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El Litoral, de la guerra al poder

Las guerras civiles en las Provincias Unidas estallaron casi inmediatamente después de producida la Revolución de Mayo. A la rivalidad creciente entre las ciudades portuarias de Buenos Aires y Montevideo, se sumó el fuerte deseo autonomista que brotaba en todo el Litoral y que era, en última instancia, un logro político de la propia revolución: los pueblos litoraleños adoptaron, en pocos meses, la porción más radical del discurso revolucionario, la de la soberanía de los pueblos.

Puede sorprender que esa radicalización, generalmente atribuida a formas de pensar “modernas”, se haya dado justamente en masas como las litoraleñas, que para la época tenían un bajo nivel de “ilustración”. Quizá para comprender este fenómeno habría que plantear el proceso desde la americanidad que supone la continuidad de ciertas formas políticas, económicas y sociales, y que son, en última instancia, las que se imbrican con la modernidad que llega de la mano de la revolución. La organización social de la campaña oriental y las formas políticas de los pueblos guaraníes se consolidan y se amplían en el marco de las modernas ideas expresadas en el proyecto de los Pueblos Libres.1

Fue, además, una etapa claramente conflictiva para la interpretación historiográfica, en especial porque se trató de una década (entre 1810 y 1820) transicional para la revolución y para la organización administrativa y territorial de las Provincias Unidas.

La historiografía del siglo XIX y toda la escuela liberal del siglo XX que la continúa2 centraron el análisis del período en el carácter “anárquico” y “antinacional” (tal la definición de Bartolomé Mitre) de José Artigas, el que habría extendido su influencia sobre el Litoral “argentino” para separarlo de la integridad territorial del país. La búsqueda de la organización nacional bajo la fórmula del Estado-nación (objetivo político de la historiografía fundacional) sólo veía hechos nefastos en la postura confederal de Artigas. Del mismo modo la historiografía uruguaya encontró en Artigas el fundamento para crear una nacionalidad propia para el Uruguay, divinizando a la figura del Protector como el punto de inicio de esa construcción.3

Recién con el revisionismo rioplatense se generaron nuevas visiones sobre el período. Tanto la vertiente argentina como la oriental rescataron toda la obra social del artiguismo, pero sin llegar a articularla en un esquema explicativo general que trascendiera a la figura del prócer.

Aquí intentamos superar estas interpretaciones dicotómicas —tan afines a los modos explicativos argentinos— para adentrarnos en un análisis que parta de una realidad incontrastable: el conflicto en el Litoral marcó el inicio de la centenaria guerra civil en nuestro país.

EL MARCO GEOGRÁFICO

Una vez más es necesario recurrir al mapa histórico para ubicarnos en el tiempo y en el espacio del Río de la Plata de la década de 1810. La organización virreinal había hecho de la intendencia de Buenos Aires un extenso territorio que llegaba hasta el extremo austral del continente (aunque esas tierras estaban ocupadas por los indios) y que se extendía hasta las provincias del Paraguay y de Misiones hacia el norte y ocupaba parte de la ribera izquierda del río Uruguay hacia el este.

En menos de una década revolucionaria aquel espacio sufrió tales modificaciones que la antigua intendencia se disgregó en cinco provincias. Este proceso de dispersión de la soberanía4 no podía ocurrir sin tensiones, hechos de violencia y hasta un conflicto armado de importantes dimensiones.

Si bien es cierto que el fermento autonomista y confederal se expandió desde la Banda Oriental hacia el resto del Litoral, es innegable que para que ello ocurriera se debían dar condiciones objetivas en la región que permitieran la adopción del programa político impulsado por el artiguismo. Suponer que las masas del Litoral se identificaron con Artigas por simple carácter anarquizante o bárbaro es reducir la cuestión a una fórmula tan maniquea como poco práctica para los estudios históricos. Una guerra de ocho años —como la desatada en el Litoral entre 1813 y 1821, período en el que se consolidaron las nuevas situaciones provinciales— debió de tener otro fundamento que la explique.

Ya en su obra de 1912, Juan Álvarez establecía las razones económicas que explican la disputa entre las ciudades portuarias de Montevideo y Buenos Aires. Con iguales oportunidades de convertirse en la puerta de egreso de la producción ganadera de la pampa, el dominio sobre el territorio circundante marcó la pauta del conflicto. La Banda Oriental aprovechó la coyuntura de 1810 para ampliar su zona de influencia mediante una expedición liderada por el capitán Juan de Michelena, que operó en Entre Ríos hasta instalar una frontera en el río Uruguay. De esa expedición participaron, ocupando puestos de importancia, Rafael Hortiguera, José Rondeau y José Artigas.

Este posicionamiento en el bando realista de futuros patriotas como Rondeau y Artigas se debe entender como fruto de la desconfianza existente en Montevideo ante las determinaciones políticas que tomaba la capital.5 La llegada al Plata del virrey Francisco de Elío y la declaración de guerra a la Junta de Buenos Aires en enero de 1811 pusieron en evidencia las limitaciones del poder peninsular para avanzar en los cambios que se reclamaban como necesarios. De allí que a partir de entonces se produjera un levantamiento general en la campaña oriental,6 que redujo el control de las fuerzas contrarrevolucionarias a las murallas de Montevideo.

Finalmente cabe destacar otro fenómeno concomitante y de notoria influencia en las agrias relaciones entre Buenos Aires y los Pueblos Libres: la presencia portuguesa. Los lusitanos realizaron cinco invasiones de magnitud sobre la Banda Oriental y la región de Misiones y otras tantas incursiones menores entre 1811 y 1817. Muchas veces, estas operaciones fueron fomentadas o al menos sordamente apoyadas por el poder porteño.

LA DISPUTA POLÍTICA

José Artigas se convirtió rápidamente en el jefe indiscutido de los orientales, para luego comenzar una expansión doctrinaria hacia el Litoral, que recibió con alborozo su mensaje igualitario y su defensa inconmovible del principio de la soberanía de los pueblos. Si bien las disidencias entre el poder central de Buenos Aires y el periférico de Artigas tenían raíces políticas y económicas, el principal aspecto de ruptura estuvo en el plano social y en el alcance que debía tener la revolución en este ámbito.

Como veremos, no era extraño que fuesen los guaraníes quienes iniciaran la guerra civil en 1813, ya que su ferviente artiguismo se explica en que Artigas los incorporó, sin titubeos ni declamaciones altisonantes, al nuevo mundo creado por la revolución. Para Artigas no parecía haber diferencias entre los pueblos de blancos y los pueblos de indios, todos merecían gobernarse a sí mismos porque habían reasumido la soberanía.

El definitivo distanciamiento entre la elite porteña y Artigas se dio con motivo del armisticio que gestionó y obtuvo el Primer Triunvirato con los realistas de Montevideo y que supuso el retiro de las tropas revolucionarias (por el artículo 6°) y la entrega de ambas bandas del río Uruguay a los peninsulares (artículo 7°). Esta política de repliegue ensayada por los triunviros les costaría su caída del gobierno en 1812, y significó el inicio de las rencillas que, en pocos meses, desembocaron en la guerra civil.

Este hecho marcó, a su vez, el surgimiento de una nueva forma de praxis política: la asamblea, que fue la institución soberana por antonomasia del sistema confederal.7 La reunión celebrada el 23 de octubre de 1811, días después de firmado el acuerdo entre Buenos Aires y Montevideo, eligió a Artigas como su jefe, repudió el armisticio, decidió continuar la guerra y retirar a la población (y no sólo al ejército) del suelo oriental. El éxodo, conocido como Redota, marcó el alcance social de la revolución en el Litoral: unas 10.000 personas, entre habitantes y milicias, marcharon durante días hasta encontrar refugio en la región de Mandisoví, actual Entre Ríos, que en la época era el extremo sur de la provincia de Misiones. Según Halperin Donghi, este nivel de movilización suponía las cuatro quintas partes de la población de la campaña oriental.

La presencia de esta masa humana en la banda occidental del río Uruguay facilitó los nexos políticos entre Artigas y los jefes regionales, entre los que se destacaban los entrerrianos Eusebio Hereñú y Ricardo López Jordán (padre), el correntino Elías Galván y los numerosos caciques guaraníes de las Misiones. Ana Frega enfatiza que “el caudillo desarrolló una red de legitimaciones que expresaba la diversidad social de quienes lo acompañaban. [...] Estas legitimaciones cruzadas, expresión de la correlación de fuerzas a lo largo del proceso, eran también provisorias y cambiantes”.

También eran provisorias y cambiantes las relaciones con Buenos Aires. Manuel de Sarratea había sido designado jefe del Ejército de Operaciones de Oriente con el que se reanudó el sitio de Montevideo. Las tensiones entre el jefe porteño y su par oriental hicieron inviable cualquier colaboración entre ambos. El súmmum del conflicto llegó en enero de 1813, cuando los hombres de Artigas le sustrajeron al ejército sitiador unos 4.000 animales entre caballos y bueyes.8 Sarratea respondió con un bando publicado el 2 de febrero, en el que acusaba a Artigas de “traidor a la patria”.

El giro tomado por la revolución luego del derrocamiento del Primer Triunvirato en octubre de 1812 y la convocatoria a la Asamblea del año XIII parecía ser propicio para la definitiva avenencia de las partes. Pero la expulsión de los diputados orientales y el encarcelamiento de uno de ellos9 evidenciaron que las diferencias eran tan importantes como para impedir un acuerdo. Si bien la excusa fue la representación que se arrogaba la Banda Oriental (de seis diputados sobre los dos que le había asignado la Asamblea), la disputa se puede resumir, según la definición de Washington Reyes Abadie, como un conflicto entre los principios de “subordinación centralizada” que pregonaba Buenos Aires y el de “coordinación autonómica” de provincias, independientes y soberanas, que sustentaba el artiguismo.

La asamblea de Tres Cruces (de donde nacieron las famosas Instrucciones del año XIII) conformó un gobierno propio y designó a Artigas como jefe supremo. La propuesta confederal, la política de ampliación de la base social mediante la incorporación de los sectores tradicionalmente relegados y la intención de desmonopolizar el manejo de la Aduana que tenía la antigua capital virreinal fueron argumentos principales a la hora de llegar al conflicto armado.

ESTALLA EL CONFLICTO

El origen de las guerras civiles en la Argentina tiene un matiz étnico insospechado para los tradicionales esquemas de unitarios versus federales. La presencia de Artigas en la banda occidental del Uruguay facilitó la difusión de las ideas libertarias entre las masas litoraleñas, en especial entre los guaraníes. A éstos se los podría definir como mestizos desde el punto de vista cultural, ya que compartían cierto imaginario criollo y muchos de ellos estaban incorporados como funcionarios en la administración local de sus pueblos.

