Dos son las fuentes principales utilizables para trazar la biografía de Eliano: Vidas de los sofistas de Filóstrato y las parcas noticias de la Suda. He aquí lo que nos dice Filóstrato (II 31):
Eliano fue romano, pero escribía el griego como un ateniense de pura cepa. Paréceme digno de elogio este varón, en primer lugar, porque, a pesar de vivir en una ciudad de distinta lengua, consiguió con su esfuerzo hablar el griego con pureza; en segundo lugar, porque, aun siendo proclamado sofista por aquellos que suelen otorgar este título, él no se prestó a que se le tuviese por tal, ni se envaneció por un apelativo tan pretencioso, sino que, considerando después de maduro examen que no estaba capacitado para achaques de retórica, se dedicó a escribir historia, y en esta actividad se granjeó general admiración. La simplicidad fue la característica del estilo de este hombre, una simplicidad que recuerda la gracia de Nicóstrato, pero en ocasiones recuerda también el estilo elevado de Dión.
Filostrato de Lemnos le encontró una vez con un libro en la mano. Lo estaba leyendo con colérico y levantado tono de voz y aquél le preguntó qué estaba estudiando, y Eliano le contestó: «Yo he compuesto un alegato contra Gymnis [el mariquita, apodo aplicado a Heliogábalo que fue ajusticiado en 222]. Así llamo yo al tirano ejecutado recientemente, el cual, con toda suerte de desenfreno, causó la oprobiosa perdición del Imperio.» Filóstrato repuso: «Contarías con mi admiración si le hubieras acusado cuando vivía.» Pues decía que era de hombres cabales frenar a un tirano en vida, pero arremeter contra uno muerto, lo hace cualquier pelafustán.
Este hombre solía decir que jamás había salido de su tierra y viajado fuera de Italia, ni se había embarcado ni conocía el mar, de modo que gozaba de gran estimación en Roma por el alto aprecio que hacía de su género de vida. Fue discípulo de Pausanias, peo veía con admiración en Herodes Ático al más variado de los oradores. Sobrepasó los sesenta años y murió sin hijos, porque con no casarse evitaba procrearlos. Mas no es ocasión de especular ahora sobre si esto acarrea felicidad o infortunio.
A estas parvas noticias de Filóstrato podrían añadirse otras todavía más pobres de la Suda; pero nos ahorramos este trabajo porque nada nuevo añaden a la semblanza trazada por Filóstrato, el cual tenía buenas razones para conocerlo íntimamente, pues perteneció lo mismo que Eliano al círculo literario que, patrocinado por la emperatriz Julia Domna, esposa de Septimio Severo, estaba integrado por Opiano, Sereno Sammónico, Galeno, Diógenes Laercio, los juristas Papiniano y Ulpiano, y otros. A él tomamos, por lo tanto, como nuestra fuente principal.
En los párrafos transcritos encontramos suficientes datos definidores de la personalidad de nuestro autor: dedicación al estudio, amor exclusivo y exclusivista de Roma, vida recoleta alternada con el cultivo de amistades selectas. Sólo nos falta añadir que nació en Preneste (actual Palestrina), en donde llegó a ser sumo sacerdote (archiereús o pontifex, según la Suda). Pasó luego a Roma, donde, como acabamos de ver por el testimonio de Filóstrato, se dedicó al aprendizaje de la retórica, que abandonó para dedicarse a escribir historia. La Suda le llama meliglossus seu meliphthongus a linguae et vocis suavitate en la traducción de Wolf (Basilea, 1581).
Las obras de Eliano, de que conservamos memoria, son:
2. Un tratado De divinae potentiae argumentis.
3. Epigramas.
4. Diatriba contra Heliogábalo titulada Contra Gymnis.
5. De natura animalium.
6. Epistulae.
7. Varia historia.
A juzgar por los fragmentos transmitidos por la Suda, los dos primeros tratados son de inspiración estoica y formaban parte de una antología de relatos destinados a inculcar en los lectores la idea de que los incrédulos reciben el castigo de su incredulidad. En ellos se condena también el escepticismo de los epicúreos, cuyo jefe, según Eliano, experimenta en su propia carne las iras de los dioses negados por él.
Los números 1084-5 de los Epigrammata graeca ex lapidibus conlecta de G. Kaibel (Berlín, 1878) son dos epigramas de Eliano que estaban inscritos en estatuas de Homero y Menandro erigidas en la casa que Eliano tenía en Roma, a la entrada de su biblioteca.
Filóstrato en la «Vida de Eliano», ya reseñada, nos dice que un día lo encontró su colombroño de Lemnos leyendo en voz alta y en tono indignado una diatriba contra Gymnis. Con este mote, que significa algo así como «afeminado», se refería Eliano, según propia confesión, a Heliogábalo, ejecutado en el año 222. Por supuesto esta diatriba, que nos hubiera dado la medida del aprovechamiento del prenestino en la escuela de Pausanias de Cirene, se ha perdido.
De la obra principal de Eliano, que ha pasado a la historia de la literatura con el título latino de De natura animalium, hablaremos luego más detenidamente.
La Varia historia es una obra en 14 libros, cuya primera parte se ocupa, como la anterior, de cosas de la Naturaleza. La obra es un compendio, como prueba el hecho de que algunas partes se encuentran tratadas más extensamente en Estobeo y en la Suda. El carácter marcadamente erótico de algunas de estas historias, como la 32 y la 34 del libro I y la 4 del libro II , enlaza esta obra con las «Historias Milesias».
También en De natura animalium se observa esta afinidad con el erotismo de la novela jónica, como tendremos ocasión de demostrar. Finalmente y para terminar hagamos mención de las Epistulae (Epístolas campesinas), que son veinticuatro cartas, en las que se nos ofrecen estampas del ambiente campesino, sin que falte, como es norma en la obra de Eliano y en composiciones de este tipo, el motivo erótico. Por la forma y por el contenido estas Epístolas son aticistas también.
En cuanto a la Historia animalium 1 , que es como una especie de cajón de sastre en donde se recogen de manera desordenada y caótica las observaciones propias y ajenas —más ajenas que propias— sobre el mundo animal, ofrece poco interés desde el punto de vista científico, sobre todo si se mira con criterio moderno, pero no carece de interés literario, porque las disparatadas, pintorescas, extraordinarias y estrambóticas historias que en ella se narran, se cuentan con gracia ática, estilo llano y sugestivo. Toda esta sarta de disparatadas amenidades, de las que, sin embargo, pueden entresacarse algunas provechosas enseñanzas, van encaminadas a demostrar que existen unos dioses providentes que cuidan de todas sus criaturas, que la Naturaleza que es un principio inmanente (por eso nosotros escribimos siempre esta palabra con mayúscula), es sabia y benéfica. Ella guía a los animales, que carecen de razón, en el camino que deben seguir para alcanzar todo aquello que les es provechoso y rechazar todo aquello que les es perjudicial. Una de las preocupaciones principales de Eliano es demostrar que los animales, guiados por un instinto natural, son capaces de sentimientos elevados, más elevados que los del hombre mismo: generosidad, espíritu de sacrificio, amor a la prole, veneración hacia los padres, castidad, etc. Pero no adelantemos la exposición de ideas que implican una valoración de la obra, punto al que hemos de consagrar algunos parágrafos.
La investigación sobre las fuentes de la Historia de los animales no adelantó gran cosa, hasta que la crítica literaria no se decidió a analizar la obra desde el principio hasta el fin, señalando los pasajes de Eliano que encontraban paralelo en otros autores de la antigüedad. Tal estudio analítico lo realizaron los filólogos Max Wellmann y Rudolf Keydell en los artículos publicados en la revista Hermes 2 entre los años 1891 y 1937.
En un principio Wellmann creyó que la fuente de Eliano para casi todo el material referido a la ciencia de la Naturaleza era Alejandro de Mindos, pero posteriormente llegó a la conclusión de que Eliano es independiente de Plutarco y Ateneo, de que el material acumulado por el prenestino deriva de una obra compilatoria, pero que no puede hablarse de una utilización directa de Alejandro a través de alguno de los autores mencionados.
Algunos errores reproducidos por Eliano revelan que éste no utilizó directamente a Alejandro de Mindos (recuérdese la lección kṓpes, que el autor quiere avalar con el testimonio de Homero y que en aquél se leía skṓpes, como en el escoliasta de Teócrito, I 136, que reproduce la del autor asiático).
Aunque Eliano y Alejandro, cuando mencionan el katōblépōn, se están refiriendo al mismo animal, es decir, al ñu, difieren en su descripción.
La fuente de Eliano utilizó las Egipcíacas del gramático Apión de Alejandría que vivió en tiempos de Tiberio-Calígula. En consecuencia el modelo de Eliano pertenecía, lo mas pronto, a la época de Claudio-Nerón, que no es la época de Alejandro, el cual vivió, si hemos de creer a Plutarco (Vida de Mario 17), en tiempos de éste. Plutarco, para distinguirle del otro Alejandro contemporáneo y acompañante de Craso, lo llama mindio.
Surge a mediados del siglo I la gran compilación utilizada por Plutarco, Ateneo y Eliano.
El mindio debió de vivir, como decimos, en tiempos de Tiberio y él debió de proporcionar a Eliano y Plutarco las excerptas de Apión.
El modelo de Eliano no debió de ser un escritor naturalista, sino más bien un gramático porque «la obra sólo en una pequeñísima parte es descriptiva y las partes descriptivas no se derivan, como era de esperar, de Aristóteles, sino del Epítome que hizo Aristófanes de Bizancio de la Historia Natural aristotélica».
La obra que utilizó Eliano fue, sin duda, una compilación de excerptas ordenadas por animales o por nombres de autores, entre los cuales figuraban: Heródoto, Ctesias, Teofrasto, Eudemo, Clearco de Solos, Clitarco, Megástenes, Agatárquidas de Cnido, Amintas, Filarco, Arquelao, Bolo, Polemón, Filón, Sóstrato, Leónidas de Bizancio, Demóstrato, Juba, Alejandro de Mindos, Apión. Pero Eliano no se atuvo estrictamente a este Epítome o miscelánea, sino que lo amplió tomando datos de la obra de Télefo de Pérgamo, autor que vivió a mediados del siglo II .
Hay que admitir también que ciertos capítulos de Eliano encuentran paralelos en escritores como Clemente de Alejandría, Ateneo y Pólux, que han tomado sus datos de los escolios a la literatura gramatical. Estos datos se refieren a nombres de peces, a sus hábitos y a su naturaleza, a los nombres de ciertos insectos como las cigarras, a los diversos tipos de mántica, a las diferentes clases de cernícalos, etc.
Afirma Wellmann que «otra característica del modelo utilizado por Eliano es la aspiración a buscar y encontrar en Homero los inicios de la zoología». Homero gozaba, a la sazón, de un prestigio sin mengua; era como la Biblia del pueblo griego, el libro que sirvió de texto a la juventud, libro en el que los jóvenes aprendían a leer y en el que encontraban respuesta a todos los enigmas de la religión, de la moral, de la geografía, de la botánica, de la zoología, etc. Lo afirmado por Homero era artículo de fe. Si la vulgata homérica, que era el texto manejado por Eliano, llamaba a ciertos halcones marinos kṓpes, sin sigma inicial, era necio contradecirle, aunque el testimonio unánime de los demás escritores afirmara que había que leer skṓpes. Hasta hombres de criterio tan independiente como Aristóteles y Teofrasto acuden (cf., respectivamente, III 78; VI 145 y IX 79, 112, 225) al testimonio de Homero en apoyo de sus aserciones. Este prestigio sube de punto por influjo del estoicismo y de la filología de Pérgamo, cuyo máximo representante fue Crates, y se continúa en los escritores cristianos.
