La revelación de Don Guillermo
Hace más de medio siglo cuando trabajábamos en la investigación que tendría como fruto nuestra primera obra historiográfica importante, Presencia de Chile en la Patagonia Austral 1843–1879*, uno de los aspectos que despertaron mayor interés fue el de rescatar toda la información posible de obtener acerca de la vida en el ámbito sudpatagónico rural que aunque fuera de modo precario había comenzado a impulsar y aprovechar la colonia de Punta Arenas, en especial a partir del gobierno de Oscar Viel (1868–1874).
En esta época se consolidó el establecimiento de Chile en la región del estrecho de Magallanes y se inició una tímida expansión sobre el vastísimo entorno de aquélla, particularmente al norte de la misma, vasto distrito conocido entonces con la denominación generalizadora de «las pampas». Supimos entonces —y disfrutamos mucho con ello— de las noticias sobre baqueanos, aventureros y baguales por perdidos andurriales de la precordillera y cordillera patagónica orientales, sobre su sorprendente naturaleza, sus admirables paisajes y sus variados recursos. Pero, con todo, aquello tenía sabor a poco y el tema, devenido apasionante, invitaba a conocer más sobre él, pero la información a mano era escasa.
Fue tan sostenido nuestro interés que a lo largo de los años profundizamos y ampliamos el conocimiento del que disponíamos y nos convertimos en divulgadores de esa información histórica hasta entonces virtualmente desconocida para el común y que nos parecía tan importante como motivadora.
Publicamos numerosos libros y artículos, con los que procuramos ampliar la información histórica disponible referida al distrito de Última Esperanza y sus aledaños durante el período previo a su ocupación colonizadora.**
Pero, no estábamos conformes pues sabíamos que quedaban aún cabos sueltos y algunos vacíos que exigían ser cobrados unos y llenados otros para obtener una noción satisfactoriamente completa referida al tiempo de la expansión de la gente de Punta Arenas tierra adentro por la precordillera oriental hasta lo más recóndito de Última Esperanza y el suroeste del lago Santa Cruz (Argentino). Estábamos convencidos de que algo importante restaba por conocer sobre la vida protopionera desde que leyendo al explorador Agustín del Castillo en su relación sobre el viaje al mencionado distrito andino encontramos unas frases que nos confirmaron en la suposición. En efecto, mencionando a Guillermo Greenwood, aventurero a quien el explorador argentino había conocido durante su paso por la zona del valle superior del río Gallegos, había escrito: «Durante su larga permanencia en la Patagonia no ha dejado un solo día de enriquecer su libro de apuntes. Ha escrito mucho y siente una profunda indiferencia por todo lo que han dicho algunos extranjeros en contra de la Patagonia»***.
En esos papeles, entonces, si todavía existían, pensamos, debía esconderse un tesoro de noticias sobre la Patagonia impoluta y virgen anterior a la colonización. El cómo llegar a ellos, supuestamente disponibles en forma de un diario de vida, hasta encontrarlos para conocerlos y darlos a conocer al público lector interesado sobre la marcha, pasó a ser una tarea pendiente. Tratamos sobre el punto con Alfredo Prieto, arqueólogo y compañero de trabajo en el Centro de Estudios del Hombre Austral (Instituto de la Patagonia, Universidad de Magallanes) en varias ocasiones y procuramos hallar siquiera una pista que nos condujera a nuestro objetivo, esto es, el hallazgo del preciado documento que imaginábamos olvidado en algún viejo desván familiar en Inglaterra o publicado e igualmente olvidado en algún antiguo diario de desconocida época, en cualquier caso muy lejana, sabedores como éramos de la condición de periodista que en un tiempo de su existencia había tenido Greenwood. Intentamos por aquí y por allá inútilmente y llegamos a pensar que esas memorias del famoso «Don Guillermo» se habían perdido para siempre.
