Capítulo 1
Rebelde sin causa

“Una de las cosas más difíciles no es cambiar la sociedad sino cambiarse a uno mismo”.

Nelson Mandela

Luis Alberto (por su bisabuelo) Aparicio (en homenaje al célebre caudillo blanco) Alejandro (por su abuelo materno) Lacalle Pou tuvo su bautismo político antes de nacer.

El 22 de julio de 1973, a 100 años del nacimiento de su bisabuelo, don Luis Alberto de Herrera, los blancos se reunieron al pie de su monumento. Julia Pou, aunque estaba en el octavo mes de embarazo de su segundo hijo, no quiso faltar. Su marido no podría estar presente por encontrarse detenido por el gobierno cívico militar que acababa de dar el golpe de Estado.

Luis Alberto Lacalle Herrera y Julita Pou Brito del Pino se habían visto por primera vez en la casa de una amiga en común en 1963, cuando ella apenas tenía 16 años y estaba preparándose para viajar con la familia a Europa, donde tenía previsto estudiar Letras en la Universidad de La Sorbona en París. A su regreso, se convirtieron en vecinos del barrio de Pocitos. Aunque había sido lapidaria al calificar a Cuqui como un aburrido que “se pasa hablando de historia, filosofía y de Herrera, y además baila horrible”, se ennoviaron “oficialmente” en 1967, y se casaron el 21 de diciembre de 1970. Se instalaron en el mismo barrio, en la esquina de la rambla y la calle Pereira de la Luz. Al año nació Pilar, la primera hija; casi un año y medio después, el 11 de agosto de 1973, Luis Alberto, y en diciembre de 1975, Juan José Leandro. Unos años más tarde nació un cuarto hijo que fallecería a las pocas semanas, sin que su madre llegara a verle la cara.

La familia Herrera proviene de Jerez de la Frontera (Andalucía, España). “Gente de muy buena posición económica, judíos de la península ibérica convertidos al cristianismo que en 1749 viajaron desde Cádiz a Buenos Aires en un barco propio llamado El gran poder de Dios”.1 Los Lacalle son vascos, provenientes de Estella Luego, ubicada en los montes Pirineos, y llegaron a Uruguay a comienzos de 1800. Carlos Lacalle se casó en 1909 con María Hortensia de Herrera, matrimonio del cual nació Luis Alberto Lacalle Herrera. María Julia Pou es hija del reconocido ginecólogo Alejandro Pou de Santiago y de María Eloísa Brito del Pino.

Durante la dictadura la familia Lacalle Pou se muda al 3374 de la calle Echevarriarza, donde transcurrió la infancia de Luis y sus hermanos. En aquella casa se respiraba política, aun cuando no se pudieran ejercer los derechos civiles. Era común que fuera sede de reuniones clandestinas donde se encontraban varios de los principales dirigentes del Partido Nacional al que pertenecía el ahora exdiputado Lacalle: Juan Pivel Devoto, Mario Heber y Fernando Oliú2 eran caras más que conocidas por Luis y sus hermanos. Nunca supieron de qué hablaban pero eran los amigos de papá. Los temas del país eran la conversación de cada sobremesa, y en los ratos de ocio sonaban discos de pasta con el cancionero típico del partido de Oribe. Letra y música de la Marcha de tres árboles, Viento de Masoller, Presente mi General y Poncho Blanco fueron parte del repertorio musical con el cual crecieron los tres Lacalle. Era algo casi cotidiano que siendo niño Luis se sentara a jugar encima de alguna de las tapas de cartón de aquellos discos que su padre atesoraba, mientras observaba gastados libros con imágenes de Manuel Oribe, Leandro Gómez y Aparicio Saravia.

La historia del partido y del país eran algo diario en casa. El amor a la patria era algo que se nos inculcaba desde el primer día. Lo aspiracional para nosotros era servir al país y nuestro motor de vida siempre fue ese, señala.

¿Ta que yo era Herrera?

Tal era ese aroma a política que se respiraba en casa de los Lacalle, que cuando debió rendir el examen para ingresar al colegio, con apenas 5 años, se sintió en la obligación de aclararle a la inglesa que lo había llamado por todos sus nombres, que él era Aparicio por Saravia y no por Méndez, el entonces presidente de facto que tenía nuestro país.

Un día entro al cuarto donde los chicos estaban jugando y veo a Luis parado encima de un cajón gesticulando como si estuviera dando un discurso. Ni bien me vio entrar, dijo en voz alta: “¿Ta que yo era Herrera?” Apenas había cumplido los 8 años, cuenta su madre.

En esa misma época, sus padres comenzaron a preocuparse por la baja estatura de Luis. No solamente estaba muy por debajo del promedio de los niños de su edad, sino que su crecimiento era ostensiblemente lento. Inicialmente Luis Alberto y Julita lo atribuyeron a un simple retraso de desarrollo, pero con el paso del tiempo decidieron hacer las consultas médicas correspondientes y efectivamente se le diagnosticó un problema de crecimiento. Los Lacalle Pou encontraron que en Buenos Aires se podía llevar adelante un tratamiento efectivo, y allí comenzaron a viajar semanalmente madre e hijo. El proceso médico era bastante invasivo para un niño de esa edad. Constantes extracciones de sangre y radiografías, sumadas a una medicación que debía tomar rigurosamente cada noche. Sin embargo, nada de aquello terminaría dando los resultados esperados. Luis no solo seguía siendo el más bajo de la clase, sino que estaba comenzando a generar una energía emocional negativa.

