Por qué es importante cuidar de quienes nos han sido confiados
Dedicamos nuestras mejores cualidades al amor por la propia familia, porque ella marca la medida de nuestra estabilidad y determina nuestra lealtad.
(HANIEL LONG)
Los lobos yacían sobre la nieve enroscados sobre sí mismos. Parecían un círculo de piedras grises. De vez en cuando, se podía apreciar una oreja o una pata temblando. Una loba delgada se desperezó y se recostó sobre uno de sus lados. Una franja plateada le recorría el vientre atravesando su pelaje gris marengo. Los demás tenían el pelo del dorso oscuro con manchas de color ocre en el pecho. Los padres lobo descansaban a pocos metros de distancia, espalda contra espalda, y a su alrededor estaban desperdigados los jóvenes lobos de uno y dos años, extenuados por las muchas persecuciones y juegos con sus hermanos.
Los pequeños fueron los primeros en despertarse. Se empujaban unos a otros y saltaban sobre los que aún estaban durmiendo. Durante unos minutos, se parecieron mucho a un grupo de adolescentes traviesos. Luego resollaron y miraron a su alrededor. Uno de los lobeznos de un año fue el primero en correr y, de un salto, cayó sobre los adultos dormidos; los demás lo siguieron. El más joven resbaló y tropezó con su padre, quien dio un brinco y le gruñó. Inmediatamente, Junior, como se llamaba el joven, se puso de espaldas y gimoteó, y el padre le lamió la cara. Y entonces volvió la banda de bribones. Saltaron sobre el lobo líder, rodaron con él sobre la nieve y se fueron corriendo. Eso despertó a los demás adultos de la familia.
Los lobos jóvenes corrieron hacia los lobos guía y los cubrieron de besos, lamidos y mordisquitos afectuosos. Saltaron sobre ellos y se lanzaron unos contra otros formando una enorme bola que hacía difícil discernir dónde terminaba un lobo y empezaba el otro. Con sus colmillos, rodeaban amorosamente los hocicos de sus hermanos, se enroscaban, se restregaban y se tocaban unos a otros, gateaban al pie de los árboles, saltaban sobre las rocas y se sumergían entre los arbustos que les bloqueaban el camino. Por todas partes aparecían ojos que brillaban y colas que se meneaban como hélices. Los excitados jóvenes dieron un salto que terminó en medio de la multitud, con la sola intención de estar allí. Una expresión de pura alegría de vivir.
Uno de ellos subió a una colina y sus hermanos menores le siguieron. Se miraron unos a otros, luego se agacharon a la vez en lo alto y se deslizaron por la ladera cubierta de nieve. Iban girando sobre su propio eje dejando una nube de nieve polvo tras de sí. Al llegar abajo, parecían lobos de nieve.
Al poco rato, uno de los lobos del grupo alzó la voz. Otros le siguieron. A continuación, casi todos se pusieron en pie y empezaron a aullar en distintos tonos. Algunos cantaban, otros gritaban con entusiasmo; dos que habían permanecido acostados alzaron la cabeza y aullaron. El canto ascendió como un crescendo y explotó en un apoteósico final.
Los primeros lobos huyeron. Un par de lobeznos seguían jugando a perseguirse. Y entonces toda la familia se puso en movimiento marchando en fila por la cresta de la montaña.
Pocas escenas de la naturaleza ofrecen un espectáculo tan conmovedor como una familia de lobos.1 En contraste con las criaturas rugientes siempre a punto de mostrar sus dientes afilados que se muestran en las películas, la vida de los lobos salvajes se caracteriza por la armonía y la interacción amorosa y lúdica entre sus miembros. Los cachorros son el tesoro amado y protegido de la manada, y son tratados en consecuencia. No solo les cuidan los padres, sino toda la familia, incluyendo tías, tíos y hermanos mayores, de un modo que solo puede calificarse de altruista. A los familiares ancianos y heridos les llevan alimentos, y nunca les abandonan. Cada miembro de la manada sabe cuál es su lugar y quién toma las decisiones. Todos ellos demuestran constantemente su afecto y respeto por los demás mediante constantes interacciones y rituales. En la vida salvaje, sus intensos lazos familiares constituyen una importante protección que contribuye a la supervivencia.
