PRÓLOGO
Hitler podría estar escondido en algún lugar de Sudamérica
SPRUILLE BRADEN, ex embajador norteamericano en Argentina, Police Gazette, abril, 1953.
Hasta mediados de los años noventa, nunca había escrito sobre Hitler o sobre los nazis. No tenía inclinación por los temas bélicos y toda la cuestión del Tercer Reich había sido completamente ajena a mis conocimientos e intereses profesionales. Tampoco sabía casi nada sobre la fuga masiva de nazis hacia América luego de que terminó la Segunda Guerra Mundial. Todo esto cambió de un día a la noche, precisamente en 1994, cuando Italia solicitó a la Argentina la extradición del capitán de las SS Erich Priebke, quien vivía en San Carlos de Bariloche, la ciudad donde yo residía y me desempeñaba como periodista. Priebke era el presidente de la Asociación Cultural Germano-Argentina, entidad que administraba el colegio alemán Primo Capraro, donde asistían mis hijos, además era mi vecino, ya que vivía a pocas cuadras de mi casa. Cuando se conoció el caso, la sociedad de Bariloche se conmocionó. La detención de Priebke se produjo en horas de la noche del 9 de mayo de 1994 en el departamento de su propiedad, ubicado en la calle 24 de septiembre 167 del barrio Belgrano, también conocido como «barrio alemán», donde vivía junto a su esposa Alicia. La policía irrumpió allí con la respectiva orden de detención, sin saber que yo estaba entrevistándolo, lo que motivó que los efectivos policiales se sorprendieron al verme junto al ex oficial nazi. Fue muy impresionante ver al octogenario Priebke cuadrarse militarmente ante los agentes de la Policía Federal Argentina. Recuerdo su transformación en ese momento, ya que pasó de su actitud de viejito jubilado a la de un efectivo militar alemán detenido por sus enemigos, a pesar de que había pasado más de medio siglo desde la finalización del conflicto. A partir de ese momento, mi vida profesional cambió.
Priebke estuvo varios meses arrestado en Bariloche hasta que fue extraditado y, durante ese tiempo, todos los días debía escribir sobre él y sobre los nazis que habían llegado a la Argentina, lo que me obligó a estudiar sobre el tema y a investigar. La primera información que tuve, que difería de la historia oficial, fue aquella que daba cuenta de que varios submarinos alemanes llegaron en forma clandestina a la Argentina en 1945, antes y después de haberse firmado el armisticio. Comencé entonces a seguir esa pista que había surgido en medio del escándalo desatado en Bariloche desde que Italia solicitara la extradición de Priebke.
La investigación acerca de este tema fue ardua y comenzó cuando me trasladé al litoral atlántico y comencé a hablar con los pobladores quienes, para mi sorpresa, sabían sobre la llegada de los submarinos y los eventuales desembarcos de nazis. Conocían aquello que no estaba en los libros de la historia y que por ende los demás ignorábamos. Varios de ellos me aseguraron que al menos dos cascos de esas naves permanecían hundidos cerca de una costa de la provincia de Río Negro, en la Patagonia. La investigación sobre los submarinos tuvo varias aristas. Hice varias entrevistas y accedí a documentación oficial que da cuenta de la presencia de esos sumergibles en aguas jurisdiccionales argentinas durante el invierno de 1945. Además realicé expediciones en el mar con el propósito de encontrarlos. La relativa falta de novedades sobre el tema es consecuencia de la negativa de la justicia federal, ante mis pedidos realizados en los estrados tribunalicios, de que fueran desclasificados los archivos sobre submarinos alemanes que obran en el ministerio de Defensa. Al día de hoy, los mismos están clasificados como secreto militar, a pesar de que transcurrieron más de setenta años de los hechos, y todos mis intentos administrativos y judiciales para acceder a dicha información fueron condenados al fracaso. ¿Qué se esconde en esos documentos? ¿Alguna vez lo sabremos?
Así que el caso Priebke se presentó como el disparador de mi investigación y el primer resultado fue descubrir que submarinos alemanes llegaron a la costa argentina con cargas y hombres luego del fin de la guerra, aunque hasta el día de hoy la historia oficial niega estos hechos.
