«Ahora tenemos otra niña.»
Señor Austen, 1775
Siete años después del traslado, a mediados de diciembre de 1775, la señora Austen hacía semanas que había salido de cuentas de su último embarazo. El nacimiento se retrasaba ya un mes de la fecha prevista. Pero, al menos en esta ocasión, el niño parecía pequeño: se sentía «más liviana y activa que la última vez».76
El invierno estaba siendo inusualmente duro en Hampshire. El naturalista Gilbert White, que vivía en el pueblo cercano de Selbourne, cuenta que el 26 de noviembre coincidió con una «época de gran oscuridad: la penumbra invadía el interior de las casas poco después de las tres de la tarde. Llovía tanto que la humedad se condensaba en las paredes, revestimientos de madera, espejos, etc., e incluso el agua caía a chorro en algunas zonas».77 El mes de noviembre cedió el paso al de diciembre y el nacimiento seguía sin producirse. Hacia el 13 de diciembre, White advirtió que en los estanques «el hielo aguanta: los chiquillos están patinando», y comentó que «la gente del campo, que amanece mucho antes de la salida del sol, habla de una escarcha dura como la roca».78 Se avecinaban fuertes heladas.
En sus partos anteriores, la señora Austen había solicitado la ayuda de las mujeres de la familia, ya fuera la hermana del señor Austen, Philadelphia, o la prima. Por lo que sabemos, para su séptimo parto no consideró necesarios tales preparativos. Puede que la señora Austen mandara llamar a la comadrona del pueblo, pero desde luego no creía necesario solicitar los costosos servicios de un médico de Basingstoke. Más adelante, ella misma asistiría los nacimientos de sus propios nietos. Y, por supuesto, siempre podía contar con las vecinas. De hecho, en la cercana Manydown Park las paisanas se comprometieron a ayudar a la mujer de otro clérigo, Jane Bigg, cuando hiciera falta. Creo que el secretario de su marido pretendía tranquilizarla cuando escribió las siguientes líneas, pero la poética ofrenda suena más bien a amenaza:
Las obsequiosas mujeres de esta humilde parroquia
acudirán prestas cuando llegue el momento.
De noche o de día desfilarán a su encuentro
para asistirla en el parto de sus hermosos hijos.79
En Steventon, el sábado 16 de diciembre transcurrió como de costumbre. Por la noche, cuando por fin llegó «el momento» esperado por la señora Austen, sucedió «casi de improviso».80
Sin embargo, «todo transcurrió deprisa y bien», informaba el señor Austen con alivio. «Ahora tenemos otra niña, un juguetito para Cassy y una futura compañera. Se llamará Jenny.»81 En la carta que escribió para informar del nacimiento de Jane, la noticia aparecía intercalada con comentarios de temas cotidianos, como si no diera mucha importancia al nacimiento; temía verse obligado a abandonar la roturación a causa de las heladas.82 Por otro lado, los cariñosos diminutivos que daba a sus hijos y la idea de que la recién nacida fuera el «juguetito» de la hermana mayor, Cassy, lo revela como un padre moderno, «tierno», a diferencia de la paternidad rígida y distante que se estilara décadas atrás. Ese hombre quería a sus hijos y se aseguraba de que lo supieran. Casi todos sus hijos lo amarían profundamente a su vez.
