La situación religiosa: las escuelas
de pensamiento

Describir el judaísmo de los siglos i antes y después de Cristo es toda una apuesta, dado lo complicada de la situación general. Incluso el mismo término «judaísmo» presenta problemas, ya que cabe establecer un judaísmo propiamente palestino y un judaísmo más bien helénico e, incluso, un judaísmo mesopotámico de lengua aramea.

Según Maurice Sachot, la palabra, de factura griega, es una invención de los judíos de la diáspora helénica, es decir, de aquellos que viven en la cuenca mediterránea y que hablan griego1. Se ha construido a partir del adjetivo ioudaios, y el término ioudaïsmos se crea siguiendo el modelo de hellenismos. Con esta denominación, los judíos de la diáspora helénica querían, ante todo, significar que en el interior del espacio lingüístico griego cohabitaban dos mundos que representaban cada uno de ellos una manera de ser y de vivir en sociedades muy distintas, y en las cuales la Torá constituía el símbolo de diferenciación más evidente. Pero el sufijo –ismo no remite a una doctrina o a una filosofía particular, como sucede cuando se habla de platonismo o de aristotelismo. El judaísmo no designa de manera exclusiva «la religión judía», aunque el componente religioso ocupe en él un lugar importante. Señala más bien una concepción de la existencia y una integración de la sociedad que otorga a los judíos de la diáspora una identidad común con los griegos, subrayando su especificidad judía. Sirve también para establecer una diferencia entre los judíos de la diáspora y los de Palestina, pues si bien los primeros comparten con los segundos un judaísmo común —el sentimiento de pertenecer al pueblo escogido por Dios—, si se benefician de los mismos privilegios acordados por los emperadores romanos, si reconocen a Jerusalén y a su templo como un lugar único y pagan el impuesto anual, no pertenecen al mismo territorio ni a la misma lengua.

En tiempos de Jesús el judaísmo designaba la religión de los judíos; y los judíos son aquellos que practican el judaísmo. Por tal razón los prosélitos, es decir, aquellos que se convierten al judaísmo, son, en teoría al menos, reconocidos como judíos por los propios judíos.

Todos los judíos reconocen la Torá (literalmente «la enseñanza» o «la instrucción»), que los cristianos llamaron Pentateuco2, es decir, los cinco primeros libros de la Biblia —el Génesis, el Éxodo, el Levítico, los Nombres y el Deuteronomio—, como fundamento de su religión; pero su interpretación es controvertida, pues el canon hebraico de la Biblia no está fijado de forma definitiva, algo para lo que habrá que esperar al siglo ii de nuestra era. Sin embargo, todos están de acuerdo en reconocer a su Dios como único y creador (monoteísmo). Un Dios que ha elegido a Israel para hacer de él su pueblo; pueblo que liberará a las naciones paganas a fin de que pueda reinar también un día sobre ellas. Para sellar esta alianza Dios concedió, por intermedio de Moisés en el monte Sinaí, la Torá, es decir la Ley, que constituye el signo tangible de esta vinculación entre Dios y el pueblo hebreo, la garantía de la esperanza en la restauración del reino de Israel y de su integridad. Esta relación única, esta comunión entre un pueblo y su Dios, representa la marca distintiva de los judíos, cuyo testimonio más visible y más prestigioso es el gran Templo de Jerusalén: el signo evidente de la unidad del judaísmo y su santuario único3. Y el hecho de que los samaritanos también poseyeran su propio santuario en el monte Garizim es prueba evidente de su separación del auténtico judaísmo.

La Ley constituye el núcleo central en torno al cual se organiza toda la sociedad judía4. Es, a la vez, casuística y apodíctica, es decir, que por una parte representa una teología moral que se ocupa de los casos de conciencia (por ejemplo, el «código de la Alianza», en el Éxodo 20,22-23,33), y por otra concierne al derecho que está consagrado por el uso (por ejemplo, los Diez Mandamientos) y que es, en consecuencia, necesariamente verdadero, ya que el origen de la Ley está en el mismo Dios, y Moisés es su representante humano. Obedecer esa Ley, observando sus mandamientos, es fuente de toda prosperidad, mientras que alejarse de ella provoca toda clase de terribles desastres. No se trata, por tanto, de una pesada carga difícil de llevar, pues entre los 613 mandamientos establecidos, un gran número de ellos se han convertido, en el transcurso del tiempo, en costumbres evidentes5. La observación de la Ley no es esencialmente constrictiva ni puramente formal; está motivada, sobre todo, por la convicción de que constituye un don divino y, consecuentemente, debe ser respetada como tal, sin tratar de servirse de ella de forma egoísta para la satisfacción personal. Si se la practica adecuadamente no favorece los legalismos externos; es decir, si está motivada por el «temor de Dios», o sea, por el amor respetuoso que se le ha de profesar, y el reconocimiento de Su gloria. Por ello, la obediencia a la Ley debe conducir a todo judío piadoso a la humildad.

Puesto que toda la ortopraxia (conducta recta) judía se halla centrada en la Torá, la reflexión teológica se encuentra dominada por los debates relativos a su justa interpretación. En efecto, la Ley es la expresión escrita de la voluntad divina y resulta imperativo, para los judíos piadosos, saber conformarse de forma correcta a lo que Dios exige de su pueblo, a fin de no contravenir Su voluntad. El ejemplo del sabat resulta a este respecto muy sintomático: desde los tiempos más antiguos se consideraba el sabat, séptimo día de la semana, como un día de reposo. Según el libro del Éxodo (20,10; 23,12) no está permitido realizar trabajo alguno en ese día. Las comidas deberán prepararse la víspera, a semejanza del maná que fue recogido la víspera de su consumición. El castigo establecido por no respetar este mandamiento era la muerte por lapidación (Nb 15,32-36). En ese día los judíos se recogían para adorar a Dios, se ponía sobre la mesa el pan de la ofrenda, se procedía a realizar los sacrificios en el Templo, y en las sinagogas se leía y comentaba un pasaje de la Torá (Mc 6,2; Lc 6,6; 13,10). Así pues, el sábado era, junto con la circuncisión, el signo característico por excelencia del judaísmo. Las controversias que se produjeron, a propósito de la actitud de Jesús y de sus discípulos sobre ese día sagrado, demuestran claramente que ese mandamiento de respetar el sábado debía interpretarse de manera apropiada, a fin de poder observarlo lo más objetivamente posible. Así pues, era necesario hacer una lectura adecuada, caso por caso y muy detallada, para determinar lo que estaba o no realmente permitido en ese día.

