I
Yo; Constanza Dávalos y Aquino

1

Costanza d’Avalos, Princesa de Francavilla, ilustrisima y graciosísima Castellana, gobernadora de la fidelísima isla d’Ischia.

«Veo tu belleza, con los ojos de la mente, hecha por la propia mano del Sumo Artista, muy clara y eternamente brillante. Alma Victoriosa, Duquesa, aunque Reina, si por forma y virtud Reinos conquistas. Oh, Constanza, diosa de Helicón, solo tú permaneces con mente serena ante Fortuna, en el voluble teatro que gira con trágicas escenas (…). Nueva Sibila en tierra, en mar Sirena. Tú, desde la alta colina del Enario, con dulce elocuencia esparces ríos de oro, extendiendo tu gloria por el Cielo.

(…) El alma de la Musa ilustrada, el alma más gentil, más celebrada de Aragón Honor; del otro reino (Nápoles) Esperanza. Desde los Alpes por mar y tierra, son conocidos y admirados los hechos de su virtud preclara y rara: alegre en paz y bravísima en guerra.

Constanza, serena y firme, sin igual modelo de virtudes: belleza, alto ingenio e inmortal valor divino. En nuestro mundo, insólita y nueva, fulgor del Sol que la edad no declina. Margarita que en el cielo símil encuentra. Ante la cual Victoria y Amor, juntos, se inclinan.

Que luchar contra Constanza es vano intento, pues aun blandiendo dulce sonrisa, habla elegante y ánimo templado, tras el tierno rostro de juvenil belleza, esconde un gran valor. Tal rostro semeja el Paraíso que, a la Gloria, con modestia, aspira.2

3(…) En número serás décima Musa y primera en Honor, en la colina de Helicón, desde donde Gracia Celestial, al mundo infundes.

***

Mi cuerpo— cenizas al vuelo— fue encerrado en un arcón, hoy polvoriento y carcomido expuesto en la Sagrestia di San Domenico Maggiore de Nápoles. Mas no he muerto, pues muerte es olvido y yo sigo viva en la memoria de los siglos, atravesando la indomable frontera del tiempo. Infinitas miradas se posan sobre mis pupilas-fronteras del alma—; sobre mi imagen envuelta con el velo de viuda; sobre la leve sonrisa apresada, ad æternum, en el Retrato realizado por el Pintor de Almas, tal como el mismo Leonardo dejó escrito:

«La Belleza perece en la Vida, pero es Inmortal en el Arte»

Leonardo Il Vincitore realizó asombrosas obras, originales mecanismos e inventos nacidos de su prodigiosa mente. Destacó en todas las áreas del conocimiento adelantándose a siglos posteriores. Bajo el mecenazgo de poderoso señores, en su faceta de pintor sin par, retrató a personajes pertenecientes a la nobleza. Privadamente inmortalizó a sus seres queridos: la innombrable abuela materna, sus hijos; esposas y leales amistades de entre las cuales me eligió como su Musa, para que mi imagen le acompañase en su errante vida en fuga y perdurase viva en la memoria de los hombres junto a sus numerosos autorretratos y retratos de los que fue modelo de sublime belleza, desde la mocedad hasta la decrepitud de sus últimos días terrenales. En infinidad de ocasiones expresó su firme voluntad de Vivir Eternamente a través del Arte. Para Leonardo, secreto nigromante, fui la inmortal Sibila Cumana de Aenaria que vivió varias vidas en nuestra isla; la sabia consejera; la guía que le acompañó por tenebrosos senderos, hacía la luz. En el célebre Sfumato, como en los numerosos retratos en que idealizó mi imagen representándome como sabia sacerdotisa. Su Arte nos ha hecho vivir más allá de la muerte terrenal. Desafiando al dios Cronos hemos traspasado, juntos, el horizonte intangible de los siglos.

***

Amanecía el siglo XVI. Comenzaba la Leyenda. Mi insólita imagen de nobildonna guerrera, difundida por toda Italia, fue loada al gusto de la época All’Antica inspirada en la obra del poeta Virgilio, con floridos sobrenombres propios de sus épicos poemas: «Nueva Elisa», evocando a la heroína de la Eneida, Nuova Giovanna d’Arco, Sacra Dávala, Sibila de Ischia, Diosa del Helicón...

Virgilio describió la ciudad de Cuma ubicada en Aenaria, roca surgida de las aguas, perforada cien veces, con cien bocas por las que se emitían susurros que difundían respuestas de la Sibila Cumana, guía de Eneas, héroe de la Eneida, obra de Virgilio, según la cual, Aenaria (Ischia), isla fuertemente fortificada y gobernada por un régimen aristocrático, situada en la costa de la región de Campania, dio lugar al nacimiento de Parténope (Nápoles). Por todas estas coincidencias con las biografías de mis hermanos, mía y de mis pupilos, Ludovico Ariosto, ilustre poeta de la cultura All’Antica (Renacimiento), en el canto XXXIII de «Orlando Furioso» glosó las gestas de los héroes de mi linaje, superando en gloria a los antiguos griegos y romanos:

De padre a hijo vino el primero (…) Un héroe de la sangre d’Avalos y el valiente Iñigo del Vasto, el señor que a su Isla bien defiende, con tal valor qu’el fuego parecía despreciar al qu’el gran Faro en torno enciende.

***

En Europa, mis insólitas hazañas se difundieron a través de misivas, poemas, canta historias, retratos, medallones y bocetos en los cuales se me loaba como heroína de leyenda. Me convertí, involuntariamente, en la dama más afamada, retratada por pintores y cantada por trovadores y juglares. Leonardo, en su sabiduría infinita, no erró al plasmar mi imagen como encarnación de la Sibila Cumana inmortal, pues revivo con cada mirada sobre el célebre Sfumato. En mi sonrisa se han imaginado miles de respuestas, más nadie halló mi verdadero origen adjudicándome las más peregrinas identidades.

—¿Quién soy?— me pregunto cansada de ser «otras» en el imaginario de los siglos.

—Constanza Dávalos y Aquino, gobernadora de Ischia, viuda condesa de Acerra, duquesa de Francavilla; la Sibila Cumana de Leonardo «Il Il Vincitore della Morte: Il Vinci»- respondo muda, a millones de oídos sordos.

