1. La pesca y las relaciones hispanas con las tierras del Sus en el Antiguo Régimen
Juan Manuel Santana Pérez
Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
Durante el antiguo régimen la pesca fue una actividad importante en todas las regiones costeras de España y también en Canarias. De hecho, una de las motivaciones conducentes a la llegada europea a estas latitudes estuvo relacionada con la explotación del banco pesquero sahariano y las necesidades de proveer de proteínas a una población europea que mostraba un crecimiento importante desde finales de la Edad Media. Esta actividad condicionó las relaciones con los pueblos vecinos de la costa, especialmente desde el Cabo Aguer hasta Cabo Blanco. Este espacio marítimo forma el banco pesquero sahariano donde se practicaba la pesca de altura con unas especies concretas y unos resultados particulares.
Las fuentes de este trabajo las hemos encontrado, de forma dispersa, en diferentes archivos españoles: en el Archivo General de Simancas, tanto en Cancillería, Cámara de Castilla, como en Secretaría de Guerra; el Archivo Histórico Nacional en la sección Estado; el Archivo de la Real Academia de la Historia conserva un documento elaborado por Molina y Quesada sobre la pesca en el banco sahariano; el Archivo General de Marina don Álvaro de Bazán, en El Viso del Marqués, guarda información sobre la pesca y los conflictos con Marruecos, además de algún proyecto para formar una compañía marítima en el último cuarto del siglo XVIII; la British Library del Museo Británico, en Londres, en su Department of Manuscripts, del fondo Additional hace referencias al conflictos en la navegación en el área; en el Centre d´Accueil et de Recherche des Archives Nacionales ha sido importante la consulta del fondo Affaires Étrangères, que atesora informes de cónsules franceses en Canarias en el siglo XVIII; el Archivo Histórico Provincial de Las Palmas, algunos protocolos notariales de la actividad pesquera en la zona; el Archivo General de Indias, documentos que delimitan la zona de estudio en las capitulaciones entre los Reyes Católicos y el monarca de Portugal, así como el papel fronterizo de Canarias con el sur de Marruecos; el Archivo Municipal de La Laguna tiene los fondos del antiguo Cabildo de Tenerife con reales cédulas que se refieren a entradas de españoles en las tierras del Sus; en el Archivo de Acialcázar, en el fondo Berbería hay un documento de una cabalgada canaria en África de 1611 y otros sobre las relaciones con los árabes en la costa africana; el Archivo del Museo Canario conserva documentación referente a Santa Cruz de Mar Pequeña y el papel de la Casa de Contratación en este asunto; en el Archivo de la Biblioteca Municipal de Santa Cruz de Tenerife tenemos la ruptura de la paz con Marruecos en septiembre de 1774; en el Archivo de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, el fondo Rodríguez Moure proporciona información portuaria sobre qué hacer con barcos marroquíes en Canarias; la Biblioteca de la Sociedad Cosmológica de La Palma conserva el cuadernillo de bitácora escrito por Antonio Felipe Carmona, capitán del bergantín «La Caridad» con el encabezamiento: «Diario que con el favor de Dios boy a seguir de este puerto de la Ysla de La Palma, a la costa de África, a la pesca del salado».
También utilizamos como fuente algunos libros escritos por viajeros europeos con sus apreciaciones sobre la pesca en la costa africana. Se trata de los escritos de aquellos viajeros que pasaron por el Archipiélago en el periodo analizado, como el británico Glas o el francés Ledru, junto con otros ilustrados hispanos como Ulloa o Luis del Mármol Carvajal. Estas obras han sido impresas en el siglo XX, junto con un resumen de las actas del Cabildo de Gran Canaria, del que tras haberse incendiado durante el siglo XIX, contamos con esas únicas referencias.
Los intercambios entre Canarias y las tierras del Sus siempre fueron fundamentales; no en vano, constituye el hinterland que rodea al archipiélago y, por tanto, las relaciones internacionales entre la Corona española y el Reino de Marruecos causarán diversos impactos en la pesca canaria. En algunas coyunturas, las relaciones mercantiles con las costas del continente africano tuvieron un papel positivo en la superación de algunos momentos críticos, como por ejemplo en la libertad de comercio con Marruecos decretada en 1766, que sirvió para paliar las malas cosechas de los años posteriores.
Los pescadores andaluces desde el siglo XV se aventuraban hasta el cabo Aguer para buscar la merluza a la que denominaban pescada, incluso bajaron más al sur, faenaron en aguas de San Bartolomé, en la desembocadura del río de la Mar Pequeña y en los bancos del cabo Bojador, donde capturaban chernes, bogas y corvinas.
Los Reyes Católicos fueron los mayores beneficiados de las pesquerías a partir de 1477 por medio de los arrendamientos. Los monarcas arrendaron a Juan Vanegas y a Pedro Alonso Cansino las pesquerías saharianas. El 7 de marzo de 1490 se promulga que ningún otro súbdito castellano debe faenar en los mares del Cabo Bojador, Angra de los Caballos y seis leguas al sur y que solo podían hacerlo al oeste de la isla de El Hierro1, donde ya no era posible la pesca porque, con las técnicas utilizadas, no podían capturar nada en aguas tan profundas.
El área de actuación tradicional de estas pesquerías la habían constituido los límites norte y sur respectivamente de los cabos Aguer y Bojador, que habían sido refrendados en los siglos XV y XVI por los tratados hispano-portugueses de Alcaçovas, Tordesillas y Sintra2. Los navegantes portugueses habían llegado al cabo Bojador en 1434, y en 1455 el rey de Portugal obtuvo del papa Nicolás V la bula Romanus Pontifex que le otorgaba las tierras conquistadas o por conquistar desde el cabo Bojador hasta Guinea. Esto fue confirmado en 1456 por el papa Calixto III en su bula Inter Coetera.
Es seguro que las pesquerías canarias en las costas del Sus superaron ampliamente estos límites. Esta idea se ve reforzada por la larga duración de estas expediciones; llegaron mucho más al sur, con frecuencia hasta el Río del Oro y en muchas ocasiones hasta el Banco de Arguín. En algunos documentos se menciona este punto como lugar hacia donde se va a realizar la pesquería3.
Las descripciones en el siglo XVI sobre la costa sur de Marruecos son muy parcas, como la que proporciona Luís del Mármol Carvajal, relacionada casi siempre con los intereses de la navegación:
«De Aytuacal monte se va a Messa, ciudad de la provincia de Sus, y de allí a cabo Aguer, villa y promontorio, y a Cabo de Num, o de Non, y al río de los Zenegas (que los naturales llaman Cenedec, y los Alarabes Hued Nijar, donde se parte la tierra de los blancos de los negros»4.
