CAPÍTULO I
Cuidando al Führer
Mi padre me contó que cuando estuvo en el ejército debió proteger a Hitler en una estancia de la Patagonia.
FEDERICO SÁNCHEZ
Custodia militar
En esta primera parte, presentaré datos sobre la vida del líder nazi en la Argentina que se suman a los últimos obtenidos durante mis investigaciones y que fueran publicados en mis libros anteriores, siendo los mismos coincidentes en circunstancias, lugares y tiempo.
Para ir al grano: uno de los temas es el de los guardaespaldas de Hitler, hombres fieles y conocedores de sus actividades. Personas clave, siempre cercanas al jerarca nazi, testigos privilegiados, herméticos y discretos, dispuestos a llevarse a la tumba los secretos que ellos, por su crucial función, conocían sobre la vida del Führer, en algunos casos hasta en sus más mínimos detalles, ya que debían ser su sombra, acompañándolo a todas partes.
Desde que se convirtió en dirigente del partido nazi, Hitler tuvo propia custodia personal, aunque casi nada sabemos de esta. Los tumultuosos tiempos que vivía la Alemania de la década del veinte y principio de la del 30 hacían temer por la vida de los principales dirigentes políticos que, en medio de la violencia política imperante, podían ser atacados a la vuelta de cualquier esquina. Ya desde esos años Hitler contó con guardaespaldas y además con un doble, una idea inicial que le propusieron Martin Bormann y Joseph Goebbels. Iniciativa que al principio rechazó, pero finalmente la persuasión de sus hombres de confianza logró que el jerarca nazi se convenciera de tener su propio sosías. Por razones obvias, cuando Hitler llegó al poder se reforzaron todas las medidas de seguridad con respecto a su persona y además se sumaron otros dobles que fueron especialmente entrenados para parecérsele en su comportamiento, modales y modos de actuar. Ya no eran los recursos del partido nazi puestos al servicio de Hitler, sino los del Estado alemán para garantizar la seguridad del Führer. Acerca de esas medidas, adoptadas para evitar atentados y cualquier tipo de agresión contra el jefe nazi, hoy se sabe bastante. También acerca de los fallidos intentos de asesinato perpetrados contra Hitler como el realizado, por iniciativa de militares germanos rebeldes, en el marco de la denominada operación Valkiria en 1944. En esa oportunidad, el Führer milagrosamente salvó su vida luego de que una bomba estalló, debajo de una gran mesa donde él, junto a sus generales, estaban estudiando la situación bélica, observando los mapas allí desplegados. (3) El atentado, realizado en la denominada Guarida del Lobo, significó que Hitler perdiera toda confianza en sus propios hombres, y que se extremaran las medidas de seguridad.
Ahora bien, la pregunta obligada para investigar esta cuestión es si después de huir, y ya viviendo en el exilio en Sudamérica, el jefe nazi siguió contando con un esquema de seguridad. Y si fue así, ¿era una custodia personal o hubo estados que se involucraron en su protección? En ese sentido, todos los relatos que recogí, tanto en Argentina como en Paraguay, donde estuvo tras la caída de Perón, dan cuenta de que efectivamente tenía custodios personales. La primera versión que escuché en ese sentido es la de Hernán Ancín, quien fue testigo de las reuniones que Hitler mantuvo con el presidente de la Croacia nazi, Ante Pavelić, en 1953 en la ciudad bonaerense de Mar del Plata. (4) Pavelić, bajo protección británica, había logrado escapar de Europa consiguiendo, al igual que cientos de sus compatriotas, refugio en la Argentina de Perón. El hombre que durante la Segunda Guerra Mundial dirigió los destinos de Croacia, siguió haciendo política desde el exilio —esperaba retornar al poder si el comunista Tito era derrocado en Yugoslavia— y mientras tanto se dedicó a la actividad de la construcción. Tenía una casa en Buenos Aires en la calle Aviador Mermoz 643, de Ciudad Jardín, El Palomar, y una residencia en Mar del Plata, en Lamadrid 2472, llamada «Villa Tacul», tal como se denomina un sitio de Bariloche, que estuvo relacionado con los nazis. Para los años 50, el croata «estaba haciendo un edificio de cuatro pisos en Mar del Plata y ya había hecho otro de ocho o nueve cerca del casino en la calle Lamadrid y Colón», me explicó Ancín, quien en esas obras se dedicaba a la carpintería.
Ancín me contó que él vio que Hitler se movilizaba en un auto con chofer, acompañado por Eva Braun, y que visitaba a Pavelić en un edificio céntrico que el jefe croata tenía en esa localidad. Aseguró que llegaba hasta allí junto a su mujer y siempre acompañado por tres guardaespaldas, que viajaban en otro vehículo, y se reunía con Pavelić en una sala de un edificio ubicado en la calle Lamadrid 2241, en pleno centro de la ciudad, que luego sería el Hotel Sanbur. Cuando le pregunté si él había visto esas reuniones me contestó que sí:
—Estaban los guardaespaldas, pero yo era un hombre de confianza de Pavelić… hasta podía interrumpir una reunión, no tenía restricciones en ese sentido —me aseguró. El líder croata lo había contratado para realizar trabajos como carpintero y durante el transcurso del tiempo llegó a establecer cierta relación de amistad con él. Al respecto, recordó que los custodios le franqueaban el paso porque sabían que él era un hombre de confianza de Pavelić. En ese sentido, durante la entrevista, me dijo: «—En una oportunidad Pavelić me llamó y al llegar a la habitación me asomé por la puerta. Pavelić me hizo una seña de que entrara y ahí me di cuenta de que también estaba Hitler. Los guardaespaldas, que ya me conocían, me dejaron pasar sin problemas. Me invitaron a sentarme a la mesa y la señora de Pavelić me invitó con un café. Hitler estaba tomando café, con una bebida más, con Pavelić. Entonces Pavelić le dice a Hitler “es el carpintero que me hace la carpintería del edificio”. Hitler me miró y me hizo un saludo. No atinó a darme la mano, ni a conversar, ni nada. Solamente un movimiento de cabeza y una sonrisa».