Vago inmaterial, liberada el alma de la arquitectura humana que le sirvió de morada, cuyos restos reposan en el carcomido arcón de madera alineado entre los de familiares, reyes y nobles que vivimos en el Reino del Nápoles Aragonés, envueltos en ajadas banderas. Esa triste visión me hace evocar la coplilla que cantaban los napolitanos con quejumbrosa melancolía, recordando los momentos más gloriosos de su Historia:

«¿Sabes, Napule, quanno fuste corona? Quanno rignava casa d’Aragona»

En el Retrato más famoso de la Historia del Arte quedó plasmada la Areté de dos espirítus inmortales: la de el Creador Leonardo y la mía,Triste Constanza Dávalos y Aquino; su eterna musa; su amparo; su sibila; la guía entre tinieblas que envolvieron su vida. Desde que forzaron nuestra separación, en temprana edad, mi imagen siempre le acompañó como una reliquia a la que se aferró ante los peligros que le persiguieron como la sombra al cuerpo, hasta su traicionera muerte en suelo hóstil. Así dejó escrito sus sentimientos hacia mí:

«A veces presiento que mi alma está en sombras, entonces me inclino, te beso, y hay luz»

Compartimos el autismo de tabúes de los que dependíeron su enigmática vida amenazada desde que fue sajado el cordón umbilical que le unió a las entrañas de la desventurada madre que, en ese instante, exhaló el suspiro postrero bajo pagada mano asesina. Con mi silencio protegí, además de su vida, las de sus hijos: Gian Giacomo, Lorenziola, Francesco,Gianna, María, Antonio e Isabella.

***

La confusión sobre nuestras idetindades fueron urdidas por hábiles tejedores de la Historia, formando una turbia trama en la que nuestros verdaderos nombres y orígenes, pasados cinco siglos, siguen ultrajados. La sobornable Historia identifica a Leonardo-insólitamente— con un aldeano nacido y criado entre cerdos, en la remota granja de Anchiano cercana a la aldea llamada Vincci, hijo ilegítimo del corrupto notario Piero Fruosino que, a cambio de una fortuna, cambió fechas y registros de óbitos, nacimientos o cualquier dato que relacionase a tan divina criatura con sus legítimos padres. El notario florentino nunca reconoció como hijo a aquella criatura sin par. Una vez cobrado el precio acordado, aplicó la antigua ley romana Damnatio Memoriae a sus verdaderos progenitores y la Aboltio Nominis al falso Hijo pagado, obligando a la víctima a omitir su verdadero apellido, verbal o rubricado en documentos. El miedo y el silencio envolvieron la vida de Leonardo amenazado, desde la infancia con la muerte, si incumplía tan injustas leyes.

Meser Piero Fruosinodi Antonio da Vinci no mostró ningún interés por conocer al ragazzo. Inmediatamente, tras cobrar una fortuna, le envió a la granja, dejándole a cargo de su hermano Francesco, «padrino» del Huérfano por el que llegó a sentir sincero cariño. Fue consciente, Francesco, de que aquella criatura era dotada de belleza y virtudes que hacía incompatible la convivencia con sus falsos hermanastros; aldeanos analfabetos engendrados de varias esposas del notario Fruosino. Sería el buen Francesco el que protegería al Huérfano de envidias y malos tratos de sus numerosos sobrinos y le acompañaría hasta Florencia, donde iI Verrocchio le aceptó como aprendiz en su taller. Pronto se convertiría en bellísimo modelo para il Verrocchio y más tarde en Maestro de maestros. Nunca firmaría con el apellido Fruosino: él conocía su verdadero apellido y linaje. Conocía su identidad. Silencio y soledad fueron sus aliados para sobrevivir, bajo la Aboltio Nominis, cuyo incumplimiento suponía la muerte. Un muro de misterio y soledad protegió su vida.

«Si estás solo serás completamente tuyo; si estás acompañado por una sola persona, sólo serás tuyo a medias; y cuando más grande sea la indiscreción de la frecuentación, ello se tornará de más en más en mayor inconveniente»

La mía, la identidad de la dama del Retrato, sigue injuriada con el apodo de «Joconde» escupido despectivamente sobre el célebre Sfumato por el arrogante rey Francisco I de Francia, que tenía sobradas razones para odiar mi apellido, pues era el de los gloriosos militares descendientes del III Condestable de Castilla, Ruy López Dávalos que, fieles a los reyes de la dinastía Trastámara, lucharon con lealtad y valor hasta alcanzar la gloria eterna defendiendo el Reino del Nápoles Aragonés contra sucesivas invasiones francesas. Aquellos Dávalos, tan bravos caballeros en las guerras, como eruditos diplomáticos en tiempos de paz, originarios de la sangre de los godos, «muy dispuestos a derramalla por su Rey y por su Ley» desde la fortaleza del Castell Aragonés de la isla napolitana de Ischia, frenaron a los ejércitos franceses de Carlos VIII y Luis XII, antecesores de Francisco I. Ignoraba el soberbio Rey de Francia que, en pocos años, él mismo acabaría rogando por su vida, derribado sobre fango ensangrentado, a un capitán sin par: mi pupilo Fernando Francisco Dávalos-Aquino y Cardona, marqués de Pescara «Alma del Ejército Imperial», vencedor de la batalla de Pavía, ayudado por su joven primo, Alfonso Dávalos —Aquino y San Severino, marqués del Vasto.

4

Los Dávalos Aquino permanecimos fieles a la lealtad jurada por nuestro abuelo, don Ruy, a los reyes de la casa Trastámara, a la cual pertenecía Ferrante II de Nápoles (Ferrantino), cuando ya todos los napolitanos, temerosos, gritaban— ¡Francia, Francia!- y habían entregado las llaves de Porta Capuana y Porta Reale al heraldo del Rey francés, besándole la mano en prueba de humillante rendición y cobarde sumisión.

Conociendo el joven rey Ferrantino la traición de los barones napolitanos y la inminente entrada del poderoso Carlos VIII de Francia, dejó a mi hermano Alfonso - Esperanza de Nápoles— en la defensa del Castell Nuovo, donde fue asesinado a traición.

