Introducción
Ser o no ser… masón
La masonería genera fantasías. Con sólo pisar el templo principal de la calle Perón se siente un aura de misterio que atrapa a cualquier mortal. El hecho de respirar en el mismo ambiente que lo hicieron tantos grandes hombres de la historia nacional, conmueve. Rozar con los dedos las sillas que tal vez alguna vez ocuparon San Martín, Rivadavia, Urquiza, Sarmiento, Mitre, Alem o cualquier otro de los masones ilustres, pone la piel de gallina.
Mi interlocutor y guía masón me lo aclara: «No todos estuvieron aquí porque antes había otras sedes», pero tampoco me quiere extirpar la emoción: «Eso no quiere decir que no se hayan sentado en estas sillas o que, por ejemplo —se señala una especie de trono—, Sarmiento no se haya despatarrado más de una vez en el sillón reservado al Gran Maestre».
En la sede central de Perón 1242 hay varios templos parecidos, por no decir iguales. Es imposible no detenerse a contemplar los cuadros que cuelgan de las paredes, tanto en el templo principal como en los otros seis más pequeños o en los salones de reuniones o en la biblioteca. Todos tienen un sentido o una simbología masónica. El más impactante es Episodio de la fiebre amarilla, el óleo que Juan Manuel Blanes pintó en 1871 y en el que se puede observar al Gran Maestre José Roque Pérez y al médico Manuel Argerich frente el cadáver de una mujer joven mientras un bebé trata de encontrar el pecho para amamantarse.
El viaje hacia los confines de la masonería parece imposible de abarcar. Porque se nutre de mitos (básicamente) y de historias orales (casi todas), mientras que la documentación brilla por su ausencia, o por lo menos ese es el deseo inalterable de cualquier persona que se denomine a sí mismo masón: que no exista registro escrito de las centenares (o miles) de roscas que se tejieron dentro de su seno, una vez traspuesto el pesadísimo portón de entrada.
¿En qué se diferencia la masonería de cualquier ong, club, fundación, sociedad civil, asociación o think thank político? Hoy se podría decir que en nada, ya que el peso específico que la masonería tiene en la política o en las decisiones que se toman a nivel gubernamental parece ser poco en la actualidad.
Por supuesto que ser masón tiene una carga extra y simbólica mucho más significativa que, por ejemplo, ser parte de la Fundación Pensar o de la Asociación Civil Madres del Dolor, por citar apenas a dos organizaciones cuyas características son completamente diferentes. Ser masón es formar parte de una organización mundial con más de 6 millones de hermanos y con un pasado y una construcción teórica que recorre los siglos de la humanidad.
La mayoría de las opiniones que se tienen sobre la masonería, lo he comprobado durante la investigación para la realización de este libro, son fallidas o erróneas. Incluso yo me he visto en el brete de revisar mis preconceptos y adaptarlos a una realidad que, al principio, parecía inconcebible. Casi todo lo que se afirma parte de la ignorancia que es justamente lo opuesto de lo que propone cualquier logia. Porque para el masón, su vida depende tanto del oxígeno que consume como de la apertura mental necesaria para pensar, debatir, cuestionar, ilustrarse y, por qué no, ilusionarse con un futuro mejor o, al menos, diferente.
Sin embargo, la idea generalizada indica que, tras los muros de los templos masónicos funcionan organizaciones siniestras dispuestas a desatar sobre la humanidad, cuanto menos, las diez plagas de Egipto. Se supone también que todo lo que se trata, analiza o piensa durante las reuniones o tenidas (1) masónicas está vinculado a ritos esotéricos o a la brujería.
Esto no es casual. La Iglesia Católica —tal vez la formadora de sentido común más importante de la historia—, desde hace cuatrocientos años, utiliza las herramientas a su alcance para desprestigiar a la masonería convirtiéndola en su enemiga pública número uno por una sencilla razón: mientras desde las cúpulas eclesiásticas se proponía el oscurantismo, la restricción a la información, la represión y se encerraban los libros bajo siete llaves; desde la masonería se pretendía lo contrario: cualquier persona interesada en participar era aceptada con sólo cumplir los requisitos mínimos indispensables. (2)
El origen
Hay muchas teorías sobre el origen de la masonería. No sería serio cerrar alguna puerta desde estas páginas porque ni los mismos masones se ponen de acuerdo cuando tratan de explicar cómo y por qué se comenzó a gestar este movimiento mundial que ha alternado momentos de influencia gloriosa sobre los dueños del poder real —llámese político, económico o mediático— con otros, como pasa actualmente, en donde el devenir mismo de los tiempos fue diluyendo su ascendiente hasta transformarlo en testimonial.
