Introducción

¿Por qué necesitamos desconectar?

Hay una bomba de tiempo que no para de hacer tictac en las vidas de nuestros hijos. Es algo que está presente en los colegios, en las guarderías, en los hogares, en nuestro dormitorio, en nuestro cuarto de estar y en cualquier lugar de nuestra casa, accesible con facilidad las 24 horas del día. Se trata de algo que causa discusiones en el ámbito familiar y que afecta al cerebro de nuestros hijos, a su comportamiento, a su peso y a su desarrollo.

Está cambiando la forma en la que los niños juegan, el modo en el que socializan y las actividades que ocupan su tiempo. Esa bomba de tiempo es el uso de los diferentes dispositivos de pantalla, y lo más grave es que los padres, en su mayoría, se sienten incapaces de desactivarla o, al menos, de cambiar su mecanismo.

Como psicóloga clínica, he ayudado a cientos de niños y a sus familias y he podido comprobar que el tiempo que sus hijos pasan ante las pantallas les preocupa más que ninguna otra cosa. Es la única preocupación en la que coinciden prácticamente todos los padres con los que tengo contacto y es el asunto del que más se habla en el ámbito de la moderna crianza de los hijos.

La mayor parte de los padres están muy preocupados por la cantidad de tiempo que sus hijos pasan ante una pantalla, al tiempo que se sienten realmente confundidos en lo que respecta a cuáles son los verdaderos riesgos de ello y a qué deben hacer para afrontar y resolver el problema.

A finales de 2016 un informe de Ofcom* puso de manifiesto que internet había reemplazado a la televisión por primera vez como pasatiempo favorito de los niños británicos1. Recientes investigaciones muestran que, en el Reino Unido, casi la mitad de los padres siente temor de que sus hijos se conviertan en adictos a los dispositivos de pantalla, con un porcentaje de padres sorprendentemente alto, de hasta el 47%, que consideran que sus hijos pasan demasiado tiempo «conectados»2. Si a ello se añade el hecho de que no existen directrices oficiales sobre el modo de gestionar el tiempo que los pequeños pasan frente a las pantallas de móviles, tablets y demás dispositivos de este tipo, es fácil comprender que los padres se sientan desorientados, confusos y temerosos.

La preocupante verdad es que los efectos a largo plazo del uso de pantallas por parte de los niños aún no se conocen bien, aunque, como veremos, las evidencias de las que se dispone hasta ahora resultan francamente inquietantes. He podido observar de primera mano esos efectos en los niños y jóvenes con los que trabajo. Es habitual para mí atender casos de adolescentes que pasan tal cantidad de tiempo conectados online que pierden su capacidad de conciliar el sueño o reducen de manera drástica su rendimiento escolar. Sirva de ejemplo el caso de un muchacho de 14 años, que pasaba 19 horas al día conectado en la red y rechazaba ir al colegio y salir de su habitación. Este es un caso extremo tan alarmante que es fácil pensar que se trata de una situación límite muy ocasional pero, por desgracia, no lo es tanto. Con una frecuencia cada vez mayor me encuentro con niños de corta edad que quedan tan absorbidos por la conexión a la red que se hacen pis encima por no tener que alejarse del dispositivo que estén manejando para ir al baño. Uno de los niños que traté en su día llegaba hasta tal punto su obsesión por permanecer junto a la pantalla, que se llevaba un orinal a su habitación para no perder tiempo al hacer sus necesidades y no alejarse de su juego online. Cuando inicié mi actividad profesional hace veinte años, nunca me enfrenté a casos parecidos; simplemente, no existían. Pero hace veinte años Internet no era lo que es ahora: no estaba omnipresente en todos nuestros hogares y en todos nuestros lugares de trabajo. Nunca hubiera sido capaz de prever en qué medida acabaría por invadir tanto mi trabajo como las vidas de los niños con los que trato al realizarlo.

¿Cuál es la razón del problema?

Demasiado tiempo ante una pantalla puede provocar en los niños «lesiones cerebrales a largo plazo»3.

El exceso de tiempo online es una posible «causa de enfermedad mental en niños»4.