El otro dato que comenzó a aparecer, en medio del escándalo del caso Priebke, fue la posibilidad de que el Führer hubiera llegado en uno de esos submarinos, una alternativa que al comienzo no creí hasta que las pruebas que encontré, en ese sentido, fueron abrumadoras. El primer testigo que hallé, relacionado a esta increíble posibilidad, fue Hernán Ancín, un hombre solitario que había trabajado para el dictador croata nazi, Ante Pavelić, quien junto a todo su staff escapó a la Argentina en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Pavelić era el presidente croata y se estableció en la Argentina junto a sus hombres de confianza, lo que en la práctica significó que lo hicieron también todos los funcionarios de primera línea de su gobierno. Ancín me aseguró que en los años cincuenta había sido testigo de las reuniones de Hitler y Pavelić en la ciudad bonaerense de Mar del Plata. El testimonio me resultó muy creíble y entonces invité a Ancín a Mar del Plata —al momento de ser entrevistado él vivía en la localidad patagónica de Zapala— y una vez allí me llevó a ver el edificio de Pavelić donde, según su testimonio, el croata se reunía con Hitler. Lo entrevisté una y otra vez, con espacios de tiempo considerables entre cada encuentro, y siempre repitió exactamente cada respuesta. En el 2017 volví a escuchar un relato similar de parte de Jesús Santiago Casco, quien me dijo:
...ésta es una anécdota de mi familia, mi padre tenía un hermano que vivió en Mar del Plata llamado Pedro Casco, que trabajó en la construcción. En las reuniones familiares, cuando se tomaba unos vinos, decía lo siguiente: «cuando trabajaba con el yugoslavo lo vi a Hitler mientras estaba en la obra del chalet de fulano». Por supuesto era objeto de bromas por parte de mi papá, que decía «sáquenle el vino a mi hermano». Yo debería tener entre 8 a 12 años y era un ignorante de la historia, después me cansé de leer sobre el tema y esta anécdota que circulaba en mi familia como chiste después quedó como algo real. (1)
Claro que para que Hitler estuviera en Mar del Plata después de haber terminado la guerra, el jerarca nazi tendría que haber escapado del búnker de Berlín cuando los rusos rodeaban la capital alemana, un difícil escape reñido con la historia oficial. El relato histórico que confirma el suicidio del Führer me planteaba un dilema a resolver: si Hitler realmente se había suicidado no tenía sentido que yo investigara su vida en Argentina, a pesar del fuerte testimonio que había obtenido de Ancín. Fue entonces cuando decidí indagar en el tema de la presunta muerte del jefe del Nacionalsocialismo en Berlín en 1945 con toda la información existente, más la nueva que estaba dispuesto a descubrir. En ese sentido serían importantes los datos que surgirían de la colectividad nazi de la Argentina. El trabajo más paciente y extenso fue recolectar toda la información pública dada por agencias de noticias, radios y diarios de época, sobre la suerte de Hitler a partir del 30 de abril de 1945, esto es desde la fecha de su presunto suicidio. No era una tarea sencilla y me llevó mucho tiempo. Al final de la misma el resultado resultó impactante: la mayor parte de las noticias de ese año se referían al escape de Hitler de Berlín, y no a su muerte. Motivado por este hallazgo investigué qué había pasado en el búnker. La única posibilidad para hacerlo era recopilar el testimonio de los testigos volcados en las actas de interrogatorio de los norteamericanos y los soviéticos. Los comunistas fueron los que llegaron al búnker y por lo tanto pudieron detener a quienes habían permanecido hasta las últimas horas en la madriguera de Hitler, así que tuvieron en sus manos a los principales testigos. Por su parte, los norteamericanos pudieron arrestar personas, civiles y militares, relacionadas con Hitler, que dieron diversas versiones del supuesto suicidio del Führer. Como en esta cuestión actuaron por separado, los testimonios obtenidos nunca fueron confrontados. O sea que cada bando detuvo e interrogó a los testigos por su lado, sin compartir la información que iban obteniendo Todo esto lo cuento con detalle en mi libro El exilio de Hitler, donde explico cómo realmente escapó del búnker de Berlín.