En junio de 1813 las diferencias entre dos grupos de guaraníes desembocaron en un conflicto armado que marcó el primer hecho bélico de importancia de nuestras guerras civiles. El detonante fue la persecución desatada por el capitán de milicias y alcalde de Mandisoví, Pablo Areguatí,10 contra un grupo de indígenas que había adoptado la teoría de la soberanía de los pueblos al pie de la letra. Este grupo, liderado por Domingo Manduré, logró sublevar toda la región costera del Uruguay al obtener apoyo en los pueblos de Yapeyú y La Cruz. El teniente de gobernador de Misiones, Bernardo Pérez Planes, acudió en auxilio de Areguatí, pero quedó sitiado en MANDISOVÍ. Sólo pudo escapar tiempo después, replegándose hacia la zona de los palmares entrerrianos.

Hasta principios de 1814 ambos bandos mantuvieron cierta calma. Las tropas orientales sitiaron junto a las de Buenos Aires la todavía realista ciudad de Montevideo. Pero el 20 de enero, el Regimiento de Blandengues, un piquete de caballería y la división de Fernando Otorgués abandonaron el sitio para ir a cubrir el frente occidental, por donde avanzaban las tropas directoriales. Entre Ríos fue el campo de batalla de este choque que, por el momento, sólo involucraba a tropas de vanguardia.

Las fuerzas que respondían al director supremo —por entonces, Gervasio Posadas— debían confluir hacia la zona central de Entre Ríos para luego avanzar sobre el Uruguay, cuyas costas se encontraban en manos artiguistas. Por el norte debía marchar Pérez Planes, para recuperar las posiciones perdidas ante la revuelta de Manduré. El teniente coronel Hilarión de la Quintana, luego de ocupar Arroyo de la China (actual Concepción del Uruguay), debía apoyar el avance que, desde la Bajada del Paraná (la actual ciudad de Paraná) y con una fuerza de 500 hombres, realizaba el coronel Eduardo Kailitz, más conocido por su título de barón de Holmberg. Sus órdenes eran “deshacer” las fuerzas artiguistas y fusilar a su líder.

Por su parte, Artigas movilizó a todas sus partidas locales lideradas por Blas Basualdo, Francisco Ramírez y Eusebio Hereñú, entre otros, a las que apoyó con las tropas de Otorgués. Este último atravesó el Uruguay y atacó por sorpresa ARROYO DE LA CHINA, recuperó la población y puso en fuga al mayor Manuel Pinto Carneiro que, con 45 hombres, se replegó con el objetivo de sumarse a Holmberg. Otorgués persiguió a De la Quintana, a quien derrotó en el PASO DE GUALEGUAYCHÚ.

La columna directorial de Holmberg, luego de pasar por Nogoyá, avanzó hasta Paso Jacinta. Desde aquí, Holmberg envió a Pinto Carneiro rumbo a GUALEGUAY, donde fue atacado por un fuerte contingente liderado por el artiguista Gregorio Samaniego, lo que obligó a las tropas de Buenos Aires a replegarse hacia la Bajada. Hacia allí también marchaba Hereñú, con 300 hombres, que les ganó de mano y ocupó la Bajada el 21 de febrero de 1814. En la madrugada del día siguiente se produjo el combate de ESPINILLO, el primero de reales dimensiones militares en la historia de la guerra civil.11

Holmberg contaba con 350 hombres (en los días previos había perdido casi 50 entre pasados al enemigo y prisioneros) y una pieza de a 2. Dispuso una defensa en cuadro, con su espalda apoyada en el arroyo Espinillo, que dio nombre al combate. Según las cifras informadas por el propio coronel, fue atacado por dos columnas de infantería de 300 plazas cada una, más una reserva de caballería de 600 hombres. Suponemos, sin embargo, que estas cifras eran exageradas y que el total habría sido de unos 800 soldados artiguistas. En las primeras cargas, las fuerzas del Directorio sufrieron las mayores bajas, hasta que lograron replegarse en dirección a la Bajada a pie, ya que habían perdido su caballada. Por la tarde fueron atacados nuevamente, pero esta vez su resistencia fue mucho menor y a las 15 se rindieron. Holmberg informa haber perdido durante el combate 247 hombres, entre muertos, heridos y dispersos. A dicha cifra se agregan otros 101 pasados y 84 prisioneros (entre ellos, el propio Holmberg). Además, le arrebataron más de 300 armas de chispa, dos cañones de a 2, todas las municiones y 10.000 pesos.12

Las fuerzas de Pérez Planes no pudieron acercarse a sus objetivos y entraron en retirada cuando salieron a su encuentro Blas Basualdo, desde el Uruguay, y Vicente Matiauda,13 desde las Misiones. Éstos derrotaron a Pérez Planes en CONCEPCIÓN y el 19 de marzo lo tomaron prisionero en La Cruz. La posición de los Pueblos Libres en Corrientes se consolidó al ser designado Genaro Perugorría para gobernarla.

El primer intento serio por parte de Buenos Aires por controlar el Litoral había fracasado. La necesaria confluencia de ambos contendientes para terminar con la presencia española en las costas del Plata permitió unos meses de cierta tregua.

EN TORNO A MONTEVIDEO

La llegada al poder de los hombres de la Logia había despertado grandes expectativas en cuanto a “asegurar la confluencia plena de la revolución rioplatense en una más vasta revolución hispanoamericana, republicana e independentista. En este aspecto, la Logia retoma decididamente la tradición morenista y la expresa con decisión aun mayor”.14 Pese a las evidentes coincidencias entre logistas y artiguistas, ni unos ni otros lograron superar los recelos existentes y buena prueba de ello fueron tanto los enfrentamientos citados anteriormente como el rechazo de los diputados orientales por la Asamblea del año XIII.

Posadas, ya frustrada la solución militar con la derrota de Holmberg y De la Quintana, tomó algunas medidas de acercamiento, como la creación de la Provincia Oriental del Río de la Plata (Banda Oriental y Misiones Orientales) en marzo de 1814. En abril se firmó un tratado ad referendum entre delegados de ambos bandos, pero que no fue ratificado por el director. Esta última decisión generó varias escaramuzas entre las tropas de Carlos de Alvear que marchaban hacia el sitio de la capital oriental, en manos realistas, y las partidas artiguistas que operaban entre Colonia y Montevideo.

La toma de Montevideo por parte de Alvear, producida el 17 de junio de 1814, significó la posesión de un gran arsenal: cientos de cañones, 11.000 fusiles (8.000 armados y otros 3.000 desarmados), 6.000 bayonetas, miles de cartuchos para fusil, carabina y cañón, casi cien buques de guerra y mercantes y una cantidad considerable de pólvora, pese a que una mala maniobra hizo estallar el depósito. Además se capturaron más de 3.000 prisioneros y ocho banderas de los regimientos españoles.

Artigas envió a su lugarteniente Otorgués a tomar posesión de lo que consideraba su capital natural. Pero descubierta una maniobra para tentar a los prisioneros españoles a sublevarse y pasarse a las tropas orientales,15 Alvear atacó a Otorgués en LAS PIEDRAS el 23 de junio, al mando de 200 granaderos a caballo (teniente coronel Eusebio Montenegro), 200 dragones de la patria (coronel Rafael Hortiguera) y 400 infantes de los batallones Nº 2 y 6 (comandante Román Fernández). Los orientales fueron vencidos y perseguidos hasta Canelones, dejando en el campo, según el parte de Alvear, unos 200 hombres entre muertos y prisioneros, artillería, bagajes, dos banderas, 1.200 caballos, 2.000 cabezas de ganado, fusiles, sables y pistolas y muchas familias.

GUERRA MESOPOTÁMICA

Mientras el Directorio avanzaba hacia una creciente pérdida de legitimidad, el poder de Artigas aumentaba casi a diario. Fue por ello que el gobierno de Buenos Aires decidió retornar las operaciones militares sobre el Litoral, lo que no hacía más que impulsar la consolidación institucional de las por entonces embrionarias provincias de Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe.16 La disputa —más allá de los intereses económicos en juego— se planteaba en torno al mecanismo de elección de los gobernadores; mientras que Buenos Aires intentaba imponer los nombres que designaba el Directorio, el artiguismo impulsaba una elección asamblearia mediante la conformación de congresos, si bien, generalmente, los elegidos habían sido indicados previamente por Artigas. Esto no garantizaba, necesariamente, la lealtad de los elegidos y se repetirían los casos de deserciones, con la particularidad de que entre jefes y oficiales predominaba el pase desde el bando artiguista hacia el Directorio, mientras que en la tropa se daba, fundamentalmente, del Directorio hacia el jefe oriental.

En Corrientes, Perugorría dejó el artiguismo y se pasó de bando. Buena parte de la provincia se levantó entonces contra el gobernador. Sin poder contar con fuerzas del Directorio (debido a las operaciones en la Banda Oriental que ya veremos), debió medirse en soledad contra las tropas confederales, integradas en su mayoría por guaraníes. En octubre de 1814, Perugorría tomó CURUZÚ CUATIÁ —donde se había rebelado José Casco—, al mando de 130 hombres y con un saldo general de 14 muertos. Pero la reunión de Casco con Blas Basualdo (unos mil hombres) obligó a Perugorría a replegarse hasta COLODRERO, donde decidió atrincherarse y sostenerse. El 17 de diciembre los artiguistas lanzaron tres ataques sobre la posición, pero fueron rechazados y optaron por sitiar al enemigo. Tras ocho días de asedio, Perugorría se rindió y fue fusilado poco después por orden de Artigas.

El 19 de agosto de 1814 habían comenzado las operaciones sobre las cercanías del río Uruguay. En esa fecha, Blas Pico (que sería designado gobernador de Entre Ríos unos días después) desembarcó con 600 hombres en Gualeguaychú para operar en la zona ribereña, tradicional reducto confederal y ruta para el importante tráfico comercial entre las provincias litoraleñas. Los primeros encuentros se registraron en septiembre. El día 6, Manduré fue atacado y derrotado por el teniente coronel José Lorenzo en cercanías de SALTO, donde las fuerzas directoriales se apoderaron de gran cantidad de cueros y sebo. Semanas después, el 24 o el 29 de septiembre, Lorenzo atacó la villa de BELÉN, al mando de 120 dragones, una pieza de a 4 y 30 milicianos de Gualeguaychú liderados por Samaniego.17 El combate, que tuvo un saldo de 30 muertos y “otros tantos que se ahogaron en el río Uruguay”,18 ganó celebridad por la destacada actuación de Juana Montenegro, quien sería premiada por Posadas con un sueldo de soldado de por vida y pasaría a la historia como la Dragona Montenegro.

LA DEFINICIÓN EN EL ORIENTE

Entre tanto, Alvear había vuelto a la Banda Oriental, esta vez para enfrentar a las fuerzas de Artigas que dominaban toda la campaña y asediaban Montevideo.

Luego de desembarcar en Colonia, Alvear avanzó hacia Paso de los Toros, más allá del río Negro y corazón de la zona dominada por los artiguistas. Como reconoce Isidoro Ruiz Moreno, “las operaciones se demoraron y dificultaron por el apoyo de la población a la causa de Artigas”.