Mi entrevistado también recordó que un día, luego de haberse reunido con Pavelić, el jerarca nazi hizo detener su vehículo, manejado por un chofer, en la costanera. Quería contemplar el mar. Durante un rato se quedó parado mirando el horizonte, mientras que sus guardaespaldas se ubicaron a una distancia prudencial para protegerlo. Esa escena fue vista por Ancín, para quien Hitler «era un hombre muy manejado por la custodia. La custodia inclusive le ponía los horarios cuando conversaba con Pavelić. Ellos hablaban y después uno de los custodios daba la sensación (sic) de decir “basta, vamos” y se iban».
Otro dato relacionado a sus custodios en la Argentina surge durante la presencia del líder nacionalsocialista en el Hotel Viena, en la localidad de Miramar, en la provincia argentina de Córdoba, a orillas del lago Mar Chiquita. Allí entrevisté a Héctor Rumachella, quien en los sesenta conoció a Jorge Correa cuando este último había ido a visitar Mar Chiquita, quedándose algunos días en el Hotel Savoy. Correa, quien tiene una casa de venta de armas en Buenos Aires, le contó a Rumachella que él conoció a uno de los guardaespaldas de Hitler, cuyo nombre no quiso mencionar. Correa dijo que él quería conocer Miramar ya que sabía que el Führer había ido asiduamente con Eva Braun a ese lugar, según le había contado el custodio. El relato da cuenta de una conducta de Hitler en ese lugar de Córdoba similar a la de Mar del Plata, consistente en contemplar el horizonte, en un caso frente al mar, en el otro ante el espejo de agua salada en cuya costa se ubica el Hotel Viena. En Córdoba, a Hitler le encantaba observar desde la playa la enorme laguna de Mar Chiquita, que tiene más de 23 kilómetros de costa, especialmente en horas del atardecer. En una de sus oportunidades le dijo al guardaespaldas que conoció Correa: «La puesta de sol aquí es una maravilla». Pude hablar por teléfono con Jorge Correa, quien me confirmó que él conoció a un custodio que lo había protegido en Argentina, y que el relato de su presencia en Mar Chiquita era verdadero. Pero se negó a dar a conocer detalles del custodio, y lo que éste a él le había contado sobre Hitler, por ser un «tema tabú». Por más que le insistí, el miedo pudo más y el hombre no habló. La respuesta al porqué de ese retraimiento me la dio en parte un hecho que me ocurrió con la señora Olga Meyer, cuyo marido trataba con Hitler en la Argentina. En los años 90 ella comenzó a contarme lo que sabía de Hitler, y un día, en un círculo de amistades alemanas en el que se movía, preguntó si habría alguna foto de Hitler en Argentina. Explicó que su idea era prestarme esas fotos para que yo las viera. Después de ese momento ocurrió lo impensado: la amenazaron por teléfono y le dijeron que no hablara más conmigo. La intimidación de una voz anónima concluyó con una frase sorprendente: «No hable más, y cuídese, mire que la Gestapo todavía está activa». Cuando volví a comunicarme con ella, me pidió que no la llamara más y me contó lo de la amenaza. «Pero esto es historia, han pasado muchísimos años», le dije tratando de disuadirla. «¿Sabe qué pasa?», —me respondió—. «Ella todavía está viva, hay muchos intereses en juego...» Entonces le pregunté si cuando decía «ella» se estaba refiriendo a Eva Braun y ante mi sorpresa me contestó que sí.
Quien no tuvo inconveniente de decir lo que había vivido fue el anciano Edgar Ibargaray, que estaba radicado en los Estados Unidos. (5) Ibargaray me contó que él se reunió con Hitler en la estancia San Ramón, en Bariloche, en los años cincuenta. Mencionó que en dicho sitio había visibles por lo menos dos custodios y que durante un encuentro con Hitler, cuando él intentó sacar un paquete de cigarrillos de un bolsillo interior de su campera, ellos se le tiraron encima por temor a que quisiera desenfundar un arma. El episodio no pasó a mayores y en los siguientes encuentros los guardaespaldas se relajaron al ver que su jefe lo trataba amigablemente.
Un relato más, relacionado a los guardaespaldas, refiere al breve período en que Hitler se alojó en una chacra en Mendoza, en el pueblo de San Martín. En ese caso, según el testimonio de Hernán Leandro Bonada, alias «Rancalito», fue custodiado por dos personas, un hombre y una mujer, que se hacían llamar Erwin y Adda. El testigo asegura que Hitler estuvo allí con Eva Braun, y que los pobladores rurales de esa zona decían que se trataba de un matrimonio extranjero, cuyos nombres no conocían, acompañado de sus dos hijos. Pero Bonada asegura que no se trataba de los hijos sino de los custodios.