La presencia castellana en el África atlántica hasta la muerte de Isabel la Católica, en 1504, no pasaba de episodios aislados, salvo la presencia en Canarias y la incursión en «Mar Menor de Berbería». Incluso la Corona trató de limitar en cierto sentido la presencia en la zona por los recursos que conllevaba y los posibles conflictos que originaría. Así tenemos que el 13 de julio de 1501 se les había replicado a Álvaro de Lugo y a Antonio de Torres que, salvo caso de absoluta necesidad, no solicitaran ayuda para la fábrica de unas torres en la zona del Cabo Aguer, donde reconocen que iban navíos y pescadores a faenar allí5. A partir del siglo XVI, adquirirá mayor relevancia la actividad en torno a las costas africanas, llegando a estar considerada por la Corona como una regalía y por ello con un impuesto para los que faenaban allí.
El tratado de Tordesillas había ajustado bien los límites de legitimidad de cada uno de los grandes reinos del momento, Castilla y Portugal. Con las capitulaciones entre los Reyes Católicos con el monarca de Portugal, por medio de sus procuradores, el 12 de julio de 1494, ponen las demarcaciones de los lugares donde podían hacer las pesquerías los súbditos de cada reino en los mares africanos: desde el cabo Bojador hacia el sur, hasta el río del Oro y los límites del Reino de Fez6. Por tanto, los tratados de Alcaçovas-Toledo (1479-1480) y Tordesillas (1494) consagraban la soberanía castellana no solo en Canarias sino en toda la costa africana entre cabo Ghir (cuarenta kilómetros al noroeste de Santa Cruz de Berbería, hoy Agadir) y cabo Bojador. El final de los intentos castellanos por colonizar esta zona fue en 1526, cuando abandonaron definitivamente la torre de Santa Cruz de Mar Pequeña7,
Una de las primeras instalaciones hispanas en el continente africano será precisamente Santa Cruz de la Mar Pequeña, una torre-factoría fundada en 1496, cuyo comercio fue controlado por los gobernadores de Gran Canaria, como representantes directos de la Corona, con unas normas especiales, confirmado en 1503 por Isabel la Católica, teniendo que entenderse con los oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla8. Hubo un rutinario intercambio pacífico de productos con los habitantes de la zona cercana a la torre, pero desde allí también se organizaron expediciones en la costa africana, en 1501 y 1502 por parte del gobernador de Tenerife9. A finales del siglo XV se le concedió el monopolio de la orchilla al Licenciado Zapata desde el cabo Meca hasta el Rio de Oro y la Mar Pequeña10. Este emplazamiento se vio legitimado por Portugal con el tratado de Sintra de 1509, que reconocía el derecho de Castilla para establecerse en una franja pequeña del litoral del Sáhara. Santa Cruz de la Mar Pequeña fue un monopolio regio, aprovechando la riqueza pesquera de su río.
Desde 1472 hay documentación sobre esta pesquería en los protocolos sevillanos. El papel preponderante correspondía a los pescadores de Palos; luego le seguían los de Moguer, Huelva, Gibraleón, Cartaza, Lepe, Ayamonte, Sanlúcar de Barrameda, Puerto de Santa María y Sevilla. Más tarde se sumaron los pescadores de Fuerteventura y Lanzarote y finalmente los de las otras islas del archipiélago canario11.
Esta actividad de pescadores andaluces continuó en el siglo XVI; sabemos que las embarcaciones salían desde el Puerto de Santa María hacia el cabo Aguer en busca de la pescada (merluzas), lo que generaba conflictos con las poblaciones magrebíes que en 1550 cautivaron a sesenta y seis pescadores12.
El norte del espacio de pesca estaba marcado por el sur de la cordillera del Atlas, a unos 20 grados de latitud norte, y el sur hasta los 20 grados 14 minutos, lo que supone una distancia de algo más de seiscientas millas. La dirección de los barcos dependía de la estacionalidad. Normalmente en primavera y verano iban hacia el norte, pero en otoño e invierno, hacia el sur, siguiendo el movimiento de los peces, porque el pescado depende de los tropismos de las estaciones.
Desde mediados de febrero hasta mediados de abril, la flota pesquera generalmente permanecía en Canarias, para carenar y hacer reparaciones, porque era cuando las condiciones climáticas solían ser peores. Molina y Quesada señalaba que el mejor mes para la pesca era entre abril y julio porque decía que es cuando el pescado recalaba en las orillas, aunque añade que todos los meses del año había abundante pesca, pero las condiciones climáticas aconsejaban esas fechas13.
Cuando faltaba el agua era preciso buscarla en tierra. La flota canaria solía hacer aguada en la Mata del Parchel, Bobarda y en Cabo Blanco, pero se encontraba con el peligro de ser asaltada por los naturales de esas zonas que portaban fusiles y llegaron a matar en alguna ocasión a diversos pescadores14. Solamente en Río del Oro podían fiarse de los nativos. Allí obtenían agua, carneros, cabras, goma y plumas de avestruz; a cambio dejaban bizcocho, pescado, anzuelos y liñas para pescar.
La política de hostilidad entre España y esa área del noroeste de África a lo largo del Antiguo Régimen mantuvo niveles reducidos (o, en ocasiones llevó al fracaso) a gran parte de la pesca española en el banco sahariano.
De lo que no cabe dudas es que la conflictividad internacional en la zona era muy perjudicial para la pesca canaria en las postrimerías del siglo XVIII e inicios del XIX. En sendas coyunturas adversas cayeron muchas de estas embarcaciones, con repercusiones catastróficas para la economía y los mercados insulares; se perdieron veinticuatro bergantines de pesca, seis en el primero y dieciocho en el segundo conflicto15.
La pesca en la costa noroccidental de África había cobrado gran impulso en la segunda mitad del siglo XVI. Se hicieron conciertos entre pescadores, armadores y capitalistas para llevar a cabo esa actividad. Desde 1579 en adelante casi todos los años se embarcarán uno o dos navíos para hacer la pesquería, principalmente en 1599 y 160016. Todas estas expediciones eran protagonizadas por canarios. Las actividades de los pescadores andaluces y gallegos que habían explotado el banco desde el siglo XV fueron languideciendo. Desde 1578 vemos que se fue desmoronando lentamente hasta la práctica desaparición, desplazado por los isleños.