Día tras día los padres leen titulares como estos. El mensaje que transmiten se percibe alto y claro: demasiado tiempo ante las pantallas es perjudicial para nuestros hijos. Generalmente no sabemos cómo responder a esta clase de mensajes, y es fácil pensar que el problema no es el de nuestros hijos y el nuestro propio. Creo que buena parte del conflicto se debe a que nosotros aprendemos a cuidar de nuestros hijos partiendo de nuestras propias experiencias de la infancia y del modo en el que nuestros padres nos criaron a nosotros. El patrón corresponde a lo que en psicología se llama un «modelo de trabajo interno». Contamos con un conjunto de reglas o de formas de hacer las cosas, con un «mapa moral» que pasa de generación a generación y que nos ayuda a orientarnos y a determinar, por ejemplo, qué es lo que los niños deben comer, cuándo deben hacerlo, dónde deben dormir, y así sucesivamente. Cuando llega el momento de criar y educar a los propios hijos, las decisiones que se adoptan sobre todas estas cuestiones se basan en gran medida en lo que nosotros solíamos hacer de niños. ¿Comías en familia junto a tus padres o en tu casa comían primero los niños y luego los mayores? ¿A qué hora te ibas a la cama? ¿Dormías en la cama con tus padres? ¿Era esa una práctica habitual en tu familia durante tu infancia? Sin embargo, hemos de tener en cuenta que los niños actuales constituyen la primera generación de «nativos digitales», lo que significa que han nacido, y están creciendo, en un mundo en el que sus experiencias, su aprendizaje y su vida familiar están fuertemente influidas por los medios digitales, de un modo que nosotros nunca experimentamos de pequeños. En la actualidad desde el momento en el que un niño nace los dispositivos digitales forman parte de su mundo.

Mientras que, hasta hace pocos años, el nacimiento de un bebé se comunicaba a amigos y parientes por medio de una tarjeta escrita o, eventualmente, con una inserción en el periódico local, en la actualidad la noticia de la llegada del recién nacido se comunica por correo electrónico, un mensaje de texto o un anuncio en Facebook o Instagram. Ahora, lo más probable es que un smartphone o una tablet esté presente en la misma sala de partos, con los padres tomando imágenes de los primeros momento de vida del bebé. En un estudio se constató que los bebés están tan acostumbrados a la presencia de dispositivos digitales en sus vidas que hasta un tercio de ellos aprenden a utilizar un smartphone incluso antes de empezar a andar o a hablar5.

En términos históricos, como padres carecemos simplemente de experiencias que nos permitan establecer correlaciones comparables a las que manejan en su vida los niños de hoy. Nosotros no hemos vivido ninguna experiencia referida al tiempo de uso de dispositivos digitales que nos permita deducir alguna conclusión al respecto: ese es el motivo por el que la cuestión resulta tan problemática. El abordaje de la cuestión de la presencia de estos dispositivos en la vida de nuestros hijos no forma parte de nuestro modelo interno de crianza, porque no formaba parte tampoco de la experiencia vivida por nosotros mientras crecíamos. No tenemos conocimiento alguno que nos sea de utilidad o nos guíe, partiendo de aquello que nuestros padres hicieron con nosotros. Esta es la primera vez que nos enfrentamos a un desafío en la educación de nuestros hijos sin ningún elemento de referencia de la generación anterior que nos pueda servir de guía. Al mismo tiempo, estamos expuestos a una avalancha de informaciones contradictorias en los medios de comunicación sobre cómo afrontar el problema, en la que se entremezclan indicaciones de procedencia seudocientífica y advertencias en ocasiones demasiado alarmistas. Nos preocupa, ciertamente, el impacto que el mundo digital está teniendo sobre nuestros hijos. ¿Hará el uso de los dispositivos de pantalla que crezcan demasiado deprisa? ¿Existe riesgo de que pierdan su inocencia a corta edad por todo aquello a lo que quedan expuestos en ese mundo digital? ¿Puede afectar a su nivel de atención y a su capacidad de concentración o ser causa de hiperactividad o de conductas violentas? ¿Es posible que sufra una adicción a los dispositivos digitales? ¿O el hecho de reprimir a los niños limitando su acceso al mundo digital los colocará en una posición de desventaja desde el punto de vista educativo y social?