Jamás en ninguna memoria de hombres, algún rey a su amigo y deudo, o algún ejército a su capitán, o alguna ciudad a su ciudadano arrebatado por muerte, honró con mayor dolor ni con más abundantes lagrimas»5

El poeta Ludovico Ariosto cantó las gestas del mayor de mis hermanos varones:

«El Marqués sabio y valiente

Alfonso de Pescara el animoso,

Qu’en mil empresas ves resplandeciente

mas que carbunclo claro luminoso.

Mira el engaño cauto fraudolento

D’un Ethiopo falso y bien astroso,

Como d’ardiente rayo en crudo modo

Muerto cae el valor del mundo todo»6

Ferrante de Trastámara II de Nápoles, tras la arrolladora invasión de los franceses, se refugió en Ischia; isla gobernada por mi hermano Íñigo, marqués del Vasto. Al día siguiente, el rey Carlos VIII de Francia entró en Nápoles sobre caballo enjaezado con terciopelo carmesí bordado de oro y adornado con gemas preciosas. Vestía capa de terciopelo negro, sombrero adornado por aurea corona con incrustaciones de diamantes y rubíes. Sobre su pecho lucía gruesa cadena de oro de la cual pendía una impresionante gema azul. A pesar de tan deslumbrantes adornos, su aspecto— espejo de su alma— era monstruoso; cuerpo jorobado; feísimo rostro enmarcado por pálidas greñas rubias; ojos negros de mirada acerada y larga nariz encorvada. Seguía al Rey un ejército de cuarenta mil hombres, guiados por traidores barones napolitanos pertenecientes a la facción leal a la dinastía Anjou, enemiga irreconciliable de los reyes de la real casa de Trastámara, a la cual los Dávalos, desde tiempos de don Ruy, juramos inquebrantable lealtad.

Asesinado mi hermano Alfonso, el rey Ferrantino confió la defensa del Reino del Nápoles Aragonés a mi linaje. No tardó en entregar su joven vida, batallando en la batalla de Seminara, el siguiente varón de mi familia: Martín, conde de Montescamosa. Ya sin Lágrimas que derramar, me embargó la furia y rencor hacia el bárbaro francés, discípulo de Satán.

Por su traición al legítimo rey Ferrantino, el pueblo napolitano sufrió crímenes, ultrajes, violaciones y sacrilegios inimaginables cometidos por aquellos bárbaros ultramontanos a los que se habían rendido cobardemente. Mas los franceses jamás conquistarían Ischia, la isla gobernada por mi hermano Íñigo, marqués del Vasto y, en su ausencia, por mí: Constanza Dávalos Aquino, condesa viuda d’Acerra.

7Mira aquel Carlos octavo que desciende

los Alpes con la flor de toda Francia:

el Liri pasa, el Reino toma y prende

sin lanza y sin espada, con ganancia.

Excepto el peñasco en quien Tifeo entiende

en eterno tenerlo con Constanza,

de la sangre d’Avalos regido,

de Yñigo del Vasto defendido.

***

Carlos VIII arrasó toda la sumisa Italia, de norte a sur sin oposición, gracias a la ambiciosa invitación de Ludovico Sforza, el Moro, regente del Milanesado que, a cambio de ser investido duque de Milán, le ofreció una fortuna y le prometió ayuda militar para invadir el Reino de Nápoles que se rindió, temeroso, ante tan poderosas alianza. Mas Carlos VIII no llegó a conquistar la isla de Ischia. Atravesó los Alpes de vuelta a Francia con la misma celeridad mostrada en la invasión que asoló toda Italia tiñéndola de sangre. Los volubles napolitanos volvieron a la obediencia de su valeroso rey Ferrantino que, desgraciadamente, en la flor de la edad, abandonó su vida terrenal en pocos meses. Pasados dos años de tan tristes pérdidas, el monstruoso rey francés sufrió la estúpida muerte que merecía: golpeó su enorme cabeza contra una columna de palacio y falleció por el golpe recibido. Le sucedió el duque de Orleans, Luis XII. Para desgracia de la torturada Italia, este Rey volvió a reclamar el Reino de Nápoles y el ducado de Milán.

Tras la ruptura del Tratado de Granada, los Dávalos Aquino resistimos, en Ischia, el asedio del poderoso ejército de Luis XII, hasta convertir al ostentoso campamento francés, mediante escaramuzas nocturnas y estrategias encaminadas a emponzoñar el abastecimiento de agua, en miserable cobijo de moribundos harapientos y apestados, anhelantes por volver a Francia:

8Al doceno Luis mira soberano,

que pasa el monte y no con buena suerte

(…)

De sangre lleno el campo al fin parece

(…)

Y la gente francesa destroçada

Echa fuera del Alpe verde, umbroso.

Mira al francés tornar, ves lo perdido

Mira su gran exercito caydo

a quien Fortuna allí ayudar no pudo.

La primera invasión francesa del Nápoles Aragonés, se había cobrado las vidas de dos de mis hermanos: el llorado Alfonso, marqués de Pescara y el joven Martín, conde de Montescamosa. En aquella ocasión, Íñigo Dávalos, marqués del Vasto, cuyo inmenso dolor tan sólo se igualaba al rencor hacia el cruel francés y la lealtad a la bandera por la que habían dado sus jóvenes vidas nuestros hermanos, dio asilo, en Ischia, al rey Ferrantino de Nápoles con toda su familia y Corte. En agradecimiento a nuestra lealtad y valor, el Rey del Nápoles Aragonés concedió a la isla el título que hizo esculpir en piedra:

«Ischia, Città ed Isola Fedelissima. Ista sola civitas hyspanarum inservit affectum»

1501

En el mes de julio el ejército francés atravesó la frontera de Nápoles por segunda vez en pocos años. Avanzó sin resistencia, saqueando y degollando con bárbara impiedad a la inocente población. Sacrificó cientos de niños napolitanos sobre sagrados altares. Las mujeres, incluso vírgenes consagradas a Dios, fueron ultrajadas bárbaramente y vendidas como esclavas. Algunas prefirieron morir arrojándose a pozos y acantilados sobre el Tirreno. Contaron los historiadores italianos que, habiéndose refugiado en una torre, el traidor duque de Valentinois, César Borja, hijo del Papa Alejandro VI, nombrado lugarteniente del rey Luis XII de Francia, esclavizó a las más hermosas doncellas para gozo lascivo, infectándolas del «mal francés» que ya asomaba en su rostro oculto tras un velo.