Al analizar los testimonios surgieron dos cuestiones. Por un lado, todos los que afirman que Hitler se suicidó son nazis, los mismos que aseveran que su cadáver fue totalmente quemado, junto al de Eva Braun en una pira funeraria que ardía mientras los soviéticos bombardeaban el área de la Cancillería, el último territorio donde los nazis resistían en una Alemania pronta a firmar el armisticio. No hay un solo testigo que no sea nazi que corrobore la teoría del suicidio. La otra cuestión es que, al ser comparadas las diversas declaraciones de estos presuntos testigos, aparecen grandes contradicciones que van desde la forma en que se concretó el suicidio hasta el día y la hora del mismo. Ocurre lo mismo con respecto a qué hicieron los hombres de confianza de Hitler con el supuesto cadáver de su jefe. Para comparar las declaraciones debí recurrir a las que tomaron los soviéticos a los nazis detenidos, estos son los testigos más importantes, y a las que tomaron los norteamericanos quienes, como se sabe, cedieron la invasión de Berlín al dictador Joseph Stalin. Hay que señalar que las declaraciones tienen fechas diferentes, algunas muy distantes en el tiempo, y que en algunas ocasiones los mismos testigos fueron interrogados más de una vez, incurriendo en contradicciones con sus propios testimonios iniciales. También investigué los resultados de las pericias realizadas en el búnker, supuestamente la última morada del Führer, y las conclusiones son sorprendentes: no se encontró arma, ni rastros de pólvora, o casquillos de balas. Tampoco impactos de disparo o rastros de cianuro o cualquier otra sustancia mortífera en el lugar donde se especula que se suicidó Hitler. Únicamente una mancha de sangre que es irrelevante ya que se ignora el grupo sanguíneo del líder nazi. Tampoco hay foto del jefe nazi muerto o de su cadáver quemándose en una hoguera, tal como lo aseguraron algunos testimonios, relato fantástico que la historia oficial aceptó como el verdadero final del Führer. Y menos aún filmación que pudiera mostrar su cadáver. Extrañamente, en cambio, se encontró a uno de los dobles muerto de un disparo en la frente. Los soviéticos filmaron ese cuerpo y le sacaron varias fotos. Esas fotos dieron la vuelta al mundo cuando fueron publicadas por los diarios soviéticos, que creyeron que el difunto era realmente Hitler, pero a las pocas horas los peritos rusos determinaron que se trataba de un doble. La pregunta surge inevitablemente: ¿qué necesidad tenían los nazis de dejar un sosías muerto si realmente Hitler se había suicidado?
Resumiendo, en lo relativo a las pericias criminalísticas en el lugar del presunto suicidio no se encontró una sola evidencia, según pude comprobar. Me remití luego al análisis de las autopsias soviéticas realizadas a varios cadáveres encontrados por los rusos en el búnker de Berlín. De uno en particular, que se encontró semiquemado y enterrado a medias en los jardines de la Cancillería, la documentación oficial dice que «podría tratarse del cadáver de Hitler». Pero cuando se lee la autopsia con atención queda en claro que ese cuerpo podría pertenecer a cualquier persona menos a Hitler. En principio no hay una coincidencia con las medidas antropométricas del líder nazi, y por demás el grado de daño del esqueleto es muy importante. Costillas quebradas, y otras fracturas, no se corresponden con el relato de los testigos que aseguran que el cadáver completo y sin lesiones de algún tipo fue incinerado. El tipo de daño que presentaba este esqueleto parece ser el que surge de alguien que fue sometido a fuego de metralla o al estallido de algún mortero. Un dato interesante es que la autopsia revela la falta de algunos huesos en la cabeza, y uno de los que no está es un parietal, precisamente el que tendría que tener un agujero de disparo de bala, según el testimonio de los testigos. Muy raro.
Lo extraño es que ese hueso, según el relato soviético, fue encontrado al año siguiente del presunto suicidio, en 1946, cuando los rusos volvieron a cavar en el mismo lugar donde habían hallado ese cuerpo. Se trata de una de las únicas piezas del cadáver conservada por el gobierno ruso hasta el presente —se encuentra en los archivos federales de Moscú— ya que el resto del esqueleto fue eliminado en 1970 mediante una operación secreta que fue dada a conocer por Moscú 29 años después de haberse concretado.
En el 2009, el jefe del Archivo del Servicio Federal de Seguridad ruso (FSB), Yuri Jristofórov, precisó que el 13 de marzo de 1970, el entonces presidente del KGB, Yuri Andrópov, pidió al Politburó que autorizara la destrucción de los restos de Hitler y de otras personas enterradas el 21 de febrero de 1946 en un lugar secreto de una base militar de Alemania Oriental. De acuerdo a la información dada por los soviéticos, además del cadáver de Hitler, estaban allí los de Eva Braun, el ministro Joseph Goebbels y los de su esposa Magda y sus 6 hijos. De acuerdo a esta versión oficial, la exhumación y destrucción de los restos las llevó a cabo el 4 de abril de 1970 un equipo operativo del departamento del KGB del Grupo de Tropas Soviéticas emplazadas entonces en Alemania del Este. El general Jristofórov aseguró que «la destrucción de los restos se realizó mediante su incineración en una fogata en un descampado cerca de la ciudad de Schönebeck, a 11 kilómetros de Magdeburgo. Los restos quemados junto con el carbón fueron desmenuzados hasta el estado de cenizas, que fueron recogidas y arrojadas al río Biederitz». Por otra parte, el general ruso confirmó que en el Archivo del FSB se guarda una parte de la mandíbula de Hitler, mientras que en el Archivo estatal de Rusia permanecen algunos fragmentos del cráneo del jefe nazi. «Aparte de estos materiales, recogidos en mayo de 1945, no existen otros fragmentos del cuerpo de Hitler; al menos no hay ninguna información al respecto. Todo lo que quedaba de Hitler fue quemado en 1970», subrayó el funcionario. (2)
En mis ansias por saber la verdad, yo había solicitado a las autoridades rusas realizar, junto a un experto de mi confianza, un estudio de ADN a ese hueso. No obtuve autorización. En cambio sí lo pudo hacer un equipo norteamericano, del programa Mistery Quest. El resultado fue que ese hueso tenía ADN femenino y que por lo tanto no podía pertenecer a Hitler.