Instalado en Paso de los Toros y con 3.000 caballos a su disposición, el jefe directorial organizó su ataque en tres columnas: Hortiguera, con 600 hombres, debía avanzar hacia el este en busca del propio Artigas, que se había replegado hacia el río Arapey; Manuel Dorrego, con otro tanto, marcharía hacia el oeste para cortar a Otorgués, que había tomado Maldonado el 19 de septiembre de 1814, al mando de 250 hombres; finalmente Alvear, con los restantes 600 soldados, bajaría hacia Calera de García, a unos 150 kilómetros al norte de Montevideo, para actuar según las circunstancias.

Las avanzadas de Dorrego entraron en contacto con el enemigo el 3 de octubre en MARMARAJÁ. Según el parte de Alvear, que tomamos de la biografía escrita por Gregorio Rodríguez, el combate fue, más bien, una serie de encuentros entre guerrillas de avanzada. Alvear comenta que ese día se produjeron tres choques, todos triunfos de las fuerzas de Dorrego. Primero, “el capitán del Regimiento Nº 2, Manuel Mármol, con 100 hombres montados, apresó a los capitanes Gadea y Rodríguez con 35 hombres bien armados y 600 caballos”. Luego les salió al encuentro una compañía de morenos, que fue derrotada; quedaron como “prisioneros dos oficiales y 50 soldados armados de fusil y bayoneta, apoderándose de la armería del ejército enemigo”. Finalmente, “otra partida de vanguardia, a las órdenes del teniente de granaderos a caballo, Manuel Suárez, atacó y apresó al capitán Mieres, con 26 soldados”. Las fuerzas de Otorgués quedaron diezmadas, lo que explica su rápida dispersión al ser atacados en la madrugada del día 4, cuando tuvieron 28 muertos y 43 prisioneros, contra 11 muertos y algunos heridos entre los porteños. La pérdida para Otorgués —que se replegó hacia el Brasil— fue total, ya que en poder de Dorrego cayeron la artillería y las municiones, todo el equipaje, un uniforme, el sombrero y la espada del derrotado; además quedaron prisioneros su mujer, su hijo y la multitud de familias que lo seguían.

Con el control de la costa atlántica por las fuerzas directoriales, la atención se volcó hacia la irreductible zona costera del Uruguay. Hortiguera, que nunca pudo dar con Artigas, sufrió el constante asedio de Fructuoso Rivera, quien el 4 de noviembre venció a su vanguardia entre los ríos Negro y Yi, en lo que fue el encuentro más importante de los numerosos que se registraron por aquellos días.

Para noviembre, con la designación de Miguel Soler como gobernador de la Banda Oriental, las fuerzas de Buenos Aires reorganizaron su despliegue. Dorrego, reforzado con 100 granaderos, partió de Paso de los Toros en busca de Rivera. Durante todo ese mes y parte del siguiente se dieron constantes choques entre partidas de ambos bandos, hasta que el jefe oriental, reforzado con el Regimiento de Blandengues, una pieza de artillería y un nutrido grupo de milicianos liderados por Gadea, lanzó un contraataque que puso en retirada a Dorrego. Según Félix Best, en ese retroceso perdió “unos 400 hombres entre muertos, heridos, dispersos y pasados al enemigo e inutilizadas sus caballadas”. La mayoría de los pasados (200 dice Dorrego) eran soldados españoles de los tomados en Montevideo. Sólo al llegar a Colonia las fuerzas del Directorio se sintieron seguras, manteniendo luego una reunión con Soler en San José, donde se reprogramó el plan de campaña.

A comienzos de enero de 1815, Dorrego estaba nuevamente en marcha rumbo al Arapey, nudo operativo del sistema de los Pueblos Libres. El jefe porteño marchaba al frente de entre 800 y 1.000 hombres bien armados y pertrechados, aunque unos 200 eran del grupo de españoles prisioneros. Sabía que esa fuerza no era suficiente para invadir el territorio enemigo, por lo que solicitó apoyo a Juan José Viamonte (el 14 de diciembre de 1814 había puesto en fuga un fuerte contingente enemigo en la barra del POS POS, al norte de Concepción) y al coronel Eusebio Valdenegro, gobernadores designados por el Directorio para Entre Ríos y Corrientes, respectivamente.

El choque entre Dorrego y Rivera se produjo el 10 de enero de 1815 (el mismo día de la asunción de Alvear como director supremo) en las márgenes del arroyo GUAYABOS, que dio nombre a esta batalla, a la que también se conoce como Arerunguá. Para la historiografía oriental este combate es una especie de acta fundacional de la nacionalidad uruguaya.

Ambos contendientes desplegaron sus tropas bajo el esquema tradicional de colocar a la infantería en el centro y dos columnas de caballería en los flancos. Rivera —cuyas fuerzas estaban integradas por numerosos gauchos e indígenas— había adelantado unas milicias sobre un corral de piedras que les brindaba un parapeto natural. Por su parte, Dorrego desplegó a la derecha a los granaderos a caballo, liderados por José Zapiola; en el centro, al Batallón Nº 3 con un cañón y un grupo de granaderos de infantería, y a la izquierda, a los dragones de la Patria, dejando una reserva de 50 hombres a caballo.

Al mediodía los porteños iniciaron la acción atacando con guerrillas del Nº 3 la posición del corral, de donde lograron desalojar a los artiguistas, iniciándose un combate general que duró largo rato. Rivera, al mando de los blandengues, simuló un ataque por la derecha porteña, lo que surtió efecto, ya que los granaderos a caballo se lanzaron tras él y penetraron el dispositivo enemigo, que era justamente lo que querían los orientales. Esta maniobra llevó a los granaderos hasta una hondonada, donde fueron sableados por blandengues a pie y parte de la infantería.

En ese momento se produjo lo que Dorrego tanto temía, el paso al enemigo de parte de los soldados españoles que habían sido forzados a luchar por Buenos Aires. Según Hernán Brienza, habrían sido 70 hombres en total (casi el 10 por ciento de la fuerza), pese a que Dorrego en su parte da la cifra de 150 pasados. Esta situación, sumada a la carga de la caballería oriental, dejó al centro porteño con sus flancos descubiertos, por lo que entraron en precipitada fuga, pese a los intentos de su jefe por sostener el combate haciendo concurrir a la reserva.

A las 16.30 la batalla finalizaba. Dorrego reconoce 60 muertos y 19 heridos, aunque por lo general se acepta que sufrió cerca de 200 bajas entre muertos y heridos. Además perdió 400 prisioneros, un cañón y dos carros con municiones. Los granaderos19 cubrieron la retirada. Su jefe se salvó de ser ultimado por los artiguistas cuando rodó su caballo y fue rescatado por Manuel Olazábal, un sargento y un soldado. Dorrego, que siempre recriminó a Viamonte por su falta de apoyo,20 apenas pudo escapar con un grupo de no más de 50 hombres.

El desastre para el Directorio había sido total. El 25 de febrero de 1815, la ciudad de Montevideo quedaba en manos orientales y el 3 de abril, el coronel Ignacio Álvarez Thomas se sublevó con la vanguardia de 1.600 hombres en Fontezuelas, lo que fue imitado por el resto del ejército directorial bajo el lema de “nos oponemos a hacer la guerra a nuestros hermanos orientales”.

DE CUANDO SANTA FE SE HIZO PROVINCIA

Los triunfos militares frente al Directorio y la proclamación de la soberanía y la independencia provinciales como base para establecer las relaciones entre los Estados de la Confederación hicieron que las ideas artiguistas se expandieran por el Litoral y llegaran hasta Córdoba. La idea de un gobierno propio era claramente más tentadora que la visión centralista que proponía Buenos Aires, y es éste quizás el principal motivo por el cual Santa Fe convocó a Artigas para que protegiera su autonomía, más allá de compartir o no la totalidad del programa del caudillo oriental.

La ciudad de Santa Fe, que por la época apenas si pasaba de una villa grande,21 había sido la primera ciudad en reconocer a la Junta de Mayo. Reveló todo su fervor patriótico cuando Belgrano pasó por allí rumbo al Paraguay, a fines de 1810, y logró llevarse lo que más necesitaba: hombres; entre ellos, al joven Estanislao López.

En marzo de 1815 llegó el tiempo para el autonomismo santafesino. El 23 se depuso al último gobernador elegido por Buenos Aires, el coronel mayor Eustaquio Díaz Vélez, mientras que una partida artiguista al mando del capitán Eusebio Góngora tomaba Rosario. Unos días después, Francisco Candioti era designado gobernador de Santa Fe y se proclamaba a Artigas como Protector. La guerra entre la provincia rebelde y Buenos Aires quedó así declarada y duraría hasta septiembre de 1820.

El Directorio creó un Ejército de Observación para reinstaurar su dominio político sobre Santa Fe. Según los datos que Armando Alonso Piñeiro aporta en su biografía sobre Viamonte, jefe de este ejército, estaba integrado por “1.280 soldados, reforzados por una excelente artillería y municiones: un obús de 6 pulgadas con 100 granadas y 100 tiros de metralla; tres cañones de a 4 con 150 tiros cada uno (90 a metralla y 50 a bala), 150.000 tiros de fusil a bala, 30.000 de carabina, 5.000 piedras de chispa para fusil y 1.000 para carabina”. Además lo acompañaría una escuadra comandada por el sargento mayor de marina Ángel Hubac, integrada por los veleros Belén, Aranzazu, Fortuna, Fama y San Martín, más dos lanchas cañoneras. En medio de los padecimientos del Ejército del Alto Perú (que sería derrotado en Sipe-Sipe poco después) y de los ruegos de San Martín para que lo auxiliasen con su proyecto continental, tamaña movilización era por demás exagerada.

En agosto, Viamonte ocupó la ciudad de Santa Fe y, gracias a la intempestiva muerte de Candioti, colocó en su lugar a un gobernador adicto a Buenos Aires, Juan Francisco Tarragona. La ocupación duró hasta marzo de 1816, cuando, casi en simultáneo con la apertura del Congreso de Tucumán —que fue el 24—, las fuerzas santafesinas iniciaron la recuperación de la ciudad.

En los primeros días de marzo se produjeron varias sublevaciones entre las tropas santafesinas de blandengues ubicadas en la frontera con el indio. En Añapiré se levantó Estanislao López con una compañía; Mariano Vera hizo lo propio con las milicias, a las que trasladó a Coronda; finalmente, el sargento Marcelino Avellaneda sublevó a la Segunda Compañía de Blandengues. A ellos se incorporaron unos 200 hombres al mando del coronel José Rodríguez, enviados por el Protector. En los días siguientes hubo choques entre ambos bandos, en especial en torno a la ciudad de Santa Fe. Leoncio Gianello cita el combate de CHACRAS DE ANDINO, que decidió la toma de Santo Tomé, y el de la CHACARITA DE LOS DOMINICOS, del otro lado del Salado. Antonio Zinny afirma que el día 23, en la ESTANZUELA DE SANTO DOMINGO, fue destruida una fuerza directorial de 150 hombres.

