Prólogo
Enoc, tal como se recoge en el Génesis, «anduvo con Dios, y desapareció porque Dios se lo llevó». Y se lo llevó mientras vivía aún, pues San Pablo —que también fue llevado al «Tercer Cielo»— explica en su Carta a los Hebreos que: «Por la fe, Enoc fue trasladado, de modo que no vio la muerte y no se le halló, porque lo trasladó Dios». Este acceso a la presencia divina carece, tal vez, de la emoción de la ascensión de Elías al cielo en un carro de fuego con la ayuda de un torbellino, pero al final así fue, y Enoc ya no estuvo más. No obstante, su figura y su presencia se advierten no solo en las tres versiones completamente diferentes de El Libro de Enoc, sino también en la angelología, en el Renacimiento y en magias posteriores, en los temas más extraños de la francmasonería y en el reino fantástico de los supuestos visitantes extraterrestres. Pero ¿quién era Enoc? Si lo vemos como una personalidad histórica o como una pura figura mítica, depende de cómo elegimos estudiar la Biblia. Los detalles que ofrece el Génesis se pueden enunciar de forma sencilla: Enoc descendía de Adán, de la séptima generación de patriarcas del linaje de Set. Fue el padre del longevo Matusalén y Dios se lo llevó cuando tenía trescientos sesenta y cinco años. Esto es todo. Las otras dos referencias bíblicas añaden poco más. En el Eclesiástico se subraya la singularidad de su traslado, y en la Epístola de San Judas, Enoc se convierte en un profeta cuando dice:
Mirad, el Señor ha venido con sus santas miríadas para realizar el juicio contra todos y dejar convictos a todos los impíos de todas las obras de impiedad que realizaron y de todas las palabras duras que hablaron contra Él los pecadores impíos.
Para el resto de la información que tenemos sobre este profeta enigmático, apocalíptico e indudablemente mítico, debemos atenernos a los libros que llevan su nombre.
Hoy en día, El Libro de Enoc, en todas sus versiones, forma parte de los libros apócrifos, esto es, de aquellos textos atribuidos a personajes ilustres más que a sus verdaderos autores (que normalmente son desconocidos), y que están excluidos del canon del Antiguo y Nuevo Testamentos. Aunque no siempre fue así. Durante los primeros siglos del cristianismo, los Padres de la Iglesia veneraron mucho El Libro de Enoc, incluidos Ireneo, Orígenes y Tertuliano. Incluso Jerónimo, que por lo general desaprobaba el texto, estimaba a Enoc como a uno de los dos testigos de la Revelación, que «ascendió al cielo en una nube». Sin embargo, a finales del siglo iv, El Libro de Enoc ya se consideraba herético y la ortodoxia lo condenaba.
La supervivencia del texto en su totalidad se debe a la distinta actitud que adoptaron los cristianos etíopes, pues la mayoría de estos era, y lo sigue siendo, monofisita, doctrina esta que sostiene que la persona de Jesucristo encarnado solo posee una única naturaleza divina. Además, el carácter mesiánico de El Libro de Enoc les resultaba bastante aceptable y, ya en el siglo v, el libro estaba traducido al etiópico e incluido en el canon de su Iglesia. El texto original estaba escrito en una lengua semítica, probablemente en una mezcla de hebreo y arameo que, posteriormente, se tradujo al griego. Se han encontrado versiones primitivas y manuscritas en estas tres lenguas con variaciones en los fragmentos de partes fundamentales del texto; sin embargo, los manuscritos de la traducción etiópica son, con mucho, los más completos. Aunque su fecha es muy posterior —ninguno es anterior al siglo xv—, la posible corrupción de los textos ha exigido un análisis detallado de estos y una cuidada comparación con las versiones más antiguas. Esto ha llevado a algunos descubrimientos sorprendentes, el más extraordinario de los cuales es la reveladora influencia que El Libro de Enoc ha tenido en los textos del Nuevo Testamento.