También está el caso del capitán de la marina mercante Manuel Monasterio, quien de forma casual, durante un viaje por la Patagonia en los años setenta, conoció a un alemán que se hacía llamar Pablo Glocknick, con quien, a lo largo del tiempo, tejió una relación de amistad. En ese marco de afectos mutuos, Glocknick le confesó que había sido custodio de Hitler en una estancia de Bariloche. Le dijo que él al principio había estado internado en la Argentina, durante los años 40, en su condición de ex tripulante del acorazado germano Graf Spee, donde cumplió la función de mecánico, en el Departamento de Máquinas del citado navío. También le contó que luego escapó de la internación, y que fue reclutado para realizar tareas para la red de inteligencia nazi que estaba activa en el país. Dijo que por esta razón en julio de 1945 participó de la recepción de submarinos germanos en la Patagonia, aunque aseguró que en ese momento no sabía quiénes estaban desembarcando. Relató que luego de esos arribos él fue uno de los hombres elegidos para cumplir funciones de custodio de Hitler, de acuerdo a lo que le contó a Monasterio. Le dijo que él se enteró de que estaba en Argentina recién cuando se lo designó como custodio y fue llevado a una estancia «cerca de Bariloche», donde estaba viviendo el líder de los nazis. Cuando en los años setenta Glocknick le reveló este secreto al capitán Monasterio, el alemán, ya mayor y con algunos problemas de salud, le pidió que no contara esa información, hasta diez años más tarde. En ese sentido, durante una entrevista que me concedió, Monasterio me contó:
Él [Glocknick] me dijo «voy a morir pronto y quisiera que las cosas que yo sé se las lleve alguien». Me hizo hacer una especie de juramento muy especial, como una ceremonia, y pidió que esto se tenía que cumplir: por diez años no se lo tenía que contar a nadie. Él quería que esto se contara después, y yo cumplí.
Transcurrido ese lapso, y cuando el custodio ya había fallecido, Monasterio contó la historia pero en forma de una novela. Dicha obra literaria, titulada Hitler murió en la Argentina, apareció en 1987 bajo el seudónimo de Jeff Christensen, y fue publicada por Editorial Lumière. Según una investigación posterior del investigador Jorge Camarasa, Glocknick podría ser el nombre falso utilizado por Enrique Berthe, técnico electromecánico del Graf Spee, cédula de internación N° 65–570.
Finalmente, más información sobre la seguridad del Führer apareció en Paraguay, donde obtuve datos de que, cuando estuvo en ese país, Hitler tenía custodia oficial otorgada por el gobierno del presidente Alfredo Stroessner. En libros anteriores conté que en 1955, cuando Perón fue derrocado por un golpe militar, varios nazis, incluido el propio Hitler, se refugiaron en Paraguay. El primer lugar donde se alojó fue en el Hotel Del Lago, que fue cerrado en ese momento para turistas, donde tuvo a su disposición todo el primer piso del inmueble. Stroessner dispuso allí una dotación permanente de patrulleros policiales a modo de custodia. Los agentes cuidaban a Hitler en el marco de un esquema de seguridad diseñado por el mismo Stroessner. El testimonio de un mozo del hotel y de un comisario fueron clave para reconstruir la historia en ese lugar. En el Hotel Del Lago, Eva Braun asiduamente bajaba al parque del inmueble, donde caminaba y se sentaba en los bancos allí ubicados para escribir cartas, especialmente para su hermana Gretl (quien falleció en 1987), mientras que el jefe nazi optaba por permanecer en sus aposentos. Algunas veces él elegía caminar por las playas del lago Ypacaraí, a orillas del cual se levanta el mencionado hotel (seguramente allí también contemplaría el atardecer como tanto le gustaba hacerlo).
Los nuevos datos que obtuve, y que a continuación se presentan, revelan que en Argentina, además de tener su custodia personal, el Führer también gozaba de protección oficial. En algunas ocasiones era cuidado por personal del Ejército Argentino y en otras por un grupo especial de la Policía Federal, denominado «Cóndor». Inclusive tuvo como custodio a un oficial de la Marina cuando visitaba Mar del Plata. Esta información es relevante, por un lado, porque da cuenta de que, tal como ocurrió en Paraguay, existía un plan de seguridad del Estado para proteger a Hitler y a otros nazis. Pero además, el primer testimonio que se presentará asegura que Hitler estuvo en Argentina con custodia oficial en 1959. De ser así, esto demostraría que no sólo el gobierno de Perón, que había caído cuatro años antes, protegió a Hitler, sino que también lo hicieron los siguientes, que fueron de diferente signo político. En las elecciones presidenciales del 23 de febrero de 1958, con el apoyo del exiliado y proscripto Juan Domingo Perón, ganó las elecciones Arturo Frondizi, como candidato de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI). Frondizi gobernó hasta 1962, cuando fue derrocado por un golpe militar. Así que, de acuerdo al relato que veremos a continuación, el jerarca nazi gozó de protección del Estado argentino durante su gobierno, lo que implica que tras un corto «exilio» en Paraguay Hitler retornó a la Argentina.
En el confín del mundo
Roberto Sánchez, nacido en 1938, fue un argentino fanático de los nazis que participó de la actividad de grupos de esa ideología que clandestinamente se mantenían activos en la Argentina, aún después de haber terminado la Segunda Guerra Mundial. A los 21 años a Sánchez le tocó hacer el servicio militar en el regimiento de Río Gallegos, en el extremo sur argentino, destino al que llegó como soldado raso en noviembre de 1959. Era un excelente tirador, y se hizo conocido por su sorprendente destreza para cazar ñandúes cuando éstos corrían a gran velocidad por los campos patagónicos, con un certero balazo en la cabeza. Su fama trascendió los límites del cuartel y se extendió por toda la región. Al poco tiempo de prestar servicio en ese regimiento, las autoridades militares le comunicaron que, debido a su destacada participación en las prácticas de tiro, formaría parte de la custodia militar de un personaje muy importante. La misma se realizaba en forma móvil durante los viajes que realizaba por tierra el hombre a custodiar, y de modo fijo cuando el sujeto permanecía en una estancia patagónica. Al poco tiempo, el soldado Sánchez se enteró de que el personaje a proteger era nada menos que Adolf Hitler. Este dato no lo sorprendió, ya que por el vínculo que mantenía con los nazis sabía que el jerarca del Tercer Reich había escapado y se encontraba en Argentina. Sí se conmovió al saber que había sido elegido para tamaña responsabilidad, compartida con otros militares seleccionados. Posiblemente, para su designación en esa función, además de su condición de buen tirador fue clave su militancia ideológica a favor del nazismo, que era conocida por sus superiores.