Comparemos el uso de las tecnologías digitales con el consumo de azúcar, otra de las crisis de salud que, por motivos totalmente diferentes, afectan a nuestros hijos a nivel global. Ningún padre pensaría, ni en sueños, en dar a su hijo una caja de galletas a diario, dejando que las comiera como quisiera y siempre que quisiera. Sin embargo, son muchos los que no se lo piensan dos veces a la hora de facilitarles a sus hijos un acceso ilimitado y no regulado a dispositivos digitales como los smartphones o las tablets. ¿Son realmente menos dañinos los efectos del exceso de tiempo frente a las pantallas que los del exceso de azúcar?

Me sentí impulsada a escribir este libro porque el efecto del mundo digital sobre los niños me preocupa cada vez más. He sido testigo de un inquietante y drástico cambio entre los más jóvenes: el juego ha pasado de ser una experiencia física y creativa, en la que se utilizan juguetes e imaginación, a convertirse en algo que implica permanecer inmóvil frente a una pantalla, solo, durante horas. Los padres ven a menudo cómo sus hijos caen en manos del engañoso y atractivo señuelo del mundo digital, al que dedican todo su tiempo y que los absorbe por completo. Es frecuente que los niños ya no los escuchen y que se nieguen a hacer los deberes. Mantenerlos alejados de los dispositivos es una batalla sin fin. Son muy habituales los casos de los niños que lo primero que preguntan al despertarse es: «¿Puedo coger la tablet?».

No obstante, también considero que la actual situación no es en realidad tan mala. Lo cierto es que está lejos de serlo. Soy plenamente consciente del ingente número de aspectos positivos del mundo digital. Por ejemplo, en mi trabajo ha cambiado la forma en la que aplico las terapias, con recursos tales como mostrar a los niños vídeos de YouTube, o recomendar a los padres páginas web, en las que se dan indicaciones sobre cómo compartir los intereses del niño en sus juegos como forma de mejorar la comunicación con ellos. También he experimentado el extraordinario impacto del mundo digital, tanto personal como profesionalmente. En tanto que madre de tres hijos, estoy muy familiarizada con los problemas propios de la educación de los niños en la era digital. He podido ser testigo de lo rápidamente que han cambiado las cosas, a partir de la evolución de las experiencias de mi hija mayor (que tuvo un teléfono móvil a los 11 años y una tablet a los 14) a las del menor (que tenía acceso a una tablet ya a los 4 años y que sabía cómo ver cosas en YouTube incluso antes de aprender a escribir). Me he esforzado por afrontar mis preocupaciones sobre cómo integrar o excluir la tecnología en mi vida familiar, y ahora quiero ofrecer esos conocimientos a otros padres. Deseo que esos padres conozcan los peligros que acechan en el mundo online y que adquieran una mayor confianza en lo que respecta a las opciones que asumen en cuanto al uso de las tecnologías digitales por parte de sus hijos.

¿Es la prohibición del uso de medios digitales la mejor respuesta para los niños?

No creo que prohibir los dispositivos digitales a los pequeños, y no tan pequeños, sea la solución. Mi actividad profesional en el ámbito de la psicología y mi trabajo con niños me han enseñado lo importante que es en cualquier situación ser realista y práctico. Prohibir el uso de dispositivos electrónicos en nuestra sociedad permanentemente conectada es ciertamente imposible, en especial teniendo en cuenta que, en nuestros días, buena parte del trabajo escolar, tanto en el propio centro educativo como en casa, se hace precisamente a través de esos dispositivos y que los propios centros son los que dan a los alumnos las tablets para que las usen en su trabajo escolar y en las tareas que deben hacer en casa. El mundo digital está aquí para quedarse. Los padres no tienen elección a la hora de abordar las nuevas tecnologías; antes, al contrario, tienen que trabajar y convivir con ellas.

Creo que parte del problema estriba en que los consejos que dan los «expertos» en el tema están bastante alejados de lo que los niños y sus familias hacen en realidad. Es algo así como seguir una dieta: sobre el papel todo suena muy bien, pero, a la hora de ponerla en práctica, la realidad es muy diferente. Paso buena parte de mi vida laboral visitando personas en sus casas. Muchas veces, nada más pasar por la puerta oigo que un adulto grita: «¡Apaga esa tablet, esa consola, ese ordenador o ese teléfono!».