Ante estos hechos, Viamonte se atrincheró en la ciudad. Colocó dos baterías en las calles principales y esperó el asalto. Cuando éste se produjo, las tropas porteñas se replegaron hacia la Aduana, donde, luego de un corto asedio, debieron rendirse. Desde entonces Santa Fe sería una provincia autónoma, en el mismo momento en que Estanislao López era nombrado comandante de armas, al frente de los Dragones de la Independencia, nuevo nombre del cuerpo de Blandengues.

Las fuerzas directoriales se mantenían a la expectativa en San Nicolás. En los primeros días de agosto de 1816, Díaz Vélez —según la mayoría de las fuentes, sin haber recibido órdenes del director Pueyrredón— avanzó sobre Santa Fe, apoyado por la escuadra ahora comandada por el coronel mayor de marina Matías Irigoyen. Al igual que lo ocurrido con Viamonte, Díaz Vélez quedó sitiado en la ciudad y durante todo el mes se registraron combates, muchos de ellos protagonizados por las naves de la flotilla y grupos de milicianos que las abordaban en canoas. El día 9, el propio Irigoyen fue capturado cuando un piquete de 25 hombres liderados por Fructuoso Salva asaltó el bote en el que remontaba el ARROYO NEGRO. En los siguientes días, muchas de las embarcaciones menores (botes, faluchos, cañoneras) serían tomadas o hundidas, perdiendo las tropas porteñas en las acciones muchos hombres, 300 fusiles, 1.000 lanzas, 16 cañones y varios cajones de municiones.

Finalmente, Díaz Vélez logró zafar del sitio y se marchó rumbo a Rosario. En su regreso, cometió todo tipo de destrucciones, en especial al quemar los ranchos para usarlos como antorchas nocturnas en medio de una tierra que le era absolutamente hostil.

LA TENUE PAZ DE LA INDEPENDENCIA

La designación de Juan Martín de Pueyrredón como director supremo y la declaración de la Independencia de las Provincias Unidas de Sud América por el Congreso de Tucumán abrieron, una vez más, esperanzas sobre un posible acuerdo entre los Pueblos Libres y las Provincias Unidas. La influencia política de San Martín durante aquellos meses era un elemento favorable para ello.

Mientras el artiguismo implementaba su revolución social en aquellos meses de relativa paz, el Directorio estaba volcado en apoyar la campaña emancipadora de San Martín y hubo acciones tendientes a acercar a las partes. Pueyrredón le envió a Artigas 100 quintales de pólvora y unas 300 monturas, a cambio de la liberación de Viamonte (preso desde su derrota en Santa Fe) y sus hombres. Asimismo, ordenó el repliegue definitivo de Díaz Vélez, al que ubicó en San Nicolás.

La situación en el país era de una tensa calma. Las disputas entre centralismo y autonomismo (precursores de la futura distinción entre unitarios y federales) podían estallar en cualquier momento.

El proceso de dispersión de la soberanía estaba dando forma a las nuevas provincias argentinas. Hasta 1817, en Córdoba se sucedieron conflictos entre quienes aceptaban el poder del Directorio y quienes pugnaban por incorporarla a la Liga de los Pueblos Libres, y llegaron a registrarse algunos choques armados. En el norte, Güemes se manejaba con absoluta autonomía del poder central y sus representantes militares del Ejército del Alto Perú.22 En diciembre de 1816, el comandante Juan Borges sublevó a la población de Santiago del Estero, declarándola independiente de la provincia de Tucumán, de la que dependía. Algo similar ocurrió en La Rioja respecto de Córdoba. Si bien estos dos últimos movimientos fueron sofocados, ponían en evidencia el contagio autonomista en buena parte del país.

Este fenómeno era visto por Buenos Aires con suma preocupación. Los miembros de la Logia comenzaron a presionar a Pueyrredón para que abandonase su postura conciliadora y retornase a la vía militar. El director, que había comprometido —y que estaba cumpliendo— su apoyo económico a la campaña sanmartiniana, no tenía mucho margen de maniobra, por lo que decidió jugar una carta poderosa, pero de sumo riesgo: la alianza con Portugal para facilitar la invasión lusitana sobre toda la frontera oriental del país. El objetivo era claro: destruir al artiguismo confederal en su propio territorio.

La invasión comenzó en agosto de 1816, aunque la evidencia de la traición directorial sólo se conocería unos meses después. La escalada de tensiones ingresaba, una vez más, en una etapa de inminente guerra civil. En noviembre, Artigas cerró los puertos orientales para la comunicación con Buenos Aires; en diciembre, una partida de santafesinos se apropió de un convoy de armas que iba rumbo a Córdoba, mientras que los porteños hacían lo propio con un embarque oriental. En 1817 Pueyrredón, en otra actitud inadmisible, autorizó el comercio con la plaza de Montevideo, ocupada por los portugueses y sitiada por los artiguistas.

Artigas se vio obligado a movilizar sus mejores hombres en defensa del territorio oriental, lo que dio al Directorio un valiosísimo tiempo para concluir los preparativos del Ejército de los Andes y relanzar sus propias fuerzas sobre el Litoral. Recién a fines de 1817 se rompieron oficialmente las relaciones y se reanudaron las acciones bélicas entre rioplatenses.

En diciembre de 1817, un grupo de importantes jefes artiguistas de Entre Ríos —fundamentalmente, los ubicados en la costa del Paraná— se sumó al Directorio. Tradicionalmente enfrentado a los jefes de la ribera del Uruguay, el grupo liderado por el coronel José Eusebio Hereñú —que contaba entre otros con los comandantes Gregorio Samaniego, de Gualeguaychú; Gervasio Correa, de Gualeguay; y el teniente coronel Evaristo Carriego, de Paraná—, se pasó de bando. Rápido de reflejos, Pueyrredón auxilió a Hereñú con 600 fusiles y pólvora, y envió una columna de apoyo integrada por entre 500 y 600 hombres, al mando del coronel Luciano Montes de Oca, que contó con el apoyo de una escuadra fluvial.

Las fuerzas de los Pueblos Libres también se movilizaron. Los jefes locales de la costa del Uruguay tuvieron un gran protagonismo en la nueva campaña militar y uno de ellos, Francisco “Pancho” Ramírez, iniciaría su ascendente carrera. Ramírez asumió la defensa del territorio y despachó varias partidas desde Concepción del Uruguay rumbo al interior de Entre Ríos. Al frente de 200 hombres desalojó a Samaniego de GUALEGUAYCHÚ, con un saldo de 7 muertos, mientras que Ricardo López Jordán (padre) obtuvo un resultado indeciso en su ataque a Gervasio Correa. Los dos jefes pasados al bando directorial debieron replegarse hacia el sur, en espera de refuerzos de Buenos Aires.

La reunión de Montes de Oca con las diezmadas fuerzas entrerrianas les permitió avanzar sobre Ramírez, que rápidamente se retiró para reunir refuerzos y en busca de una oportunidad para atacar. La ocasión se le presentó el 4 de enero de 1818, en la estancia SANTA BÁRBARA, a 25 kilómetros de Gualeguaychú, cuando de la fuerza porteña se desprendió una columna de 300 hombres al mando del teniente coronel Domingo Sáez. Las tropas artiguistas lanzaron su temible caballería sobre las líneas rivales, dispersaron a la caballería y la infantería porteñas y tomaron la artillería durante la persecución. La derrota obligó a los directoriales a una precipitada fuga hacia la seguridad de la escuadra, dejando el terreno en manos de Ramírez.

LA GUERRA TOTAL EN EL LITORAL

Luego de este fracaso militar, el Directorio se decidió por una estrategia más general y agresiva en el Litoral. Mientras las fuerzas orientales y misioneras luchaban denodadamente contra el invasor portugués, Buenos Aires abría frentes de combate en las provincias ribereñas de Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes. El dominio porteño sobre el río Paraná, gracias a su escuadra, determinaba su estrategia; si bien Artigas intentó contar con cierto poder naval mediante corsarios, éstos tuvieron poca actuación en nuestras guerras civiles, ya que las patentes de corso estaban dirigidas contra España y Portugal.23

Entre Ríos fue la primera atacada, esta vez por el general Marcos Balcarce, al frente de 500 hombres y unas 15 embarcaciones de todo tipo. La expedición se dirigió directamente hacia la Bajada del Paraná, donde se encontraban Hereñú y los demás jefes sublevados contra Artigas. Al igual que en Santa Bárbara, Ramírez se retiró hasta colocarse en una posición ventajosa en SAUCECITO, donde se decidió a dar batalla en la mañana del 23 de marzo de 1818.

El jefe entrerriano inició el ataque mediante cargas de caballería sobre las alas de Balcarce, a las que flanqueó y puso en situación comprometida. Sin dar tiempo a reacción, Ramírez lanzó el resto de su gente sobre el centro del enemigo y arroyó a la infantería porteña. En cuestión de minutos, Balcarce había perdido sus cuatro piezas de artillería, un considerable número de muertos (600 dice Ramírez con evidente exageración) y unos 200 prisioneros, además de armamento y municiones.24

Entre tanto, Manuel Belgrano, jefe del Ejército del Norte, envió al Batallón de Infantería Nº 2, al mando del coronel Juan Bautista Bustos, que bajó hasta la provincia de Córdoba. Bustos se estacionó en la frontera santafesina, para presionar sobre el frente oeste de los Pueblos Libres. El general Juan Ramón Balcarce se acercó desde el sur, acampando sus fuerzas en Arroyo del Medio. Así, Santa Fe quedó amenazada por un posible ataque combinado de los dos ejércitos.

La guerra recomenzó en Corrientes. El 24 de mayo de 1818, una asonada en favor del Directorio depuso al gobernador Juan Bautista Méndez y lo reemplazó por José Francisco Vedoya. Artigas movilizó al comandante general de Misiones, Andrés Guacurarí, más conocido como Andresito Artigas, para reestablecer la situación.25 Al frente de su numerosa caballería guaraní, Andresito avanzó sobre Corrientes. A su encuentro salió el sargento mayor Francisco Casado, pero tras agotar sus municiones el 14 de junio en C CATY, no pudo frenar a los indios misioneros.

Mientras en la capital correntina cundía el temor ante el avance de las masas “bárbaras”, Vedoya reunió la gente que pudo y fue en busca de Guacurarí. Andresito, reforzado por unos 300 hombres liderados por Pantaleón Sotelo, más nutridas guerrillas locales al mando del comandante José López, alias “López Chico”, cayó sobre el enemigo el 1 de agosto en LAS SALADAS. El indio gobernador dividió sus tropas en tres columnas y cargó con violencia. Antes de iniciado el combate, Vedoya ya se había retirado; sólo Casado y sus hombres se mantuvieron en el campo. La derrota de los directoriales fue total. Las tropas guaraníes entraron en la ciudad de Corrientes y la ocuparon pacíficamente durante siete meses.

EL OBJETIVO LÓPEZ

En julio de 1818 se produjo en Santa Fe un cambio político de trascendencia. Pese a dos votaciones favorables a su candidatura, Mariano Vera renunció como gobernador, lo que fue aprovechado por Estanislao López para acceder a la primera magistratura local. Como la provincia estaba rodeada por las tropas de Bustos y de Balcarce, el nuevo gobernador salió rápidamente en campaña.