En el siglo XVII las tierras entre Mogador y la región del Sus continuaban siendo la frontera de Canarias y no solo geográfica sino también religiosa. El mar en el que se desarrolla la actividad pesquera marcaba la distancia entre el cristianismo y el islam. Para entender la falta de colaboración e intercambio con Berbería, hay que tener en cuenta que, a principios del siglo XVII, está viva todavía la idea de que el mundo musulmán es el eterno enemigo, idea que enlazó con el espíritu de cruzada y con el de «reconquista». Las negociaciones entre las dos culturas apenas se entendían más allá de un momento coyuntural. Por debajo aún subsiste la visión de sometimiento y de aniquilación, de «guerra santa» y de «cruzada». Esta oposición se irá suavizando en el siglo XVIII, debido a una progresiva laicización en el mundo occidental, unido al pensamiento más práctico de la Ilustración y al retroceso del corsarismo.
Estos viajes contaban con pocos recursos técnicos. Navegaban sin brújula, sin una formación náutica formal; solamente la experiencia los guiaba. Rara vez llevaban pilotos, únicamente era un aprendizaje adquirido por transmisión oral y por haber faenado con anterioridad con otras personas que conocían las rutas. Debido a esa pericia no fue extraño que acabasen enrolados en las tripulaciones de las embarcaciones que comerciaban con América. José Martínez Fuentes señala a finales del siglo XVIII que:
«En las embarcaciones de esta pesca se crían otros muchos marineros, los que después que tienen algunas nociones de su arte, se pasan a las embarcaciones de comercio y giro de América y de Europa»17.
Desde el siglo XVII Marruecos tendrá tres puertos importantes operativos en el Atlántico occidental: Salé (actualmente la Citadelle des Oudayas en Rabat), Safi y Santa Cruz de Berbería (actual Agadir). Algo más al norte tenían cierta importancia Larache y La Mamora. El más importante de todos ellos era Salé, que pertenecía políticamente a Fez, e incluso llegó a ser, entre 1627 y 1630, una verdadera república independiente con un gobernador. En la segunda mitad del siglo XVIII el mayor desarrollo corresponderá a Mogador (actual Essaouira). Suponemos que debía haber algo de actividad pesquera en estos pueblos, pero no existe documentación ni en España ni en los archivos marroquíes. En cualquier caso, debía ser únicamente una pesca de costa, cuya producción se dedicaba solamente a la subsistencia, sacando y curando el pescado sin otro procedimiento que ponerlo al sol.
La actividad pesquera cobró impulso a partir de la firma de la Paz de los Pirineos en 1659; así se constata una mayor presencia de extranjeros.
Atrás quedaban las cabalgadas del siglo XVI en busca de esclavos, que se habían organizado desde Canarias con un importante apoyo por parte de su clase dominante. Las cabalgadas fueron las incursiones que durante los siglos XV y XVI realizaron los cristianos ibéricos en el territorio de Berbería; para unos eran penetraciones o razias guerreras en busca de botín, especialmente esclavos; para otros, simples actos de piratería terrestre. En 1572 Felipe II prohíbe realizar cabalgadas en Berbería. La razón obedecía a los deseos de llevar a cabo una política «pacifista» y de prudencia en el norte de África, justo en el momento de máxima expansión del Imperio Otomano en el Mediterráneo. Además, desde unos años antes se había incrementado la presión corsaria berberisca sobre Canarias, buscándose, por tanto, una actuación más defensiva que no pusiese en peligro la posesión de las islas. A pesar de todo todavía se realizaron expediciones puntuales hasta el final de la referida centuria18.
Desde que fueron prohibidas estas incursiones saharianas (a consecuencia de su política «pacifista» y de prudencia en el norte de África), el tráfico esclavista con esta zona se interrumpió casi en su totalidad para los canarios. Este hecho, unido al miedo a lo musulmán y a los ataques corsarios berberiscos, que afectarán cada vez más a Canarias, produjo una paralización de las relaciones comerciales, que podían haber sido beneficiosa tanto para las islas como para la propia monarquía hispana.
En esos momentos las cabalgadas eran frecuentes. Sabemos que produjeron pingües beneficios (calculado por el profesor Lobo en su Tesis Doctoral entre el 150 y 200 %) y constituyeron uno de los puntos de arranque del capitalismo, puesto que producían acumulación de capital que podía ser invertido posteriormente en aquellas formaciones sociales en que se produjo.
Desde el siglo XV, los señores de Lanzarote y Fuerteventura llevaron a cabo en torno a cien cabalgadas en Berbería, lo que constituyó un problema importante en las relaciones hispanas, por lo cual fueron suspendidas temporalmente hasta que en 1505 se reanudaron por merced de una cédula de la reina doña Juana y finalmente, como hemos señalado, en 1572, Felipe II las prohíbe de nuevo. Después de un periodo de cesantía en las citadas actuaciones, se reanudaron las incursiones en 1579 debido a las gestiones del regidor de Gran Canaria, Pedro de Escobar y, al año siguiente, los señores de Fuerteventura y las autoridades grancanarias organizaron varias cabalgadas nuevas19.
A pesar de las prohibiciones, todavía en las primeras décadas del siglo XVII se siguió albergando entre los mercaderes y las autoridades canarias la esperanza de reanudar un negocio tan lucrativo como eran las cabalgadas y los rescates con Berbería20, aunque estas se truncan finalmente, pero en 1611, Y a pesar de que se ha afirmado que durante el siglo XVII ya no se realizaron más cabalgadas, hubo una última expedición de este tipo21.
En las proximidades de Río de Oro pescaban longorones, lisas, lebranchos, machetes y cabazot, que es una especie de arenque grande del que se saca aceite los habitantes de la zona. También abundan congrios, morenas, rubios, salemas, remudos, casones, gatas, sueldes y jaquetas22.
Tenemos un buen ejemplo en el bergantín La Caridad, que fue a pescar desde La Palma. Zarparon el 6 de noviembre de 1822 y la campaña duró hasta el 29 de diciembre. Desde el principio del viaje fueron «echando las liñas» y pescando lo necesario para cenar, luego continuaban el viaje y a las cinco de la mañana avistaron la costa. Dos horas más tarde ya pudieron fondear en un lugar que llamaban la Puntilla Negra. Al día siguiente salieron a faenar y percibieron algunos cardúmenes así que echaron las lanchas; después siguieron navegando paralelamente a la costa hasta fondear cerca de donde llaman Punta Lirio. Otro día pescaron en Punta Gorda, donde avistaron otro barco canario que también faenaba en la zona; fondearon cerca del Roque del Sur, pusieron el bergantín a sotavento y allí mismo echaron las lanchas para pescar, y al regreso de las lanchas se descargó el pescado capturado. Mientras, navegaban por esa zona —generalmente llevaban la costa a la vista— pero cuando no veían peces estaban obligados a navegar mar adentro hasta localizar algún banco importante donde faenar con normalidad; entonces volvían a echar las lanchas al mar. También encontraron otros dos barcos más pescando en el Roque que procedían de Gran Canaria. Durante toda la campaña volvieron a hallarlos en diversas ocasiones. Alguna vez se vieron en la necesidad de desembarcar en tierra por alguna parte apropiada23.
