Segunda parte. Evolución de la capacidad humana en su desempeño conductual

1) Crianza de los niños

La formación del cerebro del ser humano se inicia generalmente tres semanas después de que la mujer lo haya concebido y, al mismo tiempo, comenzará el desarrollo del sistema nervioso correspondiente. Todo esto ocurre usualmente sin que ella se entere de que tiene una nueva vida en su vientre. A partir de este momento, el cerebro va a pasar por grandes transformaciones durante su ciclo vital, en especial en la etapa prenatal, en la primera infancia y en la adolescencia. Su crecimiento y su desarrollo van a ser el resultado armonioso de la interacción que se va a producir entre las inclinaciones naturales de orden genético y la experiencia del ser en su entorno ambiental.

Es muy importante que la mujer embarazada sepa que durante su etapa prenatal se desarrolla el cerebro del bebé, por lo cual debe cuidar mucho de su salud y su alimentación, así como controlar la ingesta de medicamentos o sustancias químicas que la puedan afectar, también debe atender a su bienestar emocional.

Estos cuidados que la mujer viene poniendo en práctica deben continuar en la etapa postnatal, es decir, cuando el niño nazca y comience a crecer y a desarrollar las actividades propias del cerebro.

La relación del niño con los adultos ocasiona un gran impacto en el desarrollo de su cerebro desde la etapa prenatal. Otros elementos presentes e importantes que influyen en el indicado desarrollo son el ambiente físico, las caricias, las conversaciones y las relaciones entre padres, los educadores y el niño.

Las relaciones interpersonales son fundamentales en el desarrollo infantil, ya que los niños aprenden de los adultos habilidades de toda índole: sociales, de conocimiento, de adaptación al entorno, etc. Igualmente, la relación directa niño-adulto es vital para la integración sensorial (de los sentidos), la coordinación motora con los sentidos, el desarrollo emocional y los procesos de atención y de concentración.

El cerebro humano es un sistema estructural y funcional diseñado para recibir información, integrarla de modo flexible y creativo y elaborar conductas destinadas a la adaptación. Para ello, está configurado en forma de módulos funcionales altamente dinámicos, constituidos por células que están interconectadas por medio de una sustancia llamada neurotransmisor y que realizan una sofisticada mensajería química y física dentro del cerebro y con el resto del organismo.

Además, conviene agregar que para la edad de alrededor de los 5 o 6 años, ya estos niños deben tener una personalidad relativamente definida. Lo que usualmente se ha venido denominando personalidad es un conjunto de características o patrones que definen a un ser humano, como son los pensamientos, los sentimientos, las actitudes, los hábitos y, por consiguiente, las conductas, que de manera muy particular hacen que cada ser sea diferente a los demás.

La manera en que cada ser pensante actúa sobre situaciones diversas nos dice algo sobre la personalidad de cada persona, en otras palabras, es el modo habitual por el cual cada ser siente, piensa, habla y realiza alguna acción para satisfacer sus necesidades en su medio físico y social.

El término “personalidad” posee una significación peculiar para cada psicólogo que la aborda. No existe una definición de esta palabra mundialmente aceptada. Sin embargo, se ha acordado una que sostiene que la personalidad la integran dos componentes, el temperamento y el carácter. El primero es innato, de corte genético, y el segundo se desarrolla por la interacción entre el temperamento, la crianza y el ambiente en que esta ocurre. El carácter es aprendido, por lo cual va a depender del trato, la prédica y el ejemplo que los padres le den al niño durante su crecimiento.

Esto significa que la personalidad de un niño va a depender, en cierto grado, de cómo la pareja conduzca la educación que recibe su hijo en el hogar. Finalmente se debe enfatizar que el tipo de personalidad que se configure en la mente de los niños va a estar supeditada a cómo dichos padres manejen apropiadamente un solo componente de los dos que están presentes en este acaecimiento, que es el carácter1, el cual es susceptible de ser controlado conveniente y únicamente por dichos padres. De ahí la importancia que tiene el nivel de instrucción que tengan los padres de los niños y del fomento o impulso sistemático que hagan de su crecimiento personal, muy particularmente la madre de dichos niños, por tener generalmente una mayor responsabilidad que el padre en la crianza, por su mayor cercanía respecto de ellos. Esta circunstancia le permite a ella, más que al padre —que generalmente debe trabajar fuera del hogar—, observar con mayor atención las inclinaciones de los niños en su comportamiento conductual habitual.

Una vez fundado un parecer de dichas inclinaciones, basado en las señales que se perciben de ellos, la conducción de la crianza de cada niño debe adaptarse a las características particulares observadas.

Se entiende que para hacer este seguimiento de tendencias conductuales en los niños se requiere de los padres, y muy especialmente de la madre, quien debe desarrollar suficiente capacidad de observación y atención para lograrlo. Estimular estas tendencias cuando sean positivas no es una tarea difícil y sí de gran satisfacción para los padres, cuando ellos adviertan que el esfuerzo que hacen sobre el particular está altamente compensado por el gran beneficio que se les proporciona a los niños durante su crianza y el valioso activo que constituirá para ellos en su adultez.

