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Muchachos

«Los hombres nos llevan ventaja por ser ellos quienes
cuentan la historia. Su educación ha sido mucho más
completa; ellos empuñaban la pluma.»

Persuasión

Podría extrañarnos que Jane, la escritora femenina por antonomasia, se criara en un mundo de hombres, pero así fue.

La mudanza y la numerosa familia obligaron a los Austen a apretarse el cinturón. La situación no mejoró ni siquiera cuando la señora Austen heredó dinero de su madre, ni aun después de que la pareja pidiera dinero prestado al hermano de ella, James Leigh Perrot, ni tampoco cuando el señor Austen vendió algunos bonos más de la Compañía de los Mares del Sur.111 El orgullo del hombre debió de resentirse. Cuando aconsejaba a los demás sobre asuntos financieros, el señor Austen decía: «lleva un escrupuloso registro de tus ingresos y tus gastos, no prestes dinero a menos que estés seguro de que te lo devolverán en un plazo breve».112 Los Austen «no eran ricos», pero vivían entre personas acaudaladas, terratenientes y párrocos bien situados.113 Pertenecían a lo que ha dado en llamarse pseudogentry, personas que aspiraban a un estilo de vida distinguido pero que no poseían los medios para sufragarlo. Los miembros de la pseudogentry no poseían tierras, pero pertenecían a la «nobleza de algún modo, sobre todo porque hacían grandes esfuerzos para que los considerasen miembros de la gentry.114 Se consideraban un escalafón por encima de «la zona media», personas que se relacionaban con el mundo del comercio y la empresa, y, paradójicamente, a menudo eran más ricos que los Austen.115 Y muy «por debajo» de ambos grupos se encontraba el vasto océano que conformaban las filas de los trabajadores.

A pesar de la escasez de dinero contante y sonante, la riqueza abundaba tanto en la familia Austen como en la Leigh. La cuestión de si llegaría o no a manos de los Austen por mediación de una herencia provocó una serie de heridas que envenenarían las relaciones familiares durante toda la vida de Jane.

La familia materna de la señora Austen, los Perrot, era extremadamente rica. Cuando su tía abuela, Anne Perrot, murió, les dejó a la señora Austen y a su hermana doscientas libras a cada una. Un gesto muy amable por su parte. Pero el hermano de las dos mujeres tuvo más suerte. Heredó una fortuna considerable, tan grande que se cambió el apellido por el de Leigh Perrot como gesto de gratitud. Es posible que las hermanas albergaran la esperanza de que compartiera el botín. «No deberíamos aspirar a tener suerte individualmente —dice un personaje de una novela de Jane Austen, Los Watson—. La fortuna de un miembro de la familia implica fortuna para todos.» Sin embargo, James Leigh Perrot no compartió su fortuna. La herencia encumbró al hermano de dieciséis años a una posición superior a la de sus hermanas, tanto en términos materiales como de prestigio, durante el resto de sus vidas. Con la falta que les hacían unos cuantos miles de libras en la rectoría… Y qué lección tan terrible para la señora Austen descubrir que, literalmente, valía menos que su hermano pequeño.

Tanto el señor como la señora Austen heredaron unas mil libras esterlinas cada uno de sus respectivas familias. A su llegada a Steventon, el señor Austen recaudaba alrededor de doscientas libras al año de sus feligreses, pero más tarde se las ingeniaría para aumentar la cantidad a cerca de seiscientas. Sacó partido a las Guerras Napoleónicas, que aumentaron el precio de los productos agrícolas a causa de la escasez de alimentos. Y, aparte de los diezmos, obtenía casi trescientas libras de la granja. Así pues, mediante un laborioso ascenso por la escala de la prosperidad, acabó ganando unas mil libras esterlinas al año.

Ahora bien, ¿qué significaban esas cifras? Para las gentes de la época georgiana, la suma indicaba un nivel de vida aceptable. En sus novelas, Jane utiliza los ingresos como indicativo del nivel social, y aspira a que sus lectores comprendan de inmediato a qué clase de hogar se refiere cuando dice que tal o cual familia ingresaba quinientas o mil libras al año. Quinientas libras anuales se consideraba la renta mínima de una familia que aspirarse a formar parte de la sociedad «distinguida». Es la cantidad que Jane concede a los cuatro Dashwood en Sentido y sensibilidad, si bien éstos no van sobrados de dinero. La suma de mil libras al año se considera otro hito significativo, porque a partir de esa cantidad era posible permitirse un coche de caballos, incluidos los costes de establo y personal para cuidarlos. Los Austen poseyeron un carruaje durante un tiempo, pero les salía demasiado caro y tuvieron que renunciar a él.

La gentry y la pseudogentry reparaban al momento en los cambios que un ingreso extra de cien libras imprimían en la forma de vestir y el estilo de vida. Así pues, la capacidad de sacar el máximo partido a los ingresos se consideraba un valioso talento. Por ejemplo, la astuta Lucy Steele, un personaje de Jane Austen, poseía la envidiable destreza de hacer que quinientas libras al año pasaran por ochocientas.

