Podrías vivir toda tu vida con japoneses y no oírles pronunciar nunca en voz alta las palabras «Wabi Sabi». Si abres el Kōjien, el diccionario japonés más reconocido hoy en día, no encontrarás en ninguna parte las palabras «Wabi Sabi».1 Hay extensas entradas para los vocablos individuales «Wabi» y «Sabi», pero ninguna para el término formado por ambos. Existe en el lenguaje hablado, y hay un reducido número de libros en japonés que versan sobre él, pero en general habita más en los corazones y las mentes que sobre el papel. Yo ni siquiera recuerdo cuándo me topé por primera vez con este concepto. Es como si hubiera interiorizado la filosofía del Wabi Sabi por ósmosis durante el tiempo que viví en Japón.

Si pides a un japonés que te explique el significado de «Wabi Sabi», seguramente sabrá a qué te refieres, pero, como he dicho, le costará formular una definición. No es que no lo comprendan, sino que lo comprenden de forma intuitiva, lo cual es una forma muy distinta de pensar y aprender. Aparte de la costumbre de asimilar las enseñanzas académicas a fuerza de repetirlas, gran parte de lo que los japoneses absorben es mediante la observación y la experiencia. A un occidental de pensamiento lógico y racional, esto puede resultarle chocante. A nosotros nos gustan los métodos «paso a paso» y «cómo hacer las cosas», y las traducciones exactas. Pero en Japón no suelen ofrecer detalles específicos y explicaciones exhaustivas. Para apreciar realmente la sabiduría de esta cultura, debemos tener presente que el verdadero mensaje a menudo reside en lo que no se dice.

Los orígenes de Wabi Sabi

Wabi Sabi (que puede escribirse 侘寂 o 侘び寂び)2 se originó como dos palabras separadas, ambas cargadas de valor estético, con raíces en la literatura, la cultura y la religión. «Wabi» tiene que ver con hallar la belleza en la sencillez, y una riqueza y una serenidad espirituales cuando nos distanciamos del mundo material. «Sabi» tiene más que ver con el paso del tiempo, con el hecho de que todas las cosas crecen y se deterioran y con cómo el envejecimiento altera la naturaleza visual de esas cosas.

No se trata tanto de lo que vemos, sino de cómo lo vemos.

Ambos conceptos son importantes en la cultura japonesa, pero aún más fascinante es el significado que adquieren cuando se combinan para convertirse en Wabi Sabi.

El escenario

Imagina el mundo a mediados del siglo xvi, un tiempo de grandes exploraciones llevadas a cabo por marinos europeos, cuando los españoles y los portugueses abrían rutas comerciales en todo el mundo. Un tiempo de colonialismo y mercantilismo, cuando muchos países tenían unas políticas económicas nacionales destinadas a acumular tanto oro y plata como fuera posible.

Hacía poco que la pintura del cuadro de la Mona Lisa de Leonardo da Vinci se había secado, y el David había emergido del bloque de mármol de Miguel Ángel unas décadas atrás, a principios de siglo. En Inglaterra, Shakespeare escribía su última obra maestra.

China prosperaba bajo la dinastía Ming, y estaba mucho más avanzada tecnológicamente que Occidente. Era un país muy culto y, según se rumoreaba, a los funcionarios del gobierno chino se les instaba a que compusieran poemas y practicaran la caligrafía entre reuniones oficiales.

Entretanto, el Japón de finales del medioevo estaba atrapado en un siglo de guerras y destrucción. Frecuentes hambrunas, fuegos y desastres naturales asolaban la nación, los impuestos eran elevados y la pobreza estaba muy extendida. La sociedad estaba tan desgarrada que muchas personas corrientes y normales buscaban consuelo en el budismo, que empezaba a tener una importante influencia en la forma en que vivía la gente.

Había un emperador y una corte, pero el verdadero poder residía en manos del sogún (el líder militar). El país estaba gobernado por una clase de señores feudales militares conocidos como daimios, quienes establecían dominios territoriales locales, ejercían el poder desde castillos de reciente construcción y apostaban a guerreros samuráis en las ciudades alrededor de esos castillos para que les protegieran y sirvieran en sus ejércitos.

