Primero se comieron a los animales del zoo. Después, a sus gatos y perros. Algunos incluso comieron pegamento de papel pintado y cuero hervido. Después, lo inimaginable. «Murió un niño18 de solo tres años», escribió Daniil Granin, uno de los supervivientes. «Su madre dejó el cuerpo dentro de la ventana de doble acristalamiento y cortaba un trozo del cuerpo todos los días para alimentar a su segundo hijo.»
Esas fueron algunas de las medidas extremas que se vio forzado a tomar el pueblo de Leningrado durante el sitio nazi de la ciudad que duró casi novecientos días, desde septiembre de 1941 hasta enero de 1944. Murieron más de un millón de ciudadanos, incluidos cuatrocientos mil niños, muchos de ellos, de hambre. Mientras tanto, un alijo de cientos de miles de semillas y montones de patatas, arroz, frutos secos y cereales permanecían escondidos en el corazón de la ciudad.
Unos veinticinco años antes de que empezara el sitio, un joven botánico llamado Nikolái Vavílov comenzó una colección de semillas. Al haber crecido en Rusia durante una época en la que las hambrunas hacían estragos matando a millones de personas, dedicó su vida y su trabajo a acabar con el hambre y a prevenir futuros desastres ecológicos. Lo que empezó como idealismo al final se convirtió en una causa muy concreta para Vavílov. Viajó por el mundo para recoger varios tipos de cosechas de alimentos y aprender más de lo que hacía que unos alimentos fueran más resilientes que otros. Al cabo de poco tiempo, había recogido semillas de más de seis mil tipos de plantas. Además, empezó a estudiar genética y experimentó con nuevas cepas de cultivos que pudieran resistir mejor las plagas o las enfermedades, que crecieran más rápido, soportaran condiciones duras u ofrecieran una mayor producción de comida. A medida que avanzaba su trabajo, la visión de Vavílov de un banco de semillas se hizo realidad. Igual que nosotros guardamos una copia de seguridad de los datos importantes por si se avería el ordenador, Vavílov quería tener una reserva de semillas de todas las plantas comestibles del mundo por si alguna especie se extinguía o no se podía cultivar debido a desastres naturales o provocados por el hombre.
Tras haberse construido una buena reputación (y una colección de semillas aún mayor), en 1920 Vavílov dejó su vida como académico para convertirse en jefe del Departamento de Botánica Aplicada de Leningrado. Con la ayuda de la financiación del Gobierno, Vavílov pudo reunir a un equipo completo de científicos para que le ayudaran en su trabajo y para hacer avanzar su causa. Al llegar a dicha institución, Vavílov escribió: «Me gustaría que el Departamento19 fuera una institución necesaria, el máximo de útil para todo el mundo. Me gustaría reunir variedades de todo el mundo, [organizarlas y] convertir el Departamento en el tesoro de todos los cultivos y otras floras». Y, como cualquier buen visionario de mentalidad infinita, concluyó: «El resultado es incierto… De todas formas, quiero intentarlo».
Sin embargo, al cabo de dos años, el panorama había cambiado. Era la Unión Soviética de Stalin, y nadie estaba a salvo. Ni siquiera el respetado Vavílov. Bajo su dominio, que duró desde 1922 hasta su muerte en 1953, se dice que Stalin fue responsable de las muertes de más de 20 millones de personas. Y, por desgracia, el científico que había dedicado la vida a ayudar a la gente de su país pasó a ser un objetivo político de Stalin. Vavílov fue arrestado en 1940 acusado falsamente de ser espía. Lo sometieron a más de cuatrocientas sesiones de interrogatorio brutal, algunas duraban trece horas, y todas buscaban doblegar su espíritu y obligarlo a confesar que era simpatizante del antiestalinismo. Pero Vavílov no era fácil de quebrar, ni siquiera en aquellas condiciones extremas. Pese a lo mucho que lo intentaron sus captores, Vavílov nunca cedió. Nunca confesó las acusaciones falsas que había contra él. Por desgracia, en 1943, con solo cincuenta y cinco años de edad, el botánico visionario y genetista de plantas que había dedicado su vida a acabar con el hambre murió en la cárcel por malnutrición.
Cuando murió Vavílov, el sitio de Leningrado estaba causando estragos. Allí, en mitad de una zona de guerra, escondidos en un edificio bastante corriente de la plaza de San Isaac, estaban los registros de todo el trabajo del equipo de Vavílov y, por supuesto, su colección de semillas de valor incalculable, que ya estaba formada por cientos de miles de variedades de cultivos. Además de los riesgos obvios de los bombardeos, la colección también se vio amenazada por el aumento de las ratas en la ciudad (la gente que se moría de hambre se había comido a todos los gatos, que normalmente controlaban la población de ratas). Y por si eso no bastara, la colección de Vavílov también había llamado la atención de los nazis. Obsesionado con la eugenesia y con su propia salud, Hitler conocía el valor del banco de semillas y lo quería para él y para Alemania. El problema era que, pese a que sabía de su existencia, no sabía dónde estaba. Así que encargó a un grupo de su ejército que lo encontrara.