Pero hay que tener presente que muchas veces las noticias que Eliano transmite no están tomadas de Homero, sino de los escoliastas del poeta. Podríamos corroborar este aserto con muchos pasajes de Eliano, pero baste a nuestro propósito el de V 45, en donde, comentando la expresión sŷs lēibóteira de Homero (Od. XVIII 29), dice que en Salamina de Chipre, a los jabalíes que entran en los sembrados a comer la mies, les quebrantan, de acuerdo con la ley, los dientes. Pues bien, el escolio a este pasaje (obra, quizás, de Dídimo) dice lo mismo.
Es evidente que tanto Eliano como Plutarco, Pólux y otros se benefician de las noticias que traen los escoliastas en sus comentarios. Eliano resuelve la cuestión relativa a si las ciervas tienen cuernos en contra del parecer de Aristóteles (Hist. Animal. IV 128) y Juba, citado por Plinio (Hist. nat. VIII 115), recurriendo a los poetas Sófocles, Eurípides y a los líricos Píndaro y Anacreonte, y al citar a éste trae una conjetura de Zenódoto con apelación a Aristófanes de Bizancio. Pero toda esta apabullante erudición descansa, en último término, en Dídimo-Pánfilo. Y Pánfilo en su léxico sacó a plaza, en lo referente a noticias zoológicas, a los mismos escritores, cuyos datos pormenorizados podemos leer en Eliano, Pólux y Ateneo.
Se trata, según Wellmann, de los siguientes escritores: Alejandro de Mindos, Leónidas de Bizancio, Clitarco, Crisipo de Solos, Clearco, Pitágoras (en su escrito Sobre el Mar Rojo), Heródoto, Ctesias, Teofrasto (en su obra Sobre los animales mordedores y heridores), Sóstrato, Demócrito.
Hay que anotar, finalmente, el hecho importante de que las colecciones de noticias y excerptas de Pánfilo no se concretaron a ser las fuentes en donde bebieron los autores que figuran en la Historia de los animales de Eliano y Eliano mismo, sino que influyeron en la literatura científica de épocas posteriores.
Dos tendencias se advierten en los seguidores de Pánfilo: la tendencia glosográfica representada por Calímaco en su Perì órneōn y la puramente científica representada por Aristófanes de Bizancio, el cual sistematizó en su Epítome las obras zoológicas de Aristóteles empleando un método de ordenación que luego siguieron otros escritores.
Concluiremos este apartado diciendo que, prescindiendo de valores intrínsecos que pueda tener la obra de Eliano, el principal intéres que ofrece es el de presentarnos el pensamiento de muchos autores, cuyas obras podemos considerar definitivamente perdidas.
Casi todo es anecdótico en la obra de Eliano, pero en la época del escritor, la gente, ávida de evasión, admitía de buen grado todo lo que aparecía adobado con anécdotas absurdas, maravillosas, exóticas, increíbles. Florece en esta época toda una literatura paradoxográfica que hace las delicias del público. Una de ellas es la Historia de los animales de Eliano que ofrecía la singularidad de que estaba escrita en griego en una época en la que los hombres cultos, como todos los que integraban el círculo de Julia Domna, podían expresarse en griego. Ello quiere decir que los difusores de la obra de Eliano no fueron precisamente los desheredados de la fortuna ni las gentes del campo que apenas podían leer su propia lengua, sino los intelectuales.
Cuesta trabajo pensar que hombres de la talla intelectual de Galeno, Ateneo y los jurisconsultos Papiniano y Ulpiano, por no citar más que a unos cuantos representativos, creyesen las fantásticas historias que nos cuenta Eliano y de las que ofrecemos a continuación una selección extraída de los cinco primeros libros:
Se cuentan historias de animales capaces de enamorarse, hasta el frenesí, de seres humanos. Un perro se enamora de la citarista Glauce; otro, de un muchacho de Solos de Cilicia llamado Jenofonte. Una grajilla se enamora hasta enfermar de un lindo muchacho de Esparta (I 6). Un elefante (I 38) se deja avasallar por la belleza de una mujer, y su cólera se aplaca ante la contemplación del ser amado. En el libro VI 54 y 56 se describen, respectivamente, los amores de un áspid con un ansarero y de una foca con un buceador tan feo como ella, que se dedicaba a extraer esponjas del fondo del mar. Los ánsares (V 29) son especialmente enamoradizos; y en I 50 se nos habla del monstruoso ayuntamiento de una murena con una víbora.
La naturalidad con que Eliano cuenta todas estas uniones contra natura, a las que hay que añadir casos de bestialismo, creo que refleja el estado moral de una sociedad sumida en profundos abismos de abyección y que las aludidas repugnantes escenas no debían de ser tan infrecuentes como pudiera parecer a la sensibilidad moral del hombre actual.
Es verdad que entre animales inferiores se dan escenas de canibalismo: está comprobado que la mantis religiosa hembra devora al macho en el momento de la cópula, que la salamanquesa devora a las crías de otra salamanquesa si le aprieta el hambre, pero lo que cuenta Eliano (I 24), aun a sabiendas de que es mentira (mentira para nosotros), produce un repeluzno de horror: la víbora hembra devora al macho en el momento de la cópula, y los viboreznos vengan al padre royendo el vientre de la madre al nacer.
Parece como si Eliano quisiera inculcarnos la creencia de que la corrupción fisiológica puede ser fuente de seres malignos productores de maldad. Y así (I 51) las serpientes nacen del tuétano corrompido del espinazo de un hombre malvado muerto. Los cuerpos de los hombres honrados, después de muertos, descansan en la sepultura mientras «el alma de los tales recibe los cantos y los himnos de los sabios; mas el espinazo de los malvados cría estas bestias, aun después de muertos sus dueños». En cambio (I 28), del tuétano del animal más veloz, que es el caballo, nace también un animal velocísimo: la avispa.
Eliano se convierte en pregonero convencido de seres fabulosos, que en la Edad Media habían de convertirse en objeto predilecto de la fantasía literaria y popular: el unicornio y los grifos. Del primero qué maravillas nos cuenta (III 41): el cuerno del unicornio (que puede ser asno o caballo) tiene la propiedad maravillosa de preservar de la muerte a todo el que bebe de él la ponzoña que algún truhán echó. Los grifos son cuadrúpedos que Eliano, basándose en la vox populi y en algún historiador como Ctesias, describe con morosa delectación de manera que parece como si creyera en la existencia de estos seres fantásticos, guardadores del oro de Bactria.
El apartado de las creencias supersticiosas es muy abultado. Eliano cree que los pájaros saben protegerse, mediante el empleo de ciertas hierbas, contra la hechicería (I 35); la víbora cerastes no daña a los libios de la región de Psilos, pero sí a los de otros pueblos (I 57); el lagarto tiene una vitalidad tan grande que no muere si se le parte en dos: cada parte seguirá viviendo y arrastrándose con sus dos patas. «Luego, cuando se encuentran las dos mitades (este encuentro se realiza a menudo) se juntan y se acoplan después de haber estado separadas» (II 23). El ratón es para Eliano una criatura maravillosa porque su hígado crece y decrece según crece y mengua la luna (II 56). Creta (V 2) es tierra hostil a las lechuzas y a las serpientes, a pesar del testimonio en contra de Eurípides en su Poliido respecto a las primeras. A veces quiere comunicar al lector su misma convicción de la realidad de un hecho a todas luces imaginario o irreal haciendo protestas de haberlo visto. «No necesitaré en este punto acogerme al testimonio de la Antigüedad, sino que diré lo que he visto.» Y lo que ha visto es el inefable suceso del lagarto que recuperó la vista de que le privó un hombre quebrantándole las pupilas con un punzón de bronce, por la intervención de un anillo prodigioso (V 47).
A la esfera de la superstición pertenece también el recuento que hace (IV 18) de los objetos venenosos para ciertos animales. Muy seriamente dice que «se mata a un escarabajo echándole encima rosas».
En IV 48 se nos dice que para aplacar a un buey irritado «sólo un hombre puede sujetarlo y hacerle desistir de su ímpetu atando una venda a su propia rodilla derecha y poniéndose frente a él». Es la consabida magia simpatética, en la que, por lo visto, no sólo el vulgo, sino también Eliano creía.
Superstición es también la creencia de que se hace eco Eliano en V 9, según la cual las cigarras de Regio y de Lócride son mudas en el territorio contrario, es decir, en el territorio que no es su residencia.
A veces los asertos son tan extravagantes que rayan con lo cómico, como cuando se afirma con toda seriedad que el gallo provoca un sentimiento de miedo en el león y en el basilisco. Claro que Eliano no hacía más que pregonar algo que era doctrina communis.
Abundan también los relatos divertidos en los que el lector perdona su inverosimilitud en gracia al esparcimiento del ánimo que acarrean. Me refiero, por ejemplo, al pasaje (III 6) en que se cuenta la manera de atravesar un río los lobos: «Se muerden la cola unos a otros y se tiran a la corriente, la cual atraviesan a nado sin apuros y sin peligro.»
Todavía más entretenido y hasta jocoso es el relato (IV 39) en que Eliano describe la astucia empleada por la zorra para matar a las avispas y apoderarse, luego, de la miel fabricada por ellas.
Dijo Cervantes que no hay libro malo que no contenga algo bueno. Dos cosas buenas tiene la obra, cuya valoración estamos haciendo: alguna consideración de índole científica que puede ser aceptada por la ciencia moderna y una idea filosófica matriz que domina toda la obra y que es quizás la más valiosa aportación. Sobre esto último ya hablaremos oportunamente. En cuanto a lo primero hay que hacer resaltar lo siguiente:
a) Eliano admite (I 11) que las aptitudes para fabricar la miel otorgadas por la Naturaleza a las abejas han ido perfeccionándose a través del tiempo.
Así parece deducirse de la siguiente frase: «el tiempo las ha instruido en el arte de fabricar miel». Esto equivale a admitir en la abeja la misma evolución que la ciencia moderna admite desde Lamarck y Darwin. Claro que en este caso la evolución afecta sólo a las facultades psíquicas del insecto y no a su organización anatómica.
b) Eliano reproduce una exacta definición (V 43) de Aristóteles del insecto que los entomólogos modernos llaman como el estagirita y el prenestino. En efecto dice éste: «Aristóteles dice que a orillas del río Hípanis hay un insecto que recibe el nombre de “efémera”, el cual nace con el crepúsculo matutino y muere cuando el sol empieza a ocultarse.» Claro que el término, en Eliano, tiene mucha mayor extensión que en la ciencia moderna y puede referirse a los Efeméridos propiamente dichos, como esos minúsculos insectos alados que revolotean sobre la superficie de las aguas y que no son lepidópteros, ya que sus alas carecen de escamas, o puede referirse incluso a insectos del género Drosophila, la mosca del vinagre, tan empleada en la investigación genética. De ellas se dice (II 4) que «nacen en el vino y, al abrir el recipiente, salen volando, ven la luz y mueren». Sería mucho pedir a Eliano lo que ni siquiera a Linneo podría pedirse: adscribir a su familia verdadera a estos diminutos insectos, pero mérito grande supone el aplicar sus dotes de observación a unos insectos tan pequeños y llegar a conclusiones verdaderas relativas a su ecología.
c) Cualquiera medianamente instruido en ictiología conoce los recursos empleados por ciertos peces para la protección de sus crías. Sabe que hay unos tiburones pequeños llamados cazones que protegen a sus crías, cuando se asustan, metiéndolas en la boca y «vomitándolas» cuando se aleja el peligro. Lo mismo refiere Eliano (IX 65) en un capítulo, en el que, arrimándose al parecer de «algunos» que contradecían la absurda opinión de que el cazón (Mustelus laevis) desova por la boca, manifiesta: «Mas dicen algunos que no es esto lo que hacen, sino que, cuando las crías temen el ataque de algún enemigo, la madre las esconde tragándoselas y, cuando ya ha pasado el peligro, las vomita vivas.»