En 1785 la Real Compañía Marítima había intentado instalarse en la costa africana. Trajeron muestras de pescados y producciones del interior del continente. Los promotores de la idea pensaban que sería muy conveniente para asegurar la pesca en la zona, contar con los pescadores canarios y asentarse en Río de Oro, que resultaba ser el lugar más apropiado de la costa. Se calculaba que la inversión podría recuperarse en dos años con la pesca de sardinas, a la que se añadirían los beneficios del ganado, lanas, gomas y orchillas que pudieran comerciarse con los árabes establecidos en Río de Oro. Solo se necesitaba fortificar una pequeña franja de tierra de menos de dos tiros de fusil (que es una cantidad imprecisa de unos pocos centenares de metros), por donde podían entrar los enemigos, para asegurar un terreno de dieciséis millas que se encontraba rodeado de mar con abundante pesca y pozos de agua en tierra.
La coyuntura internacional, en especial los periodos de guerras y las consecuencias de los tratados de paz firmados por las principales potencias europeas, incluida España, con el reino de Marruecos, fueron determinantes para la pesca en el banco sahariano.
La diplomacia hispana se transforma a lo largo del siglo XVIII con la dinastía borbónica en el poder. Ello tendrá repercusiones importantes en el banco sahariano porque las relaciones económicas con el mundo arabo-bereber y las hostilidades entre ambos pueblos incidirán en la dinámica económica y social del archipiélago canario. La monarquía hispana también se esforzó por impedir los intentos de otras potencias europeas de establecerse en la costa del noroeste africano.
A lo largo del siglo XVIII se firmaron diversos tratados de paz entre ambas coronas. Los momentos de belicosidad con esta área fueron menos abundantes; disminuyeron los asaltos por parte de piratas magrebíes. El fin del acoso corsario berberisco no se entiende exclusivamente por la presión militar de los países europeos. También debemos tener en cuenta los intentos de los estados del Magreb por promocionar su comercio exterior y los intentos por modernizar su administración.
Las rupturas comerciales eran terriblemente perjudiciales para ambas regiones, por lo que incluso en alguna declaración de guerra entre las coronas española y marroquí se especifica que la contienda afectará solo por tierra y que por mar se puede seguir negociando con total normalidad, lo que salvaguardaba toda la pesca en el banco sahariano que se veía a salvo de esas inclemencias.
A finales del siglo XVIII se reactivan pesquerías justo en el momento de la liberalización del comercio con Marruecos. A partir de 1765 se inician los contactos entre la corona española y el reino marroquí para el establecimiento de relaciones normales entre los dos estados con gran protagonismo del conde de Aranda. El sultán de Marruecos Sayyidi Muhammad b. ‘Abd Allah había tomado la iniciativa para restablecer relaciones. Carlos III envió al misionero franciscano fray Bartolomé Girón de la Concepción, que llegó a Tánger a finales de dicho año con instrucciones para llegar a un acuerdo que debería recoger un permiso para formar un establecimiento en la costa africana, destinado a que los pescadores canarios pudiesen dedicarse a la tarea de secar y curar el pescado. Sin embargo, los resultados no fueron positivos en este asunto24.
Los dos gobiernos acordaron que las embarcaciones españolas pusieran en la verga mayor, para que fuese bien vista, un gallardete blanco de grandes dimensiones para distinguir estas naves de las argelinas y evitar la confrontación con las de Marruecos. El 26 de febrero de 1766, el comandante general de Canarias, Miguel López Fernández de Heredia, mandó esta notificación a todos los puertos isleños.
A mediados de 1766 había llegado a España el embajador marroquí del emperador de Marruecos, Sidi Hamet Al Gazzali, que en la Gaceta de Madrid llamaban Al Gazel, cuyo viaje despertó la curiosidad de los españoles como prueban los grabados que le hicieron algunos pintores como Salvador Carmona y Antonio González Velázquez. Entabló negociaciones con el primer ministro hispano, el marqués de Grimaldi y. al año siguiente, el jefe de escuadra española, Jorge Juan, visitó Marruecos en misión diplomática firmándose el tratado de paz y amistad mencionado25. Este tratado de Paz y Comercio favorecía la pesca, pero los negociadores españoles trataron inútilmente de obtener la prerrogativa de establecer una factoría en la costa africana, aunque al menos obtuvieron el monopolio de pesca en la zona.
El control español sobre la pesca sahariana quedó refrendado con el tratado de Paz y Comercio con Marruecos de 1767, por el que obtuvo la libertad y el monopolio de pesca a lo largo de este litoral africano, aunque no se logró establecer, pese a los intentos, una factoría de apoyo a estas pesquerías, pero ese acuerdo mejoró ostensiblemente la situación de los pescadores canarios. No obstante, debemos diferenciar dos o tres áreas: entre el Cabo Aguer y Río de Oro; entre Río de Oro y Cabo Blanco y entre Cabo Blanco y el Banco de Arguín. Las relaciones con los pueblos africanos en esas costas no fueron similares, sino que cada región marcó unas pautas de actuaciones diferentes y definitorias26.
En efecto, el tratado de Marrakech fue firmado el 20 de mayo de 1767; se trataba de un acuerdo de paz y comercio entre Marruecos y España que concernía fundamentalmente a los derechos españoles de pesca en el banco sahariano. De hecho, como hemos apuntado, se otorga a España el derecho exclusivo a pescar en dichas aguas, pero para entrar en los puertos marroquíes los pescadores hispanos debían estar debidamente documentados por sus autoridades. Este acuerdo no fue fruto de una guerra, sino del deseo mutuo de establecer relaciones amistosas. El texto original en árabe (que no es exactamente igual que la traducción castellana) recoge en el artículo 18 que el monarca marroquí declina toda responsabilidad por lo que pueda ocurrir con los pescadores canarios en la costa desde Wadi Nun y «hacia más allá» por la existencia de árabes que, en ocasiones, se rebelaban en contra de su poder para escapar a su dominio, cosa contraria de lo que ocurría desde Agadir hacia el oeste que sí estaba bajo su control. La versión castellana recoge el deseo de Carlos III de «instalar un puesto de pesca» en la costa atlántica africana, cosa que no aparece en la versión árabe, sino únicamente el hecho de pescar27. En ocasiones, los pescadores canarios eran apresados y esclavizados por los pobladores de la costa al sur de Wadi Nun cuando se aproximaban mucho o descendían a tierra para descansar o repostar, casi siempre eran pequeños barcos con poca tripulación28. Es decir, que las pesquerías españolas se vieron favorecidas solamente de forma parcial.