La presencia de Hitler en tierras patagónicas era una información conocida en altos ámbitos de gobierno y castrenses a nivel nacional. Pero en el Regimiento de Río Gallegos ese dato no era exclusivo de la jerarquía militar, sino también de estamentos intermedios de la oficialidad, e inclusive el rumor se filtró entre los soldados. Era un secreto a voces.
El 27 de junio de 1942, por decreto de Ramón Castillo, vicepresidente de la Nación en ejercicio del Poder Ejecutivo Nacional, se creó el Regimiento de Infantería Motorizada Reforzado 24 de Río Gallegos, dependiente de la Agrupación Patagónica, siendo su primer Jefe el Mayor Felix Targón. (6) En esa zona, durante esos años, se registraron actividades nazis, tal como ahora lo pasaremos a descubrir. Para tener claridad en el relato, tengamos presente que el regimiento mencionado es el mismo al que, 10 años después de su creación, sería destinado nuestro testigo clave, el soldado Sánchez.
Denuncias por los nazis
Hasta 1943, fecha en que se cerró el Congreso como consecuencia del golpe militar, la Comisión Especial Investigadora de Actividades Antiargentinas (CEIAA) de la Cámara de Diputados de la Nación, recibía denuncias de actividades nazis en la zona austral. Por ejemplo, el poblador Ramón Godoy denunció al comisario Hermann Orstein, de la localidad de Lago Buenos Aires, por adherir a ideas totalitarias y participar activamente de reuniones con nazis en Chile.
Al respecto el denunciante dijo:
En la localidad de Lago Buenos Aires de este territorio, está un Comisario de nombre Hermann Orstein, de nacionalidad alemana, casado también con una alemana, siendo ambos los que ejercen la autoridad, apenas balbucean las palabras indispensables de nuestro idioma, se olvida en forma ofensiva de nuestra bandera y de las obligaciones contraídas por él en tan importante cargo, y es frecuente que abandone su puesto para irse a Chile, lo que no requiere otra cosa que recorrer unos cuantos kilómetros, y se entrega a largas reuniones con compatriotas (alemanes), haciendo conciliábulos que duran dos o más días. En este pueblo de Lago Buenos Aires, que como ya digo está en la frontera, no tenemos ninguna autoridad argentina, pues el Juez de Paz y el presidente de la Comisión de Fomento son españoles. (7)
El denunciante expresó sus dudas sobre la razón del nombramiento de la actividad del comisario Orstein, señalando que «no sabemos si se trata simplemente de una mala elección de funcionarios o si estos funcionarios han sido impuestos para engendrar la idea nazi en estos parajes y eslabonarla [sic] a los comités que existen en Chile por sus orígenes raciales. ¿Son frutos del error o traidores disfrazados de funcionarios del Estado?», se preguntó Godoy en la presentación formalizada ante la Comisión Especial Investigadora de Actividades Antiargentinas.
En otra denuncia, originada en la comuna de El Calafate, siempre en esa zona del sur del país, se advirtió que había que «vigilar activamente» al cónsul alemán en Punta Arenas (Chile), Hermann Koch, y a su esposa, Maria Luisa Garriazzo Balzer de Koch, de nacionalidad suiza, así como a otra mujer de apellido Mayer, residente en Chile, hija de alemanes, por presunta actividad relacionada a los nazis. «Los mencionados llegaron a Río Gallegos en automóvil y el día 16 del corriente tomaron el avión de la Aeroposta Argentina para Buenos Aires», indica el denunciante, quien agrega que «por la información que yo he recibido con carácter confidencial parece que estas personas son portadoras de alguna información reservada». (Nota fechada el 21 de septiembre de 1941 en El Calafate, Santa Cruz, enviada al diputado Juan Antonio Solari. La firma del informante es ilegible. CEIAA, Legajo 25, Caja 5, Foliación 4, Paginación 1).
En 1939 en Río Gallegos había sido detenido el nazi Ernesto Kietzmann «a quien se le secuestró numerosos papeles que probaban sus actividades contrarias a nuestras instituciones y a nuestra soberanía». (Nota dirigida a la CEIAA recomendando se solicite a la justicia la documentación secuestrada a Ernesto Kietzmann en Río Gallegos. Legajo 25, Caja 5, Foliación 9, 21 de junio de 1941). Pero la justicia federal sobreseyó a Kietzmann a pesar de las pruebas que supuestamente lo incriminaban. (Causa N° 300, año 1939, caratulada: «Kietzmann Ernesto A. y Ritchie Eduardo Saavedra s/delito contra la seguridad de la Nación»). «Fue sobreseído por el juez letrado subrogante de Río Gallegos, doctor Salvador Díaz Moreno, cuya actuación decepcionó a la gente de bien» y el alemán optó por irse a su nación, con abundante información de la región patagónica donde había vivido.
Como en otros sitios del país, las estructuras nazis continuaron funcionando a pleno en el sur, tanto en el sector argentino como en el chileno, especialmente cuando la revolución de 1943 impuso un gobierno favorable al Eje. Actuaciones policiales y judiciales como las precedentemente citadas, contra la red nazi en esa área de la Patagonia, dejaron de practicarse y los alemanes allí se sintieron seguros. En los almacenes de la casa Lahusen, distribuidos por toda la Patagonia, había fotos de Hitler y se hacía el saludo nazi, y en algunos zonas de la costa, a veces bajo la pantalla de fábricas de aceite, se aprovisionaban submarinos alemanes que patrullaban los confines del mundo, inclusive navegando el estratégico Estrecho de Magallanes.