El jardín, con el ceibo, el pino, el guayabero y los jazmines era el lugar preferido de los hermanos, muy unidos pero donde como en cualquier familia no faltaban las peleas, especialmente entre los dos mayores. Luis era competitivo, inquieto, muy amiguero y bastante travieso; aunque yo tampoco fui la hija modelo, eso le tocó a mi hermano menor, recuerda Pilar.

Luis se pasaba en la calle con su skate, o jugando al fútbol en la plaza de la esquina. Y ya de adolescente, iba a la plaza Armenia, a las rampas donde hoy está Montevideo Shopping.

Los límites no eran de su agrado y desde niño los fue rompiendo: subirse a la rama más alta, treparse al muro más empinado o hacer el salto más arriesgado en su bicicleta eran sus osadías de infancia. Sus padres los estimularon y les impusieron límites y Luis, según su madre, siempre necesitó más de los últimos que de los primeros, razón por la cual pasó varias tardes en penitencia. Julia Pou recuerda que desde muy niño Luis se caracterizó por ser, además de muy contestatario, muy tenaz: si cree en algo va a ir hasta el final aunque se encuentre con veinte piedras en el camino, Y eso me lo hizo notar por primera vez una maestra que ambos tuvimos: que siempre dice la verdad. Me contaba que ella entraba a la clase y preguntaba ‘quién hizo tal cosa’ y él inmediatamente levantaba la mano y decía ‘yo’, como si aquello fuera motivo de orgullo. Es alguien que enfrenta, y así lo hizo conmigo siempre. Yo creo que las cosas buenas que uno le inculca a un niño generalmente son producto de durezas y negativas y no de blanduras y de sí, porque educar es enseñarles a tolerar la frustración por un no. Y Luis siempre me discutía hasta el final. Yo espero que esa característica la conserve, porque si bien es algo difícil para los padres que tienen que educar a un niño así, es algo muy positivo en la edad adulta. De mis otros dos hijos casi no tengo quejas, pero Luis siempre fue el que más trabajo nos dio.

A los 10 años sus padres decidieron enviarlo a un psicólogo para tratar de comprender los motivos que lo llevaban a ser más revoltoso de lo que ellos consideraban normal. Entré con tres problemas que ya tenía identificados y salí con dos nuevos. Lloré mucho por la angustia que eso me causó. Llegué a casa y les dije a mis padres que no volvería, afirma Luis. Aquel episodio lo marcó, a tal punto que nunca más pisó un consultorio psicológico. Dice que desde ese día, cuando tiene algún problema, intenta hacer introspección y buscar por sí mismo las razones y las posibles soluciones.

Más lejos de aquellos reclamos maternos, Lacalle padre prefiere recordar la independencia como una de las características de su hijo desde pequeño: Una de las primeras palabras que aprendió a decir y repetía todo el tiempo era “zolo” con zeta porque era zezeoso. Era muy curioso, siempre preguntaba cómo se hacía y después lo quería hacer él, pero solo.

En 1982, cuando las primeras luces de la democracia comenzaron a vislumbrarse en nuestro país, Luis tenía 9 años y junto con sus hermanos repartió listas de ABP, sublema “Consejo Nacional Herrerista” en las primeras elecciones desde 1973 (aunque con casi quince mil políticos proscriptos), para que su padre integrara los órganos partidarios: nos dejaban toda la mañana en la esquina de un supermercado de Pocitos, recuerda hoy. Obviamente que no tenía mucha conciencia de lo que estaba pasando, pero sí tengo muy presente la algarabía que se vivió en mi casa, porque la lista que encabezaba mi padre votó bastante más de lo que se esperaba. El Partido Nacional en su conjunto alcanzó el 52,3% de los votos. El sector de Lacalle obtuvo el segundo lugar, por debajo de la lista wilsonista (ACF) encabezada por Pivel Devoto.

Al año siguiente también concurrió con toda la familia al acto del Obelisco, donde más de 400 mil personas se dieron cita para escuchar la proclama redactada por quien sería seis años más tarde el compañero de fórmula de su padre, Gonzalo Aguirre, y el colorado Enrique Tarigo. Mi estatura me impidió poder ver a Alberto Candeau cuando leyó aquella proclama, pero no me olvido de la emoción con la que se cantó el himno ese día.

No había terminado la primaria cuando al año siguiente otra vez a repartir listas, en esta oportunidad para que su padre resultara electo senador para el Parlamento, que se instalaría una vez terminada la dictadura, en 1985.

La campaña transcurrió durante 1984 y Luis acompañó al padre a recorrer casas y clubes, lo vio ser orador en actos en muchos rincones del país y también estuvo a su lado en el momento de votar. La lista 904, que respaldaba la candidatura del wilsonista Alberto Zumarán, obtuvo dos escaños en la Cámara Alta; uno de ellos fue ocupado por Luis Alberto Lacalle, pero el hijo no asistió a la toma de posesión del cargo. La rebeldía que lo caracterizaba, y que tendría en la adolescencia su punto más alto, se volvía a manifestar.