Los que desean que la masonería se apropie de un pasado de leyenda, defenderán con fervor la historia de Hiram Abif, el arquitecto del templo de Salomón. De allí surgen los tres grados básicos de la organización masónica. ¿Cuáles son? El primero es el Aprendiz y es el que se le da a los iniciados para ponerlos ante el compromiso de enfrentarse consigo mismos y superarse. El segundo es el de Compañero; y es el grado intermedio, en donde el masón se dedica a cultivarse y a ver cómo el mundo exterior lo percibe y cómo él percibe al mundo exterior. Y el tercero es el de Maestro: cuando llega a este grado, el masón ya se ha enfrentado a la realidad de la muerte y se amiga con la inmortalidad del alma y la vida eterna.
Estas creencias provienen de la historia de Hiram Abif, un artesano que fue enviado desde la región de Tiro para trabajar en la construcción del Templo del Rey Salomón en el año 988 antes de Cristo. Abif, después de estudiar bajo la dirección de varios maestros masones de diversas especialidades, se convirtió en el único conocedor de los secretos masónicos. En él habían confluido todos los conocimientos, pero especialmente uno: la palabra secreta masónica, es decir el nombre oculto de Dios. Y la tradición indicaba que, al conocer el nombre secreto de una deidad, se poseía también su poder. Ergo, Hiram Abif manejaba a discreción el poder de Yahvé.
Todos los mediodías, Hiram Abif iba al Sanctasanctórum (3) para orar y planificar junto a Dios las actividades de día siguiente. Uno de esos días, al salir por la puerta sur del templo, Abif fue interceptado por Jubela, uno de sus aprendices, quien le cortó el paso y, armado con una regla vertical, lo instó a revelar sus secretos. Abif, sin perder los estribos, le respondió que sólo tres personas conocían los secretos y que, sin su consentimiento, no podía decirle nada. Jubela se enojó y le asestó un golpe en la sien derecha. Abif cayó y se arrastró hasta la puerta occidental, en donde se topó con Jubelo, otro de sus aprendices, quien también le propinó un golpe, en este caso en la sien izquierda. Mientras perdía grandes cantidades de sangre, Abif llegó hasta la puerta oriental, en donde fue rematado por Jubelum, quien utilizó una maza de piedra para aplastarle la cabeza.
Los asesinos, atemorizados, ocultaron el cuerpo de Abif bajo unas piedras para evitar la ira del rey Salomón y, al llegar la medianoche, lo sacaron del escondite y lo llevaron a la cima de una colina para enterrarlo. Ya cumplida la tarea, señalaron la sepultura con una rama de acacia. Luego los criminales intentaron fugarse al exterior pero fracasaron porque ningún barco los sacó del país, por lo que optaron por escapar hacia los montes.
La ausencia de Abif alertó al rey Salomón, quien envió a su gente a buscarlo. Pasaban las horas hasta que doce trabajadores del templo confesaron a Salomón que ellos y otros tres más (Jubela, Jubelo y Jubelum) habían conspirado para conocer los secretos masónicos de Hiram Abif, pero que a último momento habían dado marcha atrás por temor a las represalias.
Tras varias semanas de búsqueda, encontraron los restos del artesano. Salomón les ordenó a quienes lo encontraron levantar el cadáver de la precaria sepultura mediante el «apretón de manos de un aprendiz» —el Primer Grado de la Masonería—. Al fracasar, el rey les dijo que probaran el «apretón de manos de un compañero» —Segundo Grado—, pero tampoco lo consiguieron. Finalmente, el mismo Salomón fue hasta el lugar en donde yacía Abif para levantarlo con el «apretón de manos de un maestro masón» —el Tercer Grado—. Salomón no sólo pudo levantar el cuerpo sino que, además, la vida regresó a Hiram Abif.
La doctrina iniciática
Desde que el ser humano tuvo conciencia de su finitud trató de penetrar en los enigmas de la naturaleza, del más allá e, incluso, de la existencia de universos paralelos. La búsqueda continuó a través de los años sin saber cómo ni cuándo se llegaría a un hallazgo satisfactorio ni tampoco si alguna vez sucedería. Con el tiempo se empezó a valorar mucho más el esfuerzo y el sacrificio que el hombre hacía para acercarse a la verdad más que el resultado y así la virtud se colocó en la constante preparación para encarar una nueva búsqueda. El poder del hombre no decreció al no acceder jamás a esa verdad, sino que aumentó durante la pesquisa. El filósofo alemán Gotthold Ephraim Lessing (4) decía que «si Dios me ofreciera en su mano derecha la verdad absoluta y en la izquierda el camino hacia ella y me diese a elegir, tomaría el contenido de la mano izquierda. Quienes hurgan en los misterios de la naturaleza no lo hacen porque la verdad sea algo lejano o imposible, sino que porque al buscarla se convierten en dignos de recibirla».
Bajo estos criterios fue que surgió la doctrina iniciática de la masonería. Su impulso está puesto en la búsqueda de la verdad y tiene por objeto la práctica de las virtudes y la investigación. Para el esclarecimiento de la verdad, la masonería no conoce otro límite más que el de la razón humana. Tal vez por esa razón la masonería fue atacada por el Vaticano: la doctrina de la Iglesia Católica, como se sabe, enseña que hay verdades reveladas que no pueden ser examinadas y menos aún discutidas.
