LIBRO VII
CONTINUACIÓN Y FIN DE LA EXPEDICIÓN A SICILIA
DEL VERANO DEL 414, DECIMOCTAVO AÑO DE GUERRA, AL VERANO DEL 413, DECIMONOVENO AÑO DE GUERRA
SINOPSIS
DECIMOCTAVO AÑO DE GUERRA . SEGUNDA PARTE .
Desembarco de Gilipo en Hímera, al norte de Sicilia.
Gilipo y el corintio Góngilo llegan a una Siracusa en apuros.
Ultimátum y primeros ataques de Gilipo. Toma de Lábdalo.
Los siracusanos. comienzan el tercer muro de contrabloqueo y los atenienses fortifican Plemirio.
Gilipo es derrotado en un primer combate.
Victoria de Gilipo. El tercer muro siracusano sobrepasa el muro ateniense
Medidas atenienses para socorrer al cuerpo expedicionario.
Preparativos en Atenas y en Corinto.
Preparativos lacedemonios y fin del decimoctavo año de guerra.
19 -VIII 6.
DECIMONOVENO AÑO DE GUERRA : 413-412 A . C.
VERANO DEL AÑO DECIMONOVENO: MARZO-OCTUBRE DEL 413.
Invasión del Ática y fortificación de Decelia. Refuerzos peloponesios hacia Sicilia.
Expedición ateniense al Peloponeso. Partida de la flota de Demóstenes rumbo a Sicilia.
Los siracusanos se disponen a combatir por mar.
Se entabla la batalla por tierra y por mar.
Gilipo toma Plemirio, pero la flota siracusana es derrotada.
Importancia de la toma de Plemirio.
Diversas acciones tras la toma de Plemirio.
Viaje de Demóstenes alrededor del Peloponeso (mayo-junio del 413).
Inútil llegada de los mercenarios tracios. Digresión sobre las consecuencias de Decelia.
Sigue la digresión. Resistencia de Atenas ante las dificultades. Penuria financiera.
Actividad de los atenienses en la costa occidental de Grecia.
Emboscada en Sicilia a los refuerzos siciliotas a Siracusa.
Más ayuda siciliota a Siracusa. Los refuerzos atenienses llegan a Italia.
Batalla naval entre los corintios y los atenienses de Naupacto.
Disposiciones tácticas de los siracusanos.
Los siracusanos inician el ataque por tierra y por mar.
La batalla naval. La táctica siracusana del ataque frontal con las proas reforzadas.
Demóstenes y Eurimedonte ante Siracusa. Planes de Demóstenes.
Éxito inicial del ataque nocturno de Demóstenes. Contraataque beocio.
Dificultades del historiador para obtener información sobre esta batalla. Derrota de los atenienses.
Optimismo siracusano tras la victoria. Acciones diplomáticas.
Desmoralización ateniense. Demóstenes, partidario de la retirada.
Triunfo de Nicias ante la segunda propuesta de Demóstenes. Los atenienses continúan en Siracusa.
Decisión siracusana de no dar cuartel a los atenienses. Ataque por tierra.
Error de Eurimedonte y victoria naval siracusana.
Los siracusanos cierran la boca del puerto.
Consejo de los mandos atenienses ante el peligro. Planes de evacuación.
Últimas exhortaciones de Nicias. La flota leva anclas.
Las tropas de tierra contemplan la batalla naval. El descalabro ateniense.
Un ejército humillado abandona el campamento.
Comienza la marcha. El penoso avance de los tres primeros días.
Días cuarto y quinto. Los siracusanos cierran el paso a los atenienses.
Cambio de ruta en la noche del quinto día. Nicias y Demóstenes se separan.
Día sexto. Demóstenes es rodeado.
Demóstenes capitula. Nicias llega al río Eríneo.
Día séptimo. Al sur del Eríneo. Ultimátum a Nicias.
Día octavo. La matanza del río Asínaro.
DECIMOCTAVO AÑO DE GUERRA. SEGUNDA PARTE
GILIPO SALVA A SIRACUSA . HACIA EL FINAL DEL VERANO
Desembarco de Gilipo en Hímera, al norte de Sicilia
Entre tanto, Gilipo y Pitén, una vez [1 ] que hubieron reparado sus naves 1 , navegaron a lo largo de la costa desde Tarento hasta la ciudad de los locros epicefirios 2 . Informados allí, esta vez con mayor seguridad, de que Siracusa todavía no estaba completamente bloqueada 3 con un muro, y de que aún era posible llegar con un ejército y entrar en ella por las Epípolas, deliberaron sobre si debían arriesgarse a una llegada por mar 4 , dejando Sicilia a su derecha, o si debían, dejándola a la izquierda, hacer primero rumbo a Hímera 5 y llegar por tierra 6 tras tomar consigo a los propios himereos y a todas las demás fuerzas a las que lograran persuadir. Y decidieron hacer rumbo hacia Hímera, tanto más cuanto [2] que todavía no se habían presentado en aguas de Regio las cuatro naves áticas que Nicias, a pesar de todo 7 , había enviado al enterarse de que ellos estaban en Locros. Anticipándose, pues, a esta flotilla de vigilancia emprendieron la travesía del estrecho, y, tras hacer escala en Regio y Mesene, llegaron a Hímera. Una vez allí, persuadieron a [3] los himereos a ayudarles en la guerra, uniéndose ellos mismos a la expedición y proporcionando armas a todos los marineros de sus naves que no las tuvieran 8 (pues en Hímera pusieron las naves en seco); y enviaron un mensaje a los selinuntios 9 invitándoles a encontrarse con ellos con todo su ejército 10 en un lugar determinado. También les [4] prometieron el envío de un ejército no muy numeroso los de Gela 11 y algunos pueblos sículos; éstos estaban mucho mejor dispuestos a pasarse a su lado, bien porque recientemente había muerto Arcónides 12 , que reinaba sobre algunos pueblos sículos de la región 13 y era un poderoso amigo de los atenienses, bien por la animosa disposición con [5] que Gilipo parecía venir de Esparta. Gilipo tomó, pues, consigo a sus soldados de a bordo y a sus marineros que estaban armados 14 , unos setecientos hombres, así como a los hoplitas e infantería ligera de Hímera, en número de mil entre los dos grupos, más sus cien hombres de caballería, a algunas tropas ligeras y de caballería de Selinunte, a un pequeño contingente de Gela y, en fin, a cerca de un millar de sículos en total 15 ; y con estas fuerzas se puso en marcha hacia Siracusa.
Gilipo y el corintio Góngilo llegan a una Siracusa en apuros
Mientras tanto, los corintios que habían [2 ] zarpado de Léucade acudían en su ayuda con el resto de las naves 16 todo lo rápidamente que podían, y Góngilo 17 , uno de los comandantes corintios, que había partido el último con una sola nave, llegó el primero a Siracusa 18 , un poco antes que Gilipo. Y encontrándose con que los siracusanos iban a reunirse [2] en asamblea para discutir sobre el modo de poner fin a la guerra 19 , se lo impidió 20 y les dio ánimos, anunciándoles que ya estaban en camino otras naves y que también llegaba Gilipo, hijo de Cleándridas, enviado como general [3] en jefe 21 por los lacedemonios. Los siracusanos recobraron el ánimo y en seguida efectuaron una salida con todo el ejército para ir al encuentro de Gilipo 22 , pues habían sabido que ya estaba cerca. Gilipo, en el camino, había tomado Ietas 23 , una fortaleza de los sículos, y en ese momento, tras disponer a sus fuerzas en orden de batalla, llegaba [4] a las Epípolas; y una vez allí subió por el Eurielo, por donde también habían subido los atenienses la primera vez 24 , y en compañía de los siracusanos avanzó contra el muro de los atenienses 25 . Se dio el caso de que su llegada se produjo en el momento en que los atenienses ya habían terminado el doble muro de siete u ocho estadios 26 que se extendía hasta el Puerto Grande 27 , a excepción de un pequeño tramo junto al mar en el que todavía estaban trabajando. En cuanto a la otra parte del muro, la que desde arriba del fuerte circular 28 se dirigía a Trógilo, en el otro lado del mar 29 , ya se habían amontonado las piedras en la mayor parte del trazado e incluso habían quedado tramos a medio construir y otros completamente acabados. Tan cerca del peligro estuvo Siracusa.
Ultimátum y primeros ataques de Gilipo. Toma de Lábdalo
Los atenienses, al arremeter súbitamente [3 ] contra ellos Gilipo y los siracusanos, en un primer momento se quedaron desconcertados, pero luego se colocaron en orden de batalla 30 . Gilipo hizo alto a corta distancia 31 y envió un heraldo para decirles que, si querían salir de Sicilia en el plazo de cinco días llevándose sus pertenencias, estaba dispuesto a concluir una tregua. Pero los atenienses recibieron la propuesta con desprecio [2] y despidieron al heraldo sin respuesta. Y a continuación unos y otros, frente a frente, se prepararon para la batalla. Gilipo, al ver que los siracusanos eran presa [3] de la confusión y que tenían dificultades para mantenerse en formación de combate 32 , hizo retroceder a su ejército a un campo más abierto 33 . Nicias, sin embargo, no hizo avanzar a los atenienses, sino que se quedó quieto junto a su muro. Y cuando Gilipo se dio cuenta de que los atenienses no avanzaban, retiró su ejército a la altura llamada [4] Temenitis 34 , y allí vivaquearon. Al día siguiente, condujo al grueso del ejército y lo alineó enfrente de los muros de los atenienses a fin de que no pudieran acudir en ayuda a ninguna parte, y envió una parte de sus tropas al fuerte de Lábdalo 35 y lo tomó, e hizo matar a todos los hombres que cogió en él; aquel lugar no estaba a la vista de los [5] atenienses. Ese mismo día una nave ateniense en misión de vigilancia delante del puerto 36 fue apresada por los siracusanos.
Los siracusanos comienzan el tercer muro de contrabloqueo y los atenienses fortifican Plemirio
Después de estos hechos, los siracusanos [4 ] y sus aliados comenzaron a construir un muro sencillo 37 a través de las Epípolas, partiendo de la ciudad, por la parte de arriba 38 y en sentido transversal 39 , a fin de que los atenienses, si no lograban impedir su construcción, ya no fueran nunca capaces de cercarles con un muro. Y hacía poco [2] que los atenienses habían vuelto a la parte de arriba, después de haber terminado el muro del lado del mar 40 , cuando Gilipo (en vista de que había algún punto débil en el muro ateniense) 41 tomó de noche a su ejército y marchó [3] contra él. Los atenienses (se daba el caso de que se hallaban vivaqueando fuera) 42 , tan pronto como se dieron cuenta, salieron a su encuentro; pero Gilipo los vio y retiró en seguida a sus hombres. Entonces los atenienses elevaron la altura de aquella parte del muro y ellos mismos montaron la guardia en aquel sitio 43 , en tanto que dispusieron a los demás aliados por el resto de la fortificación, asignándoles el sector que cada contingente debía vigilar.
[4] Por su parte, Nicias decidió fortificar el lugar llamado Plemirio; se trata de un promontorio situado enfrente de la ciudad 44 , que, al formar un saliente, estrecha la bocana del Puerto Grande; le parecía que si se fortificaba la zona, resultaría más fácil la entrada de suministros, pues sus naves echarían el ancla a una menor distancia del puerto de Siracusa 45 y no tendrían, como ahora, que efectuar salidas contra el enemigo desde el fondo del puerto si se producía algún movimiento de la flota siracusana. Entonces Nicias comenzó a prestar mayor atención a la guerra naval, viendo que desde la llegada de Gilipo habían disminuido sus esperanzas por tierra 46 . Trasladó, pues, unas tropas y [5] las naves a aquel lugar 47 , y construyó tres fuertes, donde fue depositada la mayor parte de los pertrechos, y desde entonces fondearon allí los grandes transportes y las naves rápidas. Y así fue igualmente entonces cuando comenzó [6] el sufrimiento de las tripulaciones; al tener el agua escasa y no en las proximidades, y también cuando los marineros salían en busca de leña, morían a manos de la caballería siracusana, dueña del terreno. Los siracusanos, en efecto, habían situado un tercio de su caballería en la aldea vecina al Olimpieo 48 a causa de las tropas de Plemirio, para impedir [7] que salieran a saquear el país. Por otra parte, Nicias había sido informado de que las restantes naves corintias 49 estaban navegando hacia allí, y, para vigilarlas, envió veinte naves, con orden de estar al acecho en aguas de Locros y Regio y en los accesos a Sicilia.
Gilipo es derrotado en un primer combate
[5 ] Entre tanto, Gilipo proseguía la construcción del muro a través de las Epípolas 50 , utilizando las piedras que los atenienses habían amontonado previamente para sí, y al mismo tiempo ordenaba continuas salidas de los siracusanos y sus aliados y los situaba delante del muro 51 , y los atenienses, por su parte, [2] formaban enfrente de ellos. Cuando Gilipo juzgó que había llegado el momento oportuno, inició el ataque; pero al trabar combate lucharon entre los muros, en un terreno donde la caballería de los siracusanos no era de ninguna [3] utilidad. Los siracusanos y sus aliados fueron vencidos y, una vez que hubieron recogido a sus muertos en virtud de una tregua y que los atenienses hubieron erigido un trofeo, Gilipo reunió al ejército y les dijo que el error no había sido de ellos, sino suyo, puesto que con la formación que había ordenado —dispuesta demasiado adentro entre los muros— 52 había privado de su utilidad a la caballería y a los lanzadores de dardos, y que por eso en [4] seguida iba a conducirlos de nuevo al ataque. Y los exhortó a considerar que por lo que hacía a los preparativos materiales no iban a llevar la peor parte, mientras que en lo tocante a su moral, no sería tolerable que quienes eran peloponesios y dorios no pretendieran vencer y expulsar del país a jonios, isleños y chusma de diversa procedencia 53 .
Victoria de Gilipo. El tercer muro siracusano sobrepasa el muro ateniense
Después de esto, cuando fue el momento [6 ] oportuno 54 , los condujo de nuevo contra el enemigo. Por su parte, Nicias y los atenienses consideraban que, aun en el caso de que aquéllos no se decidieran a presentar batalla, era menester para ellos no permitir el avance de un muro perpendicular al suyo (pues la construcción de los siracusanos ya estaba a punto de desbordar el extremo del muro ateniense, y si lo rebasaba iba ya a significar lo mismo para ellos vencer todo el tiempo en los combates o no combatir en absoluto) 55 , y, en consecuencia, fueron a su vez al encuentro de los siracusanos. Gilipo, tras hacer avanzar a sus hoplitas [2] más lejos de los muros que la vez anterior, trabó contacto con el enemigo; había situado a la caballería y a los lanzadores de jabalina en el flanco de los atenienses, en un campo abierto donde terminaban las obras de los muros de [3] ambos bandos. En el curso de la batalla la caballería se lanzó contra el ala izquierda de los atenienses, que estaba frente a ella, y la puso en fuga; a causa de esto el resto del ejército también fue vencido por los siracusanos y fue [4] rechazado hasta el interior de sus fortificaciones. Y durante la noche siguiente los siracusanos lograron adelantarse en la edificación de su muro y desbordaron la construcción de los atenienses, de modo que en adelante ya no cabría la posibilidad de ser obstaculizados por los atenienses 56 , y éstos ya no podrían bloquearlos con un muro, aun en el caso de imponerse en el campo de batalla.
La flota corintia llega a Siracusa. Preparativos de Gilipo
[7 ] Después de estos hechos, las doce naves restantes 57 de los corintios, ampraciotas y leucadios entraron en el puerto tras burlar la vigilancia de los atenienses (las mandaba el corintio Erasínides) 58 , y sus tripulaciones ayudaron a los siracusanos en la construcción [2] del resto del muro transversal 59 . Entre tanto, Gilipo marchó a otras regiones de Sicilia en busca de refuerzos, tratando de reunir contingentes navales y de tierra, y al mismo tiempo con la intención de atraer a su causa a aquellas ciudades que no mostraban entusiasmo o a las que todavía se mantenían completamente al margen de la guerra. Y otros embajadores siracusanos y corintios fueron enviados [3] a Esparta y a Corinto a fin de que se hiciera pasar un nuevo ejército en transportes o en barcos mercantes, o por cualquier otro medio que conviniera, puesto que los atenienses también enviaban a buscar otras tropas. Y, [4] mientras tanto, los siracusanos equipaban una flota y efectuaban maniobras con el propósito de atacar con ella, y en todo lo demás también estaban muy animados.
LA CARTA DE NICIAS . COMIENZA EL INVIERNO
Nicias escribe a Atenas
Nicias, que se daba cuenta de ello y [8 ] veía cómo de día en día aumentaba la fuerza de los enemigos así como la dificultad de su propia situación, enviaba, también él, mensajeros a Atenas; en otras muchas ocasiones había dado parte pormenorizado de los acontecimientos, y ahora lo hizo con más interés que nunca, pues pensaba que su situación era crítica, y que no habría ninguna posibilidad de salvación si con la mayor prontitud no se ordenaba el regreso de sus tropas o no se le enviaban refuerzos en una cuantía nada escasa. Ante el temor de que los enviados, bien por incapacidad [2] oratoria, bien porque les fallara la memoria 60 o por querer presentar un relato que agradara al pueblo 61 , no expusieran la realidad de la situación, escribió una carta 62 , pensando que de esta manera los atenienses se enterarían de la mejor forma de su opinión personal, sin que fuera desfigurada por el mensajero, y que así deliberarían sobre la [3] verdadera situación. Y cuando los hombres enviados por Nicias partieron con esta carta y con las instrucciones sobre lo que debían decir ellos mismos, él se dedicó al cuidado del ejército, con mayor preocupación por su defensa que por exponerlo voluntariamente al peligro.
Operaciones en Tracia
Al final del mismo verano, el estratego [9 ] ateniense Evetión 63 , juntamente con Perdicas 64 , emprendió una expedición contra Anfípolis con un importante contingente de tracios 65 ; no logró tomar la ciudad, pero hizo que las trirremes doblaran la costa hasta el Estrimón 66 y desde el río puso sitio a la plaza, tomando como base Himereo 67 . Y así acabó el verano.
Llega a Atenas el mensaje de Nicias
Ya había comenzado el invierno siguiente 68 [10 ] cuando llegaron a Atenas los enviados de Nicias. Comunicaron todo lo que se les había encargado de palabra, contestaron a las cuestiones que les fueron formuladas, y entregaron la carta. Y el secretario de la ciudad 69 se adelantó y la leyó a los atenienses. Decía en esencia lo que sigue 70 :
El contenido de la carta de Nicias
[11 ] «Los acontecimientos anteriores, atenienses, los conocéis por otros muchos informes; pero ahora más que nunca es oportuno que seáis informados de la situación en que estamos y que decidáis en consecuencia.
[2] Después de haber derrotado a los siracusanos, contra quienes fuimos enviados 71 , en la mayor parte de las batallas, y de haber construido las fortificaciones en las que ahora nos encontramos, ha llegado el lacedemonio Gilipo con un ejército procedente del Peloponeso y de algunas ciudades de Sicilia. En el primer combate ha sido vencido por nuestras fuerzas, pero al día siguiente su numerosa caballería y sus lanzadores de dardos nos han forzado a retirarnos [3] al interior de nuestros muros. Ahora, pues, nosotros hemos interrumpido las obras de circunvalación debido al gran número de enemigos y estamos inactivos, ya que ni siquiera podríamos hacer uso de todo nuestro ejército al absorber la guardia de los muros una parte de nuestras fuerzas hoplíticas. Ellos, en cambio, han logrado construir un muro sencillo en sentido transversal al nuestro, de modo que ya no es posible cercarlos a no ser que se consiga tomar al asalto ese muro transversal con un numeroso ejército. Lo que ha pasado es que, aunque en apariencia nosotros [4] estamos sitiando a otros, somos más bien nosotros mismos quienes sufrimos esta suerte, al menos en tierra, pues a causa de su caballería ni siquiera podemos efectuar incursiones de cierto alcance por su territorio.