Según Samuel y Sarah Adams, un matrimonio de criados que después de retirarse escribió un libro sobre gestión doméstica, una familia que ingresara seiscientas libras al año podía permitirse contratar a tres mujeres y un hombre, lo que equivaldría a una cocinera, una criada y una niñera, además de un mozo de cuadra que podía echar una mano en la casa y el jardín. Y, de vez en cuando, un jardinero.116

Ante esa profusión de criados pudiera parecer que los Austen eran ricos, pero comparémoslos con el señor Bennet, de Orgullo y prejuicio, que ingresaba dos mil libras al año. El señor Bennet tenía sólo cinco hijos en lugar de los ocho del señor Austen. Ocupaba un puesto más alto en la escala social, por cuanto contaba con cocinera y mayordomo, mientras que ellos no, y las cinco hijas de los Bennet, a diferencia de Jane, nunca tuvieron que trabajar en la cocina. Pero, aun con unos ingresos de dos mil libras al año, el señor Bennet no había sido capaz, como no lo fue el señor Austen, de ahorrar algún dinero para la dote a sus hijas.

Así pues, en una situación de pobreza distinguida, los Austen decidieron aprovechar el espacio de la rectoría para crear una suerte de internado informal.

Fue una buena idea. George Austen tenía experiencia como maestro, pues había sido en sus tiempos «ayudante del maestro» de su vieja escuela de Tonbridge. Por lo que parece, tenía talento para la docencia, por cuanto combinaba el «método clásico» y «un gusto refinado por la literatura en general» con unas «maneras elegantes».117 Al menos, ésa es la historia oficial: su hijo mayor, James, aprendió a escribir a pesar de «la desafortunada tendencia a disentir en todo que separa a los adultos de los más jóvenes desde siempre».118

A partir de 1773, pues, los internos proporcionaban a los Austen unos ingresos extra de unas treinta y cinco libras al año por cabeza. A cambio, George Austen los preparaba para ingresar en la universidad, mientras que la señora Austen cultivaba hortalizas, se ocupaba de las vacas y repartía pequeñas dosis de ternura materna a su manera tosca. El arreglo les funcionó: la pareja siguió educando muchachos durante veintitrés años.

Todos los alumnos procedían de «buenas» familias. Entre ellos estaba George Nibbs, cuyo padre, James, nacido en Antigua, fuera colega y amigo del señor Austen en St. Johns College. James Langford Nibbs era el padrino del hijo mayor de George Austen. El señor Austen, a su vez, se convirtió en fideicomisario de la plantación que Nibbs tenía en Antigua. Fue así como el padre de Jane entró en el mundo de la administración de fincas, igual que sir Thomas Bertram de Mansfield Park, cuya riqueza dependía del trabajo de sus esclavos.119

Además, en diversas ocasiones contaron con la presencia del hijo de sir William East, el baronet, y con los hermanos Fowle, retoños de un párroco de Kintbury. Tenían también alumnos no tan brillantes, como el pequeño lord Lymington, futuro tercer duque de Portsmouth, que iba «muy atrasado para su edad», y que finalmente tuvo que regresar a su hogar porque «a su madre le inquietaba su habla titubeante».120 La señora Austen se encargaba de la orientación espiritual de los chicos. Cuando uno de ellos, Gilbert East, pasó demasiado tiempo ausente, le escribió un poema para animarlo a volver:

A tus amigos de Steventon

les encantaría saber

dónde se ha metido su querido señor East.

No entienden qué ha sido de él

y temen que se haya perdido

tras nueve semanas de verlo por última vez…

Describe la rectoría Steventon como la «mansión del conocimiento», donde los alumnos «estudian sin parar (excepto para jugar)», y:

Esta carta debes leer

para mejor entender,

cuál es nuestro parecer

y las paces contigo hacer.

Esperando volverte a ver,

tus amigos Fowle, Stewart, Deane, Henry y Ned.121

¿Dónde, en el nombre de Dios, dormían todos esos niños? Bueno, el piso de arriba contaba con siete dormitorios como poco, y sobre éstos había tres desvanes construidos en el tejado. Pero algunos chicos debían de compartir habitación e incluso cama. Jane y Cassandra dormían en el mismo cuarto. En su caso les agradaba la situación, y más adelante siguieron durmiendo juntas por decisión propia. Habida cuenta de que la señora Austen estaba siempre tan ocupada, debieron de forjar una pequeña alianza femenina contra el batallón de chicos.

Al matrimonio Austen le habría encantado sin duda la descripción de la vida en la rectoría que llevó a cabo una prima de la rama Leigh, que califica el ambiente reinante de liberal e intelectual. El señor Austen, afirma este relato en particular, «educaba a unos cuantos muchachos, hijos de amigos y conocidos muy escogidos», y Steventon «siempre me evoca la sencillez, hospitalidad y buen gusto que suele caracterizar a las familias numerosas de los maravillosos valles de Suiza».122 Las gentes de aquella época consideraban Suiza un país igualitario y avanzado; Steventon, pues, constituía una pequeña república del pensamiento libre. Y sin embargo mantenían una clara jerarquía familiar, que colocaba a padres, señores y hermanos por encima de hijos, criados y hermanas. En las familias numerosas, el trabajo de las hijas era obedecer, complacer y hacer las tareas domésticas.

¿Y cuál era la jerarquía entre los hermanos de Jane? James («Jemmy»), Edward («Neddy») y Henry Austen conformaban el grupo de los mayores (y mejores) de la prole, mientras que Jane y Cassandra se sentían mejor con sus hermanos pequeños, Francis («Frank») y Charles.