El sistema social de las manadas de lobos ha sido el centro de numerosos estudios realizados tanto por biólogos como por psicólogos que creen que los humanos pueden aprender mucho sobre sí mismos observando a los lobos. Para entender mejor su comportamiento social, los etólogos han dividido a los lobos en dos tipos básicos según su carácter.
El tipo A es atrevido, elegante y extrovertido. Siempre quiere lo imposible y en situaciones que para él son nuevas y que no puede controlar a través de sus acciones en seguida se siente desbordado. Después de un fracaso, necesita largas pausas. En general, los lobos (y los humanos) con esta personalidad son alegres, pero también trabajadores, por lo menos mientras sean capaces de encontrar a todo un sentido. Si no, se ofuscan y piden ayuda.
El tipo B es todo lo contrario. Su actitud básica ante la vida es la moderación. Estas personalidades introvertidas esperan primero a ver qué pasa y luego se adaptan mejor.
Una familia de lobos consiste básicamente en un conglomerado de estos tipos de personalidad. Los dos guías, los padres, casi siempre son una combinación de los tipos A y B, que se complementan entre sí. Sin embargo, eso no significa que el tipo A sea siempre el macho, y el tipo B, la hembra.
Los humanos también tenemos estos tipos de carácter distintos. ¿Te has preguntado alguna vez a cuál perteneces? Si eres del extrovertido tipo A, debes aprender a controlarte en algunas situaciones y a no actuar demasiado impulsivamente. Si perteneces al cauteloso y tímido tipo B, a veces tienes el problema de ser demasiado lento al actuar y no reaccionar con la suficiente rapidez. Eres fiel al lema: «Quien tarde llega, come de lo que queda».
Por supuesto, entre estas dos personalidades existen también numerosas variantes y tipos mixtos. Yo me considero de una versión más atenuada del tipo B con algunos toques del tipo A.
Personalmente, estos conocimientos también me han ayudado a menudo en las relaciones humanas: «Él es A o B, y no puede cambiar». Los críticos de la clasificación A-B creen que los caracteres básicos pueden cambiarse en cualquier momento. Sin embargo, mi propia experiencia es que, a pesar de todos los esfuerzos en sentido contrario, nuestra propia personalidad básica siempre acaba aflorando, lo que significa que, a la larga, la cabra siempre tira al monte.
Al igual que los lobos como individuos, las familias de lobos tienen una especie de personalidad grupal. Así, por ejemplo, algunas manadas se caracterizan por tener unos gobernantes autoritarios o unos individuos avinagrados. Los caracteres de cada uno harán que, al agruparse, una manada sea fundamentalmente más amigable, como los lobos druida,2 y otra, más seria y temida, como los lobos de Mollie.
Un druida (tipo A) de un año de edad cruza corriendo la carretera sin inmutarse por los automóviles.
Los lobos lamar de Yellowstone, por otra parte, ofrecen ambos tipos de personalidad. Esto se hace particularmente evidente cuando cruzan una carretera en que los turistas y los coches están parados. Los de tipo A cruzan cada uno por su cuenta, seguros de sí mismos, no vacilan y se abren camino de inmediato, a veces incluso sin preocuparse en absoluto de la gente. Los de tipo B, en cambio, solo cruzan la carretera en casos de necesidad extrema.
Recuerdo un suceso ocurrido en mayo de 2011. Un cauteloso lobo B intentaba desesperadamente cruzar la carretera, pero debido a la gran cantidad de turistas presentes, le daba miedo. Prefería esperar a que oscureciera y buscó un lugar donde esconderse. Pero se acercó demasiado a una guarida de coyotes. Los padres coyote salieron como una flecha y lo atacaron. Irritado ya por los bípedos y perseguido ahora por sus parientes pequeños con molestos gritos y mordiscos en las nalgas, cruzó la carretera como un rayo por el centro del grupo de personas. Por lo visto, para él era el mal menor.
En los Estados Unidos, desde 2012 los lobos están excluidos de la lista de especies protegidas y los cazan en las zonas colindantes con el parque de Yellowstone, en cuyo interior siguen estando protegidos. Pero los lobos no entienden de límites. Salen del parque y se ponen a tiro de los cazadores. Me pregunto si en esta situación los tipos B, que como ya hemos mencionado son los miedicas, tienen mayores posibilidades de sobrevivir. Quizá los valientes sean capaces de conquistar el mundo, pero los callados, los tímidos, pueden sobrevivir.