A pesar de las amenazas y de estar sujetos a las mismas condiciones extenuantes que los demás habitantes de Leningrado, el equipo de científicos de Vavílov siguió su trabajo durante el sitio. Por ejemplo, se arriesgaban a salir en mitad del invierno para sembrar de nuevo patatas en un campo cerca del frente. Pudieron sacar de la ciudad a escondidas parte de su trabajo, pero el resto lo mantuvieron oculto y vigilado. Los científicos eran tan fieles a la visión de Vavílov que se prepararon para proteger el banco de semillas a cualquier precio. Incluso con su vida. Al final, rodeados por cientos de miles de semillas, grandes cantidades de patatas, arroz, frutos secos, cereales y otros cultivos que se negaron a comer, nueve de los científicos murieron de hambre.
Se dice que Vavílov afirmó sobre su causa: «Iremos a la hoguera20, nos quemaremos, pero no olvidaremos nuestras convicciones». Y los que se unieron a él en esa causa común estaban realmente inspirados por las palabras de Vavílov. Las vivían. Uno de los supervivientes, Vadim Lekhnovich, que ayudó a plantar las patatas y las vigiló mientras volaban los disparos por los aires, contestó lo siguiente cuando le preguntaron por qué no se comió el botín: «Costaba andar21. Costaba muchísimo levantarse por la mañana y mover las manos y los pies», decía, «pero no costaba nada abstenerse de comerse la colección. Porque era imposible [pensar en] comérsela. Porque esa era la causa de tu vida, y de la vida de tus camaradas».
Los científicos que continuaron el trabajo de Vavílov durante el sitio sentían que formaban parte de algo más grande que ellos mismos. Esta Causa Justa, «una misión para toda la humanidad», como la llamaba Vavílov, daba a su trabajo y a sus vidas un propósito y un sentido que iban más allá que una persona o que las dificultades extremas a las que se enfrentaron durante el sitio. El hecho de haber comido ellos mismos o incluso de haber dado comida a los habitantes de la ciudad que se morían de hambre habría sido una solución finita a un problema finito. Habrían ayudado a prolongar la vida de algunas personas que probablemente habrían muerto de todas formas o incluso habrían podido salvar la vida de otras, pero dichos científicos tenían la vista puesta más allá del horizonte inmediato. No pensaban en el número relativamente pequeño de vidas que podían salvar en Leningrado, sino que imaginaban un estado futuro en el que su trabajo pudiera salvar civilizaciones enteras. Su trabajo no estaba dedicado a llegar hasta el final del sitio, sino que jugaban para que la raza humana resistiera el máximo de tiempo posible.
¿Qué es una Causa Justa?
El equipo infantil de béisbol de Howard era uno de los peores, si no el peor, de la liga. Al final de cada partido perdido, el entrenador decía a los jugadores: «No importa quién gane o pierda, lo que importa es cómo hemos jugado el partido». Entonces, el precoz Howard levantaba la mano y le preguntaba: «Entonces, ¿por qué sumamos los puntos?»
Cuando jugamos en un juego finito, jugamos para ganar. Incluso si solamente esperamos jugar bien y disfrutar del juego, no jugamos para perder. La motivación al jugar un juego infinito es completamente distinta. El objetivo no es ganar, sino seguir jugando. Es hacer avanzar algo más grande que nosotros mismos o nuestras organizaciones. Y cualquier líder que desee liderar en el Juego Infinito debe tener una Causa Justa clarísima.
Una Causa Justa es una visión concreta de un estado futuro que todavía no existe. Es un futuro estado tan atractivo que la gente está dispuesta a hacer sacrificios para ayudar a que se avance hacia esa visión. Igual que los científicos de Vavílov, el sacrificio que la gente está dispuesta a hacer puede que sea su propia vida. Pero no tiene por qué. Puede ser rechazar un trabajo en el que pagan más para seguir trabajando para una organización que promueve una Causa Justa en la que creemos. Puede significar trabajar hasta tarde o hacer viajes de negocios con frecuencia. Puede que no nos gusten los sacrificios que hacemos, pero sentimos que vale la pena hacerlos porque son por una Causa Justa.
El hecho de «ganar» nos proporciona una emoción de victoria temporal, un subidón intenso, pero efímero, de confianza en nosotros mismos. Nadie puede aferrarse a la increíble sensación de logro de ese objetivo que logramos, ese ascenso que nos ganamos o ese torneo que ganamos hace un año. Esa sensación ya forma parte del pasado. Para volver a sentirla, tenemos que intentar ganar otra vez. Sin embargo, cuando hay una Causa Justa, una razón para ir a trabajar es más grande que cualquier victoria en concreto, nuestros días tienen más sentido y nos sentimos más realizados. Son sensaciones que perduran semana tras semana, mes tras mes, año tras año. En una organización que solamente esté impulsada por lo finito puede que nos guste nuestro trabajo algunos días, pero es probable que nunca lo amemos. En cambio, si trabajamos para una organización que tiene una Causa Justa, puede que nos guste nuestro trabajo algunos días, pero siempre lo amaremos. Como con nuestros hijos, puede que nos caigan bien algunos días y otros no, pero los queremos todos los días.