También informaba de que su esposa —«gracias a Dios»— se encontraba perfectamente.83 La señora Austen debió de reanimarse de golpe después de ingerir el famoso «ponche de huevo», una especie de gachas mezcladas con bebidas alcohólicas. Un manual de cocina georgiano enseña a prepararlo mezclando avena, pimienta de Jamaica, un cuarto de litro de cerveza y un vaso de ginebra.84 Su bebé y ella yacían en el mismo jergón de plumas que habían traído de Deane, bajo el dosel de la cama matrimonial de cuatro postes. La habitación también albergaba un tocador y una alfombra junto a la cama, pero poco más, quizás una cómoda.85
Los médicos de la época intentaban que las mujeres abandonaran la costumbre tradicional de guardar cama durante la cuarentena, y las alentaban a dejar entrar la luz y el aire en el dormitorio. «Las cortinas deberían estar abiertas —argüían— para que el aire fresco despeje los efluvios.» Pero en el Hampshire rural, con aquel tiempo inusitadamente frío, la señora Austen debió de atenerse a las viejas usanzas, que requerían «echar las cortinas alrededor de la cama, bien ajustadas, las puertas y ventanas (…) selladas hasta el último resquicio, incluido el hueco de la cerradura». Las ventanas no debían estar protegidas tan sólo «por los postigos y las cortinas sino también por mantas». Es poco probable que la señora Austen se atreviera a «sacar la nariz de la cama por miedo a acatarrarse», y quizás tenía a su alcance «una buena tetera de ponche, cargado con generosas dosis de licores calientes».86 En años posteriores, la nueva hija de la señora Austen criticaría a una mujer por sus malos hábitos a la hora de guardar cama: «no tiene bata para levantarse; sus cortinas son demasiado finas». El frío de la campiña georgiana penetraba con facilidad en el interior de las casas. Todo el mundo sabía por propia experiencia que «el agua de las jofainas se congelaba a los pocos minutos de verterla».87 Cabe suponer que la señora Austen y su recién nacida se aseguraran de estar calentitas.
La parentela debió de experimentar un gran alivio cuando la niña llegó por fin. «Sin duda lleváis un tiempo esperando tener noticias de Hampshire —le escribió el señor Austen a un pariente—, y quizás os haya extrañado que, siendo tan mayores, hagamos unos cálculos tan torpes.» En efecto, la señora Austen esperaba «dar a luz un mes atrás».88
¿De verdad sus cálculos eran torpes? El señor y la señora Austen no eran primerizos; ya tenían seis hijos. Es muy posible que sus cálculos fueran buenos y que Jane se contara entre el cinco por ciento de niños que continúa en el vientre materno más allá de la semana cuarenta y tres. En esos casos existe el riesgo de que la placenta deje de funcionar correctamente y que los niños no reciban los suficientes nutrientes, lo que puede provocar deterioro de los tejidos. Los infantes «tardíos» a menudo son grandes (como Jane) y adolecen de mala salud durante las primeras semanas de vida. En ocasiones, las madres consideran a esos niños «difíciles» y afirman que precisan más cuidados que los demás.89
Un manual para comadronas sugería que los recién nacidos «deben descansar cómodamente sobre un almohadón, en un lugar donde no haya peligro de caídas», con una persona sentada a su lado que «los entretenga, juegue con ellos y los tome en brazos de inmediato si expresan la más mínima insatisfacción».90 ¿Entretenía la señora Austen a la pequeña Jane y jugaba con ella mientras yacían juntas en la cama durante esas primeras semanas? ¿O bien no se sentía con fuerzas? Jane, de cuerpo grande y llegada tardía, siempre tendría una relación tensa con su madre. Su ficción está sembrada de madres en absoluto ideales: la señora Dashwood y la señora Bennet, que carecen de sentido común; la señora Price, que tiene la cabeza en las nubes; o las difuntas señora Woodhouse y señora Elliot, ambas ausentes ya al inicio del relato.
Habiendo nacido en el Hampshire rural, Jane debió de ser fajada, lo que implicaba envolverla con una tela prieta para evitar que rodara y cayera. Con relación a este aspecto, los investigadores que estudian hoy día la infancia georgiana suelen citar el innovador libro de Jean-Jacques Rousseau Emilio o Tratado de educación (1762) para sugerir que la práctica de fajar a los recién nacidos estaba a punto de pasar a la historia. Rosseau revolucionó las ideas sobre crianza infantil al sugerir que los niños debían moverse a su antojo, sin fajas que limitaran sus movimientos, y que debían ser amamantados por sus madres y no por una nodriza. El último grito en moda infantil era el «pijama de inclusero», una prenda sin abotonaduras que se ataba con tiras. El pijama se creó para los niños de la inclusa de Londres, que precisaban atuendos «cómodos y prácticos».91 Pero la señora Austen, allá en Hampshire, con tantos niños a los que atender, sin duda estaría demasiado ocupada como para leer a un escritor tan moderno y urbano como Rousseau o para comprar ropa de recién nacido sofisticada. Es más probable que se guiara, si acaso buscaba información en algún libro, por La guía de la comadrona de 1744, escrito a guisa de un diálogo entre un pomposo cirujano y una humilde enfermera («Muchas gracias por el consejo, señor, seguiré sus instrucciones.»)92 Este cirujano ya insistía, mucho antes que Rousseau, en que «lo mejor es dar el pecho», y también expresaba sus dudas acerca del fajado, que recomendaba sustituir por el pañal y una manta. Pero la atenta enfermera debía de saber, igual que lo sé yo porque así me lo han contado amigos míos que practican la recreación histórica, que fajar a un bebé lo tranquiliza y lo ayuda a dormir.93 En resumidas cuentas, es práctico. Es probable que a Jane la fajaran siguiendo las antiguas costumbres.
