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Los efectos de la lectura en voz alta en el cerebro de los niños

«En la gran habitación verde, hay un teléfono, un globo rojo y un cuadro de… una vaca saltando sobre la luna, y otro más con tres ositos sentados en sus sillas…»

Margaret Wise Brown, Buenas noches, luna

En 1947,5 el diseñador francés Christian Dior presentó, tras la Segunda Guerra Mundial, un «Nuevo Look» en la moda femenina, Jackie Robinson firmó un contrato con los Brooklyn Dodgers y se convirtió en el primer afroamericano que participó en las Grandes Ligas de béisbol y la editorial Harper & Brothers publicó Buenas noches, luna, un relajante cuento infantil para dormir.

¡Fue un año importante! La innovación de Dior produjo un exuberante renacimiento de la moda en la posguerra, la dignidad y el atletismo de Robinson inspiraron al mundo entero y el apacible cuento infantil ilustrado se acabó convirtiendo en el texto más adorado de la infancia moderna. Desde que se publicó por primera vez, se han vendido, por lo que sé, millones de ejemplares6 de Buenas noches, luna. Generaciones de niños han escuchado a adultos leerles las frases cristalinas y graciosas de Margaret Wise Brown sobre la rutina nocturna de un conejito dando las buenas noches a los objetos de su habitación. Innumerables deditos han tocado las ilustraciones de vivos colores de Clement Hurd de la gran habitación verde con los cuadros, el fuego crepitando en la chimenea y las grandes ventanas con cortinas verdes y doradas. Innumerables pares de ojos se han posado en los peculiares detalles que hacen que la escena sea tan deliciosa y característica: la alfombra de piel de tigre del conejo, un peine y un cepillo, un tazón lleno de papilla y los gatitos jugueteando con el ovillo de lana de «una viejecita susurrando ¡shh!». Mientras pasamos las páginas y transcurre la noche, un ratoncito corretea de un lado a otro y la luna brillante se asoma por el cielo estrellado.

Cuando mis hijos eran pequeños, Buenas noches, luna era una parte muy importante del ritual nocturno. Supongo que no les leía el cuento cada noche, pero a estas alturas me parece como si fuera así. Las frases cadenciosas del libro se volvieron tan conocidas y reconfortantes como un viejo osito de peluche. Aunque las ilustraciones siempre tenían un elemento novedoso, ya que continuamente procurábamos encontrar algo nuevo en ellas. En un determinado momento, cuando Molly empezaba a gatear, nos inventamos el «juego de las preguntas». Consistía en intentar desconcertar a mi hija, y más tarde a sus hermanos, pidiéndoles que buscaran y encontraran objetos que no eran fáciles de ver en libros como el de Buenas noches, luna. Cuando mis hijos eran muy pequeños, suponía para ellos todo un reto descubrir «el tazón de papilla», «las llamas de la chimenea» o «los calcetines» de las ilustraciones de Clement Hurd. A medida que fueron creciendo, tuve que buscar otros objetos más inusuales y usar un lenguaje más complicado para seguir divirtiéndoles con el juego.

«¿Podéis descubrir los dos relojes?», les preguntaba. Y entonces alargaban sus deditos para tocar el reloj que había sobre la repisa de la chimenea y el de la mesita de noche del conejito.

«¿Y sois capaces de encontrar los… morillos?»

Era una palabra difícil. Recuerdo que mis hijos se quedaban callados, desconcertados. Y yo, al cabo de unos momentos, les señalaba con el dedo las misteriosas piezas (estaban en la chimenea, sosteniendo la leña ardiendo) y probaba con otra palabra.

«¿Quién de vosotros es capaz de encontrar la segunda luna?»

Otro dedito alargado señalaba una lunita creciente en el cuadro de la vaca saltando en medio del cielo nocturno. En aquella época ignoraba que nuestro juego era algo más que una actividad divertida, ya que sin saberlo habíamos tropezado con la falda de la montaña de las evidencias pedagógicas. Por lo visto, cuando haces que los niños pequeños interactúen con un texto y les hablas de las ilustraciones y las historias, estás aumentando enormemente los beneficios del rato que pasáis leyendo cuentos juntos. Hablaré de este fenómeno con detalle un poco más adelante.

En nuestra familia nos encanta Buenas noches, luna porque forma parte de las cosas que amamos en nuestra vida familiar, y además nos recuerda la tierna infancia de nuestros hijos. Pero el cariño que le tenemos no es más que una pequeña expresión de su importancia cultural más amplia. A lo largo de las siete décadas posteriores a su publicación, los niños pequeños se habían estado impregnando hasta tal punto de las palabras y las ilustraciones del libro, que los científicos sociales acabaron acuñando la frase «el momento Buenas noches, luna»7 para describir el agradable rato nocturno que los niños pasan con sus padres —se ponen el pijama y se lavan los dientes, y luego les leen un cuento en voz alta y los arropan en la cama— en el que se sienten seguros y amados antes de apagar la luz.

Y, por supuesto, Buenas noches, luna es perfecto para la hora de dormir. Es un cuento relajante. Te ayuda a conciliar el sueño. Supongo que millones de padres lo han usado por lo menos a la hora de dormir al ayudar a sus hijos a entrar en un estado de placidez.

Pero las apariencias engañan. Aunque un niño que escucha un cuento mirando las ilustraciones parezca estar de lo más tranquilo, bajo esa placidez se oculta, como veremos más adelante, un dinamismo increíble.

* * *

Si buscáramos el polo opuesto de la gran habitación verde, no nos equivocaríamos si eligiéramos un cierto recinto refrigerado,8 situado al fondo de un edificio dedicado a la investigación, conectado al Centro Médico del Hospital Infantil de Cincinnati, en la cima de una colina al suroeste de Ohio. Tras pasar por delante de una enorme pared de cobalto cubierta de pantallas de vídeo y cruzar un reluciente pasillo, después de dejar atrás una serie de puertas de madera de tonos claros, llegamos a una antesala y a dos salas divididas por una pared de cristal. La llamaré la insulsa sala beis.