Un POR QUÉ viene del pasado. Es una historia del origen. Es una declaración de quiénes somos, la suma total de nuestros valores y creencias. Una Causa Justa trata del futuro. Define a dónde vamos. Describe el mundo en el que esperamos vivir y que nos comprometeremos a ayudar a construir. Todo el mundo tiene su propio POR QUÉ (y todo el mundo puede saber su POR QUÉ si opta por descubrirlo). En cambio, no tenemos que tener nuestra propia Causa Justa, sino que podemos optar por unirnos a la de alguien. Podemos empezar un movimiento, o podemos optar por unirnos a uno y hacérnoslo nuestro. A diferencia de lo que ocurre con un POR QUÉ, del que solo puede haber uno, podemos trabajar para hacer que prospere más de una Causa Justa. Nuestro POR QUÉ es fijo y no se puede cambiar. En cambio, como una Causa Justa trata de algo que aún no se ha construido, no sabemos qué forma adoptará exactamente. Podemos trabajar incansablemente para construirlo como queramos y hacer mejoras constantes sobre la marcha. Debemos pensar que el POR QUÉ es como los cimientos de una casa, el punto de partida. Da fuerza y permanencia a cualquier cosa que construyamos. Nuestra Causa Justa es la visión ideal de la casa que esperamos construir. Podemos trabajar toda una vida para construirla y aún no la habremos acabado. Sin embargo, los resultados de nuestro trabajo nos ayudan a dar forma a la casa. Cuando pasa de nuestra imaginación a la realidad, inspira a más personas para que se unan a la Causa y continúen el trabajo… para siempre. Por ejemplo, mi POR QUÉ es inspirar a las personas a hacer lo que les inspira para que todos juntos podamos cambiar el mundo a mejor. Es exclusivamente mío. Mi Causa Justa es construir un mundo en el que la gran mayoría de la gente se despierte inspirada, se sienta segura en el trabajo y vuelva a casa sintiéndose realizada al final de cada día, y busco al máximo número de personas posible para que se unan a esta Causa.
La Causa Justa en la que trabajamos es lo que da sentido a nuestro trabajo y a nuestra vida. Una Causa Justa nos inspira a estar concentrados más allá de las recompensas finitas y las victorias individuales. Una Causa Justa proporciona el contexto para todos los juegos finitos que debemos jugar por el camino. Una Causa Justa es lo que nos inspira a querer seguir jugando. Ya sea en el campo de la ciencia, en la construcción de una nación o en los negocios, los líderes que quieren que nos unamos a ellos en su búsqueda infinita nos deben ofrecer de forma clara una visión afirmativa y tangible del estado futuro ideal que imaginan. Cuando los Padres Fundadores de Estados Unidos declararon la independencia de Gran Bretaña, por ejemplo, sabían que un acto tan radical requeriría declarar una Causa Justa. «Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales», escribieron en la Declaración de Independencia, «que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad». La visión que expusieron no era simplemente la de una nación definida por unas fronteras, sino la de un Estado futuro ideal definido por principios de libertad e igualdad para todos. Y el 4 de julio de 1776, los cincuenta y seis hombres que firmaron esa visión «nos comprometemos mutuamente con nuestra vida, nuestra fortuna y nuestro sagrado honor». Eso era lo mucho que les importaba. Estaban dispuestos a renunciar a sus propias vidas e intereses finitos para llevar adelante los ideales y la idea infinita de una nueva nación. Su sacrificio inspiró, a su vez, a las generaciones futuras a adoptar la misma Causa y dedicar su propia sangre, sudor y lágrimas a que esta siguiera avanzando.
Sabemos que una Causa es justa cuando nos comprometemos con ella con la confianza de que otras personas continuarán con nuestro legado. Eso fue lo que ocurrió con los fundadores de Estados Unidos. Y también con Nikolái Vavílov. La visión de Vavílov de un mundo en el que poblaciones enteras y, de hecho, toda la humanidad siempre tendrá una fuente de comida, lo que garantiza que podamos sobrevivir el mayor tiempo posible, sigue en pie hoy en día. Hay casi dos mil bancos de semillas desplegados en más de cien países del mundo que continúan el trabajo que Vavílov empezó hace mucho tiempo. El Banco Mundial de Semillas de Svalbard en Noruega es uno de los más grandes. Está en un entorno de temperatura controlada naturalmente en el Ártico y conserva más de mil millones de semillas de casi seis mil especies de flora. Está ahí para garantizar que, en el peor de los casos, tendríamos una fuente de comida para mantener nuestras especies vivas. Marie Haga, la directora ejecutiva22 del Crop Trust, la organización creada conjuntamente con la ONU para apoyar el trabajo de los bancos de semillas mundiales, señala que Vavílov fue el fundador de la causa. «Un siglo después de los primeros viajes [de Vavílov]», afirmó, «una nueva generación de entregados partidarios de la diversidad de los cultivos sigue viajando por el mundo para conservar no solo el germoplasma, sino también el legado de Vavílov».