Federico de Trastámara I de Nápoles, tío y sucesor del difunto rey Ferrantino, se sintió incapaz de frenar al francés y acordó rendirse, antes de exiliarste a Francia tras un plazo que comprendía su refugio temporal en Ischia, donde mi hermano Íñigo ostentaba la gobernación de la isla.

9«Habiéndole ofrecido (Federico I), al rey francés, que pasados seis meses entregaría Ischia a los franceses. En Ischia se recogieron con él, la reina Beatriz de Hungría y doña Isabel de Aragón, duquesa de Milán, con miserable suceso de aquella casa: pasando por estos príncipes tan grandes persecuciones, que todos se viesen echados de sus estados: y reducidos a la fuerza de una tan pequeña isla, como a muy estrecha prisión»

El último de mis hermanos varones, Íñigo, se declaró por España, alzando su bandera en la fortaleza del Castell Aragonés cuando, de nuevo, los barones napolitanos habían traicionado a su patria rindiéndose, dócilmente, al cruelísimo ejército de Luis XII de Francia, obligando al rey Federico I de Nápoles a exiliarse a Francia

El marqués del Vasto, día de Pascua de Resurrección alzó las banderas de España en Ischia, y se declaró tener por el Rey Católico la ciudad y castillo.

Don Íñigo siguió la parte del Rey don Fernando el Católico contra los Franceses (…) Y resucitó con fuerza el orgullo de sus paisanos recordándoles la estirpe real de Aragón «progenie más que humana, de los Godos», elegida por Dios para dar paz y gloria a la sufrida Nápoles»

Leonardo; Retrato de Íñigo Dávalos oculto en el Códice Atlántico.

Mi hermano, mostrando la nobleza que de antiguo tenía, respetando el juramento de lealtad de sus ascendientes a la dinastía Trastámara, se puso a disposición de don Gonzalo Fernández de Córdoba que le envió a Salerno, cuya plaza conquistó tras un largo y sangriento asedio que se cobró miles de vidas de ambos bandos y terminaría agotando la resistencia física de Íñigo. La heroica conquista de Salerno facilitó la llegada de socorro del «Gran Capitán» Tras vencer en tan larga batalla, Íñigo volvió al Castell mortalmente enfermo. Antes de rendirse a la muerte salió al encuentro de don Gonzalo para entregarle la llave de la ciudad. «El Gran Capitán» le abrazó emocionado consciente del valor y lealtad de aquel hombre sin par, en cuyo bellísimo rostro se adivinaba, ya, la cercanía de la muerte.

«Tampoco la fuerza del Hado, airada más de lo justo contra los príncipes Dávalos, perdonó mucho tiempo a don 10Iñigo ya nombrado por el loor de guerra, hermosísimo mozo más que todos los otros y hecho gobernador de la isla Ischia combatió con los franceses por mar y por tierra.

Durante la larga campaña de Salerno, en ausencia de Íñigo, quedé por gobernadora de la Isla; último bastión Aragonés asediado por cuarenta galeras francesas y turdescas por mar, mientras el arrogante ejército de Luis XII de Francia acampaba, en tierra, esperando pacientemente la rendición de Ischia, por hambre, al haber bloqueado la entrada de víveres y armamentos defensivos. El asedio se fue alargando. Comenzaron a faltar las provisiones. Creció el fantasma del hambre.

***

«Muerte es Olvido en ojos mirantes»

El Sfumato de Leonardo nos mantiene unidos e inacecesibles a Olvido:verdadera Muerte. Como él pronosticó,«la Belleza es inmortal en el Arte»

En honor a la verdad; fama, homenajes, privilegios y títulos con los que fui honrada, recayeron en mi humilde persona de triste viuda, por haberme convertido, tras la muerte de mis gloriosos hermanos varones, en Matriarca de una menguada familia al borde de la extinción. No fue elección mía convertirme en furiosa guerrera defensora de una isla asediada. Cumplí la promesa hecha al último de mis hermanos que agonizaba en mis brazos —¡Resistir, vencer al tirano francés!—. Permanecí junto al lecho de Íñigo. Sus manos ardientes acariciaron por última vez a su hijo, el fanciullo de cuna que estrechaba temblorosa contra mi pecho, envuelto en nuestra bandera. En un esfuerzo final, con la torpeza y lentitud de quien se halla en tránsito hacia el ignoto más allá, retiró el luctuoso velo de viuda que me envolvía y colocó su morrión de guerra sobre mi cabeza inclinada, mientras recitaba con un hilo de voz, las reglas de caballería respetadas por nuestro linaje, evocando la nobleza que de antiguo tenía. En sus pupilas brillaba el vidrio escarchado de lágrimas contenidas. Enumeróme, en agónico susurro, el código de honor de los Caballeros del Rey: Ánimo para no huir, corazón para luchar, generosidad en el dar, crianza en el hablar, honestidad en el vivir, clemencia para perdonar…Y su voz se fue apagando hasta que entró en el largo sueño del que no despertaría. La mirada se le quedó ausente. La Muerte respetó su letargo hasta mi victoria sobre el criminal asedio francés. Murió en paz. Dejó por heredero a su hijo Alfonso, huérfano y ya marqués del Vasto cuando comenzaba a dar sus primeros pasos.

¡Resistir!

Ocurrió durante las fiestas de la Natividad de Nuestro Señor de 1503, tras el cruel giro de Fortuna que se llevaría a la Gloria al último de mis hermanos varones: Íñigo, gobernador de Ischia. Durante el largo letargo que precedió a su muerte, mis pupilas emergieron de entre la cortina de lágrimas. Alcé la mirada a un Cielo que mostrábase sordo e indeciso adquiriendo tonos indefinidos, entre los anaranjados propios del ocaso, mezclados con el humo del Vesubio que azuleaba el horizonte. Nos envolvía una atmosfera de tormenta inminente. Abajo, las aguas del Tirreno se teñían de sangre. Vivir se hizo más difícil que entregarse a la muerte.