De pronto ¡un milagro!, es decir, un hallazgo de los que de cuando en cuando suelen darse en la búsqueda de viejos papeles. Tal fue posible gracias al «olfato» rastreador de la pareja de investigadores Duncan S. Campbell y Gladys G. Grace P., a través de la acertada creación y manejo de patbrit.org y patlibros.org, sus sitios en internet. No sabemos cómo y con qué mañas lo consiguieron, pero lo que importa es que un día, hace un par de años poco más o menos, nos enteramos por medio de Alfredo Prieto de que los Campbell-Grace habían logrado dar con una pista de información confiable, primero, y después con la ubicación de las crónicas de Greenwood —que de eso se trataba— que habían sido publicadas, durante 1900 y 1901, en The Standard, un antiguo diario publicado en lengua inglesa en Buenos Aires, hecho que habíamos ignorado completamente. Bueno, de cómo sucedió realmente esa búsqueda exitosa y de todo lo que siguió ya nos informan los investigadores, ahora LOS EDITORES, en el ANEXO 1.
Lo que importa indudablemente es que aquellos «apuntes» del semilegendario Don Guillermo se han encontrado finalmente y los mismos tienen el valor de «tesoro de información histórica» que a priori le habíamos otorgado. ¡Y qué tesoro! Gracias al interés y a la diligencia de Duncan y Gladys está ahora, a partir de esta edición en forma de libro, a disposición de cuantos disfrutan con la lectura de las obras concernientes a la Patagonia, en especial las referidas a su historia. En efecto, en las páginas que siguen se presentan debidamente contextualizados los artículos de prensa referidos a diferentes asuntos y temas que en su hora fueron el fruto de las anotaciones y reflexiones hechas por William Greenwood a lo largo de un cuarto de siglo de permanencia en la Patagonia austral, desde 1872 a 1896 aproximadamente, en lo que fue una experiencia vital auténticamente aventurera, tierra adentro en plena naturaleza en condiciones de pristinidad que pronto dejarían de ser tales y, como tal, experiencia única y hasta donde ahora se sabe nunca antes, ni tampoco después, tenida por hombre civilizado alguno con semejantes exigencias por las que aquél pasó.
Añádase a ello que los relatos están escritos en un lenguaje fluido y sencillo, con amenidad, gracia y humor (un auténtico «British sense of humour»), cualidades todas propias de un hombre en verdad culto como fue Greenwood por educación y formación, enriquecidas por una excelente capacidad de observación y análisis y una admirable memoria. Lo que tenemos, en resumen, es una narración histórica que debe aceptarse sin hesitar por veraz, coherente y ecuánime, y que respondió en su momento a la necesidad que debió sentir su autor de saldar una deuda de gratitud para con una tierra vasta y remota que lo había acogido, libre y plena de recursos y fuente, como tal, de fuertes sugerencias espirituales. Greenwood se consideró afortunado por ello y así, en un balance de recuerdos en que lo gratificante de tal existencia superó por lejos sus avatares, algunos en verdad muy duros, decidió participar a sus contemporáneos lo acontecido. Tan afortunado se consideró William Greenwood que pudo pensar, así lo entendemos, que hubiera sido un acto de egoísmo inexcusable conservar únicamente para sí tales recuerdos, en vez de hacerlos conocer a otros para su provecho y disfrute, como plausiblemente decidió hacerlo.

Hemos considerado que vale resaltar las materias o temas en cuya exposición hallamos más interés bajo distintos respectos. De partida, son tanto valiosas como novedosas las noticias que brinda SOBRE LOS INDÍGENAS que por la época habitaban en el territorio magallánico, más todavía sobre los patagones (capítulos 6 y 10 y menciones varias en otros), por cuanto provienen de quien convivió como uno más con ellos y por lo mismo devino informante fiable, como lo fueron antes que él Teófilo Schmid y George Musters y con posterioridad James Radburne, enriqueciendo de esa manera un acervo nunca suficientemente completo sobre el mundo aborigen de la Patagonia austral, en las condiciones de vigencia de su cultura ancestral que pudo conocer.