Merece la pena dedicar unas palabras a los hermanos de Jane, por cuanto sus relaciones con ellos se contarían entre las más importantes de su vida. Retratando con sensibilidad el amor fraterno en Mansfield Park, comenta que «los niños pertenecientes a una misma familia, que comparten la misma sangre, las mismas referencias tempranas y costumbres», permanecerán unidos de por vida. Sin duda sería el caso de Jane y sus hermanos. La escritora estaba ligada a ellos en el aspecto emocional y, tal como iba a descubrir, también en el financiero. Pero asimismo es verdad que le caían mejor unos hermanos que otros.

Su relación con el hermano mayor, James, era una pizca tensa. Todo el mundo lo consideraba el escritor de la familia, autor de ensayos y poeta, y la opinión persistió aun después de que su hermana publicara. Instalado en el rol que la familia le había otorgado, a menudo presumía de haber inspirado a su hermana y de haberla animado a escribir. En su juventud era vital y animado: como habría dicho su hermana Jane, «era el alma de la fiesta». Pero James albergaba zonas oscuras, y en épocas posteriores de su vida se tornaría un hombre taciturno, difícil y amargado. Nunca tuvo éxito como escritor. No es de extrañar que le resultara incómodo tener a Jane por hermana.

Sin embargo, Jane contaba tan sólo tres años y medio cuando James se marchó a la universidad. La misión de Oxford en aquel entonces era preparar a los futuros párrocos, y en eso se convertían el sesenta por ciento de sus alumnos. Jane era hija de un eclesiástico, y, de los seis hermanos, tanto James como Henry (este último después de unos cuantos rodeos) acabarían trabajando en parroquias. Había cuatro curas más entre los primos de Jane; el sacerdocio era una especie de negocio familiar. James tenía derecho a formación gratuita en la antigua facultad de su padre, St. John, por cuanto podía reivindicar a través de la señora Austen su condición de «familiar de un fundador». Sir Thomas White, un antiguo alcalde de Londres, había fundado la facultad en 1557 y sus descendientes podían solicitar una de las seis plazas gratuitas que la universidad había instaurado para compensar el hecho de que White hubiera legado su riqueza a la institución y no a su familia.

El St. John College era un nido de torys retrógrados, algunos de los cuales jamás habían aceptado como soberano de Gran Bretaña al forastero protestante, el rey Jorge I de Hanover, que ascendió al trono en 1714 en lugar del heredero católico del destituido Jacobo II. Los Austen se consideraban torys moderados, y Jane, en la medida en que se permitía a las mujeres tener opiniones políticas, debía de ser tory también.123 Ello no significa que pertenecieran a ningún partido político formal; no existía nada semejante en aquel entonces.124 Y tampoco era habitual hablar de política en casa, que «se daba por sentada, supongo, más que discutirse», según un miembro de la familia.125 Con todo, las autoproclamadas simpatías de los Austen por los torys implican afección por la Iglesia, la gentry y las antiguas costumbres, y rechazo al impulso renovador de los whigs, con su pátina de nuevos ricos, su asociación con la industria y su disidencia religiosa.

El impacto de las revoluciones, la francesa y la americana, parece un tanto ajeno, a primera vista, a la obra de Jane y a sus preocupaciones. Sin embargo, la legitimidad del orden social y qué lugar le corresponde a uno cuando la virtud y la jerarquía están en contradicción burbujean con fuerza bajo la superficie de sus relatos. Siguiendo el ejemplo de su padre y sus hermanos, Jane redactó clichés paternalistas con regusto tory en los márgenes del ejemplar familiar de Historia de Inglaterra, de Goldsmith: «Cuánta compasión —escribió— inspiran los pobres y cuánto rencor los ricos».126

Otro de los hermanos de Jane, el que se suele considerar su favorito, se reunió en Oxford con James. De personalidad vivaracha y alegre, Henry se tomaba la vida mucho más a la ligera que el lúgubre James. «El más afectuoso y amable», escribiría Jane más adelante. Este personaje tan positivo era «el guapo de la familia», y tal vez su despreocupada confianza en sí mismo procediera «de la opinión de su propio padre», quien tenía a James por «el más brillante» de los chicos Austen, además de un «optimista empedernido». Por otro lado, algunas personas consideraban a James un tanto pagado de sí mismo y opinaban que su genio carecía de profundidad: «sus capacidades son más aparentes que reales».127 La impresión resultó ser acertada.

En St. John, los hermanos recibían visitas de sus primas, incluida la elegante Eliza. Dicha señorita era la hija de la hermana del señor Austen, Philadelphia Hancock, y había pasado unos años viajando por el continente. A pesar de tanta sofisticación, le caían bien sus sencillos primos y le gustaba la facultad de Oxford. En sus visitas «se enamoró de los jardines y empezó a soñar con estudiar en la facultad para poder recorrerlos a diario». Amante de la moda como era, incluso el atuendo le llamaba la atención: «Me encantó la túnica negra, y el birrete me pareció poderosamente atractivo».128 Henry Austen, al igual que Eliza, rezumaba estilo, y sin duda daba el pego entre los estudiantes de Oxford. «No conocerías a Henry —escribió Eliza a otro pariente— con su cabello empolvado y su estilo tory. Y ya es más alto que su padre».129 El cabello empolvado de Henry señalaba su condición de tory, y la poca gracia que le hacían los sencillos cortes al rape que estaban de moda entre los revolucionarios franceses. Tened presente a esta hermosa prima, Eliza, que admira al elegante estudiante en los jardines de Oxford, porque sabremos de ella más adelante.