Han enviado, además, embajadores al Peloponeso en [12 ] busca de otro ejército, y Gilipo se dirige a las ciudades de Sicilia con el propósito de persuadir a luchar a su lado a las que ahora se mantienen al margen de la guerra y para obtener de las otras, si puede, más tropas de infantería y refuerzos navales. Tienen el proyecto, según las [2] informaciones que he recibido 72 , de efectuar un ataque combinado, contra nuestros muros con sus fuerzas de tierra y por mar con sus naves. Y que a ninguno de vosotros [3] le parezca extraño que sea también por mar. Porque nuestra flota —y esto también lo saben ellos perfectamente 73 — al principio estaba en unas condiciones óptimas, tanto por lo que respecta a la impermeabilidad de las naves como en lo referente al buen estado de sus tripulaciones; pero ahora nuestras naves hacen agua 74 , debido al largo tiempo que ya llevan en el mar, y las tripulaciones han sufrido [4] pérdidas. No es posible sacar las naves a tierra y ponerlas a secar, porque las del enemigo son iguales o incluso superiores en número y constantemente nos tienen a la espera [5] de que puedan efectuar una salida contra nosotros. Son visibles sus maniobras en este sentido, y las iniciativas de ataque están en manos de los siracusanos y también tienen mayor libertad para poner en seco sus naves, pues ellos no han de estar fondeados al acecho de otros.
[13 ] A nosotros, en cambio, a duras penas se nos presentaría esta posibilidad 75 con una gran abundancia de naves aunque no nos viéramos obligados, como ocurre ahora, a utilizarlas todas en la vigilancia. Porque, si aflojamos la guardia, por poco que sea, nos quedaremos sin suministros, que ahora ya nos llegan con dificultad pasando por [2] delante de su ciudad. Y nuestras tripulaciones han sufrido pérdidas y todavía las siguen sufriendo por lo siguiente. Los marineros, al recoger leña o ir a por botín y agua a una gran distancia, caen a manos de la caballería; los esclavos, desde que nuestras fuerzas se han equilibrado, se pasan al enemigo; y en cuanto a los extranjeros, aquellos que se embarcaron por obligación 76 tan pronto como pueden se dispersan por las ciudades 77 , mientras que de aquellos que al principio fueron seducidos por una gran soldada, y que creían que iban a enriquecerse más que a combatir 78 , una vez que han visto, en contra de lo esperado, que hay una resistencia por parte enemiga tanto por lo que respecta a la flota como en todo lo demás, unos se marchan con cualquier pretexto con la idea de desertar 79 , y otros huyen como cada uno puede ingeniárselas, y Sicilia es grande para ello. Incluso hay algunos que han traficado con esclavos de Hícara 80 y que han persuadido a los trierarcos a embarcarlos en su lugar, acabando así con la eficacia de la flota.
[14 ] Os escribo esto a vosotros que sabéis perfectamente cuán breve es el período de máxima eficiencia de una tripulación 81 y cuán pocos son los marineros que, una vez puesta en movimiento la nave, logran mantener la cadencia [2] de los remos. Pero la más embarazosa de todas estas dificultades la constituye el hecho de que yo, que soy el estratego, me veo incapaz de poner fin a estos desmanes —pues vuestro carácter es difícil de controlar—, y también el que ni siquiera tenemos los medios para completar las dotaciones de nuestras naves, posibilidad que se ofrece al enemigo desde muchas partes; en nuestro caso, en cambio, es preciso que lo que tenemos y lo que perdemos 82 proceda del mismo sitio, de lo que poseíamos a nuestra llegada, pues Naxos y Catana, las ciudades que ahora son nuestras [3] aliadas, no disponen de recursos. Y tan sólo con que el enemigo obtenga una nueva ventaja, la de que los países de Italia que nos aprovisionan 83 , al ver en qué situación estamos sin que nos enviéis ayuda, se pasen a su lado, entonces habrá ganado definitivamente la guerra sin combatir 84 , porque nosotros nos veremos obligados a capitular.
Habría podido enviaros otro mensaje más agradable, [4] pero no más útil ciertamente, si es preciso que conozcáis perfectamente la situación de aquí para tomar una decisión en consecuencia. Y conociendo al mismo tiempo vuestro carácter y sabedor de que queréis oír las palabras más halagadoras, pero que luego buscáis un culpable si los hechos no se corresponden a las palabras, he considerado por ello más seguro manifestaros la verdad.
En cuanto a lo que fue el primer objetivo de nuestra [15 ] venida, tened ahora la certeza de que ni soldados ni jefes nos hemos hecho merecedores de vuestro reproche. Pero una vez que toda Sicilia se está uniendo y que están a la espera de otro ejército procedente del Peloponeso, tomad una decisión sin tardanza, considerando que, al no ser suficientes nuestras tropas de aquí ni siquiera para enfrentarse a la situación actual, se hace preciso o enviarlas a buscar o enviar otro ejército no inferior con tropas de tierra y fuerzas navales, dinero en no escasa cuantía, y, en fin, un sucesor para mí, ya que no estoy en condiciones de permanecer en mi puesto a causa de una nefritis. Cuento [2] con vuestra indulgencia, pues mientras he tenido salud os he prestado muchos y buenos servicios desde mis puestos de mando. Y en cuanto a lo que vayáis a hacer, hacedlo tan pronto como comience la primavera y sin ningún retraso, conscientes de que el enemigo conseguirá los refuerzos de Sicilia en muy poco tiempo y, aunque tal vez algo más lentamente, también tendrá los del Peloponeso, si no prestáis atención, bien burlando vuestra vigilancia, como ya ha ocurrido anteriormente, bien anticipándose a vuestra acción» 85 .
PREPARATIVOS EN GRECIA: DICIEMBRE DEL 414 - FEBRERO DEL 413 Y FIN DEL DECIMOCTAVO AÑO DE GUERRA
Medidas atenienses para socorrer al cuerpo expedicionario
[16 ] Esto era lo que manifestaba la carta de Nicias. Los atenienses, después de escucharla, no relevaron a Nicias del mando, pero, hasta que no llegaran a Sicilia otros comandantes elegidos para colaborar con él, le asignaron dos colegas entre los hombres que se encontraban allí, Menandro y Eutidemo 86 , a fin de que en su situación de enfermedad no tuviera que afrontar solo todas las responsabilidades; votaron asimismo enviar otro ejército, con fuerzas navales y de tierra, compuesto por atenienses de las listas de reclutamiento 87 y por aliados; y para compartir el mando con Nicias eligieron a Demóstenes, hijo de Alcístenes, y a Eurimedonte, hijo de Tucles 88 . A Eurimedonte lo enviaron a Sicilia inmediatamente, por [2] el solsticio de invierno 89 , con diez naves y con ciento veinte talentos de plata 90 y al mismo tiempo con la orden de anunciar a las tropas de Sicilia que iban a llegarles refuerzos y que se estaría al cuidado de ellos.
Preparativos en Atenas y en Corinto
Demóstenes se quedó preparando la [17 ] expedición a fin de emprenderla al comienzo de la primavera; para ello exigió a los aliados la leva de un ejército y en Atenas se procuró dinero, naves y hoplitas. Por otra parte, los atenienses enviaron veinte naves [2] en torno al Peloponeso 91 , con la misión de cuidar de que nadie pasara a Sicilia desde Corinto o el Peloponeso. [3] Lo que ocurrió fue que los corintios, al llegarles los embajadores con la noticia de que la situación de Sicilia había mejorado, considerando que su anterior envío de naves no había sido inoportuno, se animaron mucho más y por su parte se pusieron a preparar un envío de hoplitas a Sicilia a bordo de barcos de carga, mientras que los lacedemonios se disponían a enviar por el mismo procedimiento otras [4] fuerzas del resto del Peloponeso. Los corintios, además, equiparon veinticinco naves, a fin de intentar un enfrentamiento naval con la flota de vigilancia con base en Naupacto 92 , de forma que los atenienses de Naupacto tuvieran menos facilidades para impedir que se hicieran a la mar sus barcos de carga si debían cuidarse de la vigilancia de sus trirremes que les plantaban cara.
Preparativos lacedemonios y fin del decimoctavo año de guerra
[18 ] Los lacedemonios también preparaban una invasión del Ática, de acuerdo con la decisión que ya habían tomado anteriormente 93 y a instancias de los siracusanos y corintios, que, al enterarse de los refuerzos que Atenas enviaba a Sicilia, les urgían a ello, a fin de que el envío de refuerzos fuera obstaculizado por la invasión 94 . Y Alcibíades les aconsejaba con insistencia que fortificasen Decelia 95 y que no cejaran en el empeño de la guerra. Pero lo que sobre todo infundió un cierto [2] ánimo en los lacedemonios fue considerar que los atenienses, al mantener una doble guerra, contra ellos y contra los siciliotas, podían ser más fácilmente dominados, y pensar asimismo que aquéllos habían sido los primeros en romper el tratado de paz 96 . Porque en la guerra anterior la transgresión había venido principalmente de su lado, puesto que los tebanos habían marchado contra Platea en plena vigencia de un tratado de paz 97 y, a pesar de haberse estipulado en los pactos precedentes que no se tomarían las armas contra nadie si la otra parte estaba dispuesta a someterse a un arbitraje 98 , ellos mismos no habían aceptado las propuestas de arbitraje que les hacían los atenienses 99 . Y por ello consideraban que era natural que no les hubiera favorecido la fortuna y se explicaban así la desgracia de Pilos y los demás contratiempos sufridos 100 . Pero, [3] una vez que los atenienses, partidos de Argos con sus treinta naves, habían devastado parte del territorio de Epidauro y de Prasias 101 y otras regiones, y que al mismo tiempo se dedicaban al bandidaje desde su base de Pilos, y que, cuantas veces surgían diferencias sobre alguno de los puntos conflictivos del tratado, no querían doblegarse a pesar de las propuestas de arbitraje lacedemonias, entonces los lacedemonios, considerando que la misma transgresión, de la que antes se habían hecho culpables, se había cambiado en esta ocasión al bando de los atenienses, estaban llenos [4] de entusiasmo respecto a la guerra. Y en ese mismo invierno hicieron circular entre los distintos aliados la orden de proporcionar hierro 102 , y prepararon los demás utensilios necesarios para la construcción de fortificaciones en territorio enemigo. Al mismo tiempo, con el propósito de enviar socorro en barcos mercantes a los de Sicilia, ellos mismos se los procuraron y obligaron a hacer lo propio a los otros peloponesios. Así acabó el invierno y con él acabó el decimoctavo año de esta guerra, cuya historia escribió Tucídides.
DECIMONOVENO AÑO DE GUERRA: 413-412 A. C.
VERANO DEL AÑO DECIMONOVENO: MARZO-OCTUBRE DEL 413
ACTIVIDAD EN GRECIA: MARZO DEL 413
Invasión del Ática y fortificación de Decelia. Refuerzos peloponesios hacia Sicilia
En cuanto comenzó la primavera siguiente 103 , [19 ] más pronto que en otras ocasiones, los lacedemonios y sus aliados invadieron el Ática; los conducía Agis, hijo de Arquidamo, rey de los lacedemonios. Primero devastaron el país por la parte del llano y después comenzaron a fortificar Decelia, distribuyéndose el trabajo entre las distintas ciudades. Decelia se encuentra a una distancia de [2] unos ciento veinte estadios de la ciudad de Atenas, y la distancia respecto a Beocia es semejante o algo superior 104 . El fuerte era construido en una posición que dominaba el llano y las mejores zonas de la región a fin de hostigar a los atenienses, y era visible desde la misma Atenas 105 . [3] Mientras los peloponesios y sus aliados que estaban en el Ática trabajaban en las obras de fortificación, los del Peloponeso, más o menos por la misma época, enviaron los hoplitas a Sicilia a bordo de los barcos de carga; los lacedemonios habían elegido para ello a sus mejores hilotas y neodamodes 106 , reuniendo entre unos y otros unos seiscientos hoplitas, y su comandante era el espartiata Écrito; y los beocios enviaron trescientos hoplitas, al mando de los tebanos Jenón y Nicón y de Hegesandro de Tespias 107 . [4] Éstos fueron, pues, los primeros en partir, y lo hicieron desde el cabo Ténaro de Laconia 108 poniendo rumbo a alta mar. No mucho tiempo después de su partida, los corintios enviaron quinientos hoplitas, en parte de la misma Corinto y en parte tomados a sueldo entre los arcadios 109 , y como comandante designaron al corintio Alexarco. También los sicionios contribuyeron con doscientos hoplitas enviados en unión de los corintios, a las órdenes del sicionio [5] Sargeo 110 . Por otra parte, las veinticinco naves que los corintios habían equipado en invierno 111 se mantenían fondeadas frente a las veinte áticas de Naupacto, en espera de que sus hoplitas embarcados en los cargueros partieran del Peloponeso; éste era desde un principio el objetivo por el que habían sido equipadas, para que los atenienses no prestaran más atención a los barcos de carga que a las trirremes.
Expedición ateniense al Peloponeso. Partida de la flota de Demóstenes rumbo a Sicilia
Entre tanto, mientras se procedía a la [20 ] fortificación de Decelia y en el mismo comienzo de la primavera, también los atenienses enviaron treinta naves en torno al Peloponeso, al mando de Caricles 112 , hijo de Apolodoro, a quien se ordenó que, al llegar a Argos, pidiera que, en virtud de la alianza, embarcaran hoplitas argivos 113 . Por [2] otra parte, de acuerdo con lo previsto, enviaron a Demóstenes a Sicilia con sesenta naves atenienses y cinco de Quíos 114 , con mil doscientos hoplitas atenienses sacados de las listas 115 y el mayor número de tropas de las islas que pudieron obtener de cada una de ellas, y con todo lo que de utilidad para la guerra pudieron procurarse entre todos los otros aliados sometidos a su imperio. Y se le ordenó que primero se uniera a Caricles en su navegación y en su campaña en torno a Laconia. Así pues, Demóstenes [3] hizo rumbo a Egina, donde se puso a esperar las partes de su ejército que se habían retrasado, y a que Caricles hubiera tomado consigo a los argivos.
SICILIA EN MARZO-MAYO DEL 413. LA CAÍDA DE PLEMIRIO
Los siracusanos se disponen a combatir por mar
[21 ] En Sicilia, por la misma época de esta primavera, Gilipo regresó a Siracusa con el mayor número de tropas que pudo reclutar en cada una de las ciudades a las [2] que logró persuadir 116 . Y convocando a los siracusanos les dijo que era preciso equipar el mayor número posible de naves y probar la suerte de una batalla naval, pues presumía que con ella conseguiría, con vistas al éxito de la guerra, un resultado digno del riesgo que [3] se iba a correr. Hermócrates, por su parte, también contribuía en no pequeña medida en la labor de convencerles de que no debían desanimarse ante la idea de tener que enfrentarse a los atenienses por mar. La experiencia por mar —les dijo— no era para los atenienses una herencia de sus antepasados ni un bien para siempre, sino que en realidad eran más gente de tierra que los siracusanos, y era la amenaza de los medos la que les había forzado a convertirse en marinos. Les dijo que, frente a hombres audaces como los atenienses, quienes respondían con audacia les parecían enemigos mucho más duros; que era con la osadía de sus empresas con lo que aquéllos atemorizaban a los demás cuando no eran superiores en fuerza, y que con la misma arma ellos podrían provocar idéntico [4] efecto en sus adversarios. Estaba convencido —añadió— de que, si los siracusanos, en contra de lo esperado, se atrevían a oponerse a la flota ateniense, obtendrían, debido al espanto que se apoderaría de los atenienses, una ventaja superior al daño que la técnica de los atenienses podría infligir a la inexperiencia siracusana; y por ello les exhortaba a poner su flota a prueba sin ninguna vacilación. Así los siracusanos, persuadidos por Gilipo, por Hermócrates [5] y por algún otro, se dispusieron a entablar la batalla naval y equiparon sus naves.
Se entabla la batalla por tierra y por mar
Gilipo, una vez que estuvo preparada [22 ] la flota, hizo salir de noche a todas las fuerzas de infantería con el plan de atacar él por tierra los fuertes de Plemirio, a la vez que treinta y cinco trirremes avanzaban a una señal convenida desde el puerto grande y otras cuarenta y cinco daban la vuelta 117 desde el pequeño, donde tenían el arsenal, con la intención de unirse a las de dentro 118 y avanzar en un ataque combinado contra Plemirio, a fin de que los atenienses fueran desbaratados por ambos lados 119 . Los atenienses, por su parte, [2] equiparon a toda prisa sesenta naves, y con veinticinco de ellas entablaron combate con las treinta y cinco siracusanas del puerto grande, mientras que con las restantes salieron al encuentro de las que daban la vuelta desde el arsenal; y en seguida se produjo el choque frente a la bocana del puerto grande, y unos y otros lucharon encarnizadamente durante mucho tiempo, en un caso tratando de forzar la entrada, y en otro de impedirlo.
Gilipo toma Plemirio, pero la flota siracusana es derrotada
[23 ] Entre tanto, como los atenienses de Plemirio habían bajado a la orilla del mar y tenían su atención puesta en la batalla naval, Gilipo se anticipó a ellos y, al alba 120 , se lanzó por sorpresa contra los fuertes; tomó primero el mayor y después los dos más pequeños, pues las guarniciones de éstos no opusieron resistencia al ver que el mayor había sido conquistado [2] con facilidad. Los hombres del que fue tomado primero que se refugiaron en distintas embarcaciones y en un barco de carga fueron puestos a salvo en el campamento con dificultad, pues, al llevar ventaja en la batalla las naves siracusanas del Puerto Grande, fueron perseguidos por una trirreme muy marinera. Por el contrario, cuando fueron tomados los otros dos fuertes, entonces ya estaban siendo vencidos los siracusanos, y los hombres que huían de ellos pudieron pasar más fácilmente a lo largo de la costa. [3] Lo que ocurrió fue que las naves siracusanas que habían entablado la batalla frente a la bocana del puerto, después de haber forzado la línea de las naves atenienses, penetraron sin ningún orden y, al estorbarse entre sí, entregaron la victoria a los atenienses; éstos las pusieron en fuga e hicieron lo mismo con aquellas que al principio les habían [4] vencido en el puerto. Hundieron once naves de los siracusanos y mataron a la mayor parte de los hombres, a excepción de los de tres naves, a los que hicieron prisioneros; por su parte, perdieron tres naves. Y después de recoger los pecios de los siracusanos y levantar un trofeo en el islote situado frente a Plemirio, se retiraron a su campamento.
Importancia de la toma de Plemirio
Así les fue a los siracusanos por lo [24 ] que respecta a la batalla naval; pero lograron ocupar los fuertes de Plemirio y levantaron tres trofeos por su conquista. Demolieron uno de los dos fuertes conquistados en último lugar, repararon los otros dos y establecieron en ellos una guarnición 121 . En la toma de los [2] fuertes muchos hombres murieron o fueron hechos prisioneros, y en total se capturó un considerable botín, pues, como los atenienses se servían de los fuertes como almacén, había allí muchas mercancías de los comerciantes, grano y mucho material de los trierarcos, ya que incluso se cogieron cuarenta velas de trirreme con el resto del aparejo, y tres trirremes que estaban en seco 122 . Pero lo que [3] causó más daño al ejército ateniense, más que ninguna otra cosa, fue la propia conquista de Plemirio, pues a partir de entonces ya no era segura la entrada de los barcos portadores de suministro, dado que los siracusanos se mantenían allí al acecho con sus naves y los interceptaban, y ya no llegaban los transportes sin que mediara una batalla; fue un acontecimiento que, en general, causó consternación y desánimo en el ejército.