El frío intenso se prolongó durante enero y febrero de 1776, los primeros dos meses de la vida de Jane. Durante toda una quincena fue imposible transitar en carro o caballo ni siquiera las mejores vías. En la zona de Oxford se contrató a 217 hombres para que despejaran la carretera de pago, pero entonces llegó el hielo, que era «muy peligroso, como desplazarse sobre cristal».94 El Támesis se congeló a su paso por Londres. La situación alcanzó tales extremos que Jane tuvo que esperar al 5 de abril de 1776 para ser bautizada porque no podían recorrer el corto trecho que separaba la rectoría de la iglesia en la que predicaba su padre.
A día de hoy, la iglesia de Steventon sigue en pie en lo alto de una tranquila avenida que discurre entre campos y luego entre bosques tachonados de prímulas en verano. «Lo más hermoso de Steventon —afirma el sobrino de Jane y primer biógrafo— eran los setos. En esa región un seto no es un cercado regular de plantas, sino un reborde desigual de arbustos y pimpollos», bajo cuyas ramas «se encontraban las primeras prímulas, anémonas y jacintos silvestres».95 Una senda flanqueada de unos setos como ésos —el Camino de la Iglesia— ascendía de la rectoría al templo del señor Austen, un santuario de piedra que databa del siglo xii. Jane llegaría a conocer muy bien el tejo del jardín, supuestamente de 900 años de edad, y la inmensa llave del portalón.
Junto a la iglesia se erguía la casa solariega de la familia Digweed, que llevaba más de un siglo asentada allí. La vivienda incorporaba parte de una cruz sajona del siglo ix y había sido una morada normanda hasta 1560, año en que fue derribada y reconstruida. La mansión pertenecía en realidad al gran mecenas de Steventon, el señor Knight, de Godmersham, en Kent y los Digweed la tenían arrendada. Sus cuatro hijos y los niños Austen pronto jugarían juntos por los prados.
El señor Thomas Knight de Godmersham, otro de los amables parientes ricos de George Austen, era uno de esos caballeros que en la época georgiana nacían con estrella. Una serie de propiedades fueron a parar a sus manos sin más gracias a distintas herencias. Al heredar una de sus mansiones, se cambió el apellido de nacimiento, «Brodnax», por el de «May». Y luego, cuando heredó otra de su prima segunda Elizabeth Knight de Chawton, en Hampshire, «May» se convirtió en «Knight». Como cada cambio de nombre requería un decreto ley del gobierno, se oyó murmurar a un miembro del parlamento que, «vistos los problemas que nos da este caballero (…) lo mejor sería promulgar un decreto ley para que use el nombre que le venga en gana».96
Puesto que el señor Knight, aun siendo dueño de más de la mitad de las tierras de la parroquia, vivía en el distante condado de Kent, el señor Austen era su representante en el pueblo igual que lo era de Dios. George Austen era la persona más importante de la aldea, y el apellido tenía un gran peso en la región.
