2

La batalla de Andalucía

(julio de 1936-febrero de 1937)

Poco después de iniciado el golpe, y debido a su fracaso, España entera está en pie de guerra. En los primeros días del alzamiento, y en las semanas siguientes, el sur del país se convierte en escenario principal de la contienda, siguiendo la misma pauta que en el resto de provincias: allí donde las fuerzas de seguridad o gran parte de la guarnición se mantienen leales, el golpe se para; allí donde la mayoría de la guarnición se rebela, las ciudades caen del lado de los sublevados.

La insurrección tiene éxitos dispares en Andalucía. Sevilla, Cádiz y Córdoba caen en manos de los sublevados, mientras que Jaén permanece fiel a la República debido a la indecisión de los militares al cargo. En el caso de Granada ocurren las dos cosas: el general Miguel Campins, que se mantiene fiel a la República, es traicionado y acaba triunfando el golpe militar. Desde Huelva, donde las milicias y el Frente Popular se han impuesto fácilmente al alzamiento, se organiza una columna formada por mineros que tratan de llegar a Sevilla para plantar cara a las tropas del general Queipo de Llano, pero de nuevo una traición hace que la gran mayoría de ellos mueran ametrallados en La Pañoleta, antes de entrar en la capital andaluza. En la ciudad de Almería el golpe se retrasa unos días, con la consiguiente derrota de los sublevados. Y la zona del estrecho de Gibraltar y la bahía de Algeciras se convierten en un punto crítico que los rebeldes necesitan controlar para que Franco logre trasladar su ejército a la península.

El plan de los rebeldes pasa por unir en Madrid el Ejército del Norte, comandado por el general Mola, y el Ejército de África, a las órdenes del general Franco. Las tropas de Mola han sido frenadas en Guadarrama, con lo que las esperanzas de victoria van a recaer en el curtido y profesional Ejército de África. Para vencer hay que lograr pasar el estrecho de Gibraltar, y por el momento sólo lo ha conseguido un reducido número de legionarios y regulares destinados a la toma de Sevilla y, en segunda instancia, a apoyar la toma de Granada. Es 22 de julio y Franco todavía espera en Tetuán la llegada del grueso de su tropa.

Cinco días antes, conociendo el levantamiento de las fuerzas en Marruecos, el presidente del Gobierno, José Giral, que seguía manteniendo la cartera de Marina, había ordenado que varios barcos de guerra, con el apoyo de la aviación republicana, realizaran un bloqueo del estrecho mediante una serie de bombardeos sobre las posiciones rebeldes de Ceuta, Melilla, y Tetuán. La flota está compuesta por siete destructores, dos cañoneros, dos cruceros, un acorazado y cinco submarinos, además de tres pequeños guardacostas destacados en el norte de África. Los destructores Churruca y Alsedo se sitúan en la bahía de Algeciras, mientras que otros dos, Eduardo Dato y Sánchez Barcáiztegui, ponen rumbo a Ceuta. El crucero Miguel de Cervantes y el acorazado Jaime I llegan a Tánger el día 20 de julio para acompañar al crucero Libertad y a dos guardacostas, el Uad Mulaya y el Uad Lucas. Y el Lepanto se dirige a aguas almerienses y será clave en la toma de la ciudad, tras su amenaza de bombardearla si no se rendían los golpistas.

