CAPÍTULO I
EMOCIONES
Las emociones son la brújula existencial que indica el camino único de cada cual, pues constituyen señales auténticas de quiénes somos y quiénes queremos ser. Son la raíz de toda vocación, la sustancia de cada pasión y el combustible que nos mantiene en acción para alcanzar el triunfo personal. Sin embargo, también suelen ser el motor de grandes infortunios y hechos dolorosos en la vida. Ellas están ahí, para bien o para mal, inherentes a la humanidad y tan naturales y cotidianas como cada amanecer; armónicas para quien se atreva a encontrarse, pero tal vez sombrías para quien huya de sí.
Tiempo atrás, su contraparte fue la racionalidad, baluarte del estoicismo: la preciada distinción del hombre por sobre lo animal. Pero hoy las emociones nos enaltecen agraciándonos con lo que jamás ninguna supercomputadora tendrá: el privilegio de sentir. Juntos, lo racional y lo emocional, son la clave de decisiones exitosas.
LAS EMOCIONES COMO SEÑALES EXISTENCIALES: EL SEXTO SENTIDO
Todas las emociones son un instrumento valiosísimo, puesto que nos brindan información existencial. Yo sostengo que son el sexto sentido que nos permite percibir lo importante en nuestra vida. Fijate, voy a poner en evidencia esto con una pregunta. Pensá en tu trabajo, tu pasatiempo o tu actividad favorita y respondeme: ¿cuál de los cinco sentidos te dice que eso que hacés es lo que te gusta? ¿Lo elegiste porque te gusta su aroma? ¿Tiene rico sabor? ¿Acaso una textura suave? ¿Lindo color? ¡No! Estoy seguro de que no elegiste tu trabajo o pasatiempo por su textura o por cómo huele, sabe, suena o luce. Es una sensación interna de disfrute especial que experimentamos cuando hacemos algo lo que nos indica que esa actividad nos gusta, y no los sentidos. Todos recordamos ese pasaje donde el zorro le decía al Principito: “No se ve bien si no es con el corazón, porque lo esencial es invisible a los ojos”. Las cosas importantes o esenciales las “vemos” con las emociones, nuestro “sexto sentido”. A mis consultantes siempre les digo: “El camino hacia tus objetivos está señalizado por dentro, jamás por fuera”. Es decir, no es lo que papá, mamá o la sociedad espera de vos lo que has de elegir, sino lo que dicte tu corazón.
En algunos casos esas señales del corazón son muy claras e intensas y casi no hay lugar a dudas respecto de cuál es el propósito en la vida de esa persona. Sin embargo, en mi experiencia y en la de mis consultantes, casi siempre existe un gran porcentaje de incertidumbre en todo lo que hacemos, sobre todo cuando nos estamos iniciando en algo. No siempre estamos tan seguros de que las señales de las emociones sean las correctas. Es que pocas veces, o más bien nunca, tenemos garantías de cómo resultará todo. Y ante esta inseguridad suelen cobrar fuerza las opiniones de terceros, en las cuales los deberías provenientes de padres, sociedad e instituciones suelen ser mandatos muy fuertes, que en muchos casos nos desorientan aún más.
Estas señales existenciales son simplemente emociones que van indicándote cómo te sentís respecto de algo. Puede que al imaginarte haciendo algo percibas una sensación de bienestar; o bien puede que lo sientas una vez que estés haciendo efectivamente esa actividad. Estas señales constituyen justamente tu vocación. La palabra vocación proviene del latín vocare, que significa ‘llamar’, ‘convocar’. La vocación es un llamado interior a hacer algo que posiblemente sea tan único e irrepetible como vos mismo.
No siempre entendemos estas señales en el momento; más bien suelen cobrar sentido más tarde. Se trata de tener perspectiva y mirar más allá de nuestro horizonte. Creo que las emociones están ahí para decirnos hacia dónde mirar, aparte de que carezcamos de explicaciones racionales, porque, como decía Pascal, “El corazón tiene razones que la razón nunca entenderá”. En otras palabras, quizás no estemos entendiendo, pero sí sintiendo. Intento decirte que el sentir y el intuir son herramientas de orientación existencial valiosísimas. La razón puede ayudarte a resolver problemas a corto y mediano plazo, pero las emociones te indican la dirección final. ¡Justamente eso significa la palabra sentir! Este verbo viene del término latino sent-, que significa ‘ir delante, tomar una dirección’; luego, de sentire, que significa ‘tener buen juicio, tener una opinión asentada respecto de algo’.
En este punto es crucial explicar que con “escuchar a tu corazón y guiarte por tus emociones” no me refiero a guiarte por impulsos o una postura hedonista que te habilite a hacer lo que se te cante cuando quieras. Hago la aclaración porque es común que, cuando les pregunto a algunos consultantes adolescentes qué les gusta hacer o cuál es esa actividad que los apasiona, me respondan: “Me encanta ver tele y jugar en la compu”, “Me encanta salir con amigos al boliche” o “Me encanta fumar”. Bien, estos no son ni por cerca indicadores de lo que te gusta hacer o del propósito de tu vida, sino que son más bien placeres efímeros que pueden desviarte de tus objetivos. Si bien sirven para relajarnos y distendernos, también pueden eclipsar los mensajes del corazón.
En síntesis, no estoy promoviendo un simple mensaje del tipo “Hacé lo que sientas”, porque esto es más bien escuchar los impulsos del instante y no tus sentimientos (que son mucho más estables). Las emociones que sí constituyen una verdadera guía existencial son las recurrentes, es decir, las que vienen a vos una y otra vez en diferentes momentos. Además, se dan en estados de calma y son más bien sutiles, mientras que las emociones intensas, excepcionales y del momento (un enojo, por ejemplo) casi nunca resultan una buena guía.
LA IMPORTANCIA DE VIVIR CONECTADOS AL PROPÓSITO DE VIDA
De adultos pasamos gran parte de nuestro tiempo en el trabajo. Para algunos, esto es una especie de cárcel o tortura; para otros, simplemente es un lapso de tiempo que se pasa muy rápido y hasta buscan extenderlo lo más posible. La diferencia está en que, si elegimos en delicada sintonía con nuestras emociones y nos atrevemos a correr ciertos riesgos, encontraremos el trabajo que nos llenará de energía toda la vida. Como dicen por ahí: “Si eliges un trabajo que amas, no tendrás que trabajar ni un solo día”.
Una de las preguntas clásicas de coaching para encontrar eso que te apasiona hacer es: “¿A qué te dedicarías si supieras que el éxito está absolutamente asegurado?”. La respuesta a esta pregunta es la punta del hilo conectado con tu propósito de vida, pues aquí estás quitando los miedos del medio, dejando lo que realmente te gusta. Muchos, ante esta pregunta, dicen: “Ah, bueno, si supiese que sería exitoso, me dedicaría a la cocina… a la música… a la astrología…”. Muy a menudo el miedo a fracasar nos impide seguir ese impulso del alma. Nos ponemos impacientes y creemos que esa guía interna no hará más que extraviarnos; entonces, desesperadamente volvemos atrás a un punto de seguridad. Pero ya sabemos muy bien que, para crecer y encontrar eso que amamos hacer, hemos de correr ciertos riesgos y definitivamente salir de la zona de confort.
El miedo al fracaso nos está alertando de un posible peligro, que puede deberse a expectativas demasiado altas, falta de preparación, baja autoestima, etc. Sin embargo, por lo pronto, es importante conectarse con lo que uno quiere hacer más que con los “peros”. Luego veremos el cómo (desarrollar habilidades): primero está encontrar el qué hacer.
Estoy convencido de que el objetivo de la educación mundial del siglo XXI debe ser entrenar a niños, adolescentes y adultos para que aprendan a escuchar las señales del corazón y confiar en ellas, pues así encontrarán su propósito en la vida. En el mundo no necesitamos tener más éxito, sino más gente que ame lo que hace. Así tendríamos una sociedad más satisfecha y feliz, y consecuentemente, en paz. Es esta una de las principales metas de la Educación Emocional: el autoconocimiento. Entrenar a las personas para prestar atención a la vida emocional va a contribuir a conectarnos con quienes somos, y desde ahí, desde la propia aceptación y el autorrespeto, podremos aceptar la diversidad y evitar la competitividad, la discriminación y la segregación, que tanto daño ocasionan.
Para encontrar el propósito en la vida, hemos de conocernos muy bien. Hoy sabemos con toda certeza que una de las claves de la felicidad es tener un propósito en la vida, (1) por eso uno de los objetivos de este libro es ayudarte a descubrir el tuyo.
CÓMO ENCONTRAR EL PROPÓSITO (EL QUÉ HACER): PLACER VS. DISFRUTE
Para encontrar el propósito de vida, es clave entender los conceptos de placer y disfrute. Ambos se refieren a emociones agradables y muy importantes para una buena calidad de vida. La diferencia radica en que el placer es totalmente pasivo. Podés experimentarlo cuando estás viendo tele, durmiendo o sentado cómodamente en un sofá. Mientras que el disfrute es activo, requiere de una acción. Dicho de otra manera, lo vivenciás cuando hacés algo, por ejemplo, jugar un partido de fútbol o una partida de ajedrez, leer un libro, resolver un problema matemático, conversar, tocar la guitarra, cantar, bailar, etc. El disfrute te indica cuándo una actividad te resulta muy agradable y representa un desafío a tus capacidades, y es ahí donde está tu propósito de vida. De modo que lo que estoy proponiendo es que encuentres disfrute, que requiere hacer algo, y no mero placer, que no requiere actividad alguna.
Insisto: las emociones son auténtica información existencial de lo que te gusta hacer, y eso solamente lo descubrirás haciendo, no tirado en el sofá viendo tele o tomando una cerveza. Quien gusta de la música se siente naturalmente atraído a ella y puede pasarse con su instrumento musical horas y horas, eligiendo esto por sobre un montón de otras cosas. Al que le gusta el futbol se le pasan las horas jugando con la pelota como si fuesen segundos. Y así, “cada loco con su tema”, como dice Serrat.
¿Y SI NO ENCUENTRO MI PROPÓSITO DE VIDA?
Esta propuesta de encontrar lo que disfrutás –de hacer lo que amás– es un proceso, no algo que acontece de un día para el otro. Los comienzos pocas veces son fáciles y suelen estar cargados de frustraciones. Hay quienes no toleran no saber qué pasará; desesperan, y al no encontrar, o mejor dicho, al no confiar en una respuesta que provenga del interior, miran hacia fuera buscando algo que los oriente. Es sabido que, cuando las personas están en problemas, al no poder resolver la situación por sus propios medios se fijan en sus pares para ver cuál podría ser la solución, o bien buscan algún referente o autoridad en el tema que les dé una respuesta providencial. Así se convierten en sujetos muy influenciables por lo que hace la mayoría. He aquí que, cuando nos entra la duda o la incertidumbre, tendemos a masificarnos y hacer lo que todos hacen, y estamos muy dispuestos a dejar entrar los deberías en nuestras creencias. Porque “es lo normal”, decimos, pero de esta forma nos alejamos de nuestro camino.