d) Ignoro si responde a la realidad lo que Eliano cuenta (I 27) del pulpo, cuya voracidad es tan grande que cuando no encuentra alimento devora sus propios tentáculos. Pero sí puede ser cierto lo que dice a continuación, la posibilidad que tienen ciertos animales inferiores, como las lagartijas, el cangrejo, etc., de regenerar miembros, perdidos por azar o intencionadamente. El pulpo es, según Eliano, uno de ellos: «después —dice— regenera los miembros perdidos».
e) Aunque es una verdad que se impone por su evidencia, no está de más decir que ya Eliano consigna el principio físico de la impenetrabilidad de los cuerpos, según el cual dos cuerpos no pueden ocupar el mismo lugar en el espacio. Eliano dice textualmente (II 48), refiriéndose a los cuervos libios, que «cuando los hombres, por miedo a la sed, transportan agua y llenan sus vasijas y las colocan en los techos de las casas para que el aire preserve al agua de la corrupción, se aprovechan y beben, metiendo los picos tan hondo como pueden. Cuando no llegan con el pico al nivel del agua, llevan guijarros en la boca y en las garras y los echan en las vasijas de barro. Y beben los cuervos con este ingenioso ardid, pues saben por un misterioso instinto dado por la Naturaleza que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo lugar» 3 .
f) El acónito, planta ranunculácea que la gente del campo llama «napelo», de color morado, amarillo o jaspeado, cultivada también como planta de jardín, es sumamente tóxica y ya lo sabía Eliano cuando nos la presenta como mortífera (IV 49) para el leopardo. En el capítulo 58 del libro I se habla también de los efectos mortíferos del heléboro macho, que fue antes para Hipócrates remedio eficaz contra la locura.
g) Eliano se hace eco (IX 37) de la explicación de Teofrasto de un fenómeno muy corriente: el parasitismo vegetal, por el que algunas plantas como el muérdago (viscum) crecen en los troncos y ramas de otros árboles y se nutren de su savia. Oigamos al escritor: «En el tronco de un árbol suele crecer la rama de otro con el que a menudo no tiene ninguna afinidad. La razón la trae Teofrasto, el cual ha averiguado de una manera muy científica que las avecillas se alimentan de la flor de los árboles y después depositan los excrementos sobre las plantas en que se posan. De modo que la semilla cae en oquedades, grietas y cavidades de aquellas que reciben el riego de la lluvia del cielo, y produce la misma planta de la que procede. De esta manera verás crecer en el tronco del olivo una higuera y, en otros troncos, otras plantas.» Nos parece oír hablar al Linneo del muérdago parásito nacido de la semilla depositada por el tordo y que ha de servir para su propia captura: turdus mortem suam cacat.
h) Prescindiendo de datos erróneos, como es el de considerar al escarabajo pelotero insecto partenogenético, es indudable que el tal Scarabaeus pilularius deposita no el semen sino los huevos en la pelota de estiércol donde encontrarán el calor necesario para su eclosión.
i) No sabemos qué quiere expresar Eliano cuando dice (VI 19) que el arrendajo (Garrulus glandarius) imita otros sonidos. ¿Se refiere a sonidos procedentes de objetos inertes como el que produce el cuervo imitando el sonido de la lluvia al caer? ¿O más bien se refiere a la facultad que tienen algunas aves, como el alcaudón, para imitar el canto de otras aves con objeto de atraerlas a su presencia para capturarlas?
j) Nos hemos referido antes al hecho de que Eliano tenía idea clara del parasitismo vegetal. Podemos decir otro tanto del parasitismo animal, por lo menos del parasitismo del cangrejo ermitaño (Pagurus bernhardus). Véase la sencilla descripción (VII 31) del fenómeno: «Los cangrejos ermitaños nacen desnudos y eligen el caparazón que les parece más conveniente para utilizarlo como vivienda. Incluso penetran en la concha de una púrpura, si la encuentran vacía, y en la de un buccino y, en la medida en que pueda alojarse en ella, se alegra de su alojamiento. Pero si sobresale su carne, se muda a otra casa, y encuentra muchas de estas casas.» Está demostrado, por otro lado, que hay peces parásitos. Para Eliano (IX 7) y para nosotros es la rémora (Echeneis remora), con la diferencia de que para él es un mero comensal que se convida con el consentimiento de los delfines al banquete que estos preparan, y para nosotros es un pez que se incrusta en el cuerpo de otro mayor, que de esta manera lo traslada de un lado a otro.
k) Aunque yerra en la interpretación de la existencia, en la cabeza de la lubina (Lupus labrax) y otros peces, de otolitos (IX 7), la ciencia moderna ha reconocido la existencia de estos corpúsculos, que regulan en los peces el equilibrio.
l) Eliano nos da curiosas noticias que ilustran algunos pormenores interesantes del arte de la pesca. Scholfield, traductor para la «Loeb Classical Library» de la Historia de los animales, en nota al capítulo l.° del libro XV hace notar que en él se hace «la primera clara mención de la pesca con mosca artificial». En efecto, dice Eliano, aludiendo a la pesca en el hipotético río Astreo de Macedonia, que los pescadores renuncian a emplear como cebo los tábanos que pasan rozando la superficie líquida porque, tocados por los hombres, se deterioran, y en su lugar apelan a la siguiente astucia: «cubren el anzuelo con lana purpúrea, encajan en la lana dos plumas que le nacen al gallo bajo las barbas y tienen un color céreo; la caña mide seis pies de larga y otro tanto el sedal. Sueltan los pescadores el engaño, y el pez, atraído y excitado por el color, se dirige a su encuentro … abre la boca ampliamente y queda enganchado en el anzuelo…».
ll) Eliano nos da pormenorizada noticia (XVII 31) de la fabricación de harina de pescado, industria de tanta importancia en los tiempos presentes para la obtención de piensos compuestos. En ella se aprovechan hoy día los pescados de baja calidad, poco gratos al paladar de los consumidores. En la noticia que nos trasmite Eliano, los peces no sólo no son gratos, sino que su carne es venenosa. He aquí cómo proceden los armenios con estos peces: «por ser su tierra abundante en animales salvajes, los armenios recogen estos peces y los secan al sol, luego los desmenuzan, tapándose la nariz y la boca para no morir por aspirar los olores que despiden los peces al ser majados. Luego, reduciendo a harina los peces, la diseminan por las zonas más pobladas de bestias salvajes, y tienen la costumbre de mezclar la harina de pescado con higos; de esta manera destruyen los cerdos salvajes, las gacelas, los ciervos, los osos, los onagros y las cabras que también son salvajes».
m) En el capítulo siguiente del mismo libro se vuelve a hablar de la harina de pescado que obtienen los caspios de un pez llamado oxirhynchus y que Thompson identifica con el esturión, es decir, un pez comestible ahora y en la Antigüedad. Los caspios los pescan, los salan, los ponen en conserva, los secan, los cargan en camellos y los exportan a Ecbatana. «Y con la manteca que extraen de estos peces hacen harina. » Esta vez, no hace falta decirlo, se trata de harina no venenosa.
n) Estas gentes, según Eliano, conocían también la fabricación de la cola de pescado, obtenida igualmente del esturión del mar Caspio. Nos lo dice en el mismo capítulo (XVII 32): «extraen y cuecen las entrañas y fabrican con ellas una cola (kóllaǹ) que puede ser de gran utilidad, pues pega toda clase de objetos con firmeza, se fija a todo objeto que se le acerque y es muy brillante. Así también retiene todo lo que suelda y une con tanta fuerza que, aunque se meta en agua durante diez días, no se suelta ni se separa. También los que trabajan el marfil hacen uso de ella y ejecutan trabajos bellísimos». Si hemos de hacer caso a Eliano, esta cola sería tan excelente como la actual cola de pescado que usan y usaban los carpinteros.
ñ) Hay una suerte de parasitismo en el que hospedante y huésped se prestan mutua ayuda: la garza buevera (Ardea bubulcus) libra al ganado vacuno de los molestos parásitos que atormentan su lomo y, a su vez, el ganado la invita al festín. De la misma manera, nos dice Eliano (XII 15), el pluvial (Pluvialis aegyptius) libra de sanguijuelas la boca del cocodrilo y, a cambio, le permite darse un cómodo y fácil atracón. «Sólo —dice— con el llamado pluvial mantiene relaciones de compañero y amigo. Pues este pájaro tiene la habilidad de extraerle las sanguijuelas sin hacerle daño.» La observación, añadimos nosotros, no es enteramente atinada. Quitan al cocodrilo parásitos externos, no sanguijuelas, que no hay en el Nilo.
o) En XIII 8 se nos notifica la existencia de un vino que se hace de arroz y otro que se hace de la caña de azúcar de la India. ¿Hay que pensar que los indios conocían ya la fabricación del ron y del sake o de parecidos licores?
Pero creemos que lo más valioso de la obra de Eliano es la constancia con que se mantiene a lo largo de la obra la idea de que la Razón universal, principio inmanente del estoicismo que Eliano profesaba, informa todo el cosmos y, por consiguiente, también, la conducta de los animales. Ésta es la idea matriz que da unidad a una obra que, considerada en sus partes aisladas, desconcierta por su desorden, por el cúmulo de ingenuas, paradójicas, estrambóticas y descomunales historietas. Idea o propósito que aparece en su Prólogo con estas textuales palabras: «Quizás no haya nada de extraordinario en que el hombre sea sabio y justo, que ponga extremado interés en la crianza de sus propios hijos, que dispense la debida atención a sus progenitores, que se procure el propio mantenimiento, que tome precauciones contra las asechanzas y que posea todos los demás dones de la Naturaleza que le son propios, pues el hombre posee también el habla, don el más estimable de todos, y ha sido favorecido con la razón, que es de suma ayuda y utilidad.» Implícitamente se reconoce —y ello está conforme con la más pura doctrina estoica— que el animal carece de razón, pero paladinamente se dice también que la Naturaleza le dotó, en compensación, de algunas estimables cualidades, y tienen muchas y maravillosas excelencias que comparten con el hombre. Como que en el Epílogo dispensa su admiración a los que se dedican al estudio de estas cualidades con las siguientes palabras: «Mas si alguien declara y saca a la luz pública las facultades de tantos animales: sus hábitos, sus formas, la sagacidad, la justicia, la templanza, la valentía, el afecto, la piedad filial, ¿cómo no va ser digno de admiración?»
Y constituye para Eliano un tópico que campea en toda su obra la comparación entre las cualidades y la conducta del hombre y la de los animales, comparación en la que salen ganando siempre los animales. En el mismo Epílogo se nos dice: «En llegando a este punto de mi discurso estoy profundamente disgustado de que, al paso que alabamos la piedad de los animales irracionales, tenemos que reprochar a los hombres su impiedad.»
Los fragmentos que conservamos, de las ya citadas obras De Providentia y De divinae potentiae argumentis, revelan que Eliano profesaba la filosofía estoica. Los títulos de estas obras se refieren a problemas que constituyen puntos centrales de la doctrina tradicional: la prónoia y la existencia de los dioses. La primera, que yo recuerde, no se menciona en la obra que traducimos, pero su concepto está presente en innumerables pasajes. La prónoia se manifiesta en la amorosa atención que los dioses (ya veremos el alcance conceptual de esta palabra para un estoico) prestan a los animales. En XIII 1 se dice taxativamente: «Una característica de los animales es que son amados de los dioses.» Y por eso éstos los utilizan como colaboradores suyos. Es el caso del halcón que en Delfos descubrió al culpable de un sacrilegio, colaborando así con Apolo, al caer sobre él y picotearle su cabeza (II 43). Las aves son también por voluntad expresa de los dioses intérpretes de sus mensajes. Así se dice en el libro II 51: «si se pone a enunciar las respuestas de los dioses, su voz (la del cuervo) asume un tono sagrado y profético». Hay animales como el perro que gozan de la prerrogativa de guiar y proteger nada menos que a los dioses. Tal, por ejemplo, el perro, del que cuenta Eliano (X 45) que guió y protegió a Isis durante su búsqueda de Osiris.