En este lugar no aparecen las alegres imágenes de una vaca saltando sobre la luna, ni la de una chimenea o la de una lámpara de mesa emitiendo una bonita luz dorada. Las luces parpadeantes y los signos de advertencia en la entrada sugieren el serio propósito del lugar. En la primera sala, un escritorio tan largo como la pared de cristal ante la que trabajan los técnicos con los numerosos monitores les ofrece una buena visión de lo que ocurre al otro lado. En el otro extremo, en la segunda sala, hay una especie de cama que no tiene nada que ver con la cama en la que se acuesta el conejito del cuento de Margaret Wise Brown. La cama es estrecha9 y está diseñada para inmovilizar a sus jóvenes ocupantes. Antes de que un niño se acueste en ella, le ponen en los oídos unos tapones amarillos blandos y unos auriculares y lo sujetan a la cama con correas. En cuanto está recostado, introducen su cuerpo por la apertura circular de un aparato de imágenes por resonancia magnética o de IRM. Tendido boca arriba y rodeado del traqueteo de las bobinas magnéticas vibrando, reacciona en las partes más profundas de su cerebro a los sonidos que oye por los auriculares y a las imágenes que ve proyectadas en un espejito sujeto sobre su cara.

Con la imagen de sus piernas cubiertas con una manta saliendo del aparato, los médicos —neurólogos, radiólogos, pediatras e investigadores— captan en sus ordenadores cada instante de los pensamientos del niño, cada fugaz mensaje viajando de una parte a otra de su cerebro.

Los estudios realizados en el Centro para la Investigación de la Lectura y la Alfabetización de Cincinnati [Cincinnati Children´s Reading and Literacy Discovery Center] están generando descubrimientos fascinantes sobre los beneficios de leer en voz alta a los niños para su cerebro en desarrollo. Entre otros hallazgos, se ha descubierto que es cierto lo que los apasionados de la lectura infantil sospechábamos desde hace mucho: leer en voz alta es realmente una especie de elixir mágico.

* * *

A unos diez kilómetros de distancia,10 mientras la lluvia caía sobre el barrio de Oakley de Cincinnati, bebés, niños pequeños y padres, abuelos y canguros intentaban abrirse paso, empujados por el río de asistentes, para hacerse un sitio en el interior cálido y colorido de una librería infantil. El lugar contrastaba con la sala aséptica del hospital, las paredes estaban cubiertas de los garabatos y los dibujos firmados de los niños que la visitaban. Aunque las imágenes no distraían a los pequeños, cuyo objetivo era conseguir un puesto en la zona central, despejada ahora de los sillones y los sofás que antes la ocupaban, para celebrar la fiesta semanal en la que podían bailar y escuchar al mismo tiempo cuentos ilustrados leídos en voz alta.

«¡Mira, allí esta!», exclamó una madre indicando a su hija que mirara hacia una tarima con una moqueta violeta donde se encontraba Sarah Jones, «la narradora de historias», esperando con una guitarra en compañía del propietario de la librería. Juvenil y expresiva, con el cabello castaño recogido en un moño, la «señorita Sarah» se puso a rasguear la guitarra sonriéndole encantada al numeroso público. A su lado, una niña pequeña estaba plantada atónita, con un babero atado al cuello y pantalones a rayas y una expresión de cándido asombro en la cara. Su hermana mayor, a pocos pasos, también permanecía atónita. Por todas partes se veía a niños pequeños arrodillados, sentados en cuclillas o encaramados a los regazos de los adultos. Jones comenzó a tocar unos acordes con la guitarra para indicar que la fiesta estaba a punto de empezar.

«Bienvenidos, bienvenidos todos», cantó con la melodía de «Twinkle, Twinkle, Little Star» («Estrellita que brillas más»). Voces de adultos se unieron a Jones y algunos de los niños se pusieron a bailar mientras ella anunciaba: «Ahora estamos aquí para pasárnoslo bien».

Los niños habían venido para divertirse. Y yo, a observar. Ahora que mis hijos ya tenían una edad de dos cifras, hacía bastante tiempo que había dejado de estar inmersa en el mundo de los niños pequeños. Quería refrescar mi comprensión de las formas en que respondían a los cuentos leídos en voz alta en un ambiente grupal, y este era el lugar idóneo para hacerlo. El doctor John Hutton, el propietario de la librería, al igual que yo, también les había estado leyendo en voz alta a sus hijos durante más de dos décadas. Es pediatra y profesor adjunto en el Hospital Infantil de Cincinnati [Cincinnati Children´s Hospital] y, además, forma parte de un equipo que se dedica a estudiar mediante las imágenes por resonancia magnética funcional los efectos positivos de leer en voz alta a los niños para su desarrollo cognitivo. La escena que estaba teniendo lugar era como un año de investigación para iniciados mediante IRMf en un contexto de saltos y griterío.

Tocando aún la guitarra, Jones exclamó: «¡Bien, amigos! ¡Estoy muy contenta de veros aquí a todos esta mañana!» Después hizo una floritura con las cuerdas del instrumento, lo dejó y cogió una pequeña pila de libros. Inclinándose hacia delante, les anunció a los niños que iba a leerles cuentos sobre animales de granja amodorrados, bebés adormilados y un sistema solar soñoliento.

«¿Adivináis de qué va el tema hoy?», les preguntó.

La pregunta produjo un estruendo de gritos y síes, todos alegres, aunque ninguno demasiado coherente. En ese momento había apenas en la librería treinta niños pequeños, y más o menos la misma cantidad de padres, abuelos y canguros.

«Primero empezaremos con El sistema solar soñoliento», anunció Jones mostrando la cubierta de un libro en la que aparecían tres planetas rechonchos arropados con una colcha violeta.

«¡Buenas noches!», gritó alguien. Una abuela se puso a hacerle el caballito a un bebé en su regazo. Un niño seguía bailando. Algunos otros continuaron moviéndose por el lugar, pero casi todas las caras apuntaban ahora a la narradora de cuentos.

«“Ha sido un día muy largo y ajetreado en la Vía Láctea estrellada” —leyó Jones en voz alta, alargando las vocales—. “El adormilado sol poniente le da las buenas noches a todo el mundo”.» La escena entera, con los niños fascinados, los padres implicados, las rimas y las ilustraciones del libro, constituía un bucle de retroalimentación perfecto de estímulos emocionales y de enriquecimiento literario.

Jones dejó de leer el cuento un momento.

«¿Podéis bostezar todos con los planetas soñolientos?»

«¡Síii!», exclamaron bostezando los niños.

«Los días en que Sarah está enferma o no puede venir y tiene que acudir alguna otra pobre narradora de cuentos a entretener a los niños, a algunos críos les da un berrinche y gritan decepcionados: “¡Quiero a la señorita Sarah!”», me contó el doctor Hutton en voz baja inclinándose hacia mí.

Me eché a reír y volví a girarme para mirar la apasionante escena. En la ilustración del libro, los planetas soñolientos con sus gorros calados se disponían a dormir.