Primero se dirigió contra Bustos, cuyo contingente era menor en cantidad de hombres y en poder de fuego. Durante la primera semana de noviembre se registraron choques entre las guerrillas desprendidas de ambas fuerzas, que no cambiaron la situación. El día 8, López vadeó el río Tercero y cayó por sorpresa sobre el campamento ubicado en FRAILE MUERTO, donde obtuvo un crucial triunfo. López le arrebató a su rival parte del ganado y la caballada. Bustos, con muy escasa movilidad y pocos abastos, se replegó sobre Ranchos, a la espera de refuerzos. Según el parte de Bustos, entre el 8 y el 16 de noviembre perdió unos 50 hombres, entre muertos y heridos, y un importante número de prisioneros y pasados. A su vez, asegura haber ocasionado 250 bajas en su adversario, pese a que esta cifra parece más que exagerada.

Mientras se desarrollaban estos hechos, Balcarce al frente de un ejército de más de 3.000 hombres, con 8 cañones y el apoyo de una escuadrilla fluvial a cargo de Hubac, cruzaba el Arroyo del Medio e invadía la provincia de Santa Fe. Unos días antes de iniciar su marcha, había recibido 25.000 cartuchos de fusil a bala, con lo que su ejército se convertía en el mejor municionado de todo el país.

El 27 de noviembre, López esperó a los directoriales en el PASO DEL SALADO (o PASO DE AGUIRRE), puerta de ingreso a la ciudad de Santa Fe. Para la defensa contaba con su caballería, un batallón de infantería y tres piezas de artillería. Luego de un duro combate y de una maniobra envolvente de la caballería de Balcarce, éste forzó la posición y ocupó la ciudad, con un saldo de 15 muertos y 22 heridos.

Fueron días trágicos para la provincia. El ganado y la caballada locales estaban llegando al límite de sus existencias, fuertemente reducidas por el incesante paso de los ejércitos, tanto directoriales como provinciales. Por su parte, Balcarce mostró escaso tino político y siguió al pie de la letra las instrucciones que estipulaban la última pena para los santafesinos que no se “sometieran”; según afirma Ruiz Moreno, “por desgracia el general Balcarce se excedería en su cumplimiento”.

Los Pueblos Libres respondieron al ataque desde todo el Litoral. De Corrientes, Andresito envió unos 500 hombres, en su mayoría guaraníes, a bordo de una flotilla (7 lanchas y 12 canoas) liderada por el irlandés Pedro Campbell (desertor durante la invasión inglesa). Desde Entre Ríos, Ramírez envió unos 200 hombres al mando del coronel Ricardo López Jordán (padre).

Ni un día le duraría a Balcarce el dominio de Santa Fe. El 28 de noviembre, en el arroyo AGUIAR quedó prácticamente sin caballería cuando casi 3.000 jinetes de López destruyeron una columna de 600 dragones liderados por Hortiguera. Si bien no hay precisión sobre la cantidad de bajas, los porteños habrían perdido unos 500 hombres entre muertos, prisioneros y dispersos. Balcarce debió abandonar la capital provincial, para replegarse hacia Rosario. En su marcha tomó cuanto animal encontraba a su paso, reuniendo un arreo de entre 4.000 y 10.000 animales. En los días siguientes y hasta su definitiva evacuación de la provincia, se registraron numerosos enfrentamientos entre partidas sueltas, con un saldo final de cerca de 50 muertos. Al abandonar Rosario, Balcarce ordenó incendiar la ciudad el 29 de enero de 1819; ardieron 166 edificios, según los datos de Miguel Ángel De Marco.

Las tropas confederadas del Litoral continuaron la persecución sobre el ejército directorial. Una porción de éste fue alcanzado en PERGAMINO por unos 600 hombres, en su mayoría guaraníes, al mando de Campbell. En SAN NICOLÁS hubo un nuevo choque el 2 de febrero, con Viamonte ya al frente del Ejército de Buenos Aires. En su regreso, López devolvió gentilezas y se llevó unas 8.000 cabezas de ganado, en especial ovejas, según Félix Best.

NUEVA CAMPAÑA CONTRA LÓPEZ

La asunción de Viamonte como jefe del ejército anunciaba una nueva invasión a la provincia de Santa Fe. Viamonte y Bustos habían recibido refuerzos para retomar la estrategia del ataque combinado. López, al frente de unos 1.500 soldados santafesinos, misioneros y entrerrianos, avanzó sobre Bustos y sus 700 hombres, que se encontraban en LA HERRADURA, en la ribera izquierda del río Tercero.

Los días 18 y 19 de febrero, las tropas litoraleñas cargaron sobre el campamento enemigo con toda su caballería. En ambos ataques se dio el mismo resultado: los directoriales formaron su infantería en cuadro y sostuvieron las cargas, para contraatacar luego con la caballería al mando del coronel Gregorio Aráoz de Lamadrid y del teniente coronel José María Paz. En sus Memorias, Lamadrid menciona 60 muertos y cerca de un centenar de heridos entre los hombres de López, en su mayoría, guaraníes. Éstos no se rendían pese a estar rodeados por diez o doce enemigos, por lo que “fue preciso matarlos como se hubiera hecho con una pantera o tigre”, reconoce Lamadrid. Bustos, en el parte posterior dirigido a Belgrano, reconoce haber sufrido 5 muertos y 21 heridos.

Para entonces Viamonte operaba en la zona limítrofe de Buenos Aires y Santa Fe, mientras que la escuadra de Hubac operaba sobre esta última ciudad, intentando cortar las comunicaciones con Paraná. El jefe porteño envió una avanzada de 400 dragones de la patria y un cañón de a 4 al mando de Hortiguera, que se adentró en territorio enemigo, apresó a numerosas partidas locales y llegó hasta Coronda. En su regreso fue sorprendido en las BARRANCAS o POSTA DE GÓMEZ por López, que, enterado de la invasión, había regresado al mando de 500 hombres para atacar a los directoriales, a los que destruyó el 10 de marzo de 1819, causándoles unas cien bajas. Al igual que en noviembre anterior, Hortiguera perdió toda la caballería porteña en una sola acción.

Todo el mes de marzo se fue en constantes combates entre partidas sueltas o en choques fluviales entre las escuadras que operaban en el Paraná y sus afluentes. La costa santafesina era un gran campo de batalla sobre la que se posaban los ojos del país. San Martín —paralizado en Chile por falta de recursos— intentó una mediación que, si bien fue rechazada por Pueyrredón, sirvió para llegar a un acuerdo entre López y Viamonte, firmado el 12 de abril en el convento de San Carlos, el mismo del histórico combate de San Lorenzo. Además de sellar la paz (momentánea, por cierto), este acuerdo estableció definitivamente el límite entre los provincias de Buenos Aires y Santa Fe en el arroyo del Medio, frontera aún vigente.

La región vivió meses de relativa paz. López se dedicó a reorganizar su provincia mediante la sanción de un reglamento o estatuto provisorio. Por su parte, el Congreso sancionó la famosa Constitución de 1819, que fue abiertamente rechazada por las provincias por su carácter aristocrático y centralista. Luego de esto, Pueyrredón entregó el mando a su sucesor, José Rondeau.

CEPEDA: LA PRIMERA BATALLA HISTÓRICA

Para 1819, la realidad política del país avanzaba hacia una nueva etapa, caracterizada por Halperin Donghi por “la decadencia del poder supremo”, la que “va acompañada de un vigor creciente de los (poderes) regionales”. Tanto en los Pueblos Libres como en las Provincias Unidas el poder central había perdido fuerza y legitimidad frente al de los gobernadores. Durante toda la década, la soberanía reasumida por las ciudades en 1810 se transformó en poder provincial a medida que las localidades cabeceras delimitaban sus espacios respecto de las demás y desaparecían las antiguas intendencias virreinales. Para finales de la década, los gobernadores estaban en condiciones de oponer un poder lo suficientemente sólido y consistente como para determinar cambios en la estructura de gobierno.26

En el Litoral, el predominio de Artigas quedó mortalmente herido por la invasión portuguesa, que lo obligó a centrar sus esfuerzos en una contienda desigual que fue desangrando al artiguismo hasta obligarlo a abandonar el territorio luego de la batalla de Tacuarembó, el 22 de enero de 1820. Esto favoreció a sus aliados, en especial a López y a Ramírez, que obtuvieron una mayor autonomía política para organizar sus provincias y enfrentar al Directorio con una estrategia propia e independiente de las necesidades del Protector.

El Directorio acentuó entonces su política beligerante y decidió la movilización de todos sus recursos contra las provincias litoraleñas que desconocían su autoridad. Así, ordenó al Ejército del Norte (cuya vanguardia ya operaba en la región fronteriza entre Córdoba y Santa Fe) y al de los Andes que confluyeran sobre Santa Fe, mientras que José Rondeau, nuevo director supremo, avanzaría desde Buenos Aires. Más de 7.000 soldados de la Patria debían caer sobre las huestes federales.

La escalada militar comenzó cuando López decidió cerrar las comunicaciones entre Buenos Aires y el interior, que a causa de la presencia indígena se mantenían a través de territorio santafesino. En octubre de 1819, el cierre se efectivizó con una serie de ataques sobre convoyes de armas del Directorio, lo que impulsó a Rondeau a movilizarse hacia Luján, donde acampó con 3.000 hombres. La escuadra de Hubac desembarcó a Hereñú y a Correa en Entre Ríos, quienes serían derrotados por López Jordán (padre). Ramírez, con la vanguardia del ejército litoraleño, incursionó más allá del arroyo del Medio y se llevó rumbo a Rosario un arreo de 4.000 caballos y 8.000 vacunos, según afirma Beatriz Bosch.

Las expectativas de Rondeau pronto se deshicieron frente a la actitud poco combativa de las tropas que debían sostenerlo en el poder. Mientras San Martín ordenaba el repaso de la cordillera de las fuerzas acantonadas en Mendoza y se alistaba junto a sus hombres como soldados en los ejércitos de Chile, el Ejército del Norte se sublevó el 8 de enero en Arequito. Los regimientos de Infantería Nºs 2 y 10 y parte de Dragones y del Escuadrón de Húsares (sin su jefe, Lamadrid) se insubordinaron ante la orden de marchar contra las fuerzas del Litoral. Así, 1.600 hombres se replegaron a Córdoba al mando de Bustos. Entre ellos marchaban jefes de importancia, como el coronel Alejandro Heredia y el propio Paz, futuros gobernadores de sus provincias de origen.

Las fuerzas de Buenos Aires quedaron reducidas a unos 2.000 hombres agrupados en San Nicolás. La caballería estaba integrada con parte de Dragones de la Patria y Blandengues, y la infantería, con el Batallón de Aguerridos (coronel Mariano Rolón) y el 3er Tercio de Cívicos compuesto por negros (comandante Nicolás Cabrera). Contra ellos, López y Ramírez habían reunido unos 1.600 soldados de los Pueblos Libres, a los que se había incorporado una división chilena liderada por José Miguel Carrera.