Más deporte que estudio

Jamás se destacó por ser un buen alumno: inquieto, poco afecto al respeto a las normas y algo contestador, pero gran deportista. Nunca conoció otro colegio que no fuera el British School. Fundado en 1908 e instalado en la zona de Carrasco Norte desde los años sesenta, por sus aulas pasaron muchas de las familias del patriciado nacional. “Viví gran parte de mis años felices en el colegio… soy un agradecido a la formación que nos dieron. Quizás pude aprovecharla más. La adolescencia me agarró fuerte y no le saqué el máximo de rendimiento a las posibilidades del momento” reconocería muchos años después, en una nota periodística a propósito del 110.o aniversario de la institución.

Además de una importante carga horaria dedicada al idioma inglés, el British siempre hizo hincapié en la formación deportiva de sus alumnos, y eso era lo que Luis disfrutaba más. Además de las actividades deportivas del colegio, practicó fútbol, rugby, tenis y natación en el Montevideo Cricket Club y también en el Club Banco República. “Elegí un deporte y sé el mejor en ese”, le aconsejó su padre. Fiel a su estilo rebelde, hizo todos los que tuvo a su alcance y no fue el mejor en ninguno, aunque logró cierto destaque en algunos. Estuvo cerca de federarse en natación, y si bien en contadas ocasiones fue el mejor de la cancha de fútbol, tenía la habilidad de ubicarse en el lugar adecuado en el momento preciso, lo que le permitió más de una vez transformarse en el goleador del equipo. Circunstancialmente tuvo alguna actuación destacada en el arco, a tal punto que, en una oportunidad, tras atajar un penal para el que nadie le tenía fe, sus compañeros comenzaron a llamarlo “el Manga” (haciendo referencia al apodo del entonces brasileño arquero de Nacional, Hailton Corrêa de Arruda, famoso por convertir un gol de arco a arco y campeón mundial con los tricolores en 1971). Para muchos de aquellos amigos de la infancia, Luis Lacalle Pou sigue siendo “el Manga”. Sin embargo, su favorito no es ni el fútbol, ni el tenis, ni el rugby; el único deporte que lo sigue acompañando hasta ahora es el surf, que lo atrapó desde los 9 años. Popularizado a partir de los años sesenta, quedó fascinado desde aquella primera vez que lo vio practicar en la barra de Maldonado. El dinero que podía ir ahorrando lo gastaba casi todo en revistas sobre surf. Así aprendió dónde se gestaban las mejores olas, o los diversos tipos de tablas que debían usarse según la edad y la ocasión. Fue en el verano de 1985, estando de vacaciones familiares en Florianópolis, que logró convencer a sus padres de que le compraran su primera tabla.

Tanto los enloquecí que me terminaron comprando una tabla usada por 35 dólares; estaba hecha pedazos, pero para mí era fantástica. Después fui ahorrando, vendí esa y pude ir comprando una cada vez mejor. Supongo que mi amor por el surf viene de la fuerte vinculación con el mar, algo que toda la vida me atrajo mucho. También tiene cierta adrenalina que siempre disfruté.

Esa pasión lo llevaría, con el paso de los años, a conocer lugares que nunca se le hubiera ocurrido visitar y cuyas playas serían testigos de sus acrobacias.

Haciendo política

Al finalizar la primaria los alumnos del British debían rendir examen de egreso en una institución estatal. Luego de ingresar al salón y apenas ubicado en su silla, Luis observó con detenimiento a los docentes que integraban el tribunal que habría de examinarlos para determinar si estaban en condiciones de acceder a la enseñanza secundaria. Uno de aquellos profesores, a los que ninguno de los alumnos conocía, tenía una carpeta en la que se veía una imagen que a Luis le resultó muy familiar. Era la cara del profesor Juan Pivel Devoto, quien había sido nombrado por el presidente Julio María Sanguinetti para tomar las riendas de la educación, ubicándolo al frente del primer Consejo Directivo Central (CODICEN) posdictadura.

La imagen del amigo de su padre y a quien había visto tantas veces en su casa desde niño estaba caricaturizada con un palo con clavos pegándole en la cabeza. Sin temor a posibles represalias y ante la atónita mirada de sus compañeros, Luis no tuvo mejor idea que recriminarle al docente aquello que consideraba una fenomenal falta de respeto. El episodio no pasó de allí, ya que el profesor no pretendía discutir de esos temas con un niño de apenas 11 años, pero minutos después lo acontecido llegó a oídos de su padre, quien se encontraba en plena tarea legislativa en el hemiciclo del Senado. Lacalle, que recibió el comentario a través de un Senador del Partido Colorado, inmediatamente llamó a su casa y le preguntó a su esposa si tenía noticias de lo que había sucedido. Julita no podía creer lo que su marido le estaba contando. Sin embargo, en aquella oportunidad, la actitud contestataria de su hijo no le pareció tan desacertada y en esa ocasión Luis no recibió reprimenda alguna. Sin duda que nosotros estábamos sobre estimulados por los temas políticos, comenta hoy para este libro.