Diversas acciones tras la toma de Plemirio
[25 ] Después de este episodio, los siracusanos despacharon doce naves a las órdenes de Agatarco de Siracusa 123 . Una de ellas se dirigía al Peloponeso y llevaba embajadores con la misión de explicar que su situación era esperanzadora y de incitar a que se activara con mayor energía la guerra de Grecia. Las once restantes hicieron vela hacia Italia, pues se habían enterado de que navegaban hacia allí unos barcos repletos de mercancías [2] para los atenienses. Consiguieron interceptar estos barcos y destruyeron la mayor parte, y en el territorio de Caulonia 124 incendiaron la madera de construcción naval [3] que estaba destinada a los atenienses. A continuación se dirigieron a Locros y, mientras estaban allí fondeados, arribó uno de los barcos de carga procedentes del Peloponeso [4] que llevaba hoplitas de Tespias 125 . Los siracusanos los embarcaron en sus naves y emprendieron la navegación de regreso hacia su patria a lo largo de la costa. Los atenienses los aguardaban junto a Mégara 126 y consiguieron capturar una nave con su tripulación, pero no pudieron apresar las otras, que lograron ponerse a salvo en Siracusa.
Hubo también una escaramuza en el puerto con motivo [5] de las estacas que los siracusanos habían plantado en el mar delante de los arsenales viejos 127 , a fin de que sus naves fondearan en el interior y los atenienses no pudieran navegar contra ellas y averiarlas con sus embestidas. Frente [6] a esta estacada, los atenienses acercaron una nave de gran tonelaje 128 , provista de torres de madera y parapetos, y desde unas chalupas 129 , enlazando con cabos las estacas, las arrancaban izándolas con el cabrestante, o las doblaban hacia atrás 130 , o bien buceaban y las aserraban. Los siracusanos lanzaban proyectiles contra ellos desde los arsenales, y los otros les respondían desde el navio, y al final los atenienses quitaron de en medio la mayor parte de las [7] estacas. La parte oculta de la estacada era la que causaba más problemas; pues algunas estacas habían sido plantadas sin que sobresalieran de la superficie del mar, con lo que resultaba peligroso acercarse, por temor a encallar la nave como en un escollo al no haberlas visto a tiempo; pero incluso éstas lograron aserrarlas unos nadadores que se sumergieron por una soldada. Los siracusanos, sin embargo, [8] levantaron de nuevo la estacada. Muchos otros ingenios maquinaron unos contra otros, como era natural en dos ejércitos que estaban cerca y alineados frente a frente, y recurrieron a escaramuzas y estratagemas de todas clases.
[9] Los siracusanos también enviaron emisarios a las diversas ciudades 131 , emisarios elegidos entre los corintios, los ampraciotas y los lacedemonios, con la misión de anunciar la conquista de Plemirio y explicar, respecto a la batalla naval, que habían sido derrotados no tanto por la fuerza del enemigo como por su propio desorden; debían hacer ver, además, que su situación era esperanzadora, y pedir que se unieran para acudir en su ayuda contra el enemigo con naves e infantería, teniendo en cuenta que también eran esperados los atenienses con un nuevo ejército, y que, si ellos lograban anticiparse aniquilando las fuerzas que entonces tenían en la isla, aquello supondría el fin de la guerra. Éstas eran las acciones en las que estaban ocupados los contendientes de Sicilia.
Viaje de Demóstenes alrededor del Peloponeso (mayo-junio del 413)
Entre tanto, Demóstenes, una vez que [26 ] tuvo reunido el ejército con el que debía acudir a Sicilia, levó anclas de Egina e hizo rumbo al Peloponeso, donde se reunió con las treinta naves atenienses de Caricles 132 , y, tras tomar a bordo los hoplitas argivos 133 , hicieron vela hacia Laconia. Primero [2] devastaron una parte del territorio de Epidauro Limera 134 y luego, arribando a la costa de Laconia que mira a Citera, donde se encuentra el templo de Apolo 135 , devastaron algunas zonas de la región y fortificaron un lugar en forma de istmo 136 , a fin de que los hilotas lacedemonios que desertaran pudieran refugiarse allí y, al mismo tiempo, para efectuar rapiñas como piratas desde aquel sitio, lo mismo [3] que desde Pilos 137 . Una vez que hubo colaborado en la toma del lugar, Demóstenes, sin más tardar, siguió navegando a lo largo de la costa rumbo a Corcira, a fin de tomar consigo las tropas de los aliados de aquella región y efectuar cuanto antes la travesía hacia Sicilia. Caricles, en cambio, permaneció allí hasta que hubo terminado la fortificación del lugar y luego, tras dejar una guarnición en la plaza, regresó a casa con sus treinta naves a la vez que hacían lo mismo los argivos.
LOS MERCENARIOS TRACIOS . DIFICULTADES DERIVADAS DE DECELIA
Inútil llegada de los mercenarios tracios. Digresión sobre las consecuencias de Decelia
En este mismo verano también llegaron [27 ] a Atenas mil trescientos peltastas tracios, de la tribu de los díos 138 , armados de espada corta, que debían haber zarpado con Demóstenes rumbo a Sicilia; pero, como llegaron demasiado tarde, [2] los atenienses decidieron devolverlos a Tracia, de donde habían venido. Retenerlos para la guerra que se les hacía desde Decelia les parecía costoso, pues recibían una dracma por hombre y día 139 .
En efecto, desde que Decelia 140 fue ocupada, primero [3] por todo el ejército que la fortificó en el curso de este verano, y después por las guarniciones enviadas sucesivamente por las diversas ciudades que la utilizaban como base para atacar el territorio, causó numerosos daños a los atenienses e hizo que su situación se deteriorara debido, principalmente, a la destrucción de bienes y a la pérdida de [4] vidas humanas; porque antes las invasiones duraban poco 141 y no les impedían disfrutar la tierra el resto del tiempo, pero entonces el enemigo se había instalado permanentemente, y unas veces atacaba con fuerzas más numerosas, mientras que otras la guarnición regular, como era obligado 142 , hacía correrías por la región y se dedicaba al pillaje; y estaba presente Agis, rey de los lacedemonios, para el que la guerra no era cosa baladí, y todo ello causaba [5] grandes daños a los atenienses. Se veían privados de todo su territorio, y más de veinte mil esclavos, en su mayor parte artesanos 143 , se habían pasado al enemigo; habían perdido todos sus rebaños y animales de carga; y en cuanto a los caballos, dado que la caballería realizaba salidas diarias —bien para efectuar cabalgadas contra Decelia, bien para vigilar el territorio—, unos quedaban cojos debido a las continuas penalidades pasadas en aquella tierra dura, mientras que otros resultaban heridos.
Sigue la digresión. Resistencia de Atenas ante las dificultades. Penuria financiera
Por otra parte, el transporte de víveres [28 ] desde Eubea 144 , que antes se efectuaba con mayor rapidez desde Oropo, por tierra y pasando por Decelia, se volvió muy costoso al hacerse por mar, dando la vuelta a Sunio 145 ; la ciudad necesitaba importarlo absolutamente todo, y de ciudad que era pasó a ser una plaza fuerte. De día, los atenienses [2] montaban guardia por turnos en las fortificaciones y, de noche, la hacían todos a excepción de la caballería, unos en los distintos puestos de guardia 146 y otros en las murallas, y sufrían penalidades tanto en invierno como en verano 147 . [3] Pero lo que sobre todo les tenía cogidos era el hecho de sostener dos guerras al mismo tiempo, y habían llegado a una exaltación bélica tal 148 que antes nadie hubiera creído que fuera posible si hubiera oído hablar de ella. Porque, a pesar de que ellos mismos sufrían el cerco de los peloponesios con una fortificación en su territorio, ni aun así se retiraron de Sicilia, sino que, a su vez, impusieron allí un cerco semejante a Siracusa, una ciudad que por sí misma no era en nada inferior a Atenas. Y hasta tal punto sorprendieron a los griegos respecto a su poderío y audacia (por cuanto al principio de la guerra algunos consideraban que los atenienses resistirían un año, otros que dos, y otros que tres años, pero ninguno les daba un período más largo si los peloponesios invadían su territorio), que al año decimoséptimo de la primera invasión marcharon a Sicilia, cuando en todos los aspectos ya se encontraban agotados por la guerra 149 , y se cargaron con el nuevo peso de una guerra en nada inferior a la que ya sostenían [4] con el Peloponeso. Por todo ello, debido a los muchos daños provocados por Decelia y a los otros considerables gastos que se les vinieron encima, también en esta ocasión se vieron en la penuria financiera. Y fue por esa época cuando impusieron a sus súbditos el pago del vigésimo sobre el tráfico marítimo en sustitución del tributo, por considerar que de esta forma ingresarían más dinero 150 ; porque sus gastos no eran iguales que antes, sino que se habían hecho mucho mayores, por cuanto la guerra también se había hecho más importante, mientras que los ingresos disminuían 151 .
Regreso de los mercenarios. La matanza de Micaleso
Así, pues, en seguida hicieron regresar [29 ] a los tracios 152 que habían llegado demasiado tarde para partir con Demóstenes, dado que no querían meterse en gastos en vista de su presente penuria financiera; encomendaron a Diítrefes 153 el encargo de llevarlos y le ordenaron que al mismo tiempo, en el curso del viaje a lo largo de la costa (pues debían pasar por el Euripo) 154 , se sirviera de ellos, si de algún modo le era posible, para causar daños al enemigo. Diítrefes los hizo [2] desembarcar en el territorio de Tanagra 155 , donde efectuó un saqueo a toda prisa; luego, al atardecer, atravesó el Euripo desde Calcis de Eubea y desembarcándolos en Beocia [3] los condujo contra Micaleso 156 . Durante la noche vivaqueó, sin que su presencia fuera advertida, junto al templo de Hermes 157 , que está a unos dieciséis estadios de Micaleso; y tan pronto como se hizo de día se plantó ante la ciudad, que no era grande, y la tomó; cayó sobre una población desprevenida y que no esperaba en absoluto que un enemigo se internara tan lejos del mar para atacarla; la muralla, además, era débil y estaba caída en algunos tramos, y en otros se le había dado una altura insuficiente 158 ; para colmo, las puertas se encontraban abiertas debido [4] a la tranquilidad reinante. Irrumpiendo en Micaleso, los tracios se pusieron a saquear las casas y los templos y a asesinar a las personas, sin ninguna consideración por las de mayor o menor edad, sino matando sin excepción a todo el que encontraban, incluso niños y mujeres, y también animales de carga, y todo cuanto veían con vida 159 . La raza de los tracios, cuando se siente segura, es muy sanguinaria, igual que los pueblos bárbaros más crueles.
[5] En esta ocasión, entre no pocos alborotos y todo tipo de matanzas, se precipitaron sobre una escuela de niños, que era la más importante del lugar, y en la que los niños habían entrado hacía poco, y los asesinaron a todos. Esta desgracia, la más grave de todas para la ciudad entera, se abatió sobre ella de forma más inesperada y terrible que ninguna otra.
Los tebanos expulsan a los tracios
Los tebanos acudieron en auxilio tan [30 ] pronto como se enteraron; sorprendieron a los tracios, que ya se habían retirado un poco, les arrebataron el botín, y, tras ponerlos en fuga, los persiguieron hasta el Euripo [y el mar] 160 , donde estaban fondeados los transportes que los habían llevado. Les causaron bajas, la [2] mayor parte en el momento del embarque 161 , porque los tracios no sabían nadar y los tripulantes de los barcos, al ver lo que ocurría en tierra, fueron a echar el ancla fuera del alcance de los dardos. Por el contrario, en la primera parte de la retirada, ante la caballería tebana, que había iniciado el acoso, los tracios, no sin habilidad, habían sabido mantenerse en guardia gracias a su tradicional táctica de lanzarse en destacamentos contra el enemigo y reagruparse en seguida, y muy pocos de ellos habían caído en este repliegue. Una parte encontró la muerte en la ciudad misma, sorprendida mientras se entregaba al saqueo. En total murieron doscientos cincuenta tracios de los mil trescientos que eran. A su vez, de los tebanos y los otros [3] que habían acudido con ellos, los tracios dieron muerte a unos veinte hombres, entre jinetes y hoplitas, y también a Escirfondas, uno de los beotarcas tebanos 162 . En cuanto a los de Micaleso, una parte considerable de su población [4] fue aniquilada. Tales fueron los acontecimientos de Micaleso, ciudad que, proporcionalmente a su tamaño, sufrió un desastre no menos digno de conmiseración que cualquier otro de los ocurridos durante esta guerra 163 .
LOS REFUERZOS EN CAMINO: JUNIO DEL 413
Actividad de los atenienses en la costa occidental de Grecia
[31 ] Entre tanto Demóstenes, que después de las obras de fortificación en Laconia 164 había zarpado rumbo a Corcira, se encontró con un carguero fondeado en Fía 165 , en el territorio de los eleos, en el que los hoplitas corintios iban a efectuar la travesía hasta Sicilia, y hundió el barco, pero los hombres lograron escapar y, procurándose más tarde otra embarcación, se [2] hicieron a la mar 166 . A continuación, Demóstenes llegó a Zacinto y Cefalenia 167 , donde reclutó hoplitas y envió a pedir otros a los mesenios de Naupacto 168 ; pasó luego al continente de enfrente, a la costa de Acarnania, y concretamente a Alicia y Anactorio 169 , que estaban en poder de los atenienses. Mientras estaba por aquella zona, vino [3] a su encuentro Eurimedonte, que volvía de Sicilia, adonde antes 170 , durante el invierno, había sido enviado para llevar dinero al ejército, y, entre otras noticias, le comunicó que cuando ya estaba en la travesía de regreso se había enterado de que Plemirio había sido tomado por los siracusanos. A reunirse con ellos acudió también Conón 171 , [4] que tenía el mando en Naupacto, y les comunicó que las veinticinco naves corintias que estaban fondeadas frente a su flota no sólo no deponían su actitud hostil, sino que se disponían a presentar batalla, de modo que les pidió que le enviaran naves, puesto que, en su opinión, las dieciocho que tenían no eran suficientes para enfrentarse [5] con las veinticinco de aquéllos 172 . Demóstenes y Eurimedonte enviaron pues a Conón las diez naves más marineras que tenían consigo a fin de que se unieran a las de Naupacto, y ellos se dedicaron al reclutamiento de tropas; Eurimedonte navegó a Corcira, donde pidió a los corcireos que equiparan quince naves y se ocupó de alistar hoplitas 173 (tras interrumpir su viaje de regreso, ya compartía el mando con Demóstenes, de acuerdo con la elección efectuada). Demóstenes, por su parte, reunía honderos y lanzadores de jabalina en Acarnania y en las regiones circundantes.
Emboscada en Sicilia a los refuerzos siciliotas a Siracusa
[32 ] Entre tanto los emisarios que, después de la toma de Plemirio, habían salido de Siracusa para dirigirse a las diversas ciudades de Sicilia 174 , una vez que las hubieron convencido y que hubieron reunido un ejército, se disponían a conducirlo a Siracusa. Pero Nicias fue informado a tiempo y mandó aviso a los sículos que controlaban el camino y que eran aliados suyos —a los de Centóripa, de Alicias 175 y de otros lugares— para que no dejaran vía libre a los enemigos sino que se agruparan y les impidieran el paso, pues no iban a intentarlo por otra ruta, ya que los acragantinos no les concedían el tránsito por su territorio 176 . Cuando los siciliotas ya se habían [2] puesto en camino, los sículos 177 , tal como les habían pedido los atenienses, les tendieron una emboscada en tres puntos, y cayendo sobre ellos súbitamente y sin que estuvieran en guardia, dieron muerte a unos ochocientos hombres y a todos los emisarios excepto uno, el corintio; éste condujo a Siracusa a los que lograron escapar, unos mil quinientos soldados.
Más ayuda siciliota a Siracusa. Los refuerzos atenienses llegan a Italia
[33 ] Más o menos por los mismos días también les llegó un socorro de Camarina 178 compuesto por quinientos hoplitas, trescientos lanzadores de jabalina y trescientos arqueros. Y los de Gela enviaron fuerzas navales, una flotilla de cinco naves, así como cuatrocientos lanzadores de jabalina y doscientos [2] jinetes. En aquel momento, casi toda Sicilia 179 , incluidos, con excepción de los acragantinos (éstos no estaban con ninguna de las dos partes), los otros que antes se mantenían a la expectativa, se alineaba con los siracusanos y acudía [3] en su ayuda contra los atenienses. Pero los siracusanos, como se habían visto afectados por el desastre en el territorio de los sículos, se abstuvieron de intervenir de inmediato contra los atenienses.
Entre tanto, Demóstenes y Eurimedonte, estando ya dispuestas las fuerzas proporcionadas por Corcira y los pueblos del continente 180 , efectuaron la travesía del Golfo Jonio con todo el cuerpo expedicionario y llegaron al Promontorio Yapigio 181 . Partiendo de allí hicieron escala [4] en las islas Quérades 182 de Yapigia y embarcaron unos ciento cincuenta lanzadores de jabalina yápiges de la tribu mesapia 183 ; y tras renovar un antiguo pacto de amistad con Arta 184 , quien como soberano del lugar les había proporcionado los lanzadores, llegaron a Metapontio 185 , ciudad de Italia 186 . Luego, tras persuadir a los metapontios [5] a enviar con ellos, de acuerdo con el tratado de alianza 187 , trescientos lanzadores de jabalina y dos trirremes, tomaron consigo estas fuerzas y navegaron a lo largo de la costa hasta el territorio de Turios. Allí se encontraron con que los adversarios de los atenienses acababan de ser derrotados [6] a consecuencia de una guerra civil 188 . Y queriendo pasar revista a todas sus fuerzas en aquel lugar, después de reunir a las que hubieran podido quedarse atrás y persuadir a los turios a colaborar con ellos en la expedición de la forma más decidida, y, en vista de que la ciudad estaba en aquel momento de suerte, a estipular una alianza por la que tendría los mismos enemigos y los mismos amigos que los atenienses 189 , permanecieron en Turios para resolver todo aquello.