He hecho las menciones anteriores, a modo de ejemplo, para demostrar los antecedentes de la actividad nazi en la misma región que años después frecuentaría Hitler, según el relato de Sánchez.
El hijo del francotirador
La persona que me reveló esta historia fue el hijo del soldado francotirador Roberto Sánchez, Federico, quien no guarda un buen recuerdo de su progenitor, según me confesó durante un encuentro que mantuvimos en Mar del Plata, donde él reside, realizado en 2016. En esa oportunidad me relató que, siendo un adolescente, fue noqueado por su padre cuando encontró una credencial que acreditaba que su progenitor era integrante de una agrupación nazi. Federico me explicó que, sorprendido ante semejante hallazgo en su propia casa, inocentemente le preguntó a su padre «¿qué es esto?», mostrándole el documento. Al darse cuenta de que su hijo había hallado la credencial, le dio un puñetazo en la cara que lo desmayó.
Le pregunté a Federico Sánchez si recordaba cómo era ese carné y me respondió: «tapa dura, forrada en cuero marrón, y en el frente el águila sosteniendo la esvástica. Ese era el rasgo más notorio. No era muy grande, tamaño bolsillo».
Tras el golpazo, el desmayo del joven duró varias horas, hasta que despertó en su cama. Después de la paliza, no se animó a preguntar nada más sobre el tema. Pero en 2015, semanas antes de quitarse la vida, ahorcándose, su padre lo llamó y le reveló todos los secretos que escondía. «Sentate ahí y escuchá lo que te voy a decir», le dijo en forma imperativa, y le reveló lo que consideraba como el suceso más importante de su vida. Cuando fue a cumplir con el servicio militar obligatorio, en el regimiento de Río Gallegos —le contó a su hijo—, se enteró de que Hitler se encontraba refugiado cerca de esa zona. Y en una oportunidad, el auto que lo transportaba se rompió y fue reparado en el regimiento de Río Gallegos. Entonces el jefe nazi y su comitiva debieron permanecer allí durante algunas horas. Fue entonces cuando vio la práctica de tiro de los soldados, sin que ellos supieran que era el propio Hitler quien los estaba observando, quedando impresionado por la puntería de Sánchez. Al parecer fue en ese momento cuando le hizo saber al jefe del regimiento que le gustaría que el conscripto fuera asignado a su custodia.
Contó que Hitler en esos momentos estaba viviendo en una estancia cercana a la localidad de El Calafate. Los servicios de custodia fija Sánchez debía prestarlos generalmente una semana al mes en un establecimiento rural que Federico cree, por lo que contó su progenitor, era propiedad de la Sociedad Ganadera Menéndez Behety S.A. Aunque no sabe el nombre de ese lugar, por la ubicación aproximada que le dio su padre podría tratarse de La Anita, administrada por la familia Braun. (8) La otra estancia importante de la región era Altavista, propiedad original del colono Jerónimo (Yerko) Stipicic. De sangre croata, los hermanos Stipicic, el otro se llamaba José (Ivo), habían llegado a la Argentina en 1897 con pasaporte del Imperio Austro-Húngaro. (9)
Con respecto a ambos croatas, el historiador Luis Milton Ibarra Philemon me explicó que ese mismo año «instalaron un comercio de carnicería en Magallanes (Punta Arena, Chile). Luego, en 1913 se dio la oportunidad para los hermanos Stipicic de adquirir los derechos que el poblador británico Ernest Catlle tenía en el Lago Argentino, fundando la estancia Cerro Buenos Aires, al pie del cerro de mismo nombre. Después adquieren de Arturo Fenton sus campos, donde fundaron la estancia La Jerónima (actual Nibepo Aike) y al francés Lesseur le compran los derechos del campo dando nacimiento así a la estancia Alta Vista».
Lo cierto, e importante para esta historia, es que La Anita y Alta Vista son colindantes y los respectivos cascos se ubican a solo 4.000 metros de distancia. Para la fecha del relato del soldado francotirador, Alta Vista era manejada por Alejandro Stipicic, hijo de Yerko, quien se casó con Josefina Fernández. (Del matrimonio de Jerónimo Stipicic y Francisca Martinovic, nacieron Aurelia, Juan, María y Alejandro, quien continuará al frente del establecimiento rural).
Buscando confirmar esta posibilidad me comuniqué con una antigua pobladora de El Calafate, Aída Pantín, para preguntarle si sabía sobre la presencia de Hitler. Ella me contestó: «Hitler estaba en Bariloche, de eso me acuerdo, eso se sabía, pero no sé si estuvo en El Calafate». Y me relató que en los años cincuenta ella había estado viviendo en Bariloche, porque su marido era guardaparque, de apellido Madsen, y lo habían trasladado a ese pueblo donde «se sabía que estaba Hitler». Yo había ubicado a esta mujer para averiguar si sabía sobre la presencia del jerarca nazi en estancias cercanas a El Calafate y me terminó comentando sobre su estadía en Bariloche. Sorprendente.