En los informes elaborados para la formación de la Compañía Marítima de Pesca, se afirma que no habría que temer a los árabes porque las tierras del sur del río Nun no eran suyas. El comisionado, Jacinto Delgado, manifestaba que había hablado con los habitantes de la zona y decían que «aman a los pescadores» y hablaban bien español. En realidad, mientras otros permanecían paciendo a sus ganados, bajaban, en grupos de diez o doce, a robar pescado a estos españoles y aprovechaban los restos de los naufragios29.
El mismo comisionado apostaba por el control político de la costa sahariana, al amparo del desarrollo de las pesquerías, dejando así tres zonas de influencia futura en el África Occidental que supusiesen un equilibrio entre las tres potencias interesadas: Inglaterra entre Sierra Leona y Gambia, Francia en Senegal y España en torno a Río de Oro. En sus cartas se expresaba la buena amistad que reinaba entre los pescadores canarios y la población que vivía en estas tierras, no obstante salpicada de incidentes puntuales, algunos de ellos graves: sustracción de lanchas, robo por parte de canarios de mercancías como pieles y cera sin entregar nada a cambio, principalmente gofio, muerte de algún pescador, etc. A pesar de estos altercados, los intercambios mutuos fueron constantes y siempre se trató de cuidar la buena relación30.
Esta paz suponía para las actividades en el banco sahariano un avance importante en su economía, pudiendo entrar los barcos marroquíes en las islas realengas (Gran Canaria, Tenerife y La Palma) como ha sido analizado detenidamente por Arribas Palau31.
Después de este tratado de 1767 Mohamed III y Carlos III firmaron el convenio de Aranjuez en 1780, y luego se hicieron algunos arreglos posteriores, en 1785. Las iniciativas de Mohamed III trataban de garantizar la seguridad de la zona marítima frente a la piratería. Con anterioridad a 1767 Marruecos había firmado tratados en el mismo sentido con Dinamarca en 1751, con Holanda en 1754 y con Suecia en 1763. En 1767, aparte del tratado con España, se concluyó otro con Francia y, de nuevo, otro con Dinamarca. Para este entonces Marruecos era una relativa potencia marítima compuesta de 27.000 marineros que obligó a Suecia en 1758 ya Estados Unidos, posteriormente, a respetar sus condiciones.
El 31 de julio de 1772 la comandancia general de Canarias escribe al secretario de Estado, marqués de Grimaldi, para que evitasen traficar con los puertos de Marruecos a fin de evitar conflictos con ese reino. En agosto de 1772 encontramos dos embarcaciones españolas en el puerto de Agadir cargando pescados: una saetía catalana y un bergantín canario. Ambas llevaron una carta de recomendación del vicecónsul Pedro Suchita dirigida a al-Hasan b. Salem, quien detentaba la autoridad portuaria de dicha ciudad. La carta decía que ambas naves se acogían al acuerdo en vigor que no las obligaba a pagar más que sesenta y un pesos fuertes por todo derecho y ancoraje. Tenido conocimiento el sultán decretó que la saetía (de tres palos) pagase quinientos pesos fuertes y el bergantín (de dos palos) doscientos, sin cobrar nada por el pescado que tuvieran32.
En septiembre de 1774 ya se habla de ruptura del tratado de paz; en principio, se fija un plazo de seis meses conforme al capítulo 17 de dicho tratado. El acuerdo de 1766 se componía de diecinueve artículos. Nos parecen indicativos por su relación con la pesca en el banco sahariano: el octavo que especifica que solamente se podrá pescar en las inmediaciones de los puertos, si se dispone de una licencia, que el pescador debía presentar al alcalde del puerto, y este le asignaría los límites en que podría desarrollar dicha actividad y; por el artículo décimo octavo se concede únicamente a los españoles la posibilidad de pescar entre Agadir y el norte de Canarias33.
En octubre de 1774 se produce una ruptura de relaciones entre España y Marruecos por el ataque del sultán marroquí a la plaza de Melilla que desembocó en una declaración de guerra al año siguiente. Contamos con una carta desde Mogador, fechada a 20 de noviembre de 1774, en la que dice haberse declarado la guerra entre España y Marruecos.
En Canarias, el peligro de los asaltos por parte de los africanos llegó a constituir un riesgo importante para toda la navegación insular:
«... a causa de las Navegaciones que son inevitables, y no todos tienen fuerza para ellas, como también por el temor de los Moros, que suelen infectar aquellos mares»34.
La preocupación por un intento de entrada de invasores —corsarios berberiscos— fue constante y las consecuencias económicas en las ciudades canarias importantes. Las autoridades hispanas intentaron defenderse de esta amenaza organizando armadas para acabar con un determinado corsario, e intentando limpiar las aguas cercanas para que el comercio y la pesca no se viesen afectados.
Esta situación ha quedado reflejada en la mentalidad colectiva de los canarios desde la Edad Moderna hasta la actualidad. Diversos romances y expresiones, muchas de ellas de origen peninsular, estuvieron especialmente presentes en Canarias, tales como «moros en la costa» o «da más miedo que una lancha de moros».
Durante el siglo XVI el archipiélago tuvo cuatro grandes invasiones de corsarios magrebíes: la expedición de Calafat, desde Salé en 1569; la de Dogali «el Turquillo», desde Salé, en 1571; la de Morato Arráez desde Argel en 1586 y la de Xabán Arráez desde Salé en 1593.
Estas amenazas estuvieron presentes también durante todo el siglo XVII, e incluso el XVIII. En 1618 se repetirán de nuevo estos hechos con la invasión de Lanzarote, que constituye el episodio más destacado de los ataques berberiscos en esta centuria. La preocupación por un intento de invasión en los años siguientes fue constante y las consecuencias económicas importantes para Lanzarote35. La expedición corsaria de 1618 no solo atacó a esa isla. Una flota de veintisiete barcos saqueó la Gomera y se dirigió a Santa Cruz de La Palma, pero no pudo entrar; después se trasladó a la rada de Tazacorte, con igual resultado y tras nueve días se retiraron con destino hacia Argel, pero en alta mar fueron sorprendidos por el almirante Miguel de Vilazábal. Tras la de 1618 cesó la época de las grandes invasiones a gran escala, es decir, las que suponían la ocupación completa de una isla, sustituyéndose entonces por asaltos más continuos, pero también más puntuales e igualmente devastadores. La huella de esta actividad se perpetuó en el imaginario colectivo durante mucho tiempo. En un acta del cabildo de Lanzarote de 1749 se menciona la invasión de 1618 y se alude a una supuesta matanza de cuarenta personas en una boda, perpetrada poco después por los corsarios36.