Batalla naval entre los corintios y los atenienses de Naupacto
[34 ] Por la misma época, los peloponesios de las veinticinco naves 190 que estaban fondeadas frente a la flota de Naupacto para proteger el paso de los transportes rumbo a Sicilia se prepararon con vistas a la batalla naval, y, después de equipar nuevas naves, de modo que el número de las suyas fuera escasamente inferior al de las áticas 191 , fueron a echar el ancla en Eríneo de Acaya 192 , en la región de Ripas 193 . Como la costa [2] en que fondearon tenía forma de media luna, las tropas de tierra de los corintios y de los aliados de la zona 194 venidas en su auxilio se colocaron a ambos lados, en los promontorios que se adentraban en el mar, mientras que las naves ocupaban el espacio intermedio y lo cerraban. El comandante de la flota era el corintio Poliantes 195 . Por [3] su parte, los atenienses navegaron contra ellos desde Naupacto con treinta y tres naves al mando de Dífilo 196 . [4] Al principio los corintios se mantuvieron quietos, pero luego, una vez que les fue izada la señal cuando se creyó que era el momento oportuno, se lanzaron contra los atenienses y entablaron la batalla. Las dos flotas resistieron [5] mucho tiempo. Tres naves corintias fueron destruidas, mientras que de las atenienses ninguna se fue realmente a pique, pero siete quedaron sin posibilidad de navegar, puesto que habían sido embestidas frontalmente y sus partes salientes 197 habían sido destrozadas por las naves corintias, que para este fin tenían reforzadas sus serviolas 198 . [6] La batalla fue equilibrada y de modo que cada una de las dos partes pudiera juzgar suya la victoria; no obstante, cuando los atenienses se apoderaron de los pecios debido a que el viento los empujó hacia alta mar y a que no hubo un nuevo ataque de los corintios, las dos flotas se separaron y no se produjo ninguna persecución, ni captura de prisioneros de ninguno de los dos bandos, ya que los corintios y los peloponesios se salvaron fácilmente al combatir cerca de tierra, y por parte ateniense no resultó hundida [7] ninguna nave. Sin embargo, cuando la flota ateniense se retiró a Naupacto, los corintios en seguida levantaron un trofeo, considerándose vencedores por haber inutilizado más barcos que sus adversarios y porque estimaban que ellos no eran los derrotados por las mismas razones por las que los otros no podían creerse vencedores. Los corintios pensaban que el triunfo era suyo por el hecho de que no habían sufrido un gran fracaso, mientras que los atenienses se consideraban derrotados por no haber obtenido una gran victoria 199 . No obstante, una vez que se hubo retirado [8] la flota peloponesia y que sus fuerzas de tierra se hubieron dispersado, los atenienses, considerando que habían vencido, también levantaron un trofeo en Acaya, a unos veinte estadios de Eríneo, donde habían fondeado los corintios. Así acabó esta batalla naval.
Los refuerzos atenienses llegan al territorio de Regio
Entre tanto, Demóstenes y Eurimedonte, [35 ] una vez que los turios estuvieron preparados para marchar a su lado con setecientos hoplitas y trescientos lanzadores de jabalina, dieron orden a la flota de navegar a lo largo de la costa hacia el territorio de Crotona 200 , mientras que ellos, tras pasar revista a todas las fuerzas de tierra a orillas del río Síbaris 201 , las condujeron a través del territorio de Turios. Pero cuando estaban [2] junto al río Hilias 202 , como los crotoniatas les enviaron a decir que no accedían a que el ejército pasase a través de su territorio, bajaron hasta el mar, junto a la desembocadura del Hilias, y vivaquearon allí; y la flota fue a aquel lugar a su encuentro. Al día siguiente, se embarcaron y navegaron a lo largo de la costa, efectuando escala en las ciudades, con la excepción de Locros 203 , hasta que llegaron a Petra 204 , en el territorio de Regio.
SEGUNDA BATALLA EN EL PUERTO DE SIRACUSA
Disposiciones tácticas de los siracusanos
[36 ] Entonces los siracusanos, informados de su llegada, quisieron hacer una nueva tentativa con la flota y también con las fuerzas de tierra que habían reunido precisamente con ese fin en la idea de llevarla [2] a efecto antes de que llegaran. Respecto a la flota, tomaron todas las disposiciones en la medida en que la anterior batalla naval les había hecho advertir que obtendrían alguna ventaja, y, en particular, redujeron la longitud de las proas de sus naves para darles una mayor solidez 205 , adosaron gruesas serviolas a las proas y, partiendo de las serviolas, fijaron unos puntales que se introducían en las amuras y tenían una extensión de unos seis codos por dentro y por fuera 206 . De esa misma manera los corintios habían adaptado la proa de sus barcos para combatir contra la flota de Naupacto 207 . Y los siracusanos pensaban [3] que de ese modo no quedarían en desventaja frente a las naves atenienses, que no oponían la misma forma de construcción, sino que tenían la parte de proa más afilada ya que no practicaban tanto la táctica del choque frontal, proa contra proa, como la de efectuar una maniobra de rodeo 208 para embestir lateralmente con el espolón; pensaban asimismo que la batalla en el Puerto Grande, donde el espacio no sería mucho mientras que serían muchas las naves, sería favorable para ellos, pues, embistiendo proa contra proa, con los espolones destrozarían la parte delantera de los barcos enemigos al golpear éstos, sólidos y gruesos 209 , contra proas huecas y endebles. A los atenienses, [4] en cambio, en aquel espacio estrecho no les sería posible ni la maniobra de rodeo ni la de penetración de la línea enemiga 210 , que eran las tácticas en las que tenían más confianza, ya que ellos, en la medida de lo posible, no les darían ocasión de realizar la penetración, y la estrechez del espacio les impediría efectuar maniobras de rodeo. [5] En fin, la táctica del choque proa contra proa, movimiento que antes se atribuía a la impericia de los pilotos, ellos iban a utilizarla más que ninguna otra, pues en ella tendrían su principal ventaja 211 , ya que a los atenienses, una vez rechazados, no les sería posible ciar a no ser hacia tierra, una tierra de poca extensión y a escasa distancia como era precisamente la franja situada junto a su campamento, mientras que ellos tendrían a su disposición el resto [6] del puerto. Y si los atenienses eran forzados a ceder, irían a agolparse en un espacio pequeño, todos en el mismo, y, al topar unos con otros, se produciría una gran confusión (que era lo que más daño había causado a los atenienses en todas las batallas navales), dado que no dispondrían de todo el puerto para ciar, como era el caso de los siracusanos; y los atenienses tampoco tendrían la posibilidad de efectuar un rodeo para salir a un espacio más amplio, ya que serían ellos quienes controlarían el mar abierto tanto para atacar como para ciar, sobre todo teniendo en cuenta que Plemirio sería hostil a los atenienses y que la bocana del puerto no era grande.
Los siracusanos inician el ataque por tierra y por mar
Con estos cálculos, hechos de acuerdo [37 ] con su experiencia y teniendo en cuenta sus fuerzas, y al mismo tiempo con la mayor confianza que les había dado la anterior batalla naval, los siracusanos iniciaron un ataque combinado con las tropas de tierra y con las naves. Un poco antes, Gilipo hizo salir las tropas de [2] tierra de la ciudad y las condujo frente al muro ateniense 212 , por la parte que miraba a la ciudad. Por su parte, las fuerzas del Olimpieo 213 —todos los hoplitas que ocupaban el lugar, unidos a la caballería y a las tropas ligeras de Siracusa— avanzaron desde allí contra la otra parte del muro; e inmediatamente después las naves de los siracusanos y de los aliados levaron anclas para dirigirse contra el enemigo. Los atenienses, que primero pensaban que [3] aquéllos efectuarían una tentativa sólo con las tropas de tierra, cuando vieron que también las naves se dirigían súbitamente contra ellos, se alarmaron, y, mientras unos fueron a ocupar sus puestos en los muros o delante de ellos para hacer frente a los atacantes, otros salieron al encuentro de los numerosos jinetes y lanzadores de jabalina 214 que avanzaban a toda prisa desde el Olimpieo y desde fuera de él, y otros, en fin, subieron a las naves o acudieron en su ayuda a la orilla, y, una vez embarcadas las tripulaciones, sacaron setenta y cinco naves contra el enemigo. Las de los siracusanos eran unas ochenta.
Primeras escaramuzas
[38 ] Durante gran parte del día las dos flotas se estuvieron tanteando en continuos avances y retrocesos; pero, al no poder conseguir ninguna de las dos alguna ventaja digna de mención —si exceptuamos el hecho de que los siracusanos hundieron una o dos naves atenienses—, acabaron separándose; y al mismo tiempo [2] las tropas de tierra se retiraron de los muros. Al día siguiente, los siracusanos se mantuvieron quietos, sin dar ningún indicio de lo que iban a hacer a continuación. Pero Nicias, habiendo observado que en la batalla naval las fuerzas habían estado equilibradas y suponiendo que el enemigo intentaría un nuevo ataque, obligó a los trierarcos a reparar todas las naves que hubieran sufrido algún daño e hizo que los cargueros fondearan delante de la estacada ateniense, estacada que habían plantado en el mar delante de sus naves para que hiciera las veces de puerto cerrado. [3] Colocó los cargueros con intervalos de cerca de dos pletros 215 con el fin de proporcionar un refugio seguro y una nueva salida con tranquilidad si alguna nave era forzada a retroceder 216 . Los atenienses pasaron todo el día hasta que se hizo de noche dedicados a esos preparativos.
Estratagema siracusana
Al día siguiente, a una hora más temprana [39 ] que la vez anterior, pero con la misma táctica de un ataque combinado con las tropas de tierra y con la flota, los siracusanos avanzaron contra los atenienses. Frente a frente las dos flotas de la misma manera, [2] pasaron de nuevo buena parte del día en tanteos recíprocos, hasta que el corintio Aristón 217 , hijo de Pírrico, el mejor piloto del bando siracusano, persuadió a los comandantes de su flota para que mandaran aviso a las autoridades competentes de la ciudad con la orden de trasladar cuanto antes el mercado 218 , llevando sus puestos de venta junto al mar, y de obligar a cuantos tenían productos comestibles a llevarlos todos allí para venderlos. Su propósito era hacer desembarcar a los marineros para tomar rápidamente la comida junto a las naves y al cabo de poco, en el mismo día, volver a atacar a los atenienses, que ya no lo esperarían.
La batalla naval. La táctica siracusana del ataque frontal con las proas reforzadas
[40 ] Los comandantes siguieron el consejo y enviaron un mensajero, y el mercado fue preparado. Entonces los siracusanos se pusieron de repente a ciar y volvieron a la ciudad; desembarcaron rápidamente [2] y tomaron la comida allí mismo. Los atenienses, creyendo que los siracusanos habían ciado hacia la ciudad porque tenían conciencia de su inferioridad, desembarcaron con tranquilidad y, entre otras cosas, se ocuparon de los preparativos de la comida, convencidos de que por aquel día ya no habría más combates [3] en el mar. Pero los siracusanos subieron de repente a las naves y zarparon de nuevo al ataque. Y entonces los atenienses, en medio de una gran confusión y sin haber comido la mayor parte de ellos, se embarcaron sin ningún orden y finalmente lograron a duras penas hacerse también [4] a la mar al encuentro del enemigo 219 . Durante algún tiempo las dos flotas evitaron el contacto, manteniéndose en guardia; pero luego a los atenienses no les pareció conveniente seguir demorándose y ser víctimas del cansancio por su propia voluntad y decidieron atacar cuanto antes 220 , por lo que, después de una arenga, se lanzaron contra el [5] enemigo y entablaron la batalla. Los siracusanos aguantaron el asalto y, dirigiendo las proas de sus naves contra las proas enemigas, de acuerdo con la táctica prevista, causaron importantes destrozos todo a lo largo de las partes salientes 221 de las naves atenienses gracias al modo como habían reforzado los espolones; al mismo tiempo sus hombres de los puentes infligían grandes daños a los atenienses con los dardos que lanzaban 222 , y mucho mayores aún eran los que les causaban los siracusanos que a bordo de embarcaciones ligeras daban vueltas en torno a los barcos enemigos y, metiéndose debajo de las filas de remos y efectuando pasadas a lo largo de sus costados, lanzaban desde ellas sus dardos contra los marineros.
Victoria siracusana
Al final, combatiendo valerosamente y [41 ] de acuerdo con aquella táctica, vencieron los siracusanos, y los atenienses volvieron las espaldas y pasando entre los cargueros se refugiaron en su fondeadero. Las naves siracusanas fueron en su persecución hasta los [2] cargueros, pero allí encontraron el obstáculo de las vergas portadoras de delfines de metal 223 , que estaban puestas en alto desde los cargueros encima de los accesos al fondeadero. Dos navíos siracusanos, en la exaltación de la [3] victoria, se acercaron demasiado a ellas y fueron destruidos, y uno de ellos fue capturado con su tripulación. Después de hundir siete naves atenienses y causar averías [4] en muchas más, de hacer prisioneros a muchos hombres y matar a otros, los siracusanos se retiraron y levantaron trofeos por los dos encuentros navales. Desde entonces tuvieron el firme convencimiento de ser, y con mucho, más fuertes en el mar, y contaban con someter igualmente a las fuerzas de tierra. Y así se preparaban para atacar de nuevo por tierra y por mar.
LLEGADA DE LOS REFUERZOS ATENIENSES . LA BATALLA NOCTURNA DE LAS EPÍPOLAS: JULIO DEL 413
Demóstenes y Eurimedonte ante Siracusa. Planes de Demóstenes
[42 ] Estando así las cosas, se presentaron Demóstenes y Eurimedonte con el socorro enviado por Atenas. Las naves, contando las extranjeras, debían de ser setenta y tres 224 , y había unos cinco mil hoplitas, entre atenienses y aliados 225 , un buen número de lanzadores de jabalina bárbaros y griegos amén de honderos y arqueros, y el resto del armamento estaba en consonancia 226 . [2] Al punto una enorme consternación se apoderó de los siracusanos y sus aliados. Se preguntaban si no les llegaría nunca el momento final que les liberara del peligro, viendo que la fortificación de Decelia no había evitado en absoluto que se dirigiera contra ellos un ejército igual o muy semejante al primero, y que el poder de Atenas se manifestaba muy grande por todas partes. Por el contrario, entre las tropas atenienses de la primera expedición se produjo un cierto alivio, pensando que les llegaba el final de sus desgracias 227 .
Demóstenes, al ver cómo estaba la situación, pensó que [3] no se podía perder tiempo ni permitir que le ocurriera lo mismo que le había ocurrido a Nicias 228 . Nicias, en efecto, había causado temor en el momento de su llegada, pero como no atacó inmediatamente a los siracusanos, sino que pasó el invierno en Catana, fue menospreciado, y Gilipo se le adelantó llegando del Peloponeso con su ejército. Ejército que ni siquiera hubieran llamado los siracusanos si Nicias hubiera atacado inmediatamente. Porque, al pensar que ellos solos se bastaban, se hubieran percatado de su inferioridad cuando el muro de asedio los hubiera cercado, de modo que ni siquiera les hubiera sido de la misma utilidad la ayuda en el caso de que la hubieran hecho venir. Por consiguiente, Demóstenes, considerando todo esto y consciente de que también él en esta ocasión inspiraba el mayor temor a los adversarios el primer día, quiso sacar partido cuanto antes de la consternación que por el momentó [4] causaba su ejército. Y observando que el muro transversal de los siracusanos, con el que habían impedido que los atenienses les cerraran el cerco, era un muro sencillo 229 , y que, si se apoderaban de la subida a las Epípolas y luego del campamento allí instalado 230 , se podría conquistar fácilmente ese muro (pues nadie resistiría entonces su ataque), estaba impaciente por acometer el proyecto, y pensaba que para él era el modo más corto de poner fin a la guerra, porque o se adueñaba de Siracusa, si tenía [5] éxito, o retiraría el ejército y no sufrirían más pérdidas inútiles ni el cuerpo expedicionario ateniense ni la ciudad entera.
Así pues, como medida preliminar, los atenienses efectuaron [6] una salida y saquearon el territorio siracusano de la zona del Anapo; y con su ejército tuvieron la supremacía, como al principio, tanto por tierra como por mar, puesto que los siracusanos no salieron a responderles por ninguno de los dos frentes, salvo con la caballería y con los lanzadores de jabalina del Olimpieo 231 .
Éxito inicial del ataque nocturno de Demóstenes. Contraataque beocio
A continuación Demóstenes decidió [43 ] efectuar una primera tentativa contra el muro transversal con máquinas de guerra 232 . Pero como las máquinas, al acercarlas, fueron incendiadas por el enemigo que se defendía desde el muro, a la vez que fueron rechazados los asaltos que en muchos puntos lanzó el resto del ejército, ya no le pareció conveniente perder más tiempo 233 , sino que, tras persuadir a Nicias y a los otros compañeros en el mando 234 , se dispuso a emprender la ofensiva contra las Epípolas de acuerdo con [2] lo que había planeado. Pensaba que de día era imposible acercarse y subir sin ser visto; ordenó por ello que se cogieran víveres para cinco días y, tras tomar consigo a todos los albañiles y carpinteros, así como todo el material, tanto el de los arqueros 235 como todo aquello que, en caso de éxito, necesitarían para construir un muro 236 , a la hora del primer sueño 237 , en compañía de Eurimedonte y Menandro, se puso en marcha con todo el ejército hacia las Epípolas 238 , mientras que Nicias se quedaba en los muros.
[3] Cuando llegaron a los pies de las Epípolas, por la parte del Eurielo, por donde también había subido al principio el primer ejército 239 , pasaron inadvertidos a la vigilancia de los siracusanos y, tras avanzar hasta el fuerte siracusano que había allí, lo tomaron y mataron a algunos hombres de la guarnición; la mayor parte, sin embargo, logró [4] escapar y de inmediato se refugió en los campamentos 240 que, en número de tres, se encontraban sobre las Epípolas dentro de fortificaciones avanzadas, siendo uno de los siracusanos, otro de los demás siciliotas, y otro de los aliados; dieron allí la noticia del ataque, después de advertir igualmente a los seiscientos siracusanos 241 que estaban en la primera línea de guardia de esa parte de las Epípolas. Éstos acudieron de inmediato, pero los atenienses que iban [5] con Demóstenes se encontraron con ellos y, a pesar de su ardorosa resistencia, los pusieron en fuga. Luego estos atenienses 242 prosiguieron en seguida su avance, a fin de no retardarse, gracias al ímpetu del momento, en la consecución del objetivo por el que habían subido; mientras tanto otros destacamentos lograron tomar desde el primer momento 243 el muro de contrabloqueo siracusano, sin que sus guardias opusieran resistencia, y se pusieron a demoler [6] las defensas. Los siracusanos y sus aliados, así como Gilipo y sus tropas, acudieron en auxilio desde los fuertes avanzados; aquel golpe de audacia ejecutado de noche les había cogido por sorpresa y, cuando se lanzaron contra los atenienses, todavía estaban desconcertados, por lo que en un primer momento tuvieron que retroceder ante la presión [7] de aquéllos. Pero después, cuando los atenienses ya avanzaron con mayor desorden, por considerarse vencedores y por querer abrirse paso cuanto antes a través de todas las fuerzas enemigas que todavía no habían entrado en combate, a fin de no permitir que se reagruparan si ellos cedían en el ímpetu de su ataque, entonces los beodos 244 fueron los primeros en hacerles frente, y, lanzándose contra ellos, les hicieron volver las espaldas y los pusieron en fuga.