Aunque no tenía necesidad de cambiar de institución, el ingreso a secundaria no le resultó para nada atractivo. Lo que más disfrutaba de concurrir a clases era que seguía manteniendo a sus viejos amigos, muchos de los cuales hasta hoy conforman su círculo más íntimo. Tras las largas vueltas en ómnibus de Carrasco a Pocitos, solía bajarse con sus hermanos para comprarse bizcochos antes de tomar el segundo bus que los dejaría cerca de la casa. Apenas regresaba se subía a su bicicleta o se iba a la plaza a jugar al fútbol, aun cuando la madre le insistía en que se ocupara más de las tareas liceales. Por aquel entonces en ella recaía esa responsabilidad. Luis Alberto Lacalle había desestimado presentarse como candidato presidencial en 1984, pero estaba decidido a hacerlo en 1989. Cada fin de semana tomaba su valija y recorría el país, visitando amigos, organizando clubes, golpeando puertas y palmeando sus manos en las más lejanas porteras.

Más allá de las aspiraciones políticas de su marido, Julia Pou seguía preocupada por su hijo del medio. Luis tenía ya 14 años y no había alcanzado el metro y medio. Algo seguía mal. Decidió intensificar las consultas médicas y un veterano especialista les recomendó buscar tratamiento en los Estados Unidos. Fue allí que, en septiembre de 1987, tras varios exámenes se determinó que Luis tenía un problema en la hormona de crecimiento. El médico que los atendió le midió las muñecas y los tobillos y le prometió: Si sigues este tratamiento vas a alcanzar exactamente un metro 72 centímetros de altura. El procedimiento indicaba que, durante el período de un año, el paciente debía recibir diariamente un inyectable con una medicación altamente costosa.

Los abuelos de Luis decidieron vender algunas cosas, mientras que Luis Alberto y Julita resolvieron, entre otras cuestiones, que el alquiler de la casa veraniega fuera destinado íntegramente a pagar el tratamiento de Luis. Todas las noches, durante 365 días, su propio abuelo, el doctor Alejandro Pou, llegaba a casa de su nieto para inocularle la dolorosa medicación de hormonas en el brazo. Los resultados tardarían un tiempo en verse, pero al llegar a los 17 años el tema crecimiento dejaría de ser un problema, aunque las secuelas psicológicas permanecerían por un tiempo más.

Creer para crecer

Mientras eso ocurría en la interna de la familia, lo blancos perdían a su líder máximo, Wilson Ferreira Aldunate, el 15 de marzo de 1988, y sus seguidores no veían un referente claro, por lo que muchos votantes fueron abandonando el Movimiento por la Patria. Si bien el senador Lacalle no formaba parte de aquella columna, y la decisión de postularse la había tomado bastante tiempo atrás, aquel lamentable hecho le abría nuevas oportunidades de liderar el Partido Nacional. Poco antes de morir, el caudillo nacionalista había reunido a varios de los principales referentes de su partido, como Carlos Julio Pereyra, Alberto Zumarán, Dardo Ortiz y el propio Lacalle, para hacerles un pedido que calaría hondo en todos ellos: “Cuando yo no esté, no se peleen”. El herrerista se lo tomó en serio y comenzó a tejer una importante red de alianzas que le permitiera competir con los que se consideraban herederos de Wilson. Estos estaban divididos entre el Movimiento Nacional de Rocha, liderado por Carlos Julio Pereyra, y el Movimiento por la Patria que presentaría la candidatura de Alberto Zumarán. Los colorados por su parte sufrían una lucha intestina entre los conducidos por Jorge Batlle y los que, siguiendo al presidente Sanguinetti, preferían la candidatura del vicepresidente Enrique Tarigo. Por su parte el Frente Amplio, ahora sin proscripciones, tenía una sola candidatura, la del general Líber Seregni, mientras un casi desconocido doctor Tabaré Vázquez pugnaría por la Intendencia de Montevideo. Aun no se vislumbraban las consecuencias que podría tener en la coalición de izquierda la escisión del grupo conducido por el doctor Hugo Batalla y la fundación del Partido por el Gobierno del Pueblo.

Lacalle sabía que en su familia tenía un sostén importante y los publicistas vieron que era necesario mostrarlo. Encabezados por quien sería un tiempo después su ministro de Educación y Cultura, Antonio Mercader, el equipo de campaña diseñó un par de comerciales en los que se presentaba a la familia Lacalle Pou. El más recordado es un spot televisivo donde se ve a los cinco caminando abrazados por la playa mientras se escucha la voz en off del propio candidato: “En el encuentro familiar de cada día sentimos que nuestros hijos han crecido, tanto como nuestro compromiso con cada joven de nuestro país y como nuestra responsabilidad. Devolverles su afecto y su fe en un presente que los respete. Devolverles la oportunidad de un futuro. Esa es nuestra obligación. Un futuro aquí, entre nosotros. En casa. En nuestra propia patria”. Inmediatamente se escucha el jingle característico de toda la campaña: “Con Lacalle hay más razones para poder vivir en mi país” y cierra con el eslogan: “Creer para crecer”. Aquella exposición mediática no fue del agrado de Luis, quien con 16 años estaba casi en la cúspide de su rebeldía y mientras sus padres estaban en campaña, él concurría a fiestas a las que muchas veces no lo dejaban entrar: Había que tener coraje para ir a aquellas fiestas con mi metro cuarenta y siete, recuerda.

