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Guapa de cara
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  • Guapa de cara

  • (1)
  • Sinopsis
  • Portadilla
  • Portadilla (1)
  • Portadilla (2)
  • Todo acabó un jueves por la mañana, el 18 de noviembre de 1999, sin que terminara el siglo y cinco días antes de mi cumpleaños. Habría cumplido treinta y siete.
  • Muerta, desnuda y en compañía del mocoso malévolo, esperaba la llegada de Fernando, mi ex, otro que tal.
  • Mi padre era psiquiatra y, al volver del cole, muchas tardes me las pasaba en los jardines de la clínica, hasta que se produjo la ampliación y García Femater se jubiló. Más tarde empezó a trabajar allí Fernando, mi marido, el gran neurocientífico, y todo
  • Me desnudaron. Metieron en una bolsa de plástico de color amarillo mi ropa, los pendientes, las gafas y el collar de ámbar que llevaba puesto. Las gafas tenían roto el cristal derecho. Me quitaron del dedo del pie esa etiqueta en la que mi nombre estaba
  • —Tienes que comer algo —repetía mi padre.
  • No sé si estaba llorando. Solo vi un bulto que parecía un paquete mal envuelto y temblaba con un sonido muy desagradable, como de subir y bajar de golpe las persianas.
  • El día que nací yo en Zaragoza, fue asesinado el presidente Kennedy en Dallas. Marilyn Monroe ya había muerto, desnuda y sola, en su casa de Los Ángeles. Ella y yo nunca estuvimos vivas a la vez.
  • Cuando se hizo de día, dejamos a mis padres en casa, aún despiertos, con su llanto fluvial, imposible de vadear, y ese abrazo difícil, en una postura forzada y con una bandeja en equilibrio, y nos fuimos Benito y yo a la Comisaría de Rafael Calvo.
  • Siempre pensé que, al morir, recordaría mi vida como uno de esos avances de películas que ponen en el cine, con fragmentos de las escenas principales y música que aclara el sentido de las imágenes.
  • En el colegio Santa Clara, la infancia se eterniza, el tiempo transcurre a mano, avanza y retrocede, movido fotograma a fotograma con una manivela de Cinexin. Era un chalé del Viso, un colegio mixto, las chicas llevábamos falda escocesa y los chicos jers
  • Siete ojos leían el informe preliminar del llamado «Caso Eguíbar». Dos, azulados, pertenecían al comisario Torrecilla; otros dos, negros, eran los de la inspectora Menéndez; dos más, que fueron miopes, color avellana, eran de servidora y se asomaban por
  • No fue como lo había imaginado tantas veces en el cuarto de baño, con los pantalones por los tobillos, las bragas enrolladas y a la luz necrológica del fluorescente.
  • En la comisaría se pasaron la tarde interrogando a Johnson.
  • Resultaba difícil creer que nadie esperara ayuda de un tipo semejante. Que calificara a ese individuo como «la persona que necesitamos» hacía dudar de la sensatez de mi padre.
  • Fernando nos recibió caracterizado de «prestigioso científico meditando sobre el misterio de la existencia». Me pareció impúdico. Llevaba jersey gris de lana, sin camisa debajo, pantalones vaqueros y zapatos con los cordones desatados. Se consideraba en
  • Mi última cena, la noche antes de que me mataran, fue una de aquellas soporíferas reuniones en el chalé acorazado de Estanislao Pérez Ugena, el famoso capitán de empresa, un tipo al que yo compadecía porque nunca olvidaba que el infeliz tuvo que atravesa
  • Nos pasamos media vida tropezando con los muebles, pillándonos los dedos en las puertas, dándonos coscorrones contra el pico de las mesas. Sin embargo, llega ese día en que te agachas a coger una cacerola y, al incorporarte, te das en la cabeza con la pu
  • Cuando se fueron Clot y su secretaria, Benito y yo nos quedamos en la casa de Fernando. Al cabo de un par de horas, Fernando volvió acompañado de Estanis Pérez Ugena, que al parecer había estado esperándole en el bar de abajo.
  • Fue un relámpago, lo vimos todos, Carlos Viloria vivió en zigzag; después nos quedamos esperando, seguros de que se repetiría, pero sólo vimos la oscuridad, el cielo opaco y unas nubes rasantes que avanzaban como crece un charco.
  • Clot colocó las piezas en un tablero de ajedrez y comenzó a jugar consigo mismo una partida agotadora, porque para cada movimiento se levantaba, daba la vuelta a la mesa y ocupaba el lado correspondiente del tablero.
  • Fue un amor desigual. Yo estaba muerta, él era inventado. Él tenía catorce años, una erección de menos de diez centímetros y las uñas mordidas hasta hacerse sangre. Yo iba a cumplir post mortem los treinta y siete, tenía el cuerpo con el que me veía por
  • Nos despertó como un trueno la tos de Clot.
  • ¿Qué recordarán de mí? ¿Mi risa? ¿Mis manos? ¿Mi tos por las mañanas? ¿Una tarde cualquiera que hoy yo ya he olvidado? ¿Una herida que me curaron en la rodilla cuando tenía doce años?
  • —¡Seño! ¡seño! ¡despierte, señorita Silvia! —Benito Viruta me estaba zarandeando.
  • Créditos
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Guapa de cara · Nos despertó como un trueno la tos de Clot.