La masonería operativa
La civilización tal como hoy se conoce no empezó a funcionar operativamente hasta que el hombre no supo levantar sus casas. Por eso el arte de la construcción es el más antiguo de los oficios y de las artes humanas. Incluso la religión es posterior, ya que tomó forma cuando los hombres erigieron por primera vez un altar para hacer sus ofrendas y depositaron un montón de piedras para señalar el lugar donde descansaban sus seres queridos.
En las escuelas o universidades de la Edad Media no existía la carrera de arquitecto o de ingeniero civil y los conocimientos del oficio se adquirían por transmisión oral de una generación a otra. Esos arquitectos y albañiles (en francés maçons) eran hombres que no restringían su conocimiento a la práctica del oficio, sino que también buscaban ilustrarse en otras cuestiones. A los maçons se los conocía como franc-maçons (albañiles libres) y el gremio que los agrupaba era la franc-maçonnerie. Cuando la organización llegó a Inglaterra se adoptó la traducción al inglés de francmaçon: free mason. La palabra francesa maçon viene del latín medieval machio —en plural se dice machiones— y proviene del antiguo germánico mahon, que siginfica «el que hace». De esta palabra germánica se derivan el verbo inglés to make («hacer») y el alemán machen (también «hacer»).
Los maestros de obra, los maestros albañiles, los talladores de piedra y los escultores que tenían a su cargo la construcción de los castillos, catedrales y hasta casas se agrupaban en sus guildas (5) o logias. Esas fraternidades o cofradías estaban dedicadas el estudio del arte arquitectónico y al perfeccionamiento técnico de sus componentes pero también eran círculos en los que se discutía cómo ayudarse mutuamente y cómo preservar su oficio de la intromisión externa. En esas guildas o logias se guardaban celosamente los secretos del oficio y para ser aceptados había que mostrar no sólo aptitud técnica sino además condiciones morales, por lo que era necesario atravesar una ceremonia de iniciación. Al ingresar se adquiría el puesto de Aprendiz y, con el tiempo, siempre bajo la dirección de un Maestro, se podía alcanzar el grado de Compañero para recién después llegar a ser un Maestro. Esas logias tuvieron su mayor auge a fines del siglo X.
Por esos años en Europa se había expandido la idea de que el fin del mundo estaba próximo y se desató una fiebre de construcción de catedrales y santuarios. Esa sicosis duró hasta después del 1000 y, al no acontecer la catástrofe, todo viró hacia el agradecimiento a Dios por haberlo evitado. El corolario fue que se construyeron todavía más templos.
Para dar una idea, sólo hay que ir a las estadísticas: durante el reinado de Enrique II (1133-1189) se levantaron, sólo en Inglaterra, 177 edificios religiosos y se empezó a vislumbrar lo que se conocería como el estilo gótico. Y fueron las logias de masones las que posibilitaron y se beneficiaron económicamente con esas obras.
Lo que hoy se conoce como masonería operativa alcanzó su mayor esplendor y poderío e incluso, como guardiana de tradiciones, fue el refugio que difundió el arte y la moralidad entre los hombres. ¿De qué se trata la moralidad masónica? Se sostiene en tres pilares: transparencia, justicia y honestidad; y desde ahí se extiende a diferentes áreas.
Esas logias operativas sobrevivieron en diferentes lugares de Europa —en especial en Alemania, Francia e Inglaterra—, incluso después de haber terminado gran parte de las monumentales catedrales que todavía hoy se mantienen en pie. Pero como los tiempos estaban cambiando, las logias se vieron en la necesidad de abrir su horizonte hacia otras actividades, con lo que empezaron a aceptar a personas de otras profesiones, culturas, jerarquías y hasta condiciones sociales. Y así se abrió paso a la masonería especulativa.
La masonería especulativa
Al comenzar el siglo XVI, las logias dejaron de agrupar sólo hombres de un mismo oficio e integraron a los de otras profesiones y saberes. Y fue así como se transformaron en una expresión de libertad como contrapartida al absolutismo de las monarquías europeas y la asfixiante dominación espiritual que ya se empezaba a hacer sentir en esa época y era impulsada por la Iglesia Católica. En sus tenidas o reuniones, los masones que ya no eran sólo masones —albañiles— comenzaron a socavar los cimientos del oscurantismo.
Las logias especulativas conservaron su organización, reglamentos y métodos de trabajo de las logias operativas e, incluso, a título simbólico, los instrumentos porque se consideraba que sin esas herramientas hubiera sido imposible el avance de la civilización.