Horacio Tano Abadie, su mejor amigo de toda la vida, confirma que aquella etapa fue muy sufrida para Luis. Quizás por el tema de la estatura, buscaba sobresalir de alguna manera. Andaba con unas botas tejanas blancas, campera nevada y mientras todos escuchábamos The Police él ponía Sumo. Buscaba rebelarse y diferenciarse. Tenía una personalidad como diciendo “acá estoy yo. Soy chiquito pero soy yo”. Eso a veces le generaba problemas porque nunca se achicaba y si tenía que irse a las manos, se iba. Siempre tuvo una fuerza de voluntad impresionante y envidiable, la misma que lo llevaba por ejemplo a entrenarse más tiempo que los demás en natación, para poder participar de un campeonato nacional. Cuando jugaba al fútbol era goleador pero no era rápido, entonces entrenaba la velocidad; en el rugby jugaba inteligentemente, pero como era chiquito no tenía tanta fuerza, y para suplirlo se mataba en el gimnasio para lograrla y se volvió muy potente. [...] cuando él se pone un objetivo es muy difícil que no lo alcance.

Sobre esa rebeldía, Luis comenta: En aquel tiempo yo estaba peleado con el mundo y salía de casa dispuesto a pelearme con cualquiera; como era el más petiso de la barra era común que alguien se quisiera pelear conmigo. Eso hizo que me fuera a las manos más de una vez y debo reconocer que tengo muchas más perdidas que ganadas. Mi familia siempre nos enseñó a tener buenos modales, a no insultar, a no decir malas palabras, a decir buenos días, pedir perdón y dar las gracias. En determinado momento le dije a mi madre: lo que me tenías que enseñar ya me lo enseñaste, no pierdas más tiempo conmigo.

Sus hermanos y su madre acompañaban a Lacalle a casi todos lados. Luis, en cambio, participó solo de algunos actos importantes, aunque sí pasó 15 días en el denominado ómnibus de la victoria, recorriendo buena parte del país. Aun cuando no se lo dijera, estaba orgulloso de lo que estaba pasando con su papá.

Yo estaba con aquella dualidad entre querer estar y participar lo menos posible. Sin embargo, tengo recuerdos muy fuertes de aquellos meses. Nunca olvidaré cuando íbamos en la caravana por una ruta interna, atravesando una zona bastante descampada. A lo lejos vemos que bajando por la ladera de un cerro vienen corriendo varias personas revoleando banderas y ponchos blancos. Era una familia de cinco paisanos que no querían perderse el pasaje del ómnibus. Cuando Lacalle se dio cuenta mandó frenar la caravana, para esperar a que esa gente se pudiera acercar, y además hizo que todos los candidatos bajaran para saludarlos uno por uno. Son cosas que no se te borran y que agradezco haber vivido.

Familia presidencial

El domingo 26 de noviembre de 1989 era el día señalado para que nuestro país eligiera nuevo presidente, renovara a los miembros de las cámaras legislativas y dispusiera los nuevos jefes comunales de los 19 departamentos. El debate sobre la Ley de Caducidad había quedado atrás en el plebiscito del mes de abril de ese mismo año, y los ciudadanos se aprestaban a designar al sustituto del colorado Julio María Sanguinetti.

Superado el tema de la consolidación democrática, las cuestiones discutidas habían pasado por las formas de reducir la inflación, la reforma educativa, el manejo de la deuda externa, la disminución del déficit fiscal, la reglamentación del derecho de huelga, el funcionamiento del Estado y particularmente la reforma del sistema de seguridad social.

La familia Lacalle amaneció temprano, aún sabiendo que la jornada sería larga y agotadora. A pesar de los nervios reinantes, todos vislumbraban un final feliz. Juntos acompañaron al senador a votar y Luis volvió a sentir aquellas emociones encontradas que lo habían acompañado durante toda la campaña, cuando los militantes con sus banderas celestes y blancas rodearon a quien deseaban que fuera el nuevo presidente. A media tarde llegaron los primeros resultados de las encuestas a boca de urna y la emoción comenzó a embargarlos. A la tardecita la familia entera partió a la sede de la avenida 18 de julio esquina Martín C. Martínez y se recluyeron en una pequeña habitación junto a los más allegados al candidato. Pasadas las 19 horas los canales de televisión brindaron los sondeos, la tendencia en las urnas se tornó irreversible: Luis Alberto Lacalle Herrera era el nuevo presidente electo.

La algarabía explotó en aquel salón y en toda la sede. Los simpatizantes que se habían agolpado en las afueras del local comenzaron a ondear sus banderas más alto y el grito de “se siente, se siente, Lacalle presidente” resonaba una y otra vez. El Partido Nacional volvía al poder después de 22 años.3

El doctor Lacalle pidió mesura a sus allegados y ordenó que no se festejara nada hasta que Jorge Batlle (candidato por el Partido Colorado) se comunicara para asumir la derrota y felicitar al ganador. Y la llamada llegó. Apenas cortó el teléfono, el presidente electo pegó un salto y se abrazó con su familia. Hasta el momento Luis había permanecido en un costado de aquel salón, casi ajeno a lo que estaba sucediendo. Su padre trabajó durante casi toda su vida para alcanzar el objetivo que ese día había logrado. No sé si me sentí bien estando en un costado, pero es ahí donde decidí estar en ese momento.