Y, si bien Jane pertenecía a la primera generación de los Austen nacida en Steventon, su primer biógrafo procura describir la zona de un modo que sugiera intemporalidad y antigüedad:
La aislada ubicación de la iglesia, alejada del bullicio de la aldea (…) le otorga un ambiente solemne y adecuado al silencioso descanso de los difuntos. Fragantes violetas, tanto moradas como blancas, crecen profusamente bajo la tapia sur. Uno tiende a preguntarse cuántos siglos llevan los ancestros de esas pequeñas flores ocupando ese rincón plácido y soleado, y a considerar cuan pocas familias vivas pueden jactarse de poseer el derecho al disfrute de una tierras tan antiguas.97
Esa Inglaterra sembrada de flores que suele relacionarse con Jane Austen y que tan bien conocemos gracias a incontables adaptaciones cinematográficas tiene poco que ver con las agudas y sarcásticas novelas de la propia Jane, poco aficionada a almibaradas descripciones de la campiña, y mucho con el sentimental sobrino victoriano de la escritora. Las idealizadas estampas de Steventon, con sus «ondulantes prados» y sus «esbeltos olmos», son en buena parte gentileza de James Edward Austen-Leigh, el hijo del hermano mayor de Jane, James. Sus descripciones, escritas más de cincuenta años después de la muerte de Jane, satisfacían la curiosidad que la gente empezaba a sentir por conocer la vida de su célebre tía, pero debemos cogerlas con pinzas. En la época en que Jane fue bautizada, la gélida campiña no brindó precisamente una radiante acogida al último miembro de la familia Austen. En su estampa de la vida rural georgiana, James Edward Austen-Leigh obvia buena parte del fango, del aburrimiento y del duro trabajo.
Una vez bautizada, Jane no permanecería mucho tiempo en la relativa comodidad del hogar. Al igual que sus hermanos, fue enviada al pueblo para que otra familia la criara. Es probable que su madre de acogida fuera Elizabeth Littleworth, de la granja Cheesedown. La función de esta nodriza no era la de amamantar al recién nacido, por cuanto la señora Austen conservaba a sus hijos con ella hasta que dejaba de darles el pecho. Sin embargo, había adquirido la costumbre de dejar a sus pequeños al cuidado de la comadrona. Únicamente regresaban a casa cuando eran lo bastante mayores para caminar. La señora Littleworth, o Littlewort, debía de alimentar a los niños con «pap», una palabra que servía para designar tanto la leche materna como un alimento infantil consistente en «pan con agua hervida endulzada con azúcar moreno».98 La granja Cheesedown favorecía la socialización, porque la señora Littleworth tenía hijos propios también: Anne o «Nanny» (que de mayor se convertiría en la peluquera de Jane) y Bet, «compañera de juegos» del hermano mayor de Jane, Edward. Jane consideraba a Nanny y a Bet como parte de su familia. Cuando Frank, el hermano de Jane, quería jugar en vez de irse a la cama, asomaba la cabeza por la puerta y decía: «Bet, ¿vienes a ayudarme?» con el acento de Hampshire de los Littleworth. En realidad, la costumbre de los Austen de pronunciar el título Abadía de Northanger como «North-hanger» apunta a que aspiraban la «H» como se hacía en Hampshire.99
Siguiendo la tradición familiar, el pequeño Austen que vivía en casa de los Littleworth «recibía la visita diaria de su madre, de su padre o de los dos, y con frecuencia era llevado también a la casa parroquial». Sin embargo, la granja «era su hogar y allí se quedaría hasta que fuera lo bastante mayor para caminar y hablar».100 No era poco habitual, ni se consideraba cruel, que una madre de la época georgiana enviara a un niño a otro hogar para que recibiera cuidados más especializados. En esos tiempos la crianza infantil recaía sobre un grupo mayor que la mera familia nuclear y a menudo «se delegaba el trabajo en los hermanos, en los abuelos, en las comadronas y en los criados».101 La costumbre de los Austen de externalizar el cuidado de sus hijos menores daba buen resultado. A diferencia de buena parte de las familias del siglo xviii, entre las cuales la falta de higiene y la enfermedad acarreaba una mortalidad infantil penosamente alta, no consta que los Austen perdieran ningún hijo.
Sin embargo, esta pragmática concepción de la crianza sin duda debilitó los vínculos entre la señora Austen y sus retoños. Cuando la madre se ausentaba de Steventon, escribió su marido, sus hijos apenas si se daban cuenta. «Volcaron su pequeño afecto en aquellos que tenían cerca y que se portaban bien con ellos.» «Puede que no sea la situación que un padre amoroso elegiría —meditó el señor Austen—, pero la Providencia así lo ha dispuesto por la felicidad de los niños».102
Los primeros biógrafos de Jane, miembros de la familia, solían afirmar que el clan estaba estrechamente unido, la vida discurría en armonía y la rectoría era autosuficiente. En épocas más recientes, sin embargo, los investigadores han señalado que, entre el periodo de la crianza y su etapa escolar, Jane pasaría casi cinco de sus primeros once años de vida lejos de su hogar y de su madre. El dato arroja nueva luz sobre la famosa convivencia familiar de los Austen. Tal vez contribuya a explicar también, en parte, la frialdad que posteriormente se detecta entre Jane y su madre.