Cuando Jesús pregunta a sus detractores «¿Quién de vosotros, si su hijo o su vaca cayera en un pozo no trataría de sacarlo rápidamente, aunque fuera sábado?» (Lc 14,5), el evangelista añade: «Y ellos no pudieron responder nada a eso» (versículo 6). No obstante, ciertos judíos radicales no dudaban en exigir que «no se ayudará al parto de un animal en sábado; y si cayera en una fosa o en pozo, tampoco se le sacará de él en sábado». (Escrito de Damas, CD 11,13-14).

Así pues, la Ley se encontraba sujeta a interpretación. Y esta era la labor de los escribas, los «enseñantes» o «los maestros» o, mejor aún, los «expertos», cuyo maestro era Esdras (Esd 7,6). Su trabajo fue recogido bajo el nombre de Torá oral o halakhah. Al contrario de los fariseos, que reconocían, conjuntamente con la Ley escrita y recibida por Moisés en el monte Sinaí, una Torá oral de origen divino, los saduceos rechazaban categóricamente toda tradición que no estuviera en la Ley escrita. Ciertamente, también ellos interpretaban la Ley, pero semejante interpretación no tenía un carácter constrictivo. Esta interpretación saducea desapareció, sin embargo, tras la destrucción del Templo en el año 70, y fue la interpretación farisea de la Ley la que se impuso6.

La sociedad judía de los siglos i antes y después de Cristo se encontraba muy afectada por la espera del fin de los tiempos. Con el cambio de era existió una literatura escatológica, cada vez más presente, cuyo origen se remonta a la época del exilio en Babilonia, en el siglo vi a. C. Desde el siglo ii, a partir de la dominación de los seléucidas, su naturaleza se torna apocalíptica, es decir, como indica Maurice Sartre, ella «ayuda al fiel a comprender lo que ha pasado, y le anima mediante el anuncio de una próxima salvación»7.

Esta es la razón por la que se añade a esta esperanza de restauración última del reino terrenal judío la de un mesías profeta, un enviado, o un «ungido» de Dios8, una especie de nuevo Moisés, o de rey de tipo davídico, «el Hijo del Hombre», intercesor entre Dios y los hombres que vendrá a juzgar en nombre de Yahvé.

El Dios único, la Torá, el Templo, el sabat, la circuncisión, la escatología apocalíptica, la espera mesiánica: esta unidad visible del judaísmo escondía mal, sin embargo, su pluralismo interno, que se instalaba a la vez en el tiempo y en el espacio. Desde el siglo iii antes de nuestra era hasta la primera revuelta judía de los años 66-74 d. C., incluso hasta la segunda, la de Bar Kokhba, de los años 132-135, diversas escuelas o facciones coexistía, más o menos pacíficamente, en la misma Palestina e igualmente en el seno de la diáspora griega o mesopotámica. Como no existían autoridades religiosas reconocidas y aceptadas por todos para regular una ortodoxia común, estas haireseis, como las llama Flavio Josefo9, es decir, estas grandes escuelas teológicas e ideológicas, disputaban, en mayor o menor medida, para tratar de imponer su propia visión de la Torá. Citaremos a los saduceos, los fariseos, los esenios, los zelotes y los samaritanos, a los cuales los especialistas contemporáneos añaden las corrientes proféticas, mesiánicas y baptistas.

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Los saduceos. La etimología usual relaciona este término con el nombre de Saddoc (o Sadoq), de la tribu de Leví, sacerdote vinculado al servicio del Arca bajo los reinados de David y posteriormente de Salomón, que lo nombrará sacerdote principal. Más adelante, sus descendientes (o sus partidarios), los «hijos de Saddoc», serán reconocidos como los únicos sacerdotes legítimos (25 8,7; 15,24; IR 2,35; Ez 40,46; 43,19; 46,15). En este sentido, los saduceos designaban a los que serían «los partidarios del sacerdocio». Estos hombres, procedentes de determinados medios sacerdotales, estaban relacionados con la familia del último gran sacerdote saduceo legítimo, Onías III10, y en oposición casi constante a los asmoneos, si bien es necesario apuntar que tanto Juan Hyrcan I como Alejandro Janneo habían intentado reconciliarse con ellos. Además, bajo el reinado de Juan Hyrcan I (134-104) los saduceos aparecen por primera vez como tales. Su actitud hacia la dinastía herodiana fue más amistosa, ya que algunos de ellos no dudaron en sostener al rey, si bien otros se mostraron mucho más hostiles.

En los años que transcurren del siglo i al siglo ii, los saduceos se muestran muy influyentes políticamente. Sus miembros se reclutan sobre todo entre las grandes familias sacerdotales y aristocráticas de Judea y de la diáspora. Según Flavio Josefo, el primer gran sacerdote que ofició bajo el reinado de Herodes el Grande, Ananel, procedía de Babilonia; y el padre de Mariamne II, Simón, que fue gran sacerdote desde el 24 al 5 a. C., procedía de una familia judía de Alejandría11. Las funciones del gran sacerdote se ven reemplazadas por miembros de esta facción, lo que explica por qué están tan vinculadas al servicio del Templo12. En tiempos de Jesús controlaban la administración, el culto del Templo y el gran sanedrín, y se esforzaban en encontrar un plano de entendimiento con Roma y con los soberanos herodianos. Las fuentes tanto judías como cristianas ofrecen muy escasa información sobre los saduceos, dado que ellos les eran, por lo general, muy hostiles. La literatura talmúdica considera el término «saduceo» como sinónimo de «herético»13.

A falta de fuentes propiamente saduceas, resulta difícil precisar el pensamiento y las grandes líneas de la teología de este partido religioso, si no es por oposición a las de sus adversarios fariseos, por ejemplo. No obstante, se pueden reseñar algunos puntos interesantes:

  1. Al contrario que los fariseos, los saduceos se atenían escrupulosamente a la ley escrita por Moisés, siendo sus sacerdotes los únicos intérpretes cualificados. Consideraban el texto como algo primordial, sin que fuera necesario atenerse a una tradición oral, al igual que hacían, en este caso, los fariseos. Pero esto no les impidió elaborar una jurisprudencia halakhica14, a la cual se referían con frecuencia, pero sin considerarla al mismo nivel que la Torá oral. Solamente contaba la Ley escrita.
  2. Reconocían la total libertad del hombre y su entera responsabilidad, considerando que Yahvé se desinteresaba del mundo y de la historia. Por consiguiente, no creían en la predestinación y tampoco esperaban la llegada de ningún mesías. De ahí les venía su violenta oposición a Jesús de Nazaret15.
  3. Si se presta crédito a las Actas de los Apóstoles (23,8) y a Flavio Josefo (AJ 18,16), los saduceos no creían en la resurrección, ni en los ángeles ni en la inmortalidad personal: «Según la doctrina de los saduceos, el alma desaparece al mismo tiempo que el cuerpo», escribía el historiador judío.