Algunos historiadores masones establecen que la masonería especulativa moderna comenzó a funcionar a principios del siglo XVIII. El doctor Jaime Anderson, (6) en su Libro de las Constituciones (Book of Constitutions) de 1738, sostiene que el día de San Juan (sin aclarar si era el Bautista o el Evangelista) del año 1716 se reunieron en la Taberna del Manzano «bajo la presidencia del más antiguo de los Maestros Masones ahí presentes, que era asimismo Venerable Maestro de una de las Logias, los representantes de cuatro de las existentes en aquel entonces en Londres y acordaron constituir una Gran Logia, dejando para el año siguiente la formalización y la elección de autoridades».
Las cuatro Logias fundadoras fueron:
1) La de la Cervecería del Ganso y de las Parrillas (Goose and Gridion Alehose), llamada así por el lugar en donde se reunían sus integrantes, situado cerca del cementerio de la catedral de San Pablo. El año 1760 adoptó el nombre Antiquity y figura en la actualidad con el Nº 2 en el registro de la Gran Logia Unida de Inglaterra.
2) La Cervecería de la Corona (Crown Alehouse), de la calle Drury, que dejó de funcionar por el año 1738.
3) La Taberna del Gran Vaso y del Racimo (Rummer and Grapes Tavern), cercana de Westminster. Luego usó el nombre de Logia Real de la Casa de Somerset e Inverness (7) (Royal Somerset House and Inverness) y figura en la actualidad con el Nº 4.
4) Y la Taberna del Manzano (Apple Tree Tavern) de la calle de San Carlos, de Covent Garden, y que en 1723 adoptó el título de Logia de la Fortaleza y Antigua Cumberland (Fortitude and Old Cumberland). Actualmente figura con el Nº 12 en el registro de la Gran Logia Unida de Inglaterra.
Al parecer en esa reunión —presumiblemente el 24 de junio— quedó fundada la Gran Logia de Inglaterra, la primera de la masonería especulativa y que es considerada la Gran Logia Madre. El primer Gran Maestre fue Anthony Sayer, (8) cuyo mandato duró un año.
Los primeros pasos de la masonería inglesa fueron hacia la libre expresión de los ciudadanos, la proliferación de las imprentas, el derecho a publicar textos sin censura previa ni posterior, el derecho a practicar el comercio y la industria sin limitaciones, la libertad para adorar al dios que cada uno creyera conveniente y el acceso a los cargos públicos sin los privilegios de la nobleza o el credo.
Hoy pueden sonar a principios alcanzables sin grandes esfuerzos pero de ninguna manera lo eran. La masonería, los masones más específicamente, estaban bastante adelantados a la época que les tocaba vivir y los asuntos que los ocupaban estaban muy por encima de las demandas que provenían del resto de la sociedad.
Los ataques contra la masonería
La Iglesia Católica —que desde siempre gozó de poderosos medios de propaganda y fondos inagotables— estuvo empeñada durante siglos en atacar y destruir a la masonería. Uno de sus mecanismos preferidos fue la literatura antimasónica, destinada a describir a los masones como miembros de una asociación secreta llena de terribles misterios y capaz de llevar adelante cualquier atrocidad.
Se puede tomar al azar un caso muy cercano: el del arzobispo de Santiago de Chile, José María Caro Rodríguez, (9) quien en 1951 escribió el libro El misterio de la masonería en el que se le endilgan a las logias cuatro siglos de magnicidios, atentados, revoluciones y crímenes de todas las características habidas y por haber.
Con toda soltura, Caro Rodríguez escribió: «He podido comprobar que la Masonería es una escuela de lujuria que sobrepasa todo lo que se pueda imaginar, que también se practica allí el asesinato siempre porque es desagradable al Dios cristiano y agradable a Lucifer…»; (10) «que la Masonería, institución integrada exclusivamente por hombres, enseña a las mujeres el vicio más nefasto y dañoso para la humanidad, el amor de la poligamia y el amor libre»; o «…a cualquier parte del mundo hacia donde se tienda la vista, se encontrará siempre la misma ley: a mayor influencia y preponderancia masónica, en igualdad de otras circunstancias, corresponderá mayor corrupción, manifestada en los crímenes pasionales e infantiles, en los suicidios, en los divorcios, en la prostitución, en el juego, etcétera». (11)
En ese mismo libro, como en varios otros del mismo calibre, se repetía hasta el cansancio que la masonería era una sociedad oscura, que ocultaba el paradero de sus dirigentes, que no daba a publicidad sus estatutos y que los masones se reunían en lugares no identificados y a espaldas de la sociedad y, por supuesto, de Dios.
Estas afirmaciones siempre fueron fácilmente rebatibles. Por caso, la Gran Logia de la Argentina siempre dio cuenta de su existencia, sus autoridades fueron y son perfectamente identificables y el templo tenía y tiene una dirección muy precisa: Perón 1242, Capital Federal. Se podría decir entonces que ese pretendido secreto era pésimamente guardado. O sea: o los masones eran estúpidos o la Iglesia mentía.