El hijo menor de la señora Austen, Charles, nació el 23 de junio de 1779. La mujer tenía cuarenta años a la sazón. Aunque ya había dado a luz otras ocho veces, había sido lo bastante lista como para espaciar sus embarazos con el fin de preservar su salud. Ahora, por fin, la familia estaba completa. Cuando Jane regresó a casa después de su estancia en la granja Cheesedown, quedó relegada al papel del miembro menos importante de la familia, la hija pequeña, el juguetito de su maternal hermana mayor, Cassandra. De carrillos regordetes con tendencia a sonrojarse, era de naturaleza introvertida, así que buscó «un refugio seguro en el silencio».103 En años posteriores, Jane lamentaría haber sido tan tímida de niña. Escribió en tono envidioso acerca de la seguridad en ella misma de una amiga más joven: «una chica simpática, natural, abierta y afectuosa, dotada de las buenas maneras que vemos en los niños educados de hoy; distinta en todo a mí misma a su edad, que a menudo soy toda estupor y vergüenza». Su hermano Henry señaló que Jane «jamás pronunciaba un palabra a la ligera, un comentario tonto o fuera de tono. Si no sabía qué decir, prefería quedarse callada».104 Observadora y paciente, su presencia debía de resultar un tanto desconcertante a su incansable y ajetreada madre.
Sin embargo, debajo de toda esa timidez hervía un mar de sentimientos. Cuando Jane creció, fue con su hermana con la que se abrió, como si Cassandra fuera una segunda madre. Las figuras maternas que sustituyen a la madre real aparecen con frecuencia en las novelas de Jane; era un papel con el que estaba muy familiarizada y que ella misma adoptaría a su vez con mujeres más jóvenes. En los tiempos de la rectoría, las dos hermanas forjaron un vínculo indestructible. «Su afecto mutuo era intenso —comentaron sus parientes—. Excedía el amor habitual entre dos hermanas, y fue así desde la infancia.»105
Pese a todo, no eran iguales. Cassandra hacía gala de un talante más frío y calculador, advirtió la familia según las chicas crecían, mientras que Jane era más serena y dócil. Cassandra poseía «la virtud de mantener su genio siempre a raya», pero «Jane tenía la suerte de poseer un temperamento que no requería control».106 Este comentario, como señala la crítica Marilyn Butler, retrata una de las pocas ocasiones en que la familia contempla a Jane y a Cassandra como dos individuos aislados.107 Los Austen, a la sazón, eran tantos y tan alegres y valoraban tanto la cohesión que obligaron a las dos muchachas a convertirse en una. El señor Austen se refería a sus hijas como «las niñas». «¿Dónde están las niñas?», preguntaba, o: «¿Las niñas han salido?».108
Sin embargo, la observación acerca de la plácida personalidad de Jane, procedente de la propia familia Austen, revela una absoluta, casi deliberada incapacidad para entender su carácter. Nadie pensaría que carecía de temperamento después de leer las cartas que le escribía a Cassandra, que en ocasiones rebosaban pura rabia y malicia. «Los mejores escritores a menudo son los que peor se expresan a viva voz», escribió un colega novelista que conocía a Jane, refiriéndose a sus cualidades.109 Era tan cerrada que ni siquiera los miembros de su familia la conocían.