Los fariseos. Al contrario de lo que ha sucedido con los saduceos, cuyos escritos han desaparecido, se tienen abundantes noticias de los fariseos, sus adversarios, gracias al Nuevo Testamento, a Flavio Josefo y a las fuentes rabínicas. Parece ser que su origen se remonta al siglo ii a. C., puesto que se les conoce desde el año 150 a. C.

En efecto, bajo el reinado de Antíoco IV Epífanes (175-164 a. C.) se constituyó un grupo opuesto a la adopción de costumbres griegas, los hasideos. Estos hasidim, es decir, «los piadosos», no formaban un bloque monolítico y homogéneo, y es posible que los fariseos tuvieran su origen en una rama de este grupo. En la época de Juan Hyrcan I, cierto número de judíos se rebelaron contra las pretensiones reales y sacerdotales del soberano, reagrupándose en el seno de un partido político-religioso que recibió el sobrenombre de «fariseo», literalmente ‘los separados’ (parash, en hebreo, perishayya, en arameo)16. Según Flavio Josefo (AJ 13,289 y ss.) los fariseos consideraban que el cargo real y la función sacerdotal debían estar separados. En el primer siglo de nuestra era los fariseos se presentan sobre todo como un conjunto de grupos de estricta observancia en materia legal, pero divididos políticamente en dos ramas: una sigue la línea de Judas el Galileo (véase nota 41) y se opone feroz y violentamente a toda injerencia extranjera en los asuntos internos judíos; la otra se muestra más prudente, hasta el punto de considerar que el poder político no tiene necesidad de intervenir en su vida religiosa. Esta rama de los fariseos estima que la realización del reino tan esperado no podrá tener lugar en el estado actual de cosas, y solamente podrá conseguirse mediante la oración y la piedad.

Repartidos tanto por las ciudades y aldeas de Judea y Galilea como por la diáspora17, reagrupados en el seno de las cofradías que llevaban el nombre de haburot, los fariseos se vinculaban a ciertos doctores de la Ley (escribas) con los cuales sentían cierta afinidad, y difundían su pensamiento (Shamaï y Hillel fueron los más célebres en el siglo i a. C.). De ser un partido político-religioso bajo los asmoneos, se convirtieron de este modo en un movimiento espiritual. Eran reclutados esencialmente en los estratos humildes de la sociedad judía, lo que los hacía más cercanos al pueblo, cuyas reivindicaciones políticas y aspiraciones religiosas expresaban. Para ellos el culto del Templo no tenía la importancia que le concedían los saduceos (¡y con razón!), pero, por el contrario, se mostraban muy activos en las sinagogas, lugares no solamente de oración, sino también de estudio. Esta condición puede explicar en parte por qué el «judaísmo fariseo» será el único que logrará sobrevivir a la primera revuelta judía (años 66-74 d. C.).

En materia religiosa su ideal estaba marcado por la observación escrupulosa y cotidiana de todos los mandamientos de la ley mosaica, y hasta de los menores detalles de la tradición de los Ancianos. Esto se traducía en la observación de los 613 preceptos (mitsvot) —248 órdenes y 365 prohibiciones— contenidos en la Torá18. Pero, al mismo tiempo, ellos se esforzaban en estimular el desarrollo del pensamiento judío para no atenerse exclusivamente a la Ley escrita. Esta es la razón por la cual consideraban que la Torá era la palabra viva de Dios, siempre activa; y que se expresaba a través de sus lectores y de sus intérpretes, ya que según su convicción Jahvé siempre habla a los que ha escogido. Por consiguiente, los fariseos concedían una importancia muy grande a la Ley oral19 y consideraban que no era el sacerdote (el kóhen) el que tenía la autoridad, sino la interpretación de los escribas, que ellos llamaban rabbis. Como subraya Charles Perrot, con los fariseos «la exégesis es la que toma el poder»20.

Se pueden resumir los puntos característicos del pensamiento fariseo del siguiente modo:

  1. Los fariseos concedían una importancia capital a la razón humana en el juego de la interpretación de las Escrituras y daban a sus especialistas en la materia una autoridad determinante. Consideraban que los escribas que sucedieron a los profetas eran capaces de ver, a través de la interpretación, las revelaciones especiales y de penetrar en el designio oculto y preestablecido de Dios21.
  2. Creen en la inmortalidad del alma, en la intervención de los ángeles, el último juicio, es decir, la recompensa o el castigo post mortem, y la resurrección de los muertos (ya sea de todos los muertos o solamente de los justos, algo que no se puede precisar).
  3. Reconocen la acción de la Providencia divina —en otros términos, Dios rige la historia—, pero mantienen la creencia de que el hombre conserva su libre albedrío22.
  4. Algunos de ellos, al menos hacia el 43 a. C., época de la redacción de los Salmos de Salomón, esperan la llegada de un mesías, un hijo de David que actuará antes por la palabra que por las armas (Ps 17,23).

Según el Nuevo Testamento, Jesús se mostró muy severo con los fariseos. No fustigaba tanto su enseñanza (Mt 23,2-3) como su mentalidad y su comportamiento. En efecto, el conocimiento que aquellos tenían de la Ley les llenaba de orgullo y su práctica de la Torá les garantizaba la salvación (cf. La parábola del fariseo y del publicano en Lc 18,11-12). Su espíritu legalista los llevaba con frecuencia a mostrarse mezquinos e hipócritas (véase, por ejemplo, el episodio de las espigas arrasadas, en Mt 12,1-8; o las invectivas contra los fariseos en Mt 23,1-36). Pero si tales actitudes nos pueden parecer ciertamente excesivas, hasta el punto de que hoy se habla todavía de «fariseísmo» para designar un razonamiento o un comportamiento hipócrita, también existían fariseos muy virtuosos, como Nicodemo y Gamaliel, que esperaban la venida del Mesías y el establecimiento de su reino; o, incluso, como ese escriba que hablaba con sabiduría y al que Jesús le respondió: «Tú no te encuentras alejado del reino de Dios» (Mc 12,34). Así pues, los autores del Nuevo Testamento adoptan una actitud suavizada al enfrentarse a los fariseos; una actitud que oscila entre el rechazo total en el Evangelio de san Mateo, que les presenta como los adversarios encarnizados de Jesús, y la posición más moderada de san Pablo y san Lucas; este último llegó a escribir, por ejemplo, que ciertos fariseos se acercaron a Jesús para protegerle de las malvadas intenciones de Antipas, que quería que se le diera muerte (véase también Lc 7,36; 11,37; 14,1; Ac 5,34; 23,9).