La respuesta a semejantes acusaciones se pueden encontrar en los estatutos de la Gran Logia Argentina: «La masonería es una institución esencialmente filantrópica, filosófica y progresista. Sus principios son: la existencia de Dios, la inmortalidad del alma y la solidaridad humana. Su base: la libertad civil y de conciencia. Su objeto: la investigación de la verdad, el estudio de la moral universal, de las ciencias y de las artes; el ejercicio de la caridad y la práctica de todas las virtudes. Sus fines: el amor a la humanidad y su perfeccionamiento. Sus preceptos: la honradez, la ilustración y el trabajo. Su divisa: libertad, igualdad y fraternidad». Y culmina con una frase más de fórmula que real: «El carácter pacífico de la institución prohíbe ocuparse de asuntos políticos o religiosos, recomendando a sus miembros el respeto a las leyes del país y a la fe religiosa y opiniones políticas de cada uno de ellos, mientras tengan por base la moral». La cantidad de presidentes, ministros, secretarios, jueces y tantísimas otras personalidades que incidieron en las decisiones políticas de la Argentina, dejan a esta declaración en off side. Este libro, sin ir más lejos, desmiente categóricamente esta última afirmación.
Sin restricciones
Las instituciones u organizaciones gubernamentales y también las que están por fuera de la órbita del Estado, discriminan, categorizan o aceptan a sus miembros, adherentes o integrantes por diferentes cuestiones. Puede ser por su poder adquisitivo, por su origen o raza, por sus creencias religiosas, por sus características profesionales y hasta incluso por una combinación de todas estas variables.
La masonería hace exactamente lo contrario: agrupa a personas que provienen de diferentes ámbitos profesionales y clases sociales para promover proyectos filantrópicos y también involucrarse en debates que definan qué tipo de sociedad y país se prefiere. Muchas veces estos debates quedan tabicados dentro de las paredes del templo y no salen a la luz, pero en otras oportunidades —como ocurrió en la Argentina durante gran parte del siglo XIX— se amplifican y se derraman sobre la sociedad para generar cambios decisivos en distintos ámbitos sociales y en diferentes políticas públicas.
¿Es necesario defender a la masonería? Es inevitable ponerse del lado del más débil y de los justos. Y los masones han sufrido durante siglos innumerables persecuciones a raíz de sus principios liberales, este último concepto aplicado no con un perfil económico sino político. Es decir, se habla de liberalismo en el sentido virtuoso de la palabra.
No es un dato menor que la masonería siempre se sostuvo en tres principios básicos: libertad, igualdad y fraternidad. Y que se vinculó con los grandes movimientos revolucionarios de fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX y trabajó para defender a lo que se podría llamar la genuina democracia.
Sin ir más lejos, la masonería prosperó y adquirió peso específico en la medida en que el país que la albergaba viviera un proceso democrático. Por el contrario, su existencia siempre se tornó difícil, por no decir imposible, con gobiernos absolutistas o totalitarios.
Para no dejar el asunto circunscripto a la mera teoría, hay que ir a los hechos. En Australia, Bélgica, Luxemburgo, Holanda, Dinamarca, Noruega, Francia y Grecia los masones fueron perseguidos cuando los nazis establecieron en esos países gobiernos despóticos. Los Venerables Maestres de las Grandes Logias de Austria, Richard Schlesinger, de Holanda, y Hermanus van Tongeren, de Grecia, fueron asesinados en los campos de concentración nazis.
O se puede tomar el caso del Gran Maestre de Italia, Domizio Torrigiani, quien en 1926 fue perseguido y encarcelado por el gobierno fascista y, después de quedar ciego por la tortura, murió preso en 1952 en la isla de Lípari.
En Francia, al asumir el mariscal Philippe Pétain, una de sus primeras medidas fue proscribir a la masonería. Pétain le ordenó a Bernardo Fay, quien en ese momento reportaba como director de la Biblioteca Nacional, que confeccionara un fichero de los masones franceses para ser entregado a los nazis. Esa lista alcanzó los 60.000 nombres, que supo de millares de maniobras de hostigamientos, persecución y muerte para los portadores de los apellidos que aparecían en la nómina.
Así se podría seguir hasta el hartazgo. El mundo fue testigo de la persecución que sufrieron hombres de carne y hueso que habían cometido el pecado de pensar y de organizarse para profundizar en el pensamiento crítico. No importaba si el gobierno era nazi, fascista o comunista, el común denominador que los unía era el odio hacia aquellos que osaban, aunque más no fuera en los templos, cuestionar intelectualmente el momento histórico que atravesaba su nación.