Los samuráis de rango superior eran instruidos y poderosos, conocidos por su extremada lealtad y dedicación al servicio del daimio. El budismo zen era muy popular entre ellos, debido a la importancia que daba a la disciplina y la tradición. Varios grandes templos de la capital, Kioto, albergaban karesansui (jardines secos), que, según decían, reflejaban la esencia de la naturaleza e inspiraban una profunda contemplación.

Muchos samuráis sentían gran interés por el ritual del té, tanto debido al estímulo físico, pues les ayudaba a permanecer despiertos durante largas guardias, como al beneficio espiritual de crear momentos de paz y armonía en sus violentas vidas. Vivían dispuestos a morir, por lo que agradecían las oportunidades de apreciar la belleza de una vida que podía concluir en cualquier momento.

Era una época de desarrollo de las grandes áreas urbanas, y en Japón empezaba a producirse el auge de la clase mercantil. Los comerciantes hacían una fortuna como prestamistas para los samuráis, quienes sólo podían percibir un estipendio limitado. Esta industria rozaba la ilegalidad, por lo que los comerciantes se arriesgaban a que les arrebataran sus riquezas en cualquier momento, de modo que también se sentían motivados a disfrutar de la buena vida mientras durara.

En consecuencia, aunque muchas personas normales y corrientes seguían viviendo en relativa pobreza, las clases dirigentes y mercantiles llevaban un lujoso tren de vida. Suntuosos castillos ostentaban mamparas decoradas con oro. Los ricos organizaban con frecuencia extravagantes eventos sociales, en particular reuniones para tomar el té. Los personajes que ostentaban el poder se sentían atraídos por los cuencos y los utensilios chinos para el té, que se convirtieron rápidamente en símbolos de poder y riqueza. Un astuto observador quizás habría interpretado la emergencia de ideas contradictorias sobre el té como una experiencia espiritual y la afición a coleccionar utensilios para el té como una ostentosa exhibición de riqueza.

Hagamos una pausa para repasar la historia del té.

La conexión con el té

Para explorar el origen de la palabra «Wabi», debemos aventurarnos en el mundo del té. El té verde en polvo llamado matcha que hoy en día asociamos con la ceremonia del té no llegó a Japón hasta 1191. Fue traído desde China durante la dinastía Song por el monje Myōan Eisai, a quien se atribuye la fundación de la escuela Rinzai de budismo zen en Japón. Las semillas de té eran plantadas en tres lugares, incluyendo Uji, cerca de Kioto, que siguió siendo un productor mundial de té durante siglos. Durante ese tiempo, la filosofía zen y el ideal del té se extendieron rápidamente.

En el siglo xv, el monje y maestro del té Murata Shukō había comprendido que el acto de preparar y beber té podía ser un reflejo de los principios zen, por lo que se le atribuye un papel fundamental en el desarrollo de la ceremonia. El sogún Yoshimasa, aficionado a los pasatiempos culturales, le encargó que organizara una ceremonia del té,3 y Shukō aprovechó la oportunidad para llevar el té a un nivel más profundo. Según Okakura Kakuzo, en su influyente ensayo El libro del té, Japón pronto elevaría el culto del «teísmo» a la categoría de una religión de esteticismo… fundada sobre la adoración de lo bello entre las sórdidas realidades de la existencia cotidiana».4

Un hombre llamado Takeno Jōō, que estudió a las órdenes de dos discípulos de Shukō durante la primera mitad del siglo xvi, llevó esta simplificación un paso más adelante. Jōō era un poeta, dotado de un gran talento para expresar los ideales del té en verso. Realizó unos cambios en la sala de té para incluir materiales en su estado natural, y posteriormente ejerció una importante influencia en Sen no Rikyū, un hombre de negocios y maestro del té para Toyotomi Hideyoshi, uno de los señores de la guerra más famosos de Japón.

Con el tiempo, Sen no Rikyū llegó a ser conocido como el auténtico padre del té.