Sin embargo, los comandantes del Churruca, del Eduardo Dato y del Bahía de Algeciras deciden no acatar las órdenes del Gobierno republicano de bombardear Ceuta y pasan a formar parte de la flota sublevada. El día 18 embarcan en el buque Ciudad de Algeciras el 1 tabor de regulares de Ceuta1 y el 2 escuadrón de caballería del mismo grupo de regulares. 670 hombres parten con destino a Cádiz para ayudar a los rebeldes gaditanos, que están intentando tomar la ciudad. La escolta del buque corresponde al Churruca, que además ha de transportar a la mitad del tabor debido a la poca capacidad de plazas del Ciudad de Algeciras. El 19 de julio desembarcan en suelo gaditano los regulares, que se despliegan y comienzan a combatir a las milicias republicanas. Sin perder tiempo, las naves que los han transportado emprenden el regreso a Ceuta. Pero sólo el Ciudad de Algeciras retorna a las costas africanas. Los tripulantes del Churruca, leales al Gobierno, apresan al comandante y a sus oficiales, y recuperan el destructor para la causa republicana. Lo mismo sucede con las dotaciones de los destructores Almirante Valdés y Sánchez Barcáiztegui, que se amotinan y arrestan a sus oficiales, para a continuación abandonar Melilla y poner rumbo a la base naval de Cartagena, a las órdenes de la República. En cambio, el cañonero Eduardo Dato, seguido por el Cabo Espartel, un barco mercante, parte el mismo día 19 hacia Algeciras con tropas del 2 tabor de regulares de Ceuta a bordo, unos 600 efectivos destinados a hacer frente a los más de mil soldados del Frente Popular que defienden la plaza.

La respuesta republicana consiste en bombardear Ceuta durante varios días, a lo que los sublevados responden con un ataque aéreo, dando lugar al primer combate aeronaval de la guerra civil. Además, la flota republicana impide el paso de los transportes del Ejército de África bombardeando La Línea de la Concepción, Algeciras y Cádiz. En ese momento, el único nexo disponible que queda entre el norte de África y la península es el aeródromo de Tablada en Sevilla, en poder de las tropas de Queipo de Llano. Franco se pone entonces en contacto con Berlín para pedir ayuda a Hitler, solicitando apoyo aéreo y material para «luchar contra el comunismo»; y lo mismo hace con Mussolini, su otro gran aliado, quien tras varias negativas, finalmente se presta a enviar a África algunos aviones Savoia-Marchetti 8.

La ayuda alemana e italiana, destinada a combatir a la flota republicana en el estrecho, logra compensar la superioridad de efectivos aéreos en el lado de los leales. La escuadra republicana está formada por 60 bombarderos Breguet-19, 29 cazas Nieuport-52, 27 torpederos Vickers, 36 hidroaviones monomotor Savoia y cinco hidroaviones polimotores Dornier, además de otros tres hidroaviones obsoletos Hawker-Fury. Frente a ellos, antes de la llegada de los aviones alemanes e italianos, los golpistas cuentan con 33 bombarderos Breguet-19, cinco cazas Nieuport-52 y tres hidroaviones Dornier. Con la llegada de los aviones de combate italianos y los 20 aviones de transporte enviados por Hitler, la superioridad inicial de la aviación republicana se ve prácticamente anulada, y eso va a permitir que los rebeldes establezcan un puente aéreo directo entre Larache (Marruecos) y el aeródromo de Tablada. El general de aviación Alfredo Kindelán se encarga de organizar el envío de tropas de legionarios y regulares que, una vez en Sevilla, se dirigen a puestos del norte para hacer progresar la ofensiva rebelde. Pero el número de efectivos sigue siendo insuficiente para que Franco cumpla su parte del plan con Mola. El paso aéreo de tropas resulta lento e insuficiente, y sigue amenazado por las fuerzas aéreas de la República.

Franco considera que debe emplear el mar como vía de acceso a la península, y sigue buscando debilitar el bloqueo del estrecho. Para ello dispone de una pequeña flota compuesta por el Eduardo Dato, un viejo torpedero, y el guardacostas Uad-Kert, que se encargarán de escoltar a los buques Ciudad de Algeciras y Ciudad de Ceuta, al remolcador Eduardo Benot y al buque mercante Arango, para que pasen las aguas del estrecho cargados con tropas sublevadas. Escoltado por 19 aviones, el convoy zarpa en la tarde del 5 de agosto con el objetivo primero de reconocer las aguas, aprovechando la momentánea ausencia de los buques republicanos que se hallan repostando combustible, reparando daños o alejados del estrecho. Debido a la marejada, el Eduardo Benot se ve obligado a regresar a Ceuta, mientras que el resto continúa rumbo al puerto de Algeciras. En su trayecto, el destacamento se encuentra con la oposición del destructor Alcalá Galiano, que logra provocar desperfectos en el Eduardo Dato. La respuesta rebelde no se hace esperar y los regulares del 3 tabor abren fuego sobre el destructor, mientras las baterías de la embocadura de la bahía de Algeciras y varios bombarderos sublevados se emplean a fondo para defender a la flota. Pese a la superioridad del destructor republicano frente al convoy, debida a su mayor potencia de fuego, y en una acción difícil de comprender, el mando del Alcalá Galiano decide retirarse de la refriega y pone rumbo a Málaga. El Convoy de la Victoria, como denominará desde ese momento la propaganda nacional a la flota, desembarca en Algeciras tres horas después de su partida y sin bajas en sus contingentes. La primera bandera de la Legión y dos tabores de regulares casi completos toman tierra. Es una fuerza compuesta de unos 1.600 hombres, que portan con ellos una importante cantidad de material bélico.