Muchas de las organizaciones para las que trabajamos ya tienen algún tipo de declaración de propósito, visión o misión (o los tres) escritos en la pared. Nuestros líderes esperan que nos inspiren. Sin embargo, en general, dichas declaraciones no cumplen los requisitos para ser una Causa Justa. En el mejor de los casos, son aburridas y anodinas, y en el peor nos señalan una dirección para seguir jugando en el reino finito. Incluso algunos de los intentos mejor intencionados están definidos de una forma finita, genérica, egocéntrica o demasiado vaga para ser útil en el Juego Infinito. Un intento común incluye declaraciones como: «Hacemos las cosas que tú no quieres hacer para que te puedas concentrar en las cosas que quieres hacer». Puede que sea una declaración cierta, lo que ocurre es que es verdad para demasiadas cosas, sobre todo en un espacio entre empresas. Además, no sirve demasiado como llamamiento. Otra visión genérica común es «Ofrecer los productos de la mayor calidad al mejor precio posible, etc., etc.» Declaraciones como estas sirven de poco a las personas que desean liderarnos en el Juego Infinito. Estas declaraciones no son inclusivas. Son egocéntricas. Tratan de la empresa, miran hacia adentro y no tratan del futuro estado al que contribuyen los productos o servicios.
Vizio, el fabricante californiano23 de televisores y altavoces, manifiesta en su página web, por ejemplo, que existe para «ofrecer productos más inteligentes y de rendimiento elevado que incorporan las últimas innovaciones con un ahorro importante que podemos pasar a nuestros consumidores». Confío en lo que dicen, creo que hacen todo eso. Pero, ¿esas palabras realmente inspiran a alguien a querer ofrecer su sangre, su sudor o sus lágrimas? Cuando lees ese texto, ¿te inspira a ir corriendo a solicitar un puesto de trabajo ahí? No hay mucha gente a la que se le ponga la piel de gallina o que sienta una llamada visceral para ser parte de algo así. Declaraciones como esta no nos ofrecen ni una causa con la que comprometernos ni un sentido de para qué es todo eso, y ambos elementos son esenciales en el Juego Infinito.
Como hemos dicho, una Causa Justa es una visión específica de un estado futuro que todavía no existe. Y para que dicha Causa Justa dé un rumbo a nuestro trabajo, nos inspire a sacrificarnos y perdure no solo en el presente, sino más allá de cuando nosotros ya no estemos aquí, debe cumplir cinco requisitos. Si no estáis seguros de si vuestro propósito, misión o visión es una Causa Justa o si os interesa liderar con una Causa Justa, podéis utilizar los siguientes requisitos como un simple examen.
Una Causa Justa:
Está a favor de algo: es afirmativa y optimista
Una Causa Justa es algo que nos representa y algo en lo que creemos, no es algo a lo que nos oponemos. Los líderes pueden congregar a personas contra algo con bastante facilidad. Las pueden agitar hasta la locura, incluso, porque nuestras emociones se caldean cuando estamos enfadados o cuando tenemos miedo. En cambio, estar a favor de algo significa estar inspirado. Estar a favor incendia el espíritu humano y nos llena de esperanza y optimismo. Estar en contra es sinónimo de denigrar, demonizar o rechazar. Estar a favor quiere decir invitar a todo el mundo a unirse a una causa común. Estar en contra concentra nuestra atención en las cosas que vemos para provocar reacciones. Estar a favor concentra nuestra atención en el futuro sin construir para despertar nuestra imaginación.
Por ejemplo, imagina que, en lugar de luchar contra la pobreza, lucháramos a favor del derecho de todas las personas a mantener a su propia familia. En el primer caso se crea un enemigo común, algo a lo que nos oponemos. Fija la Causa como si fuera «ganable», es decir, como un juego finito. Nos hace pensar que podemos vencer a la pobreza de una vez por todas. En el segundo caso, tenemos una causa que podemos hacer avanzar. El impacto de las dos perspectivas es más que semántico. Afecta a cómo vemos el problema / la visión que afecta a nuestras ideas sobre cómo podemos contribuir a algo. En el primer caso tenemos un problema que resolver, mientras que en el segundo nos da una visión de posibilidad, dignidad y empoderamiento. No nos inspira «reducir» la pobreza, pero sí «hacer crecer» el número de personas que pueden mantenerse a sí mismas y a su propia familia. Estar a favor o en contra es una diferencia sutil pero profunda que entendieron intuitivamente los que escribieron la Declaración de Independencia.