La sencillez como ideal estético

A mediados de la segunda mitad del siglo xvi, la ceremonia del té se había convertido en un importante evento social y una oportunidad para que los ricos exhibieran su riqueza. Hideyoshi llenó su ostentosa casa de té recubierta de oro con costosos objetos, en su mayoría importados de China. Al mismo tiempo, su maestro del té, Sen no Rikyū, había emprendido discretamente una revolución, reduciendo el espacio físico de la sala de té para alterar los principios relacionados con los ideales estéticos, eliminando todo lo superfluo y dejando sólo lo estrictamente necesario: un espacio para reunirse, un guiño a la naturaleza, un hervidor y los utensilios básicos, y un momento para tomar el té.

La íntima sala de té de Sen no Rikyū, de poco más de tres metros cuadrados, era menos de la mitad del tamaño tradicional. Las diminutas ventanas reducían el nivel de luz a la mínima expresión, de forma que los invitados gozaban de una intensa experiencia de sus demás sentidos. El anfitrión y los invitados estaban situados tan cerca unos de otros que podían percibir sus respectivas respiraciones.

Rikyū sustituyó un suntuoso jarrón de porcelana china por un florero de bambú, y un costoso cuenco chino por otro confeccionado por un fabricante de tejas llamado Chōjirō.5 Utilizó un cucharón de té de bambú en lugar de uno de marfil, y recicló un cubo de pozo en lugar de utilizar un ostentoso recipiente de bronce para el agua.

Rikyū impuso también la importante costumbre de presentar todos los utensilios al comienzo de la ceremonia y retirarlos al final de la misma. Esto hacía que la sala ofreciera un aspecto pulcro y sencillo, permitiendo que los invitados fijaran su atención en el acto de preparar el té, la delicada belleza natural de las flores de estación, elegidas con mimo, y la interesante caligrafía poética en el lienzo que pendía en la sala. Se trataba de poner de relieve la experiencia compartida en ese momento.

De un plumazo, Rikyū modificó la cultura del té de adorar la riqueza a adorar la sencillez. Y el contraste con las elecciones estéticas de Hideyoshi no podía ser más acusado. Era un paso audaz y radical alejado de la tradición y el criterio general de lo que era deseable. En una época de austeridad entre las masas, Rikyū se rebeló contra la cultura imperante de los excesos en las clases gobernantes, restituyendo la estética a lo básico: la simple belleza estética que inspiraba la reflexión sobre la naturaleza de la vida.

Los orígenes de Wabi

Aunque Rikyū no inventó la ceremonia del té, durante los últimos días de su vida la restituyó a la filosofía de la sencillez y la belleza natural que hoy en día sigue siendo importante en la cultura japonesa. El té de Rikyū llegó a ser conocido como «el té Wabi».

La palabra Wabi (que puede escribirse o 侘び) significa «sabor suave».6 En un principio tenía unas conexiones lingüísticas con pobreza, insuficiencia y desesperación, por el verbo wabiru (侘びる, preocuparse o languidecer)7 y el adjetivo relacionado wabishii (侘びしい, desdichado, solitario, pobre).8

Así aparece reflejado en la literatura japonesa muchos siglos antes de la época de Rikyū, por ejemplo en la obra del siglo viii Man'yōshū (literalmente, Colección de diez mil hojas), la colección de poemas japoneses más antiguos; en el célebre relato corto de Kamo no Chōmei titulado Hōjōki (Crónica de la cabaña), escrito en 1212; y en la poesía de Fujiwara no Teika (1162-1241).9 Pero fue con la ceremonia del té de Rikyū que Wabi llegó a representar el auténtico valor de la sencillez.

Como término estético, la belleza de Wabi reside en su tono sombrío subyacente. Es la belleza sublime que reside en la dura realidad de la vida. Como escribió el sacerdote budista Kenkō, hace siete siglos: «¿Debemos contemplar las flores primaverales sólo cuando están en plena floración, o la luna sólo cuando no hay nubes y el cielo está despejado?»10 La belleza no sólo es evidente en lo alegre, ruidoso y obvio.

Wabi significa quietud, con un aire que se eleva sobre lo prosaico. Es una aceptación de la realidad, y la percepción que esta nos ofrece. Nos permite comprender que, sea cual sea nuestra situación, la belleza se oculta en alguna parte.