«¡Sí!», gritaron los asistentes, aplaudiendo.

* * *

Cuando más tarde fui a ver al doctor Hutton en su consulta del hospital, en la pantalla de su ordenador aparecía un cerebro humano flotando.11 La imagen mostraba la materia o sustancia blanca del cerebro de un niño, con las fibras nerviosas recubiertas de mielina, una sustancia protectora. No se veía blancuzca, a pesar de su nombre, sino de colores vivos. Parecía una criatura brillante de las profundidades marinas, una maraña de hebras sensibles y delicadas con matices psicodélicos azul celeste, carmín y verde lima, suspendida en medio de la negritud de la nada.

«Es como un diagrama de cableado —me explicó el doctor Hutton, señalándome los lugares donde las hebras se cruzaban y convergían—. Las experiencias tempranas refuerzan las conexiones y fortalecen los circuitos neuronales.

»La mayoría de estos elementos se desarrollarán con normalidad al estar programados genéticamente. Pero la solidez de las conexiones neuronales, la mielinización y el recubrimiento de las fibras nerviosas son muy sensibles a los estímulos. En neurociencia existe la siguiente máxima: “Las neuronas que se activan juntas se conectan juntas”.»

Con un clic, el doctor Hutton eliminó la criatura marina de la pantalla e hizo aparecer un cerebro cercenado en rodajas grises —era una imagen menos macabra de lo que parece— como si uno lo estuviera viendo por debajo. En el fondo de cada porción se veía una pequeña mancha escarlata en forma de guindilla. Las manchas rojizas eran de distintos tamaños en cada cerebro. Estas imágenes procedían del apasionante estudio12 que el doctor Hutton realizó con sus colegas dos años atrás. Escanearon los cerebros de una cohorte de niños de tres a cinco años. (Es un largo proceso que puede llegar a tomar cuarenta y cinco minutos en cada caso. Se inicia con la paciente preparación de cada niño, para asegurarse de que se mantenga inmóvil en el interior del aparato. «Lo convertimos básicamente en un juego —me contó el doctor Hutton—. Les decimos a los niños cosas como: “¡Ahora estás dentro de un cohete espacial!” O: “Quédate sentado sin mover una pestaña, jugaremos al juego de estar quieto como una estatua”». Los investigadores querían ver qué ocurría en el cerebro de esos niños cuando oían a alguien leyéndoles cuentos adecuados para su edad.) ¿Qué áreas del cerebro se activarían? Los niños a los que les habían leído muchos cuentos ¿responderían neuralmente de una forma distinta de los que no habían gozado de esta experiencia?

El equipo de investigadores descubrió que el cerebro de los niños pequeños a los que sus padres les habían leído cuentos y que habían tenido acceso a una mayor cantidad de libros infantiles se activaba con más viveza que el de los otros niños de su misma edad. Es decir, el cerebro de los preescolares que habían escuchado la lectura de cuentos parecía ser más ágil y receptivo a los relatos, lo cual sugería que tenían una mayor capacidad para procesar mejor lo que estaban escuchando, y además lo hacían con más rapidez. Fue el primer estudio que demostró que un ambiente en la temprana infancia que fomentaba la lectura —es decir, en el que los niños disponían de libros y de adultos que les leían cuentos— producía una diferencia mensurable en la función cerebral y, por lo tanto, fomentaba el desarrollo cerebral. Los investigadores creen que los niños a los que les leen cuentos tienen una mayor experiencia con el lenguaje y la imaginación durante el tiempo en que se los leen, por lo que se desarrollan más cognitivamente que los otros niños de su misma edad que no gozan de este ambiente. (Una maestra de preescolar me contó que ella y sus compañeros de trabajo siempre reconocían a los niños a los que les habían leído cuentos en casa. «Muchos de ellos, al llegar a clase por la mañana,13 van directos al lugar donde están los libros y me dicen: “¿Puedes leerme este libro?” mientras buscan un sitio en el que sentarse.» Al contarme esta parte, se levantó de la silla y meneó el trasero como un niño de tres años buscando un lugar donde sentarse.)

Las guindillas escarlatas que vi en las imágenes de los cerebros de esos niños —y que indicaban una mayor activación— se encontraban en la parte posterior del hemisferio izquierdo del cerebro, en una zona conocida como la corteza asociativa parieto-temporo-occipital. En esta parte del cerebro se procesa la información multisensorial, en especial la visual y la auditiva. Era el área que el doctor Hutton y sus colegas descubrieron que se activaba con más fuerza en los niños a los que más les habían leído en su casa. Pero lo sorprendente es que en este estudio los niños habían estado escuchando los cuentos por los auriculares, sin ver las ilustraciones, por lo que los investigadores supusieron que la activación de estas áreas del cerebro en las que se procesan las imágenes representa la imaginación. Por lo visto, los niños que habían escuchado una mayor cantidad de cuentos tenían una mayor capacidad para evocar imágenes en su mente que la de los otros niños de su misma edad que no habían sido expuestos a un gran número de libros y de lecturas en voz alta.

El equipo del doctor Hutton ha publicado desde entonces dos estudios más como este, basados en escáneres cerebrales14 realizados con preescolares, para analizar los efectos de la lectura en voz alta. Uno de ellos reveló que el cerebelo, la parte del cerebro que ayuda a orquestar el perfeccionamiento de las habilidades, se activaba con más fuerza15 en los niños que expresaban un mayor interés en que les leyeran cuentos.

Tal vez afirmemos que esto es natural. Es lógico que un cerebro acostumbrado a determinados estímulos desarrolle una mayor capacidad para manejarlos. ¿Por qué es importante leerles cuentos a los niños? ¿Qué diferencia crea?

Es importante porque reciben esta intensa formación en sus primeros años de vida.16 El cerebro de un niño pequeño tiene una gran plasticidad y adaptabilidad, y además se desarrolla a pasos agigantados. En los primeros doce meses de vida, el cerebro de un bebé dobla su tamaño. A los tres años, su cerebro se ha desarrollado un 85 por ciento de lo que se desarrollará. El sensible periodo en el que se forman las sinapsis para el lenguaje y para otras funciones cognitivas superiores alcanza su punto culminante a los dos años. Al final de los primeros cinco años de vida, un niño ha pasado por todas las etapas más rápidas del desarrollo relacionadas con el lenguaje, el control emocional, la visión, la escucha y las formas habituales de reaccionar. Las experiencias tempranas, la activación neuronal y la formación de redes neuronales crean la arquitectura de la mente de un niño pequeño, establecen las vías para la actividad mental y el razonamiento en el futuro.