Las estructuras de poder de los mamíferos están determinadas de entrada por la jerarquía familiar. Los padres deciden por los hijos, y los hermanos mayores, por los pequeños. Eso significa que no hay que emprender ninguna lucha ni desplegar estrategias políticas —como los propietarios de perros— para decidir quién puede sentarse en el sofá y quién no. Los padres no tienen que demostrar que llevan la voz cantante. Simplemente, la tienen. En virtud de su experiencia, determinan lo que es bueno para el bienestar y la seguridad del grupo, porque quieren lo mejor para todos.
Para los lobos, todo gira en torno a la familia. Es su base, su seguridad, su estabilidad y su sentido de la existencia. Incluso están dispuestos a sacrificar la vida por ella. En abril de 2013 me encontraba, junto con otros observadores de lobos, en una colina de Lamar Valley para echar un vistazo a la madriguera de la loba lamar. Habían pasado cinco días desde el nacimiento de los cachorros. De repente, vi a 16 lobos de la manada de Mollie rondando por el bosque donde estaba la cueva. Me temí lo peor. Entonces, 17 lobos volvieron del bosque, con la loba líder lamar algo avanzada. Su vida corría peligro. Hacía pocos días que había dado a luz a cuatro cachorros y estaba débil. Rápidamente, los lobos de Mollie la alcanzaron, y yo contuve el aliento. La loba corrió hacia una abrupta peña. Pronto debería detenerse y enfrentarse a sus perseguidores, que podrían matarla fácilmente. De ser así, sus indefensas crías morirían también. O los lobos de Mollie los mataban en la cueva o morirían de hambre.
Pero habíamos subestimado la voluntad de sobrevivir de la loba. Corrió hasta el camino donde había unos turistas. La loba estaba acostumbrada a los humanos: cruzó la carretera, se detuvo y miró a los lobos de Mollie, que no continuaron.
Pero aunque la loba líder estuviera a salvo, su familia seguía en peligro. Entre ella y sus cachorros se interponían los atacantes, que dieron media vuelta y regresaron a la cueva para matar a los lobeznos.
En ese preciso instante, una de las hijas de dos años de edad de la loba líder lamar apareció junto a los lobos de Mollie, que la atacaron de inmediato. La hija corrió hacia el este, alejándose de la cueva de los cachorros, seguida de cerca por los lobos de Mollie. La joven loba era una de las más rápidas de su manada y conocía todas las peñas y arbustos de su territorio. Se escapó fácilmente de sus atacantes.
Los lobos de Mollie, irritados, corrieron varias veces de un lado a otro, y luego volvieron a su territorio. Ese año no volvieron a aparecer por el área de la cueva de los lamar. Tan pronto como los atacantes se fueron, la loba líder regresó junto a sus cachorros. Al cabo de unas semanas, la vi caminando junto a sus lobeznos, todos sanos y salvos.
La familia es el eje de todo. Por ella estamos dispuestos a renunciar a lo que sea, a hacer sacrificios.
Aunque se ha dicho innumerables veces que la familia ha muerto, para los humanos no ha quedado obsoleta, sigue siendo un modelo vigente. Pero ahora el término familia no designa únicamente al matrimonio clásico, sino también a las familias «patchwork», las familias monoparentales y las parejas del mismo sexo.
Cuanto más rápido y complejo se vuelve el mundo «exterior», más anhelamos la familia y los valores ancestrales como unión, honradez, confianza y fidelidad. Frente a la abrumadora realidad de la vida, nos refugiamos en un mundo vigilado y fiable. La moral del rebelde Mayo del 68, cuando nos opusimos al establishment con sus modelos de vida tradicionales, ha dado paso a la de los cincuentones. De repente, a muchos de ellos vuelven a encantarles los armarios y los huertos y no tienen ningún reparo en que los consideren de clase media.
Los lobos son la clase media por excelencia. Viven según los valores que nosotros anhelamos. Mediante numerosos rituales comunes, se transmiten unos a otros la constancia y la fiabilidad.
Los rituales son una parte importante de la vida del lobo y ayudan a fortalecer sus relaciones: la ceremonia del despertar, que he descrito al principio del capítulo, el saludo de los líderes cuando vuelven a casa después de una salida de caza, el aullido común.
Igual que para los lobos, los rituales familiares son indispensables para los humanos. Transmiten cercanía, sentido de la comunidad, puntos de referencia, y refuerzan la cohesión social. No nos damos cuenta de lo importantes que son para la vida cotidiana hasta que los perdemos.