Wabi puede describir el sentimiento que experimentamos cuando reconocemos la belleza que encierra la sencillez. Es un sentimiento de serena satisfacción que hallamos lejos de la parafernalia de un mundo materialista. Los gustos cambian con el tiempo, y hoy en día existen numerosos y decorativos utensilios para el té, pero el ideal Wabi sigue formando parte de la filosofía del té en Japón.

En última instancia, Wabi es una actitud que aprecia la humildad, la sencillez y la frugalidad como caminos que conducen a la tranquilidad y la satisfacción. El espíritu de Wabi está profundamente vinculado a la idea de aceptar que nuestras auténticas necesidades son sencillas, y de sentirnos humildes y agradecidos por la belleza que existe donde nos encontramos.

Los orígenes de Sabi

La palabra Sabi (que puede escribirse o 寂び) significa «pátina, aspecto antiguo, elegante sencillez».11 El mismo carácter puede leerse como «tranquilidad».12 El adjetivo sabishii (寂しい) significa «solo», «sentirse solo» o «solitario».13 La esencia de Sabi impregnaba buena parte de los haikus de Matsuo Bashō, escritos en el siglo xvii y apreciados todavía en todo el mundo por su fascinante belleza.

Existe también un verbo, «sabiru» (錆びる), con una logografía distinta, pero la misma lectura. Significa «oxidarse», «deteriorarse» o «mostrar signos de envejecimiento», lo cual le añade un nuevo sabor.

Con el tiempo, la palabra «Sabi» ha venido a transmitir una profunda y apacible belleza que emerge con el paso del tiempo. Visualmente, eso lo reconocemos como la pátina de la edad, el desgaste, la erosión y los signos de antigüedad.

Sabi es una condición creada por el tiempo, no por la mano del hombre, aunque a menudo aparece en objetos de calidad que fueron confeccionados con esmero. Denota la refinada elegancia de lo antiguo. Es una belleza que se revela en los procesos de uso y deterioro, como el brillo apagado en la desgastada fibra de una apreciada mesa de cocina campestre.

En su interesante obra clásica Elogio de la sombra, el célebre autor Jun'ichirō Tanizaki señala que los japoneses hallan belleza en Sabi diciendo:

No nos disgusta todo lo que brilla, pero preferimos un lustre pensativo a un fulgor superficial, una luz turbia que, ya se halle en una piedra o en un artefacto, emite un destello de antigüedad… Amamos las cosas que muestran señales de mugre, hollín y erosión, y amamos los colores y el destello que nos recuerdan el pasado que los creó.14

Aunque Sabi tiene que ver con la forma en que el paso del tiempo se manifiesta físicamente en los objetos, como en gran parte de la estética japonesa, su significado más profundo apunta a lo que se oculta debajo de la superficie del objeto que vemos. Es una representación de la forma en que todas las cosas evolucionan y perecen y pueden suscitarnos una respuesta emocional, a menudo teñida de tristeza cuando reflexionamos sobre la evanescencia de la vida.

La belleza Sabi nos recuerda nuestra propia conexión con el pasado, el ciclo natural de la vida y nuestra mortalidad.

El nacimiento de Wabi Sabi

Un corazón Wabi reconoce la belleza Sabi, y ambos van de la mano desde hace muchas generaciones.15 La esencia de sus enseñanzas se remonta a varios siglos, pero el término combinado Wabi Sabi ha emergido como un término reconocido en los cien últimos años aproximadamente, «como resultado del deseo de comprender lo que reside debajo de la psicología de los japoneses».16 Se necesitaba una etiqueta para lo que la gente siempre ha sabido.

Wabi Sabi vive simultáneamente en el borde de la consciencia de las personas y en lo más profundo de sus corazones. Mi amiga Setsuko, que tiene más de setenta años, me dijo que nunca había pronunciado en voz alta el término Wabi Sabi hasta que yo le pregunté por él, si bien forma parte de la esencia de lo que ella es, y tiene un sentido inmediato de lo que significa para ella.

Wabi Sabi va más allá de la belleza de cualquier objeto o entorno, para referirse a nuestra respuesta a esa profunda belleza. Wabi Sabi es un sentimiento, y es intangible. Wabi Sabi no significa lo mismo para una persona que para otra, porque todos experimentamos el mundo de modo distinto. Sentimos Wabi Sabi cuando entramos en contacto con la esencia de la belleza auténtica, el tipo de belleza humilde, imperfecta y mejor debido a ello. El sentimiento es inducido por una belleza natural, austera y sencilla.