Pese al éxito de la misión, los pasos por mar no se reanudarán hasta el mes de septiembre, y los sublevados han de continuar empleando el puente aéreo como vía de paso preferencial.2 Aunque poco a poco, y debido en gran medida a la poca capacidad de los mandos republicanos, el estrecho irá dejando de ser un problema para la afluencia de tropas rebeldes desde el norte de África. El desbloqueo del estrecho de Gibraltar va a permitir la entrada indiscriminada de regulares en la península, que harán patente su violencia en cada una de las poblaciones que logren tomar. Franco ha necesitado de la ayuda internacional y de la incompetencia de las defensas republicanas para lograr llevar a buen puerto su primer objetivo fundamental. Y una vez ha conseguido pasar su ejército a la península, puede emprender su marcha hacia Madrid, acompañado por la tropa más temible de todas las implicadas en el conflicto.

Es evidente que el paso de estas tropas africanas a España resulta fundamental para el triunfo del levantamiento. Allí donde éste fracase o sólo obtenga un éxito parcial, las tropas de regulares se encargarán de culminar las acciones con su apoyo, como en el caso de Cádiz. Allí el alzamiento ha comenzado con la declaración del estado de guerra a las seis de la tarde del 18 de julio. Queipo de Llano llama por teléfono a los mandos afines y el general José López-Pinto libera al general José Enrique Varela, retenido en el castillo de Santa Elena por su participación en un golpe fallido pocos meses antes. Varela es recibido en el cuarto de banderas del cuartel del regimiento gaditano por el coronel Juan Herrera, y tras arengar a sus hombres, los saca a la calle para que avancen rápidamente por la ciudad, con la ayuda de guardias civiles y carabineros que se adhieren al movimiento. Frente a ellos, el gobernador civil Mariano Zapico y el capitán Antonio Yáñez-Barnuevo logran hacerse fuertes con una parte de la Guardia de Asalto en la sede del Gobierno Civil, el Ayuntamiento y la oficina de telégrafos.

Al día siguiente, 19 de julio, se produce el mencionado desembarco de un tabor de regulares en el puerto de Cádiz, y los sitiados, sin ninguna opción para reaccionar, acaban capitulando. El control de la ciudad cae en manos sublevadas. La mayoría de los guardias de asalto, milicianos y mandos que se han resistido a los rebeldes y han mantenido la defensa de la ciudad son fusilados. Cádiz se convierte así en el tercer punto de acceso a la península para el Ejército de África, que se suma a Algeciras y Jerez, donde el alzamiento ha obtenido un rápido triunfo. Los días 7 y 25 de agosto, la armada republicana bombardeará Cádiz, empleando para ello el destructor Almirante Valdés y el crucero Miguel de Cervantes, pero la acción resultará ser inútil: no se producen bajas militares enemigas y la ciudad continúa en manos rebeldes. El contacto de Sevilla con el mar queda asegurado. Y es que la capital andaluza sí ha caído rápidamente en manos de los sublevados. El general de brigada Gonzalo Queipo de Llano ha sido el elegido por el general Mola para dirigir el levantamiento hispalense, con el deber añadido de despejar las dudas sobre una victoria golpista, fundadas en la escasez de efectivos afines al levantamiento y el nutrido grupo de resistencia de las fuerzas revolucionarias. Mola confía en la audacia de Queipo para despejar las nubes de derrota de su alzamiento. Y Queipo no le decepciona.