Los dioses se preocupan de los animales, pero los animales corresponden a esta solicitud tributándoles adoración como en VII 44: un elefante eleva su trompa al cielo para tributar homenaje de adoración al Sol. Es el mismo dios que ha concedido la victoria a Tolomeo Filópator contra Antíoco. Para tener propicio al dios sacrifica cuatro elefantes, sacrificio por el cual en sueños el Sol demuestra su desagrado. Lleno de temor, y para aplacarlo, le ofrece cuatro elefantes de bronce.
Los dioses emplean a los animales como ministros de su justicia (XI 19). Los perros despedazan a Pantacles de Lacedemonia por impedir, a algunos de los comediantes de Dioniso que se dirigían a Citera, que atraviesen Esparta.
Quizás la más categórica afirmación del cuidado que los dioses dispensan a los animales está contenida en el capítulo 31 del libro XI. Aquí si que aparece la palabra prónoia, pero no en el sentido de providencia divina o principio creador, sino en el de «cuidado» prestado a alguien. «Los dioses —dice Eliano— se cuidan de ellos, no los miran con desprecio ni los tienen en poca consideración. Porque si es verdad que carecen de raciocinio, ciertamente no están faltos de comprensión y de conocimiento proporcionados a su Naturaleza.»
El hombre no necesita recurrir a ninguna fuerza exterior a él, ni siquiera a los dioses, para alcanzar su perfección moral, porque en su interior reside la fuerza suficiente para lograr aquel objetivo por sí mismo. Éste es el sentir del estoicismo. Sin embargo, esta doctrina reconoce que la verdadera sabiduría consiste en el conocimiento de las cosas divinas y humanas, lo cual equivale a admitir la existencia de la divinidad.
Contrariamente a los epicúreos, que creían que la casualidad es la creadora y conservadora del Universo, los estoicos deducen de la contemplación de la grandeza, finalidad y hermosura del cosmos, que éste tiene que ser obra de una divinidad racional y creadora, cuya existencia no es para el estoico una ciencia sino una realidad, que hay que demostrar, sin embargo, para salir al paso de doctrinas, como la epicúrea, que la niegan. La divinidad no puede ser otra cosa que el Logos, portador de los gérmenes racionales de cada desarrollo futuro y representa el aspecto creador de la Sustancia universal. Al igual que el mundo la divinidad es una, pero es susceptible de manifestarse en representaciones múltiples, a las cuales el estoico da el nombre de dioses, pero todas ellas dimanan, en última instancia, de una única divinidad increada y eterna. Admitiendo esta pluralidad de manifestaciones pudo el estoicismo establecer un compromiso aparente, pero suficiente, con la religión popular y oficial. El pueblo seguía creyendo en la existencia individual de Zeus, Hera, Apolo, etc., pero el estoico veía en estos nombres la plasmación concreta de la actividad de una única divinidad.
La Historia de los animales no es un tratado de teología y no tiene por qué explicar a sus lectores el alcance ideológico de los teónimos que en él aparecen. Pero quizás sea posible inferir de algún pasaje las ideas estoicas del autor en este aspecto.
Creo que los siguientes sucesos que resumimos (XI 19) explican de manera un poco sibilina el pensamiento de Eliano sobre la divinidad. Son dos casos de impiedad. En el primero, los habitantes de Hélice sacrifican en el altar a unos jonios que se habían acogido a su hospitalidad, y «los dioses —dice citando a Homero— mostraron prodigios entre ellos». Los prodigios que ellos no entienden al principio: huida de ratas, comadrejas, etc., culminan en un espantoso terremoto que destruye la ciudad. En el segundo suceso, la Justicia (con mayúscula) toma, como instrumentos para castigar la impiedad que ha cometido el ya mentado éforo Pantacles al prohibir el paso por Esparta a unos cómicos y músicos que van camino de Citera, a unos perros que lo despedazan en su trono. Los ejecutores del castigo en el caso de Hélice son los dioses, pero téngase en cuenta que su mención está en una cita de Homero y, por lo tanto, tiene un cierto énfasis retórico, como lo tienen todas las citas homéricas que aparecen en un escritor como éste que abandonó la retórica para escribir historia. Hubiera podido atribuir el castigo como hace en el segundo caso a la Justicia, es decir, no a este o al otro dios, a Dioniso, protector de comediantes, por ejemplo, sino a Dios, encargado de ejercer en este caso su misión específica de restaurar el orden moral y religioso castigando, en el primer caso, a asesinos que matan en nombre de la religión, puesto que inmolan a los jonios en un altar sagrado, y en el segundo, a un tirano que abusa de su autoridad negando protectora acogida a unos extranjeros.
Hercher, en su edición de la Historia animalium, introdujo al final del capítulo 32 del libro XII la glosa prónoia toû theíou, que contribuye a incrementar el colorido estoico que de por sí tiene el párrafo. Anteriormente ha dicho Eliano que en la India hay unas serpientes muy venenosas contra las cuales el país produce drogas muy eficaces. «Pero la serpiente que mata a un hombre, como dicen los indios…, ya no puede descender y entrar reptando en su propio hogar, porque la tierra ya no la admite, sino que la rechaza de su propio seno, como si fuera un desterrado. Desde entonces irá de aquí para allá vagabunda y errante, viviendo penosamente al raso lo mismo en verano que en invierno, y ya no se acercará a ella ninguna compañera ni aquellas que ha engendrado reconocerán su paternidad. Éste es el castigo que la Naturaleza inflige incluso a los irracionales por el asesinato de hombres [y es por obra de la Providencia divina], según se me acuerda. Y esto se trae a colación para instrucción de personas inteligentes.» Estas personas inteligentes son los sabios, cuya sabiduría consiste en el conocimiento de las cosas divinas y humanas. Ahora bien, un profano, un ignorante no llegará nunca a comprender por qué la Naturaleza, que aquí equivale a la theía prónoia, castiga la muerte de un hombre perpetrada por un irracional como es una serpiente. Pero hay que pensar que para un estoico el universo es un gigantesco organismo animal, cuyas partes todas, al igual que ocurre en el microcosmos que es el hombre, están relacionadas entre sí y con el todo. A cada una de estas partes la Naturaleza la ha dotado de una inclinación que le facilita la tarea de cumplir su cometido específico. En el hombre la inclinación está gobernada por la razón, en el animal está gobernada por un instinto que le dice lo que le es provechoso y lo que no. La serpiente está dotada del instinto de morder e inocular el veneno a sus víctimas. La serpiente de la India tiene sus víctimas apropiadas que son otros animales, pero «lo increíble» (ápiston, según la lección de Gow) es que muerda a los hombres. Haciéndolo así conculca una ley de la Naturaleza —y la Naturaleza para el estoico es Dios— y, por lo tanto, merece castigo. Un secreto instinto, que no la razón porque carece de ella, le dice a la serpiente que ha quebrantado el orden establecido, y ella misma se impone el castigo.
Para Eliano la Naturaleza (o Dios) es la ley inmutable. Bien claramente se expresa esta idea en IX 1, donde se dice textualmente: «Y no fue Solón el que ordenó este comportamiento (el cuidar a sus padres) a los leones jóvenes, sino que lo aprendieron de la Naturaleza, a la que ‘nada le importan las leyes de los hombres’; pues ella es una ley inmutable.» Se contrapone aquí la ley positiva de los hombres y la ley natural, contingente aquélla, inmutable ésta, ley a la que deben someterse todos, racionales e irracionales; éstos siguiendo su instinto la acatan, aquéllos, siguiendo los dictados de su razón, pero desgraciadamente «los hombres libertinos no sienten escrúpulos en quebrantarla» (I 13). Mejor que él se comporta el halcón que «cuando ve un hombre muerto… cubre totalmente de tierra el cadáver insepulto, aunque Solón no se lo ordene» (II 42).
Para mí hay en Eliano, IV 41, una clara alusión al suicidio, que, como es sabido, es para el estoicismo un medio lícito de escapar a las calamidades de esta vida y sumergirse para siempre en la nada. En el mentado capítulo del libro IV se nos habla de dos drogas, una india que libera al hombre matándolo, pero su muerte «se asemeja a un sueño muy grato e indoloro»; mejor dicho, es un sueño o muerte pasajera, mientras que la droga egipcia, de la que se habla a continuación, produce un olvido eterno de los infortunios, es decir, una dulce muerte eterna. La Naturaleza, dice luego Eliano, «libera a los hombres de unas cadenas verdaderamente insufribles por medio del susodicho agente (o droga)». No es que aquí se recomiende el suicidio, pero se pinta tan a lo vivo cierto tipo de suicidio como placentero, que un lector de la época podía sentir la tentación de experimentarlo.
Pero la más clara alusión al suicidio como expeditivo medio de liberarse de los males presentes está expresada en III 47, donde se dice: «En circunstancias parecidas [cópula inconsciente y vetanda de un camello con su madre, seguida del ‘suicidio’ de aquél al conocer su ‘delito’] obró mal Edipo evitando el suicidio y limitándose a cegar sus pupilas, y no supo cómo escapar de sus desgracias, siéndole posible quitarse de en medio en vez de maldecir a su casa y a su familia; y, finalmente, obró mal al tratar de remediar calamidades ya pasadas recurriendo a una irremediable calamidad.»
Sabido es que Platón estaba convencido de que los astros eran seres vivientes, animados y divinos, y Cleantes decía que «si en la tierra el fuego purísimo, en cuanto alma, da vida al cuerpo, sería absurdo creer que los astros, compuestos de fuego purísimo, son inanimados». También los astros son seres animados y divinos (SVF I 154). Entre estos astros ocupa el lugar central el sol (para Cleantes, Helios-Apolo). El sol es, para él, el órgano central espiritual del mundo, o si se quiere, manifestaciones visibles de la divinidad, la cual es eterna a diferencia de los astros-dioses, que son perecederos y desaparecerán en el momento de la ekpýrosis.
No es extraño que el estoico Eliano declare su fe en la divinidad de los astros, singularmente del sol. He aquí cómo se expresa en VII 44 refiriéndose a los elefantes de la India: «Los elefantes se prosternan ante al Sol naciente y elevan sus trompas, a manera de manos, hacia sus rayos, por lo cual son amados del dios», al que no se pueden, por tanto, sacrificar como hizo Tolomeo Filópator, creyendo agradecer así al Sol la victoria conseguida contra Antíoco. Termina Eliano comparando la piadosa conducta de los elefantes adoradores del Sol con la de los hombres que «dudan de la existencia de los dioses y, en el caso de que existan, de que se preocupen de nosotros».
Explícito es también en V 39 donde dice: «el león es superior al Sueño y está siempre despierto. Por este motivo creo yo que ellos [los egipcios] se lo dedican al Sol, porque ciertamente el Sol es el más laborioso de los dioses».
Un dios de poderoso influjo sobre los seres del cosmos es también la luna. En IX 6 se dice que los crustáceos y otros animales menguan o crecen, según las fases de la luna: «los entendidos en estas cosas [de animales] aconsejan no criar a los animales en esta fase lunar [cuando la luna mengua], porque no son diligentes». Entre los seres del cosmos se dan atracciones y repulsiones (son manifestaciones de la sympátheia): entre la luna y el sol, de un lado, y el cerdo, de otro, existe una repulsión natural de forma que «los egipcios creen que la cerda es el ser más abominable para el sol y para la luna. Y así, cuando celebran sus fiestas en honor a la luna, le sacrifican cerdos una sola vez al año, pero en ninguna otra ocasión se avienen a sacrificarlos ni a ella ni a ningún otro de los dioses» (X 16). El crecer o el menguar de la luna influye también en algunos peces, y esta influencia se trasmite a las plantas puestas en contacto con ellos. En efecto, en XV 4 se dice: «si se coge a este pez [el pez-luna] en noche de luna llena, él también se hace más grande, y hace que los árboles se ensanchen si uno lo lleva y lo ata a ellos. Pero cuando la luna decrece, él languidece y muere, y si se aplica a las plantas, éstas se secan». Pero la influencia de la luna se hace sentir también sobre otros seres inertes, como el agua. El mismo capítulo continúa con estas palabras: «Si se cava un pozo cuando la luna está en cuarto creciente y se echa este pez dentro del agua encontrada, el agua manará sin parar y jamás faltará; pero si se hace esto con luna menguante, el líquido dejará de manar. Y si echas este mismo pez en una fuente borbollante, la encontrarás en adelante o llena de agua o encontrarás el lugar seco.»