Leerles cuentos a los niños es una forma sumamente eficaz y productiva de hacer que los mensajes viajen velozmente de una parte del cerebro a otra, por lo que crea y refuerza esas importantes conexiones neuronales. Leerles en voz alta a los niños es una actividad tan constructiva en este sentido que, de hecho, en 2014 la Academia Americana de Pediatría recomendó a los 62.000 médicos que la componen que aconsejaran a los padres que acudían a su consulta que les leyeran en voz alta a sus hijos. «Leerles con regularidad en voz alta a los niños pequeños17 estimula los patrones óptimos para el desarrollo del cerebro y fortalece la relación paternofilial en una etapa crítica del desarrollo infantil, lo cual a su vez fomenta el lenguaje, la alfabetización y las habilidades socioemocionales que uno tendrá a lo largo de toda su vida.»

¡Los patrones óptimos para el desarrollo del cerebro! ¡Una relación paternofilial más sólida! ¡Habilidades que duran toda la vida! Si leer en voz alta a los niños fuera una pastilla, los pediatras se la tendrían que recetar a todos los críos del país.

Pero, en su lugar, ponemos a su alcance pantallas de dispositivos electrónicos para que se distraigan.

* * *

Es imposible seguir pensando en los niños y en su bienestar sin tener en cuenta los efectos de la tecnología. En la actualidad, las pantallas forman parte incluso de los ámbitos más privados de la infancia que en el pasado estaban tan protegidos. Las consecuencias de ello, tanto buenas como malas, se están manifestando a nivel económico en todos los sentidos y en cualquier tipo de familia. Según un estudio reciente, prácticamente la mitad de los niños pequeños18 posee hoy día una tableta o un dispositivo electrónico. Los niños de ocho años y de menor edad19 pasan un promedio de dos horas y media cada día ante una pantalla. Aunque la media, por supuesto, no puede generalizarse. Muchos niños pequeños pasan mucho más tiempo en Internet. Los de más edad están incluso más enganchados aún,20 los adolescentes pasan un promedio de seis horas y media ante una pantalla, y más de una cuarta parte, ocho o más horas, la mayoría de las veces en horas extraescolares. Y cuando la realidad virtual predomina en sus vidas, todavía están más horas pegados a la pantalla.

Cuando un niño mira un cuento en vídeo en el portátil o en una tableta, la actividad tal vez parezca que sea como mirar las ilustraciones de un cuento infantil mientras un adulto se lo lee. En ambos casos, sus ojos miran una serie de ilustraciones, sus oídos oyen la voz de un narrador y su cerebro interpreta lo que oye. Pero hay una diferencia abismal entre una actividad y la otra. Aunque en las dos el niño esté oyendo un cuento, son radicalmente distintas, y como las pantallas están ahora por todas partes y los niños pasan muchas horas ante ellas, se diferencian de formas muy elocuentes y preocupantes.

Otro novedoso estudio21 que el doctor Hutton llevó a cabo con sus colegas en 2017 sugiere cómo y por qué estas dos actividades son tan distintas. En aquella ocasión, el objetivo de los investigadores era aumentar la variedad de comparaciones al analizar la actividad cerebral cuando los niños escuchaban simplemente un cuento, cuando lo hacían viendo además ilustraciones —la típica experiencia de mirar un libro infantil ilustrado— y, en último lugar, cuando veían un cuento en vídeo. Hablaré más delante de la importancia de escuchar un cuento sin mirar ilustraciones, como cualquiera de nosotros haríamos al escuchar un audiolibro, pero por el momento solamente tendremos en cuenta la diferencia entre un libro de cuentos y un cuento en vídeo.

En esa ocasión, el equipo del Hospital Infantil de Cincinnati escaneó el cerebro de veintiocho niños de entre tres y cinco años de edad, explorando en tres fases su actividad cerebral. Cada fase duraba cinco minutos. Como base de referencia, los investigadores reunieron imágenes de lo que ocurría en el cerebro de esos niños mientras veían en una pantalla un emoticono sonriente. Después, la imagen desaparecía y empezaba el experimento. Con descansos entre cada fase, los preescolares escuchaban por los auriculares, tendidos en la oscuridad, un cuento con diversos niveles de estímulos visuales. Primero, escucharon El concurso de castillos de arena de Robert Munsch, leído por el autor. Escucharon el cuento sin ver ninguna imagen. En la segunda fase escucharon Cuando se te caen los dientes, otro relato del mismo autor, leído también por él, aunque acompañado esta vez por ilustraciones que mostraban escenas del cuento. Y, en la última fase, vieron y escucharon una versión animada de La estación de bomberos de Munsch.

El objetivo era ver qué ocurría en cada circunstancia en unas redes neuronales en concreto del cerebro que fomentan el nivel de alfabetización en la temprana infancia. Los investigadores analizaron cinco áreas: el cerebelo, la región en forma coralina en la base del cráneo que regula el perfeccionamiento de las habilidades; la red neuronal por defecto, que rige procesos internos como los de la introspección, la creatividad y la autoconciencia; la red neuronal de las imágenes visuales, relacionada con las zonas visuales superiores y la memoria, que le permite al cerebro ver imágenes con la imaginación; la red neuronal semántica, que le permite al cerebro interpretar el lenguaje; y la red neuronal de la percepción visual, que regula el procesamiento de los estímulos visuales. Los médicos registraron la activación de estas redes neuronales del cerebro durante cada una de las tres fases, y se fijaron en especial en lo conectadas y sincronizadas que estaban.

Los resultados fueron asombrosos. El doctor Hutton me mostró un gráfico que revelaba las conclusiones preliminares del equipo de investigadores. Los rectángulos rojos mostraban la mayor actividad de importancia estadística, los rosados indicaban una menor actividad y los de color azul celeste y azul marino revelaban el grado en el que las redes neuronales habían desaparecido o permanecido inactivas.

En primer lugar observamos los datos que revelaban lo que les había ocurrido a los niños que habían escuchado un cuento sin ver ninguna ilustración. Se veía un solo rectángulo rojo. «Se está dando una cierta estimulación,22 se han activado unas pocas redes neuronales —afirmó el doctor Hutton—. Pero el rectángulo que sobresale es el de la conexión entre las áreas introspectivas, cómo esto se relaciona con la vida de uno y con la comprensión de las cosas. El área vinculada con la visualización apenas se ha activado.» Era lógico, los niños pequeños tienen una experiencia limitada del mundo y aún no han reunido una gran biblioteca de imágenes, sentimientos o recuerdos en los que basarse.