Existe todo un bombardeo mediático, sistemático y constante, con el propósito de inocularnos necesidades e imponernos senderos que no son propios. Son mandatos marketineros que terminan por hacerse parte de las personas y finalmente de las sociedades (y viceversa). Así, muchos son marionetas que viven toda una vida según algún otro, compelidos a comprar y hacer cosas que no saben si quieren realmente. Quedan atrapados en la imposible tarea de intentar llenar con el tener un vacío existencial, un hueco que solo puede llenarse con la construcción del propio ser. La ecuación es simple: generar personas sin tolerancia a la frustración, a la incertidumbre, para que desesperen fácilmente y dejen de buscar dentro de ellas lo que necesitan y lo que las hace felices. Entonces, cuando miren fuera para encontrar una respuesta, habrá carteles grandes y luminosos que los inviten a entrar a los comercios para comprar eso que necesitan para su felicidad. Casi todo el comercio está basado en la llamada industria del miedo, un tramado de manipulación de conductas y movilización de emociones en los consumidores. Por esta razón las “emociones del momento” suelen ser una guía errónea.
Por otro lado, también están aquellos quienes, cuando les pregunto: “¿Qué te apasiona hacer?”, me responden: “No sé, no me gusta nada”. Les pregunto: “¿Cómo sabés que no te gusta nada?”, y me dicen: “Porque hice de todo y no me enganché con nada”. Entonces profundizo: “¿Por cuánto tiempo te mantuviste haciéndolo?”, y me responden: “No, bueno, en realidad como no me enganché, lo dejé”. ¡He aquí el problema! Dicen más o menos esto: “No seguí porque no me enganché y no me enganché porque no seguí”. Es que eso de pensar que uno va a quedar encantado de buenas a primeras con una actividad equis es una falacia peliculera. Para que eso pase es necesario zambullirse: conocer y vivenciar en profundidad aquello que elijas. Si luego de un tiempo no sentís necesidad de volver y aprender más, podés buscar en otro lado. Se trata de buscar y buscar, haciendo y haciendo, equivocándose y equivocándose. Muy a menudo recorremos todo un camino para descubrir que no nos lleva donde deseamos: ¡no importa! No es una pérdida de tiempo, todo es aprendizaje. Probá diferentes actividades, zambulléndote una y otra vez, hasta que, al dar con tu propósito, sentirás algo muy especial. Avanzá en esa dirección y descubrirás con el tiempo que no te quedarán dudas. Entonces tendrás que tolerar frustraciones y superar ciertos obstáculos o –como me gusta decir– “peajes emocionales” para dar con el propósito. Sin embargo, como dije, existen casos excepcionales en los que algunos sujetos se sintieron profundamente atraídos por una actividad y desde un primer momento se fascinaron para el resto del viaje.
Me pasó que cuando elegí ser psicólogo percibí que esta elección vocacional no fue muy bien recibida en mi familia (sobre todo si considerás que la mía es de comerciantes de autos). Cuando un adolescente que “no sabe lo que quiere” elige algo que difiere del mandato familiar, suele ser una apuesta difícil. El caso es que para mí era definitivamente una elección desafiante, que no tenía muchos refuerzos positivos de mi entorno más cercano. Así es que me encontraba ante dos caminos: seguir lo que me indicaba mi cerebro o parte racional, que insistía en que “Como psicólogo te vas a morir de hambre, en el comercio se gana más”; o a mi corazón, que me decía: “Podrás venirme con los argumentos que quieras, pero sabés bien que la psicología es lo que querés. Ayudar escuchando a la gente es lo que te gusta”. Ya sabés, afortunadamente decidí escuchar a mi corazón y convertirme en psicólogo. Me siento un bendecido de la vida al hacer todos los días algo que disfruto tantísimo, pero, te confieso, no fue sin antes sufrir un buen tiempo la incertidumbre de estar o no en el camino correcto.
Como dijimos, entonces, las emociones, cuando son recurrentes, constituyen mensajes existenciales que, según mi propia experiencia y la de varios de mis consultantes, te muestran el propósito de tu vida. Así que aquella elección no fue por conveniencia, e incluso a corto plazo no parecía muy inteligente. Pero con el tiempo las cosas fueron decantando y, ahora que lo repienso, finalmente terminó siendo conveniente e incluso bastante lógica, aunque en aquellos días no tenía forma de averiguarlo más que recorriendo ese camino.
Por último, quiero señalar que desde que somos niños no solo no se nos entrena, sino que frecuentemente se nos desalienta a confiar en nuestro sexto sentido. Considero que se pondera lo racional por sobre lo emocional o intuitivo, mientras que ambos resultan cruciales para decidir.
EL DISFRUTE: LA CLAVE PARA DESARROLLAR HABILIDADES (EL CÓMO HACERLO)
Muchos piensan que quienes triunfan son talentosos natos, elegidos que nacieron con determinadas condiciones. Entonces, cuando los ven actuar, dicen: “Yo no tengo esas habilidades, por eso no puedo hacerlo”. El fantasma del fracaso es muy frecuente y disuade a muchos de entrar en acción. Y el problema es tautológico, ya que, justamente, si no entramos en acción, nunca desarrollaremos las habilidades que deseamos para hacer lo que amamos.
En los talleres con niños y adolescentes propongo un ejercicio muy simple y revelador de este aspecto. En un papel les pido que ordenen sus inteligencias jerárquicamente, desde la que poseen en más alto grado hasta la que poseen en menor grado, según ellos consideren. Luego les pido que ordenen las inteligencias desde la que les resulte más agradable o atractiva (según el disfrute que sientan al desarrollar una actividad relacionada con cada inteligencia) hasta la que menos disfruten. Entonces quedan conformadas dos listas de inteligencias. Luego les pido que miren las dos listas y que se fijen si existe alguna similitud o coincidencia. Resulta que en la mayoría de los casos los chicos pusieron en primer lugar las inteligencias que tienen más desarrolladas, y que a su vez son las que más disfrutan de ejercitar. ¡Voilá! Las inteligencias que más desarrollamos son las que más nos gustan. He aquí la importancia de hacer lo que amamos: nos ayuda a desarrollar el talento. ¡Todas y cada una de las inteligencias son desarrollables!
INTUICIÓN: LO QUE LA RAZÓN NO PUEDE EXPLICAR
No elegimos a los otros al azar.
Nos encontramos con aquellos que
ya existen en nuestro inconsciente.
SIGMUND FREUD
Muchos consideran la intuición o las corazonadas como cuestiones de adivinanza, pero en realidad no es así. Merece bien la pena desmitificarlas y comprender que su funcionamiento tiene una explicación científica.
El doctor en neurociencias Mariano Sigman (2) cita la investigación de los neurocientíficos Naccache y Dehaene en la que muy fugazmente mostraban cartas con un número a un sujeto que conscientemente no podía registrar qué tenían impreso. A esta presentación, que no llega a ser consciente, se la llama mensaje subliminal (el prefijo sub significa ‘debajo’ y liminal se relaciona con límite, de modo que significa ‘debajo del límite de la consciencia’). Luego le pedían que dijera si el número de la carta era mayor o menor que cinco y acertaba la mayoría de las veces, pero sucedía algo interesante: el que tomaba la decisión lo consideraba como una corazonada, pero desde la perspectiva del experimentador quedaba claro que la decisión había sido inducida de forma subliminal.
Otro experimento citado por el mencionado autor es el del famoso neurobiólogo Antonio Damasio, que consiste en un juego en el que en cada turno el jugador elige de qué mazo tomar una carta. El número de la carta descubierta indica las monedas que se ganan (o se pierden, si es negativo). A medida que va descubriendo cartas, la persona tiene que evaluar cuál de los dos mazos es más redituable a lo largo de todo el experimento. Después de muchísima práctica, casi todos descubren el mazo que paga más. El gran hallazgo sucede mientras se forja el descubrimiento, ya que los sujetos empiezan a jugar bien y eligen con más frecuencia las cartas del mazo correcto. Pero lo curioso es que en esta fase, pese a jugar mucho mejor que si lo hiciesen por puro azar, los jugadores no pueden explicar racionalmente por qué optan por el mazo que paga más a largo plazo. A veces ni siquiera saben que eligen más de uno que de otro. Más interesante aún es el hecho de que aparece en el cuerpo un signo inequívoco cuando el jugador está por elegir el mazo incorrecto: aumenta la conductancia de su piel, que indica un incremento en la transpiración como síntoma de un estado emocional. En otras palabras, el sujeto no puede explicar conscientemente que uno de los mazos resulta mejor que otro, pero su cuerpo –o su inconsciente– ya lo sabe.
Es que, como veremos, el cerebro inconsciente maneja muchas más variables de las que somos conscientes, y tomamos conocimiento de la resultante de este proceso a través de una delicada combinación de sensaciones corporales que llamamos intuición o corazonada. Al ser tantas las variables que intervienen, no podemos seguirle el rastro racionalmente, pero nuestro cerebro inconsciente (que es muchísimo más complejo que cualquier supercomputadora jamás construida) puede amasar esa inmensa cantidad de información dándonos una conclusión. Pero, justamente, el problema de la intuición es que nos dice qué hacer pero no por qué, ya que no puede dar rápidamente una constancia racional de la secuencia lógica que llevó a esa conclusión debido a la inmensa cantidad de variables que maneja. Hemos de respetar el hecho de que no todo saber debe ser racional: hay un saber en el sentir. Es posible saber sin entender por qué lo sabemos. (3) Nuestra mente inconsciente trabaja las veinticuatro horas del día buscando soluciones a todo lo vivido y emite sus veredictos en forma emocional, es decir, mediante una intuición.
El poder de la mente inconsciente se expresó en muchos científicos e inventores que se fueron a dormir con un desafío en mente y despertaron con una idea de la solución. Es el caso de Marconi, Einstein, Edison, Tesla y muchos otros.
Por lo dicho, cuando tenemos que tomar decisiones que involucran unas pocas variables, elegiremos mejor si nos basamos en un pensamiento racional; pero si el problema es complejo e involucra muchas variables y tiempo –como la elección vocacional, por ejemplo, o el lugar donde vivir, la pareja, etc.–, en general decidimos mejor basándonos en la intuición. En resumen, ante un número de variables manejable, es bueno parar a fin de pensar antes de actuar; pero cuando las variables son demasiadas para considerar al unísono, tenemos que detenernos para sentir antes de actuar. Insisto, ante decisiones importantes recordá siempre hacer una pausa para sentir antes de elegir.
LAS EMOCIONES COMO ENERGÍA EXISTENCIAL
Las emociones, además de brindarnos auténtica información existencial, son energía pura, el combustible necesario para alcanzar nuestros objetivos y desarrollar habilidades. Veamos esto más de cerca.
¿Qué sentís a nivel físico cuando estás enojado o enojada? Tensión muscular, palpitaciones, calor que sube por tu cuello, facilidad para gritar, aumento del ritmo respiratorio, etc. Es decir, estos cambios denotan un claro aumento de tu energía. Sucede lo mismo con el miedo, pues a partir de una dosis de adrenalina tu cuerpo se prepara para huir o defenderse, y con el amor, que te da todo para hacer lo que sea por la persona o el objetivo que amás. No hay obstáculo que pueda frenar a una madre cuando se dispone a ayudar a un hijo en aprietos. No existe pausa ni distancia que pueda separar a los amantes cuando el amor es verdadero. Todas las emociones son pura energía, y cuanto más intensas sean, más energía proveerán.