Sabido es que para el estoicismo hay dos lógoi: uno interno llamado endiáthetos y otro que se manifiesta al exterior, y que se llama prophorikós. Es la misma distinción que, sin duda fundado en los académicos y no en los estoicos, había de hacer Santo Tomás de Aquino en sus Quaestiones disputatae de veritate al reconocer la existencia de una palabra interior y de una palabra que es proferida o llevada al exterior (profertur): «La pimera —prosigue Santo Tomás— es la palabra del corazón que es pronunciada sin sonido; es el modelo de la palabra externa y a ésta se la llama la palabra interior porque posee en sí misma una imagen de la palabra fónica; y finalmente, la palabra expresada exteriormente, la llamada palabra fónica (verbum vocis)». Esta misma distinción estoica y tomista se encuentra claramente expresada en la Historia de los animales (X 29). En Eliano llámase al lógos exterior casi de la misma manera: lógos propherómenos (en vez de prophorikós ) y al lógos interior lógos sigṓmenos kaì éndon epistrephómenos, que nosotros traducimos por «discurso silencioso e interior» en vez de endiáthetos, palabra menos comprensible que la expresión anterior. La alusión a ambos discursos se encuentra en el mentado capítulo del libro X, en el que se habla del ibis sagrado. Dice así: «Y cuando la luna se eclipsa, cierra sus ojos hasta que la diosa brilla de nuevo. Y dicen que es amado de Hermes, padre de la elocuencia, porque su figura remeda la naturaleza del habla: así las negras plumas volanderas pueden compararse al discurso silencioso e interior y las plumas blancas al discurso exteriorizado que se hace audible, siervo y nuncio de la vida interior, por así decirlo.»
Sabido es que para el sabio el único bien es la virtud que consiste en arreglar su vida de conformidad con la Naturaleza. Todo lo demás, la salud, la riqueza, el bienestar, la fama, es decir, todo aquello que no depende de nosotros mismos, son bienes adiáphora, o sea, indiferentes. También lo serán los males que no son obra del sabio, como los que se oponen a los bienes mencionados, a saber, la enfermedad, la pobreza, la infamia, la misma muerte. Por eso el sabio mira la llegada de la muerte con absoluta entereza de ánimo, como el que está convencido de que es un suceso más que no depende de él. En la Historia de los animales se nos ofrecen dos ejemplos de personas que se enfrentaron a la muerte con la entereza y dignidad del sabio: Belerofonte y Sócrates. De Sócrates dice: «Sócrates testifica … que canta movido, no por la tristeza, sino más bien de alegría, porque el hombre que tiene el corazón atormentado y triste no tiene vagar para el canto y la melodía» (V 34). El párrafo anterior de este mismo capítulo dedicado a la muerte del cisne, ave consagrada a Apolo, a cuyo servicio está en el país de los hiperbóreos, situado más allá de los míticos montes ripeos, nos pone como ejemplo imitable al cisne, de quien dice: «En las circunstancias más serias el cisne tiene sobre los hombres ciertas ventajas, pues sabe cuándo le llega el término de su vida y sin embargo sobrelleva con buen ánimo la cercanía de la muerte, pues ha recibido de la Naturaleza el más bello don. Porque tiene fe en que en la muerte no hay nada de triste ni doloroso. Los hombres sienten miedo de lo que ignoran y consideran a la muerte como el mayor de los males. En cambio, tan grande es el buen ánimo del cisne que, hasta en el momento final de su vida, canta y rompe en un canto fúnebre, que es, por así decirlo, un homenaje a sí mismo.»
Contrapone Eliano aquí la conducta de unos seres racionales, que son los hombres, a la de unos seres irracionales que son los cisnes, los cuales han aprendido de la sapientísima Naturaleza, que es una ley inmutable, a considerar la muerte como un suceso inesquivable. Es fácil observar a lo largo de toda la obra que, en la comparación de la conducta de los hombres y de los irracionales, siempre o casi siempre resultan gananciosos estos últimos. Los animales son más solidarios entre sí, más generosos, más fieles defensores de los lazos familiares y, en definitiva, más valientes, como los cisnes, para afrontar el paso decisivo y final.
No parece pertinente extenderse aquí en consideraciones sobre la lengua y el estilo de Eliano en la obra que traducimos. Pero si algún lector desea o necesita noticia circunstanciada sobre esta cuestión, consultará con provecho la ya clásica obra de Wilhelm Schmid, Der Atticismus 4 . En ella se trata de la lengua de Eliano considerada en todas sus vertientes: morfología, sintaxis, selección de palabras y locuciones, tropos y figuras de dicción y estructura de la frase.
Es fácil comprobar que, en lo que se refiere al estilo, Eliano, que renunció al lógos rhetorikós para cultivar el lógos historikós, sigue la manera de Heródoto. Por eso en la Historia de los animales, como en las Historias, predomina la estructura coordinada unas veces, yuxtapuesta otras, de la cláusula sobre la estructura periódica de larga tradición en la literatura griega. Y no es que Eliano no supiese componer largos períodos a la manera tradicional, porque para demostrar lo contrario podríamos aducir algunos ejemplos, como el Epílogo entero de la obra. Cinco líneas en las que se suceden las oraciones subordinadas preceden a la oración principal, cuyo verbo a su vez rige otra serie de oraciones subordinadas que preceden a la que cierra el largo período. Pero este estilo no es el suyo más que ocasionalmente. Quizás sea un resabio de su época de rétor. El suyo es un estilo en el que campea la aphéleia (simplicidad) y la glykýtēs (dulzura) conseguidas con la imitación de Heródoto y Jenofonte. Si quisieramos presentar un espécimen de este estilo podríamos recurrir a cualquier capítulo. Todos serían más o menos como el siguiente: «El escaro se alimenta de hierbas marinas y de algas, y es de todos los peces el mas lujurioso, y su insaciable apetito de hembra es causa de su captura. Esto lo saben bien los pescadores expertos y le atacan de la siguiente manera: cuando capturan una hembra, atan una fina cuerda de esparto a sus labios y arrastran el pez vivo por el mar …» (I 2). La simplicidad y la dulzura son las notas dominantes del jonio. En Eliano se advierte el propósito de hacer resaltar aquellas dos cualidades mediante la mezcla de elementos áticos y jónicos. Estos dos ingredientes, ya antes de Eliano, en la mitad del siglo II , se habían combinado para dar lugar a una nueva expresión lingüística o estilo, testimoniado por los rétores Demetrio, Aristides y Hermógenes; expresión o estilo del que fueron también precursores Luciano, Nicóstrato y Alcifrón. La lengua de Eliano es aticista, pero es lengua que no desdeña el elemento popular como no lo desdeña la novelística por la que está influenciada, ni los autores clásicos que a veces toma como modelos: Heródoto, Jenofonte y, en parte, Platón.
Como hemos dicho, se advierte en Eliano la influencia de las «Historias milesias», que estaban en germen ya en las Historias de Heródoto. Los motivos eróticos predominan y llegan a dar carácter a esta narrativa, nacida en territorio jonio, en Mileto, y que nunca perdió su espíritu jonio. Hacia el año 100 a. C., Aristides hizo una selección de novelas breves que intituló Historias milesias. Pronto adquirió gran difusión, como lo prueba el hecho de que fuera traducida al latín por Lucio Cornelio Sisena y como atestigua Plutarco, que afirma (Craso 32) que los oficiales romanos lo llevaban en su petate. De historias noveladas como la relativa a la matrona de Éfeso, incorporada por Petronio a su novela, en la que, como en todas, el tema erótico se trata con frivolidad, se puede calificar el carácter de estas Milesias. Esta palabra se convirtió en un término genérico que llegó a designar a toda novela breve que participara del carácter erótico de la colección de Aristides.
En la Historia de los animales se advierte la presencia de estos relatos, que tienen el carácter de la novela breve milesia. Verdaderas ficciones de este tipo se encuentran en esta obra, tales como VI 15, VII 48, VIII 22, X 48; estas las señala Schmid en la obra ya citada. Podemos añadir por nuestra parte XIV 20 y XV 29.
La de V 15 que nosotros resumimos con el título «El delfín y el muchacho de Jaso» es una novela corta, en la que se exalta el amor apasionado entre un delfín y un muchacho que muere por involuntario descuido del primero. El erotismo es el mismo que se describe en escenas amorosas entre otros animales y hombres.
En VII 48 se encuentra la tan conocida historia de «Androcles y el león» a la que nos referimos con más detalle en otro apartado. Con esta historia el autor se propone demostrar que «la memoria es una facultad que poseen también los animales; y la poseen como algo innato y no por obra de ejercitación o aprendizaje». Como se ve una tesis muy estoica. La historia posee todos los elementos de la novela milesia: fuga, encuentro inesperado con el león, reencuentro de ambos (león y Androcles) en el circo y veredicto absolutorio del público.
La de VIII 22, que nosotros intitulamos «La mujer de Tarento y la cigüeña» trata de hacer ver que «los animales son buenos en cuanto que no olvidan los beneficios recibidos». Es una historia emotiva sin la emotividad enfermiza de otras narraciones y cuya lectura en las escuelas podrían recomendar los ecologistas modernos, si verdaderamente propician la defensa de lo más estimable de la Naturaleza que es la vida animal.
En X 48 es la «Historia de Pindo y la serpiente», una dramática aventura, en la que el cadáver de Pindo, asesinado por sus hermanos, es guardado por una serpiente hasta que van a rescatarlo, para darle honrosa sepultura, sus parientes. Esta historia cumple el mismo propósito que las anteriores, propósito esta vez expresado al final de la narración: «es propio de los animales corresponder a los favores de sus benefactores, como ya he dejado dicho y como se constata especialmente en esta ocasión».
En XIV 20 tenemos una ingenua historieta, en la que un padre, pescador cretense, cura a sus hijos de la rabia, aplicándoles a las heridas inferidas por una perra rabiosa, el hígado machacado de un hipocampo o caballito de mar. Aquí no aparece el elemento erótico que distingue a la novela milesia, pero por extensión puede aplicarse dicho apelativo a toda narración de carácter popular incrustada en un conjunto, alguna de cuyas partes tiene aquel carácter.
Tampoco es una novela milesia en sentido estricto, pero sí en sentido amplio el relato de XV 29, que yo he resumido en el título «Los pigmeos y su reina». Propiamente es una historia mítica, en la que una mujer obligada a ser reina de los pigmeos por haberse extinguido la línea de sucesión masculina, recibe el castigo de su petulante soberbia al ser convertida por los dioses en una grulla.
En conclusión, es la novela milesia en sentido estricto y en sentido lato un elemento más caracterizador de esta obra abigarrada de Eliano, tan abigarrada como la novela breve que tuvo su origen en Mileto.
Finalmente hay otro ingrediente que da carácter popular a la Historia de los animales: es la inserción de alguna fábula, género, desde sus oscuros orígenes, eminentemente popular y oriental que, a través de los jonios asiáticos, se difunde enseguida por toda Grecia, y de la que ya en la época arcaica encontramos ejemplos en Hesíodo, Arquíloco y Simónides en fábulas intercaladas en sus obras con propósito moralizador, que es el que siempre tuvo. Pero esto merece capítulo aparte.