Durante su estancia en Oxford, James se convirtió en el primero de los hijos Austen en embarcarse en una aventura literaria. Llegó a ser el artífice de una publicación mensual, The Loiterer (‘el Merodeador’), repleta de amable (y no demasiado gloriosa) sátira. «De todas las fórmulas químicas —escribió en el editorial—, la tinta es la más peligrosa.» Basta «mancharte los dedos con ella una vez» —proseguía James— y ya nunca podrás escapar de su viscosa influencia.130

The Loiterer, un proyecto profesional admirable para ser obra de un estudiante, se publicó entre enero de 1789 y marzo de 1790. Fue distribuida en Londres por el editor Thomas Egerton, cuyo sello se convertiría en su momento en el más conocido de la historia por haber sido el primero en publicar la obra de la hermana pequeña de James.

El destino no querría que Edward, otro de los hermanos de Jane, se reuniera con James y Henry en Oxford. En verano de 1779, cuando Jane tenía tres años, apareció una pareja en Steventon que daría un vuelco radical a las oportunidades del muchacho. Acabaría por ser catapultado —demostrando así cuán impredecible podía ser la sociedad georgiana— a los escalafones más altos de la nobleza terrateniente.

La rectoría recibió la visita de otro de los numerosos primos del señor Austen, Thomas Knight de Godmersham, hijo. Se trataba del vástago del rico y renombrado señor Knight, el mismo que le había facilitado a George Austen la vivienda de Steventon de buen comienzo. El señor y la nueva señora Knight —acababan de casarse— eran un buen contacto se mire como se mire. Poseían una elegante propiedad en Godmersham Park, en Kent, a tres días de viaje de Hampshire, junto con una mansión en Chawton, no demasiado lejos de Steventon, que solían arrendar. Su tercera vivienda se encontraba cerca de Winchester.131

Las gentes de aquellos tiempos no solían celebrar la «luna de miel» con un viaje por todo lo alto; la expresión se refería al primer mes, o luna, de matrimonio, más que a unas vacaciones. Pero a menudo festejaban la ocasión visitando a algún pariente. Uno de los momentos cumbre del viaje de novios que hicieron el señor Thomas y la señora Katherine Knight fue su encuentro con Edward Austen, de doce años de edad. El chico tenía un aspecto dulce y la pareja «se sintió atraída al principio por su belleza personal.132 Pero el muchacho también poseía una personalidad deliciosa, marcada por «las ganas de divertirse y la vivacidad».133 La propia Jane expresó la opinión de que su hermano Edward «dice un montón de tonterías (…) derrochando encanto». Así pues, los Knight se lo llevaron consigo cuando prosiguieron el periplo. No es tan raro como parece: el matrimonio Austen, por ejemplo, acogió a un muchacho al principio de su vida matrimonial. El niño les fue confiado por un amigo de la familia, el célebre Warren Hastings de la India. Por desgracia, el pequeño pronto murió de unas «anginas infecciosas».134 En aquel entonces, en cuanto se contraía matrimonio, la sociedad lo veía a uno como una figura parental, ya fuera de los propios hijos o de los retoños de otros.

Edward regresó a casa tras acompañar a los Knight en su viaje de bodas. Pero pasaron los años y, como la pareja seguía sin tener hijos, invitaba de vez en cuando a Edward a permanecer una temporada con ellos. El señor Austen, el maestro de escuela, se mostraba reacio a dejar marchar a Edward, preocupado de que «se retrasase en la gramática latina». Pero la madre de Edward era más perspicaz y comprendió lo que le podía reportar al muchacho la amistad con esa acaudalada pareja sin hijos. Poco a poco se fue haciendo patente que los Knight querían quedarse con Edward. El contenido de las discusiones entre el señor y la señora Austen en relación con el futuro de su retoño han pasado de padres a hijos. Cuentan estos relatos orales que la conversación concluyó con unas amables palabras de la esposa a su marido: «Pienso, querido, que deberías complacer a tus primos y dejar marchar al chico».

En consecuencia, el joven Edward se trasladó a Kent «montado a lomos de un caballo que el cochero del señor Knight, en otra cabalgadura, había traído desde Godmersham para él».135 Poco a poco, «la familia fue comprendiendo que habían elegido a Edward para convertirlo en hijo y heredero del señor Knight».136 Y que en esa nueva familia era bienvenido y amado. «En cuanto que hijo adoptivo —escribiría la señora Knight—, te he querido con la ternura de una madre.»137

«Deja marchar al chico», dijo la señora Austen. «Tan sólo cuatro palabras» que, al menos en la memoria de la nieta que aportó el documento, inclinaron con suavidad la balanza de la decisión. Sin embargo, las palabras se revelarían proféticas, por cuanto Neddy, que tan orgulloso había partido en su caballo, nunca volvió a casa. Y a diferencia de sus instruidos hermanos, cuyo talento les auguraba un gran futuro, Edward llegaría a convertirse en el más formal y rico de la familia, y en el más capaz para mantener a su madre y a sus hermanas en etapas posteriores de la vida.