Deslizó el dedo por la segunda columna del gráfico, la que mostraba la activación neuronal cuando los niños miraban ilustraciones mientras escuchaban un cuento.

«¡Vaya! —exclamó—. Todas estas redes neuronales se están activando y conectándose unas con otras.»

No era necesario tener un título de médico para interpretar la serie de recuadros de color rojo vivo. Cuando los niños escuchaban cuentos mirando imágenes, las redes neuronales se ayudaban unas a otras, por lo que se fortalecían las conexiones neuronales y se reforzaba la arquitectura intelectual del cerebro, los delicados filamentos de la criatura marina flotante.

El doctor Hutton seguía señalándome el gráfico con el dedo.

«Pero si comparamos esto con la fase del cuento en vídeo, vemos un bajón general», apuntó.

Nos quedamos sentados en silencio un momento, contemplando la tercera parte del gráfico. Todos los recuadros rojos se habían vuelto azules.

«Es como si el cerebro dejara de registrar la actividad», observó.

«Salvo la red neuronal de la percepción visual —añadió—. Están viendo y mirando el cuento, pero no se da ninguna actividad en las redes neuronales superiores del cerebro relacionadas con el aprendizaje. Lo que parece estar ocurriendo es la desvinculación de la visión, las imágenes y el lenguaje. El niño está viendo y mirando la historia, pero no la integra con otras redes neuronales más elevadas. Su cerebro, simplemente, no tiene que trabajar. La actividad de la red neuronal de la imaginación (apoyada por la red neuronal por defecto y la red neuronal de las imágenes) es la que sobre todo cae en picado.»

«¿Y qué implicaciones tiene esto?»

«En la literatura conductual, es evidente que los niños que pasan demasiado tiempo ante una pantalla pueden tener déficits en distintas áreas, como la del lenguaje, la imaginación y la atención —repuso el doctor Hutton con el semblante serio—. El periodo de los tres a los cinco años es la etapa formativa del desarrollo infantil. Pasar demasiado tiempo ante una pantalla a esas edades fomenta la atrofia o el subdesarrollo de las redes neuronales superiores. Si lo que se conoce sobre la plasticidad del cerebro es verdad, a los niños que crecen con las redes neuronales poco desarrolladas les costará más aprender, tener sus propias ideas, imaginarse lo que ocurre en los cuentos y conectarlo con sus propias vidas, y dependerán mucho más de la información que reciban de forma pasiva. Creo que es un gran problema que se complicará cada vez más conforme los niños tengan mayor acceso a los dispositivos electrónicos. No hay una barrera natural que les impida usarlos.»

Volví a observar el gráfico, ahora me parecía brutal en cuanto a las comparaciones que mostraba.

«Es como si el color hubiera desaparecido, como si no estuviera ocurriendo nada en sus cabezas mientras ven el cuento en vídeo», apunté.

«Las luces están encendidas, pero no hay nadie en casa», comentó el doctor Hutton.

Hay una realidad crucial que debemos tener en cuenta. Los cerebros que parecen estar inactivos cuando sus jóvenes propietarios ven un vídeo son los mismos que se activan cuando ven las imágenes de un libro de Robert Munsch mientras él les narra en voz alta el cuento. Los investigadores del Hospital Infantil de Cincinnati han llamado a este fenómeno “efecto Ricitos de Oro”.23 Al igual que los tazones de avena de los tres ositos, el cuento en audio es «demasiado frío» como para activar las redes neuronales del cerebro de un niño y hacer que lo integre a un nivel óptimo. El cuento en vídeo es «demasiado caliente» para el cerebro. Leer en voz alta un cuento mientras el niño mira las ilustraciones del libro parece ser «lo ideal». Los niños tienen que esforzarse un poco para descodificar lo que están oyendo y viendo, lo que no solo convierte a la experiencia en algo estimulante y divertido, sino que también ayuda a fortalecer las conexiones cerebrales que les permitirán procesar otras historias más complejas y difíciles a medida que vayan creciendo.

Es decir, lo que los niños no obtienen de un tipo de cuento,24 lo pueden obtener de otro. Pero si durante las horas que pasan ante una pantalla hacen muy poco, o nada, para estimular su desarrollo neurológico, como los investigadores parecen demostrar, en tal caso es muy importante que pasen un rato a diario haciendo una actividad que se lo estimule.

Y aquí es donde el elixir de leer en voz alta entra en juego, y cuanto antes esté presente esta actividad en la vida de un niño, mejor. Los niños solo son pequeños durante un breve espacio de tiempo, así es que más vale no dejarlo para mañana, o para más tarde, o quizá para nunca. Es una actividad de la que necesitan gozar cuanto antes. Escuchar cuentos leídos en voz alta no es solo una manera agradable de disfrutar de un relato. Es un poderoso contrapeso para contrarrestar el peso de las fuerzas culturales que están remodelando la temprana infancia y la niñez con pasmosa rapidez.

El asunto también reviste una exigencia moral.

* * *

En 2015, Adam Swift, un profesor británico de filósofía política, hizo poner el grito al cielo a los padres angloparlantes del mundo al sugerirles a los que les leían cuentos a sus hijos que reflexionaran sobre cómo estaban «creando una injusta desventaja»25 para los otros niños. Fue una manera pícara de formular una verdad incómoda, y como Internet es lo que es, al profesor de la Universidad de Warwick se le inundó la bandeja de entrada de correos electrónicos llenos de odio de padres furibundos. Como la mayoría de los que le criticaron no se molestaron en leer su entrevista original con la Sociedad Australiana de Radiofusión, se perdieron su afirmación más extraordinaria.

«Las evidencias demuestran que entre aquellos [los niños] a los que les leen cuentos para dormir y aquellos a los que no se los leen, la diferencia en cuanto a las oportunidades de las que gozarán en la vida es mayor que la diferencia entre los que van a un colegio privado elitista y los que no.» (La cursiva es mía a modo de énfasis.)

Adam Swift utilizó la expresión26 «cuentos para dormir» del mismo modo que otras personas utilizan «el momento Buenas noches, luna». Es decir, como una abreviatura académica para referirse a numerosas situaciones informales que incluyen leer en voz alta, «las conversaciones en las comidas, la cultura familiar, las distintas formas de criar a los hijos, la inculcación de actitudes y valores», tal como él lo expresó.