El término en castellano que más se aproxima como definición de esta respuesta es «detención del placer estético», como apuntó James Joyce en su novela Retrato del artista adolescente.17 Joyce escribió:

El instante en que la cualidad suprema de la belleza, la clara y radiante imagen estética, es percibida en su luminosidad por la mente, paralizada y muda ante su integridad, fascinada por su armonía, es la estasis luminosa y callada del placer estético, un estado espiritual semejante a la condición cardíaca que el fisiólogo italiano Luigi Galvani […] denominaba «el encantamiento del corazón».

Pero esto es hablar tan sólo de la respuesta física, no de la profunda filosofía del Wabi Sabi, que tiene que ver con la naturaleza misma de la vida.

Lecciones de vida inspiradas por el Wabi Sabi

El Wabi Sabi está profundamente conectado con el tipo de belleza que nos recuerda la naturaleza transitoria de la vida. Esto emana de las tres marcas budistas de existencia: mujō (無常, impermanencia), ku (, sufrimiento) y (, no el yo individual, sino una unidad con todas las cosas).

Las lecciones de vida que el Wabi Sabi puede enseñarnos, y que exploraremos en este libro, están enraizadas en las siguientes ideas:

No obstante, el Wabi Sabi no es una panacea. Es un recordatorio de que el silencio, la sencillez y la belleza pueden ayudarnos a habitar con plenitud un momento en medio de lo que sea, y esa es una lección válida para todos.

UNA NOTA SOBRE EL LENGUAJE

A tenor de algunas cosas que se han escrito en el pasado sobre el Wabi Sabi por personas no japonesas, quizás hayas oído a algunos utilizarlo como adjetivo, por ejemplo, «un cuenco Wabi Sabi», al igual que podríamos decir «una taza de té resquebrajada» o «una silla desvencijada». En Occidente se utiliza para describir un determinado aspecto natural e imperfecto. Sin embargo, es importante tener presente que los japoneses no utilizan el término «Wabi Sabi» en este sentido.

En todo caso, podríamos decir que algo tiene un aire Wabi Sabi, o que «produce una sensación Wabi Sabi», pero el término en sí mismo, al menos en el japonés original, no describe el aspecto externo de un objeto, sino que se refiere a la impresión que uno siente al toparse con un determinado tipo de belleza, que puede ser visual pero podría ser experiencial.

Un exprofesor con el que hablé se refirió a la contemplación del musgo en el jardín de un viejo templo como un momento en que experimenta la sensación de Wabi Sabi. Para un saxofonista que conducía un taxi que conocí, ocurre cuando toca un blues. Para otros era en el contexto de la ceremonia del té. Depende de cada persona, porque todos nos sentimos conmovidos por diferentes cosas. Pero, cuando experimentamos esta sensación —una percepción, una conexión, un recordatorio de la naturaleza evanescente e imperfecta de la vida—, significa que el Wabi Sabi está presente.

El significado de las palabras a menudo cambia cuando son incorporadas a otros idiomas, de modo que, si has utilizado Wabi Sabi como adjetivo y te ayuda a atesorar la imperfección y la vida sencilla, no te preocupes. El objetivo de este libro no es enredarnos con la semántica, sino asimilar lecciones de vida inspiradas por esta sabiduría, absorber la filosofía y sentirnos motivados a modificar nuestro punto de vista de forma que enriquezca nuestra vida.

Nadie dice que no podamos utilizar el concepto de Wabi Sabi para inspirarnos en la forma de decorar nuestra casa con el fin de honrar la sencillez, la naturaleza y la belleza. Por supuesto que podemos, y en el Capítulo 2 abordaremos el tema en profundidad. Pero, si etiquetamos el Wabi Sabi simplemente como un estilo de vida o una tendencia de diseño deseable, habremos desaprovechado la oportunidad que nos ofrece esta forma profunda e intuitiva de experimentar el mundo.

