PASTELAZO GORDO

La carta lo esperaba en el buzón, sobresaliendo levemente por la ranura. Por su aspecto estándar dedujo que se trataba de un asunto administrativo, de modo que la subió a casa silbando en el ascensor y con el regusto dulzón del café de un bar cercano. En cuanto leyó las primeras líneas su visión se tiznó de un ligero tono rojizo que pronto viró al violeta. Su corazón le dio un salto en el pecho y brutalmente quedó arrancado de la sensación de ligereza que acababa de saborear corriendo al trote por las cuestas del Parque del Oeste.

«Debe de ser otro, que casualmente se llama como yo. Quién sabe, a veces suceden estos azares... pero esta dirección es la mía, y este es mi buzón. Y este Rafael Salmerón Olarte que aparece como destinatario soy yo también. ¿Y si fuera un perverso que tiene el mismo nombre y se ha entretenido en buscar a un homónimo para facilitar mi dirección y sacarse el muerto de encima? ¡Lo que sí tengo claro es que yo no he cometido ni uno solo de los delitos que aparecen aquí!»

Sentado en el sillón más cómodo de su salón, el que reservaba para cavilar cuando tenía cualquier dilema, Rafael reía nervioso, como un niño tonto que tiene la vaga noción de haber hecho algo mal y no quiere saber el qué.

«Delito de odio, injurias a la Corona...». Rafa leía las acusaciones como si fueran con otra persona. Al cabo de unos minutos de leer y releer las líneas de la convocatoria ante el juez, le bailaban las palabras ante sus ojos alucinados: «Audiencia Nacional (...) Villa de Madrid, a 21 de abril de 2017 (...) le apercibo que tiene obligación de comparecer (...) y para que sirva de citación a la persona cuyo nombre y dirección consta al pie de la presente, extiendo esta cédula en…».

Recordó de pronto el consejo lejano de un amigo, cuando le explicó que en momentos de gran estrés conviene cerrar los ojos y hacer ejercicios de respiración ventral para evacuar la tensión y recobrar la calma. Fue apenas un pensamiento fugaz, porque la ira le ascendió apremiante desde las entrañas como una columna de lava.

Qué carajo es esto, se preguntó apretando los dientes. Se había puesto de pie, con la mirada perdida, primero en el blanco de la página, luego analizando estúpidamente los cuarteles del escudo oficial: Castilla, León, Navarra, Aragón, Granada, las columnas de Hércules, la flor de lis...

¡Qué carajo es estooooooooo!

Encendió al fin su ordenador y descubrió el pastelazo que explicaba la carta. Veamos.

Desde 2010, Rafael Salmerón había utilizado en Twitter la cuenta @Rafa_Salmuera, y esto porque su nombre y apellido ya estaban tomados, y por una suerte de prurito estético le fastidiaba añadir un número detrás. Ese truquito es cosa de chonis, solía decirles a sus clientes. En su foto de perfil se le veía a él —gafas de sol, pelo negro, barba apurada— sentado en una terraza de Navalcarnero, en la plaza Segovia. La instantánea era de una sobremesa memorable con los amigos y le pareció que su semblante se avenía bien con el postureo que se debe en las redes sociales: por encima de todo, transmite la impresión de que te va bien y vas a más.

Pues bien, desde fines de 2013, esto es, tres años y medio antes de la carta que tenía entre sus manos, una cuenta con la misma foto y el nombre de usuario @Rafita_Salmuera se había dedicado a trolear generosamente a toda una serie de personalidades, colectivos e instituciones, lo que terminó por llamar la atención de la Guardia Civil. Hay que decir que su doble se había despachado a gusto, sin distinción de ideología, género, edad o nacionalidad. Y que su predicamento era incomparablemente mayor, pues en ese momento tenía más de 32.000 seguidores, frente a sus modestos 1.243.

La cuenta había arrancado en noviembre de 2013 cargando contra un blanco de lo más extraño: los pelirrojos. Toda una serie infantiloide y no menos virulenta contra esa raza de «pecosos, pelo de zanahoria y pieles de sapo», culpables de todos los males de la humanidad, por hacer una síntesis de los tuits que Rafael Salmerón empezó a hacer desfilar en la pantalla. El último de ellos era especialmente amenazante y no menos insólito en su «interpretación» sui generis de la genética humana: «todos sabemos que estáis hermanados con los albinos, esos mismos a los que se asesina en ciertos países africanos por considerárseles como seres endemoniados».