Quienes lideraron a Estados Unidos hacia la independencia luchaban contra Gran Bretaña a corto plazo. Los colonos estadounidenses se sentían muy ofendidos por cómo los trataba Inglaterra. Más del 60% de la Declaración de Independencia se dedica a exponer los agravios contra el rey. Sin embargo, luchaban a favor de una Causa, y esa era la verdadera fuente de la inspiración duradera, y en la Declaración de Independencia iba antes de todo lo demás. Es la primera idea que leemos en el documento. Fija el contexto para el resto de la Declaración y la dirección hacia la que hay que avanzar. Es el ideal que aprendemos fácilmente de memoria y con el que nos sentimos identificados personalmente. Pocos estadounidenses, salvo los eruditos y los fans más acérrimos de la historia, pueden recitar ni siquiera una de las quejas que presenta el documento más adelante, cosas como: «Se ha esforzado por desalentar la Población de estos Estados; para ese Propósito ha obstaculizado las Leyes de Naturalización de extranjeros; se ha negado a aprobar otras que alienten la Migración, y ha aumentado las exigencias para las nuevas apropiaciones de Tierras». En cambio, la mayoría de los estadounidenses pueden recitar con facilidad «todos los hombres son creados iguales» y los tres principios de «vida, libertad y la búsqueda de la felicidad». Estas palabras están marcadas de forma indeleble en la psique cultural. Las invocan tanto patriotas como políticos, y recuerdan a los estadounidenses las personas que nos esforzamos por ser y los ideales sobre los que se fundó nuestra nación. Nos dicen a favor de qué estamos.
Es inclusiva: abierta a todas las personas que quieran contribuir a dicha causa
Los seres humanos quieren sentir que forman parte de algo. Anhelamos la sensación de pertenencia. Disfrutamos al sentir que formamos parte de un grupo, como cuando vamos a la iglesia, a un desfile o a una concentración o llevamos la camiseta de nuestro equipo al asistir a un partido. Una Causa Justa sirve de invitación a unirse a otras personas para hacer avanzar una causa que sea más grande que nosotros mismos. Cuando las palabras de una Causa Justa nos ayudan a imaginar una visión positiva, específica, alternativa del futuro, provoca algo en nuestro interior que hace que queramos levantar la mano para unirnos a ellos y participar en esa idea.
Una declaración de Causa bien elaborada nos inspira a ofrecer nuestras ideas, nuestro tiempo, nuestra experiencia, nuestras manos, cualquier cosa que pueda ayudar a que avance la nueva visión del futuro que expresa. Así se crea un movimiento. Lo empiezan unas cuantas personas. Su visión idealizada atrae a gente que cree en esa visión. Esos primeros adoptantes de la idea no pretenden conseguir nada, sino que están ahí para dar. Quieren ayudar. Quieren participar en el camino hacia una nueva versión del futuro. Hacen suya la Causa.
Las organizaciones que simplemente prometen «cambiar el mundo» o «lograr un impacto» nos dicen muy poco sobre lo que quieren conseguir exactamente. El sentimiento es bueno, pero demasiado genérico para que nos sirva de filtro significativo. De nuevo, una Causa Justa es una visión específica de un estado futuro que todavía no existe; un estado futuro tan atractivo que la gente está dispuesta a hacer sacrificios para que dicha visión avance. Lo denominamos visión porque es algo que tenemos que poder ver. Para que una Causa Justa sirva de invitación efectiva, las palabras deben pintar una imagen específica y tangible del tipo de impacto que haremos o de cómo será ese mundo mejor. Solo cuando imaginamos en nuestra mente la versión exacta del mundo hacia el que quiere avanzar una organización o un líder, sabremos con qué organización o líder nos queremos comprometer para dedicarles nuestras energías. Una Causa clara es lo que enciende nuestra pasión.
«Solo contratamos a gente apasionada» es un parámetro que suelen citar muchas personas responsables de contratar. Pero ¿cómo saben que los candidatos están apasionados por la entrevista, pero no tanto por la Causa? La verdad es que TODO EL MUNDO siente pasión por algo, pero no todos nos apasionamos por lo mismo. Los líderes de mentalidad infinita buscan activamente empleados, clientes e inversores que compartan una pasión por una Causa Justa. Para los empleados, es lo que significa cuando afirmamos «Contrata por cultura y siempre podrás enseñar las habilidades después». Para los clientes y los inversores, es la raíz del amor y la fidelidad por la organización.
La empresa de comida rápida (ensaladas) Sweetgreen representa algo más grande que vender ensaladas, por ejemplo. Invitan a las personas que potencialmente les ayudarían a unirse a su Causa. Su misión declarada es «inspirar a que las comunidades estén más sanas conectando a las personas con la comida de verdad». Según la definición que hace Sweetgreen de comida de verdad, significa ingredientes de fuentes locales que dan apoyo a las granjas locales. Por eso, sus establecimientos tienen menús distintos en función de la parte del país en la que estén. Aunque muchos compremos sus ensaladas simplemente porque nos gustan, los que son fieles a la comida de fuentes locales y quieren apoyar las granjas locales se sentirán atraídos a trabajar y convertirse en los seguidores más leales de Sweetgreen. Harán sacrificios, como desplazarse o pagar un poco más por comprar en Sweetgreen. Apoyar a la empresa de alguna forma es una de las cosas que hacen para sentir que hacen avanzar sus propios valores y creencias, su propia visión de un mundo mejor. Se sienten incluidos en la Causa.
Está orientada al servicio: para beneficio principalmente de los demás
Una Causa Justa debe implicar como mínimo a dos partes, los colaboradores y los beneficiarios. Los donantes y los receptores. Los colaboradores dan algo, por ejemplo, sus ideas, su duro trabajo o su dinero, para ayudar a que avance una Causa Justa. Y los receptores de esa colaboración obtienen un beneficio. Para que una Causa Justa supere la prueba de la orientación al servicio, el beneficio principal de las aportaciones de la organización siempre debe ir a las personas que no son los colaboradores en sí.