El 17 de julio llega un telegrama a Sevilla en el que se informa de la sublevación de la guarnición de Melilla. Desde Madrid confirman al gobernador civil de Sevilla, José María Varela Rendueles, la sublevación que se ha llevado a cabo por parte de todo el Ejército de África. El gobernador toma precauciones y decide vigilar los cuarteles militares con guardias de asalto y simpatizantes de izquierdas. Ese mismo día, Queipo sale hacia Huelva a última hora para asistir a una inspección, en una simulación que forma parte del plan para aparentar normalidad ante las autoridades republicanas. Al día siguiente regresa a Sevilla y, tras detener al jefe de la 2 división orgánica, el general José Fernández de Villa-Abrille, que se había negado a secundar la rebelión, proclama el estado de guerra y ordena detener al gobernador civil de la provincia y a las demás autoridades locales. Para ello realiza una serie de acciones de artillería, y tras enfrentarse al coronel Manuel Allanegui, al teniente coronel Lucio Berzosa y a un puñado de oficiales republicanos, y confinarlos en la Capitanía General, Queipo envía a sus hombres a tomar la Maestranza de Artillería, con el objetivo de privar de armas al enemigo. La caída del Gobierno Civil a manos de la artillería de Queipo supone el control del centro de Sevilla por parte de las fuerzas sublevadas, mientras el resto de la ciudad y los suburbios permanecen de momento en manos de la República. Queipo de Llano comienza a emplear la radio para enviar mensajes de propaganda a sus aliados y opositores, iniciando una costumbre que mantendrá hasta 1938. Cuando estos primeros mensajes llegan a oídos de Mola, el general siente que no todo está perdido y decide quedarse en España en lugar de huir a París.

Para Queipo, una vez controlado el centro de Sevilla, la acción más urgente para lograr el control total de la zona y favorecer la llegada de efectivos desde África es la toma del aeródromo de Tablada, a las afueras de Sevilla. El comandante Rafael Martínez Estévez está al mando de la base aérea y se ha mantenido leal al Gobierno republicano. Desde Madrid, varios bombarderos deben hacer escala en Tablada para cargar allí sus bombas y dirigirse a continuación a atacar a los sublevados en Marruecos. Pero la mayoría de los aviones son saboteados por parte de simpatizantes golpistas en la base, y tan sólo uno llega a bombardear Tetuán. El comandante Estévez, firme en un principio, se desmoraliza al conocer la caída del centro de Sevilla y decide rendirse a los sublevados. Una vez con el control de la base aérea, el 19 de julio aterriza en Tablada el primer vuelo desde África con un destacamento de legionarios, y al día siguiente llega un tabor de regulares. Se tiende así un puente sólido entre el norte de África y la península Ibérica.

Los regulares y los legionarios son de nuevo determinantes para culminar la insurrección. Toman el barrio de Triana y otras plazas en manos de las milicias republicanas, y poco a poco van haciendo caer el resto de los barrios. Cuentan con la ventaja de estar mucho mejor equipados que las voluntariosas milicias favorables a la República. Los últimos combates tienen lugar el 22 de julio, fecha en la que las fuerzas de Queipo toman el barrio de San Bernardo, el último reducto del bando republicano. Y a la toma completa de la ciudad, le siguen detenciones y fusilamientos masivos. El 7 de agosto, Franco abandona África y establece su cuartel general en Sevilla para organizar desde allí la marcha hacia el norte.