Para el investigador Patrick Burnside, Hitler alguna vez estuvo en Altavista, aunque no presenta testigos que así lo aseveren. Al referirse a la eventual presencia del jerarca nazi en dicha estancia dice que «el lugar tiene toda la característica para que fuese una digna residencia para Hitler... vivir a orillas del Lago Argentino sería una elección perfecta, lindero con Chile en un lugar entonces, alejadísimo, (Hitler) quedaría protegido de la mejor manera…» (10)
Burnside también destaca la ubicación de la propiedad de Mauricio Braun, separada alambrado por medio de Altavista, quien fue dueño de un imperio en la Patagonia, al fundar, junto a José Menéndez, la Sociedad Anónima Importadora y Exportadora de la Patagonia (conocida como La Anónima). (11) No descarta que allí también haya estado el líder nazi. Al respecto, a la luz de las pruebas reunidas por mí durante los últimos años, hoy se puede afirmar que Hitler no tuvo una residencia fija donde viviera por años sino que se trasladaba (o lo trasladaban) periódicamente, incluyendo viajes que hacía dentro y fuera de la Argentina. Lo cierto en este caso es que la zona «Braun-Stipicic», conformada por miles de hectáreas de ambas estancias colindantes, en cercanías de El Calafate, podía ser considerada como un «área segura» para Hitler. Además de la protección que le podían dispensar sus eventuales anfitriones, la escasez de pobladores y la ubicación, enclavada al pie de los Andes y en un sitio recóndito de la lejana Patagonia, eran factores decisivos que contribuían a garantizar su seguridad.
Roberto Sánchez contó que en el cuartel de Río Gallegos se realizaban reuniones de inteligencia informativas, previas a viajes que desde esa zona realizaba el jefe nazi. Allí se analizaba quiénes participarían de la custodia en tránsito, y cómo funcionaría la misma (cantidad de vehículos, soldados, armas a llevar, etc.) De dichos encuentros participaban militares y nazis vinculados a la protección de Hitler. Según el relato, durante esas travesías la caravana estaba conformada por un auto de color celeste, conducido por un chofer, en el que viajaban Hitler y Eva Braun. Otro era de color negro y en el mismo se trasladaban los custodios personales del jerarca y el tercero era una camioneta del Ejército. En el asiento delantero de ese vehículo militar viajaban el chofer y Sánchez —a esa altura considerado el mejor francotirador de la región y uno de los mejores del país— y en la caja abierta varios soldados portando armas largas.
El orden de los vehículos de la «cápsula» —así se denomina en los ámbitos de seguridad la caravana de autos en la cual hay un personaje protegido— estaba encabezado por el auto negro, luego por el celeste y finalmente por la camioneta militar.
Si bien no tenemos informes, es posible que Hitler haya visitado diferentes lugares de esa región como Río Turbio, donde hay una versión popular sobre su presencia, u otras estancias cercanas en manos de alemanes. (Como llamando a las historias del pasado, en 2016 un grupo de jóvenes encontró una antigua pistola alemana Luger, que usaban los nazis, en una playa de la margen norte del Lago Argentino).
Sánchez también contó que por lo menos una vez Hitler se movilizó vía terrestre hasta una «casona» de Bariloche, lo que implicó un largo viaje de ida y vuelta hasta ese pueblo, aunque no detalló qué itinerario se realizó en esa oportunidad. En ese sentido, dijo que cuando el jefe nazi llegó a Bariloche, fue recibido por el jerarca Martin Bormann, quien se había ocupado personalmente de organizar el alojamiento de la custodia y otros pormenores de dicho viaje. Esa vez el líder nacionalsocialista se quedó varios días en una estancia, pero en el relato Sánchez no mencionó el nombre de esa propiedad. En el viaje que realizó a Bariloche, actuando como guardaespaldas, el soldado francotirador pudo llegar a intercambiar, por primera y única vez, algunas pocas palabras con Hitler asegurando que hablaba un «español hitleriano», esto es con fuerte acento germano y mezclando palabras del castellano con alemanas. Fue un diálogo trivial donde Sánchez le expresó la admiración que sentía por él. Durante el período que cumplió estas funciones, entre el otoño de 1959 hasta abril o mayo del año siguiente, Sánchez también debió hacer transporte de paquetes o sobres, presuntamente de documentación, enviados desde el regimiento de Río Gallegos al Führer cuando éste estaba refugiado en la estancia patagónica. Sánchez era oriundo de Bragado y luego se trasladó a vivir a Mar del Plata. Su oficio era el de metalúrgico y trabajó en la empresa Eskabe. Luego de cumplir con el servicio militar se fue de Río Gallegos y nunca más volvió a ver a Hitler, aunque continuó trabajando en una organización neonazi que se mantuvo activa en la Argentina por lo menos hasta el momento en que Sánchez se suicidó.
¿Hay más datos que se podrían relacionar con la presencia de Hitler en Santa Cruz? Sí, veamos esa información.
Ante Pavelić
El 10 de abril de 1957 Ante Pavelić, el ex presidente de la Croacia nazi que, como vimos, se reunía con Hitler en Mar del Plata en 1953, sufrió un atentado resultando gravemente herido como consecuencia del impacto de 6 balazos disparados por sus agresores. El ataque se perpetró cuando él se encontraba llegando a su casa ubicada en la calle Mermoz 643, de la localidad bonaerense de Lomas del Palomar. Los disparos fueron hechos por agentes comunistas yugoslavos, aunque esto no fue confirmado oficialmente (el intento de asesinato ha sido atribuido al serbio Blagoje Jovocic, propietario de un hotel y ex oficial real yugoslavo). Herido de gravedad, se le practicaron las curaciones y milagrosamente pudo salvar su vida. Luego, cuando mejoró, se puso en marcha un plan de evacuación para sacarlo del país. Pavelić pensó que sin Perón en el poder, su seguridad en la Argentina ya no estaba garantizada, y sí en cambio en la España del dictador Francisco Franco, hacia donde se dispuso a viajar. No se conocen detalles de ese escape, pero gracias a algunos documentos e informantes confiables pude acceder a documentación inédita que demuestra que, luego del intento de asesinato, se fue a la Patagonia antes de escapar a España. La pregunta se dispara inmediatamente: ¿por qué la Patagonia? ¿Para qué realizar miles de kilómetros de más, desde Buenos Aires hacia el sur, si en realidad su objetivo era cruzar el Atlántico para refugiarse en territorio español?