El AMBIENTE NATURAL en sus variadas particularidades, por otra parte, es tratado reiteradamente por el inglés (capítulos 17 a 21 y aparte en otras varias menciones y en datos sueltos) con la amenidad, sapiencias y veracidad descriptiva de los naturalistas de antaño, aportando con ello una visión cabal sobre el mundo animal de otrora antes que el homo economicus comenzara a intervenirlo, que resulta ciertamente enriquecedora. Igualmente lo es su información única y, por tanto, invaluable sobre los ANIMALES BAGUALES, CABALLOS Y VACUNOS (capítulos 3 y 4 principalmente), en tanto que devinieron fuentes primarias de actividad económica para la colonia de Punta Arenas y, en el caso de los caballos, además, resultaron motivos de atracción para justificar la exploración del distrito andino de Última Esperanza.
De particular interés son sus recuerdos referidos al conocimiento y trato con PERSONAJES DE CIRCUNSTANCIAL PROTAGONISMO HISTÓRICO como Ascencio Brunel, el bandido legendario (capítulo 14); Oscar Viel, capitán de corbeta de la Armada de Chile y gobernador de la Colonia de Magallanes, con noticias en verdad curiosas y hasta sorprendentes sobre su manejo del poder local y su intimidad personal (capítulo 2 y mención en capítulo 1); el científico alemán Gustavo Steinmann (capítulo 12), y en especial, Santiago Zamora, el arquetipo de los baqueanos de antaño (capítulo 5); de igual modo que a SUCESOS EXCEPCIONALES como fueron el motín de los artilleros de Punta Arenas en 1877 (capítulo 9) y la erupción del volcán de los Gigantes (capítulo 13). Si respecto de Brunel y de Zamora entrega antecedentes valiosos para completar los respectivos acervos biográficos disponibles hasta ahora sobre tan interesantes personajes, tocante al Profesor Steinmann, Greenwood aporta información sobre una excursión científica enteramente desconocida y, por cierto, de significación histórica.
En cuanto a los acontecimientos conmocionantes mencionados, sus noticias sobre el motín y sus lamentables consecuencias ratifican y complementan la información conocida sobre el mismo.
Tocante a la erupción volcánica, las informaciones que ofrece Greenwood son tanto novedosas cuanto valiosas por su condición de excepcionales por el valor testimonial presencial del fenómeno referido a la actividad del entonces misterioso volcán andino, cuyo reconocimiento de vigencia se haría más de medio siglo después.
En este aspecto nos sorprende el uso que hace Greenwood de la denominación «Volcán de los Gigantes», no utilizada por entonces, ni después, por otros que hicieron alguna referencia a su actividad, más tenida por presunta que por real en la época, y que personalmente encontramos mencionada por vez primera en el Mapa de la América Meridional, publicado en 1775 por el geógrafo español Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, nos sorprende, repetimos, por cuanto el conocimiento de tal denominación permite suponer el alto grado de ilustración que pudo tener el inglés.****
Interesantes son también sus noticias y reflexiones sobre el origen y la ACTIVIDAD CRIADORA OVEJERA durante el quinto final del siglo XIX y sobre la «fiebre ovina» como acertadamente la califica y que trata con la propiedad surgida de la propia experiencia (capítulos 15, 16 y 22).
Pero, a nuestro juicio, si lo recuperado de Greenwood es un tesoro de información histórica, como lo es en verdad, lo más preciado de su legado escrito lo tenemos en sus capítulos 7, 8, 10 y aun el 11, que son los que de manera pormenorizada y sabrosa, con toques a veces dramáticos, dan cuenta de lo acontecido en LA PATAGONIA AUSTRAL PROFUNDA ENTRE 1877 Y 1882 aproximadamente, lapso durante el que el autor protagonista tuvo sus experiencias de campo más ricas en variado sentido que, no debiera caber duda, lo marcaron para siempre y sobre las que el explorador Agustín del Castillo ofreció una sugerente síntesis en su propia relación de viaje. Cuanto allí se contiene debe ser leído con fruición pues en sus palabras y en el espíritu motivador que ellas trasuntan está la suma que ahora, por vez primera, permite disponer de información de primera mano, detallada y muy completa y, como tal, irremplazable acerca de lo que fue la vida en un territorio de frontera colonizadora, en un ambiente natural que como sus contados protagonistas es ya historia por irreversible.