Siendo una mujer muy anciana, Cassandra compartiría un antiguo recuerdo que revela fuertes sentimientos tanto de anhelo como de amor por parte de la supuestamente pasiva Jane. Cassandra se había marchado de Steventon para pasar unos días con los primos de Bath. Años y años más tarde, recordó un instante muy especial: su «regreso a Steventon una radiante mañana de verano». El señor Austen se había desplazado a Andover para recoger a su hija, que llegaría acompañada de su tío, y llevarla a casa en un coche de alquiler. Súbitamente, muy cerca ya de casa, el señor Austen y Cassandra vieron en la carretera a «Jane y a Charles, los pequeños de la familia, que habían caminado hasta allí para salir al encuentro del carruaje y disfrutar de la diversión de volver a casa montados en él».110
Los lectores sin duda sabrán, por cuanto Jane murió muy joven, que esta historia de su vida no termina bien. Pero les ruego que retengan en la mente esta radiante escena de la escritora a los seis años y medio, porque este comienzo contiene también buena parte de lo que desencadenará el devastador final. Imaginen a Jane feliz, con toda la vida por delante, correteando por los campos de Hampshire una tarde de verano, ansiosa por volver a ver a Cassandra y pedirle que la lleve a casa.
76. Austen-Leigh, 1942, pp. 31-2, señora Austen a la señora Walter, Steventon (20 de agosto de 1775).
77. Walter Johnson, ed., Gilbert White’s Journals, Boston, 1931, p. 115.
78. Johnson, 1931, p. 116.
79. Tom Withers, ed., Reginald Fitz Hugh Bigg-Wither, A History of the Wither Family, Victoria, BC, Canadá, 2007, p. 61.
80. Austen-Leigh, 1942, pp. 32-33. Rev. George Austen a señora Walter, Steventon (17 de diciembre de 1775).
81. Ibíd.
82. Ibíd.
83. Ibíd.
84. Maria Eliza Ketelby Rundell, A New System of Domestic Cookery, Exeter, Inglaterra, 1808, p. 268.
85. Reading Mercury, vol. XXXIX, n.º 2048 (27 de abril de 1801), p. 2.
86. Charles White, A Treatise on the Management of Pregnant and Lying-in Women, Londres, edición de 1791, p. 131; p. 6.
87. Woodforde, 1999, p. 275 (14 de enero de 1792).
88. Austen-Leigh, 1942, pp. 32-33, rev. George Austen a la señora Walter, Steventon (17 de diciembre de 1775).
89. Annette Upfal, «Jane Austen’s Lifelong Health Problems and Final Illness: New Evidence Points to a Fatal Hodgkin’s Disease and Excludes the Widely Accedpted Addinson’s», Med Humanities, 2005, vol. 31, pp. 3-11; p. 4.
90. Samuel y Sarah Adams, The Complete Servant, Londres, 1825, p. 257.
91. William Moss, An Essay on the Managemente and Nursing of Children, Londres, 1781, p. 44.
92. John Huxham, The Nurse’s Guide, Londres, 1744, p. 16.
93. Huxham, 1744, p. 41.
94. Emily J. Climenson, ed., Passages from the Diary of Mrs. Philip Lybbe Powys, Londres, 1899, p. 157.
95. Sutherland, 2002, p. 23.
96. G. H. Tucker, A Goodly Heritage: A history of Jane Austen’s Family, Manchester, 1983, pp. 18-19.
97. Sutherland, 2002, p. 24.
98. Moss, 1781, p. 59.
99. Park Honan, Jane Austen: Her Life, Londres, 1987, edición de 1997, p. 143.
100. Sutherland, 2002, p. 24.
101. Joanne Bailey, Parenting in England 1760-1830, Oxford, 2012, p. 246.
102. Austen-Leigh, 1942, pp. 22-4, rev. George Austen a la señora Walter, Steventon (8 de julio de 1770).
103. Henry Austen, «Biographical Notice of the Author», en Sutherland, 2002, p. 139.
104. Ibíd.
105. Anna Lefroy, «Recollections of Aunt Jane», en Sutherland, 2002, p. 160.
106. Sutherland, 2002, p. 19.
107. Marilyn Butler, «Austen, Jane (1775-1817)», Oxford Dictionary of National Biography, Oxford University Press, 2004; edición digital, enero de 2010.
108. Anna Lefroy, «Recollections of Aunt Jane», en Sutherland, 2002, p. 157.
109. Sir Egerton Brydges, The Autobiography, Times, Opinions and Contemporanies of Sir Egerton Bridges, Londres, 1834, vol. 2, p. 41.
110. Anna Lefroy, «Recollections of Aunt Jane», en Sutherland, 2002, p. 160.