América, como no podía ser de otra manera, no escapó a esta tendencia histórica y mundial. En Colombia, por ejemplo, en 1953, la Asamblea Nacional Constituyente trató un proyecto gubernamental en cuyo artículo 18 se establecía la «proscripción de las sociedades secretas», aclarándose que la masonería se hallaba comprendida entre ellas. O en Guatemala, por un decreto de 1954, bajo el gobierno del dictador Carlos Castillo Armas, se canceló la personería jurídica de la Gran Logia de Guatemala. O en Bolivia, en 1956, y por iniciativa de un parlamentario comunista, se votó una enmienda constitucional en la que «se prohibía la existencia de la masonería y de toda organización secreta, sea nacional o internacional, y no se permitía a sus miembros desempeñar funciones públicas».
Pero se puede ir directamente a la Argentina: en 1858, cuando el gobierno organizó a la Policía Federal, el Decreto 6580 decía que la nueva fuerza debía «realizar la búsqueda de información sobre actividades y propósitos de las organizaciones de culto no católico y logias, en la medida necesaria para cumplir con los requerimientos de los organismos de la estructura de informaciones del Estado, del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto y los propios que exija el cumplimiento de la Misión Básica». Más claro, hay que echarle agua.
¿Quién quiere o puede ser masón?
Para la masonería tradicional, hay que ser hombre. Así lo establece su Constitución. Igualmente, en el último siglo se han formado logias femeninas o mixtas.
La condición se adquiere por medio de la Iniciación. El candidato debe presentar una solicitud de admisión, la que debe ser avalada por otro hermano y sometida a la consideración de la Logia, que comprueba si el aspirante reúne las condiciones morales, los antecedentes, un grado de cultura razonable e, incluso, si ejerce un oficio honesto para ganarse el pan de cada día.
Cada Logia está presidida por un Gran Maestre y el resto de los cargos se reparte entre diferentes miembros de la hermandad. Se les da mucha participación y reconocimiento a los ex Grandes Maestres, quienes ocupan un lugar destacado dentro de la estructura, apenas por detrás del segundo en importancia: el Pro Gran Maestre.
Los cargos más importantes son luego: Gran Primer Vigilante, Gran Segundo Vigilante, Gran Orador Fiscal, Gran Secretario, Gran Tesorero y Gran Hospitalario.
Cada país tiene su propia Gran Logia y es autónoma de las otras del mundo. Se pude dar el caso, como ocurre en Estados Unidos, México, Colombia o Brasil, de que haya más de una Gran Logia dentro de los límites de un país. No es menor el dato de que para que una Gran Logia obtenga la personería, necesita el aval de por lo menos otras tres Grandes Logias del resto del mundo.
Cuando un masón es iniciado, ese carácter no se pierde jamás. Un individuo puede estar en plena actividad masónica o no, pero siempre será integrante de la hermandad y preservará los privilegios y respetará los deberes y obligaciones que surjan de los estatutos de la Logia que integre.
Dos siglos, un país
La importancia de la masonería a lo largo de la corta historia argentina fue capital porque nunca bajó sus banderas y siempre trató de resistir, aún en los momentos en que aparecía perseguida y se veía vencida.
Desde que comenzó el germen revolucionario, a fines del siglo XVIII y hasta entrado el siglo XX, muchos de los debates que direccionaban el rumbo del país hacia un lugar preciso se originaban en los templos masónicos o en tenidas informales. La capacidad posterior de ponerlas en práctica dependía del poder de fuego que se tuviera en ese momento dentro de la administración pública nacional (es decir, quiénes ocupaban qué cargos) y del grado de adhesión que se encontrara en una sociedad que, históricamente, fue conservadora y muy refractaria a los cambios.
A principios del siglo XIX, si un masón se encontraba para hablar con un hermano, estaba perfectamente claro que el tópico principal a abordar sería la lucha por la independencia de España. Si esta conversación se daba a mediados del siglo XIX, seguramente le dedicarían mucho tiempo a discutir sobre cómo hacer para separar a la Iglesia del Estado y como dotar a este último de las herramientas necesarias para hacerlo eficaz. Y si ocurría sobre finales del siglo XIX, la charla apuntaría hacia las sanciones de las leyes de Educación y al recientemente redactado Código Civil y Comercial.
Ya en el siglo XX, los debates se orientaron hacia la protección del inmigrante y a cómo hacer para que su adaptación a la realidad argentina fuera lo menos traumática posible, a la posición de la Argentina durante las grandes guerras mundiales, al rol del país durante la guerra fría y finalmente, a la resistencia ante las dictaduras genocidas que asolaron la región.
Siempre, los masones colocaron en su agenda los temas urgentes y en poquísimas ocasiones se pudieron dar el lujo de dedicarse a la exaltación del espíritu o a discutir sobre el sexo de los ángeles.
Tal vez el fracaso más trascedente de la historia de una tenida masónica entre dos grandísimos hombres fue la entrevista de Guayaquil, mantenida entre José de San Martín y Simón Bolívar. Más allá de que el tiempo ha diluido sus efectos, en ese encuentro —concretado gracias a la Logia Estrella de Guayaquil— fue imposible acordar cómo continuar y ganarle la guerra a España y cómo se iba a organizar después políticamente a la América libre. Fueron tres reuniones en las que, pese a sus diferencias, ambos generales dejaron muy claro cuáles eran sus puntos de vista.