La «belleza» de Edward, «sus ganas de divertirse y su vivacidad», que habían llevado a los Knight a elegirlo por encima de sus hermanos, devinieron literalmente su gran fortuna. En este aspecto se parecía más a Lizzy Bennet que al clásico caballero georgiano. La enorme suerte de Edward podría parecer, a ojos de un observador externo, demasiado buena para ser verdad; corrió el malicioso rumor de que no sólo era el hijo adoptivo, sino «el vástago ilegítimo» del señor Knight. Sin embargo, la partida de nacimiento de Edward en la parroquia de Deane no deja lugar a dudas, y estos rumores fueron acallados.138 La adopción definitiva —«su nueva familia adquirió más potestad sobre él»— tuvo lugar cuando Edward contaba dieciséis años, en 1783. Un conmovedor dibujo de siluetas encargado para conmemorar el acontecimiento muestra la entrega literal de Edward. La siguiente vez que sus hermanos lo vieran, apenas si lo reconocerían. Efectivamente, en la biblioteca de Chawton se conserva un traje de adolescente, confeccionado en terciopelo verde, que se cree perteneció al muchacho. Es mucho más elegante que el abrigo de lana y los bombachos que debía de vestir el hijo de un párroco distinguido pero empobrecido. Por si fuera poco, el traje está forrado de tafetán dorado.

Cuando Jane creció, trasladó a la ficción la historia de Cenicienta protagonizada por su hermano. La idea del hijo trasplantado aparece de vez en cuando; en el personaje de Frank Churchill; en el de Fanny Price; incluso en el de Anne Elliot, que se marcha a vivir con una madre sustituta, lady Russell. Las palabras de la señora Austen —«deja marchar al niño»— fueron tan memorables como para merecer un puesto de honor en la tradición familiar, y es probable que Jane las hubiera oído con tanta frecuencia como para incluirlas en Mansfield Park, la historia de una familia rica que acoge a un pariente pobre. «Deja que el niño venga», pide lady Bertram, desencadenando así una trama que a la larga los beneficiará a todos. Jane da otra vuelta de tuerca al motivo mediante el personaje de Isabella Knightley en Emma: «Resulta tan perturbador ver a un niño lejos sus padres (…) ¡Renunciar al propio hijo! ¡No podría pensar bien de alguien que me hiciera una propuesta semejante!» En un primer momento inspira compasión imaginar a la madre de Jane, que había tenido que «renunciar a su hijo», leyendo esta frase. Sin embargo, en una segunda lectura se aprecia que Isabella es un personaje necio, una mami un tanto cursi que suelta lo primero que se le ocurre. Cabe pensar que la señora Austen poseía un sentido del humor tan sutil como para captar la broma de su hija.

Los nuevos padres de Edward Austen no completaron su educación con un título universitario, sino con «la gran gira por Europa». Su diario de viaje muestra que en 1786 pasó un mes en Suiza y luego, en el verano de 1790, regresó al continente para visitar Italia, de nuevo Suiza, Alemania y Holanda.139 Redactaba un diario de viaje con un estilo alegre e irónico, bastante parecido al de Jane, que tenía por objeto entretener y divertir a aquellos de sus parientes que lo leyeran a su regreso. Por ejemplo, mientras que ellos lo suponían tal vez instalado en el lujo, él confesaba que había dormido de un tirón, por cuanto se había librado por una vez de «las camas incómodas, las habitaciones pequeñas y las infinitas pulgas».140 Al volver de su periplo europeo, Edward siguió viviendo con su nueva familia en Godmersham Park, Kent.

Los dos hermanos pequeños, Francis y Charles, eran los «juguetitos» de sus hermanas. Igual que otros hijos superfluos de familias con recursos moderados —pero a diferencia de cualquier Austen anterior— los enviaron a la Academia de la Armada Real de Portsmouth.

Según sus propias palabras, el joven Frank Austen era «más bien bajito», pero poseía «energía física a raudales».141 Su inquieto cuerpecillo le valió el apodo de «Mosca». De carácter firme y noble, hacía gala de «un fuerte sentido del deber, tanto de sí mismo hacia los demás como a la inversa».142 De hecho, permanecería toda la vida en la Armada, y sus hombres llegarían a admirarlo y a obedecerlo de buen grado.

En el Steventon de la infancia de Jane, Frank había demostrado a muy temprana edad su pertinaz y ambicioso afán de gloria: le encantaba cazar. Le confeccionaron su primer traje con aquel viejo equipo de amazona rojo de la señora Austen. Su pequeña estampa debía de lucir imponente sobre el caballo que le compraron a la edad de siete años. «Squirrel» llamó Frank a su montura —que significa ‘ardilla’—, pero sus envidiosos hermanos la llamaban «Macaco». Frank montó a Squirrel durante dos estaciones de caza antes de venderlo con beneficios.143 Esa aguda transacción presagió las habilidades para los negocios que demostraría a lo largo de su vida, que le granjearon buenos beneficios al margen de su carrera «oficial» en la marina.