Las familias de hoy casi nunca practican rituales que antaño estaban vigentes, como la visita dominical a la iglesia, tras la cual almorzaban todos juntos e iban a ver a la abuela. El simple hecho de reunir a la familia entera en torno a la mesa para comer ya es un gran logro.
Personalmente, intento reservar para mi familia o mis amigos como mínimo un día a la semana, incluso cuando el ritmo diario es más agitado. La experiencia compartida fomenta el sentimiento de pertenencia y fortalece la identidad del individuo y, por lo tanto, también la confianza primaria de que no será abandonado. Es importante no dejar de cultivar los rituales familiares. Por regla general, a los niños les entusiasman estos rituales porque las rutinas fijas estructuran su vida cotidiana; por ejemplo, una comida en común es una buena oportunidad para fortalecer la comunicación entre padres e hijos.
Los lobeznos también deben aprender cosas para su vida. Y lo hacen observando a los padres e imitando lo que ellos les enseñan con su ejemplo. Aunque tienen licencia para hacer lo que quieran, a los lobos pequeños también hay que ponerles límites a veces.
A principios de un verano, avisté a una familia de lobos desplazándose por Lamar Valley, en Yellowstone. Un joven lobo se había quedado rezagado. Siempre encontraba algo más emocionante por descubrir y olfatear que quedarse con la manada. Su familia esperó un par de veces a que la alcanzara. Pero llegados a cierto punto, se acabó. Los lobos siguieron corriendo y dejaron atrás al soñador. Cuando este se dio cuenta de que les había perdido de vista, le entró el pánico y empezó a aullar a pleno pulmón esperando que le devolvieran la llamada. Hasta entonces, siempre le había funcionado, pero esta vez fue en vano. Hasta al anochecer, la familia de los lobos no fue a recoger al pequeño, que quedó visiblemente aliviado. Había aprendido la lección y desde entonces se quedó siempre con el grupo.
Así funciona la educación con el «método lobo»: al lobo joven no se le prohíbe nada, se le permite experimentar por su cuenta, y así aprende que cada acción tiene sus consecuencias. Los padres lobo enseñan a sus crías a encontrar el equilibrio entre la bondad y la restricción de la libertad, entre la convivencia social y los límites.
Sin embargo, hay una diferencia fundamental entre el método de educación de los lobos y el de muchos padres humanos: los lobos están unidos y actúan como uno solo. Los lobeznos no tienen la oportunidad de enfrentarse a sus padres utilizando la estrategia de «Si papá no lo permite, iré a probar con mamá». En materia de educación, toda la familia del lobo, incluidos sus tíos y tías, se mantiene unida. Todos se involucran en disciplinar a los retoños. Y para ello, los lobos no interfieren cuando un adulto está disciplinando a un cachorro, por ejemplo, porque le está poniendo nervioso.
Como los niños humanos, los lobeznos necesitan a unos padres que les den instrucciones. En definitiva, necesitan modelos en los que reflejarse y que, si es necesario, le impongan unos límites.
Toda la familia se ocupa de las crías. Mientras los lobeznos se amamanten del vientre de su madre, el padre y los hermanos mayores llevarán comida a la madre. Más adelante, todos los miembros de la familia se encargarán de las crías alimentándolas con carne predigerida.
Un lobezno investiga si ha quedado algo de comida.
Los padres lobo están absolutamente locos por sus hijos. El poderoso líder del grupo de la manada druida también era un padre entusiasta. No solo cuidaba amorosamente de su propia descendencia, sino que también adoptó a algunos de sus nietos después de que una de sus hijas volviera a la familia embarazada tras un breve encuentro con un lobo foráneo. Una de las actividades favoritas del lobo guía era jugar y luchar con los cachorros. Lo que más le gustaba era fingir que había perdido. Dejaba que uno de los lobeznos saltara sobre él y le mordiera el pelaje. Entonces se echaba de espaldas mientras el pequeño se quedaba sobre él agitando triunfal la cola.
La capacidad de fingir algo —en este caso, la derrota— demuestra que el animal entiende cómo perciben su comportamiento los demás. Es un signo de inteligencia. Y seguramente los pequeños sabían que la «sumisión» era fingida, pero así podían experimentar qué se siente al derrotar a alguien mucho más grande que ellos. Los lobos necesitan cada día este tipo de confianza en su vida como cazadores.