Dice una frase popular: “El cansancio es más fácil cuando no hay un objetivo”, y piensa el filósofo Nietzsche: “Quien tiene por qué vivir, soporta el cómo”. Cuando encontrás tu propósito, tu por-qué-vivir, estás energizado constantemente, ya que el amor y el disfrute por lo que hacés es una fuente de motivación inagotable que te mantiene en movimiento. Creo que, si aprendiésemos a escuchar las señales de nuestro corazón, evitaríamos una sociedad de individuos centrados en el placer a corto plazo, porque cuando encontrás eso que amás, estás motivado para alcanzarlo y tenés la fuerza para tolerar las frustraciones que siempre implica la consecución de objetivos a largo plazo.
Emoción es una palabra cuyo significado etimológico proviene del latín y quiere decir ‘moción, movimiento, impulso que induce a la acción’. La emoción motiva a la acción. Las emociones nos mueven a satisfacer necesidades y alcanzar nuestros deseos, y es esta cualidad energética otro de sus atributos trascendentales. En este sentido, recuerdo cuando trabajaba en el equipo de psiquiatría del hospital de mi ciudad y recibíamos interconsultas de pacientes cuyas enfermedades o tratamientos eran muy desgastantes. Personas con cánceres, diabetes, celiaquías, discapacidades, insuficiencias renales, etc. de vez en cuando solían darse por vencidas ante el estrés que les generaban dietas, tratamientos o hábitos de vida propios de sus circunstancias terapéuticas. Entonces, algunos se abandonaban y dejaban de luchar. Nosotros, conscientes de que el compromiso y la buena predisposición de los pacientes eran cruciales para que el tratamiento médico diera resultados, empleábamos una estrategia de motivación que consistía en evocar sus emociones. Les pedíamos que nos hablasen de sus seres queridos (hijos, padres, madres, pareja, hermanos, etc.) y de sus proyectos personales. Luego les solicitábamos que hiciesen el esfuerzo por ellos, por sus seres queridos. De este modo, del amor que sentían por sus allegados obtenían la fuerza para mantenerse y salir adelante. Incluso cuando la muerte es inminente, lo que nos queda son nuestras emociones. Por ello, en los casos de extrema gravedad, buscábamos que los momentos evocados estuviesen cargados de vida, conectados con el sentir.
Estoy convencido de que escuchar nuestro corazón es la clave de una vida llena de acción. Siempre comparto con mis consultantes el significado de la palabra coraje. Proviene del latín y deriva de cor (corazón). Es definida por la RAE como “impetuosa decisión y esfuerzo del ánimo, valor”. Así, quien escucha a su corazón no solo encuentra su dirección en la vida, sino que además obtiene el valor para emprender ese viaje y vencer los miedos. Considero que a nadie le falta motivación ni energía, sino que falta encontrar el porqué, la razón primera, el propósito, una actividad que disfrute u objetivo que desee sobremanera. Una vez que encontrás eso que te apasiona, las energías jamás escasean.
En un reciente estudio se entrevistó a cinco mil personas exitosas en los negocios para descubrir qué factores, características, variables o atributos compartían. Eran muy disímiles entre ellos, abundaba toda clase de rarezas en este muestreo de millonarios excéntricos. De modo que concluyeron que no existe un tipo empresarial único. Sin embargo, encontraron algo muy significativo: todos los entrevistados, si bien eran muy diferentes, tenían algo en común: sentían una inmensa pasión por lo que hacían. (4) Sí, todos amaban hacer su trabajo. ¿Será que al hacer lo que amamos nos entregamos apasionadamente y lo intentamos tantas veces que tarde o temprano terminamos triunfando? Yo sé que sí. ¿Será que al encontrar lo que te gusta hacer no escatimás esfuerzos? Sí, porque al disfrutar la actividad siempre te mantenés energizado para continuar y no pensás en la llegada, sino que te focalizás en el proceso. “Haz lo que amas y el dinero te seguirá”, dicen por ahí, y creo que, más allá de que te siga o no el dinero, ¡lo importante es hacer lo que amás! Sin embargo, al hacer lo que amás, estoy seguro de que acabarás teniendo mucho más de lo que esperás.
Dice Seligman que los sociólogos establecen una diferencia entre trabajo, carrera y vocación. Vos hacés un trabajo por la plata, y cuando la plata se acaba, dejás de trabajar. Hacés carrera y perseguís tu promoción, pero cuando la promoción se termina, renunciás o te convertís en un esclavo. En contraste, respondés a la vocación o al llamado por el disfrute de hacerlo. Lo harás de cualquier modo, sin paga ni ascensos. (5)
Para el profesor K. Anders Ericsson, la piedra angular de todos los expertos no es un don o una genialidad innata, sino una deliberada práctica: la cantidad de tiempo y energía que invertís en el ejercicio de una actividad equis. Mozart fue Mozart no solo porque tenía un don para la música, sino porque desde su niñez invirtió todo su tiempo en la actividad que amaba. Jugadores de ajedrez, solistas de piano o violín, atletas, científicos, revolucionarios, madres, docentes, etc., logran grandes cosas a cambio de una grandísima dedicación. Ericsson, como resultado de su investigación, estableció “la regla del 10.000”, mediante la cual sugiere que toma 10.000 horas de práctica deliberada dominar una actividad. La ecuación para el triunfo o el logro de los objetivos es simple: logros = habilidades x esfuerzo. El esfuerzo puede resumirse en la cantidad de tiempo dedicado a una actividad, por ello en PNL (programación neurolingüística) se dice que el sinónimo de triunfo es compromiso. Ahora, ¿qué determina la perseverancia o la cantidad de tiempo que le dedica una persona a una actividad? El hecho de que disfrute lo que hace. Nadie puede mantenerse todos los días durante años en algo que le disgusta. De modo que las emociones, además de indicarnos el propósito de nuestras vidas, nos dan la energía para dedicar horas y horas a una determinada actividad por el simple hecho de que nos resulta agradable.
TRISTEZA: LA EXCEPCIÓN A LA REGLA
Quiero hacer una aclaración respecto de las emociones. Si bien todas son pura energía, una de ellas se caracteriza por quitárnosla. La tristeza tiene una etapa, generalmente en sus inicios, en que nos deja abatidos y sin ganas de nada. Se trata de un dolor difuso y paralizante que no nos deja actuar. Las cosas que te gustaban, cuando estás triste, ya no te gustan. Tampoco tenés muchas ganas de reír o disfrutar, pues la tristeza afecta el apetito, el sueño, la sexualidad; en la mayoría de los casos, disminuyendo cada uno de estos aspectos, pero a veces aumentándolos.
Pero fijate que este desabastecimiento temporal de energía que provoca la tristeza es funcional y tiene una razón de ser. La tristeza surge ante las pérdidas –reales o fantaseadas– que experimentamos en la vida. Aparece cuando ya no tenemos aquello que antes teníamos o creíamos tener. Y cuando ya no podemos volver atrás, cuando no hay acción posible que pueda devolvernos lo perdido, es momento de soltar. Por eso la tristeza te quita la energía: para que puedas soltar aquello que tenías. La tristeza nos quita las fuerzas para que dejemos de pelearnos con la realidad, que ahora se revela distinta de como quisiéramos que fuese. Solamente así podremos dar paso a la elaboración interna de la pérdida. De modo que la inacción y el soltar son el camino hacia la aceptación y el entendimiento de que la realidad cambió.
Muchas veces trabajamos con mis consultantes los aspectos positivos de la tristeza, que ciertamente está muy bastardeada y sufre de muy mala prensa (¡pobre!, como si no tuviera bastante con ser la tristeza). En mi opinión, existe a nivel social una resistencia a vivenciar la tristeza, pero por desconocimiento. Esta emoción es pacificadora, contribuye a la aceptación a partir de un ensimismamiento, y, si la gestionamos adecuadamente, no la cronificamos y si no la cronificamos, nos ayuda a seguir el camino de la vida livianos y en paz. Por ejemplo, algunos se mantienen resentidos con un familiar o un amigo, enojados y hasta invirtiendo energías en la pelea. Y cuando les propongo hacer una alquimia emocional, es decir, transformar ese enojo en tristeza, la energía que antes disponían para la pelea deja lugar para la aceptación de que las cosas no fueron o no son como quisieran. Entonces se entristecen, lloran, patalean un poco, despiden el pasado y aceptan la situación en paz, disponiendo ahora de toda aquella energía para sus vidas.
Cuando alcanzamos la aceptación, el dolor cede y deja paso a la fecundidad a partir de una identificación con lo perdido. Es entonces cuando ese dolor e inacción se transforman en aprendizaje y energía ligados a acciones tendientes a la ayuda y reparación. He aquí que la tristeza se transforma en energía. Muchos, al no encontrar la respuesta al porqué de una muerte, solemos participar en actividades filantrópicas, políticas o de voluntariado. Cuando la pérdida es considerada injusta o absurda, estas actividades nos ayudan a entender que esa muerte o enfermedad de un ser querido no fue en vano. Es entonces cuando la tristeza se transforma en energía para ayudar a otros a que no les pase lo que nosotros vivimos. Se trata de acciones simbólicas tendientes a reparar y resignificar, para aliviar el dolor que genera la pérdida, dando un sentido a los infortunios vividos, capitalizándolos positivamente.
A modo de conclusión de este tópico, en mis talleres me gusta insistir en que las emociones todas son pura energía, excepto la tristeza en sus primeras etapas, pero luego también ella es pura fuerza vivificante. Sin embargo, cuidado, pues como vamos a ver más adelante, esta energía que proveen las emociones también puede volverse en nuestra contra si decidimos no escucharlas.
MOTIVACIÓN VS. VOLUNTAD
En cuanto a la energía que necesitamos para alcanzar una meta, me parece importante aclarar dos conceptos que están muy relacionados, pero que son diferentes. Por su etimología, motivación está relacionada con movimiento, y hace referencia a una fuerza intrínseca que naturalmente nos mueve hacia algo: por eso decimos que estamos motivados cuando nos sentimos atraídos por algo; en cambio, en la voluntad, en lugar de atraernos, nos lleva a empujar. La voluntad es definida por la RAE como “facultad de decidir, acto con que la potencia volitiva admite o rehúye una cosa, queriéndola o aborreciéndola”. En ambos conceptos existe la idea de un movimiento tendiente hacia algo, solo que en la voluntad ese algo no necesariamente es vivido como agradable, puesto que la actividad puede ser realizada a pesar de que se la aborrezca o resulte repugnante.
Por ejemplo, a mí me apasiona mi trabajo y lo disfruto mucho, de modo que siento una atracción natural y espontánea, es decir, siento motivación. Sin embargo, a veces tengo que hacer muchas otras cosas que no disfruto en lo más mínimo. Es el caso de los trámites burocráticos para el pago de impuestos o la logística para los viajes, e incluso hay días en que no estoy motivado para trabajar porque sencillamente no tengo ganas, de modo que echo mano a la voluntad, que me permite hacer y terminar cosas que posiblemente no disfrute en absoluto, pero que debo cumplir. Ambas –motivación y voluntad– son necesarias para alcanzar los objetivos, ya que no todo en la vida es agradable, y eventualmente hace falta fuerza de voluntad para hacer cosas que no nos motivan (la voluntad también nos sirve para dejar de hacer cosas que nos hacen daño).
