto con la gente y me di cuenta de que a Luis le pasaba lo mismo. En casa, por obvias razones, la política y los temas del país están sobre la mesa todos los días. Recuerdo que siendo niños, uno de mis hijos llegó a casa diciendo que sus amigos le decían que la nuestra era una familia rarísima porque los temas que se charlaban durante el almuerzo eran, por ejemplo, que era muy bueno lo que estaba pasando con el clima, porque entonces los tomates de las plantaciones de Canelones darían buena renta, o que si el precio de la lana había subido los productores estarían muy contentos y eso repercutiría en otros sectores, y cosas por el estilo, siempre enfocados en la realidad del país y eso para nosotros es algo cotidiano y normal. Y todos sabíamos lo que cada uno de nosotros opinaba sobre cada cosa. Y agrega: Tener los apellidos que tiene y provenir de la familia en la que nació le debe haber resultado beneficioso en algunos aspectos y perjudicial en otros. Como positivo creo que está lo que los ingleses llaman el recognition factor (factor de reconocimiento). Es decir, cuando alguien es uno de los 99 diputados es difícil hacerse reconocer, y ni hablar cuando recién se empieza. Cuando se tiene un nombre, tras el cual alguien hizo algo antes, es más fácil. Cuando hay lealtades partidarias que vienen desde Luis Alberto de Herrera y pasan por Luis Alberto Lacalle y siguen estando porque hay una fe herrerista, eso le tiene que haber jugado a favor. Obviamente que hay otros que trasladan vicios y virtudes de una persona por relación filial a otra y que por diferentes motivos tienen algún “pero” con sus antepasados, que se lo habrán trasladado. Justamente, parte del trabajo de Luis fue mostrar que él es una persona distinta.

Los militantes de aquella juventud nacionalista, como Martín Elgue, lo recuerdan como uno más. Siempre estaba haciendo chistes e interactuando con todos. Era alguien muy jodón y divertido. Le gustaba compartir anécdotas que pocos como él podían tener. Siempre se lo notó como un tipo temperamental pero muy maduro. La mayoría de nosotros lo tratábamos como un par, aunque obviamente sabíamos que era el hijo de Lacalle. Muchas veces participaba de las recorridas acompañando a su padre y en los actos siempre se quedaba al fondo del local, paradito como uno más de los jóvenes.

Siempre tuve claro en aquella época que yo no estaba para salir en la foto ni para tener protagonismo. Siempre supe que me tenía que ubicar más que los demás. Nunca se me murió el ciudadano que tengo adentro. Hasta el día de hoy no razono pura y exclusivamente como un dirigente político. Es como la voz de la conciencia ciudadana que tengo incorporada.

Si bien era el hijo de la líder de la nueva agrupación, y su tarea principal consistía en llevar la agenda de su madre, organizarle las recorridas y demás actividades, había que hacer de todo. Cuando junto a su amigo Rodrigo Ferrés ingresaron por primera vez a la sede de la avenida 18 de julio –el mismo lugar que en 1989 su padre había elegido como cuartel general de la campaña que lo llevó a la presidencia– se enfrentaron a un enorme espacio completamente vacío. Los dos jóvenes no lo pensaron. Se fueron hasta el supermercado más cercano, compraron escobas, trapos de piso, detergentes, baldes y lampazos y pusieron manos a la obra. En los días sucesivos fueron llegando los muebles y entre ambos debieron ir acomodando todo para organizar el lugar, especialmente la sala donde trabajaría la candidata al Senado. Casi inmediatamente se sumó al acondicionamiento la futura candidata a la diputación por Montevideo, y actual presidenta del Honorable Directorio del Partido Nacional, Beatriz Argimón, que recuerda así este momento: Tanto Luis como yo sabíamos que teníamos mucho por hacer. Nos enfrentamos al desafío de construir un movimiento nuevo y renovador y enfrente teníamos a la poderosa Lista 71, donde se aglutinaba el herrerismo. Compañeros de partido, pero que en la interna eran nuestra competencia.

La apuesta del sector encabezado por Julia Pou estaba centrada en la zona sur del país, por lo que se necesitaba que alguien se ocupara de la coordinación política de los dos departamentos considerados claves: Montevideo y Canelones. Luis no lo pensó: “Yo quiero Canelones”. El complejo departamento le resultaba bien conocido. Sin embargo, había varios dirigentes canarios interesados en el trabajo, a tal punto que, en uno de los pequeños despachos acondicionados por Luis y Rodrigo, habían comenzado a colocar un par de mapas del departamento, con la intención de hacerlo propio.