A los pocos días de la elección, y mientras Lacalle delineaba las primeras acciones que llevaría adelante al asumir en marzo del año siguiente, Luis decidió irse al campo de la familia. El establecimiento, ubicado en el departamento de Florida, lleva el nombre de Santa Margarita y fue comprado por su bisabuela paterna Margarita Uriarte en 1896. En total tiene 986 hectáreas y cuenta con una casa construida en el año 1857, que la familia ha ido remodelando paulatinamente. La mitad del terreno está forestado y la otra mitad se dedica a la cría y venta de terneros. No sé por qué me fui. Si bien no me meto en la explotación agropecuaria, me iba a trabajar. Barría el galpón, salía a enlazar o curaba bicheras.

El 1.o de marzo de 1990 el doctor Luis Alberto Lacalle Herrera recibió la banda presidencial y logró lo que su abuelo había intentado en seis oportunidades, sin éxito. La familia tenía claro que el cambio de vida los rozaría a todos, pero Luis tenía pensado que a él lo afectara lo menos posible.

En la residencia presidencial de Suárez se negó a compartir el piso donde se encuentran las habitaciones familiares y prefirió ubicar su dormitorio en la buhardilla de la casona. Desde el primer momento evitó cuanto pudo cualquier exposición mediática y protocolar. Quería que su vida fuera lo más normal posible. Solía salir de noche en su ciclomotor o en un viejo VW Amazon por la puerta de servicio, y si la custodia lo quería acompañar se quedaba en la casa. Jugaba al fútbol y tomaba mate con los custodios y seguía recibiendo a sus amigos como siempre lo había hecho. Horacio Tano Abadie era uno de ellos: Cuando nos juntábamos a estudiar en Suárez yo le pedía que me mandara a uno de los choferes. “Tomate el 522”, me decía siempre Luis. [...]. Cuando él se iba al baño o no se daba cuenta, nosotros llamábamos a la cocina y pedíamos algo de comer, y cuando nos lo traían Luis lo mandaba de vuelta para abajo sin que nadie lo tocara. Nunca permitió que alguno se aprovechara de las ventajas que se podían llegar a tener por ser amigo del hijo del presidente.

El gobierno de Luis Alberto Lacalle comenzó con la ansiedad típica de su conductor. A los seis días ya se había remitido un proyecto de ajuste fiscal buscando entre otras cosas reducir la inflación, y en los siguientes cien días ya se habían enviado al Parlamento una buena cantidad de proyectos de ley tendientes a “modernizar al país” y transformar la economía de acuerdo a la opinión de sus ministros. Se buscó bajar el déficit fiscal, vender los bancos gestionados por el Estado, reformar el aparato estatal, reglamentar el derecho de huelga y desmonopolizar varios de los servicios públicos. La debilidad de la coalición con el Partido Colorado y la dura oposición del Frente Amplio y de la central sindical PIT-CNT hicieron que el presidente tuviera más frustraciones de las que había previsto.

Durante la presidencia de mi viejo conocí lo que son los alcahuetes del poder, esos que son los primeros en llegar y también los primeros en irse. Me di cuenta lo que es un amigo, ese que está cuando tiene que estar. Tengo claro que en aquel momento mucho de lo que pasaba a mi alrededor yo no tenía ni la capacidad ni las ganas o la intención de decodificarlo, pero fueron cosas que se me fueron quedando en el disco duro.

Su madre se dedicaba a intentar ayudar a través de la organización denominada Acción Solidaria, su hermana Pilar participaba de las actividades sociales y acompañaba al presidente en todo lo que podía, su hermano Juan José seguía firme con sus estudios; Luis no hacía ni lo uno ni lo otro. Por el contrario, continuaba siendo el dolor de cabeza de sus padres.

–Que te quede claro algo: yo no voy a ser ni abogado ni político, porque es una vida de porquería.

–No te preocupes, Luis, yo de ti no espero mucho como estudiante, así que veremos en su momento cómo te podemos ayudar. Tendrás que elegir algo más simple para hacer en tu vida.

Aquel duro diálogo entre madre e hijo, producido en uno de los tantos conflictos ocurridos durante su estancia en la residencia de Suárez, hoy es interpretado por Luis como parte de aquella rebeldía mal encauzada que siente que tenía.

No tengo duda de que la forma de ser que tenía en aquella etapa de mi vida me amputó momentos lindos con mi familia y seguramente con mis amigos y la gente de mi entorno. Cuando vos te rebelás y no tenés una causa, terminás molestando y lastimando mucho, especialmente a los que tenés más cerca. Sin embargo el doctor Lacalle cree que, a pesar de todo, los años de su presidencia pueden haber sembrado algo en su hijo, aunque en ese momento lejos estaba de comenzar a germinar: Él es fruto de un entorno. Yo me dediqué a la política en parte por haber acompañado a mi abuelo en su campaña de 1958 y estuve en muchas de sus asambleas, aun cuando al mismo tiempo estaba rindiendo los exámenes de Preparatorios. No por un tema de parentesco sino porque en mi casa siempre se hablaba de las cosas del país, y Luis también creció así. Estuvo siempre en medio de la cosa. En casa comentábamos lo difícil que sería que a nuestros hijos les gustara la política (no que no les interesara, algo bien diferente) porque especialmente en los años de la presidencia era raro que yo llegara a casa con una satisfacción total, sino que por lo general eran ciertas frustraciones porque no se aprobaba tal ley o había ocurrido esto o lo otro. Él tuvo esa posición privilegiada de estar en la cocina y ver cómo se reacciona frente a la gestión de gobierno. Parecería que eso, lejos de generarle distancia, le dejó una semilla. Aun cuando se mantenía alejado, la velita estaba prendida.