El caso es que hay quienes eligen sus carreras sin tener en cuenta lo que disfrutan hacer, entonces deben desarrollar una gran fuerza de voluntad para terminarla. Quizás luego de tener el título universitario nunca se dediquen a su profesión, porque basaron sus objetivos en la voluntad y no en la motivación. Quizás alcanzar esos objetivos a pura fuerza de voluntad sea muy loable, pero me parece que eso no es vivir a pleno. En cambio, quienes hacemos lo que nos gusta nos sentimos atraídos y motivados la mayor parte del tiempo, y solo debemos recurrir a la fuerza de voluntad para recorrer algunos tramos que no disfrutamos.
CLASIFICACIÓN DE LAS EMOCIONES
Si bien, como explico en mi libro Cómo ayudar a los niños de hoy, (6) existen muchas formas y hasta cierta disidencia entre autores al momento de clasificar las emociones, no quiero entrar en una cuestión teórica aquí. Sí me parece muy útil hablar de las diferentes intensidades que tienen las emociones. Fijate qué interesante cómo se nos manifiestan. Habitualmente primero son una señal y luego pueden convertirse en energía. Imaginate esta situación: resulta que al llegar a tu lugar de trabajo, un compañero mala onda antes de saludarte te dice en tono despectivo: “¿Así venís vestido/a a trabajar?”, o “¿Te fijaste que estás más gordo/a?”. Otro día te objeta el peinado, después te critica esto o lo otro y así sucesivamente día tras día durante dos meses seguidos. Después de este tiempo, quizás ya estés bastante harto de esa persona y es seguro que el mínimo comentario que te haga te molestará sobremanera; tal vez explotes en un arranque de ira y lo mandes a freír papas. Entonces todos a tu alrededor te mirarán extrañados y te preguntarán: “¿Qué te pasó? ¿Te volviste loco? Lo que te dijo no es para tanto”. Sí, pero lo que nadie vio es que este sujeto te estaba pinchando día tras día con esos comentarios urticantes. La explicación que solemos dar a estos casos es: “Es que fue la gotita que rebasó el vaso”, ¿no es verdad? Bien, la gotita es la emoción primaria, solo una señal, una pequeña molestia o enojo leve que me indica que el sujeto se extralimitó; mientras que el vaso rebasado es la emoción secundaria, pura energía, cuando ya estás muy enojado u odiás a esa persona. Aquí vemos cómo una emoción primaria o simple señal existencial, al ser desoída y no expresada asertivamente, se transforma en una emoción secundaria, o pura energía.

Además del odio, claros ejemplos de emociones secundarias son la fobia, la depresión y el amor bien constituido. La fobia puede comenzar con un simple temor o miedo y hasta puede gestarse a partir de una mera preocupación. Pero luego de un tiempo en que la persona evita el temor en lugar de afrontarlo y se imagina catástrofes de todo tipo, el miedo crece hasta convertirse en una fobia. También de la vergüenza puede surgir una emoción secundaria: la fobia social. Claro que existen excepciones y eventualmente puede que una emoción secundaria (es decir, muy intensa) aparezca de forma abrupta, sin el preludio de una emoción primaria. Es el caso del TEP o trastorno por estrés postraumático, que consiste en que la persona, al experimentar una situación traumática –ya sea viviéndola, viéndola o hasta imaginándosela–, desarrolla una sintomatología intensa muy similar a la fobia.
El amor también es una emoción secundaria. ¿Cómo comienza el amor? Poco a poco, a medida que conocés a la persona. Decía Francisco Pascasio Moreno: “No se ama lo que no se conoce, no se protege lo que no se ama”. Para amar es necesario conocer a la persona, y para ello necesitás tiempo. A esta fórmula, en el amor de pareja se le debe sumar el atractivo físico. Cuando existe atractivo físico a tus ojos, la conocés a lo largo del tiempo y te agrada cómo es y cómo piensa la otra persona, seguramente sentirás amor. Eso de amor a primera vista no existe. Los psicólogos sabemos que se trata de otra cosa: ¡se llama calentura! Risas aparte, lo que aquí ocurre es una idealización positiva (por algún aspecto de la persona) o una fuerte atracción física por el sex-appeal que podés ver en el otro, pero amor verdadero únicamente sentís cuando conocés realmente a alguien. Puede pasar que dos personas sientan algo muy fuerte desde el momento en que se conocieron, pero claro está que en un principio no es amor auténtico, sino más bien una cuestión química (o bien una idealización por la inteligencia, la experiencia, la bondad o el carisma del otro) que sirve de impulso inicial hacia la construcción de un vínculo en el cual, con el tiempo, surgirá –o no– el verdadero amor.
La depresión también es una emoción secundaria que surge de emociones primarias tan pequeñas y banales como sentirse aburrido, desolado, desmotivado, indiferente, sin proyectos para el futuro, levemente triste o desesperanzado. Consecuentemente, si desestimamos esas señales y no hacemos ningún cambio en la vida, luego de un tiempo seguramente tendremos una depresión.
El problema es que frecuentemente los seres humanos hacemos algo que no es muy inteligente. Imaginate que conduzco mi auto varios kilómetros, entonces en algún momento se enciende la luz del combustible, pero desconecto el foquito y digo: “Ahora no me voy a quedar sin nafta”. ¿Vos creés que ese plan va a funcionar? ¡Claro que no! El foquito no tiene la culpa, solamente me está indicando una necesidad: tengo que recargar combustible. Norberto Levy, (7) psicólogo experto en la vida emocional, sostiene que hacemos eso mismo con las emociones displacenteras: las tapamos creyendo que son el problema, cuando en realidad son una señal que nos indica el problema. Las emociones en sí mismas nunca son el problema, sino información que, al ser desoída, puede transformarse en energía. Y, como ocurre con las deudas en el banco, si no me ocupo de ellas, crecen y crecen, y luego pueden convertirse en emociones secundarias. Y si sigo desoyéndolas, aparecerán las enfermedades.
Sumado a esto está el problema de que no podemos sentir (o dejar de sentir) selectivamente las emociones. Es decir, no puedo desconectarme de la tristeza y la angustia para seguir sintiendo amor y felicidad. Si me desconecto de una emoción, me desconecto de todas. Al tapar una emoción, tapo toda la vida emocional. Si buscamos tapar las emociones displacenteras, tapamos en la misma medida la posibilidad de sentir las emociones placenteras. Recorremos así el camino del entumecimiento emocional, nos insensibilizamos y perdemos la brújula existencial de la que hablaba páginas atrás.
Todas las emociones pueden comportarse de ese modo, pueden pasar de primarias a secundarias, llenándose de energía en el camino. Pero también pueden desvanecerse hasta desaparecer, porque las emociones en sí mismas son temporales.
LA BARRERA DE LOS NOVENTA SEGUNDOS
Otra característica fundamental de las emociones es que, como dije, son temporales. En sí misma ninguna emoción dura por siempre. Es más, aunque te parezca raro, en términos químicos duran aproximadamente noventa segundos. Lo que puede pasar es que la emoción se renueve por sí misma y así dé la impresión de que dura más tiempo. Pero eso depende de la idea a la cual esté asociada. Veamos esto más de cerca.
En el centro del cerebro tenemos una estructura llamada amígdala, que es la responsable de las emociones. Cuando estás frente a un estímulo, la amígdala segrega una sustancia, la que a su vez estimula otros centros que segregan químicos específicos (neuropéptidos) que conforman un cóctel propio de cada emoción. Este cóctel cae al torrente sanguíneo y provoca el correlato físico de la emoción, por ejemplo, palpitaciones, sudoración, tensión muscular, etc. Esa sustancia tarda unos noventa segundos en ser metabolizada o reabsorbida por el cuerpo. Luego de ese minuto y medio, esa sustancia en sangre desaparece junto a todos sus efectos.
Te cuento un ejemplo esclarecedor en este punto. El otro día íbamos caminando muy distraídos con unos amigos mientras charlábamos. Unos metros adelante había un portón de metal y justo cuando pasábamos por ahí, sentimos una explosión tremenda. Saltamos todos del susto gritando al unísono y buscando el estallido. Pero no, no se trataba de ninguna explosión, sino de un perro. El animal esperó a que pasásemos junto al portón para, en ese preciso instante, abalanzarse sobre este, golpearlo con todas sus fuerzas y comenzar a ladrar. ¡No te puedo explicar el susto que nos llevamos! Al instante me di cuenta de que la bestia no iba a escapar, ya que el portón estaba bien cerrado; sin embargo, la impresión nos duró casi una cuadra más. Seguimos caminando y, entre risas, mi corazón seguía al galope hasta que transcurrieron esos noventa segundos. Al cesar el estímulo, mi amígdala dejó de segregar las sustancias del miedo y mi cuerpo terminó de metabolizarlas al poco tiempo. Estoy seguro de que a todos nos pasó el llevarnos un susto para luego descubrir que no había peligro, pero los signos de la emoción seguían un momento después. Lo mismo pasa con el enojo: quizás una determinada circunstancia te encolerizó, aunque después comprendieras que se trataba de un malentendido. Pero debieron pasar esos noventa segundos para que quedaras libre de la emoción.
A nivel biológico se da un encadenamiento o efecto cascada de cambios hormonales que van activando –a la vez que van desactivando– sistemas en el cuerpo. Aún hoy existe cierta incertidumbre respecto de la complejidad y la exactitud del funcionamiento de todo esto; sin embargo, no hay dudas de que las emociones son temporales.
IDEA FIJA, EMOCIÓN RECURRENTE
Quizás en este punto quieras preguntarme: “¿Cómo explicás que estoy sintiendo enojo desde hace tres semanas seguidas o que estoy triste desde hace ya unos dos años, si las emociones duran noventa segundos?”. Bien, esto es porque la duración de la emoción depende de la idea a la cual está asociada; entonces, si la idea es recurrente, la emoción se renueva por sí misma.
La manera más didáctica que encuentro de explicar esto es del siguiente modo. Seguramente recordarás haber dicho o escuchado decir a alguien cuando estás muy enojado: “Serenate un poco, estás muy enojado, contá hasta diez, contá hasta cien”. Precisamente, se cuenta hasta cien para que pasen esos noventa segundos y nos “desintoxiquemos” del cóctel químico en sangre propio del enojo. También es eficaz tomar distancia dando una pequeña caminata, respirar profundo y pausado, beber agua o hacer cualquier cosa que permita cambiar la composición química de la sangre y sacar del foco de atención aquello que motivó el enojo. Pero si en lugar de ello seguís haciendo foco en lo que te enoja, renovás la emoción. Así, hay quienes dicen: “Ok, voy a contar hasta cien porque estoy muy enojado”, pero mientras cuentan dicen “uno, dos, tres… ese maldito me las va a pagar, cuatro, cinco… seguro lo hizo a propósito... seis, siete, ocho… me tomó por estúpido… nueve, diez, once… quién se cree que es… doce, trece, catorce, siempre me hace lo mismo, quince, dieciséis… que no se me aparezca porque lo ahorco…”, y así continúan. Entonces, ¿qué está haciendo la persona al contar así? Su foco de atención continúa en lo mismo, de modo que la amígdala sigue segregando la sustancia de la misma emoción. El tiempo de la emoción obedece a esta ecuación: emoción = noventa segundos x tiempo de idea fija. He aquí el secreto de la duración de la emoción: en sí misma o en términos químicos dura noventa segundos, ¡pero depende de la idea a la cual esté asociada! Si seguís pensando en una situación –o si la creencia es la misma– la seguís reviviendo y tu amígdala continuará segregando la sustancia propia de la emoción que sentiste.