El Libro de Enoc data de los siglos primero y segundo antes de Cristo y su contenido mesiánico se utilizó ampliamente tanto en los Evangelios como en los Hechos de los Apóstoles, sobre todo en los títulos del Mesías: Cristo (el Ungido), el Justo, el Elegido y el de Hijo del Hombre. Este último título se encuentra, al menos, en dos lugares dentro de un contexto de citas prácticamente literales de El Libro de Enoc.
Pero Enoc desapareció de la corriente principal del cristianismo hacia el 500 d. C., y pasarían casi mil trescientos años más antes de que el libro volviese y los eruditos pudiesen valorar de nuevo su importancia.
No obstante, el patriarca profeta y su libro apocalíptico no estaban olvidados del todo. Un segundo libro, conocido popularmente como el Libro de los secretos de Enoc, estaba circulando por Europa oriental en una traducción al eslavo del siglo xiv, aunque fuese probablemente más antigua. No se conoce el texto original, pero se supone que estaba escrito en griego y basado en material anterior que conservaba un carácter enoquiano propio. Fuera o no conocida esta obra en el occidente europeo, dicho carácter propio era, ciertamente, familiar para el doctor John Dee, el más prominente de los magos científicos de finales del siglo xvi. En sus Mysteriorum Libri V (Sloane, MS. 3188), Dee se dirige a Dios señalando que: «He leído en tus libros y en tus crónicas cómo Enoc disfrutó de tu favor y de tu conversación». Más adelante, en el mismo texto, recoge un diálogo (a través de Edward Kelley) con un ser sobrenatural sobre la lengua de los ángeles que él consideraba que tenía que ser enoquiana. Dee le pregunta si Adán ha escrito «algo en esa lengua», y, al recibir una respuesta evasiva, comenta que «lo más probable es que ellos la hubieran transmitido de uno a otro por tradición o, además del libro de Enoc, mediante profecías, escritas en la misma lengua».
Dee, ante todo, era un erudito. Las razones que tenía para entablar un diálogo con los ángeles eran descubrir los secretos del mundo del espíritu por más que mantuviese correspondencia con sus colegas estudiosos para obtener conocimientos sobre el pensamiento y las actividades humanas. Pero para conseguir su objetivo tenía que aprender en primer lugar la «lengua angelical» de estos seres espirituales. Y esta le fue revelada, lenta y concienzudamente, en 1583; primero fue el alfabeto —dispuesto en cuadros complejos y en unos extraños caracteres que tenían una remota semejanza con el alfabeto hebreo—, y después el vocabulario. Una escritura superficialmente parecida, pero bastante distinta, también atribuida a Enoc, había aparecido en Venecia cincuenta años antes en un libro de alquimia de Ioannes Pantheus, titulado Voarchadumia. Dee pudo, inconscientemente, recurrir a esta obra en el desarrollo de su propio lenguaje enoquiano, pues poseía y tenía anotado un ejemplar de dicho libro en 1559, que en la actualidad está en la Biblioteca Británica.
Las siguientes desventuras de Dee y Kelley dan a entender que lo que los ángeles les revelaron era de poco valor, tanto en el aspecto práctico como en el teórico. Tampoco está muy claro el porqué del empeño de Dee en atribuir la lengua de los ángeles a Enoc y relacionarlo con El Libro de Enoc, cuyo contenido no podía conocer. ¿O lo conocía?
Dee era un coleccionista afanoso de los manuscritos que habían quedado dispersos después de la disolución de los monasterios ingleses realizada entre 1536 y 1539, y aunque no aparece nada atribuido a Enoc en los catálogos de las bibliotecas que sobrevivieron, bien pudo conocer algún texto enoquiano auténtico procedente de dichas bibliotecas. Que habían existido es cierto: el único fragmento conocido en latín de El Libro de Enoc lo encontró M. R. James en 1893 y anotó que: «El volumen que lo contiene... parece ser de origen inglés y, con seguridad, procede de la biblioteca de un monasterio inglés». Este fragmento se refiere a la relación entre seres humanos y angélicos, sobre todo de los extraños niños nacidos de la unión de ángeles y mujeres, y resulta tentador pensar que si Dee no había poseído este manuscrito, al menos podía haber estado familiarizado con el mismo. Pero si Dee conoció alguno de los textos enoquianos que sobrevivieron, no dejó constancia del hecho.