Robert Putnam, un politólogo de Harvard, también hace una afirmación similar al asegurar que «el momento Buenas noches, luna»,27 es uno de los indicadores más importantes del porvenir universitario de un niño. En su libro Our Kids, Putnam cita los libros de Jane Waldfogel y de Elizabeth Washbrook al escribir que «las diferencias en la crianza de los hijos28 —en especial en cuanto a la sensibilidad y el afecto materno, pero también en lo que respecta a ofrecerles a los hijos libros, a llevarlos a bibliotecas y a realizar otras actividades parecidas— son el factor más importante a la hora de explicar las diferencias en cuanto al rendimiento escolar entre los niños ricos y los niños pobres, evaluado por la puntuación obtenida en las pruebas de alfabetización, matemáticas y lengua a los cuatro años de edad».

El desarrollo humano es acumulativo. Cada experiencia y cada habilidad que adquirimos nos sirven para las siguientes. Las repercusiones de leer en voz alta a los niños no acaban en la época escolar, sino que incluso llegan a la adolescencia. Las ondas se propagan en todas direcciones hasta la adultez. A los niños a los que les leen cuentos esta actividad les afecta de manera positiva, y a los que no se los leen, de manera negativa. Un estudio elaborado en 201229 reveló que los niños que empiezan el jardín de infancia sin haber vivido «el momento Buenas noches, luna», o sin apenas haber gozado de ellos, tienden a ir de doce a catorce meses más retrasados que los otros niños en cuanto al lenguaje y a las habilidades prelectoras. Una vez en primaria, esos niños disfrutan, como los otros de su misma edad, de los momentos divertidos y estimulantes en los que les leen cuentos, con las rimas infantiles, el humor, las aventuras, las ilustraciones y todo lo demás que esta actividad implica. Sin embargo, en su inocencia ignoran que están separados del resto de sus compañeros por las implacables matemáticas de un fenómeno conocido como «brecha de vocabulario». Un estudio histórico realizado a principios de la década de 1990 sacó a la luz las diferencias abismales en la cantidad de palabras que los niños oían o no, dependiendo de cómo los habían criado en la infancia: una brecha de vocabulario30 de treinta millones de palabras a los tres años. (Un estudio llevado a cabo en 2017 estableció la cantidad de cuatro millones de palabras31 a los cuatro años. Aunque sea quizás una brecha más pequeña, sigue siendo de todos modos una diferencia abismal.)

Las implicaciones importan —no solo a nivel individual, sino social—, ya que el lenguaje en la temprana infancia y las habilidades cognitivas y sociales relacionadas con él están muy ligadas al éxito universitario. Una investigación reciente ha revelado lo que parece ser un vínculo contraintuitivo entre las habilidades que los niños necesitan desarrollar para rendir en lengua y las que necesitan para rendir en matemáticas. Estas dos distintas asignaturas tal vez parezcan tener muy pocas cosas en común a simple vista,32 pero poseen unas similitudes ocultas que son cruciales.

La razón por la que algunos niños tienen problemas con las matemáticas en primaria y en los primeros años de secundaria no se debe al parecer a los números y a la aritmética, sino a las palabras y a la lectura. Según la doctora Candace Kendle, presidenta y cofundadora de «Lee en voz alta 15 MINUTOS», una campaña nacional para convencer a los padres de que les lean relatos a diario a sus hijos: «Si un niño no es capaz de superar sus problemas de lectura en el quinto curso,33 que son en realidad los primeros problemas matemáticos analíticos con los que se encontrará, si no aprende a procesar frases complejas, le costará una barbaridad progresar incluso en las ecuaciones y las fórmulas matemáticas al no haber dominado el proceso analítico en el quinto curso.

»Cuando nos planteamos que muchos niños tienen problemas con la lectura o todavía no han aprendido a leer bien en el cuarto curso, significa que como país hemos perdido casi la mitad de nuestra posible plantilla de científicos, técnicos, ingenieros y matemáticos. Es una situación alarmante».

Como directora ejecutiva de una organización clínica de investigación,34 Kendle vivió de primera mano las dificultades de encontrar licenciados jóvenes cualificados para realizar análisis de laboratorio. «Es como si el cuarenta y cinco por ciento de los chicos no fueran competentes —afirmó—. Tal vez sepan leer, pero no son lo bastante competentes como para entender una lectura analítica sofisticada.»

La cifra tal vez sea más elevada35 de lo que Kendle cree: un informe elaborado en 2015 reveló que el 64 por ciento de alumnos estadounidenses de cuarto curso no tenían un buen nivel en lectura. Si un alumno de cuarto curso no es un buen lector, significa que también flojeaba en esta asignatura el año anterior, y también en el segundo curso. Este tipo de datos y de razonamiento relacionado con un problema de lectura ya viene de primaria, del jardín de infancia, de la guardería e incluso de la temprana infancia. Estos valiosos años tempranos son el punto de inicio en las deficiencias escolares que no se convertirán en un problema evidente hasta que los jóvenes vayan al instituto.

Cerca de un 20 por ciento36 de adolescentes estadounidenses —una quinta parte— terminan el instituto siendo operativamente unos analfabetos que no leen ni escriben con la suficiente soltura como para moverse por el mundo laboral. Es una forma terrible de empezar la vida adulta. El 85 por ciento de los chicos con problemas con la ley muestran un nivel muy bajo de alfabetización. El 70 por ciento de reclusos de instituciones estatales y federales tienen la misma dificultad, al igual que el 43 por ciento de la gente que vive en la pobreza.

Es un problema desalentador. En este sentido, leerles en voz alta a los niños es mucho más que una actividad que les enriquece emocional e intelectualmente, y que además les ayuda a desarrollarse. Imaginémonos cómo sería el mundo si a todos los niños les hubieran leído cuentos de pequeños cada noche. Como afirma Rosemary Wells, ilustradora de libros y defensora de leerles cuentos a los niños: «Podríamos reducir la brecha del rendimiento escolar37 sin gastar un solo céntimo más».

* * *

¿Cómo está ahora la situación? ¿A cuántos niños les leen cuentos y a cuántos no se los leen? Podemos encontrar algunas respuestas en las encuestas realizadas cada dos años por la editorial Scholastic sobre los hábitos de lectura de las familias. En un informe de 2017 de Scholastic, el 56 por ciento de familias afirmaba38 leerles a sus bebés cuentos la mayoría de días. Y los índices fueron más elevados en los niños de tres a cinco años, un 62 por ciento de los encuestados afirmaban leerles cuentos a sus hijos de cinco a siete veces a la semana. Estas cantidades han ido aumentando con el tiempo, lo cual es fabuloso.