Buscando la fortaleza de espíritu para resistir el asedio del imponente ejército de Luis XII de Francia, debí entrar en trance, pues parecióme oír, en un vórtice de ecos, las voces de mis hermanos susurrando mensajes inaudibles para todos los presentes excepto para mí. Surgieron como ángeles extraviados del paraíso, acariciando mi pena cuando ya mi voluntad de vivir se rendía ante el dolor y suplicaba la muerte. Sentí sus cálidas presencias en torno a mí. Musitaban frases apelando a mi memoria, sellando mis quejumbrosos labios ¡No había tiempo para lloros ni rezos! Sentí que alzaban el vuelo hacia rumbos ignotos envueltos en los ecos de aquella coplilla que tantas veces habíamos entonado en el patío del Castell Aragonés:

«Pon la Vida, pon la Honra y pon las dos; Honra y Vida por España y por tu Dios»

Aquella visión imprimió nuevos ánimos en mi dolorido espíritu. Fueron ellos los que me transmitieron fortaleza de voluntad y valor para luchar por liberar a nuestro pueblo de la barbarie y alcanzar la Paz sin la cual no es posible la Belleza. Revivió, en mí, el espíritu de nuestros ancestros godos: mi abuelo, el Condestable Dávalos que hubo jurado lealtad, suya y de sus descendientes al rey Enrique III de Castilla «El Doliente» y a sus reales sucesores pertenecientes a la casa Trastámara; juramento que cumplieron con honor, mi padre, don Íñigo Dávalos Tobar, Gran Camarlengo del Reino de Nápoles y sus hijos y hermanos míos: Alfonso, marqués de Pescara; Martín, conde de Montescamosa; Rodrigo, conde de Moteodorisio e Íñigo, marqués del Vasto, a los que tanto debía el Reino del Nápoles Aragonés. Sus hazañas hicieron brotar, en mi corazón lacerado, las excelencias de tan esclarecido linaje:

«Dávalos, Gente de ricombría, de sangre muy limpia y muy ilustre, procedente de linaje de grandes señores sin gota de raza judía ni mora ni converso ni villano en ningún grado. Estos ancestrales caballeros godos eran dotados-por cuna— de gracias y virtudes: para ser comedido en el hacer, justo en el mandar, esforzado en emprender, generosidad en el dar, crianza en el hablar, corazón para luchar, ánimo para no huir, honestidad en el vivir, clemencia para perdonar, sobriedad en comer y beber, ternura en el amar. Es tan alto el don de la prudencia que mediante ella se enmienda lo pasado, se ordena lo presente y se provee lo futuro».

Comprendí. Desperté junto al lecho de Íñigo que agonizaba aplazando su muerte hasta la derrota del Francés. Sentí mi renovado espíritu inundando a raudales todos mis sentidos ¡Ya no era la frágil mujer de rezos y lloros! Me convertí en encarnación de todos mis ancestros y sentí el aliento de aquellos godos que hicieron latir mi corazón acelerando mi pulso e imprimiéndome confianza en la victoria— por fe de justicia divina-y valor en la batalla para salvar nuestra Isla y, con ello, abrir el paso a la hegemonía española en el Reino de Nápoles, tras derrotar al odioso Luis XII. Esa fue mi misión.

Emergida de mi ensoñación, de repente, me vi rodeada por cientos de isleños hambrientos con miradas implorantes, vueltas sus esperanzas hacia mí:

—¡Contessa, Contessa! —gritaban a coro.— ¡Madonna, Madonna!—El clamor se acrecentaba confundiéndose con el estruendo de las olas del Tirreno al chocar contra la soberbia roca donde se asientan los muros del Castell Aragonés. Lo supe: se trataba de elegir entre el humillante sometimiento a la crueldad del francés, que no respetaba mujeres, niños ni altares dedicados al Dios de los cristianos sobre los que perpetraban horrendos sacrilegios, o elegir la única alternativa a tan gran deshonor: resistir y liberara mi pueblo del largo asedio de aquellos impíos herejes que esperaban nuestra rendición por hambre ¿Rendirnos y sufrir la terrible suerte de los pueblos ya sometidos al francés? ¡No! Si habríamos de morir lo haríamos luchando con honor; nunca como cobardes humillados y ultrajados ¡Qué sería de mis pequeños sobrinos huérfanos!

Y fue él, Fernando Francisco, de doce años, ya marqués de Pescara por muerte del padre suyo y hermano mío, el llorado Alfonso; fue aquel mozo serio, marcial, señalado por los astros para la Gloria, quien tiró de mi negra gonna indicándome, en silencio, el morrión depositado junto a la bandera que cubría el lecho donde agonizaba su tío Íñigo.; Aquella señal me atravesó como un rayo ¡Quedaba la esperanza! Gonzalo Fernández de Córdoba vencía en el puente del Garellano y marchaba, ya, sobre Gaeta —¡Resistir! ¡Resistir! Escuché aquel grito desgarrador salido de mi propia garganta. Torné el luctuoso velo de viuda por el morrión, aún caliente de mi agonizante hermano Íñigo, transformándome en guerrera. Cambié las cuentas del rosario enredadas entre mis dedos, por el puño de la pesada espada. Mi voz, domada por el susurro de la oración, clamó en gritos desgarrados arengando a los pocos y hambrientos soldados que quedaron en el Castell Aragonés después de que mi hermano Íñigo se hubo declarado por España, el día de Pascua de Resurrección de 1501. Sentí que mantener esa bandera ondeando en el Castell significaba mantenerle vivo, encarnando en mí, su Gloria. Abandoné el llanto. Empuñé la bandera y nuestra isla no se rindió. Encontré fuerza y valor para luchar por cada palmo de tierra al mando de un mermado ejército formado, inicialmente, por no más de trescientos soldados, doscientos caballos de los que muchos fueron sacrificados para mitigar el hambre; tres cañones y dos culebrinas por todo armamento contra los enemigos que nos cercaban; contra las penurias del hambre; contra el frío y la fatiga; contra las deserciones de los desesperados que, a falta de pagas y vituallas mudaban de bando esperando salvar sus vidas. No fueron suficientes las riquezas de mi familia entregadas a los soldados, para impedir la deserción de muchos de ellos temiendo la imposible resistencia ante tan gran exhibición de fuerzas e inevitable victoria del poderoso ejército francés. Muchos isleños huyeron hacía el campo francés pidiendo la rendición. Los crueles franceses fueron exterminándolos sin piedad. La isla quedó prácticamente deshabitada. Los campesinos que sobrevivieron se refugiaron en el Castell y, a falta de soldados, mujeres y hombres defendieron la Ciudadela lanzando piedras, calderos de excrementos hirvientes e incluso piezas de mobiliarios. Usaron sus aperos para cortar escalas de los pocos asaltantes que osaron intentar algún ataque, pues no era atacar el plan de los franceses; cobardemente se limitaban a esperar que el hambre fuese mermando fuerzas y doblegando voluntades hasta conseguir la rendición de la Fortaleza. La situación tornaba cada día más penosa. Todos los ojos se volvían expectantes hacía mí. No quedaba tiempo. Sin dar lugar a la debilidad que se le suponía a una dama, me sobrepuse a la grandísima pérdida de mis hermanos. Torné cada lágrima derramada en promesa irreductible de defender Ischia. Asido a mi lúgubre gonna permanecía altivo, envuelto en la capa de su difunto padre, mi sobrino Fernando Francisco, ya marqués de Pescara con tan sólo doce años de edad. Sin tiempo para llorar, siguiendo la consigna del Gran Capitán: «Prefiero morir, hoy, dando un paso adelante, que vivir cien años dando un paso atrás» cubrí mi cabeza con el morrión de Íñigo. Seguida por mi inseparable sobrino, unos pocos valientes leales y amparada por la oscuridad, encabecé rápidas escaramuzas «a mata caballo» en las que mis espuelas de plata servían de luz y guía a los sigilosos soldados que me seguían en las negras madrugadas, para emponzoñar las aguas del campamento enemigo y hacernos con acémilas y caballos con los que paliar el hambre —animales más inmundos hubimos de comer por no perecer de inanición—.Y así fue como el majestuoso campamento francés se fue volviendo una cloaca de apestados.