Una vez asentada la tropa en la península, comienza una nueva fase en el progreso del golpe desde el sur hacia Madrid. Y es algo a celebrar para los nacionales, que lo hacen a su particular manera. El 15 de agosto es la festividad de la Asunción, la Virgen de los Reyes en Sevilla, y se iza por vez primera en territorio ocupado por los rebeldes la antigua bandera monárquica roja y gualda, como primera alteración formal respecto a la República. Sevilla se convierte en punto de reunión de los insurrectos, y al acto acuden Franco, José Millán-Astray, el cardenal Rafael Merry del Val y el propio Queipo de Llano. Todos ellos contemplan la procesión de la Virgen por las calles sevillanas, que termina con la ceremonia de restitución de la bandera. El ritual sirve para forjar los lazos entre la Iglesia y el bando nacional, característicos del futuro régimen franquista. Tras izarse la bandera, Franco la exalta en sus palabras de arenga a los sevillanos, que también incluyen loas al logro del general Queipo de Llano. Y en su discurso hace hincapié en la diferenciación de las dos Españas: una, la heroica, patriota y religiosa; y la otra, perteneciente a las hordas vendidas a Moscú. Siguiendo el ejemplo de Sevilla, y por orden de Queipo, el ritual de la bandera se extenderá como práctica en cada uno de los pueblos liberados de la provincia.

Pero Sevilla no es sólo un lugar de encuentro simbólico para los sublevados. También resulta un importante punto estratégico, tanto porque Franco sitúa allí el enclave principal para lanzar la ofensiva de las tropas rebeldes hacia Madrid, como porque es desde donde se organiza el control del resto de provincias andaluzas. De Sevilla partirán refuerzos para la guarnición de Córdoba, así como las fuerzas que conquisten el sur de la provincia de Huelva a finales de julio. A mediados de agosto sale una nueva columna para conquistar la cuenca minera de la sierra de Huelva. Y finalmente, la capital andaluza tendrá su importancia en la ofensiva sobre Málaga, ya en enero de 1937. A partir de entonces, la ciudad quedará alejada del frente y bajo el gobierno del general Queipo de Llano, que se erige en una especie de virrey de Andalucía. Aunque para que su virreinato sea seguro, varias otras ciudades andaluzas, además de Cádiz o Sevilla, han tenido y tendrán que caer bajo el mando de los sublevados, como es el caso de Granada, Jaén, Córdoba y Málaga.

En Granada, el 20 de julio, ante la alarma de la sublevación e incitado por algunos de sus oficiales, el general republicano Miguel Campins Aura ha decidido declarar el estado de guerra y emitir un bando, sin saber que ambos están redactados por los conspiradores afines al alzamiento. Ese mismo día, José Valdés Guzmán asume el cargo de gobernador civil, y lo primero que hace es enviar un mensaje a Queipo para darle la excusa que necesita y, alegando desobediencia, ordenar la destitución y arresto del general Campins. Entonces, las fuerzas leales a la República no pueden ni saben reaccionar a la rebelión de la guarnición de Granada, y la ciudad queda en manos de los nacionales sin apenas derramamiento de sangre.

Sin embargo, y al igual que en Sevilla, en algunos barrios se conforman focos de resistencia organizados por simpatizantes de la República. El mayor de todos ellos se sitúa en el Albaicín, un antiguo barrio árabe de la ciudad. Su entramado urbano, plagado de calles tortuosas y empinadas, lo convierten en un escenario propicio para la táctica de guerrillas; y además, republicanos y militantes revolucionarios confluyen allí desde diversos puntos de la ciudad en busca de refugio y de una reorganización para el contraataque. El mismo día 20 abren zanjas a modo de trincheras en las distintas entradas al lugar, como las cuestas del Chapiz y la Alhacaba, o el paseo de los Tristes. El día 21, un bando escrito por los nacionales conmina a la rendición a los hombres, que han de salir a la puerta de sus casas con los brazos en alto al paso de las fuerzas, poniendo las armas en mitad de la calle y banderas blancas en las ventanas, mientras que invita a las mujeres y a los niños a abandonar el barrio. Los sublevados advierten que, en caso de la más insignificante agresión a la fuerza pública, será bombardeado todo el barrio por la aviación y la artillería.

Al poco de ser escuchado este ultimátum, las mujeres y los niños del Albaicín comienzan a desalojarlo. Por su parte, los hombres resisten, y comienza el bombardeo. Entre el 22 y el 23 de julio, el Albaicín se rinde a los sublevados, y sólo algunos defensores lograr escapar y llegar a las líneas republicanas cerca de Guadix. La noche del 23 de julio, los sublevados controlan ya Granada y sus alrededores. Sin embargo, están aislados en medio de una zona republicana y sólo la toma del aeródromo de Armilla les va a permitir establecer una línea de unión con las demás zonas sublevadas, especialmente con Sevilla. En la ciudad, José Valdés Guzmán inicia su particular escarmiento para con los vencidos. Cientos de personas mueren fusiladas, entre ellos Blas Infante y Federico García Lorca.