La relación de las conversaciones de Dee con los ángeles pasó a Elias Ashmole, que adquirió los Mysteriorum Libri V en 1672. Parece que este no hizo ningún intento de emular a Dee, pero algunos de sus contemporáneos sí lo hicieron. Un tal doctor Rudd —que pudo ser aquel Thomas Rudd que publicó en 1651 el Prefacio matemático al Euclides de Dee—, compiló un Treatise on Angel Magic (Tratado sobre magia angélica), que incluye las planchas enoquianas. El texto ha sobrevivido gracias a una copia hecha por un tal Peter Smart a principios del siglo xviii. No hay nada en este manuscrito, que consiste en unas instrucciones sobre magia ritual, relacionado con los auténticos textos enoquianos, que todavía seguían siendo solo conocidos por su fama. El único manuscrito etíope que se había creído que era El Libro de Enoc fue traído a Europa a principios del siglo xvii, pero en 1863 se descubrió que era una obra que no tenía ninguna relación. Tuvieron que pasar casi cien años antes de que un texto auténtico llegara, por fin, a Occidente.
En 1773 James Bruce, el explorador escocés que descubrió las fuentes del Nilo Azul, trajo a Inglaterra dos copias manuscritas contemporáneas de El Libro de Enoc etíope. Incluso entonces, la publicación del texto y su traducción fue lenta. Silvestre de Sacy publicó extractos de dicho texto en 1800 con una traducción al latín, y después, en 1821, apareció la versión inglesa de la obra completa, traducida por Richard Laurence, arzobispo de Cashel, que, posteriormente (1838), editó el texto etiópico. Ninguna de las anteriores era completamente fidedigna, y mientras se publicaban varias traducciones durante el siglo xix, el texto definitivo no apareció hasta 1906. Todas estas imperfecciones hicieron posible que los francmasones especulativos se apropiaran indebidamente del legendario Enoc.
El mismo año que Bruce trajo los textos etiópicos, un masón francés anónimo publicó una descripción de la francmasonería bajo el seudónimo de Le Frère Enoch. El libro es bastante inofensivo, pero el autor intenta aprovechar el nombre adoptado para fundar en Lieja un «Rito de Enoc». Dicho rito estaba organizado en cuatro grados, pero es dudoso que alguna vez se practicase y desapareció rápidamente. Sin embargo, el personaje de Enoc perduró en los ritos masónicos y se encuentra en un grado, el llamado «Arco Real de Enoc», o «El Maestro del Noveno Arco», en el sistema del Antiguo Ritual Aceptado Escocés de la Francmasonería, y atañe al descubrimiento del secreto y de los objetos sagrados depositados bajo el noveno arco de la bóveda que sostiene el Templo de Salomón. En ninguna versión de El Libro de Enoc se encuentra semejante leyenda, y este rito masónico es un sencillo ejemplo de préstamo oportunista del nombre antes que de su esencia.
Mucho más sugerente que estas excentricidades masónicas, aunque también totalmente ajena al verdadero Libro de Enoc, es, y pese a sus grandiosas proclamas, la obra de Edward Vaughan Kenealy, Enoc, el segundo mensajero de Dios (1872). Este fue el cuarto de la serie de estudios apocalípticos de Kenealy que conforman su Libro de Dios. Las series completas consisten en un análisis erudito aunque descaminado de los textos antiguos, estudios detallados de mitología comparada y ensayos sumamente arriesgados sobre lingüística comparada. A pesar del título, el Enoc de Kenealy tiene muy poco que ver con el patriarca y con su libro; más bien pertenece a las obras de los metódicos mitógrafos que florecieron en los primeros años de la época victoriana. Tuvo una circulación limitada y no ejerció influencia alguna en los estudios eruditos de los textos enoquianos.