Por mar, cuarenta naves francesas y turdescas nos asediaban desde la bahía. Parecía imposible luchar contra tan poderosa armada, teniendo por todo armamento tres cañones que unos pocos soldados desfallecidos apenas atinaban a cargar. Mas el milagro ocurrió. Nos llegaban atronadores ecos de cañonazos, desde el otro extremo de la bahía, disparados desde el monte Orlando. Gonzalo Fernández de Córdoba había tomado Gaeta. Ya el Gran Capitán disparaba sus cañones sobre las naves enemigas. Embravecida, ordené disparar nuestros cañones para ayudar-con tan pocos medios, mas con el mucho valor de mis hambrientos leales—, a desbaratar a la armada francesa y turdesca atrapada entre el fuego cruzado disparado desde el Castell Aragonés-llave del Golfo de Nápoles—, y los cañones del Gran Capitán situados en el monte Orlando, sobre la armada enemiga encerrada en la bahía de Nápoles. El cerco fue roto y las naves desbaratadas.

En tierra, los soldados franceses enfermaron en gran número tras beber aguas putrefactas. Muchos murieron de pestilencias, otros enloquecieron y fueron desertando huyendo de una muerte segura de aquel que fuera majestuoso campamento, que nosotros, con astutas escaramuzas, habíamos convertido en un lodazal de apestados harapientos que se arrastraban intentando volver a Francia. Pocos lo consiguieron; los más murieron de fiebres pestilenciales, consumidos por «el mal francés» o linchados, en el penoso camino de vuelta, por italianos ávidos de venganza debida a las crueldades y vejaciones sufridas a manos de los franceses. Los que consiguieron atravesar los Alpes fueron castigados por el rey Luis XII, haciéndoles responsables de tan humillante derrota, frente a un puñado de astrosos hambrientos liderados por una «simple mujer» Ischia estaba salvada. Los isleños se agolparon emocionados en torno a mí, unos llorando de alegría; otros, rodilla en tierra, me aclamaban como milagrosa santa y reina, gritando: ¡Madonna, Madonna! ¡Regina, Regina!

Tras romper el asedio de turdescos y franceses, quedé por gobernadora de la castigada isla. Convertí Ischia en «Nuevo Parnaso All’Antica» conocido como «Corte de las Tristes Reinas» acogiendo un Cenáculo Humanista donde hallaron refugio, pintores, músicos, cronistas y poetas, para los que me convertí en inspiración y mecenas. Los ischitianos me aclamaron llamándome ¡Madonna Elisa! (Monna Lisa), igualándome, por determinación y valor, con la mítica Elisa, heroína glorificada por Virgilio en la Eneida. Bajo mi amparo se refugiaron en nuestra Ciudadela, reinas y damas viudas pertenecientes a la más alta nobleza, huyendo de la barbarie francesa.

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Duquesa, aunque Reina si por forma y virtud Reinos conquistas: del Reino de Aragón, Honor; de Nápoles, Esperanza.

Rendir el Castell Aragonés hubiese supuesto, para mí, ultrajar la memoria de los varones de mi linaje y traicionar el juramento de lealtad a los reyes de la casa Trastámara. Había jurado, ante la Cruz, que nuestra Bandera no dejaría de ondear en el Castell Aragonés en homenaje a mi Abuelo D. Ruy; a mi ilustre padre, D. Íñigo Dávalos y Tobar, Gran Camarlengo de Nápoles y a mis heroicos hermanos muertos en la flor de la edad defendiendo la bandera de Aragón y la España unificada por dos reyes pertenecientes a la dinastía Trastámara: Isabel I de Castilla y su primo Fernando II de Aragón: «Los Reyes Católicos» Ischia quedaba a salvo de la barbarie por segunda vez en pocos años. Cumplí mi juramento con honor. La conquista del Reino culminó quedando por rey de Nápoles, don Fernando de Trastámara, el Católico.