Pero si invertimos las cifras, veremos una realidad más deprimente: al 44 por ciento de bebés y niños pequeños y al 38 por ciento de niños estadounidenses de tres a cinco años apenas les leen cuentos o no les leen ninguno. En Gran Bretaña, la cantidad está bajando en picado.39 Una encuesta reciente ha revelado que el índice de preescolares a los que les leen cuentos a diario se ha desplomado casi un 20 por ciento en los últimos cinco años, poco más de la mitad. (Nielsen Book Research, la entidad que realizó la encuesta, observó con preocupación el aumento proporcional de un 20 por ciento de niños pequeños que miran cuentos en vídeo en Internet a diario.) Es decir, millones de bebés y de niños pequeños están creciendo, en este momento, en desventaja. Aunque no sea culpa suya, se están perdiendo el alimento emocional e intelectual que los otros niños reciben a diario.

En estos tiempos ajetreados y llenos de distracciones, no es fácil encontrar un hueco y prestarles atención a los niños. Disponer de una hora libre, e incluso de quince minutos de tranquilidad, para leerles cuentos parece una tarea imposible. Aunque los padres no trabajen muchas horas ni se dediquen al multiempleo, no es fácil reunir la energía para ello. Y, como es natural, no todas las familias pasan juntas un rato en calma. Aunque casi todos los padres interactúan con sus hijos en algún momento del día. Con un poco de ingenio, pueden aprovechar esos momentos para leer juntos.

Para algunas familias, el mejor momento para leerle un cuento a su bebé puede ser en el desayuno, mientras está sujeto en la trona. O también les pueden dedicar cuarenta minutos a sus hijos pequeños cuando están en el sofá, antes de hacer la siesta. O diez minutos mientras un padre aguarda con su hija en la sala de espera del pediatra. También les pueden leer cuentos en el cuarto de baño, o cuando la familia viaja en metro, o incluso por teléfono desde un lugar lejano. O aprovechar la tediosa media hora de espera en la puerta de embarque de un aeropuerto, antes de subir a un avión, y transformarla en una enriquecedora lectura de treinta minutos. O abrir un libro en la mesa mientras los niños están cenando macarrones con queso a una hora temprana. O dedicar una hora entera toda la familia cada noche a leer un cuento antes de ir a la cama. «En cualquier momento, en cualquier lugar»,40 anuncia un eslogan sin ánimo de lucro en el norte del estado de Nueva York para fomentar el alfabetismo leyéndoles cuentos a los niños, y así es.

Lo ideal es leerles cuentos, pero también sirve prácticamente cualquier breve lectura: el texto de un diario, de una revista, el manual plastificado de un avión con las instrucciones para una evacuación de emergencia en el respaldo del asiento de delante. Roger McGough, el poeta británico, recordaba con cierta jocosidad cómo su ingeniosa madre aprovechaba cualquier material de lectura durante la Segunda Guerra Mundial: «Aunque los libros escasearan41 en aquellos primeros años, mi madre se aseguraba de que yo escuchara un cuento cada noche antes de irme a dormir. A la luz de una fábrica en llamas o de un avión Messerschmitt estrellado, me leía cualquier texto que cayera en sus manos: etiquetas de botellas de salsa, los laterales de las cajas de copos de maíz. Por la noche, arropado en la cama, calentito y cómodo, mi cuento favorito era la información de una lata de Ovaltine. Recuerdo la voz de mi madre como si fuera ayer: “Echar dos o tres cucharaditas colmadas de…”»

En ese divertido recuerdo se trasluce la fascinación, la magia inefable surgida de la combinación de una voz, un relato, una atención afectuosa y una proximidad física. Como sugieren los investigadores de Cincinnati, y como se verá en los próximos capítulos, los datos revelan que cuando les leemos cuentos a los niños ocurren cosas maravillosas. Aunque no es tan fácil explicar exactamente por qué ocurren. En un sentido, se deben simplemente a los estímulos recibidos: al lenguaje y el consuelo, a la atención mutua y a las narraciones agradables.

Sin embargo, de la lectura en voz alta surge una poderosa cualidad de trascendencia que transforma lo cotidiano en sublime. La experiencia no es solo la suma de sus partes, sino mucho más. Aunque la diseccionemos para analizar sus bellos y fascinantes componentes —lo cual es el cometido de este libro—, nos acabaremos topando con un misterio. Como un biólogo que ha diseccionado el cuerpo de un pájaro cantor, vemos las partes que formaban el cuerpo del ave. Reconocemos las alas y las patas, el pico y las plumas. Pero no podemos ver ni sostener aquello que tanto nos fascinaba del pájaro: la elegancia de su vuelo y sus gorjeos y deliciosas melodías.

Lo mismo ocurre cuando les leemos cuentos en voz alta a los niños. Hay un lector, un cuento y un oyente. El sonido de la voz se escucha unos momentos y luego se desvanece. Como el canto de un pájaro, deja de oírse, desaparece. Sin embargo, deja las huellas de su paso en la imaginación y en la memoria de quienes lo escuchan. Este fugaz intercambio es de lo más poderoso.

La historia de la humanidad es la historia de la voz humana contando historias. Al leerles cuentos en voz alta a los niños, estamos bebiendo el agua del antiguo manantial de felicidad que impregna las palabras escritas. La narrativa oral ha alimentado y revitalizado a la humanidad desde los días remotos de un lejano pasado. Y esto es de lo que hablaré a continuación.


6. Se estima que se han vendido 48 millones de ejemplares, según la información de Wikipedia consultada el 12 de abril de 2018.

7. Robert D. Putnam, Our Kids: The American Dream in Crisis, Simon & Schuster, Nueva York, 2015, p. 126.

8. Salas de IRM situadas al fondo del pasillo del Centro para la Investigación de la Lectura y la Alfabetización, en el Centro Médico del Hospital Infantil de Cincinnati, visitado por la autora los días 7 y 8 de febrero de 2017.

9. Estas descripciones proceden de la propia experiencia de la autora al someterse a un experimento sobre la lectura usando un IRMf para ayudar a probar un protocolo en el Hospital Infantil de Cincinnati. ¡La autora lo puede demostrar con el escáner cerebral que le hicieron!

10. Blue Manatee Bookstore, en Cincinnati, visitada por la autora el 7 de febrero de 2017.

11. Entrevistas realizadas al doctor John S. Hutton por la autora los días 7 y 8 de febrero de 2017, en el Hospital Infantil de Cincinnati.

12. John S. Hutton et al., «Home Reading Environment and Brain Activation in Preschool Children Listening to Stories», Pediatrics 136, n.º 3, 2015, pp. 466-478.