Muy parecido fue el intento de revalorización de la magia enoquiana dentro de la Orden Hermética del Dorado Amanecer (Hermetic Order of the Golden Dawn) a la que se atribuye una prosapia y una importancia que no poseen. Tanto el doctor Westcott como MacGregor Mathers desarrollaron el sistema de Dee presentando nuevos métodos para pronunciar las invocaciones enoquianas y, por lo general, aumentar la complejidad del sistema. El estudio de las planchas enoquianas y su aplicación práctica estaba restringida a aquellos miembros de la Orden que habían alcanzado el grado de Adeptus Minor. Unos pocos de estos adeptos intentaron dominar el sistema enoquiano; la que tuvo más éxito fue Florence Farr que, quizá, fue la más innovadora de aquellos pretendidos magos. Sin embargo, y a pesar de las dificultades, Aleister Crowley perfeccionó posteriormente el sistema —la pronunciación se volvió todavía más difícil—, y otros ocultistas más recientes han intentado sus propias «mejoras» de lo que podemos denominar con rigor magia neoenoquiana. La valoración del grado de su éxito en semejantes empresas debe someterse necesariamente a un juicio subjetivo, pero debe hacerse hincapié en que nada en la magia enoquiana, sea de Dee, Crowley o cualquier otro, tiene la más mínima relación con el contenido, propósito y significado de El Libro de Enoc. En estas líneas, después de haber examinado, si bien brevemente, tres siglos de ingeniosos equívocos sobre El Libro de Enoc y haber señalado lo que no es, resulta apropiado considerar qué es verdaderamente el texto, o, para ser más precisos, qué es lo que son verdaderamente los textos, pues no hay una, sino tres versiones de El Libro de Enoc. Todos ellos son libros apocalípticos judíos, esto es, textos que proclaman desvelar el futuro y revelar los secretos que están ocultos habitualmente al ojo del hombre; y todos ellos también caen fuera del canon del Antiguo Testamento tanto para el cristianismo como para el judaísmo ortodoxos. El análisis de los contenidos y los restos de unos pocos fragmentos de Qumran permiten que pueda fecharse la compilación original de los dos primeros textos hacia el primer o segundo siglo antes de Cristo, y el tercero de ellos entre los siglos v y vi d. C. El texto más extenso y más importante, el Enoc etiópico (1 Enoc). Su historia se ha expuesto brevemente líneas atrás, pero un resumen de su contenido puede postergarse hasta haber examinado las otras dos versiones. El Apocalipsis eslavo de Enoc (2 Enoc) o El Libro de los secretos de Enoc, solo se conoce por los manuscritos en antiguo eslavo fechados entre los siglos xiv y xix. Se trata claramente de una traducción de un original griego, que generalmente se cree que fue recopilada con textos judíos del primer siglo antes de Cristo. El contenido teológico es judío antes que cristiano, pero el conjunto total del sistema de creencias es sincrético y sugiere un origen dentro de la comunidad judía helenística.
El texto de 2 Enoc trata de las vidas de Enoc y sus descendientes hasta la época del diluvio bíblico. La mayor parte de este libro se centra en el viaje de Enoc a través de los siete cielos, con relaciones detalladas del destino de los buenos y los malos después de la muerte, predicciones relativas al destino futuro de la humanidad, incluida una profecía sobre el Diluvio, y enseñanzas éticas y científicas. También se relata la vuelta de Enoc con su familia, a la que relata todo lo que ha sucedido. El texto termina con el resumen de la vidas de los sucesores de Enoc: Matusalén, Nir y Melquisedec.