Pero Luis estaba muy lejos de la política y el diálogo con su padre era el mínimo necesario. En buena medida producto de su carácter combativo, siempre dispuesto a enfrentarse con todo y con todos con quienes no estuviera de acuerdo. Una noche no tuvo más opción que buscarlo. “Es mejor que se entere por mí”, pensó. Un rato antes, en medio de una de las tantas trifulcas con Pilar, recibió como últimas y enojadas palabras algo relacionado a su afición a las drogas. Un rumor que corría por toda la residencia presidencial pero un tema del que nadie se animaba a hablar. Lo agarré en la cocina y le dije “papá, te tengo que contar algo” y se lo dije. Me acuerdo que le agregué que se quedara tranquilo que no iba a pasar nada”. Nunca fui adicto, tuve la suerte que nunca quedé adentro. Fumé marihuana por primera vez a los 17 años. Inicialmente lo hacía los fines de semana. Después tuve un tiempo en que lo hice casi todos los días, durante el verano. Después volví a hacerlo esporádicamente. Y así andaba. Cuando probé la cocaína fue en el verano del 94 y me pasó lo mismo, la consumía esporádicamente, pero no cambió mis hábitos, como por ejemplo seguir haciendo deportes. Yo creo que tuve suerte, siempre digo que tengo un ángel de la guarda que, entre otras cosas, nunca permitió que me atrapara la adicción. Desde que probé supe que esa no era mi vida, pero como siempre fui un rompedor de límites lo hice también en ese tema. Un viernes de Semana Santa había pasado toda la noche despierto, nos estábamos yendo para el campo con un amigo y me sentía muy mal, y ahí dije “hasta acá llegué”. Habían pasado dos años desde la primera vez. Desde ese día nunca más volví a consumir.

Si bien hoy reconoce que no le sacó provecho a la vida en la residencia presidencial, buscó las maneras de pasarla bien, siempre de la mano de sus amigos más que de su familia. Fue así que se sintió un galán cuando se convenció de que la más linda de las “paquitas” de la célebre artista brasileña Xuxa lo había mirado con ojos sensuales al visitar Suárez, tras haber sido invitada a participar de una de las actividades de Acción Solidaria. O cuando le hicieron creer a otro de sus amigos, durante una estadía en la estancia Anchorena, que estaba el conocido jugador tricolor Santiago Vasco Ostolaza, aunque no era más que uno de los custodios de la familia. O cuando planearon una broma, que nunca llegó a concretarse, para el hijo del presidente de Costa Rica.

Una de las cosas que no dejaba de hacer era ir al estadio a ver a Nacional, aunque había cambiado de tribuna y ahora se ubicaba en la América. En medio de un partido clásico es que se produce una trifulca que termina con la intervención de la Policía y varios parciales son retirados a palazos por la guardia. “Hay sesenta mil personas y vos te llevás al hijo del presidente”, le gritaron en dos oportunidades a quien lo arrastraba. Ni bien salen de la mirada de los demás espectadores, el coracero le da un fuerte golpe en la espalda y Luis rueda varios escalones. Ya en el piso vuelve a recibir más golpes, esta vez en la cabeza, lo cual hace que casi se trague dos dientes y su boca comience a chorrear sangre. En esas condiciones es conducido a la seccional novena, donde poco después de llegar le preguntan su nombre. Al oír Luis Lacalle Pou, aunque no llevaba documentos encima, el responsable de la dependencia entendió que lo mejor era que el propio presidente se enterara de lo sucedido: “¿Está solo?” preguntó Lacalle. “No, señor, está con otros amigos”. “¿Y los demás están incomunicados?” “Sí, señor”. “Perfecto, que quede incomunicado entonces”.

Durante aquellos años es que Luis conoce a quien terminó siendo su esposa, Lorena Ponce de León (Loli). Él tenía 19 años y ella 16. Si bien ninguno de los dos recuerda dónde se vieron por primera vez, sí saben que se aburrieron mucho, entre otras cosas porque él le habló todo el tiempo de su exnovia y a ella, además, le pareció algo “agrandadito”. Debieron pasar cinco años para que se reencontraran en casa de unos amigos en común y no se volvieran a separar.

¿Ángel o destino?

Contrariando lo que tanto él mismo como su madre habían predicho decidió inscribirse en la Universidad Católica, la misma institución a la que concurría su hermana Pilar. Luis sigue sin encontrar la razón por la que terminó sentado en una clase de abogacía, ya que su intención original era estudiar administración de empresas.

No puedo explicar por qué terminé inscribiéndome en Derecho. En determinado momento sentí que tenía que ir por ese lado. Es uno de los episodios que me han pasado a lo largo de mi vida y que atribuyo a alguna fuerza sobrenatural que alguno podría decir que es el Ángel de la guarda. Hoy tengo claro que es ahí donde yo debía estar. Quizás el hecho de haber concurrido siempre al mismo colegio hizo que la secundaria en el British School, si bien académicamente no fue la mejor, no lo hiciera sentirse diferente por ser el hijo del presidente. La historia en la Universidad no era igual.