A pesar de su corta estatura, Frank llegaría a lo más alto de su carrera naval. De hecho, disfrutó de más éxito profesional que cualquiera de sus hermanos. Durante su entrenamiento en Portsmouth, Frank recibió elogios por su «extraordinaria» constancia y por «haber terminado el plan de estudios matemáticos en un periodo mucho más breve de lo habitual».144 Tan sólo contaba catorce años cuando, el 31 de diciembre de 1788, se hizo a la mar por primera vez, rumbo a las Indias Orientales.

Si bien Frank destacaría en su profesión y la ejercería con agrado, investigaciones recientes han desvelado que no todos sus logros fueron alcanzados por medios del todo honrados. Una parte, como mínimo, de sus futuros ingresos como oficial de la marina procederían de los favores que hacía a la Compañía de las Indias Orientales, como transportar lingotes de oro en «93 cofres» de China a Madrás. Su nombre aparecería más a menudo y en términos más favorables que el de cualquier otro oficial de la Armada Real en las actas secretas de la junta de dicha compañía.145 En su momento, Frank se convirtió en un padre cariñoso y afable, que se mostraba encantado, durante sus estancias en el hogar, de fabricar juguetes de madera en un torno o de confeccionar borlas para las cortinas. De hecho, es muy posible que su hermana se inspirara en él para crear al diligente y hogareño capitán Harville de Persuasión. Pero Frank también era muy capaz de ordenar, sin pestañear, la clase de castigos violentos que hundían cada vez más la reputación de la Marina Real por su crueldad con los viejos lobos de mar. El 14 de enero de 1796, por ejemplo, Frank anotó en el diario de a bordo, con absoluta indiferencia, que había «castigado a dieciséis marinos con doce latigazos a cada uno por haber descuidado su turno de vigilancia en cubierta».146 Y, mientras que los capitanes de la marina podían hacerse ricos gracias a las recompensas que ganaban por avistar barcos enemigos, los marinos seguían recibiendo el mismo sueldo desde hacía 140 años.147 Así pues, Frank constituye un enigma, admirado y amado por su hermana, pero en posesión de una vena cruel en lo más profundo de su ser.

Charles, el hermano menor, poseía el encanto y la capacidad de adaptación que suele caracterizar al pequeño de la familia. De carácter más débil que Frank, demostraba «un temperamento dulce y un talante afectuoso» que en épocas posteriores le granjearía el amor de sus hombres. Él también ascendería en la Marina, pero nunca tuvo tanta mano como Frank para ganar dinero.148

Entre tanta ambición y emoción masculinas, Jane y Cassandra estaban destinadas a quedarse en casa. Fueron criadas «en la más completa ignorancia de lo que era el mundo y lo que sucedía en él», escribió un Austen años después. Los historiadores más recientes han destacado, con razón, que —lejos de ser así— Jane nació en un mundo dinámico y en expansión, en el seno de una familia cuyas relaciones abarcaban continentes e imperios. Su vida no se reducía a la tranquila rectoría, al goteo de la lluvia en el jardín ni a las visitas a las mismas vecinas una y otra vez.149 Pero, si bien Jane y su hermana tenían parientes y conocidos que habían visitado las plantaciones de esclavos del Caribe, los mismos mercados de la India en los que el cuñado de su padre intentaba hacer fortuna y en los salones de Oxford, no deja de ser verdad que pasaban buena parte del tiempo en la lluviosa campiña, escribiendo relatos porque no había nada más que hacer.

La propia Jane era consciente de lo que se estaba perdiendo por ser mujer y envidiaba a sus hermanos. «Edward y Frank han partido ya a buscar fortuna —escribió—. Este último volverá pronto y nos ayudará a buscar la nuestra.» Buscar fortuna era mucho más difícil para las mujeres que para los hombres. Las muchachas de las capas sociales más bajas tenían la posibilidad de «trabajar cosiendo o limpiando», pero a Jane y Cassandra, como miembros de la pseudogentry, les habría resultado imposible encontrar empleos tan prácticos. Mientras que «los hombres no encuentran dificultades para abrirse paso en el mundo», la única esperanza de las chicas era casarse.150

A estas alturas del relato, sin embargo, el lector atento se habrá dado cuenta de que me he saltado a un hermano de la lista. ¿Dónde estaba George, que viajó de Deane a Steventon en 1768 y del que no hemos vuelto a saber nada desde entonces?

Bueno, George ya no vivía en casa. Cuando se hizo patente que nunca superaría su propensión a los «ataques», sus padres decidieron enviarlo a vivir con una familia de acogida de manera permanente. Ya existía un precedente en este aspecto, porque la propia señora Austen tenía un hermano mayor discapacitado que había recibido un trato parecido. Los dos, tío y sobrino, acabaron viviendo juntos con la misma familia de cuidadores, los Cullum, en un pueblo situado al norte de Basingstoke llamado Monk Sherborne. Visto desde ahora, el domicilio en cuestión ofrece un curioso reverso de la familia de Steventon.