Una mañana de septiembre de 1998 recibe una llamada desde otro interno del local: “Ferri, bajá y venite a Canelones”. Cuando su amigo entra al despacho encuentra a Luis sentado detrás del escritorio, con el mapa del departamento desplegado y un marcador en su mano. “A partir de ahora yo soy el coordinador político de Canelones. Son muchos los que quieren hablar conmigo, hay varios dirigentes que me lo pidieron, así que a partir de mañana agarramos la camioneta y arrancamos por la ruta 80 y después la 7. Hacemos Migues, Montes, Tala, y de ahí seguimos”. Desde ese momento, Lacalle Pou comienza a hacer su carrera política y su camioneta VW Saveiro no paró de sumar kilómetros, mientras desde los parlantes sonaba la música de sus dos grupos favoritos: AC/DC y Sumo.

“Hijo’e tigre... y tigresa”

“Se te despertaron los genes”, le dijo en aquel momento Rodrigo Ferrés, quien hoy agrega: Luis es político a pesar de sus padres. Tuvo que imponerse y hacer muchas cosas individualmente para ganarse un espacio. Empezó a recorrer el departamento solo y visitaba regularmente a los dirigentes canarios. Tuvo mucha empatía con todos ellos y llegó un momento en el que no podía volver atrás. Lo logró por la vía de los hechos. Tuvo que luchar con ser el hijo de Lacalle y eso le molestaba mucho, pero tenía claro que así eran las cosas. Estaba decidido a ir para adelante, costara lo que costara. Recuerdo que, aunque le molestaban los comentarios de algunos que decían que estaba en ese lugar por ser el hijo de… siempre me decía: “Quedate tranquilo que esto se demuestra con hechos. Voy a lograr mi lugar en base a trabajo”. Tengo presente que, en aquel entonces, aunque ni Julita ni Lacalle le discutieron mucho, no estaban de acuerdo. Supongo que tenían muy presente el tema de la embestida baguala y por eso la familia lo quería cuidar, pero su forma de ser lo hizo imposible.

El expresidente dice que su hijo mamó de casa la necesidad de conocer la realidad: Una realidad que se puede conocer de dos maneras. Leyendo la historia, las noticias, las opiniones técnicas, etc., pero hay algo fundamental que es conocerla mano a mano, embarrándose los zapatos. Nuestro país es tan chico que conocerlo territorialmente y a fondo es posible. Luis tuvo una suerte de continuidad en los contactos, mucho más que lo que tuve yo. Cuando fui candidato por primera vez en el año 1966, por más que había participado en las juventudes del partido, me pasaba que había gente que se acercaba porque sus padres o abuelos habían acompañado a mi abuelo y eso producía un acercamiento mutuo de manera natural. Eso era una ventaja para saber dónde tocar el timbre o palmear en determinada portera. Era una red de afectos y lealtades que en aquel caso venía del año 1920. Y a Luis también le pasó. Cuando empieza en Canelones se pudo acercar a los grupos de personas que me seguían a mí, y eso le dio una oportunidad, no certeza porque no hay una herencia, pero sí la oportunidad, que es una gran ventaja, de saber que Fulano está en tal lugar y puede servir de apoyo. Es una red muy propia del Partido Nacional, porque somos un partido muy afectivo, muy familiero, que permite conocer la realidad hablando con la gente que forma parte de esa realidad. Esa oportunidad Luis la supo aprovechar, cultivar y mantener. Pudo meterse en esa red que le permitió aprender.

Los dirigentes canarios encontraron en Luis a alguien que los podía llegar a representar. Les preguntaba y los escuchaba con atención. Se podía quedar horas en un mismo lugar, tomando mate y conversando, el tiempo que fuera necesario. Luis fue al territorio. Tenía todo organizado y planificado, sabía perfectamente dónde tenía que estar cada día. Había desplegado en la pared un cronograma súper organizado hasta el día de la elección. Pocas veces vi a alguien con esa fuerza de trabajo y además tan metódico y ordenado.

Desde el primer momento la gente lo recibió estupendamente. Los dirigentes barriales enseguida contactaron con él, porque se muestra como es: una persona franca y cálida. No era el tipo de dirigente que te llamaba para arrimarte y nada más. De verdad se preocupaba por la gente y buscaba posibles soluciones. Para él no era fácil abrirse camino, no solo por ser joven sino porque era el hijo de Lacalle y Julita. Su intención era demostrar que podía llevar adelante un trabajo político por sí mismo. Y lo logró, fundamentalmente en base a la constancia y al afecto, afirma Argimón.