Dificultades del historiador para obtener información sobre esta batalla. Derrota de los atenienses
[44 ] A partir de ese momento los atenienses se encontraron en una situación de gran confusión y en medio de muchas dificultades, tanto es así que no ha sido fácil obtener información de ninguna de las dos partes 245 respecto al modo como se desarrollaron las distintas fases de la batalla. Porque si de día, a pesar de verse las cosas con mayor claridad, ni aun así lo saben todo aquellos que están presentes en los combates, sino que a duras penas cada uno se da cuenta de lo que tiene ante sus ojos, en una batalla nocturna, la única que se entabló entre dos grandes ejércitos en el curso de esta guerra, ¿cómo podría saber nadie nada con exactitud? Había, es cierto, una luna brillante, [2] pero se veían unos a otros de la manera que es natural a la luz de la luna, pues distinguían la silueta del cuerpo, pero les faltaba seguridad en el reconocimiento de los rasgos distintivos 246 . No eran pocos, además, los hoplitas de ambos bandos y se movían en un espacio reducido. Entre [3] los atenienses, algunos ya habían sido vencidos, mientras que otros, todavía con el impulso del primer asalto, seguían avanzando sin experimentar la derrota. Pero una gran parte del resto de su ejército o hacía poco que habían subido o todavía estaban subiendo, de forma que no sabían a dónde debían dirigirse, puesto que, al haberse producido la derrota, las tropas de vanguardia ya se encontraban en un completo desorden y era difícil reconocerlas a causa del griterío. Y es que los siracusanos y sus aliados, considerándose [4] vencedores, se exhortaban unos a otros con grandes voces (pues en medio de la noche era imposible comunicarse de otra manera) y al mismo tiempo recibían a pie firme a sus atacantes; los atenienses, por su parte, se buscaban entre ellos, pero consideraban enemigo a todo lo que les venía de frente, aunque resultaran ser camaradas que en su huida volvían hacia ellos; y con las frecuentes demandas de contraseña (ya que no había otro modo de reconocerse) provocaban una gran confusión entre sus filas al pedirla todos a la vez, y acabaron por revelarla al [5] enemigo 247 . Por el contrario, los atenienses no llegaban a conocer del mismo modo la contraseña de los siracusanos por el hecho de que éstos, victoriosos y sin haberse desperdigado, se reconocían con menos dificultad, y así, si los atenienses se encontraban con un grupo de enemigos respecto al cual estaban en condiciones de superioridad, éstos por conocer la contraseña ateniense lograban escapar, mientras que si [6] ellos no respondían, eran aniquilados 248 . Pero lo que les causó el mayor daño, más que ninguna otra cosa, fue el canto del peán, pues, al ser muy semejante en ambos bandos, los dejaba perplejos. Porque cuando entonaban el peán los argivos, los corcireos y todos los contingentes dorios 249 que combatían al lado de los atenienses, su canto infundía tanto miedo a los atenienses como cuando cantaban los [7] enemigos 250 . De ahí que al final, topando unos con otros una vez que cundió el desconcierto, amigos contra amigos y ciudadanos contra ciudadanos, no sólo eran presa del miedo, sino que llegaban a las manos los unos contra los otros y a duras penas se separaban. Luego, en la persecución, muchos 251 se lanzaron por los acantilados, ya que el camino que descendía de las Epípolas era estrecho, y encontraron la muerte; y cuando los que se habían salvado consiguieron bajar al llano desde lo alto, los más de ellos, y sobre todo los soldados de la primera expedición gracias a su mejor conocimiento del lugar, lograron refugiarse en el campamento; sin embargo, de los que habían llegado últimamente, algunos equivocaron el camino y anduvieron perdidos por la comarca; a éstos, cuando se hizo de día, la caballería siracusana los rodeó y acabó con ellos.
Trofeos siracusanos
Al día siguiente los siracusanos levantaron [45 ] dos trofeos, uno en las Epípolas, en la zona por donde se había producido la subida, y otro en el lugar donde los beocios habían comenzado a resistir; y los atenienses recogieron sus muertos en virtud de una tregua. Hubo no pocas bajas entre sus hombres y los de [2] los aliados 252 , pero, en relación con los muertos, fue todavía superior el número de armas capturadas, porque, de los que se vieron forzados a saltar desembarazados de sus armas [sin los escudos] 253 desde lo alto de los barrancos, algunos perecieron, pero otros se salvaron.
Optimismo siracusano tras la victoria. Acciones diplomáticas
[46 ] Después de esto, los siracusanos, como ocurre a raíz de un éxito inesperado, cobraron nuevos ánimos, como ya había pasado antes, y enviaron a Sicano 254 con quince naves a Acragas, que se encontraba en una situación de guerra civil 255 , con el fin de ganarse a la ciudad si era posible; y Gilipo partió de nuevo por tierra hacia las otras regiones de Sicilia, con el propósito de traer consigo un nuevo ejército, porque, después de aquel éxito en las Epípolas, tenía la esperanza de tomar al asalto los muros de los atenienses.
CONFERENCIA DE LOS ESTRATEGOS ATENIENSES DESPUÉS DE LA DERROTA
Desmoralización ateniense. Demóstenes, partidario de la retirada
Entre tanto, los estrategos atenienses [47 ] deliberaban respecto a la situación creada por el desastre sufrido y por el estado de absoluta impotencia en que se hallaba el ejército. Veían, en efecto, que ninguna de sus tentativas les salía a derechas y que los soldados estaban abrumados por su permanencia en el lugar. Las enfermedades [2] los agobiaban, y ello por dos motivos: porque era la época del año en que los hombres están más expuestos a la enfermedad, y al mismo tiempo porque el lugar en que habían acampado era pantanoso e insalubre 256 ; y en todos los demás aspectos la situación les parecía extremadamente desesperada. En vista de ello, Demóstenes [3] era del parecer de que no se debía continuar allí, sino que, tal como proyectó 257 al decidir jugarse el todo por el todo en las Epípolas, una vez que se había fracasado, su voto era a favor de la retirada sin pérdida de tiempo, mientras todavía hubiera posibilidad de cruzar el mar 258 y de mantener una cierta superioridad al menos con las naves llegadas últimamente [4] como refuerzo del cuerpo expedicionario 259 . Afirmaba, además, que para la ciudad era más útil hacer la guerra contra los que levantaban fortificaciones en su territorio 260 que hacerla contra los siracusanos, a quienes ya no sería fácil someter; y añadía que no era razonable proseguir el asedio gastando inútilmente enormes sumas de dinero.
Nicias prefiere continuar
[48 ] Ésa era la opinión de Demóstenes. Nicias, por su parte, también consideraba que la situación era grave, pero no quería mostrar con proclamas la debilidad de esta situación, ni que sus votos por la retirada abiertamente manifestados en una nutrida asamblea 261 fueran anunciados al enemigo, puesto que entonces serían mucho menores las posibilidades de tomar aquella medida sin ser descubiertos en el momento en que [2] quisieran tomarla. Por otra parte, la situación del enemigo, a juzgar por lo que él sabía sobre ella mejor que los otros, todavía permitía abrigar una cierta esperanza de que evolucionara peor que la suya, si ellos persistían en el asedio, pues llegarían a agotar a los siracusanos por la falta de recursos, tanto más cuanto que, con las naves que ahora tenían, era mayor su superioridad en el mar. Había, además, en Siracusa un grupo que quería poner la situación en manos de los atenienses, un grupo que le había hecho propuestas y que se oponía a que levantara el asedio 262 . Conocedor de todo esto, de hecho todavía estaba [3] vacilante y examinaba la situación sin tomar partido, pero, en las declaraciones públicas que entonces hizo, afirmó que no retiraría el ejército. Sabía bien, dijo, que los atenienses no aprobarían aquella forma de proceder suya de retirarse sin que ellos mismos hubieran votado en este sentido 263 . Porque sobre ellos no iban a votar personas que conocieran la situación por haberla visto directamente, como era su caso, y no de oídas a través de la estimación de otros, sino que quienes iban a hacerlo se dejarían persuadir por las [4] calumnias que algún orador expusiera hábilmente. Añadió que muchos de los soldados allí presentes, la mayoría incluso, y los mismos que ahora proclamaban a gritos que estaban en una situación insostenible, una vez llegados a Atenas, pregonarían lo contrario, que los estrategos se habían retirado traicionándolos por dinero 264 . Por consiguiente, conociendo el carácter de los atenienses 265 , no quería, por lo que a él se refería, perecer a manos de los atenienses bajo una acusación infamante e injusta, sino que prefería sufrir aquella suerte, si ello era preciso, a manos de los [5] enemigos, afrontando el peligro por decisión propia. Finalmente, por lo que respecta a los siracusanos, dijo que su situación, a pesar de todo, era todavía peor que la suya, pues, al mantener tropas extranjeras a sueldo, gastar a la vez dinero en las guarniciones de los fuertes, y sostener además una gran flota desde hacía ya un año, no sólo se veían en dificultades financieras, sino que las perspectivas económicas eran todavía peores. Ya habían gastado dos mil talentos 266 y tenían, además, muchas deudas, y si prescindían de una parte cualquiera de sus efectivos actuales por no poder atender a su sostenimiento, su fuerza, que se apoyaba más en las tropas mercenarias que en un servicio obligatorio como el ateniense, se derrumbaría. En consecuencia, [6] concluyó, era preciso desgastar 267 al enemigo continuando el asedio, y no retirarse vencidos por el dinero, cosa en la que eran muy superiores 268 .
Triunfo de Nicias ante la segunda propuesta de Demóstenes. Los atenienses continúan en Siracusa
Nicias sostenía con firmeza sus opiniones [49 ] porque conocía perfectamente la situación de Siracusa, tanto en lo relativo a las dificultades financieras como respecto a que en ella había un grupo numeroso 269 que quería que las cosas estuvieran bajo el control de los atenienses y le enviaba mensajes para que no levantara el asedio, y al mismo tiempo porque confiaba en que, cuando menos en el campo naval, tendría la misma superioridad que antes 270 . [2] Demóstenes, en cambio, no aceptaba de ningún modo la idea de mantener el asedio. Si no se debía retirar el ejército sin un decreto de los atenienses, sino que era preciso seguir desgastando a los siracusanos 271 , en ese caso, dijo, era necesario hacerlo trasladándose a Tapso o a Catana 272 , desde donde podrían efectuar incursiones contra muchas partes del territorio con sus fuerzas de tierra, sosteniéndose así mediante el saqueo de los bienes de sus enemigos y siendo para éstos fuente de daños; y con las naves podrían combatir en mar abierto, no en espacios estrechos, cosa que favorecía al enemigo 273 , sino en escenarios amplios, donde las enseñanzas de su experiencia les serían útiles, y donde podrían efectuar retiradas o ataques sin tener que depender de una base exigua y circunscrita como punto [3] de partida o lugar de arribada. En suma, no le agradaba en modo alguno, dijo, continuar en el mismo sitio, sino que era partidario de levantar el asedio cuanto antes y sin demorarse 274 . Y Eurimedonte compartía esta opinión 275 . Pero de la oposición de Nicias se siguieron dudas y dilaciones, [4] unidas a la sospecha de que Nicias insistía porque sabía algo más de lo que decía. Y de esta manera los atenienses se retrasaron y permanecieron en el lugar.
ECLIPSE DE LUNA RETIENE A LOS ATENIENSES TRAS SU CAMBIO DE OPINIÓN ANTE LOS PREPARATIVOS DE SIRACUSA: AGOSTO DEL 413
Entre tanto, Gilipo y Sicano se presentaron en Siracusa, [50 ] Sicano después de fracasar en su misión de Acragas (pues, estando él todavía en Gela, había sido expulsada la facción favorable a los siracusanos) 276 ; Gilipo, en cambio, llegó con otro ejército numeroso reclutado en Sicilia y con los hoplitas que en primavera habían sido enviados desde el Peloponeso a bordo de cargueros y que habían arribado a Selinunte procedentes de Libia 277 . Habían sido [2] llevados por el viento a las costas de Libia, donde los de Cirene 278 les habían proporcionado dos trirremes y pilotos para la travesía; luego, durante su viaje a lo largo de la costa, habían combatido al lado de los evesperitas 279 , que eran asediados por los libios, y, después de vencer a los libios, desde allí habían proseguido su navegación a lo largo de la costa hasta llegar a Neápolis 280 , emporio cartaginés, punto desde donde la distancia a Sicilia —de dos días y una noche de navegación— es la más corta; y desde aquella ciudad habían cruzado el mar hasta llegar [3] a Selinunte 281 . Luego que llegaron esos refuerzos, los siracusanos se dispusieron a lanzar de nuevo un doble ataque contra los atenienses, con las naves y con las fuerzas de tierra. Por su parte, los estrategos atenienses, viendo que el enemigo se reforzaba con un nuevo ejército, mientras que su situación no iba a mejor, sino que cada día se hacía más difícil en todos los sentidos, y sobre todo por el agobio que suponía la mala salud de la tropa, comenzaron a arrepentirse de no haber levantado antes el campo, y, como Nicias ya no les oponía la misma resistencia que antes, sino que se limitaba a pedir que no se votara públicamente, hicieron circular por todas las unidades, con el mayor secreto posible, la orden de zarpar del campamento y de estar preparados para cuando se diera la señal. Y cuando ya estaban a punto de hacerse a la mar, una [4] vez hechos los preparativos, se produjo un eclipse de luna; se hallaba en plenilunio 282 . La mayor parte de los atenienses, llenos de escrúpulos de conciencia, comenzaron a pedir a los estrategos que suspendieran la salida, y Nicias (que tenía una inclinación un tanto excesiva por la adivinación y por prácticas del mismo estilo) 283 declaró que ni siquiera se pondría a discusión la posibilidad de ponerse en movimiento antes de aguardar tres veces nueve días 284 , tal como prescribían los adivinos. Ésta fue, pues, la razón por la que los atenienses aplazaron su partida y se quedaron en Sicilia.
TERCERA BATALLA POR TIERRA Y EN EL PUERTO DE SIRACUSA: SEPTIEMBRE DEL 413
Decisión siracusana de no dar cuartel a los atenienses. Ataque por tierra
Enterados también de esto los propios [51 ] siracusanos, se sintieron mucho más impulsados a no dar tregua a los atenienses, en vista de que estos mismos habían acabado por reconocer que ya no eran superiores a ellos ni por mar ni por tierra (pues en caso contrario no hubieran tomado la decisión de zarpar), y al mismo tiempo porque no querían que los atenienses fueran a establecerse en algún otro punto de Sicilia y resultaran más difíciles de combatir, sino que deseaban obligarles a entablar batalla con sus naves allí mismo, cuanto antes, y en las condiciones que fueran más favorables para ellos. Equiparon, pues, [2] sus naves y se dedicaron a efectuar maniobras durante los días que les parecieron convenientes. Y cuando llegó el momento, el primer día atacaron los muros atenienses y, en una salida contra ellos que hizo una tropa no muy numerosa de hoplitas y soldados de caballería por una de las puertas, aislaron del resto a un grupo de hoplitas y, después de ponerlos en fuga, los persiguieron; y como la entrada era estrecha, los atenienses perdieron setenta caballos 285 y unos cuantos hoplitas.
Error de Eurimedonte y victoria naval siracusana
[52 ] Por ese día el ejército siracusano se retiró; pero al siguiente salieron con las naves, que eran setenta y seis 286 , y al mismo tiempo marcharon contra los muros con las tropas de tierra. Los atenienses a su vez zarparon contra el enemigo con ochenta y seis naves 287 y, luego que se encontraron, entablaron la batalla. [2] A Eurimedonte, que ocupaba el ala derecha ateniense y quería envolver las naves adversarias, y que en esta maniobra se había desplazado excesivamente hacia tierra, los siracusanos y sus aliados, que ya habían vencido al centro ateniense, lo aislaron también, encerrándolo en la parte más curva y profunda del puerto 288 , y lo aniquilaron junto con las naves que lo seguían 289 . Luego se dedicaron a perseguir al resto de las naves de los atenienses y a acosarlas hacia tierra.
Combates en torno al campamento naval ateniense
Gilipo, viendo que las naves del enemigo [53 ] eran vencidas y empujadas fuera de su estacada y de su propio campamento 290 , con la intención de aniquilar a los hombres que desembarcaban y facilitar a los siracusanos el remolque de las naves haciéndose suya la costa, acudió en su ayuda a la lengua de tierra 291 con una parte de sus tropas. Pero los tirrenos 292 (pues eran [2] ellos quienes hacían la guardia en este sector del campamento ateniense), al ver que los hombres de Gilipo avanzaban desordenadamente, efectuaron una salida contra ellos y, cayendo sobre los primeros, los pusieron en fuga y los acosaron hasta el pantano conocido con el nombre de Lisimelia 293 . Después, al presentarse ya un mayor número [3] de tropas de los siracusanos y sus aliados, acudieron a su vez los propios atenienses, que, temiendo por sus naves, entablaron combate con ellos y, resultando vencedores, los persiguieron y mataron a un pequeño número de hoplitas; y, por lo que respecta a sus naves, lograron salvar la mayor parte y las reunieron en su campamento. Sin embargo, los siracusanos y sus aliados apresaron dieciocho y dieron [4] muerte a todos sus tripulantes 294 . Contra las demás lanzaron, con el propósito de incendiarlas 295 , un viejo carguero al que prendieron fuego después de llenarlo de sarmientos y ramas de pino (pues el viento soplaba hacia los atenienses). Pero los atenienses, temiendo por sus naves 296 , idearon a su vez medios para impedir la acción del fuego y se libraron del peligro apagando las llamas y evitando que se acercara el carguero.
Trofeos en ambos bandos
[54 ] Después de esto, los siracusanos levantaron un trofeo por la batalla naval y por haber aislado a los hoplitas junto al muro, en la parte alta, cuando también habían capturado los caballos; y los atenienses también erigieron uno por la huida de las tropas de tierra hacia el pantano que habían provocado los tirrenos y por la que ellos mismos habían causado con el resto del ejército.
LA MORAL DE AMBOS BANDOS. EL CATÁLOGO
Abatimiento ateniense
Como ya era evidente la victoria de [55 ] los siracusanos, victoria obtenida, además, con la flota (mientras que antes tenían miedo de las naves llegadas con Demóstenes), los atenienses se encontraban en el más completo desánimo; y, si era grande su desengaño, todavía era mucho mayor su arrepentimiento por haber emprendido la expedición. Porque, al ser aquéllas las [2] únicas ciudades, entre todas las que alguna vez habían atacado, de características similares a las suyas 297 —ciudades con un régimen democrático como el suyo y poseedoras de naves, caballos y gran cantidad de recursos—, como no pudieron hacer valer contra ellas el arma de la diferencia, con la que hubieran logrado someterlas, ni mediante un cambio de régimen, ni tampoco mediante una gran superioridad de medios militares 298 , sino que, por el contrario, el fracaso los acompañó en la mayoría de los casos, si ya antes de aquellos últimos acontecimientos se hallaban en dificultades, ahora, después de haber sido derrotados por mar —cosa que no hubieran creído posible—, su apuro era todavía mucho más grande.
Excitación de los siracusanos
[56 ] Los siracusanos, por su parte, en seguida comenzaron a navegar sin temor a lo largo y a lo ancho del puerto, y abrigaban la idea de cerrar su bocana, para que los atenienses, por mucho que se lo propusieran, ya no pudieran salir sin que ellos lo advirtieran. [2] Porque ya no se cuidaban tan sólo de su salvación, sino también de impedírsela al enemigo, pues pensaban, y estaban en lo cierto, que en aquellas circunstancias su situación era de absoluta superioridad, y que, si lograban derrotar por tierra y por mar a los atenienses y a sus aliados, su proeza resultaría hermosa a los ojos de los griegos, pues, en lo tocante a los demás griegos, unos se verían libres inmediatamente y otros perderían el miedo (ya que el poderío que les quedara a los atenienses ya no tendría capacidad para soportar la guerra que luego se emprendería contra ellos); y los siracusanos, al atribuírseles la autoría de aquellos beneficios, serían objeto de una enorme admiración entre los demás pueblos y en las generaciones futuras. [3] La lucha merecía la pena por esos motivos, y también porque estaban aventajando no sólo a los atenienses, sino también a sus numerosos aliados, y además no lo hacían ellos solos, sino al lado de quienes habían acudido en su ayuda, ejerciendo el mando en unión de los corintios y lacedemonios; y exponían su propia ciudad al peligro de la primera línea al mismo tiempo que realizaban un importante avance en el terreno naval 299 . Ésta fue, en efecto, [4] la mayor concentración de pueblos que se produjo en torno a una sola ciudad, a excepción de la suma total de los que en el curso de esta guerra se alinearon al lado de Atenas o de Esparta.
Efectivos atenienses
He aquí la lista de pueblos 300 , de uno [57 ] u otro bando, que, contra Sicilia o en favor de Sicilia, acudieron para participar en la conquista o en la defensa del país y combatieron delante de Siracusa. Se alinearon a uno u otro lado no tanto por razones de justicia o de afinidad étnica 301 como por la situación en que cada participante se encontraba, en función de sus intereses o presionados por la necesidad.