Los esenios. Salieron a la escena mediática entre los años 1946-47, a raíz de que diversos restos de manuscritos muy antiguos fueran descubiertos por un pastor beduino en una gruta cercana al mar Muerto. En los años siguientes varios miles de estos fragmentos (en ocasiones, muy significativos) se descubrieron o fueron comprados a los beduinos de la tribu de los Ta’amireh.

En total son alrededor de cien mil fragmentos pertenecientes a novecientos manuscritos que ha sido necesario clasificar debidamente23. A lo largo de los años 1980 y 1990 surgió una polémica muy fuerte en los medios bíblicos, en el curso de la cual se expresaron ciertas hipótesis, entre ellas algunas notablemente extravagantes y sensacionalistas, que acusaban al Vaticano de ocultar textos que ponían en entredicho los orígenes del cristianismo. A partir del año 2000 las cosas parecen haberse apaciguado, y un clima más sereno permite que especialistas, exégetas y arqueólogos puedan avanzar en su trabajo de interpretación24.

La etimología del término «esenio» todavía resulta hoy día un tanto oscura, y se han establecido para ella diversas hipótesis. La palabra es griega: essênoí, essaioî o ossaioí, lo cual no debe sorprendernos, puesto que otro grupo religioso judío lleva también un nombre griego: el de los cristianos, christianoi. Según Émile Puech, se trata de la forma griega de Hesed Hasîdîm, que significa ‘piadoso’25. Estos hasîdîm, como hemos visto, aparecieron por primera vez bajo el reinado de Jonatán Macabeo, hacia el 150 a. C., como un grupo de judíos piadosos opuestos al auge del helenismo en la sociedad judía. Para ciertos estudiosos procedían de la diáspora siria; para otros, de Babilonia; e, incluso, para unos terceros, los más numerosos, serían judíos y, más concretamente, jerosolimitanos (de Jerusalén). Tras la revuelta de los Macabeos, los esenios se posicionaron al lado de los saduceos y de los fariseos, como uno de los principales partidos teocráticos. Su influencia parecía grande en tiempos de Aristóbulo I, hacia el 140 a. C., pues este narra cuando se opusieron, cada vez más abiertamente, a la gran sacerdotisa asmoneana; para ellos, el único gran sacerdote legítimo no podía ser más que un descendiente de Saddoc. Parecía que habían gozado de la estima de Herodes el Grande, ya que algunos especialistas ven en la existencia de una puerta y un barrio esenio en el monte Zion, en Jerusalén, una prueba de la protección real26. Desaparecieron, al igual que los saduceos, tras la revuelta de los años 66-74.

Los esenios son citados por Filón de Alejandría, Flavio Josefo, Plinio el Viejo, Hipólito de Roma y Dion Crisóstomo27. Pero no aparecen en el Nuevo Testamento, en todo caso nunca con esa apelación28. Lo que se deduce sobre ellos de estas menciones, a veces divergentes, puede resumirse de la siguiente manera:

  1. Este grupo de judíos piadosos vivió una existencia ascética en el seno de comunidades diseminadas por toda Palestina; una de las cuales, al menos, residía cerca del mar Muerto.
  2. Eran célibes en su gran mayoría (aunque también se encuentran miembros que estaban casados) y solamente lograban su supervivencia gracias a la incorporación de nuevos candidatos llegados del exterior.
  3. Los miembros estaban convencidos de representar al auténtico Israel, y se esforzaban por respetar las prescripciones de pureza de la Ley.
  4. Creían en la resurrección de los muertos.
  5. Veían el Templo de Jerusalén como el lugar de culto principal del judaísmo, pero creían que estaba ocupado y profanado por judíos impíos que efectuaban sacrificios y celebraban fiestas en las cuales ellos se negaban a participar.
  6. Hacían muchas cosas en común (comidas, estudios, baños rituales) y no poseían riquezas personales, ya que todo se entregaba a la comunidad para asegurar su sustento y poder ofrecer hospitalidad a sus visitantes.
  7. Oraban a la salida del sol y recitaban acciones de gracia antes y después de cada comida.

Muchas de sus prácticas recuerdan las seguidas por los primeros cristianos, pero igualmente existen entre los dos grupos numerosas disparidades que impiden asimilarlos, como han intentado hacer algunos investigadores independientes29.

La hipótesis según la cual los manuscritos del mar Muerto descubiertos cerca del lugar de Qumran serían esenios se considera todavía evidente por muchos investigadores; sin embargo, tal teoría se ha visto fuertemente cuestionada por los últimos avances de la investigación exegética y arqueológica. Remitimos al lector interesado en el tema a las obras mencionadas en la nota 24.

Los zelotes. Flavio Josefo denomina Léstai, es decir, ‘bandoleros’, a los partidarios de Judas el Galileo30. El calificativo de zelote (qannâ en arameo) es un término técnico largamente utilizado en el periodo helenístico para designar a aquellas personas que quisieron preservar la pureza del judaísmo y del país de Israel, de su templo y de su pueblo.

Su jefe fundador se llamaba Judas31. Era originario de Gamala, en el Golan, y vivió a finales del siglo i a. C. y principios del i d. C. A la muerte de Herodes el Grande se había generado un amplio movimiento rebelde que culminó con el levantamiento popular que siguió al empadronamiento del año 6 d. C.

Se trataba de un movimiento de reforma político-religiosa que intentaba purificar el país, una vez este se hubiera desembarazado de la presencia romana, restaurando la santidad del Templo que hasta entonces había estado bajo el dominio de las grandes familias sacerdotales. Judas fue probablemente ejecutado durante la represión que siguió al año 6, si se entiende bien lo que quiere decir san Lucas (Ac 5,37), pero su movimiento le sobrevivió.