Resulta llamativo que el último punto antes de emigrar habría sido Santa Cruz, provincia donde precisamente se ubican las estancias La Anita y Alta Vista. ¿Fue allí porque debía despedirse de Adolf Hitler? Es una presunción, una hipótesis, aunque, en honor a la verdad, no tengo constancias ni prueba alguna de ese posible encuentro. Otro dato a considerar es que los Stipicic, dueños de una de las estancias cercanas a El Calafate, conocieron en Argentina a Pavelić y tenían relación con él y su familia. (El dictador croata vivió en Buenos Aires junto a su esposa María, y su hijo Velimir y sus hijas Mirjana y Višnja). En 1951 Pavelić desde la Argentina anunció la puesta en funciones del gobierno en el exilio del Estado de Croacia, encabezado por él mismo. Acompañado por quienes habían sido sus ministros, jefes policiales y militares, así como por otros ex funcionarios continuó haciendo política desde Buenos Aires con conferencias, mítines y publicaciones. Por esta razón fue un referente importante de la comunidad croata en la Argentina, que admiraba sus declaraciones y artículos en los que atacaba al régimen comunista yugoslavo liderado por Josip Broz Tito. Pero a pesar de sus aspiraciones nunca existió el acuerdo con los Estados Unidos que Pavelić pretendía para derrocar a Tito y recuperar él mismo el poder. El presidente de Yugoslavia se fue fortaleciendo y las posibilidades de destituirlo se fueron desvaneciendo. (12) El intento de Pavelić no pasó de las denuncias permanentes contra el régimen socialista de Tito, y su plan se acabó cuando, tras el intento de asesinato, escapó a España.
El viaje de Pavelić a la Patagonia, antes de irse definitivamente de la Argentina, es una historia secreta a la que accedí en un círculo de viejos croatas. Pero no sólo lo sé por haberlo escuchado de boca de ellos. También he accedido a una carta, cuyo original obra en mi poder, de Višnja Pavelić, su hija mayor, que de puño y letra cuenta detalles de ese viaje de su padre. La carta fue escrita en 1959 por ella en España y enviada a Buenos Aires, a un tal Zukic, quien, por el tono de la misiva, habría sido un hombre de confianza de Pavelić. De acuerdo al texto, escrito en croata, y que tuve que hacer traducir al español, Višnja le contó a Zukic cómo su padre salió de Buenos Aires después del atentado. Primero se dirigió a la Patagonia, donde estuvo un tiempo, para luego viajar a Chile atravesando el paso hoy llamado Integración Austral, que comunica Río Gallegos, asentamiento del regimiento donde cumplió funciones Roberto Sánchez, con el trasandino Puerto Arenas. En su carta a Zukic, Višnja Pavelić no precisa en qué estancia estuvo su padre en Santa Cruz, solamente afirma que allí permaneció un tiempo, acompañado en ese periplo por un croata de nombre Ivan Irinej, quien también se hacía llamar, según averigüé, Francisco Maria Mijajlovic Korvin. (13)
Si Pavelić estuvo en Santa Cruz, estimo que existe una alta posibilidad de que se haya reunido con Hitler en la estancia de El Calafate, propiedad en ese entonces del croata argentino Alejandro Stipicic. Luego, para ir a Chile, debería haber recorrido unos 300 kilómetros hasta Río Gallegos, y desde ahí 260 más, cruzando el límite internacional, para llegar a la ciudad chilena de Punta Arenas. Allí se habían instalado varios nazis, destacándose entre éstos el general Walter Rauff, quien se radicó en 1957. Rauff era buscado por crímenes de guerra —había inventado las cámaras de gas móviles—, y terminaría trabajando para el dictador Augusto Pinochet, luego del golpe militar que derrocó a Salvador Allende y que lo instauró en el poder en 1974. (14)
Pavelić se fue a morir a la España de Franco, donde falleció el 28 de diciembre de 1959 a los 70 años de edad. Su muerte fue consecuencia de las secuelas del atentado perpetrado en Buenos Aires. Alejandro Stipicic y su mujer Josefina Fernández, se mudaron a Córdoba y terminaron sus días viviendo en La Falda, donde tenían grandes amistades, especialmente entre las colectividades alemanas y croatas allí radicadas. Entre ellos los descendientes del matrimonio Eichhorn, aquellos que eran amigos del jefe nazi, a quien dieron refugio en 1949, de acuerdo al relato que me contó la testigo Catalina Gamero que publiqué en mi libro Tras los pasos de Hitler.
Ahora veamos el otro dato que me parece importante y que tiene que ver con un viaje de Hitler desde la zona montañosa de El Calafate hasta las orillas del Atlántico.