Pero no todas las ciudades andaluzas caen con tanta facilidad como Granada. Jaén presenta mayor resistencia, lo que en gran medida se debe a que allí no existe guarnición militar, y la única fuerza oficial con presencia destacable es la Guardia Civil. La sublevación de una parte del cuerpo de la Benemérita, apoyada por falangistas, tradicionalistas y monárquicos, se encuentra con la oposición de las masas populares, principalmente los aliados y simpatizantes de los sindicatos de trabajadores y de los partidos obreros. Dada la tibieza inicial del alzamiento en Jaén, el gobernador civil Luis Rius Zunón se toma con calma el envite rebelde, y junto con el coronel de la Guardia Civil Pablo Iglesias, fiel a la República, busca evitar que se dote de armas a las fuerzas populares y que se produzcan enfrentamientos innecesarios con sus hombres.

Pero el retraso en el armamento de las milicias, y la división de los mandos en la elección de bando, van a permitir una concentración de guardias civiles afines al alzamiento en la capital y en otros puestos de la provincia. Entre ellos sólo se encuentran tres capitanes que hayan decidido acatar el llamamiento a la guerra de Queipo de Llano y tomar partido por los rebeldes. Finalmente, las milicias y demás fuerzas populares toman rápidamente las calles y acaban expulsando a los sublevados de Jaén. Se forma así una columna de unos doscientos guardias civiles (entre ellos los afines a la República, el coronel Pablo Iglesias y el comandante Eduardo Nofuentes), y unos mil habitantes de la ciudad, entre los que se encuentran los familiares de los guardias. Juntos parten hacia Andújar y se refugian en el Lugar Nuevo (en el palacio de Cayo del Rey) cerca del Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza, situado en el cerro del Cabezo a 32 kilómetros de Andújar.

Ya en agosto, el capitán Santiago Cortés González se hará con el mando de los refugiados, y en septiembre, las autoridades republicanas comienzan a presionar para que los rebeldes evacúen la zona y entreguen las armas. A pesar de haber entre los resistentes algunos partidarios de entregarse a las autoridades, el comandante Nofuentes entre ellos, la mayor parte decide aguantar la plaza y el capitán Cortés organiza la defensa militar. El miedo a las posibles represalias y los mensajes de aliento y esperanza recibidos desde una avioneta nacional que sobrevuela el emplazamiento rebelde acaban precipitando el desenlace. Los bombardeos comienzan nada más conocerse la posición de los refugiados, y el 12 de septiembre cinco aviones republicanos arrojan bombas y proclamas sobre el Lugar Nuevo. La defensa es precaria y el lugar poco seguro, por lo que se decide subir hacia el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza. Desde allí, los sitiados comienzan a comunicarse con el bando nacional empleando palomas mensajeras, una comunicación que se hace más fluida tras la toma de Porcuna por parte de Queipo. El propio general intentará aproximarse al santuario por el norte, pero su avance fracasa en Pozoblanco y acaba dando al enemigo la posibilidad de penetrar las líneas franquistas.