Para evitar esto se instaló un sistema defensivo de vigilancia en las ciudades portuarias isleñas. Todos debían contribuir a la seguridad constante, entablando relaciones con los diferentes pueblos vecinos que pudieran ser ocasionalmente enemigos para afianzar una paz estable y, al mismo tiempo, mantenían una posible defensa militar contra probables asaltantes marítimos. Se formó un ejército que pudiera responder permanentemente a este peligro: las Milicias Canarias.
En 1587 llegó a Canarias el ingeniero militar Leonardo Torriani con órdenes de reforzar las fortificaciones insulares, pero sus informes, como los de su sucesor Próspero Casola, fueron escasamente llevados a la práctica37.
Las expediciones de corsarios berberiscos en tierra se limitaron, por lo general, a incursiones en lugares poco habitados38, lejos de las ciudades. Sin embargo, fue constante el miedo a una invasión. Canarias seguía siendo una tierra de frontera39, elemento fundamental para comprender su evolución durante el Antiguo Régimen.
En 1701 el cónsul de Francia en Canarias, Mustelier, advertía el perjuicio para el comercio general, tras haberse sufrido varios asaltos40. Pero aunque el acoso corsario berberisco decayó en el siglo XVIII, todavía continuó hostigando hasta el final de esta centuria. En fecha tan tardía como 1755, los informes consulares franceses hacían todavía referencia a esta constante amenaza41.
Hubo miedo a las represalias por parte de magrebíes, por ello la población quería que se impidiesen asaltos a las vecinas costas africanas. Contamos con el relato de un episodio descrito por el marino británico G. Glas, que en 1764 describe lo acontecido con un barco pesquero canario que trajo desde las costas del Sáhara al puerto de Las Palmas a dos jóvenes de ambos sexos de once y nueve años; las quejas de los vecinos lo llevaron ante la Real Audiencia pidiendo que fueran devueltos a su origen42. En cualquier caso, estas aprehensiones fueron disminuyendo conforme avanzaba el siglo XVIII.
Incluso una vez que se decreta el comercio legal con Marruecos, en la segunda mitad del siglo XVIII, no desaparecen los episodios de capturas de rehenes canarios, bien fuera por argelinos, o por sectores de población incontrolados de la autoridad del sultán. En 1770 se informa, desde Santa Cruz de Tenerife, que un barco que había salido de Gran Canaria hacia Lanzarote se desvió de su ruta por tiempos contrarios y llegó a la costa de África, donde la mayoría de sus tripulantes y pasajeros fueron apresados por algunos moros43.
Los ministros borbónicos intentaron paliar la situación de peligrosidad general de la Corona española, así Bernardo de Ulloa en su interés por mejorar la actividad productiva afirmaba que era «necesario providenciar la seguridad a las embarcaciones de pescadores» y de los puertos, para lo que era preciso dar respuesta militar al corso norteafricano; por su parte, Ustáriz era partidario de crear guardacostas para dar mayor seguridad a la actividad marítima del litoral español44.
Sin embargo, en el último tercio del siglo XVIII en un pormenorizado informe que envía el marqués de Velamazán al comandante general de Canarias, Miguel López Fernández de Heredia, reconoce que en ninguna de las siete islas existen fortificaciones suficientes para resistir una invasión45.
A mediados de 1779 se reanudaron las relaciones entre España y Marruecos. Carlos III autorizó abrir determinados puertos peninsulares, primero a los barcos de Salé y posteriormente se extendió a otros puertos. Esto llevó a la firma de un nuevo acuerdo en mayo de 1780, el convenio de Aranjuez, ratificado a fines de ese mismo año, que restablecía las relaciones comerciales entre ambos reinos46.
A la muerte de Mohamed III en 1790 le sucede su hijo Mohamed Lyazid, quien adoptó una nueva política hacia España. En 1791 se declara una guerra entre ambos reinos.
Los viajes a las costas del Sus dieron unos beneficios notables. En 1784 el Cabildo de Gran Canaria computaba el beneficio para esa isla en 100 000 pesos, y apuntaba que constituía el principal ramo del comercio activo en esos momentos47. Ledru señalaba que cada viaje reportaba alrededor de mil piastras48. Estas cifras nos demuestran que durante todo el Antiguo Régimen, a pesar del anquilosamiento de la técnica, la captura del pescado en Berbería proporcionó riqueza continua a la economía canaria y a las familias que se dedicaban directamente a ella.
En España los desastres militares y diplomáticos habían sido tan grandes por los conflictos con la Francia revolucionaria que produjeron un eclipse temporal de Godoy y el ascenso de representantes de la Ilustración como Mariano Luis de Urquijo, que fue responsable del ministerio de Asuntos Exteriores. Urquijo ascendió al cargo de primer secretario de Estado, donde permaneció por dos años. Saavedra, Jovellanos y Urquijo encabezaron en este breve tiempo el gobierno más ilustrado del Antiguo Régimen en España. En este periodo se acuerda el Tratado de Mequinez, firmado el 1 de marzo de 1799, que renueva los tratados anteriores y vuelve a insistir en que se puede pescar sin problemas al norte de Wadi Nun, pero sin que se establezcan puestos en la costa. Concretamente en el artículo 35 se asegura la tranquilidad de los pescadores canarios al norte de Agadir; incluso en el artículo 22 el rey marroquí se compromete a poner los medios necesarios para liberar a aquellos canarios que hubiesen sido capturados por los habitantes de esos lugares, y el artículo 37 da potestad a las autoridades marroquíes para señalar los lugares exactos en los que se puede faenar. El mismo embajador español en Marruecos avisó que sería más seguro pescar al norte de dicho río para no perder la protección del monarca marroquí49.
El 18 de julio de 1800 el gobierno español escribe al comandante general de Canarias, notificándole que el rey de Marruecos ha comunicado a todos los cónsules extranjeros que iba a retirar todas las patentes de sus barcos, para evitar las continuas reclamaciones sobre las restituciones de propiedades interceptadas por barcos de pabellón marroquí. Concedía un plazo de seis meses para las embarcaciones que se hallasen navegando en aquellos mares:
«Que concluido este plazo rogaba a los Gobiernos europeos no permitiesen que en sus puertos se cargase buque alguno bajo pabellón Marroquí, sino que los obligasen a volver a su país siendo las embarcaciones propiedad legítima de Moros; y que siendo de pertenencia de europeos (como hay muchas) con contratas simuladas de venta a favor de los Moros, se retiren los pasaportes Marroquíes de manos de quien los tenga, se hagan desembarcar las tripulaciones morunas, y se las obligue a regresar a su tierra…»50
Esta documentación resalta la buena armonía entre los dos reinos y confirma que han seguido navegando diferentes buques bajo pabellón marroquí.