A continuación, y dejando de repente en paz a los pelirrojos, su doble adoptaba un tono aristocrático contra todos aquellos que visten camisa de manga corta o pantalón corto. Estos eran calificados de «horteras» y «hombres sin dignidad alguna», sobre todo «los paticortos, que luciendo así de impúdicamente su desproporción, parecen ufanarse de una tara física y también seguramente moral, pues lo uno va acompañado de lo otro».

De ahí en adelante, el hilo de mensajes perdía su disciplina para dedicarse a disparar mensajes racistas contra africanos, árabes, asiáticos «de esos tan amarillos que parecen sufrir hepatitis crónica», y también caucásicos, pues el tal Rafita_Salmuera no escatimaba insultos a «los anglosajones de piel pecosa», «los georgianos de occipital achatado» o «los franceses de napia desproporcionada». En el mismo apartado de la raza caucásica, y para que no se diga, la cuenta atacaba a los demasiado morenos, los demasiado rubios y de paso a las mujeres de tobillos gruesos, «tan gruesos que parecen caballos percherones» (y qué le habrán hecho estos, se preguntó Rafa_Salmuera, el de la calle Altamirano de Madrid, que estaba leyendo todo estos dislates).

Como colofón a esta serie, y a modo de paso previo a lo que a continuación vendría, especulaba con una opción tan delirante como morbosa: «Como experimento antropológico, propongo lanzar en paracaídas, en los territorios bajo control de Dáesh en Irak y Siria, a los siguientes perfiles: narcos mexicanos, paracos y guerrilleros colombianos, mercenarios congoleños, y unos pocos chechenos. Diversión garantizada». Siguiente tuit: «o bien se neutralizan y exterminan entre ellos, o bien alumbran un nuevo fenotipo de hiperterrorista invencible». «En verdad no sería tan malo. ¡Menudo subidón para la industria armamentística!», remataba un tercer mensaje.

A partir de ahí, y sin mezclar los temas, pues en eso la cuenta tenía cierta disciplina, el discurso tomaba un cariz político. Y hay que decir que se mostraba igualmente generoso. Refiriéndose a la Casa Real se felicitaba de que «gracias al innegable acojone de su Filipina Majestad, la República está más cerca que nunca», y añadía que la familia se exiliaría «en breve» en Estados Unidos, a tenor de lo mucho que les gustaba «hacer turismo en ese país, al que por cierto han enviado a estudiar a su particular Cola de Cerdo1, alias Froilancito». De lo contrario, apostillaba en otro mensaje, «tendremos que arrear a esa insigne comitiva». «Id preparando fustas y espuelas, que a la hora de moverse, esta gente no entiende otro lenguaje», añadía por si las dudas.

Igualmente se despachaba a gusto con los independentistas catalanes, afirmando que los militantes de la ANC y Ómnium no eran más que «camisas pardas» y «peoncitos del fascismo» representado por su líder máximo, «el MH KRLS2, un lunático mesiánico y mentiroso compulsivo». La ola renovada del feminismo patrio tampoco parecía gustarle mucho, pues según el discurso de la cuenta de marras, el «puritanismo» de las feministas de nuevo cuño «solo puede rivalizar con el de mulás y ayatolas, con quienes están secretamente hermanadas». «Feminismo, sororidad, estrechidad», añadía en otro mensaje seguido de emoticonos sonrientes. Tampoco se olvidaba de los musulmanes, a quienes acusaba de «tener la mayor creatividad del mundo para inventarse rezos, fiestas y degüellos de corderos por tal de no trabajar». Y para compensar cargaba asimismo contra el mundo taurino, con una serie de fotografías de toreros en plena faena y mensajes en los que animaba al astado a «deshuevar al verdadero animal que tenían enfrente».

Y esto no era todo. Pues según supo, el Grupo de Delitos Telemáticos de la Guardia Civil había determinado en sus pesquisas que la IP desde la que se había manejado la cuenta era la de su ordenador portátil: 192.153.41.252. Ahí lo llevas.


1 Alusión al deforme personaje de «Cola de cerdo», que cierra la saga de la familia Buendía en la novela Cien años de soledad de Gabriel García Márquez.

2 Alusión al nombre de usuario en Twitter del ex presidente catalán Carles Puigdemont, @KRLS.