Así pues, si la prohibición no es la respuesta, ¿qué se supone que debemos hacer? Pienso que lo más importante para los padres es que sepan crear y enseñar hábitos digitales saludables. Es conveniente que hablen con sus hijos de todo lo relacionado con el mundo online a fin de que puedan asegurarse de que los pequeños mantienen una relación apropiada con los dispositivos que utilizan. Es importante que los padres empiecen a comprender que un acceso no regulado a Internet da lugar a todo tipo de dificultades. Es necesario establecer reglas sobre el tiempo de uso de los dispositivos electrónicos, lo que se conoce como
tiempo de pantalla, al igual que se fijan pautas para cualquier otra cosa; por ejemplo, para irse a la cama, para hacer los deberes o para evitar ciertos comportamientos. Es preciso que la creación de esos buenos hábitos digitales en los niños se consolide antes de que empiecen a surgir problemas. Muchos de los padres que me consultan solo toman conciencia de que el tiempo de pantalla se ha convertido en un problema para su familia cuando sus hijos llegan a la adolescencia. Lo malo es que, si se espera hasta ese momento para abordar la cuestión, es muy posible que ya sea demasiado tarde. Recuperar el control es mucho más difícil cuando los hijos pasan la mayor parte de su tiempo frente a una pantalla y cuando ese patrón de conducta ya se ha establecido y se ha consolidado, caso que se da en particular cuando se llega al campo de minas hormonal que supone la adolescencia.

El mejor momento para instaurar unos hábitos online adecuados, y para impedir que el uso de los dispositivos digitales se convierta en una obsesión es la llamada «edad de latencia», que corresponde a grandes rasgos a la época en la que los niños cursan la enseñanza primaria.

¿Qué es la latencia y por qué es tan importante?

Podría decirse que la «latencia», que cubre el período que va de los 4 a los 11 años más o menos, es una de las etapas más descuidadas, pero más importantes, en el desarrollo del niño. Ese «descuido » se ve reflejado en el reducido número de libros que tratan sobre ese período, lo que hace que la información a los padres, y el consiguiente apoyo para ellos, sea escaso. Hay, en cambio, muchos libros sobre los bebés, sobre la primera infancia y sobre la adolescencia.

Desde un punto de vista psicológico, sabemos que este período es crucial para el desarrollo infantil; sin embargo, es también, de modo ciertamente alarmante, la época en la que los padres relajan de alguna forma su grado de atención.

En los primeros años de vida los pequeños alcanzan sucesivamente una serie de logros importantes, los denominados hitos de desarrollo. Aprenden a darse la vuelta, a sentarse, a gatear, a caminar, primero a balbucir y luego a hablar, y así sucesivamente. Durante estos exigentes y agotadores años, los padres disponen de apoyo y consejo proporcionado por medio de los más diversos recursos (profesionales sanitarios y personal de asistencia domiciliaria y una extensa gama de libros y publicaciones referidas a las pautas de sueño, la forma más adecuada de que el bebé deje de mamar, el modo de afrontar los berrinches de los pequeños o la manera de que aprendan a ir al baño. En cambio, cuando los niños inician su etapa escolar, al menos en apariencia, todo parece más fácil. Llegado ese momento, los niños han alcanzado ya sus principales hitos del desarrollo, particularmente en lo que respecta a sus capacidades motoras y de socialización. En esta etapa los niños ya pueden caminar, hablar y vestirse por sí mismos y ganan cada vez más independencia. Podría considerase que se trata de un intervalo de calma entre los berrinches de la primera infancia y el desasosiego y el torbellino de la adolescencia. Este período es la parte de la infancia en la que el ritmo de adquisición de nuevas capacidades parece ralentizarse. Las cosas tienden a parecer más estables y mejor ordenadas.

Aunque esas cosas adquieran una dimensión en cierto modo latente -de ahí su nombre- se trata en realidad de una fase crucial del desarrollo infantil. Se trata de una época «latente» de modo similar al que caracteriza un jardín en invierno. Es posible que no se aprecie una gran actividad en la superficie pero, bajo esa superficie, están teniendo lugar fenómenos de extraordinaria importancia.