Esto vale para todas las emociones. Si te focalizás constantemente en lo que te molesta o enoja, estarás renovando el enojo. Cuando algo te hace mucha gracia, te tentás con solo recordarlo. El amor que sentís por tu hijo dura muchísimo más que noventa segundos: en efecto, lo amás desde antes que naciera y lo vas a seguir amando de por vida. Esto es porque tu hijo, o mejor dicho, la idea que tenés de tu hijo, es que es lo más especial en tu vida, de modo que la emoción será siempre coherente con la creencia. Hasta tanto no cambie lo que pienses de tu hijo, seguirás sintiendo lo mismo. En cambio, el amor de pareja suele ser más voluble, porque la idea que tenemos de nuestra pareja suele cambiar con mayor facilidad.

Considero que es muy importante que sepamos que las emociones en sí mismas son efímeras y que su duración depende de la idea a la que estén asociadas, porque son muchas las personas que creen que las emociones son para siempre. Hay quienes piensan que nunca saldrán de una depresión o que jamás superarán una fobia. Justamente, estas son creencias autoproféticas que generan más de lo mismo. Es decir, al pensar “De esta depresión no salgo más”, estás creyendo que no hay esperanza (lo que a su vez es verdaderamente entristecedor), renovando la emoción por más tiempo. Pero –insisto–, para bien o para mal, en sí misma toda emoción es breve por naturaleza.
EMOCIONES: CÓCTELES DE HORMONAS EN SANGRE
Desde un punto de vista cientíco, las emociones son hormonas en sangre que tienen por objetivo regular (activar o desactivar) funciones de diferentes tejidos del cuerpo. Todos los organismos multicelulares producen hormonas, incluyendo las plantas (fitohormonas). Existen muchos tipos de hormonas y no se conoce cabalmente el funcionamiento de todas ellas. Las más estudiadas son las segregadas por las glándulas endocrinas.También existen las hormonas sintéticas (producidas artificialmente) para generar reacciones corporales ante ciertos trastornos.
No me interesa entrar en detalles ni tecnicismos, que además desconozco, pero quiero destacar que cada uno de los diferentes matices emocionales son distintas combinaciones hormonales que dan por resultado emociones diversas y únicas. Es decir, son cócteles químicos u hormonales en sangre.
Así, por ejemplo, la dopamina está asociada al placer y la recompensa. La serotonina se conoce como la hormona de la felicidad y del bienestar. La oxitocina está relacionada con el amor. La melatonina, con el sueño y los antioxidantes. Las endorfinas, por su parte, están asosciadas a funciones analgésicas y, por tanto, al bienestar. Luego, también está la norepinefrina (o noradrenalina), vinculada a la respuesta de estrés que provoca la consecuente activación simpática. Junto a esta, habitualmente está la epinefrina (o adrenalina) que, si bien es una hormona diferente, tiene funciones similares según las proporciones en que sea segregada.
En el siguiente gráfico vemos, aunque en forma metafórica, que diferentes proporciones de hormonas responden a diferentes manifestaciones emocionales.

El mundo de las hormonas (endocrinología) es sumamente complejo e importante. Aquí solo quise mostrarte que las emociones tienen un correlato químico en sangre, que en muchos casos puede medirse, y del que cada día que pasa la ciencia sabe un poco más.
EFECTO DE LAS EMOCIONES EN NUESTRO DESEMPEÑO
Para muchos es evidente la influencia de las emociones en lo que sea que hagamos. Por ejemplo, los deportistas de alto rendimiento saben muy bien que cuando están enojados o angustiados su desempeño decae. También los estudiantes saben que cuando se ponen muy nerviosos no pueden recordar o reflexionar para dar un buen examen. Pero antes de explayarme, quiero hacer un breve experimento para que repasemos circunstancias más cotidianas y comunes a todos, con el objeto de evidenciar el efecto de las emociones en nuestro desempeño.
Imaginate esta situación: después de una jornada de mucho trabajo, estás muy cansado, sentís que se te cierran los párpados del sueño que tenés. Estás por acostarte, cuando en ese preciso momento te acordás de lo que te dijo el maldito de tu jefe, o te acordás de un comentario absolutamente injusto e infundado de un amigo o de tu pareja y te sobreviene una bronca machaza. ¿Qué pasó con ese sueño que sentías? Seguramente se esfumó en un instante, aunque el cansancio persiste, y luego estás dos horas dando vueltas en la cama tratando de conciliar el sueño, ¿no es así? De allí el efecto rebote del sueño: mientras más querés, menos te dormís. Porque al presionarte, te frustrás y hacés más remota la posibilidad de descansar.
Fijate ahora en esta otra situación: ¿pudiste concentrarte en estudiar o comprender un texto en medio de un ataque de ira? Seguramente te resultó casi imposible. A la mayoría de las personas, cuando estamos muy enojados, angustiados o con otra emoción displacentera, se nos hace dificilísimo estudiar o comprender un texto. Seguramente podrás leer, pero después de pasar como un autómata varias páginas, no tenés ni idea de lo que leíste.
Otra: estás muerto de hambre, pero justo al sentarte a la mesa, con amigos o en familia, un tema lleva a otro y de pronto comienza una discusión fuerte, brava. Pero en ese momento en que estabas muerto de hambre y se precipitó esa situación, ¿qué pasó con el apetito que tenías? Una vez más, a la mayoría de las personas se nos quita el apetito cuando nos angustiamos. Sé que en este punto existen excepciones: a algunos se les abre aún más y hacen un ataque bulímico a todo lo que encuentran. Las emociones displacenteras afectan marcadamente el apetito, ya sea para aumentarlo o para anularlo. Lo que sí es seguro es que lo que comas mientras estás con esas emociones te caerá mal.
Otra circunstancia que no puedo dejar de mencionar es el momento de intimidad sexual. Empieza el “cachondeo”, y en ese preciso instante un pensamiento inoportuno irrumpe en tu cabeza; o bien el llamado telefónico de tu abuela, que por enésima vez te pregunta si comió el canario (que se voló hace cinco años), o bien una mala actitud de tu partenaire en dicha situación gatilla un estado de frustración. Entonces, es muy probable que ya no estés dispuesto para lo que sí estabas unos instantes previos. En personas psicológicamente sanas, las emociones de angustia, miedo, enojo, vergüenza, tristeza, entre otras emociones displacenteras, no son compatibles con la sexualidad.
En resumidas cuentas, cuando estamos enojados, atemorizados o angustiados verificamos que (para la mayoría de las personas) es casi imposible dormir, estudiar, disfrutar de la actividad sexual, comprender, comer, recordar, socializar, etc. En efecto, ninguna conducta está libre de la influencia de las emociones.
Pero, ¿por qué funcionamos tan bien unos días y otros tan mal, si somos la misma persona?
EL INTERRUPTOR EMOCIONAL: MODO DEFENSA O MODO CREATIVO
Nuestro desempeño (alto o bajo) depende de esa misma sustancia de la emoción que segrega la amígdala. Por ejemplo, la sustancia química del enojo en sangre pone al cuerpo en modo defensa. Es decir, la emoción enojo pone al cuerpo en un estado de preparación para defenderse. Bajo esta emoción, como vimos, es biológicamente imposible dormir, estudiar o comer, porque tu cuerpo está preparado para la defensa. Esto no es nada nuevo: ya a principios del siglo XX un fisiólogo llamado Walter Cannon estudió este tipo de respuesta de emergencia y acuñó el nombre de reacción de lucha o huida, también conocida como respuesta lucha-huida, y yo agregaría también parálisis. (8) Ante el enojo, siguiendo con nuestro ejemplo, a nivel biológico se activa una parte del sistema nervioso autónomo llamado sistema simpático, cuya función es preparar al organismo para una emergencia, es decir, para defenderse de amenazas. Entonces la frecuencia cardíaca aumenta, las arteriolas de la piel y el intestino se contraen, las del músculo esquelético se dilatan y la presión arterial se eleva. La sangre se redistribuye en el cuerpo, abandonando el tracto gastrointestinal, y se dirige al encéfalo, al corazón y al músculo esquelético. Además, los nervios simpáticos dilatan las pupilas, los bronquios, inhiben el músculo liso de los bronquios, el intestino y la pared vesical y cierran los esfínteres. Se producen piloerección y sudoración.
En resumidas cuentas, la emoción enojo prepara tu cuerpo para defenderse o huir, pero solo para ello, y a la vez te discapacita para otras actividades como estudiar, comprender, tener sexo, disfrutar, estar creativo, recordar, etc.
En contraste, estas conductas adaptativas (dormir, estudiar, comer, comprender, recordar, estar creativo, atento, etc.) serán biológicamente posibles cuando exista una equilibrada activación de la contraparte del sistema nervioso autónomo: el sistema parasimpático. El funcionamiento del parasimpático está dirigido a conservar y restablecer la energía. Regula y activa los sistemas digestivo, inmunológico y sexual, además del sueño, la creatividad, la memoria, la inteligencia, etc. El parasimpático te habilita para que duermas y descanses, estés creativo, te relajes, asimiles los nutrientes de las comidas, se regeneren células, rías, disfrutes, se active el sistema inmunológico, estés atento, etc. De modo que cada emoción, al activar y desactivar sistemas biológicos, te pone bajo un dominio de acción: modo creativo o modo defensa.
Los componentes simpático y parasimpático cooperan (funcionan en equipo) para mantener la estabilidad del cuerpo. Ambos sistemas actúan como antagonistas fisiológicos en el control de los órganos del cuerpo. Así, por ejemplo, la actividad simpática aumenta la frecuencia cardíaca, mientras que la parasimpática la reduce. Es decir que en las inervaciones en que uno está activo en un momento dado, el otro no. Podríamos decir que, si bien trabajan paralelamente, nunca lo hacen simultáneamente en el mismo lugar.
Creo que no está de más aclarar que ambos modos, defensa y creativo, no son ni correctos ni erróneos, buenos ni malos en sí mismos, sino que esto depende de las circunstancias en las que te encuentres. Es que ambos modos sirven a la supervivencia cuando se alternan de manera oportuna. Ante una situación de emergencia, el modo defensa es definitivamente adaptativo, mientras que para la vida con sus desafíos cotidianos del siglo XXI, el modo creativo es más adecuado.