Ambos contingentes comenzaron a operar sobre el arroyo del Medio entre Pergamino y San Nicolás. En la noche del 31 de enero, los federales lanzaron un ataque sorpresivo sobre los caballos directoriales, los que fueron arrebatados casi en su totalidad. Este golpe de mano dejó a Rondeau en precaria situación, ya que no tendría capacidad operativa para sostener las cargas de la ya afamada caballería litoraleña. El director optó por una posición defensiva, aprovechando las ventajas que le ofrecía la cañada de CEPEDA, lugar elegido para librar la decisiva batalla.

En la mañana del día siguiente, Ramírez se movilizó hasta colocarse a retaguardia del ejército directorial, al que obligó a luchar con un frente invertido. Rondeau había dispuesto una línea con un escuadrón de caballería al mando de Pedro Castellanos a la izquierda (cubierto su flanco por la cañada); al centro, la infantería liderada por Juan Ramón Balcarce más la artillería y las carretas, mientras que el grueso de caballería, liderado personalmente por el director, se ubicaría a la derecha. El despliegue ordenado por Ramírez obligó a modificar esta disposición, quedando Rondeau a la izquierda y Castellanos a la derecha (véase el mapa de página 59).

Cerca del mediodía, los federales lanzaron una furibunda carga de caballería sobre la columna liderada por Rondeau. Los directoriales ni siquiera presentaron batalla y huyeron, como señala Diego Luis Molinari, apenas transcurrido un minuto de combate. La lucha ya estaba definida pese a que los infantes porteños estaban decididos a sostenerse con honor. Contra ellos se dirigieron la poca fuerza de infantería que tenían los litoraleños y la columna liderada por Ramírez, la que, luego de arrollar a la gente de Castellanos (que murió en el combate), amenazó con flanquearlos por la derecha. En consecuencia, Balcarce formó dos cuadros con sus casi 900 infantes en torno a la artillería y resistió las cargas hasta que logró un resquicio por el cual escabullirse.

Con estos restos se replegó hacia San Nicolás, donde se embarcó rumbo a Buenos Aires. El Directorio había sido aniquilado por las masas del Litoral en una batalla que tuvo mayor trascendencia política e histórica que importancia militar. En el campo de batalla quedaron numerosos muertos. Ramírez, en su parte, habla de 340 cadáveres, pero sólo 40 serían de su propia fuerza. A esto hay que sumar una cantidad considerable de dispersos y prisioneros.

El país y Buenos Aires quedaron a merced de los caudillos, los que ingresarían con sus caballos hasta la mismísima Plaza de la Victoria (actual Plaza de Mayo) para imponerle al Cabildo local las nuevas reglas de juego: soberanía e independencia provincial, convocatoria a un congreso constituyente y aceptación del sistema federal. Todo esto quedó expresado en el Tratado del Pilar (el primero de los “pactos preexistentes” de los que habla el Preámbulo de la Constitución de 1853). Además se arregló secretamente que la provincia de Entre Ríos recibiría 500 fusiles, 500 sables, 25 quintales27 de pólvora y 50 de plomo, más parte de la escuadra fluvial de Buenos Aires.28 Todos estos pertrechos debían concurrir en apoyo de Artigas, pese a que éste ya había sido arrollado en Tacuarembó.

La historia liberal suele denominar a 1820 como el año de la anarquía, pero es necesario ver si eso se ajusta a la realidad del país. Desde la óptica militar, los datos estadísticos parecerían indicar un panorama realmente anárquico, ya que es el año con más batallas (23) y el que más muertos registra (1.342) entre 1813 y 1821. De todos modos, estos datos deben ser matizados, recordando que 16 fueron los combates librados durante la retirada de Artigas y que el resto ocurrió en la zona limítrofe entre Buenos Aires y Santa Fe.

Para las provincias, la situación era otra: habían consolidado su posición y su soberanía política frente al centralismo de Buenos Aires; los pactos interprovinciales ratificarían y comenzarían a dar un marco a la vocación de unidad de las provincias hermanas, iniciando de esta forma el proceso de conformación de la Nación Argentina, y la voluntad constitucional quedaba asentada en el artículo primero del Tratado del Pilar. Este panorama refleja una realidad muy distinta a la de una anarquía; la Argentina intentaba darse una organización definitiva capaz de atender y englobar a todas las regiones y, fundamentalmente, de expresar el sentir mayoritario, que estaba por la federación.

Pero era un país sin capital. Buenos Aires, la única ciudad con tradición y poder como para erigirse en tal, vivía una situación realmente anárquica. A la derrota de Cepeda se sumaba la confusión en la elite gobernante en la ciudad, donde se registraron siete cabildos abiertos entre febrero y marzo, y se sucedieron 23 gobernadores durante ese año.29 Todo lo que no habían hecho durante su invasión los caudillos litoraleños —muchas veces catalogados por la historiografía como “bárbaros” y “anarquizantes”— lo hicieron las propias fuerzas locales, en especial parte de los Cívicos, que se dedicaron al saqueo de las propiedades que debían custodiar.

LA FRATRICIDA CAÍDA DE ARTIGAS

La batalla de Cepeda colocó a los caudillos del Litoral en una posición de preeminencia política, pero también terminó por enfrentarlos en una lucha que resultó claramente contraproducente para los intereses provinciales.

Los primeros conflictos surgieron luego de la derrota de Artigas frente a los portugueses. El Protector se retiró a Corrientes, donde reunió a las milicias guaraníes y se instaló en Curuzú Cuatiá. En este punto recibió copia del Tratado del Pilar, al que rechazó porque el texto no incluía una declaración de guerra a Portugal, algo que consideraba fundamental para establecer la paz con Buenos Aires. Además declaró traidor a Ramírez, que en el Tratado del Pilar se autoproclamaba gobernador, y avanzó hacia Entre Ríos en son de guerra.

Ramírez encomendó a López Jordán (padre) y a Correa la tarea de frenar el avance de Artigas. Éste había adelantado a su vanguardia al mando del jefe misionero Francisco Sití, la que chocó en ARROYO GRANDE con Correa, poniéndolo en fuga.

Artigas avanzó hasta Concepción del Uruguay al frente de unos 1.800 hombres, y de allí continuó en busca de Ramírez, que apenas reunía unos 600 soldados de caballería. El encuentro se produjo sobre el arroyo LAS GUACHAS, el 13 o el 15 de junio de 1820; tuvo un desarrollo muy violento y con numerosas pérdidas por cada bando. El jefe entrerriano lanzó varias cargas de sus dragones, los que lograron romper la línea artiguista. Artigas logró rehacerse y avanzó sobre la izquierda enemiga, a la que desorganizó completamente, amenazando al resto de las fuerzas locales. Ramírez no tuvo más opción que ordenar la retirada rumbo a la Bajada (Paraná), siendo perseguido por su antiguo jefe.

Unos días después ambos ejércitos volvieron a encontrarse. Artigas estaba al frente de casi 2.000 jinetes. Ramírez contaba con 800 hombres de caballería, 200 de infantería (liderada por el mayor Lucio Mansilla) y cuatro piezas de artillería ligera (capitán Francisco Pereira). El 24 de junio, en LAS TUNAS, se registró una batalla determinante para el futuro del Litoral.

El jefe entrerriano, ubicado en una fuerte posición, atrajo sobre su infantería a la caballería de Artigas mediante una carga simulada de sus propios jinetes. Lanzó entonces un contraataque general sobre toda la línea que destruyó a las columnas que respondían al Protector. Según el parte de Ramírez, los entrerrianos tomaron gran cantidad de prisioneros, 2.000 caballos y 800 vacunos. El fin de Artigas y de su proyecto confederal quedó consumado en Las Tunas; sobre él y sus hombres se desató una persecución tenaz y sangrienta hasta el definitivo exilio del jefe oriental en el Paraguay.

Ramírez lanzó a sus mejores oficiales sobre las fuerzas que aún se mantenían fieles a Artigas y que se dirigían en su repliegue hacia Corrientes y Misiones. En su mayoría eran guaraníes, los que permanecerían hasta el último día junto al que fuera Protector de todo el Litoral.

En el mes de julio de 1820 se registraron unos diez combates en el ámbito litoraleño. El día 17, Ramírez sorprendió a los artiguistas en SAUCE DE LUNA, mientras que sobre el Paraná se registraron choques entre las flotas fluviales de Ramírez (con barcos porteños cedidos por el Tratado del Pilar) y la liderada por Campbell. El 23, los jefes guaraníes Pablo Aramembí, Pedro Guti y Matías Abacú fueron atacados en MANDISOVÍ por los coroneles Barrenechea y Piris. Días después, estos jefes volverían a caer ante el general López Jordán (padre) y el coronel Juan León Solá, quienes les tomaron, según la explicación de Ruiz Moreno, su artillería, 20 prisioneros, tres carretas con 25 familias de indios, parte del archivo de Artigas, ganado y caballada, además de causarles 20 bajas. En MOCORETÁ ocurrió lo mismo con López Chico.

La persecución se mantuvo inalterable. El 24, Ramírez derrotó a Artigas en el campo de ÁBALOS (Corrientes). El Protector perdió sus últimos recursos, como el parque y las carretas. Días después, Sití abandonó a Artigas, al que derrotaría en ASUNCIÓN DEL CAMBAY el 15 de agosto. A fines de septiembre, perseguido por todas partes y apenas acompañado por un grupo de guaraníes, el otrora poderoso Protector debió refugiarse en el Paraguay.

De esta forma, Ramírez se constituyó en el nuevo hombre fuerte del Litoral. Unificó la Mesopotamia en la “República de Entre Ríos”, nombre que no respondía a intención secesionista alguna, sino que repetía los pasos dados por otras provincias en la misma época.30

Para muchos litoraleños esto iba en contra de las autonomías provinciales, base del federalismo. Sití, comandante general de Misiones, rompió con Ramírez cuando éste dispuso que la provincia guaranítica quedara dentro de la nueva república y ordenara una leva general entre los indios. Piris marchó contra Sití, al que derrotó, según explican Edgar y Alfredo Poenitz, el 13 de diciembre en el paso de SAN BORJA, sobre la costa del Uruguay.

OTRA VEZ, SANTA FE VERSUS BUENOS AIRES

Entre tanto, se había reanudado el conflicto entre Buenos Aires y Santa Fe, por el incumplimiento del artículo 1º del Tratado del Pilar que establecía la elección de diputados para el Congreso Constituyente que debía reunirse en San Lorenzo.