Los más recientes estudiosos de la familia Austen han hablado largo y tendido del silencio familiar respecto al tema de George, el niño defectuoso al que facturaron lejos. El estigma de la enfermedad mental que su existencia representaba fue borrado de las primeras versiones de la historia familiar, junto con cualquier muestra de desavenencia y con los romances de tía Jane. Así pues, buena parte de lo que sabemos ha llegado hasta nosotros cribado por el filtro Austen, que depuró y analizó cuidadosamente la información a la que el público podía tener acceso. Como la propia Jane observa en Persuasión: «Cuando lo que se hace y se dice pasa por tantas manos (…) acaba por contener muy poca verdad». En el caso de George, la predisposición en su contra es horriblemente fácil de detectar. Cuando el sobrino de Jane escribió la famosa semblanza de su tía para su publicación en 1871, la obra que pretendía mostrar la personalidad de Jane Austen a los lectores, se refirió a Edward como «el segundo hermano», aunque de hecho era el tercero, igual que si George nunca hubiera existido.151 La omisión se repite en Jane Austen’s Sailors Brothers de 1906, otra historia relevante escrita por miembros de la familia: «De los siete hijos todos se las arreglaron bien, dos ascendieron a lo más alto en su profesión y una fue… Jane Austen».152 Pobre George, que, encima de no «arreglárselas bien», fue olvidado por completo.

¿Quería la familia a George? Se ha especulado que Jane, que en una época de su vida «usó los dedos» para comunicarse con un hombre privado del sentido del oído, había usado el mismo sistema para hablar con un hermano en esa misma situación. Pero es poco probable que lo conociera siquiera. George ya no vivía en casa cuando regresó de visita en 1770. A la sazón parecía estar «bastante bien», aunque acababa de acusar otro ataque tras casi un año sin ninguna crisis.153 «Solo Dios sabe», escribió el padre, en qué medida se recuperaría George. Pero «nos consolamos pensando —prosiguió el señor Austen— que nunca será un niño malo o retorcido».154

Los «ataques» intermitentes de George apuntan a la epilepsia, un trastorno que las gentes de la época georgiana todavía creían vinculado a la luna. Un par de siglos atrás, es probable que los doctores, al examinar a George, hubieran atribuido su enfermedad al diablo y que su tratamiento hubiera sido mucho menos compasivo. Pero entonces, con la Ilustración, los médicos empezaban a tratar enfermedades como la epilepsia en tanto que trastornos físicos, más que manifestaciones de la ira divina. En su libro Cases of the Epilepsy, de 1746, el doctor John Andree escribió que, a pesar de que antiguamente se creía que «Dios, el diablo, la brujería y otros agentes sobrenaturales» provocaban esta enfermedad, la epilepsia se debía a «un trastorno localizado en el cerebro».155

También el señor Austen, al comentar que George se libraría de ser «malo o retorcido», estaba dejando patente que consideraba el sufrimiento de su hijo un problema de origen físico más que un castigo divino. Y este cambio de mentalidad implicaba la esperanza de que la enfermedad se pudiera curar y no sólo sobrellevar.

El trato que recibió George ha despertado indignación entre los investigadores más recientes de los Austen, incluido el hecho de que desaparezca gradualmente del relato familiar hasta tal punto que su propia madre olvida mencionarlo en su testamento. Sin embargo, las decisiones que se tomaron respecto a George no eran infrecuentes en su época.

El doctor Andree, el experto en epilepsia al que nos referíamos antes, argüía que los pacientes debían disfrutar de cuidados especializados, porque estaban «en peligro de lastimarse a sí mismos» como consecuencia de «una violenta contusión cerebral en el transcurso de un ataque».156 Si, como sugiere, Andree, la gula, la pasión, el miedo, la pena o la ira podían desencadenar un episodio, convenía mantener a los epilépticos alejados de la sociedad. La gente todavía pensaba que la epilepsia podía ser contagiosa, como la rabia.157 Así pues, enviando a George a vivir con otros epilépticos como él, los Austen estaban siguiendo los consejos médicos más en boga en esos tiempos. En el hogar de los Cullum, sus cuidadores, tal vez lo indujeran al vómito en la peligrosa fase de la luna llena. Es posible que lo trataran con muérdago, valeriana, opiáceos u otros medicamentos aconsejados, o que le administraran una relajante «dieta de leche».158

Sin embargo, la vergüenza que les provocaba la enfermedad de George seguía ahí. Además del peligro de contagio, los expertos creían que la «epilepsia se hereda en ocasiones, tanto del padre como de la madre».159 Como el hermano de la señora Austen sufría una dolencia similar, es posible que la enfermedad se manifestara de vez en cuando en la familia. Si la enfermedad de George hubiera salido a la luz, habrían saltado las dudas respecto a la salud de Jane y Cassandra, lo que habría reducido su cotización en el mercado matrimonial.

Todo ello significa que un hogar tan ajetreado, bullicioso y atestado de niños como la rectoría albergaba secretos también. Puede que este silencio se manifestase a la larga en Jane como una veta dura o áspera y en la reticencia a expresar sus emociones. Nunca sabremos qué pensaba en realidad, porque tan sólo se esperaba de ella, igual que de sus hermanos, que compartiese el austero entusiasmo literario de su padre y la «vena sarcástica» de su madre. El amor romántico o las relaciones no formaban parte de los temas de conversación habituales en Steventon. Pues claro que no hay que casarse por amor, escribió su hermano James con cinismo, porque en ese caso «no existirían los divorcios» y eso sería una desgracia para los abogados.160

Es verdad que Jane y Cassandra eran dos chicas poco convencionales y que tuvieron la suerte de crecer en una familia que valoraba el intelecto. Pero también tenían muy claro que nunca podrían formar parte de la república del pensamiento con la libertad de la que disfrutaban sus hermanos y los alumnos internos. Los valores intelectuales de Steventon las obligaban a respetar el importante trabajo que llevaban a cabo los chicos al aprender lenguas antiguas para sus futuros oficios de magistrados, párrocos y hacendados, mientras ellas ayudaban a la señora Austen en la cocina.