Siendo uno de los propósitos de Eliano, visible en casi todos los capítulos de la obra, inculcar en el lector la idea de que los seres irracionales son para el hombre en muchas ocasiones, modelos de virtudes morales, y en otras, criaturas que cumplen, mejor que el rey de la creación, el ideal estoico de vivir de conformidad con la naturaleza y con su naturaleza peculiar, extrañaría en grado sumo que no utilizase el acervo fabulístico que tenía a mano y que le brindaba la ocasión de ofrecer, de manera epigramática y amena, ejemplos dignos de imitarse o rechazarse. Algunos de estos ejemplos no son propiamente fábulas, sino más bien historietas o fábulas noveladas de antigua tradición. Tal, por ejemplo, el relato de «Androcles y el león», cuya génesis podemos adivinar. En Eliano encontramos un relato dramático, minucioso, no menos dramático y minucioso que el de Aulo Gelio en sus Noches áticas (V 14) que debió de ser, a mi entender, la fuente utilizada por Bernard Shaw en su comedia dramática del mismo título como cañamazo para tejer un drama sobre el heroísmo de los cristianos del siglo I , ya que hay detalles, como la expresión de alegría del león y el protagonista significada por el baile agarrado de los dos, que revelan la dependencia del irlandés. La historieta pudo tomarla Eliano de Aulo Gelio, que, a su vez, la tomó de Apión, autor de Aegyptiaca, en cuyo libro V venía la historia de Androcles, historia que aparece más tarde en Jean de Salisbury (5, 17). También aparece en Plinio (VIII 56) y Séneca (Ben. II 19, 1), aunque es notorio que el cuento figuraba ya en las colecciones de fábulas de Fedro en prosa parafrástica, que luego habían de ser recogidas por el Codex Ademari (s. XI ) y publicadas por Hervieux en el volumen II de su obra Les fabulistes latins (París, 1894). El texto número 563 relata la conocida historia, con la única variante de que el papel de Androcles lo desempeña un pastor. Es de notar que el león habla como en las fábulas para implorar la compasión del pastor. Que Eliano conocía además el relato de Plinio se deduce de la referencia, al final de VII 48, a la historia de Elpis de Samos, que alivió los dolores de un león que le demostró luego su agradecimiento.
Eliano (VI 34) quiere inculcar en el lector la idea de que es prudente y necesario saber prescindir de cosas importantes para conservar otras más importantes aún. El castor, perseguido por los cazadores que desean adquirir sus testículos para fabricar con ellos la sustancia medicinal llamada castóreo, se comporta como el hombre que, por conservar la vida, en el encuentro con unos ladrones, entrega lo que lleva encima. El castor con los dientes corta sus testículos que deja en el camino para calmar la codiciosa ansiedad de sus perseguidores. Esta fábula se encuentra ya en la colección esópica. (Hace el número 118 de la edición de la Biblioteca Clásica Gredos y reza así en la bella traducción de P. Bádenas de la Peña:
El castor es un animal cuadrúpedo que vive en los lagos. De él cuentan que sus genitales son útiles por sus propiedades curativas, y entonces, cuando alguien, descubriéndolo, lo persigue, como sabe por qué lo hacen, huye hasta una cierta distancia, valiéndose de la velocidad de sus pies para protegerse. Pero cuando se ve cercado se corta los genitales y los tira, asi salva su vida.
De igual modo, son sensatos los hombres que, cuando corren peligro por culpa de su riqueza, la sacrifican para no poner en peligro su vida.)
El mismo asunto trata y con el mismo propósito moralizante la fábula número 30 del «Apéndice» de Perotti a las fábulas de Fedro. Por cierto que en esta fábula se relaciona el nombre del animal con el nombre griego del primero de los Dioscuros (Graeci loquaces … indiderunt bestiae nomen dei) no sabemos por qué.
En la colección de Daly, Aesop, Without Morals (Thomas Yoseloff, Nueva York-Londres, 1961), figura con el número 458 una fábula tomada de Eliano (VI 51), quien, a su vez, la toma de la tradición esópica. Eliano aprovecha la ocasión de hablar de la víbora venenosísima, llamada dipsás porque produce en la persona inoculada una sed inextinguible, para intercalar una fábula etiológica (dipsás significa «la sedienta») que reza así: «Es fama que Prometeo robó el fuego, y dice la historia que Zeus montó en cólera y que dio a los delatores del robo una droga preservadora de la vejez… ellos la cogieron y la pusieron sobre un asno. Éste se puso a caminar con su carga en el lomo; era verano y el asno, que estaba sediento, llegó hasta una fuente, acuciado por la necesidad de beber. La serpiente, que estaba guardando la fuente quiso estorbárselo y obligarle a retroceder, y el asno, asustado, dio a la serpiente, como recompensa por haberle perdonado la vida, la droga que casualmente llevaba. Y así hubo un intercambio de dones: el asno pudo beber y la serpiente se despojó de la vejez (gêras significa ‘vejez’ y ‘camisa de culebra’) recibiendo por añadidura … la sed del asno.» Termina su relato Eliano enumerando los escritores que trataron este mito convertido en fábula.
Otra fábula de rancio abolengo es la que podríamos titular «El asno (o mulo) cargado de sal», que utiliza Eliano (VII 42), no para ilustrarnos sobre particularidades de este animal, sino para inculcar, sin duda, la idea de que es más provechoso y honesto comportarse bien en la vida. Esta fábula, que aquí asume la forma de historieta, ofrece la particularidad de que el dueño del mulo que acarrea la sal, es nada menos que Tales de Mileto. Encontramos el relato ya en forma de fábula con su epimitio en la colección esópica (número 180 en la B.C.G.), que luego habrán de recoger en sus colecciones La Fontaine (en éste los protagonistas son dos asnos) y Samaniego.
Otra fuente fabulística son los mitos, algunos de los cuales tienen un origen oriental, como el de la alondra. De este mito se hace intérprete Aristófanes para explicar el origen del moño de la alondra. Dice en Aves 471 ss.: «Esopo dice que la alondra fue la primera de todas las criaturas y que existió antes que la tierra misma. Después su padre cayó enfermo y murió. Como no había tierra, el cadáver quedó insepulto durante cinco días hasta que la alondra, desesperada y sin saber qué hacer, enterró a su padre en la cabeza.» Pues bien, para inculcar la idea de que los animales dan ejemplo a los hombres de piedad filial, antes de copiar la fábula antedicha refiere sustancialmente lo mismo de la abubilla india, ya que la griega es protagonista de un mito distinto. En efecto, en NA. XVI 5 se cuenta que el hijo de un rey indio tuvo que huir de su palacio con sus ancianos padres, quienes no pueden resistir, cansados y enfermos como están, las penalidades del destierro, y mueren. El hijo les cortó con la espada la cabeza y «los enterró dentro de sí mismo». Y el sol, que todo lo ve, premió la piedad del muchacho convirtiéndolo en el ave más hermosa y mas longeva, haciendo nacer en su cabeza una bella cresta como recompensa adicional. Eliano hace notar que son los brahmanes de la India los que cuentan esta leyenda. La historia de la alondra es también una leyenda etiológica cuyo parecido extraordinario con la India induce a pensar que es trasplante de la misma a suelo ateniense.
Hay en la tradición fabulística particularidades consignadas también en Eliano, referidas a costumbres de animales, que inducen a pensar en la existencia de manuales zoológicos aprovechados por los fabulistas y por el prenestino. Tal ocurre con la costumbre de los perros de beber en el Nilo sin detenerse en su carrera para evitar las asechanzas del cocodrilo. Eliano nos habla de ellos en VI 53 y dice: «por esto no beben de bruces … Así que van merodeando por la orilla y pegan unos lengüetazos en el agua, como quien … roba la bebida». La fábula de Fedro (libro I , 25) dice:
Canes currentes bibere in Nilo flumine
a crocodillis ne rapiantur, traditum est,
que nuestro Samaniego (libro V , fáb. XXIIII) versificó así:
Bebiendo un perro en el Nilo
al mismo tiempo corría.
«Bebe quieto» le decía
un taimado cocodrilo.
Díjole el perro prudente:
«Dañoso es beber y andar,
¿pero es sano el aguardar
a que me claves el diente?»
Es doctrina communis, tomada sin duda de perdidos manuales de zoología, que los osos aborrecen los cadáveres. Claramente se expresa en la fábula 65 de Esopo titulada «Los caminantes y el oso». En ella se hace constar como opinión corriente «que el oso no toca un cadáver», y Eliano en V 49 declara: «parece que estos animales sienten repugnancia por los cadáveres».
Lo mismo que al león, le gusta también al leopardo la carne de mono. Lo cual está atestiguado no sólo por la fábula, sino también por Eliano. La famosa fábula de Samaniego (libro I , fáb. 12) intitulada «El leopardo y las monas» aparece expuesta, con la misma viveza descriptiva y hasta con la misma sucesión de episodios que en Samaniego, en Eliano (V 54).
La fábula posterior a Eliano, que sigue la tradición esópica, tiene su representación también en nuestro autor. En XVII 37 se ensalza la gratitud de un águila. Es el águila que salva de morir envenenado a un segador que se dispone a beber del agua empozoñada por una serpiente, de cuyos mortales anillos la había liberado el hombre. Esta fábula es la misma que encontramos en Aftonio (28) contada con la misma morosidad y riqueza de pormenores que en Eliano.
La serpiente de Melitis (XI 17) puede ser una fábula como todo cuento maravilloso que trata de inculcar una conducta arreglada. (Hay que temer a los dioses y no transgredir sus mandatos.)
No es raro encontrar en el cuento maravilloso el amor de un animal a un hombre como ocurre también en la fábula. En VI 15 trae Eliano la historieta del delfín enamorado del niño, historieta a la que ya hemos aludido y que tiene su paralelo en fábulas como la «Comadreja y Afrodita» (50 de Esopo), «El león enamorado» (140 de Esopo) y la «Comadreja novia» (32 de Babrio).
La fábula se apoya para ofrecer verosimilitud en datos, admitidos sin discusión, de una zoología muchas veces fantástica y disparatada, y así, lo mismo Eliano (V 39 y XV 17) que Fedro (IV 14), Babrio (106) y Rómulo (III 20) admiten que el león come carne de mono a guisa de medicina.
La Antigüedad nos presenta al león como animal agradecido. Recordemos al león de Androcles (Eliano, VII 48; Aulo Gelio, V 14; Phaedrus solutus 35, y Rómulo, III 1); en cambio, la serpiente, animal maligno, comparte la antipatía de Eliano y de los fabulistas (cf. Eliano, XVII 37, con 51 y 196 de Esopo).
Es indudable, como sugiere Thiele 5 , que la fábula «ha podido ser el origen de la enseñanza ‘científica’ de los manuales de zoología», cosa que demuestra este autor a propósito de la influencia sobre Eliano del tema de Fedro, IV 14, y Babrio, 106.
Pero es evidente también que la fábula posaugustana debía de inspirarse, en muchas ocasiones, no en la observación directa de la Naturaleza, sino en los manuales de zoología pseudocientífica que daban por bueno todo lo recibido de la tradición. Sólo así se explica la introducción, entre las fábulas de Esopo, de la 242 y la 243, que nos hablan del cambio de sexo de la hiena, especie fantástica que aparece también en Eliano (I 25): «Puedes ver cómo una hiena en el año actual es macho, cómo al siguiente aparece convertida en hembra.»