Uno de los aspectos más interesantes y al mismo tiempo más complicados de la lengua y la cultura japonesas son sus múltiples capas. Nada es exactamente lo que parece. Todo depende del contexto, de quién hable con quién y de lo que queda sin decir. Si uno de los principios centrales de la «imperfección» es su cualidad de incompleta, mi misión aquí es pintar un cuadro detallado aunque incompleto del Wabi Sabi para que tú llenes los espacios en blanco desde tu punto de vista.

En algunos pasajes de este libro hablo puramente de Wabi Sabi. En otros, introduzco conceptos relacionados procedentes de Japón que contribuyen a un estilo de vida más sencillo pero más satisfactorio. En última instancia, confío en que sientas la esencia del Wabi Sabi y la incorpores a tu vida como inspiración para una nueva forma de percibir el mundo.

Un regalo para todos

Hace poco asistí en Estados Unidos a una presentación sobre Wabi Sabi de dos estudiantes de instituto japonesas. Al final, uno de los norteamericanos que había entre el público preguntó: «¿Creéis que cualquiera puede aprender el Wabi Sabi»? Las jóvenes se miraron, arrugando el entrecejo, nerviosas e indecisas. Tras unos momentos de deliberación, una de ellas respondió: «No. Nosotros lo sentimos porque somos japonesas».

Wabi Sabi nos invita a estar presentes ante la belleza con los ojos y el corazón abiertos.

No estoy de acuerdo. Wabi Sabi es una respuesta profundamente humana a la belleza que estoy convencida de que todos tenemos la capacidad de experimentar.

Mi perspectiva sobre el Wabi Sabi siempre estará en el contexto de mi visión del mundo, basada en una educación occidental, profundamente influida por una historia de amor de veinte años con Japón. Tu perspectiva será distinta de la mía, y si tienes ocasión de hablar con un japonés sobre el tema, comprobarás que su perspectiva también será diferente. Pero ahí residen la belleza y el propósito del Wabi Sabi: es al inspirarnos en otras culturas e interpretarlas en el contexto de nuestra vida cuando excavamos la sabiduría que nos es más necesaria.

¿Es relevante el Wabi Sabi hoy?

Vivimos en una época de complicados algoritmos, publicidad emergente e información por doquier. Desde el momento en que nos despertamos hasta que nos acostamos, nos asedian con mensajes sobre el aspecto que debemos tener, cómo debemos vestirnos, qué debemos comer y comprar, cuánto dinero debemos ganar, de quién debemos enamorarnos y cómo debemos educar a nuestros hijos. Muchos probablemente dedicamos más tiempo a pensar en las vidas de los demás que a investigar la nuestra. Si a esto le sumamos el ritmo al que nos dicen que debemos funcionar, no es de extrañar que muchos nos sintamos agobiados, inseguros, dispersos y agotados.

Regalamos de forma gratuita el más preciado de los recursos
—nuestra
atención—, y al hacerlo nos privamos de los dones que tenemos aquí.

Por si fuera poco, estamos rodeados de una intensa luz artificial, tanto en nuestras casas, tiendas y oficinas como en nuestros teléfonos móviles y ordenadores portátiles. Estamos sobreestimulados y obsesionados con la productividad, lo cual está destrozando nuestro sistema nervioso y nuestra capacidad de dormir. Estamos pagando el precio por haber desterrado las tranquilizantes sombras y las texturas cálidas de nuestra vida, en favor de la velocidad y la eficiencia. Nuestras mentes y nuestros corazones están cansados.

Aunque potentes y valiosas en muchos aspectos, las redes sociales nos están convirtiendo en adictos a las comparaciones y en yonquis de la aprobación. Interrumpimos preciosos momentos de nuestra vida para tomar una foto y subirla a las redes sociales, tras lo cual dedicamos una hora a comprobar la aprobación que ha obtenido de gente que ni siquiera conocemos. Cada vez que tenemos un minuto libre, nos pegamos al móvil para cotillear el espectacular estilo de vida de otros, consumidos por los celos y dando por supuesto que así es como viven realmente. Cada vez que hacemos esto, desperdiciamos insospechadas oportunidades de conectar, de experimentar momentos de serendipia y vivir una aventura en nuestro día a día, porque nuestra mente se ha trasladado a un lugar al que el cuerpo no puede seguir.