Por ejemplo, si mi jefe me ofrece orientación respecto a mi carrera profesional, dicha orientación debe ser para el beneficio, principalmente, de mi carrera y no de la suya. Si soy inversor, debo procurar que el beneficio principal de mi colaboración ayude a la empresa a que avance su Causa Justa. Si soy un líder, debo intentar que el beneficio principal de mi tiempo, mi esfuerzo y mis decisiones vaya a las personas a las que lidero. Si soy un empleado que atiende al público, debo procurar que el beneficio principal de mi esfuerzo vaya a las personas que compran nuestro producto o servicio. Si solamente hay una parte, si somos los únicos beneficiarios de nuestro trabajo, no es una Causa Justa. Es un proyecto de vanidad.
Cuando Sweetgreen habla sobre los beneficiarios de sus contribuciones, hablan de comunidades y personas. No de lo que harán sus contribuciones para Sweetgreen. Y los que redactaron la Declaración de Independencia tenían claro que «nosotros, el pueblo» y no «nosotros, los líderes» serían los beneficiarios principales de su esfuerzo y de la Revolución de las trece colonias. Si los que encabezaron la lucha hubieran decidido que los beneficiarios principales serían ellos, entonces, EE UU probablemente habría acabado gobernado por una dictadura o una oligarquía. Con esa nueva perspectiva, vemos enseguida lo que ocurre cuando una empresa dice que los beneficiarios principales de su trabajo son los accionistas, no los clientes.
La palabra clave en todo esto es «principales». Vocación de servicio no es sinónimo de obra benéfica. En una obra benéfica, la inmensa mayoría, o todo, el beneficio de nuestras contribuciones debe ir al receptor. Y el beneficio que obtiene el colaborador es sentirse bien por haber hecho algo bueno. En el campo de los negocios, es evidente que podemos considerar cómo nos beneficiará nuestro trabajo o cómo haremos avanzar nuestro destino. Por supuesto que podemos esperar e incluso exigir recibir reconocimiento y una remuneración justa por nuestro esfuerzo y nuestros resultados. También podemos querer que nuestros inversores se beneficien, no a costa de la empresa, de las personas que trabajan ahí o de los clientes que compran nuestros productos. Ningún beneficiario ni cliente debería ser obligado a comprar un producto de calidad inferior y ningún empleado debería perder su puesto de trabajo debido a la reducción de costes realizada para beneficiar a un accionista, que, al fin y al cabo, solo es un miembro de un grupo de colaboradores. De nuevo, solamente cuando el beneficiario principal de la Causa es alguien que no es la propia organización la Causa puede ser Justa.
Eso es el liderazgo de servicio. Hace referencia a que el beneficio principal de las colaboraciones fluye hacia abajo. En una organización en la que no hay vocación de servicio (o que se trata como una característica secundaria y no como el rasgo principal), el flujo de beneficios tiende a ir hacia arriba. Los inversores invierten principalmente para ver un rendimiento antes que nadie. Los líderes toman decisiones que les benefician a ellos antes que a las personas que tienen a su cargo. Los comerciales se aseguran de hacer lo que haga falta para lograr la venta y ganar su incentivo, al margen de lo que necesite el cliente. Ese es el flujo común de beneficio en muchas organizaciones hoy en día. Tenemos demasiadas culturas llenas de personas que trabajan para proteger sus propios intereses y los intereses de los que están por encima de ellos antes que los de las personas a las que se supone que deben atender.
El requisito de que una Causa Justa esté orientada al servicio es coherente con cómo se supone que se deben jugar los juegos infinitos. El jugador infinito quiere que el juego siga activo para los demás. Un líder que desea construir una organización equipada para el Juego Infinito nunca debe tomar decisiones solamente para impulsar su propia remuneración. Debería centrar su esfuerzo en equipar a la organización para el juego en el que opera. Ni siquiera el inversor debe ser el beneficiario principal de su inversión. El beneficio de su contribución financiera debe ir a la organización en la que creen porque ellos quieren ver avanzar esa Causa Justa. Un inversor de mentalidad infinita quiere colaborar para que avance algo más grande que sí mismo. Algo que, si tiene éxito, será muy rentable. En cambio, un inversor de mentalidad finita es más parecido a un jugador que solo apuesta para llevarse un beneficio. No confundamos ambos comportamientos.
La razón que explica que la vocación de servicio sea tan importante en el Juego Infinito es que construye una base fiel de empleados y clientes (e inversores) que seguirán con la organización a las duras y a las maduras. Es esta fuerte base fiel lo que da a cualquier organización un tipo de fuerza y longevidad que no se puede obtener solamente con dinero. Los empleados más leales sienten que sus líderes se preocupan realmente de ellos…, porque es verdad que se preocupan. A cambio, ellos ofrecen sus mejores ideas, actúan de manera libre y responsable y trabajan para solucionar problemas en beneficio de la empresa. Los clientes más fieles sienten que la empresa se preocupa realmente de sus aspiraciones, deseos y necesidades…, porque es cierto. Y, por esa razón, los clientes fieles se desplazan, pagan un poco más al comprar algo a esa empresa y no a otra y animan a sus amigos a hacer lo mismo. Y las empresas mejor lideradas sienten que sus inversores se preocupan de verdad de ayudar a que la empresa sea tan fuerte como sea posible para hacer avanzar la Causa porque a los inversores les importa de verdad. Los resultados benefician a todas las partes interesadas.