Quedaría incompleta esta relación de los rasgos fabulísticos de Eliano o, si se quiere, de la medida en que el autor ha sabido aprovechar una tradición que tan bien se acoplaba al mundo de sus ideas o supersticiones zoológicas, si no nos refiriéramos a otros mitos comunes a las dos corrientes de pensamiento. De Homero (Il . III 3 ss.), al que tan bien conocía Eliano, de Virgilio (En. X 264 ss.), de Ovidio (Met. VI 90 ss.) o de cualquier otro autor pudo coger Eliano (XV 29) el mito de la Geranomaquia, que en su versión dice así: «por faltar sucesión masculina, cierta mujer llegó a ser reina y reinó sobre los pigmeos. Esta mujer se llamaba Gérana, y los pigmeos la adoraban como a diosa y le tributaban honores excesivamente reverentes para un mortal. Resultó de esto —según dicen— que se volvió tan engreída que consideraba a las diosas una nonada. Decía que especialmente Hera, Atenea, Ártemis y Afrodita no podían compararse con ella en belleza. Pero ella no había de escapar a la desgracia, que era consecuencia de su alma enfermiza, porque, por efecto de la cólera de Hera, su forma exterior se trocó en la de un ave feísima, la grulla actual, que entabla guerra contra los pigmeos, porque con sus excesivos honores la sacaron de sus casillas y causaron su perdición».
Pues bien, acabamos de exponer un mito al cual se alude en la fábula 26 de Babrio titulada «El labrador y las grullas», en donde estas aves, al abandonar el sembrado, perseguidas por el colérico sembrador, que a pedradas quería impedir su estrago, decían: «huyamos al país de los pigmeos». Esta frase, que para un lector moderno sin formación filológica puede ser enigmática, no lo era para los lectores contemporáneos de Babrio, que sabían que las grullas emigraban a África, como lo sabían también los contemporáneos de Eliano.
Creo que con lo dicho basta para convencerse de que uno de los recursos que emplea Eliano para atraerse la atención del lector es la incorporación a su obra de cuentos maravillosos y mitos que, por estar consignados también en colecciones fabulísticas, adquieren la categoría de fábulas.
Más de cien años después de la muerte de Eliano, éste empezó a tener imitadores, aunque no de la obra que traducimos. En efecto, Eunapio 6 , nacido en Sardes el año 346, nos cuenta una historieta que parece imitación de la consignada en Varia historia IX 33 de nuestro autor. En ésta 7 el protagonista es innominado. En Eunapio es nada menos que el filósofo Edesio de Capadocia. Cuenta Eunapio que Edesio era de un muy noble linaje, pero de familia de pocos recursos económicos, por lo cual su padre lo envió de Capadocia, en donde vivía, a Grecia para procurarse una buena educación que le permitiese amasar una fortuna y hallar el padre un tesoro en su hijo. Cuando éste regresó, como le viera el padre inclinado a la filosofía, lo echó de casa como a ser inútil. Y, al echarlo, le decía: ¿qué provecho sacas de la filosofía? El hijo se volvió y le dijo: padre, no poco, porque ella me ha enseñado a reverenciar a un progenitor que me echa de casa. Al oír esto, el padre cogió otra vez al hijo, impresionado por su carácter virtuoso. En adelante Edesio se ocupó, en cuerpo y alma, en acabar su educación interrumpida, a lo cual le exhortaba ya su propio padre.
Fuera de las menciones elogiosas de sus biográfos, la Suda y Filóstrato, de los cuales ya hemos hablado, no encontramos en la Antigüedad referencias a este autor, pero la obra debió de tener gran difusión en las postrimerías del Imperio entre las personas cultas que podían entender el griego. El interés por esta obra escrita en un lenguaje sencillo, variada como una novela milesia, pletórica de anécdotas, picantes unas, moralizantes las más, debió de ser grande entre los monjes cultos del Medievo y del Renacimiento.
En nuestros autores del Siglo de Oro se puede rastrear la influencia directa o indirecta de Eliano. Una influencia directa se observa en Fray Luis de Granada, que en El símbolo de la fe lo cita, traduce y parafrasea a cada momento, como puede comprobarse con la lectura de las notas a pie de página de nuestra traducción. Estas citas sirven al autor para apoyar con testimonios autorizados doctrinas morales y religiosas. El mismo propósito cumplen —y vaya por vía de ejemplo— las numerosas citas diseminadas en la abultada obra de Fray Baltasar de Vitoria intitulada Theatro de los dioses de la gentilidad, libro de enorme difusión en España, que es una especie de mitología consultada constantemente por nuestros grandes escritores en orden a la obtención de ideas y argumentos para sus creaciones literarias. En la edición de Madrid de 1737, que es la consultada por nosotros, hay más de 50 citas de la Historia de los animales. El lector podrá encontrar algunas a pie de página en la traducción.
Encontramos también en Cervantes alusiones, si no a Eliano sí a sucesos o circunstancias, en él consignadas, pero que pueden haber sido sugeridas por lecturas de otros autores. En «La española inglesa» (Novelas ejemplares, tomo II, edición de Rodolfo Schevill y Adolfo Bonilla, Madrid, 1923, pág. 66), se dice con motivo del atosigamiento de Isabela por la camarera: «mandó llamar la reina con priesa a sus médicos, y en tanto que tardaban, la hizo dar cantidad de polvo de unicornio». El lector podrá comparar esta frase con Eliano, III 41, donde se habla de las virtudes antitóxicas del cuerno del unicornio.
Cuando Don Quijote (Don Quijote de la Mancha, 1.a Parte, cap. XXI, pág. 167, Clásicos castellanos, ed. de Francisco Rodríguez Marín, 1942) ve que el barbero huye porque estima en más la vida que su vacía, «dijo que el pagano o sea el barbero había andado discreto y que había imitado al castor, el cual, viéndose acosado de los cazadores, se taraza y corta con los dientes aquello por lo que él, por distinto [léase instinto] natural, sabe que es perseguido», lo cual coincide, en líneas generales, con lo que nos cuenta Eliano en VI 14.
La Historia de los animales ha tenido gran resonancia en la obra de Lessing. En sus Obras completas publicadas por Karl Lachman (tomo X, Stuttgart, 1894), hay una intitulada Antiquarischer Briefe. La carta número 14 (pág. 284) versa sobre los camafeos egipcios, de los cuales dice que no hay ninguno (o, por lo menos, él no conoce su existencia) que sea grabado, sino en relieve. Rebate de esta manera la frase de Eliano (X 15): «los guerreros egipcios llevan grabados escarabajos en sus anillos». Lessing escribió fábulas, y es en ellas donde más palpable se ve la influencia de Eliano. Por ejemplo, la fábula 3.a del libro I intitulada «El león y la liebre» está inspirada en I 38 y en III 31, donde se dice, respectivamente, que el elefante se espanta ante un macho cabrío y ante el gruñido de un cerdo, y que el león se acobarda ante la presencia de un gallo.
La fábula 5.a del libro I no está inspirada en ningún episodio de Eliano, sino en una conocida fábula de tradición esópica, pero es como una glosa o exégesis de la frase del prenestino (III 7): «Dicen que Ciro y Creso sabían que el caballo teme al camello.» El alemán encabeza la fábula con dicha frase en griego, frase por otra parte, que dice lo mismo que la siguiente de XI 36 del autor griego: «hicieron convivir a los camellos con los caballos para alejar de éstos el miedo que sienten hacia los primeros».
Ya hemos aludido antes a la creencia popular antigua de que las avispas nacen de los cadáveres de los caballos. De ella, también lo hemos dicho (ibidem), se hace eco Eliano en I 28. Lessing, en I 16, copia al pie de la letra la frase de Eliano que pone como encabezamiento de esta su fábula intitulada «Las avispas»: «un caballo muerto es semillero de avispas».
Lessing, en I 18, hace preceder la conocida fábula del avestruz que pretende inútilmente remontar el vuelo, de la descripción que de esta ave hace Eliano (II 27) y que no reproducimos aquí en gracia de la brevedad.
La fábula 20 del libro I , que se inspira en Eliano (IV 19), concluye con una amarga moraleja que no podía estar en persona tan admiradora de los perros como el prenestino: «¿De qué les sirve a los perros de la India —viene a decir un perro de caza— tener coraje para enfrentarse a los leones si es a costa de su vida? Son más torpes que los perros de aquí.»
El Merops apiaster, cuya denominación vulgar es «abejaruco» es un pájaro, que, según Eliano (I 49), «vuela de manera diferente a todas las demás aves, porque éstas vuelan de frente en la dirección en que miran, mientras que los abejarucos vuelan hacia atrás». Lessing encabeza su fábula (I 24) intitulada «Abejaruco» con la frase de Eliano que parafrasea así: «Man sagt —dice el águila al búho— dass es gäbe einen Vogel, mit Namen Merops, der, wenn er in die Luft steige, mit der Schwange voraus, den Kopf gegen die Erde gekehret, fliege», que Hartzenbusch, traductor del escritor alemán, traduce (Hartz., I 25): «Se dice que hay un ave llamada Merops [en griego y en latín, y abejaruco en castellano], la cual vuela al revés, con la cola hacia adelante y la cabeza mirando al suelo.»
Lessing cita como fuente de su fábula «El pelícano» (I 23) a Eliano (III 30). Pero ni en este capítulo ni en ningún otro se dice que el pelícano se rasgue el pecho para alimentar con la sangre brotada de la herida a sus polluelos. Eliano se limita a decir que, al igual que la cigüeña y la garza, el pelícano, cuando sus polluelos tienen hambre y no tiene alimento, regurgita la comida del día anterior. ¿Lo habrá tomado del Physiologus? En tiempos de Lessing corrían, en Alemania y en los países latinos, versiones de esta obra, amén de Bestiarios, que eran las versiones medievales, ya más secularizadas, de aquél. Pero el Physiologus lo que dice es que «los padres matan a sus hijos para castigar el mal trato que reciben de ellos, pero luego se arrepienten y lloran a los hijos que han matado. Al tercer día la madre se rasga el pecho, cae la sangre sobre los cadáveres y resucitan». El hombre de vasta cultura y de feliz memoria no se molesta muchas veces en corroborar los datos o elementos literarios que acuden a su mente. En el caso presente, Lessing debió de atribuir a un escritor pagano, afín a la moral cristiana y que, además, vivió en una época de plena expansión del cristianismo, algo que flotaba en la tradición religiosa y que tenía el valor simbólico del sacrificio cruento de Cristo.
A veces el escritor alemán reúne en una misma fábula particularidades de dos animales distintos, sobre las que teje su relato. Tal ocurre en la fábula 26 del libro I intitulada «El león y el tigre», donde se dice, como en Eliano (II 12), que la liebre duerme con los ojos abiertos y que el león, como en Eliano (V 39), hace lo mismo. El mismo escritor señala como una de sus fuentes, la apuntada en primer lugar. De la supersticiosa creencia de que los leones duermen con los ojos abiertos se hace eco el Physiologus (cf. trad. alemana de Ursula Treu, Hanau, 1981, pág. 5).
La fábula intitulada «La oveja y la golondrina», cuya moraleja trata de inculcar la idea de que el daño inferido con delicadeza y gracia es menos daño, se basa en Eliano, III 24, donde se dice textualmente: «[la golondrina] se posa en el lomo de las ovejas y arranca la lana con la que fabrica un blando lecho para sus golondrinos», frase que Lessing traduce literalmente: «Eine Schwalbe flog auf ein Schaf, ihm ein wenig Wolle, für ihr Nest, auszurupfen.»
La fábula III 11 tiene una vinculación muy laxa con la larga disertación de Eliano (II 11) en la que se nos habla de la docilidad del elefante, de su amaestramiento en Roma para la danza y de su comportamiento en un banquete. Lessing, que la titula «El oso y el elefante», señala la fuente ya dicha, pero en esa morosa relación no se hace ninguna alusión al oso, el cual en ningún otro pasaje de Eliano aparece obligado a danzar. Probablemente el autor alemán ha recordado la destreza del elefante, contada en el largo capítulo del prenestino para contraponerla a la torpeza del oso.