López, acompañado por Alvear y Carrera, reunió una fuerza integrada por 400 dragones santafesinos, cerca de 300 indígenas chaqueños, 400 hombres de la división chilena de Carrera y 50 oficiales más 100 milicianos liderados por Alvear. Para frenarlos salió el brigadier general Miguel Soler con casi 2.000 soldados y cuatro cañones. El 28 de junio de 1820, ambas fuerzas quedaron separadas por la caudalosa y anegadiza CAÑADA DE LA CRUZ. Soler, según la descripción de Mitre, dispuso a la derecha a los Blandengues, los Colorados de las Conchas, algunas milicias e infantería con una pieza de artillería al mando del coronel Manuel Pagola; al centro, los dragones con 200 milicianos y una pequeña reserva al mando directo de Soler, y a la izquierda, bajo la conducción del coronel Domingo French, parte del 2º Tercio de Cívicos y milicias de caballería.

La batalla se inició por la derecha porteña, que cargó dos veces sobre la columna de chilenos, siendo rechazada en ambas ocasiones. Soler ordenó entonces avanzar a toda su línea. Con la columna central atravesó la cañada y se desplegó del otro lado. Contra ella cargó el contingente de Alvear y se registró un duro choque. El combate se intensificó sobre el centro, mientras Soler esperaba el apoyo de French para consolidar su nueva posición. Pero la columna izquierda se empantanó al intentar cruzar la cañada y no pudo avanzar, quedando a merced del fuego enemigo. En ese momento, los dragones santafesinos liderados por López arrollaron a las fuerzas de Soler, derrotándolas completamente.

Los porteños tuvieron 200 muertos, 200 prisioneros, tres piezas de artillería y casi 300 pasados. Soler se replegó hacia Luján, para continuar luego rumbo a Buenos Aires y de allí al exilio en la Banda Oriental. El único que logró replegarse en orden fue Pagola, al mando de 600 hombres. Regresó a Buenos Aires, donde fracasó en su intento por imponer su elección como gobernador ante el rechazo del Cabildo y de varios oficiales de importancia; entre ellos, Martín Rodríguez y Dorrego, este último designado primer mandatario provincial.

Luego de proceder a una reorganización de las fuerzas locales —a las que se sumaron 600 peones rurales movilizados por Juan Manuel de Rosas—, Dorrego salió en campaña contra López y Alvear, que pretendía ser elegido gobernador. El primer logro de Dorrego fue político, ya que consiguió que López se retirara a Santa Fe, pese a que las fuerzas de Alvear y Carrera permanecían en SAN NICOLÁS.

El 2 de agosto, las fuerzas de Dorrego cayeron sobre el enemigo que se había fortificado al mando del coronel José Benavente y que contaba con 600 soldados de la división chilena, el grupo de 50 oficiales alvearistas y 30 Cazadores negros. La victoria de los porteños fue total, ya que ocasionaron 60 muertos y tomaron 330 prisioneros, 5 cañones, municiones y 3.000 caballos, a un escueto costo de 7 muertos y 42 heridos.

Envalentonado con su victoria, Dorrego se adentró en suelo santafesino con unos 1.500 jinetes e infantes montados. El 12 de agosto, atacó y dispersó a López en PAVÓN, con 3 muertos y 10 heridos propios y unas 50 bajas entre los santafesinos, pese a que Dorrego, en el parte posterior, dice que contó cien cadáveres.

Sin atender a los consejos en contrario de Rodríguez y de Rosas, quienes ya tenían un acuerdo político preliminar con López, Dorrego estaba determinado a acabar militarmente con el gobernador de Santa Fe. Se internó en la provincia en procura de una batalla decisiva, pero con sólo 700 efectivos.

López, mejor montado y con una nutrida fuerza de milicias de caballería, se movió con presteza para caer sobre PERGAMINO, donde derrotó al mayor Juan José Obando y sus 200 hombres que respondían a Dorrego, con un saldo de 30 muertos y 106 prisioneros. De allí avanzó hasta el campo de GAMONAL, donde esperó la llegada de su rival.

El choque se produjo el 2 de septiembre de 1820, entre los 1.000 jinetes de López y unos 600 soldados y un cañón que poseía Dorrego. Según el relato de Martín Suárez, las fuerzas de Buenos Aires “resultan envueltas debido a la mayor amplitud del frente de López, resultante de la superioridad de sus efectivos”. El combate fue sumamente sangriento, ya que murió más de la mitad de la fuerza porteña (372 hombres), un nivel de bajas que sugiere ajusticiamientos luego de la batalla. Además, Dorrego dejó 148 prisioneros, un cañón, armas, municiones y 2.500 caballos en poder del jefe santafesino.

BENEGAS O EL FIN DE LA GUERRA EN EL LITORAL

Desangradas al extremo, con sus pueblos limítrofes arrasados y sus riquezas ganaderas seriamente comprometidas, para las provincias de Buenos Aires y de Santa Fe la continuidad de la guerra civil era una carga demasiado pesada. Más cuando ambas tenían una visión estratégica del país ciertamente similar y compartían un modelo productivo (el ganadero) que comenzaba a consolidarse frente a la tradicional preeminencia de los elementos mercantiles.

El pacto firmado el 24 de noviembre de 1820 en Benegas —a instancias del ascendente gobernador de Córdoba, Bustos— significó el fin de la guerra civil entre Buenos Aires y Santa Fe. Si bien las luchas renacerían durante el gobierno de Rosas, el pacto selló el destino del país por los siguientes 32 años.

En Benegas se acordó la convocatoria de un Congreso Constituyente en Córdoba y se selló la paz perpetua entre Buenos Aires y Santa Fe. Pero lo sustancial del acuerdo fue la reactivación del aparato productivo santafesino, mediante la entrega bonaerense de 25.000 cabezas de ganado, que fueron cedidas por Rosas.

La firma del pacto significaba, también, la guerra contra Carrera y Ramírez. Carrera se internó en el “Desierto” buscando la unión con los indios, con los cuales atacó el pueblo de SALTO (3 de diciembre de 1820) y tomó 250 mujeres y niños como cautivos. Contra Carrera salió en campaña el nuevo gobernador bonaerense, Martín Rodríguez, pero no logró ubicarlo. El chileno se internó en tierra indígena para reaparecer en marzo de 1821, al atacar en CHAJÁ a unos 400 hombres de Bustos. De allí siguió hacia San Luis y venció en LAS PULGAS (actual Villa Mercedes) al gobernador de la provincia, general José Ortiz, que había salido a su encuentro al frente de 500 hombres entre mendocinos y puntanos. Según Zinny, las fuerzas de Ortiz sufrieron 180 muertos y 70 prisioneros.

Por su parte, Ramírez dominaba el Paraná con la escuadra del Tratado del Pilar y tenía el sueño algo utópico de conquistar el Paraguay. Pero al tanto de lo resuelto en Benegas, decidió regresar y atacar a Buenos Aires, para lo que debía atravesar Santa Fe. López le negó el paso y el Supremo Entrerriano se puso en campaña contra su antiguo aliado.

En los primeros días de abril, Ramírez llegó a la Bajada del Paraná al frente de 2.000 soldados bien disciplinados y un arreo de 20.000 caballos y 70.000 vacas, suministradas por una extenuada ganadería mesopotámica. Su plan consistía en un ataque combinado sobre Santa Fe, para desde allí pasar a Buenos Aires, su verdadera rival. Además de sus jinetes, el Supremo contaba con la escuadra liderada por el coronel Manuel Monteverde e integrada por el bergantín Belén, tres goletas y numerosos lanchones armados y canoas. A bordo de ellas lanzó una primera avanzada de 200 hombres al mando del teniente coronel Anacleto Medina, que se apoderó de la caballada de López en CORONDA. Esto le permitió a Ramírez el cruce a nado del Paraná, el 3 de mayo de 1821, al frente de unos 1.200 soldados.

Cinco días después chocaron en las afueras de ROSARIO unos 400 efectivos al mando de Medina frente a los casi 600 que lideraba Lamadrid, enviado por el gobierno de Buenos Aires para sostener a su aliado santafesino. Si bien en un principio la victoria parecía inclinarse del lado de Lamadrid, la llegada de Ramírez con refuerzos sirvió para arrollar a los porteños y obligarlos a retirarse hasta el arroyo del Medio. Sólo quedaba tomar la ciudad de Santa Fe para completar la primera parte del plan de Ramírez.

Para ello debían confluir las tropas del propio Supremo, una agrupación de indios desde el norte y la fuerza que permanecía en la Bajada y que debía ser trasladada a bordo de la escuadra. Cuando se aprestaban a efectuar el asalto sobre la ciudad de SANTA FE, el jefe de la fuerza de desembarco, comandante Lucio Mansilla, desoyó sus órdenes y regresó con su fuerza a Entre Ríos.31 Ramírez quedó en soledad frente al avance de tres ejércitos provinciales: los de Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires.

Las tropas entrerrianas se retiraron a CORONDA, con un reducido número de 700 hombres. Contra éstos salió Lamadrid con entre 1.200 y 1.500 soldados y atacó a Ramírez el 24 de mayo. El Supremo no rehusó el combate y “salió a su encuentro”, comenta Best, “en varias columnas paralelas y cargándolo, logró atacarle el flanco y la retaguardia, y en pocos momentos lo destrozó, tomándole todo el armamento de reserva, caballada y hasta el dinero que traía para el ejército de Santa Fe”. Sólo escaparon en orden unos 300 soldados porteños, al mando del coronel Domingo Arévalo, los que se sumaron a López, que avanzaba desde Santa Fe con otros 700.32

Enterado de la derrota de Lamadrid, el gobernador santafesino decidió sorprender a Ramírez. Lo logró el 26 de mayo en CORONDA, donde lo encerró contra el río, obligándolo a luchar en inferioridad de condiciones, y lo derrotó completamente.

El jefe entrerriano escapó rumbo a Córdoba, donde se reunió con Carrera, reuniendo así unos mil hombres entre ambos. Con esa fuerza se dirigieron a CRUZ ALTA en búsqueda de Bustos, quien se atrincheró con 300 infantes, 200 jinetes y cuatro cañones. El combate se produjo el 13 de junio de 1821, sin resultado definido, pese a que Bustos lo describe como una victoria suya, en la cual habría hecho 150 bajas al enemigo, contra 7 muertos y 2 heridos propios. Ante la amenaza de Lamadrid desde el este, Ramírez y Carrera se replegaron hacia Fraile Muerto, donde se separaron definitivamente.

El Supremo intentó volver a su provincia a través del Chaco, pero sufrió la constante persecución del coronel Francisco Bedoya y del teniente coronel Juan Orrego, que le dieron alcance el 10 de julio en RÍO SECO o SAN FRANCISCO. La tradición afirma que Ramírez fue muerto cuando intentaba recuperar de manos de sus adversarios a Delfina, su mujer. Pero Urquiza Almandoz asegura que el caudillo cayó durante una carga en inferioridad numérica, cuyo objetivo era permitir la retirada del resto de su fuerza, incluida Delfina. Más allá del detalle romántico, lo cierto es que Ramírez fue muerto y su cabeza, cortada y enviada envuelta en un cuero de oveja a López, quien la mandó exponer dentro de una jaula bajo las arcadas del Cabildo de Santa Fe.