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De los Dávalos Aquino sobrevivimos sólo las hembras: Beatriz, Hipólita y yo, Constanza. Por ser la mayor hube de convertirme en Matriarca de tan menguada familia al borde de la extinción, en una época en que las damas valían el precio de sus dotes para pactar alianzas entre hombres poderosos, recayendo sobre mis enlutados hombros la protección de los sobrinos huérfanos y la gobernación de una isla agonizante, que se convertiría en Parnaso de poetas, oasis de humanistas All’Anticay refugio de perseguidos. Por la defensa de Ischia recibí grandes honores. El Rey me visitó en Íschia en 1507, yendo yo acompañada de mi mermada familia de la que sólo quedaban dos varones: Alfonso, hijo de Íñigo, marques del Vasto y Fernando Francisco, por entonces un hermoso mozalbete, huérfano de Alfonso y dignísimo heredero del Marquesado de Pescara. Así lo contó don Pedro Vallés:

«Entró en Nápoles don Fernando el Católico Rey de España. Su venida fue recibida celebrando una grande fiesta, deseo de los Napolitanos: todas las damas más hermosas, y nobles de Nápoles muy ricamente vestidas aparecieron delante los ojos del Rey; en un banquete real. Servían los mozos extrañamente vestidos, los cuales acabado el banquete danzaron con ellas: en donde el joven Marqués de Pescara, con tanta arte y gravedad de pasos músicos excedió a todos, en todo primor de danzar, que el mismo Rey, hombre de grandísima prudencia y juicio, habiendo puesto sus ojos en sólo el Marqués de Pescara, dijo a los grandes, que estaban junto a él, señalándoles con el dedo al joven Marqués de Pescara:

«El mozo, según el gesto, y cierto talle de su disposición y obras que muestra, más que todos estos y otros, parece que será un gran capitán si mi opinión no me engaña, será excelentísimo entre todos»

Mi pupilo, Fernando Francisco recibió el elogio real con gran humildad, contestando:

«Con tal favor, hecho por tan gran Rey, pone sobre mis hombros una pesada carga ya que tendré que trabajar tanto en paz como en guerra para merecer tan gran loor»

El rey don Fernando «El Católico» dejó señalado el duro camino de mi joven sobrino hacia la Gloria desdeñando las dulces veredas que le ofreció la Vida.

Por mi valerosa resistencia-insólita para una dama—, hasta conseguir la rendición del humillado ejército de Luis XII, recibí homenajes, títulos nobiliarios, retratos y loas de los mayores artistas de aquel siglo de pasmo y belleza. Sin embargo, criar a mis sobrinos huérfanos desde tan tierna edad en las virtudes de su estirpe, instruyéndole en los valores que distinguían a la nobleza: Areté, caballerosidad, erudición en letras y artes, fue el mayor honor que Fortuna me concedió. Así lo contaron las crónicas. D. Jerónimo Zurita, para la frágil memoria de la Historia y el injusto olvido de mi Patria Española y mi Nación Napolitana, dejaría escrita unas breves líneas sobre mí, cosa extraordinaria en aquellos años en que la Historia era tema de exclusivo protagonismo masculino. Unas líneas entre miles de «Los cinco libros postreros de la Historia del Rey Don Hernando el Catholico: de las empresas y ligas de Italia»

«Doña Constança de Ávalos y de Aquino condesa de Acerra, y de Belcastro, nieta del condestable don Ruy López de Ávalos: que fue siempre muy fiel, y leal a la casa real de Aragón: y lo menos que della se puede decir es, haber alzado las banderas de su Estado, por el servicio del rey: y en alguna gratitud de su merecimiento, el rey estando en Medina del Campo, a diez del mes de mayo deste año, la honró con el título de duquesa de Francavilla».

(…)

«Señora de grande valor y fe a la cual el rey Federico había dejado en el Castillo, disparando su artillería de un alto reparo defendió muy honradamente a los Españoles y sacó fuera las banderas de Aragón mostrando con ella el Castillo la ciudad y la isla la cual, sus pueblos estaban a la devoción de rey de España. Esta es Cotanza de Avalos la cual, por nombre de piedad y gloria memorable, inteligentemente crió los hijos de sus dos hermanos el Marqués de Pescara y el Marques del Vasto, los cuales en la loor de la guerra se igualaron con los grandísimos Capitanes del tiempo antiguo, habiéndolos ella como generosa maestra de una excelentísima vida, quedando ellos en su tierna niñez huérfanos de sus clarísimos padres, derechísimamente guiados por aquella vía la cual con la verdadera virtud lleva al cielo».11

Más generosa sería la crónica del historiador napolitano, nacido en Ischia, don Giusieppe d’Ascia en «Storia dell’isola d’Ischia»:

«Estando el rey Federico d’Aragona exiliado en Francia, escribió al Marqués del Vasto, gobernador de Ischia, Innico d’Avalos y Aquino que debía entregar Ischia y rendir su Ciudadela al rey de Francia Luis XII, sin que, éste, la tomase por la fuerza. El marqués del Vasto se negó a obedecer porque la isla de Ischia pertenecía a la nación Española de la cual sus familiares castellanos aragoneses fueron fieles y leales combatientes contra infieles moros y turdescos. De hecho, su hermana Constanza preparó la resistencia más heroica conocida contrala flota francesa que no fue capaz de conseguir, por medios pacíficos, someter por la fuerza, entrado el año 1503.

Admirable realmente sorprendente fue la resistencia de esta noble dama quien, con espíritu indomable, ausente de la debilidad de su condición femenina y dotada de gran inteligencia, mostró energía, bravura y habilidad en las tácticas militares propias de un valerosísimo capitán, resistió el asalto y se mantuvo en la fortaleza, alzando en alto la bandera real de Aragón. Cada esfuerzo francés fue vano, (…) Todos estos movimientos bélicos sirvieron para asegurar la alta reputación de Dñª Constanza d’Avalos y Aquino, mujer intrépida que llegó a oscurecer la gloria usurpada por los franceses en las ocupaciones de los otros castillos del reino de Nápoles, en el que las mujeres estaban indefensas»

Constanza, Principessa di Francavilla, illustrissima e graziosissima Castellana fue llamada por los cronistas como segunda Juana deArco, se convirtió en la amada Gobernadora de los ischitianos, Con su heroica conducta fue capaz de ganarla estima y afecto de los isleños. Constanza también fue admirable por su sabiduría, y brilló en literatura sobre las mentes de su tiempo; por lo que bajo su mecenazgo alcanzaron fama en el siglo XVI: Ferdinand Carafa; Jerome d’Acquaviva; Angelo Costanzo; Bernardino Rota; su pupila Vittoria Colonna, marquesa de Pescara y los hermanos, Constanza y Alfonsod’Avalos San Severino; sobrinos huérfanos, estos últimos, educados bajo la erudita tutela de Constanza Dávalos y Aquino»

A pesar de los meritos reconocidos por el Rey y los textos de cronistas y poetas, la Historia sigue preguntándose-pasados cinco siglos de mi muerte terrenal— la identidad de la dama del Retrato inmortalizada por «El Pintor de Almas» sigue sin desvelar el misterio de la sutil gasa de viuda que enmarcó mi rostro moreno de rasgos hispanos; la mirada vidriada por el duelo contenido y la leve sonrisa de resignación cristiana en la que se atisba el tímido reflejo de Eufrósine por el gozo del triunfo sobre el francés; las manos desnudas, ya, de espadas reposando en ansiada paz. ¿Por qué siguen confundiéndome con vulgares damas y cortesanas? ¿No han reparado en la rama de laurel que Leonardo dibujó entre mis manos tras la victoria en la batalla de Ischia? ¿No se percataron de la frase «Virtutem Forma Decorat» a modo de sello o firma, junto con la rama de laurel, que Leonardo estampó en el reverso del bozquejo original?