De los Andes al mar
Con respecto a la presencia de Hitler en Santa Cruz, otro antecedente está relacionado a una investigación que realicé en 1997 en la ciudad patagónica de Comodoro Rivadavia. Allí una enfermera, Mafalda Falcon de Batinic, contó a su familia que vio a Hitler en una clínica donde ella trabajaba, cuando fue a visitar a un alemán que había sido baleado en la zona de la Cordillera de los Andes, esto es casi unos 700 kilómetros al oeste de esa localidad. El detalle más interesante es que la mujer, durante la Segunda Guerra Mundial, tuvo frente a ella, a nada más que un metro de distancia, a Adolf Hitler, razón por la cual grabó a fuego su rostro en su memoria. El hecho ocurrió en junio de 1940, cuando Hitler entró a un hospital de campo instalado en Francia, en ese entonces ocupada por los nazis, cerca de la frontera con Bélgica, y del pueblo de Bruly de Pesche, de ese país, donde él tuvo su cuartel general llamado Wolfsschlucht. Allí, la mujer trabajaba como enfermera de la Cruz Roja, lo que posibilitó que lo viera de cerca y que escuchara las palabras que el Führer dirigía a sus soldados heridos. Y digo que lo escuchó porque ella entendía perfectamente el alemán, ya que había nacido en el pueblo italiano de Bassano del Grappa, casi en la frontera con Austria, donde se hablaba el idioma. Al fin de la guerra emigró a la Argentina, se casó, tuvo hijos, y trabajó de enfermera en la clínica privada Alustiza y Varando, perteneciente a los nombrados, que eran médicos de Comodoro Rivadavia. En 1951 la enfermera se quedó paralizada cuando reconoció a Hitler, sin bigotes en ese momento, entrando al mencionado nosocomio para ver a un paciente. Lo significativo es que el hombre, que se estaba recuperando, había sido herido en un incidente ocurrido en una zona cercana a El Calafate. Según el relato, en esa visita a la clínica el jefe nazi estaba acompañado por dos alemanes más, al parecer sus custodios. La mujer se paralizó y corrió a avisarles a los dueños de la clínica en medio de una gran conmoción personal. Dice que también estuvo presente un doctor, de apellido Podestá, que estaba a cargo del paciente. Su hijo, Jorge Batinic, durante una entrevista que me concedió, recordó así esta asombrosa historia:
Mi madre contaba que reconoció a Hitler, estaba sin bigotes, pelo muy corto y algo canoso, pero que no dudó que era él por la presencia, la mirada, el porte... ella dio aviso a los dueños de la clínica, a los doctores Alustiza y Varando, y entonces ellos lo espiaron, se quedaron asombrados, pero no hicieron nada. (15)
De acuerdo a este relato, Hitler se quedó unos minutos hablando con el paciente, y luego partió. Apenas salió, Mafalda Batinic se acercó al lecho del herido y muy nerviosa le preguntó quién era la persona que lo había visitado, estando ella en un estado anímico que le permitió al paciente corroborar que la enfermera se había dado cuenta de quién se trataba. La respuesta del hombre fue tajante: «Mire señora, es Hitler, pero no diga nada. Usted sabe que lo están buscando, es mejor no decir nada», le advirtió.
El hombre, cuya identidad no recordó, le dijo que él había resultado herido por un tema pasional en El Calafate, y que el ex Führer, con quien tenía una buena relación, había ido a visitarlo desde una estancia donde se encontraba alojado en cercanías de ese pueblo. Esta afirmación confirma los dichos del soldado Sánchez, quien dijo que debía realizar la custodia fija cuando Hitler estaba en una propiedad ubicada en esa zona austral.
3. Con respecto a la suma de atentados contra el jefe nazi ver Hitler, el hombre que venció a la muerte, Abel Basti, Editorial Planeta, 2012.
4. Sobre los encuentros del líder nazi con Pavelić, ver Hitler en la Argentina, edición del autor y Tras los pasos de Hitler, Editorial Planeta, 2014.
5. En libros anteriores me he referido a la historia de Ibargaray pero sin identificarlo ya que le había prometido proteger su identidad hasta su muerte, la que ocurrió en diciembre de 2018.
6. Actualmente es el Regimiento de Infantería Mecanizado 24 General Jerónimo Costa.
7. Denuncia contra el comisario Hermann Orstein de Ramón Godoy. CEIAA, Legajo 25, Caja 5, Foliación 8, Paginación 2, 2 de julio, 1941.
8. Josefina Menéndez Behety se casó con Mauricio Braun en 1895, momento a partir del cual se emparentaron ambas familias dueñas de miles de hectáreas en la Patagonia y de la sociedad antes mencionada.
9. El estatus del Reino de Croacia cambió en varias oportunidades estando sometido a fines del siglo XIX al Imperio Austro-Húngaro.
10. El escape de Hitler, Patrick Burnside, Editorial Planeta, 2000.
11. La Anónima tenía almacenes generales en todos los pueblos, grandes estancias y una flota naval que transportaba pasajeros y cargas, con barcos que arribaban a todos los puertos patagónicos. Esa empresa a partir de 1957, junto con otros socios, crearon la compañía Austral Líneas Aéreas, así que cuando Hitler estaba en esa zona, según el relato de Sánchez, también disponía de aviones.
12. El 31 de enero de 1946 la nueva constitución de la República Federativa Socialista de Yugoslavia estableció las seis repúblicas constituyentes siendo ellas: Bosnia Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Serbia.
13. De acuerdo a un documento confidencial, de la inteligencia yugoslava de la década del 50, Irinej y Korvin son los «nombres falsos utilizados en la Argentina por un miembro de la organización Ustasha. La citada persona emigró de Chile y actualmente vive en la Argentina. Ayudó, conjuntamente con otro ustasha, a Ante Pavelić, conduciéndolo hasta Punta Arenas (Chile)».
14. En Punta Arenas, Rauff fue encargado de la importadora Goldmann y Janssen hasta 1960, trabajando además para otras empresas. En 1970 se instaló en Tierra del Fuego, donde fue administrador de estancias y llegó a ser gerente de las pesqueras Rosario y Pirata. En 1962 la Corte Suprema de Chile rechazó su extradición pedida por Alemania occidental.
15. La Mañana del Sur, 16 de junio de 1997.