[2] Los atenienses 302 , como jonios que eran, acudieron por propia voluntad para atacar a los siracusanos, que eran dorios, y a su expedición se unieron algunos pueblos que conservaban su misma lengua y sus mismas instituciones: los lemnios, los imbrios 303 , los eginetas —los que entonces ocupaban Egina— 304 , así como los hestieos que vivían en Hestiea 305 , en Eubea; todos ellos colonos de Atenas.
De los demás, unos se unieron a la expedición en [3] calidad de súbditos, otros como aliados autónomos, y algunos incluso como mercenarios 306 . Entre los pueblos sometidos [4] y sujetos a tributo 307 estaban los eretrieos, los calcideos, los estireos y los caristios 308 procedentes de Eubea; de las islas los ceos, los andrios y los tenios 309 ; y de Jonia los milesios, los samios y los quiotas. Entre estos últimos, los quiotas no estaban sujetos a tributo, sino que los acompañaban como pueblo autónomo que proporcionaba naves 310 . Estos pueblos, todos jonios y de origen ateniense 311 , a excepción de los caristios (que son dríopes) 312 , formaban la parte más importante de las fuerzas que seguían a los atenienses y, aunque como súbditos iban obligados, no dejaban de ser jonios que marchaban contra [5] dorios. A éstos se añadían los pueblos eolios: los metimneos, súbditos sujetos a la entrega de naves, pero no tributarios 313 , y los tenedios y los enios 314 , sometidos a tributo. Éstos eran eolios que se veían obligados a combatir contra sus fundadores eolios 315 , los beocios, alineados al lado de los siracusanos, mientras que los plateos, beocios enfrentados a beocios, eran los únicos que lo hacían, como era natural, impulsados por el odio 316 . En cuanto a los [6] rodios y los citereos 317 , dorios unos y otros, los citereos, colonos de los lacedemonios, empuñaban sus armas al lado de los atenienses contra los lacedemonios llegados con Gilipo, y los rodios, de estirpe argiva y dorios, se veían obligados a hacer la guerra contra los siracusanos, dorios como ellos, y contra los de Gela, que eran colonos suyos 318 y prestaban servicio al lado de los siracusanos.
Entre los pueblos de las islas en torno al Peloponeso, [7] aunque los cefalenios y los zacintios los acompañaban en calidad de aliados autónomos, lo hacían más bien apremiados por su condición de insulares, dado que los atenienses eran los señores del mar 319 ; y los corcireos, que no sólo eran dorios, sino que también eran claramente corintios, seguían a los atenienses contra los corintios y los siracusanos a pesar de ser colonos de unos y hermanos de raza de otros, y aunque en apariencia los seguían por obligación, no lo hacían menos por voluntad propia, a causa [8] de su odio a los corintios 320 . De Naupacto y de Pilos, ocupada a la sazón por los atenienses, fueron llevados a la guerra los que actualmente reciben el nombre de mesenios 321 . Y a un pequeño número de exiliados megareos su desgraciada situación los llevó a combatir contra los selinuntios, que también eran megareos 322 .
[9] En los casos restantes, su participación en la expedición fue realmente voluntaria 323 . Los argivos, dorios en marcha contra otros dorios, acompañaron a los atenienses, jonios, no tanto en virtud de su alianza como por su odio a los lacedemonios y con vistas a las inmediatas ganancias particulares de cada uno 324 ; los mantineos y los otros mercenarios arcadios lo hicieron porque estaban acostumbrados a marchar contra los que sucesivamente les eran señalados como enemigos, y así en aquella ocasión no estaban menos dispuestos, en su afán de lucro, a considerar enemigos a los otros arcadios que iban en compañía de los corintios 325 ; los cretenses y los etolios se dejaron convencer igualmente por la soldada 326 , y en el caso de los cretenses se dio la circunstancia de que, habiendo sido fundadores de Gela juntamente con los rodios 327 , no fueron a combatir al lado de sus colonos, sino que fueron contra ellos voluntariamente y por una soldada. También prestaron [10] su ayuda algunos acarnanios, en parte con vistas al lucro, pero sobre todo por amistad hacia Demóstenes y simpatía hacia los atenienses, de quienes eran aliados 328 .
Estos pueblos pertenecían al área que tiene sus límites [11] en el Golfo Jonio 329 . Pero con ellos también participaron en la expedición, entre los italiotas, los turios y los metapontios, arrastrados a aquel destino por las circunstancias de guerra civil que entonces vivían 330 ; entre los siciliotas, los naxios y los cataneos; entre los bárbaros lo hicieron los egesteos, que eran los que habían llamado a los atenienses, y la mayor parte de los sículos 331 ; y entre los pueblos de fuera de Sicilia, algunos tirrenos, a causa de su desacuerdo con los siracusanos 332 , y un contingente de mercenarios yápiges 333 . Todos ésos fueron los pueblos que participaron en la expedición al lado de los atenienses.
Efectivos siracusanos
[58 ] En el campo contrario 334 , acudieron en auxilio de los siracusanos los camarineos, que eran vecinos suyos, los de Gela, que habitaban a continuación, y luego, dado que los acragantinos eran neutrales 335 , los selinuntios, que están establecidos más allá de Acragas. Estos pueblos ocupaban la parte de Sicilia orientada [2] hacia Libia; de la zona que mira al mar Tirreno llegaron los himereos 336 , que son los únicos griegos que habitan en aquella parte, y los únicos también de aquella costa que aportaron su ayuda. Éstos fueron los pueblos griegos de [3] Sicilia, todos ellos dorios 337 e independientes, que combatieron al lado de los siracusanos; de los bárbaros sólo lo hicieron los sículos que no se habían pasado a los atenienses. De los griegos de fuera de Sicilia estuvieron los lacedemonios, que proporcionaron un comandante espartiata 338 , además de neodamodes e hilotas [el término neodamodes significa «recientemente liberado»] 339 ; los corintios, los únicos que se presentaron con naves y tropas de tierra; los leucadios y los ampraciotas, movidos por su afinidad étnica 340 ; de Arcadia, mercenarios enviados por los corintios; también hubo sicionios 341 , obligados a tomar parte en la guerra, y de fuera del Peloponeso acudieron los beocios. [4] En comparación con estos contingentes llegados de fuera, los propios siciliotas aportaron un número de efectivos superior en todas las armas, como era de esperar al habitar ciudades populosas; se reunieron, en efecto, muchos hoplitas, naves y caballos, además de una ingente cantidad de tropas de otras clases. Y a su vez los propios siracusanos, en comparación con todos los demás juntos, proporcionaron, puede decirse, un mayor número de fuerzas, tanto por la importancia de la ciudad como porque eran los que se hallaban en mayor peligro.
LA ÚLTIMA BATALLA EN EL PUERTO GRANDE
Los siracusanos cierran la boca del puerto
[59 ] Éstas fueron las ayudas que se reunieron en uno y otro bando, y en aquel momento ambos contendientes tenían consigo todas las suyas, y ya no les llegó ningún refuerzo más a ninguna de las dos partes.
[2] Así pues, los siracusanos habían pensado 342 con toda razón que, después de la victoria obtenida en la batalla naval, sería para ellos una hermosa proeza hacer prisionero a todo el ejército ateniense, tan poderoso como era, y no dejarlo escapar por ninguna de las dos vías, ni por [3] mar ni por tierra. Cerraron, pues, de inmediato el Puerto Grande, cuya bocana es de unos ocho estadios 343 , con trirremes, barcos mercantes y otras embarcaciones cruzadas que hicieron anclar en el paso, y efectuaron los demás preparativos por si los atenienses todavía se atrevían a presentar batalla naval; y sus planes no fueron cosa de poca monta en ningún aspecto.
Consejo de los mandos atenienses ante el peligro. Planes de evacuación
Cuando los atenienses vieron el cierre [60 ] del puerto y se dieron cuenta de las restantes intenciones de los siracusanos, juzgaron que era necesario deliberar. Y reunidos [2] en consejo los estrategos y los taxiarcos 344 , en vista de las dificultades presentes de todo tipo, y en especial ante el hecho de que en ese momento ya no tenían víveres (dado que, cuando estaban a punto de zarpar 345 , habían mandado orden a Catana de que no se los siguieran enviando) y de que tampoco los tendrían en el futuro, a no ser que se hicieran con el dominio del mar, decidieron abandonar los muros de la parte alta 346 y, tras cerrar junto a las naves con un muro transversal el menor espacio imprescindible para albergar la impedimenta y los enfermos, poner allí una guarnición y con el resto de las tropas equipar todas las naves, tanto las que estuvieran en mejores condiciones para navegar como las que lo estuvieran menos, embarcando en ellas a todo el mundo; y a continuación, entablar una batalla naval decisiva; y si vencían, trasladarse a Catana, y si no, prender fuego a sus naves y retirarse por tierra en perfecto orden por el camino por el que fueran a encontrar cuanto antes el refugio de un lugar amigo, bárbaro o griego. Y una vez tomada esta resolución, se pusieron manos a la [3] obra. Descendieron con toda cautela desde los muros de la parte alta y equiparon todas las naves obligando a embarcar a todo aquel que, estando en edad militar, les parecía [4] de alguna utilidad 347 . De este modo se llegó a equipar un total de unas ciento diez naves 348 , e hicieron subir a bordo muchos arqueros y lanzadores de jabalina acarnanios y de otros pueblos extranjeros, y se procuraron todo lo demás como fue posible, dentro de los límites de su estado de necesidad y con un plan como el previsto. [5] Luego, una vez que estuvo dispuesto casi todo, Nicias, viendo que los soldados estaban desanimados por haber sufrido, contra su costumbre, una grave derrota naval, y que, a causa de la escasez de víveres, querían afrontar el riesgo cuanto antes, los reunió a todos y comenzó por dirigirles una arenga en la que les habló de este modo:
Arenga de Nicias
[61 ] «Soldados atenienses y aliados: la lucha que se avecina va a ser un desafío común, de cada uno de nosotros no menos que de nuestros enemigos, con idéntico envite para todos, la salvación y la patria; porque si ahora vencemos con las naves, cada uno tendrá la posibilidad de volver a ver su propia ciudad, dondequiera que se encuentre 349 . No debéis desanimaros ni [2] hacer como aquellos que tienen menos experiencia, que, tras los fracasos de los primeros combates, se mantienen todo el tiempo en un estado de temerosa expectación en consonancia con las desgracias sufridas. Por el contrario, [3] todos los atenienses que estáis presentes, con experiencia ya de muchas guerras, y todos los aliados, que siempre nos habéis acompañado en nuestras expediciones, acordaos de las sorpresas que en las guerras desbaratan cualquier cálculo, y preparaos con la esperanza de que el apoyo de la suerte pueda estar de nuestro lado y con la idea de volver a combatir de un modo que sea digno de este numeroso ejército vuestro que tenéis ante vuestros ojos.
Todos los remedios en los que hemos apreciado eficacia, [62 ] dada la estrechez del puerto, contra la aglomeración de naves que va a producirse, y contra las disposiciones que el enemigo ha tomado en los puentes de sus barcos, motivos por los que hemos sufrido daños en anteriores enfrentamientos, ahora también han sido puestos a punto 350 por nosotros, en la medida que lo permiten las circunstancias, después de estudiarlos con los pilotos. En efecto, [2] subirán a bordo muchos arqueros y lanzadores de jabalina, y una multitud de hombres que no utilizaríamos en caso de reñir una verdadera batalla naval en mar abierto debido al estorbo que ello supondría, a causa de la sobrecarga de las naves, para la eficiencia de nuestra ciencia naval; pero en la batalla de infantería que aquí nos veremos obligados a librar a bordo de las naves, estos hombres [3] constituirán un ventajoso refuerzo 351 . Hemos hallado, además, todo lo necesario para dar adecuada respuesta con nuestras naves a las innovaciones de las suyas; y en particular contra el grosor de sus serviolas, el dispositivo que más daños nos ha causado, hemos ideado el lanzamiento de garfios de hierro 352 , que impedirán el retroceso de la nave que embista si las tropas de a bordo cumplen en seguida [4] su cometido. A esta situación extrema de tener que librar una batalla de infantería a bordo de las naves nos vemos, pues, obligados, y no nos interesa ciar ni permitir que los enemigos lo hagan, tanto más cuanto que la costa nos es hostil, salvo en el tramo que ocupan nuestras tropas de tierra.
[63 ] Acordándoos de eso, es preciso que luchéis con denuedo y hasta el límite de vuestras fuerzas, y que no os dejéis empujar hacia la costa, sino que, cuando una nave aborde a otra nave, no consintáis en separaros antes de haber echado por la borda a los hoplitas del puente enemigo. Estas [2] exhortaciones las dirijo a los hoplitas no menos que a los marineros, por cuanto ese cometido compete más bien a los de arriba; y hasta ahora por lo menos contamos con la ventaja de ser superiores en la mayor parte de los combates de infantería 353 . Y a los marineros les recomiendo, [3] y al mismo tiempo les suplico 354 , que no estén excesivamente intimidados por el recuerdo de los anteriores reveses, ya que ahora cuentan con mejores disposiciones en los puentes y con mayor número de naves; que asimismo tengan presente en su ánimo que merece la pena preservar aquel sentimiento de placer experimentado por los que, al ser considerados atenienses 355 aun sin serlo, habéis sido admirados por toda Grecia por vuestro conocimiento de nuestra lengua y por vuestra imitación de nuestras costumbres, vosotros, que habéis participado no menos que nosotros en las ventajas de nuestro imperio, tanto en lo relativo al respeto inspirado a nuestros súbditos como en lo referente al hecho, mucho más importante, de no veros sometidos [4] a la injusticia. Por tanto, dado que sois los únicos en estar libremente asociados a nuestro imperio, actuad ahora de acuerdo con la justicia y no lo traicionéis. Llenos de desprecio, en cambio, por los corintios, a quienes habéis vencido muchas veces, y por los siciliotas, de los que ninguno se atrevió a enfrentarse a vosotros cuando nuestra flota se hallaba en todo su esplendor 356 , rechazadlos y demostradles que, pese a la situación de debilidad y a los reveses, vuestra ciencia sigue siendo superior a la fuerza de los contrarios favorecida por la fortuna.
[64 ] Y a los que de vosotros sois atenienses 357 aún debo recordaros otra cosa: que no dejasteis en los arsenales 358 otras naves como éstas, ni jóvenes en edad de servir como hoplitas, y que, si obtenemos un resultado distinto a la victoria, nuestros enemigos de aquí se harán inmediatamente a la mar contra Atenas, y los nuestros que quedaron allí no serán capaces de defenderse de los enemigos de allí ni de los que desde aquí irán contra ellos. Y en este caso vosotros quedaríais de inmediato en manos de los siracusanos —contra los que sabéis bien con qué propósito vinisteis— 359 , mientras que los de allí quedarían en las de los lacedemonios. Así que, empeñados en esta lucha [2] única por una doble causa, manteneos firmes más que nunca y tened presente, cada uno individualmente y todos en conjunto, que aquellos de vosotros que ahora vayan a estar en las naves son para los atenienses su infantería y su flota, lo que queda de la ciudad y el gran nombre de Atenas 360 , y ante tal envite, si alguien supera a otro por sus conocimientos o por su valor, no hallará una ocasión mejor que ésta para demostrar sus cualidades, siendo útil a sus propios intereses a la vez que salvador de la comunidad».
Preparativos siracusanos
Después de pronunciar esta arenga, [65 ] Nicias dio inmediatamente la orden de subir a las naves. Por su parte, a Gilipo y a los siracusanos, al ver las disposiciones del enemigo, les era posible darse cuenta de que los atenienses iban a presentar batalla por mar; y habían recibido informes, además, que les advertían respecto al lanzamiento de garfios de hierro; así que se equiparon contra las demás medidas del enemigo, de la manera que cada una requería, y también contra ésta. [2] Cubrieron con pieles las proas y las partes superiores de las naves en una gran extensión, a fin de que los garfios [3] resbalaran sin hacer presa al ser lanzados. Y cuando todo estuvo dispuesto, los generales siracusanos y Gilipo exhortaron a sus hombres hablándoles de esta manera 361 :
Arenga a los siracusanos
[66 ] «Que vuestras empresas anteriores son gloriosas y que será glorioso el futuro por el que se va a entablar la lucha, me parece, siracusanos y aliados, que los más de vosotros ya lo sabéis (pues de otro modo no os hubierais ocupado de ello con tanto empeño), pero si alguno no se ha dado cuenta en la medida que conviene, se lo vamos a explicar.
[2] A los atenienses, que vinieron a esta tierra con vistas al sometimiento de Sicilia primero, y luego, si tenían éxito, del Peloponeso y el resto de Grecia 362 , poseedores ya del mayor imperio que un pueblo griego haya tenido en el pasado y en el presente, vosotros, los primeros en hacerles frente con la flota, el arma con la que han efectuado todas sus conquistas, ya los habéis vencido en las pasadas batallas navales, y en ésta de ahora es natural que también [3] obtengáis la victoria. Porque cuando los hombres se sienten frustrados en aquello en que pretenden ser superiores, la opinión que les queda de sí mismos es más pobre de lo que sería si al principio no se hubieran considerado superiores; y como sufren un fracaso que defrauda las esperanzas fundadas en su presunción, se abandonan de una forma que no guarda proporción con la capacidad de su fuerza; y es también natural que ahora les ocurra esto a los atenienses.
Para nosotros, en cambio, nuestro potencial primero, [67 ] con el que afrontamos el riesgo a pesar de ser todavía unos inexpertos, ahora se halla consolidado y, al habérsele sumado la creencia de que somos los más fuertes, ya que hemos vencido a los más fuertes, se ha doblado la esperanza de cada uno; y en las empresas, por lo general, la mayor esperanza produce el mayor celo.
En cuanto a la imitación de nuestras disposiciones [2] efectuada por el enemigo, sus contramedidas resultan familiares a nuestra forma de combatir y en ningún caso nos cogerán desprevenidos. Ellos, en cambio, cuando haya muchos hoplitas en los puentes, en contra de su costumbre, y se encuentren a bordo muchos lanzadores de jabalina, acarnanios y otros animales de tierra 363 , permítase la expresión, gente que ni siquiera sabrá encontrar la posición correcta para lanzar los dardos, ¿cómo van a evitar la ruina de sus naves y el barullo general de unos chocando con los otros al no poder moverse en su forma habitual? [3] Y desde luego no van a sacar ningún provecho del número de sus naves, si es que alguno de vosotros abriga este temor de que no va a combatir con una flota numéricamente igual; porque, al ser muchas en poco espacio, serán más lentas para maniobrar a voluntad y muy fáciles de ser dañadas [4] por las disposiciones que hemos tomado. Pero la pura verdad 364 la tenéis que conocer a partir de los informes que nosotros creemos haber obtenido de buena fuente. En medio de males que rebasan todos los límites y forzados por su presente situación sin salida, han caído en la locura de jugarse el todo por el todo, de la manera que sea, confiando menos en sus disposiciones que en la fortuna, con el fin de forzar la salida de sus naves o, tras este intento, efectuar la retirada por tierra, convencidos de que no podrían encontrarse en una situación peor que la presente.
[68 ] Marchemos, pues, con ira contra tal desbarajuste y contra esa fortuna de nuestros enemigos más acérrimos que se ha puesto en nuestras manos, y pensemos que es absolutamente legítimo que, frente a un adversario, se considere justo aplacar la indignación del ánimo con el escarmiento del agresor, y también que rechazar al enemigo, como vamos a conseguir, es, según se dice, el más dulce de los [2] placeres. Y que son nuestros enemigos, e incluso nuestros peores enemigos, todos lo sabéis, pues vinieron contra nuestra tierra para esclavizarla, y si en ello hubieran tenido éxito, hubieran infligido a los hombres el trato más duro, a los niños y a las mujeres el más ignominioso, y a toda la ciudad el título más vergonzoso 365 . Por todo eso, [3] conviene que nadie se ablande y que no se considere ganancia una retirada suya sin riesgos por nuestra parte; pues la van a tener que emprender de todos modos, incluso si se hacen con esta victoria. Pero si la acción se lleva a cabo, como es natural, de acuerdo con nuestros deseos 366 , si el enemigo es castigado y a Sicilia entera le devolvemos consolidada la libertad que antes ya disfrutaba, nuestra lucha será una gesta gloriosa. Y entre todos los riesgos que pueden correrse, los más raros son aquellos que, como los presentes, causan el menor daño después de un fracaso y el mayor beneficio en caso de éxito».