Cançon vedrai con gloriosa fama/la Musa tua sotto lugubre gonna/ Tu le dirai Madonna. Questa è la sacra Davala Sibilla.

(E. Irpino)

Mi alma vaga inquieta sin descanso; sobrevolando los siglos; reclamando mi identidad y el apellido Dávalos Aquino perteneciente al linaje que dejó huella indeleble en un Imperio y en una isla del Nápoles Aragonés: Ischia. Mi lúgubre imagen de virgen viuda de vidriadas pupilas, tatuadas de tristeza, se mira en el Pintor de Almas y desde el espejo de su divino Arte, en la Historia. Entre mis labios, una sonrisa forzada por poetas - antídoto contra el ánimo dolido por tantos lutos—. Las pálidas manos cruzadas, desmayadas sobre el fatigado regazo que acunó a los pequeños huérfanos, ángeles terrenales, en una Italia castigada por epidemias, terremotos, guerras interminables, intrigas, traiciones, hambrunas, 12castigos enviados desde el mismo Cielo en forma de rocas y fuegos infernales que hacían engendrar seres de dos cabezas; criaturas sin brazos y otras monstruosidades ¡Ah, Ischia, nombrada por Virgilio como Aenaria Paraíso Vero! Yo, su gobernadora, triste viuda tocada con hermoso velo negro bajado desde el mismo Cielo, según cantó el poeta Gareth, fui llamada con épicos sobrenombres por los napolitanos: Sacra Davala, Sibila de Ischia; 13Madonna Elisa. Los franceses se referían a mí como IIJeanne d’Arc y Nouvelle Amazone. Mi leyenda, como defensora de Ischia, me convirtió en la dama más retratada por pintores, rimada por poetas y difundida por trovadores canta historias de la época. En España no me reconocen ni recuerdan el apellido de mi linaje a pesar de que en escudos y banderas sigue representado el Castillo que erigió mi abuelo y fue su hogar, en Arenas de San Pedro. El mismo que aparece en el escudo de Ávila: el Castillo del Condestable Dávalos.

Mi linaje dio a España grandes héroes, conquistó tierras, derramó su sangre, ofreció vidas y renunció a fortunas con las que pagaba a soldados, cuando el hambre les hacía desertar porque las soldadas no llegaban y se hacían esperar hasta la inanición de tan bravos guerreros. Todas nuestras joyas y haciendas fueron empeñadas en rescates de presos y pagos a leales guerreros, cuyo más ilustre general fue mi venerado sobrino Fernando Francisco Dávalos-Aquino y Cardona, marqués de Pescara, «Alma del Ejército Imperial» el héroe que salvó al Imperio, tornando Vida por Gloria.

España, Madrastra ingrata, nos has pagado con Olvido.

Yo, Triste Constanza Dávalos y Aquino, nacida en el reino Aragonés de Nápoles, leal a la Corona Española, descendiente del linaje godo de la sangre de los Dávalos «muy dispuesta en derramalla por su Rey y por su Ley» no descansaré hasta que mi identidad sea reconocida como nieta del III Condestable de Castilla, don Ruy López Dávalos; hija de Antonella d’Aquino —del linaje de Santo Tomas-y de Íñigo Dávalos Tobar, Camarlengo del Reino de Nápoles. Dejad de injuriarme con el apodo de Gioconda. Llamadme:


Triste Constanza Dávalos y Aquino


1 1- Leonardo; Constanza Dávalos, con rama de laurel, tras la victoria de Ischia (carboncillo). Fuente; Hyde Museum Nueva Yorck. 2- Leonardo, Constanza Dávalos «Mona Lisa de Isleworth» Fuente Wikipedia. 3- Leonardo; Constanza Dávalos «Gioconda» Fuente; Wikipedia.4- Leonardo e hijo Francesco de Melzo, Constanza Dávalos «Gioconda restaurada» Fuente; Wikipedia.

2 Benedetto Gareth, il Chariteo: «Cántico a Donna Constanza de Avalos, duchessa de Francavilla»

3 Benedetto Gareth, il Chariteo; «Pascha», canto VI.

4 Fuente: G. Roscio «Ritratti et Elogii di Capitani illustri»

5 Pedro Vallés; «Historia del fortissimo y prudentisssimo Capitán Don Hernando de Avalos, marqués de Pescara» Libro I.

6 Ludovico Ariosto; «Orlando Furioso» canto XXXIII

7 Ludovico Ariosto; «Orlando Furioso» canto XXXIII, Tradución de Jerónimo de Urrea,

8 Ludovico Ariosto «Orlando Furioso» canto XXXIII.

9 Jerónimo Zurita; «Historia del rey don Hernando el Catholico» pag. 218.

10 Íñigo Dávalos, marqués del Vasto,murió, tras conquistar Salerno, en enero de 1504. Dejó dos huérfanos: Constanza (futura duquesa de Amalfi) y Alfonso (criatrura de cuna), marqués del Vasto.

11 Jerónimo Zurita «Historia del rey Don Fernando el Católico. De las empresas, y ligas de Italia, libro V»

12 En 1492 —1496 impactaron sobre Italia varios meteoritos de grandes dimensiones. Se relaciona con estos fenómenos, nacimientos de criaturas monstruosas.

13 Monna Lisa, apócope de Madonna Elisa; evocación de la heroína de la Eneida,Elisa de Tiro (también llamada Dido), obra del poeta Virgilio que inspiró el resurgir de la cultura clásica.