13. Andrea Roure, maestra de preescolar, National Child Research Center, Washington, DC, entrevistada por la autora el 20 de julio de 2017.

14. John S. Hutton et al., «Story Time Turbocharger? Child Engagement During Shared Reading and Cerebellar Activation and Connectivity in Preschool-Age Children Listening to Stories», PLoS One 12, n.º 5, 2017: e0177398; Tzipi Horowitz-Kraus y John S. Hutton, «Brain Connectivity in Children Is Increased by the Time They Spend Reading Books and Decreased by the Length of Exposure to Screen-Based Media», Acta Paediatrica 107, n.º 4, abril de 2018, https://doi.org/10.1111/apa.14176

15. Hutton et al., «Story Time Turbocharger».

16. Para una descripción útil del crecimiento del cerebro en la primera infancia y en la niñez, véase «Early Childhood Development: The Key to a Full and Productive Life», Unicef, https://www.unicef.org/dprk/ecd.pdf

17. Council on Early Childhood, «Literacy Promotion: An Essential Component of Primary Care Pediatric Practice», Pediatrics, 23 de junio de 2014, https://doi.org/10.1542/peds.2014–1384

18. A. R. Lauricella et al., The Common Sense Census: Plugged-in Parents of Tweens and Teens, Common Sense Media, San Francisco, 2016, p. 13.

19. Jacqueline Howard, CNN, «Kids Under 9 Spend More Than 2 Hours a Day on Screens, Report Shows», 19 de octubre de 2017, http://www.cnn.com/2017/10/19/health/children-smartphone-tablet-use-report/index.html

20. Vicky Rideout y Sita Pai, «U.S. Teens Use an Average of Nine Hours of Media Per Day, Tweens Use Six Hours», Common Sense Media, 3 de noviembre, 2015, p. 13. Existe una diferencia entre el uso de los jóvenes de las pantallas para navegar por Internet y el consumo de ocio digital (que incluye actividades como leer y escuchar música). El informe, como indica el título, hace hincapié en el mayor espacio de tiempo dedicado al uso total de Internet. Es decir, con relación a mi razonamiento estoy señalando, en concreto, el tiempo que los adolescentes pasan delante de una pantalla.

21. John S. Hutton et al., «Shared Reading Quality and Brain Activation During Story Listening in Preschool-Age Children», Pediatrics, diciembre de 2017, https://doi.org/10.1016/j.jpeds.2017.08.037

22. Entrevista realizada al doctor Hutton.

23. John S. Hutton et al., «Goldilocks Effect? Illustrated Story Format Seems “Just Right” and Animation “Too Hot” for Integration of Functional Brain Networks in Preschool-Age Children», https://www.eurekalert.org/pub_releases/2018–05/pas-nsm042618.php

24. Horowitz-Kraus, «Brain Connectivity in Children».

25. Adam Swift, entrevistado por Joe Gelonesi, «Is Having a Loving Family an Unfair Advantage?», Philosopher’s Zone, ABC, 1 de mayo de 2015, http://www.abc.net.au/radionational/programs/philosopherszone/new-family-values/6437058

26. Adam Swift, intercambio de correos electrónicos mantenidos con la autora, mayo de 2015.

27. Putnam, Our Kids, pp. 126–127.

28. Putnam, Our Kids, p. 123.

29. «The First Eight Years: Giving Kids a Foundation for Lifetime Success», Annie E. Casey Foundation, noviembre de 2013. Citado en (entre otros) Michael Alison Chandler, «Children from Poor Families Lag in Cognitive Development and Other Areas, Report Says», Washington Post, 3 de noviembre de 2013. Véase también, Putnam, Our Kids, p. 127.

30. Esta famosa frase empezó a formar parte del léxico académico con la publicación del libro de C. Hart y T. Risley, Meaningful Differences in the Everyday Experience of Young American Children, Brookes, Baltimore 1995.

31. Jill Gilkerson et al., «Mapping the Early Language Environment Using All-Day Recordings and Automated Analysis», American Journal of Speech-Language Pathology 26, mayo de 2017, https://doi.org/10.1044/2016_AJSLP-15–0169

32. Si consideramos la idea habitual de que una persona tiene facilidad para las «matemáticas» o para las «lenguas», o que quizás está simplemente «más dotada para las matemáticas». En Estados Unidos, por lo menos, se tiende a imaginar que una persona tiene más talento para una asignatura o para la otra. Pero, en realidad, las dos disciplinas tienen cualidades importantes en común, y también comparten las habilidades necesarias para entenderlas.

33. Candace Kendle, entrevista telefónica realizada por la autora, a finales de febrero de 2016. John Hutton es el «médico-portavoz» de «Lee en voz alta 15 MINUTOS», la campaña de Kendle, http://readaloud.org/

34. En 1981 Kendle cofundó Kendle International, una compañía para la investigación clínica y la elaboración de medicamentos, en la que trabajó como directora ejecutiva de 1981 a 2011.

35. 2015 Mathematics & Reading Assessments, The Nation’s Report Card, https://www.nationsreportcard.gov/reading_math_2015/#reading?grade=4

36. Las estadísticas de este pasaje se han citado extensamente y provienen de un informe titulado «Evaluación nacional sobre la alfabetización de adultos» publicado en abril de 2002, llevado a cabo por el Centro Nacional para las Estadísticas Educativas (https://nces.ed.gov/pubs93/93275.pdf), y fueron confirmadas por una encuesta internacional realizada en 2013, publicada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, que aparece en este enlace: https://www.insidehighered.com/news/2013/10/08/us-adults-rank-below-average-global-survey-basic-education-skills

37. Rosemary Wells, intercambio de correos electrónicos mantenidos con la autora, agosto de 2017.

38. Kids & Family Reading Report, 6.ª ed., Scholastic, Nueva York, 2017, http://www.scholastic.com/readingreport/reading-aloud.htm

39. Alison Flood, «Only Half of PreSchool Children Being Read to Daily, UK Study Finds», Guardian, 21 de febrero de 2018, https://www.theguardian.com/books/2018/feb/21/only-half-of-pre-school-children-being-read-to-daily-study-finds

40. The Family Reading Partnership, Ithaca, NY, www.familyreading.org

41. Roger McGough, citado en Antonia Fraser, ed., The Pleasure of Reading, Bloomsbury, Londres, 1992, p. 138. Citado en Maria Tatar, Enchanted Hunters: The Power of Stories in Childhood, W. W. Norton, Nueva York, 2009, p. 226.