Cuando llegó el momento de armar las listas para la elección de 1999, Luis sintió que estaba pronto, pero su madre seguía sin estar convencida de que ese fuera el camino. En el Congreso de la lista 400 se abrió un debate para designar a quienes ocuparían los primeros lugares como candidatos al Senado y a la Cámara de Representantes. Nadie discutía que Julita encabezaría la plancha a ambas cámaras; muy pocos se opusieron a que el primer lugar como su suplente en la Cámara de Diputados por Canelones debía ser para Luis Lacalle Pou, y entre quienes lo hicieron estaba ella. Se votó y la líder del sector fue ampliamente derrotada. El Tano Abadie, quien estaba a cargo de la juventud de la agrupación, está convencido de que su amigo se ganó ese espacio a base de trabajo, aun luchando con ser “el hijo de”. Luis se preparó siempre. Hay gente que lo subestima y piensa que todo le llegó de arriba y es todo lo contrario. En ese congreso fueron los propios dirigentes los que pidieron que estuviera en la lista y él lo asumió, trillando como nadie. Y así ha sido siempre.

Por aquel tiempo los medios de comunicación comenzaron a poner el foco en los primeros pasos del hijo de Lacalle. En octubre de 1999 Luis es entrevistado por la revista Guambia bajo el título: “Hijo’e tigre... y tigresa”. “En Canelones te reciben bárbaro. Por lo general, un vinito casero y un salchichón. Y después, en una conversación de lo más amena siempre te señalan lo mismo: ‘¿vas a volver, verdad?’. Se ve que los tipos están quemados con leche. Y el compromiso más grande que podés tener en cinco años es volver. Por sí, por no, porque pudimos presupuestar auxiliar de servicio, porque se pudieron hacer las viviendas, porque se consiguió el préstamo para viviendas de los jubilados, por lo que sea, pero el tema es volver. La gente quiere que no desaparezcas, que no te encierres en el Parlamento”. Y agregaba, “mi gran preocupación es el compromiso que se asume con esa gente”.

En otras entrevistas a los medios canarios, el coordinador departamental de la lista 400 decía: “Mi referencia como hombre y como político es mi padre. Es de él que aprendimos a querer nuestra patria. Ojalá algún día pueda llegar a conocer tanto nuestro país como lo conoce palmo a palmo mi padre. De mi madre hemos aprendido la preocupación por el individuo mismo y a tratar con un delicado cariño a aquellos que lo necesitan. Es una mujer de una sensibilidad incomparable, acompañada de una inteligencia privilegiada y el saber esforzarse por los demás. Entre los dos forman un equipo que se complementan perfectamente. Uno es político de alma, conoce el país, lo quiere, es la persona con más empuje que conocemos y ella es la mano sensible, la claridad de las ideas y el cable a tierra”.

La primera vez

–¡¡Bienvenido, presidente!!

–Gracias, querido amigo, siempre es un gusto volver a estos pagos.

–Ya tenemos pronta la caravana que nos va a acompañar hasta el acto.

–Muy bien, les agradezco mucho todo el esfuerzo. Les aviso que hoy tenemos un debut en el estrado.

–¿No me diga?

–Sí señor, hoy hablará por primera vez Luis Alberto Lacalle Pou.

Y dirigiéndose a su hijo, que había descendido detrás suyo del avión que los había llevado a Bella Unión, en el departamento de Artigas, le dijo: “Preparate, hoy te toca salir a la cancha”.

No recuerdo por qué se me ocurrió pedirle que hablara, pero sí me encantaba ser testigo de ese momento de iniciación. Me pareció muy lindo poder estar presente, y los compañeros de aquella zona, que son tan cariñosos, lo recibieron de maravilla. A pesar de los nervios, que me imagino que habrá tenido, se desempeñó muy bien; aunque hablar en público no tiene más técnica que ser natural, hablar claro y tener pensado el final. Para mí fue como su Bar Mitzvah político, recuerda Lacalle Herrera.

Ese día mi padre me arruinó la caravana, la llegada y todo lo demás, porque yo no estaba preparado para eso, no era mi lugar, yo conocía muy bien Canelones pero estábamos en Artigas. Fui pensando lo que iba a decir durante la caravana, y cuando casi me empujan adelante del micrófono ya me había olvidado de todo, por culpa de los nervios que tenía. Cuando bajé, después de hablar apenas unos pocos minutos, un amigo me dijo: tu discurso fue corto pero malo.

Más allá del debut en sí, lo que más atesoro de ese día es un poncho que me regaló el negrito Luna. Es el mismo que terminé usando cuando se celebraron los 180 años del Partido Nacional.

Más como padre que como candidato presidencial, en aquella campaña noté que Luis era muy afectuoso. No paraba de saludar a todos y la gente lo trataba muy cariñosamente. Siempre tuvo la capacidad de la compasión, entendida como padecer con, no entendida como lástima. Yo lo he visto muchas veces emocionarse de verdad, lo conmueve la pobreza aunque él no haya tenido una vida con privaciones. Logra ponerse en el lugar del otro, tiene corazón y eso es muy importante, aunque se sufre más. Busca mejorar lo que ve como malo o injusto.