MODO DEFENSA
¿Qué pasa cuando estoy en modo defensa? Mi sistema parasimpático está inactivo –o eclipsado por el simpático–, por lo tanto no van a funcionar adecuadamente ninguno de los sistemas que el parasimpático regula (el inmunológico, el sueño, la digestión, la actividad sexual, la creatividad, la memoria, la inteligencia, etc.). Entonces, ¿qué pasa si no puedo elaborar una estrategia que me saque de esa situación que percibo como amenazante? Voy a continuar en modo defensa con el sistema inmune deprimido, mi corazón va a seguir acelerado y cada una de las células de mi cuerpo va a percibir esa “disarmonía”. Queda claro que, si sigo así por mucho tiempo, voy a enfermar. Está comprobado que el estrés propio del modo defensa contribuye a la aparición de trastornos generales y/o específicos del cuerpo y de la mente, como también a dificultar gravemente el proceso de sanación. Por su parte, Joe Dispenza llama al modo defensa estado de supervivencia y afirma que “la respuesta de estrés hace que nos volvamos menos espirituales, menos conscientes, menos atentos y menos lúcidos”. (9)
A mediano plazo, este estado de alerta sostenido desgasta las reservas del organismo y puede producir diversas patologías. En este sentido, los episodios cortos y no muy intensos de estrés representan un riesgo bajo, pero si es demasiado intenso, puede producir un paro cardíaco. Cuando las situaciones estresantes se suceden sin resolución, el cuerpo permanece en un estado constante de alerta, lo cual aumenta la tasa de desgaste fisiológico que lleva a la fatiga o el daño físico. Como resultado, aumenta el riesgo de lesión o enfermedad. En este sentido, es numerosa y contundente la evidencia científica que demuestra el efecto de los estados emocionales sobre la salud. (10)
El cuerpo, a nivel biológico, se comporta según un mecanismo de economía que hace que los recursos que le son propios a cierta función sean sustraídos y puestos al servicio de la satisfacción de una necesidad que eventualmente se percibe como de mayor jerarquía. Entonces, cuando nuestro cuerpo percibe una amenaza, despoja a los demás sistemas de sus recursos para invertirlos en la defensa. Así, por ejemplo, para digerir los alimentos, tu cuerpo dirige cierta cantidad de sangre al sistema digestivo, pero si por algún motivo te asustaras o enojaras, este mecanismo haría que esa sangre fuera redistribuida a los músculos de las extremidades (musculatura estriada) para tener más fuerza en caso de ser necesario huir o defenderte. Es que si estuvieses comiendo una manzana bajo un árbol y un leopardo te acechara para desayunarte, no podrías decirle: “Esperate un momento, ahora estoy haciendo la digestión, después me correteás para comerme”. Tu cuerpo inmediatamente va a priorizar el salvarte de la amenaza poniéndote en modo defensa y haciendo todos los cambios orgánicos en forma instantánea.
El problema es que la mayoría de los peligros de la vida actual no son reales. Sí, no son reales sino simbólicos. Es decir, te mirás al espejo y ves un rollo de más en tu panza y te angustiás porque no tenés el cuerpo que las publicidades mandan que tengas, o bien te ponés muy mal porque posiblemente no te den el crédito bancario que buscabas, o creés que tu jefe no está conforme con tu desempeño o lo que fuera. El caso es que la mayoría de los problemas que percibimos no son peligros que atenten contra nuestra vida en forma directa. Es decir, no son reales ni actuales, sino una creación mental –excepcionalmente fundada– mediante la cual nos anticipamos al problema en sí, o recordamos un problema pasado y nos ponemos innecesariamente en modo defensa.
El modo defensa sería operativo y necesario en caso de un peligro que amenazara tu integridad física, por ejemplo, escapar de un incendio. Pero, como dije, en la cotidianidad del siglo XXI son muy pocas las circunstancias que requieren del modo defensa. Cuando el desafío (peligro) es económico, psicológico, social o laboral, no es necesario el modo defensa; sí cuando corre peligro tu integridad física.
Obviamente, esta es una falla de nuestro cuerpo: la amígdala no discrimina el tipo de peligro en el sentido de si es real o fantaseado, presente o futuro, de modo que segrega igualmente las sustancias del miedo –u otra emoción displacentera– que activan el modo defensa. Este funcionamiento puede interpretarse como un remanente de la evolución filogenética (evolución de la especie a lo largo de millones de años). Se trató sin dudas de una respuesta adaptativa cuando fuimos alguna especie de primate; pero hoy, en plena civilización, ya no lo es.
La buena noticia es que podemos educar las emociones, ya que por ser estas la respuesta a un pensamiento, es posible entrenar la amígdala para que no sea sensible ante circunstancias en las que no necesitamos ponernos a la defensiva. Pero esto será tema del próximo capítulo; por ahora sigamos entendiendo cómo funciona el modo defensa.
¿QUÉ EMOCIONES ACTIVAN EL MODO DEFENSA?
El modo defensa es activado por emociones displacenteras: enojo, vergüenza, culpa, miedo, tristeza, disgusto, envidia, ansiedad, angustia, entre otras. Todas las emociones displacenteras, si bien son distintas y brindan información específica, tienen en común la función de dar aviso de que algo anda mal, o bien de la presencia de alguna amenaza, lo que en la mayoría de los casos (sobre todo si no educaste tus emociones) activa automáticamente el modo defensa (y a nivel biológico el sistema simpático).
En relación con los sistemas que activan las emociones a nivel corporal, un científico chileno de reconocimiento mundial llamado Humberto Maturana sostiene que las emociones son “disposiciones corporales que determinan dominios de acción”. (11) Esta definición me encanta, porque explica muy bien que, bajo ciertos estados emocionales, estarás imposibilitado de realizar ciertas acciones, puesto que las emociones son condiciones biológicas o dominios de acción. Veamos esta definición en más detalle.
Las emociones determinan biológicamente líneas de acción, funcionamiento corporal y conductas personales. Entonces, cuando te enojás, iniciás un recorrido en el cual solamente son posibles ciertas conductas, mientras que otras, no. Como vimos, esta emoción activa el sistema simpático por sobre el parasimpático, y desactiva todos los sistemas que este regula: inmunológico, digestivo, sexual, del sueño y la creatividad, etc. Entonces, bajo la disposición corporal del enojo estoy en un dominio de acción (modo defensa) que me impide, por ejemplo, dormir, reír, reflexionar con claridad o estar creativo.
MODO CREATIVO
La amígdala también segrega las sustancias de emociones que activan el modo creativo. Este es un dominio de acción que te permite disponer de todos tus recursos para invertirlos en aquello que desees. En este modo estarás habilitado para tener una alta performance en lo que sea que te desempeñes. (12)
A nivel biológico, el modo creativo es un equilibrio entre el sistema parasimpático y el simpático. Es decir, existe cierta activación del parasimpático, pero no es excesiva, sin llegar a un estado de relax total. El modo creativo es un estado de activación placentero, lo que en psicología llamamos eustrés o, en Psicología Positiva, estado flow. (13) El eustrés es un tipo de estrés positivo y placentero. Es un estado de justa activación –ni muy alta (estresante) ni muy baja (aburrida)– de las funciones corporales y cerebrales superiores. Bajo el dominio de acción del modo creativo verás que podés dormir, comer, tener y disfrutar del sexo, estudiar, estar creativo, ágil, además de que tu sistema inmune y reconstitución celular funcionarán a todo vapor, manteniéndote fuerte ante enfermedades.
¿QUÉ EMOCIONES ACTIVAN EL MODO CREATIVO?
El modo creativo es activado por emociones placenteras: alegría, amor, felicidad, tranquilidad, dicha, entusiasmo, etc. Estas emociones, si bien son distintas entre sí y te brindan información específica, tienen en común la función de informar que no hay peligro alguno. En definitiva, cada vez que sentís tranquilidad y confianza estás en modo creativo. Entonces tu organismo celebra: “Si no es momento de defensa, ¡a disfrutar, a recargar energías y hacer lo que me place!”. De modo que todas aquellas circunstancias que te resulten amistosas, familiares, conocidas o que te inspiren confianza, serán inductoras del modo creativo.
Amígdalas cerebrales: epicentro biológico de las emociones.

Hagamos un experimento. Traé a la memoria una situación en que estabas teniendo un excelente desempeño (puede ser en deportes, estudio, ejecución de una pieza musical, cuentas matemáticas, reuniones sociales, yoga, actividades culinarias, dibujo, etc). Ahora respondé: ¿cómo te sentías en esa situación en que brillabas por tu desempeño? Seguramente me dirás que bien, que estabas disfrutando. Donde sea que te desempeñes, cuando te sentís bien vas a sentir que todo te sale bien. Este fenómeno fue descripto por Csíkszentmihályi como fluir: Se trata de una experiencia en la que te conectás tanto con lo que hacés que perdés la noción del paso del tiempo y de la autoconsciencia. Es un estado tal de focalización y sincronización de todas tus funciones que llegás a olvidarte de vos mismo y te sentís profundamente energizado.
El modo creativo, como su nombre lo indica, te permite mayor creatividad para resolver dificultades de la vida cotidiana. Mientras te sentís bien, tenés mucho mejor desempeño físico o deportivo, cognitivo o intelectual, musical, etc. Por ejemplo, los músicos más experimentados, cuando están embargados por estados de ira o angustia, no pueden afinar sus instrumentos con precisión. Las personas que miden más alto en una escala estándar de felicidad resuelven un veinticinco por ciento más los desafíos creativos que aquellos que se sienten molestos o enojados. Estados de ánimo placenteros te permiten relajarte más, lo cual te hace focalizar menos en los problemas del mundo y asociar mejor conceptos remotos. Estanislao Bachrach, biólogo especialista en creatividad, sostiene que la felicidad incrementa las posibilidades de tener insights o experiencias de creatividad, mientras que la ansiedad –modo defensa– las reduce. (14)
La otra cara de esta moneda dice que realizar actividades que no son de tu agrado te dejará exhausto al poco tiempo. ¿Por qué? Porque al hacer algo que te desagrada, te pondrás en modo defensa, estarás regañando y enojado por una tarea que te resulta desagradable o repulsiva, lo que te insume mucha energía en temblores, palpitaciones, respiración agitada, tensión muscular, etc.; sin considerar que probablemente tendrás que hacer cada cosa un par de veces, puesto que con seguridad tu desempeño se verá empobrecido al punto de cometer muchos errores y olvidos.
SUBMODO RELAX
En las profundidades del modo creativo está el submodo relax. En el modo relax, como su nombre lo indica, estamos muy relajados. Se da un marcado predominio del sistema parasimpático por sobre el simpático y la conducta en este estado será la de relajación, somnolencia, sueño o sueño profundo. A nivel corporal habrá una disminución del ritmo cardíaco, que propiciará en forma óptima la conciliación del sueño y el descanso.
El modo relax es ideal para cumplir con algunas funciones corporales irreemplazables destinadas a mantenernos sanos, como son el descanso, la digestión, la recuperación de energías y la reconstitución celular. Sin embargo, cuando estamos en modo relax, el arousal (15) –o nivel de activación cerebral– es tan bajo que no habrá lugar para un alto desempeño en actividades que requieran atención y energía.