La historia del viejo lobo narrada en siete fábulas dice Lessing que está inspirada en el cap. 15 del libro IV de Eliano, donde se viene a decir que el lobo «[cuando] se hartó de comer, no probó el menor bocado». Cuando esto sucedió «era manso como un corderillo e incapaz de hacer ningún daño a persona o bestia, aunque caminara en medio de un rebaño». Pero poco a poco retornó a su primitiva fiereza «y se convirtió de nuevo en lobo». El lobo, en Lessing, quiere hacer valer ante los sucesivos pastores que visita, esta su mansa condición, pero aquellos no se fían porque saben, como Eliano, que tarde o temprano retorna a su primitiva fiereza.
Jhon E. B. Mayor 8 refiere que, en 1614-15, el rey Jacobo I visitó, acompañado del Príncipe de Gales, la Universidad de Cambridge, donde tuvo lugar una disputa académica, cuyo tema a discutir era: ¿Pueden los perros formar silogismos? El autor del artículo sugiere la posibilidad de que los contrincantes, para defender sus posturas, debieron de tener presentes, entre otros autores (Filón, Plutarco, Sexto Empírico, Porfirio, etc.), también a Eliano, que, en VI 59, habla del perro de caza que adivina el camino emprendido por una liebre fugitiva formulándose un silogismo.
No hay que desdeñar tampoco los ecos de la obra de Eliano que resuenan en las colecciones de fantásticas historias de animales y de piadosas alegorías conocidas como Bestiario. Recuérdese también que el Emperador Porfirogénito (905-59) mandó hacer un compendio de historia natural, basado en el Epítome de Aristofanes de Bizancio, sin dejar de inspirarse en la obra de Eliano y de Aristóteles. Más tarde, Manuel Philes (1275-1345) escribió un poema que lleva el mismo título, Perì Z
ōn idiótētos, que la obra de Eliano, de la cual aprovecha muchos elementos. Posteriormente, en los siglos XIV o XV se hizo una refundición en 225 capítulos del De natura animalium, que puede consultarse en el cod. Laurentianus 86.8. Pero hoy por hoy el principal interés que ofrece la obra de Eliano es que, gracias a ella, podemos conocer al menos el título (y, generalmente, contenidos parciales) de muchas obras perdidas y el nombre de sus autores. Aunque sólo sea por ello, Eliano debería ser acreedor a nuestra gratitud.
Traducir a un autor griego, como a cualquier otro, entraña una doble dificultad: la de interpretar fielmente su pensamiento y la de reproducir en lo posible las galas literarias con las que aquél aparece revestido. Acrecienta la dificultad de lo primero el tratarse de un autor que, como Eliano, aborda una temática basada en presupuestos científicos o pseudocientíficos completamente distintos a los hoy vigentes siendo susceptibles los hechos que presenta de muy diversas interpretaciones. El traductor habrá de tener en cuenta en cada momento la posibilidad de que el autor se esté refiriendo a plantas, a animales, o a seres inertes, como minerales, que no tienen nada que ver con las plantas, animales o minerales que ocupan la mente del traductor. Sólo cuando éste sea una persona perfectamente pertrechada de conocimientos de las ciencias naturales modernas y conozca además, la evolución de esta ciencia podrá acercarse a la verdadera idea, cierta o absurda, atinada o descabellada, que Eliano tenía en la mente en un preciso momento. Precisamente porque yo no soy más que helenista y un mediocre conocedor de las ciencias naturales, he procurado acreditar lo primero y cumplir dignamente en cuanto a lo segundo, buscando la información de una selecta bibliografía y el asesoramiento de personas, a las que el cultivo racional y exhaustivo de la ciencia, que con halagüeños resultados han profesado, no han embotado el sentido común tan necesario a la hora de enjuiciar afirmaciones precientíficas. Antes de emprender yo la traducción de la Historia de los animales, había mantenido sabrosos coloquios con el profesor L. Gállego Castejón, director del Departamento de Cordados de la Universidad de Sevilla, y con el Profesor S. Talavera Lozano, miembro del Departamento de Botánica de la misma Universidad. Estos coloquios iban encaminados a la identificación de animales y plantas que surgían en mis lecturas de los textos clásicos, y en ese objetivo se agotaba toda mi curiosidad. Pero la amabilidad con que estos compañeros atendían mis consultas me animó a pedirles ayuda cuando acometí la traducción de la Historia de los animales, que para mí, mero aficionado, como antes he dicho, en cuestiones de esta índole, estaba erizada de dificultades. Con su asesoramiento y mi dedicación al estudio, estas dificultades fueron allanándose poco a poco y hoy siento la satisfacción de poder ofrecer un texto que podrá leer con provecho el curioso lector.
La otra dificultad, que consiste en reproducir en español el estilo de la obra de Eliano, también es considerable. Se caracteriza el estilo de este autor —ya lo hemos dicho— por la simplicidad, por la naturalidad (aphéleia), un poco estudiada, de la expresión. La impresión de naturalidad viene dada por una prosa que se caracteriza —prescindiendo ahora del léxico—, sobre todo, por la coordinación y la parataxis. Nosotros hemos procurado, en la medida de lo posible, imitar la mentada simplicidad de Eliano recurriendo lo mismo que él al empleo de un léxico comprensible al lector medio y a una sintaxis de las características ya apuntadas.
Hemos querido que esta traducción pueda ser leída con provecho por toda clase de público: por el que está ayuno de conocimientos relativos a la Antigüedad en su faceta científica y por aquel que, especializado en la materia, desea hallar información relativa a la Ciencia de la Naturaleza. A este último propósito van encaminadas las notas puestas al pie de pagina, que tienen por objeto identificar animales, plantas o minerales citados por el autor. Para esta identificación se han tenido en cuenta las obras ya clásicas de Thompson 9 sobre aves y peces, de Gossen y de Keller 10 y numerosos artículos de revistas que figuran en la Bibliografía, así como el Greek Lexicon de Liddell-Scott y el asesoramiento ya aludido.
Las notas se preocupan también de señalar todo aquello que parece o constituye, realmente, una anticipación a los hallazgos de la ciencia moderna y que, probablemente, no es obra de Eliano, cuyas dotes de observación son mínimas, sino de las fuentes que maneja.
No conozco ninguna traducción, ni antigua ni moderna, en español de la Historia animalium. Si ésta es la primera, ése será su mérito principal: ser la primera. Esta circunstancia y el deseo de superarla animará, quizás, a alguién más competente que yo a emprender otra nueva traducción. Que así sea. Porque Eliano, con toda su mediocridad con su ingenua credulidad, tiene un doble mérito: el habernos transmitido el pensamiento de muchos autores egregios, cuyas obras se perdieron irremisiblemente, y el de haber mantenido enhiesta, en un siglo de corrupción, la bandera espiritual del estoicismo, de un estoicismo de talante popular.
Terminaremos diciendo que hemos encabezado cada capítulo de la traducción con un breve resumen de su contenido. Nos han parecido útiles estos resúmenes para romper una uniformidad en el aspecto externo que puede causar fatiga en el lector. Además, el lector no interesado en la lectura completa de la obra podrá elegir, en los sumarios que preceden a la traducción de cada libro, aquellos capítulos que tienen para él un interés particular.
Esta traducción está hecha sobre el texto fijado por Hercher en 1866, con algunas divergencias del mismo anotadas por Scholfield, autor de la excelente traducción de la «Loeb», y recogidas por nosotros.
He aquí los manuscritos que se conservan de la obra Historia animalium. E. L. de Stefani, «I manoscritti della Historia Animalium, di Eliano», Studi, Ital. di Filol. Class. 10 (1902), 175, sólo considera valiosos para la fijación del texto los mss. A, F, H, L, P, V, y W. Los demás, según él, son copias de éstos.

He aquí las ediciones de que tengo noticia:
| 1556 | C. GESNER (Zurich, f°), Ed. pr. |
| 1611 | P. GILLIUS y C. GESNER (Ginebra, 16.°) |
| 1744 | ABRAHAM GRONOVIUS (Londres, 4.°) |
| 1784 | J. E. G. SCHENEIDER (Leipzig, 8.°) |
| 1832 | C. F. W. JACOBS (Jena, 8.°) |
| 1858 | R. HERCHER (Didot, París, la. 8.°) |
| 1864 | ID . (Teubner, Leipzig, 8.°) |
Hay una traducción alemana de Jacobs (Stuttgart, 1839-42), otra inglesa de A. F. Scholfield (The Loeb Classical Library, 3 vols. de 1971), cuyo texto, consultado por nosotros, se basa en la edición de Hercher de 1864.

1 Mientras no se diga nada en contrario las citas de Eliano se refieren a la Historia animalium (o De natura animalium).
2 Y citados en nuestra Bibliografía. Aquí extractamos el contenido de los de Wellmann.
3 Cf. también la misma estratagema en el PSEUDO -DOSITEO , Hermeneumata, ad. loc., y en AVIANO , 27. Los Hermeneumata Pseudodositheana (Colección completada por G. GOETZ , Leipzig, 1892) son una serie de temas de traducción griegos y latinos incorporados a la obra del gramático Dositeo de hacia finales del s. IV d. C. (publicados éstos por H. KEIL en Grammatici latini, I-VII, Leipzig, 1856-1879). En la página 43, cols. 1.a (al final) y 2.a (hasta la mitad), aparece la fábula, cuya versión latina ponemos a continuación.
Cornix (aquí y en Aviano la protagonista es una corneja) sitiens accesit ad hydriam et eam conabatur convertere, sed quia fortiter stabat non poterat eam deicere sed remedio optinuit quod uoluit, misit enim calculos in hydriam et eorum multitudo de imo aquan susum effudit el sic cornix sitem suam reparauit.
En AVIANO (fábula 27) encontramos el mismo relato:
Ingentem sitiens cornix aspexerat urnam
quae exiguam fundo continuisset’ aquam.
Hanc enisa diu planis effundere campis
scilicet ut nimiam pelleret inde sitim,
postquam nulla viam uirtus dedit, admonet omnes
indignata noua calliditate dolos
nam breuis inmersis accrescens sponte lapillis
potandi facilem praebuit una uiam.
Modernamente, EVE MOREL , Fairy Tales and Fables, Londres, 1978, relata esta fábula con el título The Crow and the Pitcher.
4 W. SCHMID , Der Atticismus, vol. III: Älian, Stuttgart, 1893.
5 G. THIELE , «Die vorliterarische Fabel der Griechen», Neue Jahrbücher für das klassische Altertum XI (Leipzig, 1908), 377 ss.
6 E. H. WARMINGTON , Philostratus and Eunapius (Loeb Class. Libr.), Londres, 1968, pág. 376.
7 En nota (pág. 376) cita la traductora de Eunapio el fr. 1038 de Eliano. Es un error puramente mecánico sin duda, pues se trata de VH 33 que reza así en la traducción de Hercher: «Adulescentulus quidem Eretrius Zenonem longo tempore, donec in viris esset, frecuentaverat. Reversum vero pater interrogavit, quid tandem sapientiae in tanta tempori mora didicisset. Ille vero, re ipsa ostensurum se dixit, et mox fecit. Indignante autem patre, et verbera ipsi intentante, ille quietens agens, patienterque ferens, hoc ipsum ait se didicisse, iram parentum ferre neque indignari.»
8 JOHN E. B. MAYOR , «King James I on the reasoning faculty in dogs», The Classical Review (marzo 1898), 93-96.
9 D’Arcy Thompson, Glossary of Greek Birds, Londres, 19362 ; Glossary of Greeks Fishes, Londres, 1947.
10 H. GOSSEN , «Die Tiernamen in Aelian’s 17 Büchern Perì Zṓōn », Quellen u. Studien z. Gesch. d. Naturwissenchaften u.d. Medizin 4 (1935), 280; O. KELLER , Die antike Tierwelt, 2 vols., Leipzig. 1909-13.