Unos días después de la muerte del Supremo Entrerriano, el 26 de julio, su escuadra fue derrotada por la de Buenos Aires, liderada por el teniente de marina Leonardo Rosales, en el COMBATE DE LOS LANCHONES. En esta ocasión murió Monteverde junto con 42 de los suyos; los entrerrianos perdieron además 40 prisioneros, mientras que las fuerzas porteño-santafesinas tuvieron 8 muertos y 12 heridos de gravedad.

El fin de la República de Entre Ríos fue simultáneo a la muerte de su jefe supremo. López Jordán (padre) intentó mantener su existencia, pero en octubre de 1821 fue derrotado por el coronel Hereñú en GENÁ. Luego de este encuentro, la región quedó formalmente pacificada y organizada mediante el Tratado del Cuadrilátero, del 25 de enero de 1822, firmado por Buenos Aires, Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe.

Carrera se replegó hacia el sur de Córdoba, donde obtuvo una sangrienta victoria en RÍO CUARTO sobre el general Bruno Morón, quien fue el primer muerto de la jornada, caso excepcional para un general en jefe. De allí avanzó hacia Cuyo con el objetivo de trasponer la cordillera; pero fue cruzado por el coronel de milicias José Gutiérrez, quien lo derrotó en PUNTA DE MÉDANOS (norte de Mendoza) el 31 de agosto, con un saldo de 247 muertos, unos 240 prisioneros, 400 animales, entre mulas y caballos, y 70 mujeres. Por su parte, Gutiérrez reconoce haber sufrido 9 muertos y 6 heridos. Carrera sería fusilado el 4 de septiembre.

La primera etapa de las guerras civiles había concluido. El Litoral se había desangrado durante casi una década en una guerra por momentos confusa, pero siempre violenta y disputada a todo o nada. Aquí hemos registrado 69 batallas y combates, pero es probable que superemos el centenar si agregamos los encuentros menores, los choques entre simples partidas o sencillamente los intercambios de disparos. Revisando una base documental de 170 partes y oficios sobre esta etapa de las guerras civiles, he podido encontrar datos y referencias de cierta confiabilidad para 29 batallas, en las cuales se registraron 3.372 muertos.33 A partir de una serie de cálculos probabilísticos para los 40 combates restantes, el total de muertos habría ascendido a 4.476.34 A eso hay que sumarle unos 3.000 muertos más en las guerras contra Portugal que, como hemos visto, tienen mucho que ver con nuestras luchas intestinas. En cuanto a su distribución geográfica, 19 combates se registraron en Entre Ríos, 15 en Santa Fe, 10 en Corrientes y 7 en Buenos Aires y lo que por entonces era Misiones. Además se produjeron 6 en Córdoba, 3 en la actual República Oriental del Uruguay y 1 en Mendoza y San Luis. 

La importante merma demográfica está demostrada para el Litoral, pese a que Buenos Aires y la Banda Oriental no sufrieron las mismas consecuencias. Dora Celton muestra que el Litoral tuvo, entre 1810 y 1825, una tasa de crecimiento anual del 11,2 por ciento, la más baja de todas las regiones del país. En cambio, en los cinco períodos restantes (1825-1840, 1840-1857, 1857-1869, 1869-1895 y 18951914) será la región de mayor crecimiento. Esto significa, durante la primera década revolucionaria, un despoblamiento del Litoral, la falta de mano de obra, la consiguiente merma de producción y una evidente desarticulación económico-social que se tradujo en pérdidas millonarias, en especial para las provincias de Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes.

Sin embargo, esta etapa arroja dos conclusiones básicas: por un lado, la masificación del principio de la autonomía provincial como herramienta para articular las relaciones entre los Estados provinciales, y por el otro, la consolidación de la región litoral como centro de referencia merced a su posición privilegiada con respecto al resto del país. Luego de una década de revolución, el mapa geoestratégico de las Provincias Unidas se había modificado de tal manera que era impensada una solución para el país que no pasara por lo que se impusiera desde la región más rica de la Argentina.

NOTAS

1. Esta interpretación busca superar el análisis del proceso revolucionario a partir de la única referencia de la modernidad —que es claramente un factor exógeno—, para incorporarlo dentro de un esquema explicativo que priorice las continuidades y las particularidades de lo que podríamos definir como la endógena americanidad. Esta tesis debe ser profundizada, algo que excede al motivo de este trabajo.

2. Carlos S. A. Segreti, en el capítulo que escribe para la Nueva Historia de la Nación Argentina, no puede evadirse de la visión argentino-céntrica y cae, por la repetición de enfoques, en la no actualización del tema.

3. Al igual que para el caso argentino, hablar de una nacionalidad uruguaya en 1810 es un anacronismo.

4. Véase la obra de Chiaramonte, Ciudades, provincias, estados.

5. Recordemos que durante la invasión inglesa el Cabildo de Buenos Aires se negó a socorrer a Montevideo cuando ésta fue ocupada por las tropas británicas luego de la Reconquista.

6. Un buen resumen sobre esta etapa se puede encontrar en la obra de Washington Reyes Abadie.

7. Para una interpretación de las asambleas en el período artiguista, véanse los artículos de José Buzzetti y José María Traibel.

8. El ganado y la caballada no sólo eran un vital elemento bélico, en cuanto suponen el alimento y el transporte (la logística) de las tropas, sino que representaban la riqueza material de las provincias litoraleñas, por lo que su posesión y su administración suponían un gesto de soberanía política.

9. El diputado Felipe Cardoso fue acusado de propiciar el segregacionismo en el Alto Perú. Si bien en un principio fue condenado a muerte, luego evitó la pena y fue remitido a La Rioja.

10. En una increíble parábola, este Areguatí (miembro de una familia tradicional durante la época independentista) terminaría de comandante militar de las islas Malvinas en la década de 1820. Véase nuestro libro Batallas de Malvinas.

11. Para su reconstrucción, como para la marcha de las fuerzas descripta anteriormente, apelamos a la obra de Arce y Demonte Vitali, que se sustenta, a su vez, en el diario de campaña de Holmberg y en el detallado parte que éste dirige al director supremo.

12. En una carta firmada por un grupo de oficiales prisioneros de la acción de Espinillo, éstos reconocen haber sufrido 42 muertos y 68 heridos.

13. Éste era subdelegado en Candelaria del gobierno paraguayo de Gaspar Rodríguez de Francia, bajo cuya custodia habían quedado los pueblos de la banda oriental del Paraná por el acuerdo de paz firmado por Belgrano en 1811. Matiauda respondió al llamado de Artigas sin esperar órdenes de su gobierno, y meses después terminaría sirviendo a las tropas directoriales.

14. Halperin Donghi, Revolución y guerra, pág. 227.

15. Si Artigas denunció a Pueyrredón por su connivencia con los portugueses, Buenos Aires siempre recordó las cordiales relaciones que mantenía Otorgués con los realistas.

16. El director Posadas decretó la creación de las provincias de Entre Ríos y Corrientes el 10 de septiembre de 1814.

17. Arce y Demonte Vitali, pág. 131. Samaniego y Eusebio Hereñú se pasarían al bando directorial tentados por la creación de la provincia de Entre Ríos.

18. Parte de Blas Pico, del 29 de septiembre de 1814, en Benencia, tomo I, pág. 46.

19. Entre los granaderos hizo su bautismo de fuego Juan Lavalle, el futuro verdugo de quien comandó la acción de Guayabos.

20. La misma acusación recibió Viamonte por su desdibujada actuación durante la batalla de Huaqui en 1811.

21. La provincia de Santa Fe contaba con unos 15.000 habitantes por esa época, mientras que Corrientes superaba los 30.000 y Entre Ríos rondaba los 20.000. Véase Ernesto Maeder.

22. Las actitudes autonomistas de Güemes tienen mucho que ver con las de Artigas, por lo que cabe preguntarse por qué el poder de Buenos Aires pudo acordar con el jefe salteño para frenar a los realistas y no pudo hacer lo propio con el jefe oriental para contener a los portugueses.

23. Los corsarios artiguistas, en su mayoría marinos estadounidenses, llegaron a actuar hasta en el Mediterráneo. Al respecto hay una muy minuciosa investigación de Agustín Beraza.

24. En el detallado parte escrito por Balcare, éste afirma haber corrido al enemigo y que sólo fue derrotado por la inacción del coronel Pedro Viera, que lideraba la derecha porteña. Viera fue juzgado en Buenos Aires e indultado el 27 de enero de 1819.

25. Para una renovada interpretación sobre el significado sociopolítico de Andresito y sus fuerzas indígenas, véase la vasta producción específica de Jorge Machón.

26. De esta época datan la efímera República de Tucumán, liderada por Bernabé Aráoz y que sostuvo varios combates frente a Salta y Santiago del Estero, y la división de la antigua gobernación de Cuyo, que se disgregó en las actuales provincias de San Juan, San Luis y Mendoza.

27. Un quintal equivale a 46 kilos.

28. El 7 de agosto de 1820, Ramírez recibió los pertrechos, una imprenta y la goleta Invencible, el bergantín Belén y los lanchones Nºs 4 y 5.

29. Según el listado de Zinny.

30. Ramírez adoptó el título de “Jefe Supremo de la República de Entre Ríos” el 30 de noviembre de 1820.

31. En sus memorias, Lucio N. Mansilla reconoce que traicionó a Ramírez porque no quería pelear contra Buenos Aires, que era su provincia de origen.

32. En el parte de la batalla, Lamadrid asegura que su derrota se debió a la huida de la columna izquierda, lideraba por el teniente coronel Justo Fleytas, que comandaba 400 hombres.

33. Es necesario dejar asentado el carácter provisorio de estos datos, los que difícilmente puedan ser confirmados en su totalidad, ya que en los partes las bajas enemigas suelen exagerarse y las propias minimizarse. Por ejemplo, se da por cierta la cifra de 600 muertos de Saucecito, pese a que la consideramos exagerada.

34. Como referencia metodológica, debo aclarar que se intentaron tres fórmulas tendientes a calcular el número probable de muertos para aquellas batallas de las que no contamos con datos precisos. Finalmente se optó por estimar una aproximación, mediante los siguientes pasos. Primero, obtenemos el promedio (ajustado a enteros) de muertos por batalla del período de acuerdo con los partes de combate, mediante la siguiente fórmula: M (muertos registrados en los partes) ÷ B (cantidad de batallas) = A (promedio de muertos por batalla). Con esa base, estimamos la aproximación con la fórmula final: M + A x C 1 + (A ÷ 2) x C 2 + (A ÷ 4) x C 3 = total de muertos (sean registrados o no), donde C 1, C 2 y C 3 corresponden a tres grupos (batallas grandes, medianas y pequeñas) de la cantidad de combates de los cuales no tenemos datos específicos. Para el período considerado en este capítulo, esos valores se traducen en: M (3.372) ÷ B (69) = A (48). Por lo tanto, los términos de la ecuación se resuelven así: M es 3.372 muertos; A x C 1 (13) = 624; (A ÷ 2) x C 2 (13) = 312; y (A ÷ 4) x C 3 (14) = 168. En consecuencia, 3.372 + 624 + 312 + 168 = 4.476.