Muchos de nosotros no podemos dar un paso sin estresarnos pensando en qué pensarán los demás. Esperamos a que otros nos den permiso, preocupados como estamos por cosas que aún no han sucedido. Nos contamos historias sobre nuestros límites, restando importancia a nuestros méritos y exagerando nuestros fallos.

Cuando nos atrevemos a imaginar que perseguimos nuestros sueños, estamos rodeados por tal cúmulo de estudiadas imágenes de éxito que empezamos a preguntarnos si hay sitio para nosotros. El mundo entero está sembrado de sueños destruidos por la sola razón de que alguien se comparó con otra persona y pensó: «No estoy a la altura». El resultado de esta crisis de confianza en nosotros mismos es, en el mejor de los casos, la inercia.

En cierto momento, alguien difundió el rumor de que la felicidad consiste en acumular bienes materiales, dinero, poder y estatus, en mostrar un aspecto juvenil y ser guapa y delgada, o mostrar un aspecto juvenil y ser guapo y fuerte. Pero cuando medimos nuestra vida según el criterio de otros, exponiéndonos a la tiranía del «debemos hacer o ser», nos colocamos bajo una intensa presión para alcanzar determinadas metas y hacer cosas que en realidad no deseamos hacer. Este deseo de conseguir más incide en nuestro comportamiento, en las decisiones que tomamos y en lo que pensamos sobre nosotros mismos, por no hablar del impacto sobre nuestro planeta. Al margen de lo que tengamos o en lo que nos hayamos convertido, no es suficiente, o eso pretenden hacernos creer.

Y aquí reside la gran ironía. Lo que pretendemos conseguir de puertas afuera a menudo es muy distinto de lo que ansiamos en el fondo. Hemos llegado a un punto en que debemos hacer una pausa, mirar a nuestro alrededor y decidir por nosotros mismos lo que realmente nos importa. El Wabi Sabi puede ayudarnos a hacerlo, por lo que esta sabiduría milenaria hoy es más relevante que nunca.

Una nueva forma

Lo que necesitamos ahora mismo es una nueva forma de ver el mundo, y el lugar que ocupamos en él.

Necesitamos nuevos enfoques para resolver los retos que nos presenta la vida. Necesitamos herramientas para vivir de forma intencionada y consciente, y un marco de referencia para decidir lo que realmente nos importa y para seguir avanzando dejando atrás el constante anhelo de más, mejor, lo mejor de lo mejor. Debemos hallar el medio de reducir la marcha para que la vida no nos pase de largo. Debemos empezar a apreciar más la belleza para sentirnos optimistas e inspirados. Debemos darnos permiso a nosotros mismos para deshacernos de los juicios de valor y la búsqueda incesante de la perfección. Y debemos empezar a vernos unos a otros —y a nosotros mismos— como los tesoros perfectamente imperfectos que somos.

Todo esto, que necesitamos urgentemente, podemos hallarlo en la filosofía de Wabi Sabi. No porque vaya a resolver los problemas superficiales, sino porque puede cambiar de modo radical nuestra forma de ver la vida. Wabi Sabi nos enseña a contentarnos con menos de una forma que parece que más:

Menos cosas materiales, más alma. Menos ajetreo, más comodidad. Menos caos, más calma.

Menos consumo de masas, más creación única.

Menos complejidad, más claridad. Menos juicios de valor, más capacidad de perdonar. Menos fanfarronadas, más verdad.

Menos resistencia, más resiliencia. Menos control, más rendición.

Menos cabeza, más corazón.

Deshacerte de lo que crees que debes deshacerte no significa renunciar a lo que podría ser.

Wabi Sabi es un valioso tesoro de sabiduría que valora la tranquilidad, la armonía, la belleza y la imperfección, y que puede reforzar nuestra resiliencia frente a los males modernos.

Es importante tener en cuenta que aceptar la imperfección no significa rebajar nuestros valores morales o retirarnos de la vida. Significa no juzgarte por ser quien eres, perfectamente imperfecto: un ser único e igual al resto de nosotros.