Los rusos han conservado además puentes dentales de Hitler, y recientemente se ha dicho que estas piezas demuestran que Hitler murió en el búnker. El origen de esa fábula se inició en 1945 cuando una espía rusa llevó a Stalin los puentes dentales, supuestamente hallados en el cadáver. Se trata de piezas sueltas, sin la respectiva mandíbula, cuando lo lógico hubiera sido llevar el cráneo completo para permitir la identificación. Recientemente un equipo de odontólogos comparó esas piezas dentales con la dentadura que se puede observar en una radiografía de cráneo de Hitler, sacada en 1944, cuando el jefe nazi estaba vivo. Algunas de esas piezas tienen dientes orgánicos, la mayoría son de metal, pero no se autorizó a los odontólogos a extraer muestras de ADN de los mismos. A pesar de esta restricción los expertos en el 2018, más de 60 años después de haber sido encontrados, llegaron a la conclusión de que las piezas dentales analizadas son exactamente las mismas que se ven en la radiografía de acuerdo al estudio que fue publicado ese año en el European Journal of Internal Medicine. «Los dientes son auténticos, no hay ninguna duda», dijo el jefe del equipo francés, el patólogo principal Philippe Charlier, a la prensa, animándose a decir además que: «nuestro estudio demuestra que Hitler murió en 1945». Asombrosa conclusión a partir de algunos puentes dentales sueltos, sin mandíbulas y sin estudio de ADN.
El truco de los dientes fue sencillo. Durante mi investigación pude saber que los nazis habían realizado tres acciones para despistar a sus enemigos. Por un lado, cambiaron los archivos odontológicos de todos los jerarcas para que los aliados encontraran datos falsos, habida cuenta de que esos registros son una fuente posible a la que se recurre para facilitar la identificación de personas. Además modificaron las dentaduras de los dobles de Hitler para que se parecieran a las de su jefe, incluyendo la realización de implantes dentales. Esto implicó realizar varias copias de los puentes dentales del Führer hallados luego por los soviéticos. Así que el equipo francés analizó una de las tantas copias de los puentes y la comparó con las imágenes que se ven en una radiografía auténtica, y por supuesto que morfológicamente son coincidentes, lo que no quiere decir en absoluto que sean las mismas.
Otra parte de mi investigación, como antes expliqué, consistió en verificar las declaraciones de los soviéticos, con las del líder comunista Joseph Stalin a la cabeza, y también las de los referentes de los jefes anglonorteamericanos. En ningún caso confirman el suicidio de Hitler, por el contrario, Stalin asegura que el jefe nazi escapó, y el general Eisenhower en 1952 —en plena carrera electoral que lo consagrará presidente de los Estados Unidos al año siguiente— se limita a decir «no hemos encontrado ninguna prueba de que Hitler se suicidó en el búnker de Berlín». Y como si esto fuera poco el Estado alemán post-Hitler, que supuestamente no era nazi, no consideró legalmente muerto a Hitler por falta de su cadáver. Recién en 1955 Alemania lo declaró formalmente como una persona fallecida. Esto significa que para el estado alemán, y consecuentemente para el mundo, desde el punto de vista legal Hitler era una persona viva después de haber terminado la guerra. Es más, un individuo que no tenía procesamiento alguno, ni acusación, ni condena. Por esta razón tampoco existió pedido alguno de captura emanado de tribunal alguno. La farsa de su suicidio, avalada por los aliados occidentales, permitió excluirlo, al darlo por muerto, de los juicios de Nüremberg. En cambio el jerarca Martín Bormann, sobre quien se desconocía si había muerto o había podido escapar, fue juzgado en ausencia y condenado a la pena de muerte.