Pero más allá de ese encuentro fallido que terminó con Bolívar triunfador y con San Martín yéndose al exilio, existe otro que también fue decisivo para la historia argentina y para el destino que tomaron las políticas públicas. Se trata de la reunión que mantuvo Justo José de Urquiza con Bartolomé Mitre, Santiago Derqui y Domingo Faustino Sarmiento el 21 de julio de 1860 en el viejo templo masónico de Bartolomé Mitre al 300 —donde actualmente funciona el Banco de la Nación Argentina—. En esa tenida masónica, organizada por el Gran Maestre Roque Pérez, no sólo se les confirió el grado 33 a los cuatro participantes sino que además se selló el destino de las guerras civiles con la ya mítica retirada de Urquiza de la Batalla de Pavón, ocurrida el 17 de septiembre de 1861.
¿Y qué decir de la tensa relación entre los curas y los gobernantes, entre la Iglesia Católica y el Estado? ¿Años de desencuentros y de pujas? ¿Siglos? ¿Se mantiene vigente aún hoy? La masonería siempre fue una cuña molesta en esta discusión.
Pero si algo cambió el rumbo del país, fue la Ley de Educación Común, Gratuita y Obligatoria, coloquialmente llamada 1420. Hay pocos argentinos que no conocen ese número y sus implicancias. Es más, quien firma este libro está convencido de que ningún habitante de esta tierra debe conocer el número de alguna otra ley de la Nación. Y esto es porque la ley 1420, promulgada el 8 de julio de 1884, marcó un antes y un después, no sólo en la forma de entender la educación pública sino también en la forma de vivir y sentir de los habitantes de este país.
Muchas otras cosas pasaron al amparo de los debates masónicos. Leyes, resoluciones, dictámenes y hasta cambios de conducta de la sociedad estuvieron influenciados por los masones y el impulso vital de sus debates. Se puede citar por ejemplo la creación de la primera escuela de artes y oficios de Buenos Aires, de la Sociedad Tipográfica Bonaerense, la Sociedad Farmacéutica y Bioquímica Argentina, el Colegio de Escribanos, la Sociedad Geográfica Argentina, la Sociedad Amigos de la Astronomía, la Sociedad Rural Argentina, la Sociedad Científica Argentina, la Academia de Medicina, el Círculo Médico Argentino, el Instituto Geográfico Argentino, el Centro Naval, el Círculo Militar, del gremio la Fraternidad, la Unión Industrial Argentina, el Círculo de la Prensa, el Ateneo Iberoamericano de Buenos Aires, el Asilo de Mendigos, el Asilo de Sordomudos, el Hospital Durand, el Hospital de Niños y todos los hospitales de colectividades extranjeras y hasta la Sociedad Protectora de Animales. La masonería coló sus ideales y principios en todos estos lugares y organizaciones.
De todo esto se trata este libro. De descubrir qué país tenemos. Y cuánto se les debe —por sus aciertos y por sus errores— a esos hombres que alguna vez supieron encerrarse dentro de un templo para discutir un destino. Equivocados o no, al menos hicieron el intento. Y ese ya es un mérito que nadie les podrá quitar.
1. Los masones se reúnen al menos una vez al mes en los templos para realizar sesiones de trabajo que se llaman Tenidas de Obligación. Estas Tenidas pueden incluir la presencia de visitantes. Una Tenida de Obligación puede incluir en su orden del día las pruebas de la iniciación de un profano, la ceremonia de pase de grado de un masón, la lectura de trabajos, debates sobre temas sociales y administrativos, resoluciones y votaciones. Los trabajos se desarrollan dentro de un marco: a) Apertura ritual. b) Lectura del acta de la sesión anterior. c) Introducción de visitantes. d) Comunicados de la obediencia. e) Orden del día. f) Rito de la cadena de unión. g) Proposiciones y solidaridad masónica. h) Cierre ritual. También hay otro tipo de Tenidas: 1) Tenida Blanca Cerrada: cuando una personalidad profana es invitada al Templo para dar una conferencia. Sólo participan masones. 2) Tenida Blanca Abierta: se invita a masones y profanos a asistir al Templo para escuchar una conferencia de un masón. 3) Reuniones Públicas: desarrollada en un local profano o masónico, sin decorado masónico, para promover el intercambio de ideas con el mundo. Hay oradores masones y/o profanos. 4) Reuniones familiares: en los Templos. Se organiza por invitación de masones y de profanos a miembros de sus familias. Estas reuniones pueden tener como objeto conmemorar muertes, matrimonios o presentaciones de los hijos de un masón.