Debía de resultar desconcertante. ¿Cuáles serían las prioridades de Jane y Cassandra mientras aprendían a convertirse en señoritas?


111. Honan, 1987, edición de 1997, p. 17.

112. George Austen a Frank Austen, citado en John Henry Hubback y Edith Charlotte Hubback, Jane Austen’s Sailor Brothers, Londres, 1906, p. 20.

113. Sutherland, 2002, p. 26.

114. David Spring, «Interpreters of Jane Austen’s Social World: Literary Critics and Historians», en Janet Todd, ed., Jane Austen: New Perspectives, Londres y Nueva York, 1983, p. 60.

115. Margaret Hunt, The Midling Sort, Berkeley, 1996.

116. Adams, 1825, p. 5.

117. Francis William Austen, Memoir of his own life, en posesión de su familia, citado en Le Faye, 2004, p. 56.

118. James Austen, The Loiterer, n.º XXIX (15 de agosto de 1789), p. 1.

119. Vere Langford Oliver, The History of the Island of Antigua, Antigua, 1896, vol. 2, p. 296.

120. Austen-Leigh, 1942, pp. 28-31, señora Austen a señora Walter, Steventon (6 de junio de 1773), pp. 30-31, señora Austen a señora Walter, Steventon (12 de diciembre de 1773).

121. «Espistle to G. East Esq.r», en Selwyn, 1996, p. 25.

122. Le Faye (2004), p. 45.

123. Caroline Austen, en Sutherland, 2002, p. 173.

124. Ver Warren Roberts, Jane Austen and the French Revolution, Londres, 1979, pp. 13-14.

125. Caroline Austen, en Sutherland, 2002, p. 173.

126. Citado en Honan, 1987, edición de 1997, p. 74.

127. Oficina de Registro de Hampshire, ms. 23M93/85/2.

128. Austen Leigh (1942), pp. 132-134, Eliza de Feuillide a Philadelphia Walter, Orchard Street (22 de agosto 1788).

129. Ibíd.

130. James Austen, The Loiterer n.º 1 (31 de enero de 1789).

131. Christine Grover, «Edward Knight’s Inheritance: The Chawton, Godmersham and Winchester Estates», Persuasions Online, vol. 34, n.º 1 (invierno de 2013).

132. Oficina de Registro de Hampshire, ms. 23M93/85/2.

133. Sutherland, 2002, p. 16.

134. Ibíd., p. 13.

135. Oficina de Registro de Hampshire, ms. 23M93/85/2.

136. Citado en Le Faye, 2004, p. 44.

137. Ibíd. p. 108.

138. Honan (1987, edición de 1999), p. 127; Le Faye (2013), p. 33.

139. Jon Spence, ed., Jane Austen’s Brother Abroad: The Grand Tour Journals of Edward Austen, Jane Austen Society of Australia, 2005. Spence señala el tono sardónico de la prosa de Edward, un poco al estilo de Jane.

140. Citado en Spence, 2007, p. 35.

141. Memorias de Frank, citado en Spence, 2007, p. 35.

142. Sutherland, 2002, p. 17.

143. Ibíd., p. 36.

144. Citado en Le Faye (2004), p. 65.

145. Actas de la Corte de la Compañía de las Indias Orientales, 1808 y 1810, en Honan (1987; edición de 1997), p. 69.

146. Nota de Frank Austen fechada el 14 de junio de 1796, citada en Hubback, 1906, p. 29.

147. Uglow, 2014, p. 174.

148. Sutherland, 2002, p. 17.

149. Fanny Knatchbull, sobrina de Jane, en una carta publicada en The Cornhill Magazine, vol. 163, 1947-1949, pp. 72-73.

150. Edward Hall, ed., Miss Weeton: Journal of a Governess, Oxford, 1939, vol. I, pp. 6-7.

151. Sutherland, 2002, p. 16.

152. Hubback, 1906, p. 2.

153. Austen-Leigh, 1942, pp. 22-24, rev. George Austen a la señora Walter, Steventon (8 de julio de 1770).

154. Austen-Leigh (1942), pp. 22-24, rev. George Austen a la señora Walter, Steventon (8 de julio de 1770).

155. John Andree, Cases of the Epilepsy, Hysteric Fits, and St Vitu’s Dance, Londres, 1746, edición de 1753, p. 6.

156. Ibíd., p. 1.

157. Lisa Smith, «The Moon and Epilepsy in the Eighteenth Century», The Sloane Letters Blog (23 de mayo de 2013); www.sloaneletters.com/the-moon-and-epilepsy.

158. Andree, 1753, pp. 26, 30.

159. Ibíd., p. 6.

160. James Austen, The Loiterer, n.º XXIX (15 de agosto de 1789).