Pero los padres lobo tampoco son perfectos. A veces pueden estar de mal humor o mostrar ira, frustración, rabia e impaciencia, y otras, en cambio, alegría, amor, entusiasmo y diversión. Estas emociones cambian a menudo, igual que los humanos cuando nos levantamos por la mañana con el pie izquierdo. Aunque los padres lobo se comporten con impaciencia en algunas situaciones, la relación de fondo basada en la confianza entre los miembros de la familia no se ve alterada.
En una familia de lobos, los hermanos mayores también cuidan amorosamente de sus hermanos menores. Su papel es insustituible y ayuda a la supervivencia de la familia. Si alguna vez no sobrevive una camada, estos hermanos se echarán en falta al año siguiente como ayudantes en la crianza.
Pude presenciar un momento especial de amor entre hermanos y hermanas durante una primavera, cuando, al derretirse, la nieve había convertido los ríos en arroyos torrenciales. Ese es el momento en que la familia de lobos se traslada desde las cuevas hasta las zonas de caza, la llamada «zona de encuentro». Para ello deben cruzar varios ríos. Los adultos nadan delante y enseñan a los pequeños a hacerlo. Aúllan desde la otra orilla alentándolos a seguirlos. Observé a un cachorro que corría por la orilla lloriqueando. Metía una pata en el agua una y otra vez, pero se echaba atrás. Finalmente, su hermana volvió nadando hasta donde él estaba, agarró un palo que estaba tirado en la orilla y distrajo al cachorro jugueteando con él. Entonces, la hermana, ayudándose con el palo, lo fue dirigiendo hasta el agua y lo ayudó a llegar al otro lado.
En una familia de lobos, todos sus miembros son importantes para el grupo, y cada uno tiene un lugar asignado, en el que es necesario. Pero no son los padres ni los lobos guías quienes deciden dónde debe estar. Son más bien los propios lobos cuando los que, de jóvenes, conociendo sus puntos fuertes, intervienen por su cuenta cuando uno o varios lobos o incluso la familia está en un apuro. Hay agitadores rápidos insustituibles en una cacería, los más fuertes corren delante en la nieve profunda para aplastarla, mientras que los más pacientes son unos excelentes canguros.
Todos los humanos también tenemos distintas habilidades que podemos utilizar en beneficio de la familia o del trabajo. Unos son pacientes y se les da bien escuchar a los demás. Otros son impulsivos y siempre proponen nuevas ideas. Por último, están los conciliadores y mediadores. Del mismo modo, en cada manada de lobos hay distintas personalidades que pueden restaurar la paz. Aparecen en escena en medio de los gruñidos, las broncas y las disputas, y se mantienen a la expectativa, estoicos, tranquilos y conscientes de su fuerza interior. Cuando las aguas vuelven a su cauce y todos se han calmado, los lobos reanudan el trabajo diario colectivo.
Muy a menudo, observando la vida familiar de los lobos, me he preguntado por qué a los bípedos todo nos parece tan complicado. ¿Quizá porque la familia no centra nuestra atención, como sí sucede en el caso de los lobos?
¡No! Al contrario. Hoy en día, la familia es más fuerte que nunca y la relación entre padres e hijos es mejor de lo que había sido hace mucho tiempo. Así lo demuestran los resultados del Shell-Jugendstudie, el estudio sobre la juventud alemana que patrocina cada año la empresa Shell. Casi el 90% de los jóvenes tiene buena relación con sus padres, y cerca del 75% quiere educar a sus hijos de la misma manera en que les educaron a ellos. Opinan que para vivir feliz hay que tener una familia. En la época en que las exigencias de la escuela, la educación superior y los primeros años de la carrera laboral van en aumento, la mayoría de los jóvenes encuentran en sus padres ayuda y apoyo emocional. Pero aunque deseemos que la familia ocupe el centro de nuestra atención, en los humanos —a diferencia de los lobos— los deseos chocan a menudo con la realidad cotidiana.