Bastante diferente del anterior es 3 Enoc, el Apocalipsis hebreo de Enoc. Está fechado entre los siglos v y vi d. C., y se conserva en manuscritos de los primeros años del siglo xvi y de siglos posteriores. Existen textos impresos desde alrededor de 1650. La primera traducción inglesa completa apareció, con un texto crítico hebreo, en 1928. Esta versión de El Libro de Enoc es la narración del viaje al cielo del rabino y sumo sacerdote Ismael ben Elisha. A Ismael lo recibe primero el ángel Metatron, que resulta ser Enoc, ya exaltado en el cielo; este le ofrece al rabino una explicación de su traslado al cielo y de su transformación de ser humano en ángel. A esto le siguen unas instrucciones sobre la estructura, propósito y funcionamiento de los cielos, y un examen de las maravillas celestes, entre las que se incluyen la creación del mundo, una visión parcial de Dios y el destino de las almas humanas, tanto las de los justos como las de los inicuos. Todo el texto pertenece al tipo de literatura mística judía conocida como merkavah o misticismo del Carro1, y carece del manifiesto contenido cristiano presente en 1 y 2 Enoc.
Y ahora al Enoc etiópico. La versión clásica de R. H. Charles apareció por primera vez en 1912, acompañada de un comentario crítico muy completo dirigido principalmente a teólogos y eruditos versados en las lenguas del texto original. En 1917 se publicó la traducción de Charles, privada de dicho aparato crítico, para beneficio de los lectores comunes y corrientes, y aunque existen traducciones posteriores, es esta versión la que aquí se reimprime, porque en palabras del erudito bíblico Matthew Black:
La traducción de Charles se ha consagrado por sí misma como la versión clásica en inglés de El Libro de Enoc, a pesar de algunos errores en ciertos puntos concretos, y que ha sido ensalzada ampliamente por la calidad de su inglés, no menos que por su sólida base textual.
El libro etiópico de Enoc es un texto complejo, que Black describe «como un intrincado y planeado rompecabezas, más que una colección de rompecabezas semejantes». Comienza con la profecía apocalíptica sobre el «Gran Juicio», al que sigue una breve relación del orden y la armonía de la naturaleza. En el siguiente capítulo aparece el tema más famoso del texto: la leyenda de los doscientos Custodios. Pertenecían al orden más alto de los ángeles, pero descendieron a la tierra, enseñaron el conocimiento prohibido a la humanidad y se unieron ilícitamente con las mujeres de los hombres. Su descendencia fueron los Gigantes (Nefilim), de cuyas almas surgieron los demonios. Enoc intenta, sin éxito, interceder en nombre de los ángeles caídos, pero su plegaria es rechazada y le muestran el futuro destino de estos.
A continuación viene una larga y detallada descripción de los viajes de Enoc por los cuatro puntos cardinales de la Tierra y de los cielos. En el siguiente capítulo encontramos tres «parábolas» (discursos en realidad) escatológicas que tratan del juicio futuro, la angelología, el Mesías y las recompensas y castigos para los justos y los inicuos. Después, a Enoc se le instruye en los misterios astronómicos y del calendario, que posteriormente imparte a Matusalén después de un descenso milagroso a la Tierra y una nueva ascensión al Paraíso. El libro continúa con las visiones y los sueños proféticos de Enoc que abarcan el periodo histórico desde el Diluvio, pasando por el Éxodo, la edificación del Templo, su destrucción posterior y el Cautiverio de los judíos en Babilonia, hasta la revuelta de los Macabeos y el Juicio Final. El texto termina con la admonición de Enoc a sus hijos, el notable «Apocalipsis de las Semanas» (en el que se revelan los hechos de las últimas diez semanas del mundo), y una serie de amonestaciones a los pecadores y de seguridades a los justos.
El Enoc etiópico no es un texto simplista. Pero si pugnamos con el contenido de este para extraer doctrinas esotéricas, haremos bien en acordarnos del riguroso mensaje moral que se encierra en su interior. Por todo esto, en El libro de Enoc no hay indicación cierta alguna sobre la predestinación del ser humano; se asume el libre albedrío del hombre, y solo se puede conseguir la salvación eligiendo las acciones justas, que están ejemplificadas en el Hijo del Hombre: solo los justos verán la luz. La elección es nuestra.
R. A. Gilbert, mayo 2003
1 Parte de la cábala o mística judía centrada en el maaseh merkavah o carro o trono divino que se describe en Ezequiel 1. Está asociado a la especulación esotérica sobre la naturaleza de Dios y los reinos celestiales. (N. del T.)