Escondidos en el desierto, los zelotes lanzaban operaciones de guerrilla contra el ocupante romano. Uno de los discípulos de Jesús, Simón el zelote, fue probablemente, como su nombre indica, uno de ellos (Lc 6,14; Ac 1,13). Le sucedieron dos de los hijos de Judas, Jacob y Simón, que fueron crucificados por el procurador de Judea, Tiberio Alejandro, entre los años 46 y 48. Un tercer hijo desempeñó un papel importante durante la insurrección popular, en tiempos del procurador Gesio Floro (64-66), pues se apoderó de la fortaleza de Masada, cerca del mar Muerto, e instaló a los zelotes en Jerusalén.

Flavio Josefo precisa que la doctrina de Judas el Galileo era profundamente teocrática32. Sus convicciones religiosas se vinculaban a las de los fariseos, y se esforzaba, él también, en mantenerse fiel a la Ley. Pero esto se veía acompañado por un programa «revolucionario», en la medida en que se hacía una interpretación política de su fe en Yahve, único señor del país de Israel. Consecuentemente, los judíos no debían aceptar a otros maestros, sino solamente a Dios, puesto que Él les había concedido esta tierra prometida a fin de evitar que fuera ultrajada por cultos paganos.

En los años 50 apareció en Judea un movimiento más violento que se decía seguidor de Judas, pero cuyos miembros eran auténticos asesinos, ya que atacaban a cualquiera (particularmente a judíos influyentes) y aceptaban la colaboración con los romanos. Se les llamaba sicarios, por el nombre del puñal de hoja curva (sica) que siempre llevaban con ellos.

Se unieron un tiempo a los zelotes, durante la gran revuelta del año 66, pero aquellos pronto se alejaron de ellos, considerando que sus pretensiones mesiánicas eran demasiado humanas. Uno de estos sicarios, Éléazar ben Yaïr, resistió en Masada ante las tropas romanas del legado romano Silva hasta el año 73, antes de suicidarse tanto él como sus hombres, así como las mujeres y niños refugiados, para no caer vivos en manos de sus enemigos romanos.

Los samaritanos. Todo el mundo conoce el famoso episodio del buen samaritano mencionado en el Evangelio de san Lucas (10, 29-37); ese hombre que presta su ayuda a un herido a punto de morir que han abandonado los bandoleros al borde del camino que unía Jerusalén con Jericó. La intención del evangelista era la de mostrar que, para Jesús de Nazaret, el amor no tenía límites, sobre todo límites políticos o religiosos.

El apelativo de samaritanos designa tanto a los habitantes de la ciudad de Samaria como a los fieles a la tradición religiosa samaritana que, como han mostrado los documentos arqueológicos del santuario del monte Garizim, se enraiza en las tradiciones locales, contrariamente a los alegatos de la Biblia hebrea de Ben Sirach y de Flavio Josefo, que los detestaban profundamente, hasta el punto de hacer de ellos un pueblo no judío, descendiente de poblaciones deportadas allí por los asirios en los siglos viii y vii a. C.33. En realidad, los samaritanos tenían raíces comunes con los judeanos (o judíos), como indican las tradiciones religiosas mencionadas en el Pentateuco.

La palabra «samaritano» (hassôm`ronî, en hebreo) aparece en la Biblia en el segundo libro de los Reyes (17,7-29), tras la ruina del reino de Israel, que también se llamaba reino del norte. A la muerte del rey Salomón (965-928 a. C.) y sus sucesores inmediatos, el unificado reino de Israel se escindió en dos: el reino de Israel, al norte, que tenía por capital Samaria, y el reino de Judá, al sur, en torno a Jerusalén. Esta separación política mantiene una diferencia religiosa; el reino del norte se opone al sacerdocio de Jerusalén y exige un retorno a los «altos lugares», santificados por los Patriarcas. En fecto, los samaritanos consideraban a Moisés como el último profeta de Yahvé, y el monte Garizim como el lugar en donde Abraham preparó el sacrificio de su hijo Isaac (Gn 22) y en donde Dios decidió «poner su nombre» (Dt 12,5), es decir, hacer de aquel sitio un lugar sacrificial (Dt 11,29-30). Según los samaritanos, son los propios judíos los que se han apartado de la Verdad, ya que Elías, el sacerdote del Señor, construyó un santuario en Silo34 y no en el monte Garizim. Reprochaban a los judíos (y a Esdras en particular) haber reescrito la Torá y haber abandonado el santuario sagrado del monte Garizim en beneficio de Jerusalén, ya que según el Deuteronomio 27 los hijos de Israel debían llevar a cabo, entre los montes Ébal y Garizim, una ceremonia de renovación de la alianza que se describe en el libro de Josué. De este modo, los samaritanos interpretaban a su favor el reproche que se les había hecho, pretendiendo que, al contrario, eran ellos los auténticos descendientes de los judíos exiliados que habían regresado al país.

Esta querella se agravó con el paso del tiempo: el rey de Judá, Josías (640-609 a. C.), aprovechándose de la debilidad del poder asirio, destruyó los lugares sagrados de los samaritanos. Después del exilio, Esdras y Nehemías restablecieron la religión judía excluyendo de ella a los samaritanos, porque consideraban que sus antepasados no eran israelitas y que su religión era sincrética* (Esd 4,1-5; Ne 2,20). El cisma se hizo definitivo cuando los samaritanos erigieron un templo en el monte Garizim, probablemente a finales del siglo iv a. C., con la llegada de Alejandro Magno35.

A partir de ese momento, los dos pueblos se volvieron enemigos irreconciliables. En el año 168-167 a. C., el rey Antíoco IV promovió un edicto que prohibía toda práctica de las leyes ancestrales judías: el sabat, la circuncisión, los sacrificios tradicionales y la lectura de los libros santos. Según el autor del segundo libro de los Macabeos (6,1-2), los samaritanos lograron escapar de la persecución del soberano seléucida y de la destrucción de su santuario del monte Garizim al precio de una traición y de una apostasía, es decir, aceptando «helenizar» su religión; así, dedicaron a Zeus Filoxenos (Hospitalario) el templo de Garizim, mientras que los judíos, al contrario, se revolvieron contra ese mismo tirano. Cuando estos últimos recuperaron su independencia, gracias a los Macabeos y a los asmoneos, bajo el mando del rey Juan Hyrcan I, destruyeron el santuario de los samaritanos en los años 129-128 a. C. y cuidaron de que no se volviera a reconstruir. Fue probablemente durante la segunda mitad del siglo ii a. C. cuando nació la religión samaritana propiamente dicha, cosa que parece confirmar el examen de los manuscritos del mar Muerto.