Curva de desempeño

A este submodo se puede entrar por cansancio, aburrimiento o también por alguna distracción o pérdida de concentración súbita. En modo relax, aunque vivamos una situación sumamente placentera, como la risa o la tentación, no podremos hacer fuerza o tener una elevada performance en aquellas actividades que requieran de nuestra concentración; mientras que, para otras, este modo puede ser muy operativo, por ejemplo, a la hora de socializar, festejar o descansar.
EFECTO DE LAS EMOCIONES SOBRE LOS PENSAMIENTOS
Además de tener una clara e innegable influencia sobre el funcionamiento físico y el desempeño en general, está comprobado científicamente que las emociones influyen en la manera de pensar. Las personas, cuando están tristes o con depresión, tienden a ser pesimistas, es decir, piensan en términos negativos y trágicos. El enojo impide ver la solución al problema, ya que estimula el pensamiento crítico, haciendo foco en el problema y no en la solución. De hecho, el fin del enojo comienza cuando logramos centrarnos en las soluciones.
Seligman se refiere a esto diciendo que el buen humor, o lo que aquí estamos llamando modo creativo, produce una atención más amplia y un mayor pensamiento creativo y holístico. En contraste, el mal humor o modo defensa se correlaciona con atención estrecha y mayor pensamiento crítico y analítico. Dice el autor que, cuando uno está de mal humor, tiene mayor consciencia de qué-anduvo-mal-aquí, mientras que cuando uno está en modo creativo tiene mayor consciencia de qué-está-bien-aquí. (16)
El amor tiene un efecto muy interesante; es una especie de ebriedad que viven los enamorados, ya que esta emoción suprime el pensamiento crítico. Cuando nos enamoramos, vemos en la otra persona que todo es perfecto, por eso suele decirse que “el amor es ciego”.
Pero el punto crucial de todo esto es el siguiente: entre pensamiento y estado emocional se establece cierta causalidad circular que puede ser tanto un círculo virtuoso como vicioso, ambos autoperpetuados. Porque aquellas personas que piensan en términos pesimistas tienden a entristecerse, enojarse, angustiarse, etc., y una vez que transitan estos estados, tienden a pensar en negativo y a tener, por tanto, un bajo desempeño, puesto que dichas emociones son propias del modo defensa, con todas sus implicancias en la conducta y en el organismo. Se tiende, en definitiva, a cronificar así un estado emocional. En contraste, las personas que piensan en términos optimistas son mucho más propensas a sentirse bien, experimentando emociones de alivio, felicidad, tranquilidad, paz o amor, las que a su vez son el andamiaje de un buen desempeño, pudiendo así pensar en positivo, lo que lleva a aquellas personas a afianzar un círculo virtuoso, y así sucesivamente.
Después de analizar la influencia que tienen las emociones en nuestro desempeño y en el funcionamiento de nuestro cuerpo, podrás preguntarte: “¿Por qué hay gente que es ‘adicta’ al modo defensa? ¿Por qué se mantienen tanto tiempo enojados?”. Bueno, las emociones, a partir de esta circularidad con el pensamiento, devienen hábitos. Al ser repetitivos muchos pensamientos –es decir que son hábitos–, también lo serán las emociones que de estos se sucedan.
EFECTO TOBOGÁN DE LAS EMOCIONES
Suelo explicarles a mis consultantes que el momento en que somos más libres para elegir una respuesta es antes de sentir una emoción secundaria. Con las emociones pasa lo mismo que al deslizarnos por un tobogán: es más fácil frenarnos antes de tomar envión.
Cuando alguien se extralimita, puede que interpretes esa circunstancia como amenazante o injusta y te enojes. Pero si te dejás llevar por esa emoción, después será muy difícil calmarte. Como vimos, una vez que estás en modo defensa sos mucho más propenso a pensar de un modo crítico-negativo, lo que a su vez renueva y hasta puede profundizar el enojo. Esto hace que cada vez sea más difícil frenar esa inercia emocional. Pero si estás atento y en el momento en que vivís la situación injusta, amenazante, bochornosa o lo que fuera, te focalizás en que no vas a solucionar o ganar nada enojándote, en ese preciso instante, antes de dejarte llevar es más fácil gestionar el estado emocional y pensar racionalmente. Esto es así porque, si te concentrás –a pura fuerza de voluntad– en la solución, dejás de enviar a la amígdala las señales que activan el modo defensa.
La dificultad reside en estar atentos para identificar la emoción a tiempo, reconociendo sus signos físicos, a fin de poder elegir antes de dejarnos llevar por la emoción. A diferencia de lo que ocurre con el cuerpo –donde contamos con mecanismos diseñados para alertarnos de riesgos de enfermedad, como la fiebre y el dolor–, con las emociones no tenemos más indicadores que sus señales físicas internas y externas. He aquí que para identificar una emoción incipiente es necesario un entrenamiento que nos enseñe a registrar sus signos: palpitaciones, sensaciones generales, intuición, ritmo respiratorio, movimientos corporales, gestos, tono de voz, etc. En efecto, este es uno de los ejes centrales de la Educación Emocional: aprender a reconocer e identificar las emociones.
El efecto tobogán corre para todas las emociones, tanto las que activan el modo defensa (enojo, tristeza, vergüenza, miedo, angustia, etc.) como para las que activan el modo creativo (amor, felicidad, paz, tranquilidad, confianza, bienestar, alegría, tentación, excitación, entusiasmo, etc.).
LA VENTANA DEL ÓPTIMO DESEMPEÑO: FLUIR
Mientras estamos en modo creativo nos hallamos en la zona de buen desempeño en todos los aspectos. Sin embargo, hay un punto de máxima activación del modo creativo que es la ventana del óptimo desempeño, caracterizada por ser el punto culminante en el que se encuentra el máximo de las capacidades biológicas del individuo. En esos días en que sentís que todo te sale simplemente espectacular, tu interruptor emocional está en profundo modo creativo.
Estar en la ventana del óptimo desempeño no es otra cosa que encontrarse en el estado de flujo descrito por Csíkszentmihályi. (17) En su mundialmente reconocido trabajo, dicho autor escoge la palabra flujo, ya que esta describe un sentimiento de movimiento sin esfuerzo en apariencia, por el cual la persona fluye espontáneamente, casi dejando de ser consciente de sí misma. (18)
Es importante aclarar que no se trata de que solamente podamos tener un excelente o pésimo desempeño. La cuestión no es blanco o negro, sino que existe una gradualidad. De manera que los modos defensa, creativo y relax no son entidades claramente separadas. La diferenciación entre cada uno de estos modos es difusa, ya que se ubican en un contínuum. Quizás gran parte del año estemos fuera de la ventana del óptimo desempeño, pero la meta es mantenernos cerca de ella, ya que es cuando más eficiente desempeño tenemos. Ingresar en esa frecuencia nos genera la sensación agradable de estar fluyendo con lo que hacemos.
También quiero dejar en claro que, según la actividad y la persona, varía la ubicación de la zona del óptimo desempeño. Algunos funcionarán mejor con un arousal más bajo, otros con uno más alto, lo cual dependerá del organismo de cada uno y de la actividad que se esté llevando a cabo.
SECUESTRO AMIGDALAR
Daniel Goleman llama secuestro amigdalar o emocional al estado en que emociones como enfado, ansiedad y sensación de inutilidad crónica secuestran la atención y dificultan el trabajo. (19) Casos extremos (estados panicosos, furia o depresión muy profunda) hasta pueden hacer que la persona no controle esfínteres, no escuche cuando se le habla, no recuerde ni piense, es decir, llegue a estados de enajenación tal que sus capacidades queden casi totalmente embargadas por la emoción.
Así como existe la ventana del óptimo desempeño en el punto máximo del modo creativo, el punto álgido del modo defensa es el secuestro emocional.
NO EXISTEN EMOCIONES NEGATIVAS
Deseo hacer una aclaración: si bien el secuestro emocional es desdeñable, las emociones no son ni buenas ni malas, son energía, y lo que hagas con ellas depende de vos. Hay que distinguir entre emoción y conducta. Por ejemplo, creemos que el enojo es una emoción negativa, pero en realidad es pura energía necesaria para poner en su lugar a alguien que se extralimitó. El caso es que vos podés elegir si hacerlo de un modo asertivo –explicando qué te molesta, cómo deseas ser tratado y pidiendo respetuosa pero firmemente que no se vuelva a repetir– o agresivo –recurriendo a la violencia–. Otros, al no poder expresar la emoción asertivamente, se guardan el enojo y caen en el otro polo: la pasividad, que suele llevar a la somatización y la enfermedad. Hay libros enteros dedicados a desprestigiar y malinterpretar algunas emociones clasificándolas de tóxicas o negativas. Me opongo a esta clasificación, puesto que nos induce a creer que estamos a merced de ellas, pero sí considero que pueden ser placenteras o displacenteras.
LAS EMOCIONES SON CONTAGIOSAS
Otra característica recientemente descubierta de las emociones es que son contagiosas. A todos nos ocurrió pasar tiempo con personas buena onda que terminan transmitiéndonos una sensación de paz, mientras que otras personas muy mala onda o irritables terminan poniéndonos mal. La investigación realizada ha demostrado que estar con personas cuya presencia resulta reconfortante disminuye la presión arterial y reduce la secreción de ácidos grasos. En un laboratorio se monitorearon las respuestas fisiológicas de dos personas que se hallaban en una conversación cordial, pero en distintos estados emocionales. Al inicio de la interacción, los ritmos corporales de los interlocutores eran diferentes, pero luego de unos quince minutos acababan sincronizándose. A este fenómeno se le llamó mirroring (espejar) y tiene lugar tanto en las situaciones conflictivas como en las placenteras, aunque no en las emocionalmente neutras. Las emociones son contagiosas aun cuando las personas no tengan intercambio verbal, pues solo basta con la proximidad física, dice la investigación. Incluso cuando tres extraños permanecen sentados juntos durante unos minutos, el individuo emocionalmente más expresivo termina contagiando a los otros dos sin siquiera mediar palabra. Este hecho ha sido comprobado científicamente en varias oportunidades, y se llegó a la conclusión de que cuanto más unido sea el grupo, más intenso será el contagio de estados de ánimo. (20)
Es justamente esta la función y el baluarte de los buenos entrenadores, coaches, docentes, terapeutas y líderes en general. Se trata de ser bien expresivos de las emociones que ponen a los demás en el modo emocional necesario para llevar a cabo determinada tarea. Así, un buen entrenador ha de ser entusiasta y optimista; un docente ha de ser esperanzador, alegre y calmo; un buen terapeuta, comprensivo y paciente, con sentido del humor, etc. De esta manera podemos contagiar el modo creativo a otros. El contagio siempre acontece, de modo que, si tu entorno social, familiar o laboral posee un color emocional que no te agrada, podés contagiarlos vos si lográs ser expresivo.
BREVE CONSIDERACIÓN SOBRE LA FELICIDAD
Este capítulo está destinado a entender qué son las emociones en general y qué efectos tienen, pero no quiero dejar de abordar en particular una que todos buscamos: la felicidad.