Después de las guerras europeas de finales del siglo XVIII y de principios del XIX, el monarca marroquí Moulay Sliman toma conciencia también de la debilidad militar de su país. Era evidente que tecnológicamente había un desfase a favor de las armadas europeas del momento, que aventajaban a todas las del resto de continentes a nivel planetario. Parece razonable pensar que las noticias que le llegan sobre el tema de la potencia de las armadas europeas, de su armamento, de su estrategia, le hacen temer toda confrontación con un Estado de Europa. Así, a principios del XIX Moulay Sliman utiliza una política defensiva, una política de asentamiento de tropas que caracterizará las relaciones de Marruecos con Europa durante todo el siglo XIX51.
En el siglo XIX, desde 1813, España gestionará en Viena una solución definitiva al problema del corso berberisco, por medio de una expedición punitiva internacional contra las regencias norteafricanas. La toma de Argel por los franceses en 1830 inaugura una nueva fase de los intereses europeos en el norte de África, y las apetencias coloniales del siglo XIX, que implicaban la dominación efectiva del territorio africano, pusieron fin, prácticamente, al fenómeno de la piratería berberisca y con ello acabó ese miedo a las invasiones norteafricanas.
1 A.G.S. (Archivo General de Simancas) Cancillería. Registro del Sello de Corte, Sig: RGS, 149003,116, s/fol.
2 Antonio Rumeu de Armas, España en el África Atlántica I, Madrid, 1956, p. 486. No obstante, hubo una prohibición de pescar en Cabo Bojador y en Angra de los Caballos fechada el 7 de marzo de 1490 (A.G.S. Cancillería. Registro del Sello. Sig: RGS 149003, 116).
3 A.H.P.L.P. (Archivo Histórico Provincial de Las Palmas) Escribano MOYA, Francisco de, Leg. 1.208, año 1660, Gran Canaria, fol. 26 r-v. En febrero de 1660, el capitán Miel Feutrel, holandés, vecino de Flesinga en Zelanda, maestre de la nao “El Castillo de la Torre”, que estaba surta en el puerto de La Luz, dijo que se encontraba para ir a pesquería al castillo de Arguín.
4 Luís del Mármol Carvajal, Descripción General de África, I, Madrid, 1953, p. 2 v.
5 A.G.S. Cámara de Castilla, Sig: CC, CED, 5, 180,8, s/fol.
6 A.G.I. (Archivo General de Indias) Patronato, Sig: 170, R.5.
7 Jorge Onrubia Pintado y María del Cristo González Marrero, «The Archaeology of the Early Castilian Colonialism in Atlantic Africa. The Canary Islands and Western Barbary (1478-1526) », S. Montón-Subías, M. C. Berrocal y A. Ruiz Martínez, eds., Archaeologies of Early Modern Spanish Colonialism, Cham (Suiza), 2016, 119-151, p. 123 y 127.
8 Antonio Rumeu de Armas, «La torre africana de Santa Cruz de la Mar Pequeña», Anuario de Estudios Atlánticos, 1 (1955), p. 65. y A.M.C. (Archivo del Museo Canario) Colección de Documentos de Agustín Millares Torres, T. XI, Leg. 5, fol. 58 r-58 v. Contamos con un estudio monográfico sobre las cuentas de la construcción de dicha torre en Eduardo Aznar Vallejo, María del Cristo González Marrero y Alejandro Larraz Mora, “Las cuentas de la armada, fuente para el estudio de la vida cotidiana. Gran Canaria en 1496”, Coloquios de XIII Historia Canario-Americana VIII Congreso Internacional de Historia de América (AEA) 1998, Las Palmas de Gran Canaria, 2000, 2244-2259.
9 Mariano Gambín García, La torre de Santa Cruz de Mar Pequeña. La huella más antigua de Canarias y Castilla en África, Santa Cruz de Tenerife, 2015, p. 47.
10 Felipe Fernández Armesto, Las Islas Canarias después de la conquista, Las Palmas de Gran Canaria, 1997, p. 124.
11 Eduardo Aznar Vallejo, «Castilla y la Berbería de Poniente. Expansión comercial y control político», Strenae Emmanvelae Marrero Oblatae, I, La Laguna, 1993, p. 95.
12 Pelayo Alcalá Galiano, Santa Cruz de Mar Pequeña. Pesquerías y comercio en la costa noroeste de África, Madrid, 1900, p. 71.
13 A.R.A.H. (Archivo de la Real Academia de la Historia) Manuscrito. Sig: 9/5918.
14 A.R.A.H. Manuscritos. Sig: 9/5918. Este documento está reproducido íntegramente en Javier López Linaje y Juan Carlos Arbex, Pesquerías tradicionales y conflictos ecológicos 1681-1794, Madrid, 1991, p. 189-204.
15 Los Quadernos del comerciante de la calle de la Peregrina Don Antonio Betancourt 1796-1807. Las Palmas de Gran Canaria, 1996, p. 100. Con introducción y estudio de Antonio de Bethéncourt Massieu.
16 Manuel Lobo Cabrera, «Los vecinos de Las Palmas y sus viajes de pesquería a lo largo del siglo XVI. Otros datos para su estudio», III Coloquio de Historia Canario-Americana (1978). Las Palmas de Gran Canaria, 1980, 401-429, concretamente en p. 406. Los puntos más frecuentados dentro de la costa atlántica marroquí por pescadores españoles fueron el cabo Espartel, la zona comprendida entre los ríos Lukus y Sebú (especialmente merluza), y las aguas aledañas de Azammor como ha estudiado Antonio Rumeu de Armas, «Las pesquerías españolas en la costa de África (siglos XV-XVI)», Anuario de Estudios Atlánticos, 23 (1977), 349-372, particularmente en p. 350. Para el siglo XVII tenemos el artículo de Germán Santana Pérez, «Las pesquerías en Berbería a mediados del siglo XVII», Tebeto. Anuario del Archivo Histórico Insular de Fuerteventura, 8 (1995), 15-29; destaca la importancia de esta pesca en relación al número de personas que dependían económicamente de esta actividad, p. 18.
17 A.H.N. (Archivo Histórico Nacional) Estado, Leg. 3218.
18 Germán Santana Pérez y Juan Manuel Santana Pérez, La puerta Afortunada. Canarias en las relaciones Hispano-Africanas de los siglos XVII y XVIII, Madrid, 2002.