En una manada de lobos, todos los miembros son guiados por líderes experimentados que, como padres, actúan como modelos de conducta y deciden qué es lo mejor para la familia. Por supuesto, cada lobo tiene la oportunidad de seguir su propio camino o protestar contra las decisiones tomadas por los líderes. Es libre de hacerlo. Al mismo tiempo, los líderes experimentados gozan del mayor respeto. Una familia de lobos funciona gracias a su estrecha e incondicional cohesión y al cuidado mutuo. En algunas partes todavía se puede leer que a los lobos viejos o enfermos los mata la manada. Eso puede ser cierto en una situación poco habitual, pero no se corresponde con la realidad de la vida en estado salvaje. A menudo he vivido situaciones en las que los lobos han resultado heridos al cazar o al luchar con competidores. En todos los casos, su familia ha cuidado de ellos. Si tenían que salir de cacería, siempre se quedaba uno con el herido. Cuando regresaban, le traían comida. Una vez vi incluso a unos lobos masticando carne para un lobo anciano como normalmente solo hacen para los cachorros. Los animales enfermos y ancianos reciben cuidados hasta que mejoran.
Precisamente en esta dedicación al cuidado de sus congéneres radica el gran parecido entre el hombre y el lobo. Incluso en el caso de los simios, los machos adultos solo cuidan de la cría mientras esta es pequeña. Llevar alimentos todo el año y alimentar a los demás miembros de la familia en caso de enfermedad son cualidades que solo se pueden hallar en humanos y lobos de ambos sexos.
A primera vista podría pensarse que los chimpancés se parecen más a los humanos que los lobos. Pero los chimpancés macho no ayudan a alimentar a las crías ni a cuidar de los ancianos. Los lobos y los humanos se entienden mejor. Esa es una de las razones por las que, hace mucho tiempo, no invitamos a los monos a compartir nuestras vidas, sino a los lobos. No es de extrañar que lobos, perros y humanos nos hayamos encontrado. Estamos hechos los unos para los otros.
La pertenencia a una familia de lobos viene determinada por nacimiento y también por condicionantes sociales. Por ejemplo, si en una manada un número elevado de animales están emparentados, es más fácil que los forasteros sean aceptados. De este modo, los lobos evitan la endogamia y se preserva la diversidad genética.
Un soleado día de invierno de 2003 tuve la ocasión de observar cómo un extraño era aceptado en la familia de Yellowstone, concretamente en Lamar Valley, que por su biodiversidad recibe el apodo de «Serengueti americano». Aquí se reúnen en invierno grandes manadas de ciervos y bisontes. Es el país de Jauja de los depredadores.
La manada de lobos druida, un grupo de siete animales, había tomado la delantera en el valle. El lobo guía, el número 21,3 era como el protagonista de una película. Cuando lo vi por primera vez, me llamó la atención su poderoso físico. Pecho ancho, patas robustas, pelaje gris oscuro con una raya más oscura aún desde la frente hasta la nariz y una cola de tupido pelo excepcionalmente corta. Se le reconocía a primera vista. Cuando entraba en escena, parecía que todos los lobos contuvieran la respiración. Irradiaba una autoridad natural. Su compañera se parecía a él, como a menudo sucede en las parejas que llevan mucho tiempo juntas, solo que ella era más esbelta y tenía los hombros de color más claro, pero las mismas marcas en la cara. Los druidas eran los amos y señores indiscutibles del territorio y patrullaban regularmente por sus fronteras. Un día, un lobo forastero se acercó a la manada.
Era el domingo de la Super Bowl, el primer domingo de febrero y uno de los eventos deportivos más importantes de los Estados Unidos. Los aficionados al fútbol americano se quedaron en casa delante del televisor, así que, cosa insólita, en el parque no había casi nadie. Había empezado la época de apareamiento, que para mí es lo más destacable del año de los lobos. Por la noche había caído medio metro de nieve y la máquina quitanieves había despejado el camino desde mi cabaña de troncos de Silver Gate hasta la entrada del parque. Me preparé unos bocadillos, llené un termo de café caliente, lo metí todo en la mochila y me puse en marcha hacia Lamar Valley. De camino, conduje despacio, me paré en todos los miradores y con los prismáticos busqué lobos por el valle. Como tantas veces, no tuve que esperar demasiado. 24 bajo cero y un sol radiante: con ese telón de fondo hicieron su entrada en Lamar Valley sus grandes estrellas. Cerca del Soda Butte, un géiser extinguido, vi algunas manchas oscuras que se movían. Los druidas estaban de camino. Parecían descansados y bien comidos y rebosaban alegría de vivir. Después de un rato dando vueltas por las laderas de la vertiente norte del valle, se fueron a la cresta de la montaña para descansar.