Últimas exhortaciones de Nicias. La flota leva anclas
Después de exhortar también ellos a [69 ] sus soldados con esta arenga, los generales siracusanos y Gilipo dieron orden de subir a las naves tan pronto como se percataron de que los atenienses lo hacían. Nicias, espantado por la situación y viendo qué grave [2] era el peligro y qué cerca se hallaba ya, puesto que estaban prácticamente a punto de hacerse a la mar, pensando, como les suele ocurrir a los comandantes en los combates decisivos, que en el terreno de los hechos todavía lo tenían todo por completar y que en lo tocante a las palabras tampoco se habían explicado suficientemente, de nuevo se dirigió a cada uno de los trierarcos en una exhortación individual, llamándolos por el nombre de su padre, por el suyo y por el de su tribu 367 , y pidiendo al que disfrutaba de algún lustre personal que no se traicionara a sí mismo, y al que contaba con antepasados ilustres que no oscureciera las virtudes de sus mayores, al mismo tiempo que les evocaba su patria, la tierra más libre de todas, y la independencia sin imposiciones de que todos gozaban en su vida diaria 368 ; y les añadía todas las demás exhortaciones que en circunstancias críticas como aquélla los hombres no dirían si se cuidaran de no causar la impresión de decir lo que siempre se ha dicho —los tópicos repetidos de modo semejante en todas las ocasiones respecto a mujeres, niños y dioses patrios—, pero que, a pesar de todo, pronuncian a voces por considerarlas útiles ante el terror del momento.
Cuando juzgó que esas exhortaciones habían sido, si [3] no las suficientes, sí las indispensables, Nicias se retiró y condujo las tropas de tierra junto al mar, donde las desplegó ocupando el mayor tramo de costa que pudo, para contribuir con ello a elevar todo lo posible la moral de los hombres que estaban a bordo de las naves. Por su [4] parte, Demóstenes, Menandro y Eutidemo (éstos eran los que habían embarcado como estrategos en las naves atenienses) 369 zarparon de su campamento y enfilaron hacia la barrera del puerto y el paso que se había dejado 370 , con el propósito de forzar la salida.
La gran batalla en el puerto
Pero los siracusanos y sus aliados habían [70 ] zarpado antes con un número de naves semejante al de la vez anterior 371 y hacían la guardia junto a la salida, con una parte de ellas, y en el resto del puerto, formando un círculo, para poder abalanzarse a la vez sobre los atenienses desde todos los lados; y al mismo tiempo sus tropas de tierra tomaban posiciones para prestar su ayuda en los sitios donde arribaran las naves. Estaban al mando de la flota siracusana Sicano y Agatarco 372 , cada uno al frente de una de las dos alas, mientras que Pitén y los corintios ocupaban el centro.
[2] Cuando los primeros atenienses 373 llegaron a la barrera, iniciaron el ataque y con el primer impulso que llevaban vencieron a las naves alineadas frente a ella y trataron de romper las cadenas 374 ; pero después de esto, cuando los siracusanos y sus aliados se lanzaron contra ellos desde todos los lados, la batalla ya no se desarrolló sólo frente a la barrera, sino que se extendió por todo el puerto, y fue de una violencia sin parangón con ninguna de [3] las precedentes. Grande era en uno y otro bando el ardor de los remeros en lanzar sus naves al ataque cuando se les daba la orden, y grande la habilidad de los pilotos en responder a las maniobras enemigas, y la rivalidad entre unos y otros; y la infantería de a bordo, cuando una nave abordaba a otra, se cuidaba de que la actividad desplegada en cubierta no desmereciera de la habilidad de los otros; en una palabra, todo el mundo se afanaba en mostrarse el primero en el desempeño del cometido que se había [4] asignado a cada uno. Y al encontrarse muchas naves en un espacio pequeño (ésta fue, en efecto, la batalla en que el mayor número de naves combatió en el espacio más reducido, pues sumadas las de los dos bandos faltaba poco para llegar a las doscientas) 375 , fueron escasas las maniobras de embestida 376 , debido a que no era posible ciar ni efectuar la penetración a través de la línea enemiga; fueron, en cambio, muy frecuentes los choques fortuitos en los que una nave topaba con otra al intentar huir o cuando iba a abordar a una tercera. En tanto que una nave [5] avanzaba para abordar a otra, los hombres de los puentes de la nave enemiga lanzaban contra ella dardos, flechas y piedras en gran cantidad; y cuando se producía el encuentro, la infantería iba al cuerpo a cuerpo y trataba de saltar al abordaje a la nave de los otros. A causa de la [6] falta de espacio, ocurría con frecuencia que, mientras se abordaba a otros, se era a la vez abordado, y que dos, y a veces más naves, se quedaban enganchadas a una sola sin poder evitarlo; y los pilotos se veían obligados por una parte a la defensa y por otra al ataque, y no en un solo punto cada vez, sino en diversos sitios y frente a ataques simultáneos desde todas partes; y el enorme fragor producido por las muchas naves que se encontraban era causa, al mismo tiempo, del espanto de las tripulaciones, y de la imposibilidad de oír las órdenes que a voces daban los cómitres. Incesantes fueron las exhortaciones y los gritos [7] que en uno y otro bando profirieron los cómitres, tanto por exigencias de su oficio como por el afán de victoria del momento; a los atenienses les decían a voz en grito que debían forzar la salida y que ahora era la ocasión, si habían de hacerlo alguna vez, de esforzarse con todo ardor por alcanzar la salvación regresando a su patria; y a los siracusanos y sus aliados, que sería una gesta gloriosa impedir que el enemigo escapara y engrandecer así con la [8] victoria la patria de cada uno. Del mismo modo, los estrategos de una y otra parte, si veían alguna nave que ciaba sin verse obligada a ello, llamaban por su nombre al trierarco y le preguntaban, en el caso ateniense, si se retiraban por pensar que aquella tierra encarnizadamente hostil les era más familiar que el mar adquirido con no poco esfuerzo 377 ; y, por parte siracusana, si ante aquellos atenienses, que, como sabían muy bien, estaban ansiosos por escapar de cualquier manera, iban ellos a huir cuando los otros estaban huyendo.
Las tropas de tierra contemplan la batalla naval. El descalabro ateniense
[71 ] Entre tanto, la infantería de ambos bandos que desde tierra contemplaba la batalla naval, mientras la suerte de ésta se mantenía indecisa, se hallaba sometida a una ansiedad y tensión anímica grandes; la del lugar en su afán por un éxito aún mayor, y los invasores por su temor a una suerte todavía [2] peor que la presente. Como todas las esperanzas de los atenienses estaban puestas en sus naves, su miedo por el futuro era indescriptible, y a causa de la variabilidad de la batalla naval, también se veían obligados a tener una visión variable desde tierra 378 . Al contemplarse la escena [3] desde cerca y no fijarse todos a la vez en el mismo punto, si algunos veían que los suyos vencían en alguna parte, cobraban ánimos y dirigían su invocación a los dioses para que no los privaran de la salvación; aquellos, en cambio, que miraban a un lugar en el que eran vencidos prorrumpían en lamentos acompañados de gritos y a la vista de lo que ocurría incluso tenían el ánimo más abatido que los que intervenían en la acción; otros, en fin, que dirigían su mirada hacia algún punto de la batalla naval donde las fuerzas estaban equilibradas, ante lo prolongado de aquella indecisa lucha, manifestaban con los movimientos de sus cuerpos, atenazados por el miedo, las mismas fluctuaciones de su espíritu y pasaban por un trance terrible, pues continuamente se veían a punto de escapar o a punto de estar perdidos. En el mismo ejército ateniense, mientras [4] la batalla se mantuvo igualada, se pudo oír de todo al mismo tiempo, lamentos, gritos, manifestaciones de victoria o de derrota, y todas las demás exclamaciones de diversa índole que un gran ejército en una situación de grave peligro puede verse obligado a proferir.
Semejantes eran los sentimientos que experimentaban [5] los hombres a bordo de las naves, hasta que los siracusanos y sus aliados, tras alargarse la batalla durante mucho tiempo, pusieron en fuga a los atenienses y, lanzándose sobre ellos de una forma espectacular, en medio de exhortaciones y de un tremendo griterío, los persiguieron hasta tierra. Entonces las tropas navales, las que no habían sido [6] apresadas en el mar, tras ser empujadas en diversas direcciones, fueron a parar al campamento; y en las tropas de tierra ya no hubo más diferencias 379 , sino que todos, en un impulso unánime, con lamentos y gemidos y sin poder soportar lo sucedido, se pusieron en movimiento, unos en auxilio de las naves, otros hacia lo que quedaba de los muros, para montar allí la guardia, y otros, en fin, y eran la mayor parte, ya no miraban más que por sí mismos [7] y por cómo podrían salvarse. El pánico que en aquel momento se produjo no fue inferior a ninguno de los habidos en cualquier otra ocasión. La suerte que sufrían era similar a la que ellos mismos habían provocado en Pilos 380 cuando, al ser destruidas sus naves, los lacedemonios habían perdido a sus hombres desembarcados en la isla; y ahora, de modo semejante, no les quedaba a los atenienses ninguna esperanza de salvarse por tierra, a no ser que ocurriera algún acontecimiento extraordinario.
DESPUÉS DE LA BATALLA
Los atenienses deciden retirarse por tierra
[72 ] Después de reñir esta violenta batalla naval en la que unos y otros perdieron muchas naves y hombres, los siracusanos y sus aliados, que habían obtenido la victoria, recogieron los pecios y los muertos, [2] y luego hicieron rumbo a la ciudad y erigieron un trofeo. Los atenienses, en cambio, ante la magnitud de sus infortunios, ni siquiera pensaron en pedir permiso para recoger los muertos y los pecios 381 , sino que decidieron emprender la retirada en seguida, en el curso de aquella misma noche. Pero Demóstenes habló a Nicias y le propuso la [3] idea de equipar una vez más las naves que les quedaban y forzar, si les era posible, la salida del puerto al amanecer, argumentando que el número de naves útiles que conservaban era todavía superior al del enemigo. A los atenienses, en efecto, les quedaban unos sesenta barcos, mientras que los de sus adversarios no llegaban a cincuenta 382 . Sin embargo, aunque Nicias estuvo de acuerdo con la [4] propuesta y ambos trataron de equipar las naves, los marineros no quisieron embarcar 383 debido a que estaban consternados por la derrota y no creían ya en la posibilidad de vencer. Y desde ese momento todos fueron del parecer de efectuar la retirada por tierra.
Estratagema de Hermócrates para retrasar la retirada
[73 ] Pero el siracusano Hermócrates 384 , adivinando su propósito y considerando el peligro de que un ejército tan importante, tras retirarse por tierra y establecerse en algún lugar de Sicilia, quisiera hacerles de nuevo la guerra, se dirigió a los que tenían el mando 385 y les explicó —exponiéndoles las consideraciones que él mismo se hacía— que no se debía consentir que el enemigo se retirara aquella noche, y que era preciso que todos los siracusanos y sus aliados salieran de inmediato para levantar barricadas en los caminos y guardar los desfiladeros tras haberse anticipado a ocuparlos 386 . Ellos eran de esa misma opinión tanto como él, y creían [2] que había que actuar de aquella manera, pero también pensaban que los hombres, en su entusiasmo por acabar de salir de una gran batalla y dándose la coincidencia de que era fiesta (pues aquel día se daba la circunstancia de que celebraban una fiesta con sacrificios en honor de Heracles), no estarían fácilmente dispuestos a acatar sus órdenes, porque, a causa de la extraordinaria alegría de la victoria, la mayor parte se había dado a la bebida durante la fiesta, y los jefes esperaban que les obedecerían en cualquier cosa antes que en tomar las armas en aquel momento y salir de la ciudad 387 . Y como, al hacerse esas reflexiones, [3] los jefes no veían ninguna posibilidad de actuar, y Hermócrates ya no conseguía convencerlos, en esas circunstancias maquinó la siguiente estratagema, temeroso de que los atenienses se anticiparan pasando tranquilamente durante la noche a través de los lugares más difíciles. Envió a algunos de sus amigos en compañía de unos jinetes 388 al campamento ateniense cuando estaba oscureciendo; éstos avanzaron hasta llegar a una distancia desde donde podían ser oídos, llamaron a algunas personas haciéndose pasar por amigos de los atenienses (Nicias tenía de hecho algunos confidentes que le informaban de lo que ocurría en el interior de la ciudad) 389 y les pidieron que dijeran a Nicias que no retirara el ejército durante la noche, pues los siracusanos vigilaban los caminos, sino que emprendiera la retirada de día después de prepararse con tranquilidad. [4] Después de decir esto, se volvieron, y los que escucharon el mensaje se lo comunicaron a los estrategos atenienses 390 .
Preparativos para la retirada y anticipación siracusana
[74 ] Los estrategos, haciendo caso de la advertencia, suspendieron la marcha por aquella noche, sin caer en la cuenta de que era un engaño 391 . Y dado que, a pesar de todo 392 , no habían conseguido partir inmediatamente, decidieron quedarse también el día siguiente, a fin de que los soldados se prepararan para marchar con las cosas más útiles, en la medida de lo posible, y, tras abandonar todo lo demás, emprender la marcha llevándose sólo lo necesario para su subsistencia personal. Pero, entre tanto, los siracusanos y Gilipo se les anticiparon [2] a salir con sus tropas de tierra, y cerraron los caminos de la región por la que era previsible que pasaran los atenienses, montaron guardia en los vados de los torrentes y los ríos y tomaron posiciones a la espera del ejército enemigo, para detenerlo donde pareciera oportuno. Por otra parte, se acercaron con sus naves a las naves atenienses para arrastrarlas desde la costa; los mismos atenienses, tal como habían decidido 393 , habían prendido fuego a unas pocas, y las demás, después de ponerlas a remolque en los sitios donde cada una había ido a parar, los siracusanos se las llevaron tranquilamente a la ciudad sin que nadie se lo impidiera.
RETIRADA Y DESTRUCCIÓN DEL EJÉRCITO ATENIENSE DE SICILIA
Un ejército humillado abandona el campamento
Después de esto, cuando a Nicias y a [75 ] Demóstenes les parecieron suficientes los preparativos, tuvo lugar al fin la partida del ejército, al tercer día de la batalla naval 394 . La situación era terrible, y no [2] sólo por el hecho en sí de tener que retirarse después de haber perdido todas las naves y cuando, en vez de la esperanza de antes, todo eran peligros para ellos mismos y para la ciudad, sino también por las diversas impresiones de dolor que, en el momento de abandonar el campo, turbaban [3] la vista y el corazón de cada hombre. Como los cadáveres estaban insepultos, cuando uno veía el de algún compañero tendido en el suelo, caía en un sentimiento de tristeza acompañado de miedo 395 , y los heridos y enfermos que eran abandonados con vida causaban a los vivos mucha más pena que los muertos y eran más desventurados [4] que los que ya habían perecido. Recurriendo a súplicas y lamentos, ponían en un aprieto a los otros pidiéndoles que los llevaran consigo y llamando a voces a cada uno de los amigos y parientes que veían pasar; se colgaban a sus camaradas de tienda cuando éstos emprendían la marcha y los seguían hasta donde podían, y aquellos a quienes abandonaban el ánimo o las fuerzas del cuerpo se quedaban atrás, no sin muchas invocaciones a los dioses y muchos gemidos; y así todo el ejército se anegaba en lágrimas y se encontraba en un aprieto de tal envergadura que no le era fácil la partida, a pesar de partir de una tierra enemiga, y de que no había bastantes lágrimas para llorar las desgracias ya sufridas y las que temían tener que sufrir en un incierto futuro.
[5] Grande era el sentimiento de humillación 396 y muchos los reproches que se dirigían a sí mismos. No parecían otra cosa que una ciudad reducida por asedio que huía furtivamente, y una ciudad nada pequeña, ya que el total de la turbamulta que estaba en camino no era inferior a los cuarenta mil hombres 397 . Todos ellos llevaban consigo las cosas de utilidad que cada uno podía, e incluso los hoplitas y jinetes, en contra de lo habitual 398 , llevaban ellos mismos sus propios víveres entre las armas, unos por falta de siervos y otros por desconfianza, porque ya hacía tiempo que habían empezado a desertar y en aquel momento eran muchísimos los que desertaban. Pero ni siquiera así llevaban lo suficiente, pues ya no había trigo en el campamento. Para colmo, su abyección 399 en todos los demás [6] aspectos, aunque por el igual reparto de males 400 encontraba un cierto alivio en el hecho de que era compartida con muchos, no les parecía, a pesar de todo, fácil de soportar en aquel momento, especialmente cuando consideraban desde qué situación de esplendor y arrogancia habían partido y a qué final y a qué abatimiento habían [7] llegado. Nunca un ejército griego experimentó un mayor cambio de fortuna. Ocurría que, en vez de llegar con el propósito de esclavizar a otros, ahora eran más bien ellos mismos quienes se marchaban con el temor de sufrir aquella suerte; y, en vez de las plegarias y los peanes con los que habían zarpado, ahora volvían en medio de voces de mal agüero, muy distintas a las del principio 401 ; y marchaban por tierra en lugar de a bordo de las naves, y más pendientes de sus fuerzas hoplíticas que de su flota. Sin embargo, ante la gravedad del peligro que todavía se cernía sobre ellos, todo aquello les parecía llevadero.
Nicias recorre las filas
[76 ] Viendo Nicias que el ejército se hallaba descorazonado y que estaba en una crisis muy grave, se puso a recorrer las filas tratando de animar y tranquilizar a sus hombres en la medida que lo permitían las circunstancias, y redoblando continuamente sus gritos delante de cada grupo junto al que pasaba, movido por su ardor y por su voluntad de ser útil haciéndose oír lo más lejos posible 402 :
Alocución de Nicias
«Incluso en nuestra situación, atenienses [77 ] y aliados, es preciso tener esperanza (en el pasado otros se han salvado de situaciones peores que ésta), y no debéis haceros excesivos reproches ni por nuestras desgracias ni por los inmerecidos sufrimientos de este momento. Yo mismo, que no supero a ninguno de vosotros [2] por mi vigor (ya veis en qué estado me encuentro a causa de mi enfermedad) 403 , y que, por lo que respecta a la suerte, no parezco quedar detrás de nadie, ni en la vida privada ni en ningún otro aspecto, ahora me veo zarandeado por los mismos peligros que el último de los hombres; y sin embargo, he pasado la vida en la observancia de muchas prácticas en honor de los dioses y realizando muchas acciones justas e irreprochables en beneficio de los hombres 404 . Como contrapartida de esa situación, mi [3] esperanza en el futuro sigue siendo, a pesar de todo, firme, y nuestras desgracias no me espantan, sin duda, como si fueran merecidas 405 . Es incluso verosímil que remitan, pues la suerte ha favorecido suficientemente al enemigo, y si con nuestra expedición hemos suscitado la envidia de [4] algún dios, ya hemos recibido bastante castigo 406 . Otros, en efecto, antes que nosotros han marchado contra un enemigo y, habiendo errado de acuerdo con su naturaleza humana, han sufrido males soportables 407 , y así es razonable que ahora esperemos una suerte más favorable de parte de la divinidad (pues en este momento somos más merecedores de su compasión que de su envidia); y vosotros viendo qué excelentes hoplitas sois y en qué gran número marcháis perfectamente formados, no os espantéis en exceso; considerad, en cambio, que dondequiera que acampéis os convertiréis de inmediato en una ciudad, y que ninguna otra ciudad de Sicilia podría resistir fácilmente vuestro ataque ni sería capaz de desalojaros una vez establecidos en alguna parte.