2. Para ingresar a la Masonería no es necesario ser millonario ni poseer conocimientos, aptitudes intelectuales extraordinarias o dotes morales excepcionales. Los únicos requisitos exigidos son «ser un hombre libre y de buenas costumbres, tener como mínimo 18 años, poseer la inteligencia y la cultura general necesaria para comprender y practicar las virtudes masónicas y contar con medios de subsistencia demostrables para mantenerse». ¿Qué significa ser un hombre libre? Para los masones significa no aceptar imposiciones que atenten contra sus principios, no estar sujeto a la voluntad de un tercero ni a algún dogma que nuble su inteligencia o pervierta sus sentimientos y no tener vicios que lo esclavicen. Y cuando se habla de buenas costumbres se refiere a obedecer las leyes, venerar a su patria, honrar a su familia y ser respetuoso con las ideas políticas y religiosas de sus semejantes. ¿De qué se trata poseer la cultura general necesaria? Se sostiene que para captar qué es la masonería hay que descifrar alegorías, signos y símbolos con un alto sentido espiritual no exento de conocimientos teóricos. El ingreso se pide por invitación de un masón o por propia decisión y se formaliza al llenar un formulario dirigido a la Gran Logia. La Logia realizará las indagaciones pertinentes sobre el aspirante y, de no surgir objeciones, se le comunicará la fecha de su iniciación.
3. El Sanctasanctórum (Santo de los Santos) del Templo de Salomón es el sitio más sagrado para el judaísmo y la tradición judía. Es el santuario interior dentro del Tabernáculo y del Templo en Jerusalén mientras se mantuvo en pie. El Sanctasanctórum estaba ubicado en el punto más occidental del Templo y tenía la forma de un cubo perfecto: 20 codos por 20 codos por 20 codos. Su interior estaba a oscuras. Allí estaba el Arca de la Alianza que contenía en su interior las Tablas de la Ley.
4. Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781). Fue el escritor alemán más importante de la Ilustración. En 1746 comenzó a estudiar teología y medicina y ya recibido, en 1748, trabajó como periodista y crítico de arte. En 1752 obtuvo el título académico de Magister. En 1765 comenzó a trabajar como dramaturgo y conoció a Eva König, a quien convertiría en su esposa.
5. Guilda es un término que proviene del antiguo holandés: gilde. Son asociaciones de mercaderes o comerciantes en los siglos XI al XV. Funcionaban en forma equivalente a los gremios de artesanos y se extendían a otros grupos que compartían las mismas actividades. Tenían cargos directivos y reglas. Pertenecer a una guilda le daba a sus miembros derechos y garantías, los que eran entendidos como una forma de resistencia al sistema feudal.
6. James Anderson (1678-1739). Pastor presbiteriano y masón. Coautor junto a Jean Théofile Désaguliers de la primera Constitución de la masonería moderna o especulativa. El 29 de septiembre de 1721, el Gran Maestro de la Gran Logia de Londres (Primera Gran Logia de la masonería moderna), el duque de Montagu le ordenó «digerir las viejas constituciones góticas en un nuevo y mejor método». La primera edición de las constituciones fue publicada en 1723. Se la modificó por primera vez en 1738. En 1738 compiló todas las Constituciones en un solo libro.
7. De ella formó parte Jorge Canning (1770-1827).
8. Anthony Sayer (1672-1742). Fue el primer Gran Maestre de la Gran Logia inglesa en 1717, pero muy poco se conoce acerca de su vida. Fue electo como primer Gran Maestre por una mayoría de manos alzadas de los miembros de las cuatro logias que se reunieron en la taberna del Ganso y la Parrilla el 24 de junio de 1717. La carencia de más información hace sospechar que era un hombre sin grandes medios financieros, sin contacto con la aristocracia y de baja posición social. Este dato lo confirma que, años después, Sayer solicitó asistencia caritativa a la Gran Logia, según quedó registrado en las actas de la logia. Una prueba de la estima que sus pares le tenían más allá de su baja condición social fue un artículo que consigna su muerte: «Hace pocos días falleció, a los 70 años, Mr. Anthony Sayer, quien fuera Gran Maestre de la Más Antigua y Honorable Sociedad de los masones Libres y Aceptados en 1717. Su ataúd fue seguido por un gran número de gentlemen de la mejor calidad de esa Honorable Sociedad, desde la taberna Shakespeare’s Head en la Piazza de Covent Garden y decentemente enterrado en la iglesia de Covent Garden».
9. José María Caro Rodríguez (1866-1958). Octavo arzobispo de Santiago de Chile y primer cardenal. En 1968, la conferencia episcopal de Chile pidió el proceso de beatificación y canonización del primer cardenal chileno. Poco tiempo después, esa solicitud fue aprobada pero el proceso quedó detenido. En 2008, con motivo de los 50 años desde su muerte, la conferencia solicitó la reapertura de la causa que actualmente está en espera. Era conocido por sus opiniones antimasónicas.
10. El misterio de la masonería (editorial Difusión, año 1951), página 143.
11. Obra citada, página 322.