El Pentateuco samaritano difiere del Pentateuco judío (llamado massorético, es decir, canónico) en unos seis mil puntos, aproximadamente. La mayor parte de estas diferencias son mínimas36, pero otras revisten mayor importancia, pues se refieren a la evidencia de las preocupaciones ideológicas. Es notable el caso del decálogo, uno de cuyos mandamientos —en la versión samaritana— exige que sea construido un altar en el monte Garizim para honrar a Dios.

La teología de los samaritanos puede verse resumida en cinco puntos:

  1. Creen en un solo Dios, el de Israel.
  2. Creen en un único profeta, Moisés, considerado como el «maestro del mundo».
  3. Veneran la Torá (o Pentateuco), el libro sagrado dado por Moisés.
  4. Consideran el monte Garizim como el único santuario del verdadero Dios.
  5. Creen en el día de la Venganza y de la Retribución. Se puede añadir también la venida de un mesías, el taheb, quien, al igual que Moisés, es un profeta que debe surgir del linaje de José y ha de manifestarse en el monte Garizim para fundar un reino milenario. Esta adhesión a los principios de la Torá hizo de los samaritanos unos piadosos observantes de las reglas que concernían al sabat y a las normas de pureza.

Al inicio de su ministerio, Jesús recomendó a sus discípulos evitar a los samaritanos (Mt 10,5)37, reflejo de una situación bien real, pero en el episodio de la samaritana (Jn 4,21-24) da a entender claramente que ya no habrá más lugares sagrados «ni sobre esta montaña [el monte Garizim] ni en Jerusalén», pues los auténticos adoradores de Dios «adorarán al Padre en espíritu y verdad». A pesar de su vinculación a Jerusalén y a los judíos («pues la salvación viene de los judíos», Jn 4,22), Jesús trasciende las divisiones entre los dos pueblos, y esta es la razón por la cual los samaritanos desempeñan un papel positivo en los Evangelios38.

Además de los ya mencionados, existían en Palestina otros grupos o movimientos religiosos activos en los años del cambio de nuestra era. Sus mentalidades y sus doctrinas eran, tal vez, diferentes o, mejor dicho, divergentes39. Se pueden citar:

  1. Los grupos proféticos, llamados así porque sus adeptos, valiéndose de un «vidente» que se proclama a sí mismo «profeta», anunciaban las señales precursoras de la salvación del pueblo judío. Flavio Josefo hace una referencia especial a Teudas (o Tadeo) durante los años 44-46; a un profeta egipcio anónimo, jefe de los sicarios, que pretendía derrumbar las murallas de Jerusalén en tiempo del procurador Félix (años 52-60), o a un samaritano que, hacia el 36, había logrado convencer a sus conciudadanos de que él les mostraría el lugar en el que Moisés había enterrado los vasos sagrados del Templo en el monte Garizim40.
  2. Los grupos mesiánicos, dirigidos por hombres que se habían proclamado «reyes» o «ungidos», tales como Ezequías el Galileo, en los inicios del reinado de Herodes el Grande, al que siguió su hijo, Judas de Gamala, a la muerte del soberano después de la destitución de Arquelao41; Simón el esclavo y Antroges, el pastor; Simon bar Giora, de Gerasa, y Menahem ben Judas, de Galilea, que habría hecho asesinar al último gran sacerdote en ejercicio, Ananías, durante la gran revuelta del año 66. Finalmente, hay que mencionar a Simon bar Kosiba, «la estrella salida de Jacob», jefe de los insurgentes de la segunda revuelta judía
    (años 132-135 d. C.), el «mesías» tan esperado, que aprovechó la ocasión para cambiar su nombre por el de Simon bar Kokhba, «el Hijo de la Estrella»42.
  3. Los grupos bautistas, es decir, aquellos que practicaban una cierta forma de bautismo43 o de baño, y que se desarrollaron por toda Palestina a principios del siglo i de nuestra era. El más célebre es, sin duda alguna, Juan, llamado el Bautista, pariente de Jesús, citado por Flavio Josefo (AJ 18, 116-118). Pero se sabe también de un cierto Bannus, de los sabeos y masboteos, al igual que de los «bautistas (o inmersores) de la mañana», que practicaban ritos de agua todas las mañanas, a la salida del sol44. Estos «bautismos» poseían diversos significados: por ejemplo, el perdón y la remisión de los pecados o la purificación ritual; asimismo, podían ser dispensados una sola vez en el transcurso de la vida o bien practicados todos los días, y se otorgaban con agua viva, corriente y purificada. Diferían igualmente del bautismo cristiano, que no es solamente un rito de purificación, como los otros, sino también de iniciación, abierto a todos, para cambiar de corazón y de vida.

1 M. Sachot, 1998, p. 24.

2 Pentateuco es una palabra griega que significa ‘cinco libros’, el término designa el estuche que contiene los libros en forma de rollos.

3 Existió, entre los años 170 a. C. y 71 d. C., en Leontópolis (Tell El-Yehoudieh, ‘la colina de los judíos’), en el delta egipcio, otro templo judío fundado por Onías IV, hijo del gran sacerdote exilado Onías III. Este templo no fue considerado como ilegal, pero su influencia no llegó a extenderse más allá de su inmediato emplazamiento. Fue destruido bajo Vespasiano, que temía que los judíos pudieran reagruparse tras la destrucción del gran Templo de Jerusalén, en el año 70 d. C. Flavio Josefo lo menciona en su BJ 7.10,4.

4 H. Conzelmann A. y Lindemann, 1999, pp. 216-217.

5 El Dictionnaire encyclopédique du judaïsme, Éditions du Cerf, París, 1993, ofrece la lista de estos 613 mandamientos, en las páginas 252-267.

6 Esto constituye un punto capital para comprender el judaísmo actual, pues tras la destrucción del Templo en el año 70, en el que oficiaban principalmente los saduceos, los judíos no tuvieron más que un solo bien común: la Torá, cuya interpretación era esencialmente farisea. Esto explica por qué la práctica del judaísmo actual, llamado rabínico (inaugurado por el rabino Yohanan ben Zakkai en Iamnia, y cuyos sucesores, llamados Tannaïm, es decir, ‘enseñantes’, han puesto por escrito en la Mishna todas las ordenanzas orales, a fin de evitar que se pudieran perder), nada tiene que ver con el judaísmo del Segundo Templo.