Con todos los datos precedentes, la mayoría de carácter público, ¿cómo se llegó a pensar, sin dar lugar a duda alguna, de que Hitler se había matado?
Un hecho que hay que tener en cuenta para entender la historia es cómo se reconfiguró el mundo al término de la Segunda Guerra Mundial. Desde un círculo exclusivo del poder mundial se apretó el botón «reset» y todo cambió: los dos más grandes socios de la guerra, los Estados Unidos y la Unión Soviética, pasaron en poco tiempo a ser enemigos, inaugurando el período de la Guerra Fría. Este era un desenlace anunciado —lo había vaticinado Hitler— habida cuenta de las diferencias ideológicas entre ambos bandos. Es por esta razón que antes de que se rindiera Berlín, los norteamericanos llegaron a un acuerdo con Hitler consistente en el traspaso de recursos humanos, tecnología y divisas de la Alemania nazi a los Estados Unidos, a los efectos de que ese capital germano no quedara en manos de los soviéticos. También se acordó el «reciclado» de los nazis para, en el nuevo mundo que vendría, combatir a los comunistas (Los secretos de Hitler, Editorial Planeta, 2017). Este gran marco de acuerdo permite comprender mejor la huida del Führer junto a miles de sus hombres hacia Occidente. Es cierto que impresiona que el máximo jefe nazi haya podido escapar, pero no podría haberlo hecho sin el arreglo alcanzado con Washington. Tampoco podría haber vivido tranquilo hasta el fin de sus días en Sudamérica si no hubiera existido esa fabulosa trama de complicidades y ocultamientos. El gran secreto no es que Hitler escapó, sino que huyó con ayuda estadounidense. Este es el gran tema tabú. ¿Cómo reaccionarían los ciudadanos de los países occidentales, cuyos parientes y amigos murieron en la guerra enfrentando a Hitler, si se supiera que el Führer fue salvado por la mano tendida desde Washington?
Con el transcurso del tiempo fui accediendo a documentos de inteligencia hoy desclasificados, como los del FBI o de la CIA, que también se refieren a un Hitler vivo en el exilio, después de haber terminado la guerra. Con el conjunto de pruebas antes citado tuve la certeza de que el jefe nazi había huido y entonces escribí El exilio de Hitler, donde se presenta una gran cantidad de información en ese sentido. Es un libro que cuenta realmente qué ocurrió en el búnker de Berlín, el truco de los dobles de Hitler, la farsa del falso cadáver (especialmente la del cráneo y la de los dientes que han tratado de ser mostrados como pruebas del suicidio) y el viaje del jerarca nazi desde Alemania, con escalas, a la Argentina. De este modo, entendiendo cómo había sido el escape de Hitler, había superado mi propio dilema, y teniendo certeza de la huida del jefe del Tercer Reich podía dedicarme, sin problemas de conciencia, a investigar su vida en Sudamérica. La reconstrucción de su accionar en Argentina la hice especialmente a partir de varios testigos, cuyos relatos fueron compilados en los libros Hitler en Argentina y Tras los pasos de Hitler.
En este nuevo libro sumaré novedades importantes que he descubierto en los últimos tiempos sobre el jerarca nazi fugitivo en tierras americanas que se suman a todos los datos descubiertos antes. Son las nuevas noticias que tenemos del Führer, obtenidas más de setenta años después de que huyó en el marco de un plan acordado entre nazis y norteamericanos. Ahora he podido avanzar sobre el tema de los guardaespaldas oficiales del Führer, uno miembro de la Policía Federal y otro integrante del Ejército Argentino, quienes le brindaron seguridad. En Tras los pasos de Hitler había mencionado el tema de los custodios personales del jerarca nazi, tanto en las reuniones con Pavelić en Mar del Plata como durante sus visitas al Hotel Viena en Córdoba. Pero en los ejemplos que veremos se confirma que el Führer tenía custodios del Estado nacional, con las implicancias que ello supone.
Toda esta historia, y los sorprendentes datos que a continuación veremos, no son comprensibles bajo el formato que la historia oficial nos ha impuesto como verdad absoluta. Pero si analizamos el conjunto a partir de un necesario y secreto acuerdo internacional, que permitió salvar a Hitler y a los nazis, cobran sentido los datos inéditos que se presentarán. Pero no nos adelantemos al hablar de esos pactos, mejor comencemos, como corresponde, con la primera parte. Habrá mucha tela por cortar.