Reflexionemos: ¿qué es lo que nos hace verdaderamente felices? ¿Es lo que tenemos? No. Si así fuese, los millonarios exudarían felicidad. ¿Son las comodidades las que traen felicidad? No, ya que cuando abundan los lujos, nos aburguesamos y siempre queremos más, generando en muchos casos una insatisfacción creciente. Esto se llama adaptación hedónica: nos acostumbramos a los placeres hasta que dejan de ser tales. Así, es necesario incrementar el placer de forma permanente hasta un punto tal que el incremento no causa mayor placer. Es el caso de famosos o millonarios que terminan enredados en las drogas o en circunstancias sumamente excéntricas, echando a perder sus vidas por buscar el imposible de una felicidad basada solo en el placer y lo material. En efecto, numerosas investigaciones demostraron repetidamente que un incremento del dinero no trae aparejado un mayor bienestar, una vez que fueron satisfechas las necesidades básicas. Es decir, si tenés dinero suficiente para vivir y darte algunos gustos, ya estás en condiciones de ser tan feliz como cualquier millonario. Por el contrario, estar por debajo de la satisfacción de las necesidades básicas puede dificultar el desarrollo del bienestar. En otras palabras, las curvas de la felicidad y el dinero estadísticamente van juntas hasta que se cubren las necesidades mínimas; luego la felicidad pasa a depender de otras variables. Cuenta Jorge Bucay que le dijo un cura: “Los millonarios tienen una ventaja sobre nosotros: ellos saben bien que con el dinero no basta”.
¿Es lo que nos pasó en la vida lo que tiene el poder de hacernos felices o infelices? No, tampoco. Los estudios sobre resiliencia (21) demostraron que muchas personas que vivieron situaciones muy duras pueden sobreponerse como adultos prósperos y felices. Tampoco las características físicas de cada cual son el secreto de la felicidad, ya que las investigaciones científicas dan cuenta de que la depresión, por ejemplo, no incide en mayor medida en personas con discapacidades (de nacimiento o adquiridas) que en el resto. Cuando reímos o estamos contentos, ¿estamos felices? No, no necesariamente. Alegría o risas no son sinónimos ni condición de la felicidad.
Podríamos seguir jugando a las escondidas, pero mejor vamos al grano. Sabemos muy bien dónde no está la felicidad, pero dónde está o al menos qué es, a nadie se le enseñó en la escuela y no parece estar muy claro en el común de la gente.
La felicidad es un sentimiento estable (y no efímero como la alegría) que surge como consecuencia de llevar una vida con sentido y haciendo lo que uno disfruta. Es la tranquilidad y serenidad que sentís al saber que estás en la dirección correcta, siendo íntegro y coherente con vos mismo. Como dijimos, la felicidad no es estar contento o reírte todo el tiempo, sino una sensación de orgullo por entregarte a eso que amás hacer en la vida, siendo consecuente con lo que sentís.
Pero volvamos a nuestra pregunta inicial: ¿qué es lo que nos hace verdaderamente felices? La Psicología Positiva, más precisamente Martín Seligman, (22) propone tres vías complementarias para una vida plena.
La primera de ellas es lo que el autor dio en llamar una vida placentera y que puede explicarse como un hedonismo que busca tener la mayor cantidad de momentos alegres. Si bien son necesarios, como vimos, no son suficientes, ya que los placeres no bastan para alcanzar un estado de felicidad. En esta vía existen atajos para sentir emociones placenteras, como el consumo de drogas, ir de shopping, mirar televisión, masturbarse, etc., pero claro está que todo esto, a posteriori, deja un vacío o estado de frustración mayor que antes de sentir el placer.
La segunda pata que sostiene la felicidad es el compromiso (engagement). Está muy relacionado con el fluir: ser uno con la música, el deporte, las manualidades o cualquier otra cosa que uno disfrute hacer. Se experimenta una pérdida de la autoconsciencia durante una actividad muy absorbente. Para esto no existen atajos, no hay otra forma de acceder al disfrute más que encontrando y haciendo lo que a uno lo apasiona. Se trata de disfrutar del proceso que se da únicamente cuando entramos en acción.
La tercera vía a la felicidad es el sentido. Perseguir el compromiso y el placer son a menudo caminos solitarios. Sin embargo, los seres humanos ineludiblemente queremos un significado y un propósito en la vida. Una vida con sentido consiste en pertenecer y servir a algo más amplio e importante que lo individual, algo que trascienda la existencia personal. Se trata de actividades filantrópicas de ayuda para que otros puedan desarrollarse, y se llevan a cabo generalmente a través de instituciones como la familia, la escuela, la política, la iglesia, organizaciones no gubernamentales para el cuidado del medio ambiente, etc. Cuando dotamos de sentido una actividad que realizamos, esta se vuelve muy agradable aunque en sí misma no lo parezca tanto.
Cuando una actividad que desarrolles incluya estas tres vías, en teoría serás feliz, a menos que tengas una manera pesimista de interpretar los acontecimientos, como veremos en el próximo capítulo. Entonces, si una actividad te permite ganar dinero como para vivir con ciertas comodidades y te hace perder la noción del tiempo porque la disfrutás a pleno, además de que representa una causa que tiene un sentido para vos, algo que te trasciende, todo indica que están dadas las condiciones para ser feliz.
Sin embargo, debo señalar que Martín Seligman encontró ciertas limitaciones en su teoría de la felicidad, que mejoró en su última publicación, Flourish (florecer). Veamos.
TEORÍA DEL BIENESTAR (WELL-BEING)
A estos tres elementos de la felicidad (vida placentera, compromiso o fluir y vida con significado o propósito), Seligman agregó dos más: logros (accomplishment) y relaciones positivas.
Habitualmente las personas persiguen el éxito, los logros, ganar, crecer como fines en sí mismos, incluso cuando esto puede no generar emociones placenteras o un significado. Es el caso de muchos millonarios que buscan ganar y hacer negocios exitosos, aunque luego terminen donando el dinero, o el del escalador que busca subir una nueva cima o llegar a un lugar virgen, lo que en apariencia no es de gran utilidad, pero sí implica un gran logro para sí.
En cuanto a las relaciones positivas, muy poco de lo positivo se logra en solitario. La compañía de las personas es el mejor antídoto para los momentos difíciles (downs) de la vida. No hablamos de amigos de Facebook o Instagram, sino de verdaderos vínculos afectivos positivos. Tener una red social genuina genera felicidad. ¿Cuándo fue la última vez que reíste a carcajadas? ¿Cuándo fue la última vez que te sentiste enormemente orgulloso por algo? ¿La última vez que sentiste una gran alegría? Seguramente todos esos momentos positivos tuvieron lugar en compañía de otras personas.
Con estos dos ítems Seligman posiciona a la Psicología Positiva un paso más cerca de la descripción de lo que la gente elige para alcanzar el bienestar.
1. Una biblioteca entera ha sido escrita respecto de este tema, pero dos libros que te recomiendo son El elemento, de Kent Robbinson, y La auténtica felicidad, de Martin Seligman. También, un texto muy breve pero que no tiene desperdicio: el discurso de Steve Jobs que está también en YouTube.
2. Sigman, Mariano, La vida secreta de la mente, Buenos Aires, Debate, 2017.
3. Gladwell, Malcom, Blink, The power of thinking without thinking, Nueva York, Back Bay Books, 2007, p. 52.
4. Assaraf, John y Smith, Murray, La respuesta (The answer), Barcelona, Grijalbo, 2010, p. 114.
5. Seligman, Martin E. P., Flourish, Nueva York, Free Press, 2011, p. 75.
6. Malaisi, Lucas J. J., Cómo ayudar a los niños de hoy, 3ª ed., San Juan, Educación Emocional, 2016.
7. Véase Levy, Norberto, La sabiduría de las emociones, Barcelona, Debolsillo, 2005.
8. Ellis, Albert, Controle su ira antes que ella le controle a usted, Barcelona, Paidós, 1ª ed. Bolsillo, 2007.
9. Dispenza, Joe, Deja de ser tú. La mente crea la realidad, Barcelona, Urano, 2012, p. 131.
10. Seligman, Martin E. P., Learned optimism, Nueva York, Vintage, 2006.
11. Maturana, Humberto R., Emociones y lenguaje, Santiago de Chile, Comunicaciones Noreste, 1ª ed., 1990.
12. Claro que una alta performance depende de habilidades adquiridas, pero aquí estamos hablando de alto desempeño a la medida de tus habilidades.
13. Castro Solano, Alejandro (comp.), Fundamentos de Psicología Positiva, Buenos Aires, Paidós, 2010.
14. Bachrach, Estanislao; Ágil mente, Buenos Aires, Sudamericana, 9ª ed., 2013.
15. Arousal: nivel de activación cerebral. Implica tanto el ritmo de los procesos cerebrales como el nivel general de atención frente a los estímulos del medio, y está regulado por el SAR o sistema de activación reticular. Puede variar desde un nivel de sobreactivación, como en el caso de emociones intensas o estados de alerta, pasando por un nivel atencional óptimo para la acción intencional, hasta llegar a niveles de infraactivación, como en el caso de estados de relajación o sueño.
16. Seligman, Learned optimism, ob. cit.
17. Véase Csíkszentmihályi, Mihály, Fluir (Flow). Una psicología de la felicidad, Barcelona, Kairós, 10ª ed., 2012, p. 89.
18. Si bien el flujo es un estado equilibrado entre las habilidades personales y las exigencias del medio con el que el sujeto interactúa, aquí estoy haciendo referencia a un estado de equilibrio de la persona respecto de sí misma, considerando su funcionamiento biológico independientemente de su contexto. Mihály Csíkszentmihályi argumenta que, para mantenernos en un estado de disfrute o flujo constante –lo que aquí llamamos modo creativo– se requiere que la actividad que estemos desempeñando sea equilibradamente desafiante, en tanto si lo es demasiado, será frustrante –modo defensa– y si lo es poco, será algo aburrido –modo relax–. Considera que las dificultades de la actividad deben aumentar conforme a las habilidades de la persona para mantenerse en un estado de flujo o disfrute –modo creativo– constante. A esto llama el canal de flujo, en el que la gráfica del aumento de habilidades al practicar una actividad es paralela a la gráfica del aumento de desafíos, de modo que se da un equilibrio constante entre desafío y habilidades, tanto en un bajo o mediano como en un elevado nivel de desempeño. En otras palabras, puede disfrutar lo mismo un futbolista profesional al jugar un partido en primera división como yo al jugar con niños de 8 o 9 años, ya que ambos estaremos en circunstancias que demandan el máximo de cada uno. Claro que lo mío no sería muy digno que digamos ante la mirada del público, pero, honestamente, sí sería competitivo según mis habilidades futbolísticas.
19. Goleman, Daniel; Boyatzis, Richard y McKee, Annie, El líder resonante crea más, Buenos Aires, Debolsillo, 2010, p. 42.
20. Véase ibíd., p. 35.
21. Es la capacidad de sobreponernos a la adversidad, pudiendo recuperar o alcanzar un estado de bienestar, salud, prosperidad y felicidad luego de haber vivido situaciones muy estresantes o traumáticas.
22. Seligman, Flourish, ob. cit., p. 11.