7 M. Sartre, 1997, p. 351.

8 «Oint»: meschiya en hebreo y christos, en griego. Los reyes de Israel (comenzando por David, el primer rey que Yahvé escogió), los profetas y los grandes sacerdotes recibían la unción del aceite como símbolo de su nueva función (IS 10,1; Lv. 8,12). Por esta razón los soberanos llevaban el título de mesías. Por extensión, este mismo título de mesías se encuentra en el Antiguo Testamento, aplicado a una persona física o moral que Yahvé había escogido para confiarle una misión (Is 61,1), como, por ejemplo, el mismo pueblo de Israel (Ps 105,15) o Ciro, el soberano aqueménida, quien, sin embargo, «no conocía al Señor» (Is 65,1). La espera del «mesías, hijo de David, rey, salvador de los Judíos» es relativamente tardía, porque su primera mención no aparece hasta un texto de la segunda mitad del siglo i a. C., los Salmos de Salomón (Ps 17 y 18), que reflejan la acción y el destino de Pompeyo tras el sitio de Jerusalén en el año 63 a. C.

9 Flavio Josefo, AJ 18 15-25. Pero la clasificación de Flavio Josefo resulta demasiado reduccionista, porque el judaísmo del siglo i es mucho más rico y complejo, como veremos más adelante. La investigación actual tiende también a mostrar que se pueden comparar estos grupos religiosos judíos, del siglo i de nuestra era, con las asociaciones voluntarias grecorromanas cuyo funcionamiento era, poco más o menos, idéntico. Es, tal vez, en este sentido por lo que resulta necesario interpretar así la expresión «los Judíos» que utiliza el Evangelio según san Juan, cuando describe la pasión de Jesús de Nazaret (Jn 18,38, por ejemplo). Véase S.-Cl. Mimouni, 2009, pp. 12-19; E. Schürer, 1979.

10 Cuyo hijo Onías IV se halla vinculado al origen del templo judío de Leóntopolis.

11 Flavio Josefo, AJ 15 22, 39, 41, 320-322.

12 Esta es la razón por la cual los saduceos desaparecieron prácticamente tras la destrucción del Templo en el año 70, y que asimismo se sepa muy poco de ellos. Sin embargo, la secta judía de los kairotas, en el siglo viii de nuestra era, parece reivindicar una herencia saducea frente a la corriente mayoritaria rabínica, quizás para dotar de una legitimidad a su causa. Parece que no existen escritos propiamente saduceos entre los manuscritos del mar Muerto, descubiertos cerca de Qumran. Sin embargo, y en contra de la opinión de gran número de especialistas, Lawrence H. Schiffmann continúa defendiendo su tesis, según la cual el texto llamado Carta halakhica (4QMMT), al igual que el Rollo del Templo, presentan fuertes afinidades con la halakhah saducea. Véase L. H. Schiffmann,1995. A su lado, Hanah Eschell, que ha publicado la Plegaria del bienestar del rey Jonathan (4Q448), estima que este manuscrito, encontrado cerca de Qumran, habría sido llevado allí desde Jerusalén y refleja un punto de vista saduceo, favorable a los asmoneos y a la gran sacerdotisa hierosolimitana. Véase B. Bioul, 2004, p. 89.

13 André Paul, «Saduceos», en la Encyclopédia Universalis, 1999.

14 Del hebreo halakha, ‘marchar’. La halakha era la actualización de un principio de la Torá; es decir, un comentario de carácter jurisprudencial. Este término se traduce generalmente por ‘ley’.

15 Si bien es necesario apuntar que no pocos saduceos se mostraron favorables a Jesús, y que incluso algunos de ellos se hicieron nazarenos (cristianos), como san Pablo, por ejemplo.

16 S.-Cl. Mimouni, 2009, p.17 también es de la opinión que el primer sentido remite a una designación llegada del exterior, y el segundo a una designación procedente del propio grupo.

17 San Pablo, originario de Tarso, en Cilicia (la actual Turquía), en su epístola a los filipenses 3,5 escribió que antes de su conversión al cristianismo él era, «por la ley, fariseo». Sin embargo, André Paul ha cuestionado —nos parece que acertadamente— la pertinencia de esta denominación antes de la segunda mitad del siglo i d. C.: «(….) si se deja a un lado la información furtiva de Pablo de Tarso, no se sabe a ciencia cierta la identidad de los fariseos más que por los comentarios despectivos que se hacen de ellos en los Evangelios, y los comentarios demasiado estereotipados de Josefo. ¿No sería su nombre un apelativo tardío y a posteriori, como pudo suceder con los esenios?».
L. Héricher, M. Langlois, E. Villeneuve, 2010, p.156.

18 Los fariseos se preocupaban por precisar en qué condiciones era necesario aplicar la Ley, en función de las diferentes circunstancias que pudieran presentarse a los fieles, y que el legislador no hubiera previsto en detalle. Este es el aspecto casuístico de la Ley que evocamos más arriba y que resultaba esencial en la enseñanza farisea. La clasificación más célebre de estos preceptos es la de Maimónides (siglo xii d. C.) en su Sefer ha-Mitsvot, pero su origen se remonta muy posiblemente al rabino Aqiba, en los años 100-135 d. C. S.-Cl. Mimouni, 2009, p.19.

19 Que será escrita mucho más tarde, a finales del siglo ii d. C., en la Mishna, con objeto de reorganizar el propósito bíblico de poner de relieve el carácter normativo de sus prescripciones referentes a los seis dominios (órdenes): las semillas, las fiestas, las mujeres, los daños, las santidades y las purezas.

20 Ch. Perrot, 1998, p.167, S-Cl. Mimouni, 2009, p.17 dejan bien claro que los fariseos, en sus debates, han puesto a punto un método de investigación jurídica bajo la forma de «temas disputados» entre los maestros o doctores: «Este método es el siguiente: tras la consulta de los “maestros”, o “doctores”, y ratificación por una mayoría cualificada, las decisiones de los sabios hacen jurisprudencia, desarrollando de este modo una “Ley oral” al lado de la “Ley escrita”, lo que constituirá una de las fuentes del conflicto con los saduceos, que no reconocían más que ésta última».

21 Véase, por ejemplo, Pseudo-Philon, Libro de las Antigüedades bíblicas, 28,6, a propósito de Cenez, que empieza a profetizar bajo la inspiración del Espíritu Santo de Dios. Esta obra apócrifa, que trata la historia del pueblo elegido desde Adán hasta el rey Saúl, data del siglo i d. C.

22 Flavio Josefo, AJ 18,13: «Ellos creen que todo tiene lugar por efecto de la casualidad, pero no privan, sin embargo, a la voluntad humana de toda su competencia, pues consideran que Dios ha suavizado las decisiones de la fatalidad mediante la voluntad humana, a fin de que esta pueda escoger entre la virtud y el vicio».