En resumen, Wabi Sabi te autoriza a ser tú mismo. Te anima a que procures hacer las cosas lo mejor posible pero sin estresarte persiguiendo un objetivo de perfección inalcanzable. Te induce suavemente a relajarte, a reducir la marcha y a disfrutar de la vida. Y te demuestra que la belleza se encuentra en los lugares más insospechados, convirtiendo el día a día en una puerta de acceso a la felicidad.


1. No hay una sola referencia a «Wabi Sabi» en la edición 2018 de Kōjien, el principal diccionario japonés.

2. Lo que conocemos como los kanji, los caracteres escritos japoneses, se originaron en China. Casi cada uno de los mil ochocientos cincuenta caracteres estándar que se utilizan hoy pueden leerse de dos formas distintas: una deriva del chino original (conocido como on´yomi) y la otra es una lectura japonesa indígena (conocida como kun´yomi). Algunos caracteres tienen más de una de cada lectura. Cuando se utilizan dos kanji juntos para crear una palabra, suele utilizarse la on´yomi. Como excepción a esta regla, lo que induce a cierta confusión, nuestro concepto central de «Wabi Sabi» puede escribirse tanto 侘寂 como 侘び寂び. Si deseas averiguar más detalles sobre el fascinante mundo de los kanji, te recomiendo The Modern Reader´s Japanese-English Character Dictionary o NTC´S New Japanese-English Character Dictionary.

3. El apellido de Murata Shukō era Murata, pero se le conoce comúnmente por el nombre de Shukō, como ocurre con frecuencia con los personajes históricos.

4. Okakura, The Book of Tea, página 3.

5. Chōjirō, un alfarero de humildes orígenes, fue el primero en manufacturar los raku, los cuencos para el té, y a finales del siglo xvi fundó la familia Raku, los únicos que conservan la tradición ceramista llamada raku-yaki. El actual Raku Kichizaemon XV, un artista de la cerámica, es el cabeza de la decimoquinta generación de la familia. En el Raku Museum de Kioto pueden verse los cuencos para el té confeccionados por cada generación (raku-yaki.or.jp/e).

6. Nelson (ed.), The Modern Reader´s Japanese-English Character Dictiornary, p. 141.

7. En ocasiones se hace referencia a 詫びる, un homófono del verbo wabiru, que significa «disculparse», en debates relacionados con el espíritu de Wabi, aunque es difícil verificar la conexión etimológica a partir de fuentes fidedignas.

8. Según el Kōjien, el principal diccionario de Japón, wabishii significa «la sensación de perder energía», o «sensación de ansiedad o tristeza», pero los japoneses suelen utilizar wabishii para referirse a una persona «desgraciada», «solitaria» o «pobre».

9. Para más datos sobre la estética de Wabi, recomiendo el excelente ensayo «The Wabi Aesthetic Through the Ages», de Haga Kōshirō, en Hume, Japanese Aesthetics and Culture, p. 275.

10. MacKinney (trad.), Essays in Idleness and Hōjōki, p. 87.

11. Nelson (ed.), The Modern Reader´s Japanese English Character Dictionary, p. 323. En el caso del carácter , tiene una lectura kun´yomi de «Sabi» y una lectura on´yomi de jaku (que significa «tranquilidad»), como puede comprobarse en el Capítulo 6. Véase nota 2 para más datos sobre las lecturas kun´yomi y on´yomi en lengua japonesa.

12. Nelson (ed.), The Modern Reader´s Japanese-English Character Dictionary, p. 323. Cuando se lee jaku, el carácter significa «tranquilidad», como explica la nota 11, más arriba.

13. Ibíd.

14. Tanizaki, In Praise of Shadow, p. 19.

15. Matsuko Bashō, cuya poesía es citada con frecuencia como ejemplo de literatura con un aire de Sabi, llevó la vida de un wabibito, una persona de Wabi. Aunque no era pobre, Bashō eligió deambular por la naturaleza, recorriendo largas distancias y portando sólo lo imprescindible para sobrevivir. Estos viajes fueron la inspiración de sus célebres poemas.

16. Morigami, Wabi sabi yūgen no kokoro, p. 19.

17. Joyce, A Portrait of the Artist as a Young Man, p. 231. (Hay traducción al español: Retrato del artista adolescente.)