De repente y de improviso, la escena cambió. Apareció en el valle un lobo solitario que, con decisión, corrió hacia la manada de lobos. Como la manada, con sus siete animales, estaba al completo, el aventurero solo podía ser un extraño. Yo pensaba que pronto daría media vuelta, porque estaba en terreno peligroso, en el territorio de otra manada.
Mientras tanto, los druidas también lo habían descubierto. Con las cabezas erguidas y las orejas enhiestas, se colocaron muy cerca unos de otros centrando toda su atención en el descarado forastero. La pareja guía, que parecía petrificada, miró hacia abajo en su dirección. Sin preocuparse, el lobo siguió avanzando hacia territorio enemigo. Yo no estaba segura de si había visto a los druidas o si tanto desparpajo era deliberado.
Entusiasmada, saqué el catalejo del coche, lo monté y me coloqué en posición. Un catalejo potente es una herramienta de trabajo imprescindible que me ayuda a identificar a los lobos.
Casanova, el druida rompecorazones.
El intruso era imponente y atractivo, con el pelo azabache y brillante y los ojos dorados. Solo con mirarlas, debía derretir a todas las lobas.
Y efectivamente, en la manada de los druidas percibí un ligero movimiento: una punta de Cola Solitaria se estremeció y empezó a menearse con cautela. Por lo visto, no era yo la única en darme cuenta de la belleza del lobo.
Mientras tanto, el lobo había ralentizado la marcha, su andar era ahora más circunspecto y cauteloso. Su valor parecía haber dejado paso al sentido común; sin embargo, ello no le había impedido seguir su camino, y ya casi había llegado al pie de la montaña donde los druidas se habían situado en fila.
El forastero no estaba dispuesto a rendirse. Se acercó a la manada, esta vez mirando solo a la valiente loba que se había atrevido a agitar el extremo de la cola. Literalmente, vi las flechas de Cupido zumbando en el aire entre los dos lobos. Hacía rato que ni me acordaba del frío, me limitaba contener la respiración mientras seguía el ancestral espectáculo de la naturaleza.
La loba marrón que meneaba la cola se volvió más osada. Se levantó y, desde lo alto de la montaña, miró a su admirador cual Julieta contemplando a Romeo desde el balcón. A su padre le pareció que eso ya pasaba de castaño oscuro. Se hizo aún más grande de lo que ya era y se abalanzó sobre el intruso. Una corta pelea, un leve mordisco, y el valeroso lobo negro, al que yo había bautizado como Casanova, huyó… solo unos metros. Luego se dio la vuelta y, con la cola ligeramente pegada al cuerpo, trató de «apaciguar» al jefe de la manada. Finalmente, se recostó sobre la nieve, mientras el lobo guía regresaba a su punto de observación.
Mientras tanto, Julieta, la loba marrón, había reptado sobre su vientre un trecho y se había acercado al lobo negro. Este saltó y, acompañándose de impetuosos movimientos de cola, desplegó todos sus encantos bailando a su alrededor e invitándola a participar en el juego. Julieta no necesitó demasiado tiempo para reflexionar y ceder al juego. Corrieron juntos, uno al lado del otro, empujándose mientras saltaban en el aire como si fueran uno solo.
Los padres también parecieron sucumbir a la atracción del recién llegado. Tras algunos esfuerzos poco entusiastas para alejarlo, se rindieron.
Casanova trató con cautela de alejar a la joven druida del grupo. Se salió con la suya, pero solo hasta cierta distancia, porque entonces los lazos familiares fueron más fuertes que el deseo de conquista. La joven loba se sentía visiblemente dividida entre su posible nuevo compañero y su familia. Cuando la manada se levantó para seguir su camino, se puso de manifiesto que la loba se sentía perdida. Corría de un lado a otro sin parar, del rompecorazones a su familia, y viceversa. Finalmente, prefirió la seguridad de la manada y se quedó con sus padres.