23 Como sucede en toda biblioteca, existen diferentes modos de clasificar los manuscritos del mar Muerto: por ejemplo, la clasificación en orden creciente de número de inventario (IQ1, IQ2, 2Q1, 2Q2, etc.); la clasificación por género literario (textos legislativos, relatos, libros poéticos, comentarios, apocalipsis, calendarios, etc.); la clasificación en función de los libros bíblicos canónicos (Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Isaías, etc.). Véase L. Héricher, M. Langloise, E. Villeneuve, 2010, pp. 48-49).

24 La bibliografía consagrada a los manuscritos del mar Muerto y al lugar del Qumran es amplísima. Sugerimos al lector la consulta de nuestra obra B. Bioul, 2004, y J. B. Humbert y de E. Villeneuve, 2006; A. Paul, 2008; L. Héricher, M. Langlois, E. Villeneuve, 2010. En enero de 2007 se encontró otra gruta con manuscritos, al oeste del lugar del Qumran, gracias a la labor de excavación de arqueólogos israelíes de la Universidad hebraica de Jerusalén y de la Autoridad israelí de Antigüedades. Desgraciadamente, y a pesar de tratarse de un material arqueológico de valor inestimable (cerámicas, una tira de cuero para atar los rollos, un fragmento de tejido que sirvió para envolverlos, un pequeño pedazo de pergamino virgen de toda escritura), ninguno de estos manuscritos ha podido ser actualizado.

25 En B. Bioul, 2004, pp. 137-138. Según Yizhar Hirschfield, el término podría proceder de la palabra Hassason Tamar, que es el nombre bíblico de En-Gedi, el lugar que el sabio israelí había identificado como el sitio de retiro de los esenios, al sur de Qumran, en la ribera occidental del mar Muerto. Sin embargo, André Paul subraya que «todas las interpretaciones del término están basadas en etimologías gratuitas» (en L. Héricher, M. Langlois, E. Villeneuve, 2010, p. 152). Para profundizar en el tema nos remitimos especialmente a L. Herrmann: «¿Ha inventado Plinio el Viejo a los esenios célibes?», en Revue belge de philologie et d’histoire, tomo 41, fascículo 1, 1963, pp. 90-91; Geza Vermes, «La etimología de los esenios», en Revue de Qumrân 7, t. 2, fasc. 2, 1960 pp. 427-444; Ibid. «Esenios y terapeutas», en Revue de Qumrân 12, t. 3, fasc. 4, 1962, pp. 495-503. E-M. Gallez, 2005, t. I, pp. 41-97, no deja de recordar (entre otras cosas) que el término «esenios» designa la realeza semejante a un cuerpo sacerdotal masculino (los sacerdotes de Artemis) en Éfeso, quienes, según Pausanias (Periegésis 8,13,1), practicaban durante un año la castidad, renunciando totalmente a los placeres y a los deseos del cuerpo. Habría mucho que decir sobre las anotaciones de los autores antiguos (Filón de Alejandría, Flavio Josefo, Plinio el Viejo) y la presencia de los esenios en Qumran y en los manuscritos. Remitimos al lector interesado a E. Couvert, 1995 y a las obras ya citadas.

26 B. Pixner, 1992, pp. 89-113 (en alemán).

27 Filón de Alejandría, Apologia pro judeis (obra perdida, algunos de cuyos pasajes nos son conocidos, no obstante, por las citas que hace Eusebio de Cesarea en Preparatio evangelica 8 11; Id., Quod omnis probus liber sit, 12 75 (citado por Eusebio de Cesarea en Preparatio evangelica, 8 12); Flavio Josefo, BJ 2 8; Flavio Josefo, AJ 18 1,15; Plinio el Viejo, Historia natural 5 15-73; Hipólito de Roma, Refutación de todas las herejías 9,26, 36-39; Dion Crisóstomo menciona a los esenios en un discurso hoy perdido, pero del que se pueden encontrar trazas en Sinesios de Cyrene, en el siglo iv.

28 Constantino Daniel ha lanzado la hipótesis de que los esenios son los herodianos citados en el Nuevo Testamento. Véase C. Daniel, 1967.

29 Véase a este propósito J. H. Charlesworth, 1995, que menciona las similitudes y las diferencias existentes entre los dos grupos.

30 Flavio Josefo, AJ 20 167 y ss.; BJ 2 117 y ss.

31 Se le identifica también con el nombre de Judas el Galaunita, Judas de Gamala o Judas ben Hizkiya (hijo de Ezequías).

32 Flavio Josefo, BJ 2 8,118.

33 Para una primera aproximación muy accesible nos remitimos al artículo de Arnaud Sérandour, «Los samaritanos en la época helenista», en A. Sérandour, 2009, pp. 28-31.

34 Silo es una localidad situada 30 kilómetro al norte de Jerusalén.

35* El sincretismo es un sistema filosófico que trata de conciliar doctrinas diferentes. (N. del T.).

Si se cree a Flavio Josefo, AJ 11 8,4.

36 Por ejemplo, palabras escritas de forma diferente.

37 Mateo es el único evangelista que menciona esta prohibición.

38 En el momento de su ascensión, Jesús envía a sus discípulos para que den testimonio «en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta el confín de la tierra» (Ac 1,8).

39 Una introducción muy buena ha sido realizada por S.-Cl. Mimouni, 2009, pp. 20-27.

40 Flavio Josefo, AJ 20 97-98, confirmado por Ac 5,36; id., AJ 20 168-171 y
BJ 2 258-264, confirmado por Ac 21,38; id., AJ 18 85-87.

41 Habiendo fracasado su primera revuelta en el año 4 a. C., Judas se beneficiará del vacío dejado por la destitución de Arquelao, en el año 6-7 de nuestra era, para que, asociado a un tal Saddoq, pueda ponerse a la cabeza de una revuelta contra el prefecto Coponio. Flavio Josefo lo considera como un «filósofo», ya que introdujo «una cuarta secta filosófica, rodeada de numerosos seguidores (…) una filosofía que ellos desconocían» (AJ 18 1,9-10).

42 Flavio Josefo, AJ 17 271-272; Id., AJ 17 273-276 y BJ 2 57-59; Ibid., Aj 17 278-281 y BJ 2 60-65; Id. BJ 4 566-584 y BJ 2 433-488.

43 Del griego bantiso, ‘sumergir’, ‘inmergir’.

44 Flavio Josefo, Vita 2,11 habla de Bannus, del que fue discípulo durante tres años; Tosephta, Yadaïm 2,20.