En cuanto a la marcha, cuidaos de que sea segura y [5] ordenada, y que cada uno no tenga otro pensamiento que el de que el lugar donde se vea obligado a combatir, si obtiene la victoria, lo tendrá como patria y baluarte. El camino se hará con igual rapidez de noche y de día, [6] pues nuestras provisiones son escasas, y si logramos alcanzar alguna plaza amiga habitada por sículos (éstos aún nos son fieles por miedo a los siracusanos), pensad que ya estáis en lugar seguro 408 . Ya se les han enviado mensajeros con el encargo de que nos salgan al encuentro y traigan víveres consigo. En suma, daos cuenta, soldados, de que [7] es necesario ser valientes, puesto que si os acobardáis no hay cerca ningún lugar en el que podáis salvaros, y sabed asimismo que, si ahora lográis escapar del enemigo, todos conseguiréis aquello que sin duda anheláis ver de nuevo, y los atenienses volveréis a enderezar el gran poderío de nuestra ciudad, por muy caído que ahora se encuentre. Porque son los hombres los que constituyen una ciudad, y no unas murallas o unas naves vacías de hombres» 409 .
Comienza la marcha. El penoso avance de los tres primeros días
[78 ] Mientras hacía estas exhortaciones, Nicias recorría el ejército y, si en algún punto lo veía desperdigado y marchando sin orden, lo reunía y lo ponía en la formación correcta; y Demóstenes hacía lo mismo con sus hombres y les dirigía iguales o parecidas [2] recomendaciones. El ejército marchaba formado en cuadro 410 , yendo en cabeza la división de Nicias y siguiendo la de Demóstenes; los hoplitas llevaban en el centro de la formación a los bagajeros y al grueso de las restantes [3] tropas. Cuando llegaron al vado del río Anapo 411 , se encontraron con que un destacamento de siracusanos y aliados estaba apostado a lo largo de su orilla; los pusieron en fuga y se adueñaron del paso, y luego continuaron adelante; pero los siracusanos no dejaron de acosarlos haciendo que la caballería los hostigara por los flancos y que [4] las tropas ligeras les arrojaran sus dardos. Durante ese día los atenienses avanzaron unos cuarenta estadios 412 y luego vivaquearon al pie de una colina. Al día siguiente, se pusieron en marcha temprano y avanzaron unos veinte estadios; luego descendieron a un lugar llano 413 y acamparon allí; querían conseguir algunos comestibles en las casas (pues el lugar estaba habitado) y aprovisionarse de agua en aquel lugar, puesto que en muchos estadios hacia adelante, por el camino que iban a seguir, no la había en [5] abundancia. Entre tanto, los siracusanos se adelantaron y se pusieron a cerrar con un muro el camino por el que el enemigo debía pasar en su avance, camino que iba por un collado abrupto 414 , bordeado por un escarpado barranco [6] a cada lado, que se llamaba Roca de Acras 415 . Al día siguiente, los atenienses reemprendieron su avance, pero la caballería y los lanzadores siracusanos y aliados, en gran número a uno y otro flanco, obstaculizaban su marcha arrojándoles sus dardos y hostigándolos con sus cabalgadas por los flancos. Los atenienses combatieron durante mucho [7] tiempo, pero después se retiraron y volvieron al mismo campamento 416 . Pero ya no conseguían víveres igual que antes, pues ya no era posible alejarse a causa de la caballería enemiga.

1. Retirada ateniense de Siracusa (según D. Kagan)
Días cuarto y quinto. Los siracusanos cierran el paso a los atenienses
Por la mañana temprano levantaron el [79 ] campamento y reanudaron la marcha; consiguieron abrirse camino hasta los pies del collado que había sido cerrado con un muro y encontraron ante ellos, en defensa del mismo, a la infantería enemiga desplegada en orden de combate con un fondo de no pocos escudos 417 , [2] dado que el paso era angosto. Los atenienses se lanzaron al ataque y combatieron para adueñarse del muro, pero, al ser blanco de los disparos de numerosos enemigos apostados en la colina, que era muy empinada (con lo que los de arriba acertaban con más facilidad), y no sentirse capaces de forzar el paso, se retiraron de nuevo para tomarse [3] un descanso. Y se dio la coincidencia de que se produjeron algunos truenos acompañados de lluvia, como suele ocurrir cuando se acerca el otoño, y con ello todavía aumentó el desánimo de los atenienses, pues pensaban que todo [4] aquello sucedía para su perdición 418 . Mientras los atenienses descansaban, Gilipo y los siracusanos enviaron una parte de su ejército a cerrarles de nuevo el camino con un muro, esta vez por detrás, por donde habían venido; pero aquéllos también enviaron a algunos de los suyos y [5] se lo impidieron. Después los atenienses se retiraron con todo su ejército a un lugar más próximo a la llanura y allí vivaquearon. Al día siguiente continuaron avanzando 419 , pero los siracusanos se lanzaron contra ellos rodeándolos por todas partes y les causaron numerosos heridos. Si los atenienses atacaban, ellos se replegaban, pero si eran los atenienses quienes se retiraban, ellos se les echaban encima, acosando sobre todo a los hombres de la retaguardia por si iban poniendo en fuga a pequeños grupos y así provocaban el pánico de todo el ejército. Los atenienses [6] resistieron largo tiempo combatiendo de este modo, pero después, tras avanzar cinco o seis estadios, hicieron alto en la llanura para descansar; y los siracusanos a su vez se alejaron de ellos y se retiraron a su campamento.
Cambio de ruta en la noche del quinto día. Nicias y Demóstenes se separan
Por la noche Nicias y Demóstenes, en [80 ] vista de lo mal que se encontraba su ejército por la falta ya absoluta de víveres y por los muchos hombres que habían resultado heridos en los numerosos ataques del enemigo, decidieron encender el mayor número posible de fuegos 420 y llevarse de allí al ejército; pero ya no por la misma ruta que habían proyectado seguir, sino por el camino contrario al que acechaban los siracusanos, en dirección al mar. Debe decirse que la ruta [2] de toda esta retirada no llevaba al ejército a Catana 421 , sino a la otra parte de Sicilia, a la zona de Camarina y Gela y de las otras ciudades griegas y bárbaras de aquella [3] región. Encendieron, pues, muchos fuegos y se pusieron en marcha durante la noche. Y como suele ocurrir en todos los ejércitos, y especialmente en los más numerosos, que hacen su aparición los terrores y los pánicos, sobre todo cuando marchan de noche a través de un territorio hostil, y con los enemigos a no mucha distancia, también [4] se apoderó de ellos la confusión 422 . La división de Nicias, que marchaba en cabeza, permaneció agrupada y cogió una gran delantera, mientras que la de Demóstenes, aproximadamente la mitad del ejército, o algo más, se separó del resto y siguió marchando de forma más desordenada. Al alba, sin embargo, llegaron al mar y, tomando [5] el camino llamado de Eloro, continuaron la marcha 423 con la intención de llegar al río Cacíparis 424 para seguir luego río arriba por el interior del país, pues esperaban que acudieran allí a su encuentro los sículos a quienes habían llamado en su ayuda 425 . Pero cuando llegaron al río, [6] encontraron también allí a una guarnición siracusana que trataba de bloquear el paso con muros y empalizadas. Rechazaron a esta guarnición y cruzaron el río 426 , y luego reanudaron la marcha hacia otro río, el Eríneo 427 ; ésta era la ruta que les aconsejaban los guías.
Día sexto. Demóstenes es rodeado
[81 ] Entre tanto, los siracusanos y sus aliados, cuando se hizo de día y se dieron cuenta de que los atenienses habían partido, culparon a Gilipo de haberlos dejado escapar voluntariamente 428 ; y persiguiéndolos a toda prisa, por donde sin dificultad vieron que habían marchado, los alcanzaron a la hora del almuerzo. [2] Y tan pronto como tuvieron contacto con las tropas de Demóstenes, que iban a retaguardia y marchaban de forma más lenta y desordenada debido a la confusión de aquella noche, se lanzaron sobre ellas y entablaron combate; y la caballería siracusana las rodeó con suma facilidad, ya que estaban separadas del resto del ejército, y las encerró [3] en un solo punto. La división de Nicias se encontraba más adelantada, a una distancia de unos cincuenta estadios; Nicias la conducía más deprisa, pensando que en una situación como aquélla la salvación no estaba en aguardar voluntariamente al enemigo para trabar batalla, sino en retirarse lo más rápidamente posible, combatiendo tan sólo [4] en caso de verse obligados a ello. Demóstenes, en cambio, se había visto sometido durante la mayor parte de la retirada a un esfuerzo más continuo, dado que, al retirarse en último lugar, era el primero en tener encima a los enemigos; y en aquella ocasión, además, al darse cuenta de que los siracusanos los perseguían, se cuidó menos de continuar avanzando que de tratar de poner en orden sus tropas con vistas a la batalla, hasta que, a fuerza de perder tiempo, se encontró cercado por el enemigo con gran consternación suya y de sus hombres. Y así fueron acorralados en un lugar rodeado por una cerca, con un camino a uno y otro lado y con no pocos olivos 429 ; y se vieron envueltos por una lluvia de proyectiles. Era natural que [5] los siracusanos recurrieran a un ataque de este tipo y no al combate cuerpo a cuerpo, pues jugarse el todo por el todo frente a unos hombres desesperados les favorecía menos a ellos que a los atenienses; y al mismo tiempo, ante un éxito ya cierto, todos andaban con un cierto cuidado de no sucumbir antes de haberlo contemplado, y pensaban que con esta táctica también podrían dominar y apresar al enemigo.
Demóstenes capitula. Nicias llega al río Eríneo
Así, tras estar lanzando proyectiles sobre [82 ] los atenienses y sus aliados durante todo el día y desde todas partes, cuando vieron que ya se encontraban rendidos por las heridas y los demás padecimientos, Gilipo y los siracusanos y sus aliados hicieron una proclama anunciando, como primera medida, que los isleños 430 que así lo quisieran podían pasarse a su lado con garantías de libertad; y algunas ciudades, no muchas 431 , hicieron defección. Luego, en segundo término, se llegó a un acuerdo [2] con todas las demás tropas que iban con Demóstenes, acuerdo por el que debían entregar las armas con la condición de que ninguno moriría ni de muerte violenta, ni en prisión, ni por falta de los medios de subsistencia más indispensables 432 . [3] Entonces se entregaron, en un total de seis mil hombres 433 , y depositaron todo el dinero que tenían echándolo en escudos vueltos hacia arriba, y llenaron cuatro escudos. A estos prisioneros los trasladaron inmediatamente a Siracusa. Y entre tanto, Nicias y sus hombres aquel mismo día llegaron al río Eríneo, y después de cruzarlo, Nicias situó a su ejército en un lugar elevado.
Día séptimo. Al sur del Eríneo. Ultimátum a Nicias
[83 ] Los siracusanos le dieron alcance al día siguiente y le comunicaron que los hombres de Demóstenes se habían entregado, invitándole a hacer lo mismo; pero él no dio crédito a la noticia y pactó [2] con ellos el envío de un jinete para cerciorarse. Cuando éste, a su regreso, anunció que se habían entregado, Nicias envió un heraldo a Gilipo y a los siracusanos para comunicarles que estaba dispuesto a concluir un acuerdo en nombre de los atenienses, en virtud del cual Atenas pagaría todos los gastos de guerra de los siracusanos a cambio de que ellos dejaran partir a las tropas que iban con él; y hasta la total entrega del dinero, les daría rehenes atenienses, [3] a razón de un hombre por cada talento. Pero los siracusanos y Gilipo no aceptaron sus propuestas, sino que se lanzaron al ataque y, tomando posiciones en derredor de las tropas, también a ellas 434 les arrojaron sus proyectiles desde todas partes hasta el atardecer. Y también estas [4] tropas se encontraban en una situación penosa por falta de víveres y de todo lo necesario. No obstante, tras aguardar la calma de la noche, se disponían a reanudar la marcha. Pero en el mismo momento de volver a tomar las armas, los siracusanos se dieron cuenta y entonaron el peán 435 . Entonces los atenienses, viendo que no habían [5] pasado inadvertidos, depusieron de nuevo las armas, a excepción de unos trescientos hombres; éstos se abrieron paso a través de la guardia enemiga y marcharon durante la noche por donde pudieron.
Día octavo. La matanza del río Asínaro
Cuando se hizo de día, Nicias puso [84 ] en marcha a su ejército, pero los siracusanos y sus aliados siguieron acosándolos de la misma manera, disparando desde todas partes y acribillándolos con sus dardos. Los atenienses aceleraban el paso en su afán de [2] llegar al río Asínaro 436 , en parte porque se veían presionados desde todas partes por los ataques de una caballería numerosa y de la restante masa de enemigos, y pensaban que las cosas les irían mejor si cruzaban el río, y en parte, por su misma fatiga y por su necesidad de beber. Cuando [3] llegaron al río, se precipitaron en él ya sin ningún orden; cada uno quería ser el primero en atravesarlo, pero el acoso de los enemigos les hacía más difícil el paso. Al verse obligados a marchar en grupos, caían unos sobre otros y se pisoteaban, y, por obra de sus jabalinas y demás armamento, algunos perecían de inmediato y otros se trababan [4] y eran arrastrados por la corriente. Los siracusanos se habían apostado a la otra orilla del río (el lugar era escarpado) y desde lo alto disparaban sobre los atenienses, que en su mayor parte bebían con avidez y se estorbaban unos [5] a otros en el encajonado lecho del río. Y los peloponesios bajaron contra ellos y comenzaron la degollina, sobre todo de aquellos que se encontraban en el río. El agua en seguida se volvió turbia, pero, aun mezclada con sangre y barro, no dejaban de beberla y en muchos casos incluso combatían por ella.
Rendición de Nicias
[85 ] Finalmente, cuando ya había muchos cadáveres amontonados en el río y el ejército había sido destrozado, en parte en el lecho del río y en parte, si habían logrado huir de allí, a manos de la caballería, Nicias se entregó a Gilipo, confiando más en él que en los siracusanos 437 . Respecto a su persona, le exhortó a que él y los lacedemonios hicieran lo que quisieran, pero en lo tocante al resto de los soldados les pidió que pusieran [2] fin a la matanza. Después de esto, Gilipo ya dio la orden de hacer prisioneros; y a todos los que quedaban, salvo los que los soldados habían escamoteado en su beneficio 438 (que fueron muchos), se los llevaron vivos; y enviaron un destacamento en persecución de los trescientos hombres que habían pasado a través de la guardia durante la noche y los apresaron. La parte del ejército que pudo [3] ser reunida para el Estado no fue grande, pero sí lo fue la sustraída 439 , y toda Sicilia se llenó de estos hombres, debido a que no habían sido capturados en virtud de un acuerdo como era el caso de los de Demóstenes 440 . Y una [4] buena parte encontró la muerte, pues ésta fue una enorme matanza, no inferior, desde luego, a ninguna de las ocurridas durante esta guerra de Sicilia 441 . Y eso sin contar que en los otros ataques que se habían dado con frecuencia en el curso de la retirada también había muerto un buen número. Muchos, sin embargo, consiguieron escapar, unos de inmediato, y otros siendo sometidos a la esclavitud y evadiéndose después; todos éstos encontraban refugio en Catana 442 .
Ejecución de Nicias y Demóstenes
[86 ] Una vez reagrupados los siracusanos y sus aliados, y tras tomar consigo el mayor número de prisioneros y botín que les fue posible, regresaron a la ciudad 443 . [2] A todos los atenienses y aliados que habían capturado les hicieron bajar a las canteras 444 , por considerar que era el lugar más seguro para su custodia; pero a Nicias y Demóstenes los ejecutaron 445 , pese a la oposición de Gilipo. Éste pensaba que constituiría para él una hermosa proeza 446 , como culminación de sus demás éxitos, el hecho de llevar a los lacedemonios los estrategos del ejército enemigo. Se daba el caso, además, de que [3] uno de los dos, Demóstenes, era para ellos su más acérrimo enemigo, a causa de lo ocurrido en la isla 447 y en Pilos, mientras que el otro, a causa de los mismos acontecimientos, gozaba de su mayor consideración; pues Nicias había puesto un gran empeño en persuadir a los atenienses a concluir la paz y en conseguir así la liberación de los soldados lacedemonios de la isla 448 . En recuerdo de estos [4] hechos, los lacedemonios estaban bien dispuestos hacia él, y ésta fue sobre todo la razón por la que él se entregó, confiándose a Gilipo. Pero algunos elementos del bando siracusano, según se dijo, unos por miedo, debido a los contactos que habían mantenido con él 449 , a que, si se le sometía a interrogatorio sobre aquello, les causara un disgusto en aquel momento de éxito, y otros, y en especial los corintios, temiendo que, al ser rico 450 , lograra comprar el concurso de algunos para evadirse, y que de ello resultara algún nuevo problema para ellos, consiguieron convencer a los aliados e hicieron que lo condenaran a muerte. Así, por estas razones, o por razones muy parecidas [5] a éstas, murió Nicias, el griego de mi tiempo que menos mereció llegar a tal grado de infortunio por su modo de vivir totalmente sometido a las normas de la virtud 451 .
La suerte de los prisioneros
[87 ] En cuanto a los prisioneros de las canteras, los siracusanos los trataron duramente en los primeros tiempos. Como eran muchos los encerrados en un lugar hondo y angosto, al principio aún les hacían sufrir 452 los días de ardiente sol y el calor sofocante, debido a la falta de techo, y las noches que seguían, contrariamente otoñales y frías, a causa del súbito cambio 453 les traían el nuevo problema de la enfermedad 454 . Además, como por la falta de espacio lo hacían todo en [2] el mismo sitio 455 , y por añadidura estaban hacinados unos sobre otros los cadáveres de los que morían a consecuencia de las heridas o por los cambios de temperatura o alguna otra causa parecida, se producían hedores insoportables. Al mismo tiempo padecían hambre y sed (pues durante ocho meses 456 dieron a cada prisionero una cótila de agua y dos cótilas de grano al día) 457 ; y de todos los padecimientos que era previsible que sufrieran unos hombres arrojados a un lugar como aquél, no hubo ninguno que no se [3] abatiera sobre ellos. Durante unos setenta días vivieron todos juntos en estas condiciones; luego los vendieron a todos, excepción hecha de los atenienses y de algunos siciliotas [4] e italiotas que se habían unido a la expedición. El total de los que fueron hechos prisioneros es difícil establecerlo con exactitud; la cifra, sin embargo, no bajó de los siete mil 458 .
[5] Esta empresa ha resultado ser la más grande de las acometidas en el curso de esta guerra 459 , e incluso, a mi parecer, de todos los hechos de los griegos que la tradición nos ha transmitido; ha sido la más esplendorosa para los [6] vencedores y la más desgraciada para los vencidos. Completamente derrotados en todos los campos y sin que ninguno de sus sufrimientos fuera en absoluto de poca monta, se hallaron en una situación, como suele decirse, de ruina total 460 : su infantería y su flota quedaron aniquiladas y no hubo nada que no fuera destruido, y de los muchos hombres que habían partido, muy pocos regresaron a su hogar. Éstos fueron los sucesos de Sicilia.