Es el contenido de lo escrito y recuperado, finalmente, lo que alguna vez esperamos que fuera y quizá más. De allí que hacer este estudio preliminar para su publicación nos complace íntimamente y nos hace sentirnos partícipes siquiera secundarios de un esfuerzo de búsqueda exitoso.
Bien hizo la tradición en recoger el nombre de Greenwood según fue conocido y respetado por sus contemporáneos —Don Guillermo— y mejor la posteridad en mantenerlo atribuyéndolo a un arroyo y a un paraje por los que tantas veces pasó en sus andaduras patagónicas. Su memoria, por lo que recogió con valor testimonial sobre la naturaleza y sus semejantes, por lo que reveló como explorador para el interés común y para la ciencia, y por lo que legó como escritor, todo, absolutamente justifica nuestro reconocimiento. En este sentido, la publicación de sus memorias tiene el valor de una revelación significativa y es al mismo tiempo un merecido homenaje a su recuerdo.
Esta ponderación podrá aparecer a algún lector como cosa excesiva, pero en verdad no lo es, viniendo como viene de quien ha hecho del conocimiento de la historia regional la dedicación de una vida. En su largo transcurso y en la materia específica que nos concierne —los distritos de la precordillera oriental sudpatagónica— hemos visto como el acervo se ha enriquecido y completado poco a poco y ahora, con el aporte de Don Guillermo Greenwood, virtualmente se redondea. Es la oportunidad para reconocer y agradecer la vocación de los varios inmigrantes y viajeros británicos de otrora en Patagonia, que en su conjunto han entregado información provechosa por demás para el conocimiento histórico.
Mención particular merece aquí la creatividad y perseverancia de Duncan Campbell y Gladys Grace en su tarea de búsqueda y preservación de la memoria histórica patagónica relacionada con la presencia británica en el territorio, con resultados tan relevantes y gratificantes como el que tenemos entre manos.
De modo destacado debe hacerse referencia, además, al trabajo que ellos realizaron con la traducción del inglés al español del contenido de la documentación recuperada, tarea que han hecho con talento y con cuidado, lo que ha permitido preservar el sentido de lo escrito en su lengua original como su correcta versión a nuestro idioma. Han conseguido así un texto de fácil y muy amena lectura que en nada desmerece a lo que fuera su expresión primera.
Por supuesto, y aunque por obra de las circunstancias de aparición tardía, este libro se incorpora de ahora en más con mérito suficiente al elenco de las obras clásicas sobre la vieja y entrañable Patagonia austral.
Mateo Martinić B.
PUNTA ARENAS, 2015
* Editorial Andrés Bello 1963 y 1971.
** Vale, como ejemplos, recordar un primer artículo en el diario La Prensa Austral sobre los baqueanos (1964) y los libros Patagonia de ayer y de hoy (1980) y Última Esperanza en el tiempo (1983). Es más, proseguimos por esa veta buscando y buscando y así aparecieron novedades en trabajos como «Evelyn Ellis, excursionista aventurero en Santa Cruz» (Revista Patagónica 38, Buenos Aires 1988); Los caballos baguales en Última Esperanza (Punta Arenas 1999); «Viajeros desconocidos en la Patagonia Austral durante la década de 1870» (Magallania 32, Punta Arenas 2004) y «Los Césares de la Patagonia, ¿otra fuente indígena para la leyenda o una hasta ahora desconocida creación del imaginario aónikenk?» (Magallania 35(2), Punta Arenas 2007), entre otros.
*** Exploración de Santa Cruz y Costas del Pacífico, Marymar, Buenos Aires 1979, pág. 63.
**** Esta, la actividad volcánica de la misteriosa caldera andina, es una materia que nos atañe directamente tanto que sobre la misma nos hemos ocupado repetidamente (1960, 1980, 1982, 1985, 1988) y, de modo totalizador, en 2008 en nuestro artículo «Registro histórico de antecedentes volcánicos y sísmicos en la Patagonia austral y la Tierra del Fuego» (Magallania 36(2), Punta Arenas).