Un final agitado

Mientras el gobierno apresuraba sus acciones de cara al fin del mandato, el partido se preparaba para las elecciones del mes de noviembre. El proceso culminaría con tres candidatos, uno de ellos con el explícito apoyo del propio Lacalle, su exministro Juan Andrés Ramírez. “Les pido que le den su apoyo así como antes me lo dieron a mí”, dijo el presidente a los herreristas. “La lealtad será mi moneda de pago al herrerismo y a Lacalle, por la confianza que hoy depositan en mi persona”, respondió Ramírez en su acto de proclamación en mayo de 1994.4

El 24 de agosto de ese mismo año se produjo una de las noches más difíciles que debió vivir Luis Alberto Lacalle a lo largo de su período presidencial. Un episodio que repercutiría en Luis mucho tiempo después, durante su aun impensada carrera política.

El Ministerio del Interior venía siguiendo las actividades de un grupo de ciudadanos vascos, sospechosos de pertenecer a la organización guerrillera ETA. El 15 de mayo de 1992 se dispuso la detención de 30 de esas personas, de las cuales la Justicia procesó a 13. En el marco del tratado firmado con nuestro país, España solicitó la extradición de ocho y el gobierno uruguayo accedió a entregar a tres. Aunque organizaciones de izquierda, encabezadas por el MLN-Tupamaros solicitaron al Poder Ejecutivo que se otorgara asilo político a los presuntos miembros de ETA, el presidente Lacalle afirmó que si la Justicia uruguaya decidía la extradición él la cumpliría.

En agosto de 1994, y tras la huelga de hambre realizada por los detenidos, fueron trasladados al Hospital Filtro, desde donde serían enviados a España el 24 de ese mismo mes. Durante los días previos, la Mesa Política del Frente Amplio y el PIT-CNT organizaron diversas manifestaciones “en defensa de la vida y el derecho al asilo”. El 24 de agosto, mientras la policía se disponía a poner en marcha el operativo ordenado por el ministro del Interior Ángel Gianola, de acuerdo a la disposición judicial, desde CX44 radio Panamericana –propiedad del MLN– se llamaba a la ciudadanía a congregarse en los alrededores del hospital para impedir el traslado de los vascos.

Miles de personas acudieron al llamado y se produjeron fuertes incidentes que terminarían horas después con un muerto y decenas de heridos, muchos de ellos por impactos de balas. Cerca de la medianoche los presuntos etarras partieron desde el aeropuerto de Carrasco a bordo de un Boeing de la Fuerza Aérea española.5

Los días siguientes no fueron más tranquilos para el gobierno. Marchas, paros y diversas manifestaciones se prolongaron durante semanas. Por cuestiones de seguridad y contrariamente a lo que hasta entonces había sucedido, los hijos del presidente de la República debieron concurrir a sus clases en la Universidad con custodia.

En noviembre se llevaron adelante las elecciones nacionales. La victoria, por muy acotado margen, fue para el Partido Colorado con el 30,83% de los votos, lo cual llevó al doctor Julio María Sanguinetti nuevamente a la presidencia. Los nacionalistas obtuvieron el 29,75% de los votos, mientras que el Encuentro Progresista - Frente Amplio ascendió al 29,18%. Por primera vez en la historia el país había quedado políticamente dividido en tercios, por primera vez en la historia Luis Alberto Lacalle Herrera había llegado a la presidencia con el 22% de respaldo explícito y la dejaba con un 34% de aprobación, según las encuestas de la época. La familia volvía al llano, pero lejos estaba de llegar la tranquilidad a sus vidas.6


1. Lacalle con alma y vida. Biografía de Luis Alberto Lacalle. Atilio Garrido. Gussi, 2001.

2. J. Pivel (1910–1997) Docente e historiador. Ministro de Instrucción Pública (1963–1967).Presidió el Directorio del P.N. (1983–1985) y el CODICEN (1985–1990). / M. Heber (1921–1980) Legislador del P.N. (1967–1973). Padre del actual Senador Luis A. Heber. / F. Oliú (1925–1983) Herrerista, fundador de Por la Patria. Delegado del P.N. en las conversaciones con los militares a principios de los años 80.

3. La última elección en la que el Partido Nacional había alcanzado la victoria fue en 1963, tiempos del último gobierno colegiado.

4. Orientales. Una historia política del Uruguay. Tomo 5, pág. 302. Lincoln Maiztegui Casas. Editorial Planeta, 2010.

5. Tras los procesos judiciales en España, los tres ciudadanos vascos fueron sentenciados por diversos delitos. En Uruguay, tras la investigación por los episodios del Filtro, la justicia concluyó que había existido manipulación de los manifestantes con fines políticos. En su biografía, el ex tupamaro Jorge Zabalza afirmó que su grupo tenía preparado un ómnibus repleto de cocteles molotov y miguelitos para ser utilizado aquella noche. Hasta el día de hoy, varios sectores de la izquierda continúan calificando aquella represión policial como “masacre”.

6. Orientales. Una historia política del Uruguay. Tomo 5, pág. 320. Lincoln Maiztegui Casas. Editorial Planeta, 2010.