A los fines del sentido común, es conveniente aprovechar cada una de las indicadas observaciones tendenciales para inculcar en los niños, desde temprana edad, que las cosas tienen una razón de ser, es decir, que hay un razonamiento en cada caso, que explica la existencia o inexistencia de ellas y la conveniencia o no de su utilización. Aplicar esta forma de actuar en forma sistemática permite el desarrollo de la capacidad potencial de comprensión y de juicio de los niños sobre las cosas.

Igualmente, tal proceder inducirá la mente de los niños a activar los mecanismos de procesamiento mental de información, a fin de ir estimulando su entendimiento general.

Estas inclinaciones observadas en los niños contienen ingredientes de origen genético, por lo que pueden hacerse ávidas de su desarrollo. Por esa razón, a medida que ellos van creciendo, el entendimiento en dichos niños se hace mucho más fácil, y ellos pueden llegar a calificarse, en muchos casos, de inteligentes.

Cuando se observa en la crianza de los niños la conducción aquí sugerida discretamente, la cual requiere de especial cuidado y dedicación por parte de sus padres, esta se traduce generalmente en mayor confianza de ellos en sí mismos, es decir, se incrementa su autoestima por medio de la percepción valorativa de ellos. Debe propiciarse que esto ocurra en sus diferentes edades biológicas.

2) Responsabilidad de los padres

Para cumplir con los requisitos establecidos en el punto anterior, debe aspirarse a que los padres mantengan vínculo matrimonial, o bien sean una pareja estable en el tiempo, por cuyo motivo entre ellos debería reinar el amor, la armonía, el entendimiento y la comunicación mutua y fluida para resolver cualquier desavenencia o problema que usualmente se presente en las uniones.

Hay que ser conscientes de la conveniencia de que siempre las desavenencias corrientes que surjan entre las parejas se solucionen mediante la discusión amistosa entre las partes; sopesando los elementos de juicio de cada uno de ellos, como si se sentaran a hacer una negociación. Es casi indispensable para que toda pareja se lleve bien a lo largo del tiempo que cada uno tenga un nivel similar de educación hogareña, de instrucción colegial, de escala de valores morales y de buen juicio, a fin de mantener y preservar el éxito en la unión en el devenir de la vida.

Asimismo, la actuación de ellos antes sus hijos debe estar siempre orientada a un fin común, el de dar el ejemplo, más que la prédica, al educarlos bien en el hogar, inculcándoles principios y valores fundamentales de conducta y modos moderados de ser, siempre privilegiando la conveniencia conductual de los niños y pensando en su adultez.

Además, los padres deben ser conscientes de que ese esfuerzo que hacen por sus hijos al proporcionarles una buena educación está plenamente justificado, debe estar dirigido a estimular que sus inclinaciones mentales sean sanas y positivas por medio de razonamientos inteligibles, aleccionadores e inteligentes que redunden en beneficio de ellos durante sus distintas edades biológicas.

Cuando ocurra que el nivel de educación, instrucción y moral entre los integrantes de la pareja sea dispar, probablemente se impongan los razonamientos de la figura parental predominante, que no necesariamente tienen que coincidir con los más convenientes para los hijos. Para compensar o reducir parcialmente un posible efecto negativo en la orientación educativa de estos, las partes deberían conciliar las diferencias que puedan tener cuando estas no sean de fondo. En cambio, cuando sí lo sean, entonces se debe buscar ayuda profesional por medio de psicoterapeutas competentes que recomienden lo que proceda en estos casos.

Por tal razón, se considera indispensable y de importancia capital que la madre se esmere en crecer personal y continuamente en el desarrollo del conocimiento y en sus aptitudes y facultades naturales, pues ella es la que tiene más relación directa con los niños, porque en las familias lamentablemente el padre falta con frecuencia, y es la madre la que debe asumir entonces la responsabilidad de ambos en la crianza. Esto no es lo conveniente, aun cuando es una lamentable realidad que hay que afrontar, pues la ausencia continua del padre produce un vacío emocional en los niños que los va a afectar durante su vida y, particularmente, cuando vayan a formar pareja.

En virtud de la complejidad que tiene la discusión del comportamiento parental en la crianza de los hijos y por no ser materia que se vaya a desarrollar en profundidad en este texto, conviene en darla por concluida.

No obstante, se considera conveniente aconsejar a los padres en general, particularmente en aquellas parejas que confronten frecuentes diferencias y que deseen tener hijos o en aquellas que ya cuenten con niños muy jóvenes, tomar algún o algunos cursos sobre inteligencia emocional. Estos cursos deben estar dirigidos a tratar de alcanzar una buena convivencia matrimonial y a la correcta educación y crianza de los niños, pues seguramente el aprendizaje que obtendrán va a ser de gran utilidad para reducir las diferencias que vienen surgiendo en la pareja y, consecuencialmente, contribuirán a mejorar el seguimiento de las inclinaciones naturales en los niños, en la incidencia ambiental en ellos así como en su comportamiento conductual socialmente.


1 Dr. DAVID KEIRSEY, Psiquíatra (Internet)