Es el tiempo en el que el cerebro en desarrollo es más plástico y en el que es moldeado y conformado por las experiencias que se van sucediendo. Gracias a los avances en el campo de la neurociencia, en la actualidad sabemos que los cerebros más jóvenes son plásticos y que, en ellos, se establecen de manera continuada nuevas vías neurales, en respuesta al entorno y a las experiencias del niño, por lo que es mayor si cabe nuestra responsabilidad al pensar en qué experiencias está percibiendo y de las que no habíamos sido conscientes hasta ese momento. Y es también la época en la que el señuelo de las pantallas digitales adquiere toda su amenazante dimensión. Si en esta etapa fundamental los niños están continuamente conectados a esos dispositivos, cabe preguntarse cuál será la repercusión que ello tenga en sus cerebros en desarrollo. Y, lo que no es menos importante, si están constantemente conectados, ¿estarán acaso perdiendo oportunidades de desarrollar todas las esenciales capacidades sociales y emocionales que necesitarán en su vida?

La mayor parte del trabajo emocional de la latencia consiste en almacenar energía y recursos para lo que está por llegar, que no es otra cosa que la sucesión de rápidos cambios que los chicos y chicas experimentarán durante su adolescencia. Sabemos que los niños en la edad en la que cursan la enseñanza primaria están abiertos y que son también impresionables. Son como esponjas, que absorben información que les permitirá navegar con éxito por el mundo que les rodea y les ayudará a prepararse para la inminente tormenta de la adolescencia. La latencia es, asimismo, el momento en el que los niños empiezan a desarrollar su propia identidad y sus propios intereses y comienzan a establecer sus propias relaciones sociales. Cuando se integran en la estructura social más amplia del colegio en el que estudian y conocen a otras personas más allá del ámbito de la unidad familiar, inician el proceso de desarrollo de sus propias ideas e intereses.

Se trata también de una etapa muy importante para los padres. Es el período en el que pueden disfrutar de la creciente independencia de su hijo y del establecimiento de una relación estable y segura con él, de una conexión que les ayudará a capear el temporal de la pubertad.

El mundo digital, con sus rápidos y continuos cambios, está alterando la calma y la estabilidad que requiere el desarrollo durante la latencia. El tiempo que nuestros hijos pasan en esos años frente a las pantallas de los distintos dispositivos ha abierto un nuevo campo de batalla en el seno de las familias. En los hogares de todo el mundo, padres e hijos chocan frontalmente al determinar el tiempo que estos últimos deben dedicar a las conexiones online. Esta es la ventana crucial a través de la cual los progenitores han de enseñar a sus hijos los buenos hábitos digitales relativos a la seguridad online y a cómo desarrollar su propio criterio, antes de que se conviertan en adolescentes y su principal objetivo sea la consecución de una mayor independencia.

La latencia lo es todo en el campo de la socialización, en el proceso de hacer amigos y de desarrollar un mayor grado de autonomía e independencia, en preparación de su inminente crecimiento. Sin embargo, cuando nuestros hijos están continuamente pegados a una pantalla, es cuando nos exponemos abiertamente al riesgo de ver crecer a toda una generación de niños socialmente aislados y con escasos recursos sociales. En los años en los que los niños pasan a ser adolescentes el exceso de dependencia (o la obsesión) en lo relativo al tiempo de pantalla, puede convertirse en una auténtica amenaza, que puede tener consecuencias en todas las facetas de su vida, desde su capacidad para hacer amigos y relacionarse hasta en su rendimiento en los estudios. Un buen ejemplo de ello es un estudio de la Cambridge University, en el que se evaluaron las actividades de 800 muchachos y muchachas de 14 años, analizando a continuación los resultados de sus certificados de enseñanza secundaria. Los que pasaban solo una hora más que los demás utilizando un dispositivo electrónico tenían una puntuación promedio inferior en dos puntos en la nota media de enseñanza secundaria6.

La intención de este libro es:

Ayudar a los padres a comprender los peligros del exceso de tiempo de uso de dispositivos con pantalla en los niños en edad de latencia.

Ayudar a mostrar a los padres cuáles son los peligros a los que se exponen los niños durante cada una de las etapas de su desarrollo.

Proporcionarles las herramientas para impedir que el excesivo tiempo de pantalla constituya un problema, de modo que los niños se desarrollen de un modo saludable y equilibrado.

Contribuir a que mantengan el control del uso de sus hijos de las tecnologías online y a generar un entorno familiar seguro en el que dichas tecnologías puedan utilizarse de manera positiva.


* Organismo británico responsable de la regulación en el mercado de las telecomunicaciones.