19 Antonio Rumeu de Armas, Piraterías y ataques navales contra las Islas Canarias, I, Madrid, 1947, 216-217; Pedro Cullén del Castillo, Libro Rojo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1947 y Manuel Lobo Cabrera, La esclavitud en las Canarias Orientales en el siglo XVI. Negros, moros y moriscos, Las Palmas de Gran Canaria, 1982, 56, 63 y 89; id., “Los antiguos protocolos de Fuerteventura (1578-1606)”, Tebeto. Anexo II. Anuario del Archivo Histórico Insular de Fuerteventura, 1991, 28-29.
20 A.M.L.L. (Archivo Municipal de La Laguna) Libro 2º de Reales Cédulas y provisiones del primer oficio de Cabildo, fol. 211 r-v. Así, en 1603, Tenerife solicitó ante el Rey el poder realizar entradas en tierra de alarbes, no siendo vasallos del Jerife.
21 A. A. (Archivo de Acialcázar) Berbería, s/fol.
22 A. G. M. A. B. (Archivo General de Marina Don Álvaro de Bazán) Matrícula. Asuntos Particulares. Leg. 1.984, 29 de marzo de 1803, s/fol.
23 B. S. C. L. P. (Biblioteca de la Sociedad Cosmológica La Palma) Sig. Número de Registro 4.665 y S.—C.: 6-C-53. Cuadernillo de Vitácora (sic) diario que con favor de Dios voy a seguir, de este Puerto de la isla de La Palma, a la Costa de África, a la pesca del Salado, en el Bergantín la Caridad, principiado hoy 6 de noviembre de 1822, escrito por Antonio Felipe Carmona. 61 fol.
24 Mariano Arribas Palau, «Canarias en los tratados entre España y Marruecos», II Aula Canarias y el Noroeste de África (1986), Las Palmas de Gran Canaria, 125-144, concretamente p. 127.
25 Vicente Rodríguez Casado, Política marroquí de Carlos III, Madrid, 1946, 69-133.
26 Juan Manuel Santana Pérez y Germán Santana Pérez, La pesca en el banco sahariano. Siglos XVII y XVIII, Madrid, 2014.
27 Mohamed Larbi Messari, «El tratado de 1767 como fundamento de los derechos históricos de España sobre el Sáhara occidental», V. Morales Lezcano y J. Ponce Marrero, eds., Canarias y el noroeste de África. Historia de una frontera, Las Palmas de Gran Canaria, 2007, 13-20.
28 Ramón Lourido Díaz, Marruecos y el mundo exterior en la segunda mitad del siglo XVIII, Madrid, 1989, p. 175.
29 A.G.M.A.B. Matrícula. Asuntos Particulares. Leg. 1.984, 29 de marzo de 1803, s/fol.
30 A.H.N. Estado, 3000, nº 22.
31 Mariano Arribas Palau, “Notas sobre el abastecimiento de granos a Canarias desde Marruecos (1769-1789)”, Anuario de Estudios Atlánticos, 25 (1979), p. 359.
32 Mariano Arribas Palau, “El general López Fernández de Heredia, Canarias y Marruecos”, Anuario de Estudios Atlánticos, 29 (1983), 444-450.
33 A. B. S/C.TFE. (Archivo de la Biblioteca de Santa Cruz de Tenerife) Miguel López Fernández de Heredia, Caja 52, 26-2-1776 a 2-12-1774.
34 B. L. (Archivo de la British Library) The Department of Manuscripts, Additional, Leg. 25.090, fol. 47 v.
35 Luis Alberto Anaya Hernández, «La invasión de 1618 en Lanzarote y sus repercusiones socioeconómicas», VI Coloquio de Historia Canario-Americana, III, Las Palmas de Gran Canaria, 1984, 193-223. También existe un trabajo sobre el miedo a los saqueos por parte de norteafricanos pero en Cataluña: Eloy Martín Corrales, «El miedo a los corsarios norteafricanos en la mentalidad colectiva catalana del siglo XVII», VIII Jornades d’Estudis Histórics Locals. El comerç alternatiu. Corsarisme i Contraban (siglos XV-XVIII), Mallorca, 1990, 217-230.
36 Luis Alberto Anaya Hernández, Moros en la costa. Dos siglos de corsarismo berberisco en las Islas Canarias (1569-1749), Las Palmas de Gran Canaria, 2006. El capítulo XII de esta magistral obra: «Las huellas del miedo y cómo combatirlo», pp. 247-264, es una perfecta constatación de lo que estamos analizando.
37 Manuel Lobo Cabrera y Fernando Bruquetas de Castro, El ingeniero militar Próspero Casola y Canarias (escritos, informes, y descripciones), Las Palmas de Gran Canaria, 2014.
38 A. A. Guisla, s./fol. En junio de 1690 dos navíos de Argel saltaron a tierra en la costa de Tijarafe (La Palma), haciendo algunos destrozos.
39 A.G.I. (Archivo General de Indias) Escribanía, 948 B, fols. 14 v.-15 r. Así lo afirmó en 1623 Andrés Bandama, personero general de Gran Canaria.
40 C. A. R. A. N. (Centre d´Accueil et de Recherche des Archives Nationales), Affaires étrangères, B/I/1072, s./fol.
41 C. A. R. A. N. Affaires étrangères, B/III/7, s./fol.
42 George Glas, Descripción de las Islas Canarias (1764), Santa Cruz de Tenerife, 1982, p. 161.
43 A.H.N. Estado, leg. 4351/3, s./fol.
44 Bernardo de Ulloa, Restablecimiento de las fábricas y comercio español (1740), Madrid, 1992, 135-138.; Carlos Martínez Shaw, «La pesca en los economistas españoles del siglo XVIII». Actas del VII Congreso Internacional de Historia de América, Zaragoza, 1998, 1675-1690.
45 A.G.S. Secretaría de Guerra, Leg. 3.797, Expediente 5, s/fol.
46 Mariano Arribas Palau, Las relaciones hispano magrebíes en el siglo XVIII, Madrid, 2007, 297-324.
47 A. A. Cabildo Secular de Canaria II, s./fol.
48 André-Pierre Ledru: Viaje a la Isla de Tenerife (1796), La Orotava, 1982, p. 95.
49 John Merce, Spanish Sahara, London, 1976, p. 97.
50 A.R.S.E.A.P.TFE. (Archivo de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife), Fondo Rodríguez Moure, Sig: 20/44, Leg. 147, fol. 206 r.
51 Amina Irai-Aouchar, «Les relations du Maroc avec l´Europe à l’époque de la revolution française et de l’empire (1789-1815)», Hespéris-Tamuda, 28 (1990), 29-46, p. 45-46.