Es resiliente: capaz de resistir cambios políticos, tecnológicos y culturales
Sería aconsejable que los líderes que quieren liderar con una mentalidad infinita recordaran el ejemplo de la Declaración de Independencia. El compromiso declarado de los fundadores con la igualdad y los derechos humanos inalienables son imperecederos. Durante más de 240 años, los líderes, el paisaje, el pueblo y la cultura de la nación han cambiado, pero la Causa Justa ha seguido siendo tan relevante e inspiradora como siempre. Es una Causa Justa durante un marco de tiempo infinito.
En el Juego Infinito de los negocios, una Causa Justa debe ser mayor que los productos que hacemos y los servicios que ofrecemos. Nuestros productos y servicios son algunas de las cosas que utilizamos para hacer que avance nuestra Causa. Pero ellos en sí mismos no son la Causa. Si articulamos nuestra Causa en función de nuestros productos, toda la existencia de nuestra organización depende de la relevancia de dichos productos. Cualquier tecnología nueva podría hacer que nuestros productos, nuestra Causa y, de hecho, toda nuestra empresa quedaran obsoletos de la noche a la mañana. Por ejemplo, las empresas de transporte ferroviario estadounidense eran de las más grandes del país. Hasta que los avances en la tecnología de la automoción y la red de autopistas ofrecieron una alternativa más rápida y, a veces, más barata al tren. Si las empresas ferroviarias hubieran definido su necesidad de existir en términos relacionados con el transporte de personas y cosas en lugar de seguir ampliando vías, podrían haber sido las propietarias de las principales empresas automovilísticas o aéreas hoy en día. Las editoriales se veían en el negocio de los libros y no en el del negocio de difundir ideas, y por eso perdieron la oportunidad de aprovechar las nuevas tecnologías para hacer avanzar su causa. Podrían haber inventado Amazon o el lector de libros digitales. Si la industria de la música se hubiera definido como los que comparten música en vez de los vendedores de discos, cintas y CD, les habría resultado más fácil el paso al streaming digital. Si se hubieran definido a sí mismas mediante una causa mayor que los productos que venden, podrían haber inventado servicios como iTunes o Spotify. Pero no lo hicieron. Y ahora están pagando por ello.
Los mercados suben y bajan, la gente viene y va, las tecnologías evolucionan, los productos y los servicios se adaptan a los gustos del consumidor y a las exigencias del mercado. Necesitamos algo con permanencia en lo que colaborar. Algo que resista el cambio y la crisis. Para mantenernos en el Juego Infinito, nuestra Causa debe ser duradera, resiliente y atemporal.
Es idealista: grande, valiente y, en última instancia, inalcanzable
Cuando los firmantes de la Declaración de Independencia afirmaron que «todos los hombres son creados iguales» y «dotados […] de ciertos Derechos inalienables», se referían principalmente a hombres blancos, anglosajones y protestantes. Sin embargo, casi inmediatamente hubo esfuerzos para hacer avanzar una comprensión más expansiva e inclusiva del ideal. Durante la Guerra de Independencia, por ejemplo, George Washington prohibió el anticatolicismo en sus ejércitos y asistía con regularidad a misas católicas para servir de ejemplo al comportamiento que esperaba de sus hombres. Casi cien años después, la Guerra Civil puso fin a la esclavitud y, poco después de eso, la Decimocuarta Enmienda concedió ciudadanía e igualdad de derechos a los afroamericanos y los antiguos esclavos. El movimiento a favor del sufragio femenino dio un paso adelante y logró que avanzara una Causa Justa en EE UU al lograr el voto para las mujeres en 1920. La Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de Derecho a Sufragio de 1965, que protegían a los afroamericanos y a otros de la discriminación, fueron dos pasos más. La nación avanzó un poco más en 2015 con la decisión del Tribunal Supremo en el caso Obergefell contra Hodges, que ampliaba la protección garantizada por la Decimocuarta Enmienda al matrimonio homosexual.
Si los fundadores de Estados Unidos solamente hubieran fijado un objetivo (lograr la independencia), una vez conseguida, habrían tomado una cerveza y se habrían puesto a jugar a bolos y a canicas mientras se felicitaban los unos a los otros por lo fantástico que había sido haber ganado la guerra. Pero eso no fue lo que pasó. Se pusieron manos a la obra para redactar una Constitución (que fue ratificada por completo solo siete años después del fin oficial de la Guerra de Independencia) y continuaron codificando un conjunto de principios duradero para proteger y fomentar su gran visión valiente e idealista del futuro. Una visión que los estadounidenses han luchado por proteger y hacer progresar desde que la pluma y la tinta tocaron el papel. Y seguirán protegiendo y haciendo avanzar mientras tengamos la voluntad y los recursos para hacerlo. La Causa Justa de EE UU todavía se tiene que hacer realidad del todo y, a efectos prácticos, nunca lo será. Pero moriremos intentándolo. Y de eso se trata.