Fratricidio

En 1999 Uruguay acababa de estrenar las disposiciones emergidas de la reforma constitucional de 1996. Esto hizo que por primera vez se debieran realizar elecciones internas en todos los partidos, a los efectos de elegir al candidato único. La lucha dentro del Partido Nacional fue lo que los analistas del momento calificaron como “fratricida”, y tendría un altísimo costo que se traduciría en votos. Si bien se presentaron en total cinco precandidatos, la contienda era entre Luis Alberto Lacalle y quien apenas cinco años atrás había sido su propio candidato a sucederlo: Juan Andrés Ramírez.

El exministro comenzó marcando distancia del apoyo que los blancos le habían dado al gobierno del presidente Sanguinetti, posteriormente buscó alianzas con los otros precandidatos y luego centró su campaña en un feroz ataque al herrerista. Primero hizo constantes alusiones a las denuncias acaecidas al finalizar el gobierno blanco, afirmando que el presidente había tolerado actos de corrupción. Finalmente redobló la apuesta y a pocos días de las elecciones acusó directamente a Lacalle de enriquecerse durante su gobierno. De acuerdo a un título de portada del diario La República de aquella época: “Ramírez: el patrimonio de Lacalle creció un millón de dólares en un año”.

La unidad del partido estaba quebrada, lo cual quedó reflejado primariamente en la elección interna de abril de 1999. Entre los colorados se distribuyó el 36,7% de los votos emitidos, dejando a Jorge Batlle como candidato único. Al Encuentro Progresista - Frente Amplio fue el 30,2, resultando victorioso Tabaré Vázquez. En el Partido Nacional (tercero con el 28,5%) Lacalle se consagró como candidato único con el 48,2%, mientras que Ramírez alcanzó el 32,2% de las preferencias nacionalistas. Los colorados Batlle y Luis Hierro prácticamente sellaron la fórmula esa misma noche. En el Frente Amplio, Vázquez había superado por más de sesenta puntos porcentuales a Astori. En filas nacionalistas lo peor estaba por comenzar.

El politólogo Óscar Bottinelli fue categórico por aquel entonces al afirmar que el Partido Nacional no había dejado error por cometer. “No solo quedó afectada la imagen del candidato presidencial y conformada una fórmula presidencia débil en términos políticos (Sergio Abreu aceptó pero a título personal), sino que además el proceso seguido fue lento (tardó dos meses y medio en completarse la fórmula), surgieron problemas para integrar el Directorio partidario y la Mesa de la Convención. El propio jefe de campaña de Ramírez (Alberto Zumarán) pidió que Lacalle renunciase a su candidatura y ninguno de los precandidatos presidenciales encabezó ninguna lista senaturial”.8

Con ese panorama, a nadie podía asombrarle que el partido de Aparicio Saravia cayera en el mes de noviembre de un 29% de votos en 1994 a 21,72% en 1999. Por su parte, el Encuentro Progresista - Frente Amplio alcanzó el 39,06%, y la fórmula colorada el 31,93%. Las nuevas disposiciones constitucionales hacían que hubiera una segunda vuelta (balotaje) entre Tabaré Vázquez y Jorge Batlle.

Los blancos debieron conformarse casi que con balconear la elección, aunque Luis Alberto Lacalle hizo una fuerte campaña a favor del Partido Colorado, quien en noviembre de ese año obtendría la victoria, alcanzando el 52,52% de los votos. Aquella elección fue dolorosa, personal, familiar y partidariamente. Veníamos de una interna muy encarnizada e injusta para con Lacalle, cuyas consecuencias hizo que termináramos perdiendo la elección nacional.

Después nos costó convencer a algunos de nuestros votantes para que apoyaran a Jorge Batlle en el balotaje. Recuerdo que fui tres veces a San Jacinto a intentar convencer a un viejo caudillo nuestro, Luzardo, para que lo votara. Terminó yendo, con su poncho blanco al hombro y con lágrimas en los ojos.

Como resultado de esa elección, con 26 años, Luis haría su estreno como diputado por el departamento de Canelones, ocupando una de las veintidós bancas que en total había logrado su partido, contrastando con las cuarenta frenteamplistas y las treinta y tres coloradas. Como madre no valoro su amor a la actividad que eligió porque siga la tradición familiar, sino porque lo hizo por vocación. Vivimos una sola vez y a veces es un lujo hacer lo que uno quiere. Lo hizo a contrapelo y en circunstancias difíciles, lo cual le da más valor, y me alegró mucho que descubriera su camino.


7. Enrique Braga fue ministro de Economía del gobierno de Lacalle entre 1990 y 1992 y posteriormente designado presidente del Banco Central. En octubre de 1996 fue procesado y enviado a prisión preventiva por el delito de “abuso de funciones en casos no previstos por la ley”, debido a irregularidades detectadas en la venta del Banco Pan de Azúcar. Muchos años después la Justicia dictó su sobreseimiento, pero Braga había fallecido en el año 2000.

8. Fuente: Elecciones 1999/2000, Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República.