El frustrado conquistador cambió de táctica. Mediante un acercamiento tímido y gestos de sumisión social, solicitó al padre de su amada que le admitiera en su familia de lobos. Después, avanzó a hurtadillas siguiendo la manada, pero cuando el padre no miraba, se alzaba adoptando una pose majestuosa y coqueteaba con Julieta. Cuando el jefe de la manada se volvía hacia él, con la cola entre las piernas, se tumbaba de espaldas y esperaba a que el lobo guía se hubiera percatado de sus intenciones. La loba guía, por su parte, se mantuvo al margen de todo lo que sucedía. Seguía el espectáculo mientras su hijita volvía con su madre una y otra vez después de sus escapadas e intentaba apaciguarla lamiéndole el hocico.
La táctica de Casanova fue todo un éxito, porque al final del día, cuando desaparecieron los druidas, ya era uno de ellos.
Estas fueron mis observaciones de cómo un lobo forastero había sido aceptado por otra familia. No había habido ninguna lucha para alejar al rival. El lobo líder demostró su autoridad atacando levemente al intruso varias veces y manteniéndole alejado durante un rato. Eso fue suficiente para dejar clara su posición. Los lobos saben muy bien que a menudo luchar contra algo hasta las últimas consecuencias exige más fuerza y energía de lo que vale la hipotética ganancia.
El lobo guía podía permitirse aceptar a un extraño en su familia. Un ambiente amigable y armonioso del grupo refuerza más y mejor el sentido de pertenencia que las disputas.
Con su hábil comportamiento, Casanova había demostrado un alto nivel de inteligencia social. Buscando una compañera, había invadido un territorio extranjero y se exponía al peligro de alterar la manada y morir al ser considerado un rival. Cuando el lobo líder se precipitó hacia él, reaccionó correctamente entre la atracción y el miedo: pegó la cola al cuerpo y mantuvo una distancia suficiente como para dejar claro al líder de la manada que no era una amenaza. Más tarde, se echó de espaldas tan pronto como el jefe se le acercó y le lamió el belfo. Si su comportamiento hubiera sido diferente, podría haber supuesto su final.
¿Cómo se forma una familia de lobos? En primer lugar, de un modo tan clásico como los humanos: el chico conoce a la chica, tienen hijos y forman una familia. Pero como ya hemos visto, con los lobos todo es posible. Que estos grandes depredadores formen un grupo social depende de la personalidad concreta de cada uno y de los encuentros fortuitos. A veces, dos o tres hermanos de una familia emigran y fundan una nueva manada con dos o tres hermanas de otro grupo de lobos. Al cabo de unos años, algunos de ellos se separan a su vez de su manada y forman su propia familia. Como los humanos. Y como entre nosotros, también hay lobos que acatan las reglas y otros que las rompen o viven su propia variación de familia.
La historia de éxito de muchas manadas de lobos famosos de Yellowstone se remonta a varias generaciones. ¿Cuál es su secreto?
Para que un grupo funcione, todos los miembros deben trabajar juntos en la misma dirección dirigidos por individuos seguros de sí mismos. Esto se aplica tanto a las manadas de lobos como a las familias extensas y dinastías humanas. El éxito siempre coloca los intereses de la comunidad por encima de los intereses del individuo, porque eso garantiza la supervivencia a largo plazo.
Para una familia de lobos, la receta del éxito se basa en tres pilares: en primer lugar, la concentración en lo esencial, es decir, que todos colaboren en beneficio de la familia; en segundo lugar, la comunicación constante así como los rituales realizados en común; y en tercer lugar, un liderazgo fuerte.
1. Una manada de lobos consta como mínimo de una pareja de padres y sus descendientes (hijos de la primera generación y de las siguientes), así como, ocasionalmente, de tíos y tías. Biológicamente, se trata también de una familia. Si resulta oportuno, también puede incorporarse a la manada algún lobo errante. En los estudios científicos de campo que se realizan actualmente, los términos manada y familia de lobos se utilizan como sinónimos. Una manada es una familia de lobos y viceversa.
2. En general, las manadas de lobos de Yellowstone llevan el nombre de la zona donde tienen su territorio. Los lobos druida viven al pie del Druid Peak («pico de los Druidas»). Constituyen dos excepciones la manada de Leopold, que se llama así en honor del protector de la naturaleza Aldo Leopold, y la manada de Mollie. Los lobos de Mollie deben su nombre, entre otras cosas, a la fuerza y energía de Mollie Beattie, la mayor defensora de la reintroducción de los lobos, que fallecería de cáncer poco después de haberse llevado esta a cabo.
3. En Yellowstone, los investigadores no ponen nombres a los lobos, sino números, que se corresponden con el de su collar localizador.