De hecho, la abolición de la esclavitud, el sufragio femenino, la Ley de Derechos Civiles y los derechos de los homosexuales son algunos de los grandes pasos que la nación ha dado para realizar su Causa. Y pese a que dichos movimientos, infinitos por sí mismos, todavía no estén completos, siguen representando un paso claro en la marcha de la nación hacia los ideales consagrados en la Declaración de Independencia. Es importante celebrar nuestras victorias, pero no podemos dormirnos en los laureles. El Juego Infinito todavía está en marcha y queda mucho trabajo por hacer. Esas victorias deben servir de hitos de nuestro progreso hacia un futuro idealizado. Nos dan una visión de cómo sería nuestro futuro idealizado, y puede servir de inspiración para seguir avanzando.
El camino idealizado de una Causa Justa es así: por mucho que hayamos logrado, siempre sentimos que nos queda camino por andar. Piensa que una Causa Justa es como un iceberg. Lo único que vemos es la punta, las cosas que ya hemos logrado. En una organización, suelen ser los fundadores y los colaboradores iniciales los que tienen la visión más clara del futuro incierto, de lo que, para todos los demás, sigue oculto. Cuanto más claras sean las palabras de una Causa Justa, más probable es que atraigan e inviten a los innovadores y los adoptantes iniciales, a los que están dispuestos a asumir el riesgo inicial para hacer avanzar algo que existe casi completamente en su imaginación. Con cada éxito, se revela un poco más del iceberg a los demás; la visión se hace más visible para los otros. Y, cuando los demás pueden ver que una visión se convierte en algo real, los escépticos se convierten en creyentes y más personas se sienten inspiradas por la posibilidad y dedican voluntariamente su tiempo, su energía, sus ideas y su talento para ayudar a hacer avanzar más la Causa. No importa cuánta parte veamos del iceberg, nuestros líderes tienen la responsabilidad de recordarnos que la gran mayoría sigue estando sin explorar. Porque no importa el éxito del que disfrutemos, la Causa Justa por la que trabajamos está en el futuro y no en el pasado.
Cuando tengas tu Causa, escríbela
Los Padres Fundadores de Estados Unidos eran figuras excepcionales. Vivían y respiraban su Causa Justa. Esto es muy habitual, también, en el caso de líderes inspiracionales del campo de los negocios. Pero ¿qué sucede cuando estos guardianes carismáticos de la Causa pasan página, se retiran o se mueren? A menudo me sorprende cuántos líderes visionarios no creen que deban encontrar las palabras para expresar su Causa, ni escribirla. Supone que, como tienen muy clara la visión, todos en la organización la tienen igual de clara. Evidentemente, no es así.
Si no se encuentran las palabras para expresar una Causa Justa y esta no se pone por escrito, aumenta dramáticamente el riesgo de que, con el tiempo, la Causa se diluya o desaparezca por completo. Y sin una Causa Justa, una organización empieza a funcionar como un barco sin brújula, se desvía del rumbo. En vez de concentrarse en ir más allá del horizonte, se dirige a lo que hay delante. Sin una Causa Justa que los guíe, la mentalidad finita empieza a hacerse visible. Los líderes celebrarán lo rápido que van o los muchos kilómetros recorridos, pero no reconocerán que su viaje carece de rumbo y propósito.
Una Causa Justa que se conserva en papel puede pasar de generación en generación; pero el instinto de un fundador, no. Igual que la Declaración de Independencia, una declaración escrita de una Causa aumenta dramáticamente la probabilidad de que la Causa sobreviva para guiar e inspirar a las generaciones futuras más allá de los fundadores y de las personas que conocían a los fundadores. Es la diferencia entre un contrato verbal y uno escrito. Los dos son legales y aplicables, pero si el contrato consta por escrito, impide que haya confusión o desacuerdo sobre los términos del trato…, sobre todo para la gente que no estaba allí cuando se hizo el acuerdo.
Con la brújula en la mano y la mirada fija más allá del horizonte, un líder tras otro se puede orientar con más facilidad en el mar de tecnologías, política y normas culturales actuales sin que su fundador esté presente.
18. Volker Wagener, «Leningrad: The City That Refused to Starve in WWII», DW.com, 9 de agosto de 2016, p.dw.com/p/1JxPh.
19. Carolyn Fry, Seeds: A Natural History, University of Chicago Press, Chicago, 2016, 30–31.
20. Jules Janick, «Nikolai Ivanovich Vavilov: Plant Geographer, Geneticist, Martyr of Science», HortScience 50, n.º 6 (1 de junio de 2015): 772–776.
21. Gary Paul Nabhan, Where Our Food Comes From: Retracing Nikolay Vavilov’s Quest to End Famine, Shearwater, Washington, DC, 2009, 10.
22. Michael Major, «The Vavilov Collection Connection», Crop Trust, 19 de marzo de 2018, www.croptrust.org/blog/vavilov-collection-connection.
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