En Nuestra Señora de la Cabeza, el hambre se ha cebado con los sitiados. Cortés llega a escribir a los mandos de Porcuna que «nuestra situación es gravísima. De no traer víveres con toda urgencia pereceremos de inanición». Los ataques siguen sucediéndose sobre el santuario, que logra aguantar unos días más gracias a un oportuno abastecimiento por parte de aviones nacionales. El general Fernando Martínez-Monje, jefe del Ejército del Sur, recibe la orden de acabar con el foco de resistencia, y a tal efecto envía a la 16 brigada mixta, comandada por el comunista Pedro Martínez Cartón y apoyada por otras unidades de la 20 división, que logran neutralizar a las columnas de Queipo. Durante meses millares de milicianos atacan por varios frentes el santuario, y el 1 de mayo de 1937 el capitán Cortés será herido de muerte por la acción de la artillería. Sin su líder, los sitiados caen enseguida en el desánimo y rinden el lugar, que las tropas republicanas incendian. Las bajas entre los sitiados sobrepasan el centenar y hay unos doscientos cincuenta heridos. Pero los republicanos también sufren bajas. La ciudad de Jaén ha quedado en sus manos, aunque no a salvo. El 1 de abril de 1937, aparatos alemanes bombardean la ciudad siguiendo la orden de Queipo, y en castigo por el bombardeo republicano de Córdoba. En Jaén, sin defensas adecuadas ni preparación de la población ante tales amenazas, las bombas provocan más de ciento cincuenta muertos civiles y graves daños a la ciudad.

Mientras, Córdoba vive la situación contraria. Allí los sublevados se han impuesto con facilidad a los republicanos y ahora sufren su cerco. En el inicio del golpe, una llamada de Queipo anunciando el estado de guerra en Andalucía al gobernador militar, el coronel Ciriaco Cascajo, basta para que éste le haga llegar el mensaje al gobernador civil Antonio Rodríguez de León. Ante la negativa de acatamiento de la orden, los rebeldes emplazan una batería de artillería rodeando el Gobierno Civil y ocupan los edificios de enfrente. Los guardias de asalto blindan la sede gubernamental, mientras desde Madrid reciben la promesa de una ayuda inmediata contra la rebelión. Pero tras unas horas de intercambio de fuego, el gobernador de Córdoba se rinde y la ciudad y la provincia acatan el estado de guerra.

Diez días después del alzamiento, los mandos republicanos intentarán recuperar la ciudad. El general José Miaja, al mando de la columna de Albacete, parte de la ciudad manchega sin encontrar demasiada oposición durante los 300 kilómetros que la separan de Córdoba. Miaja llega a Montoro, a 43 kilómetros de distancia de Córdoba, y para sorpresa de aliados y enemigos detiene su avance para establecer allí su cuartel general. Su decisión viene dada porque se siente en superioridad de fuerzas respecto a las del coronel Cascajo, que a su vez amenaza con fusilar a la familia de Miaja, a la que tiene en su poder. Miaja llama por teléfono a Cascajo pidiendo su rendición, pero ésta no llega. Las tropas rebeldes cordobesas han visto incrementado su número con dos secciones de la 5 bandera del tercio y varios batallones de milicias de la burguesía cordobesa, y se sienten capaces de defender la ciudad. Miaja decide cercarla tomando los pueblos que la rodean, en una acción que permite a Queipo enviar nuevos refuerzos a la ciudad sitiada. Sólo una columna republicana con el coronel Joaquín Pérez Salas al frente, ha logrado cruzar el Guadalquivir por el puente romano hasta la barriada del sur, pero allí detienen su avance las defensas rebeldes. Finalmente, al no poder tomar la ciudad con las tropas, Miaja decide bombardear Córdoba y exige retirarse a Pérez Salas. El ataque fracasa y el general ordena la retirada de las tropas republicanas, tras la cual, Miaja es acusado de traición por parte de la República y relevado del cargo. Su segundo, el coronel Juan Bernal, le sustituye en el mando.

Las tropas africanas han comenzado ya el avance por todo el frente del oeste, y a principios de agosto logran ampliar para los rebeldes el enlace Sevilla-Córdoba hasta Puente Genil. La resistencia en Jaén obliga a Franco a renunciar al trayecto hacia Madrid pasando por Despeñaperros, pero la mayor parte de Andalucía está bajo el control nacional. Como punto estratégico, sólo queda controlar la ciudad de Málaga, y para ello, Franco va a poder contar con el primer apoyo terrestre de tropas extranjeras. Y es que el 22 de diciembre de 1936 desembarcan en Cádiz los primeros voluntarios italianos que envía Mussolini a luchar a España. El que se llamará pronto Corpo Truppe Volontarie o Cuerpo de Tropas Voluntarias (CTV) reúne ya, a principios de enero de 1937, un gran contingente de unos diez mil hombres bien armados que no han necesitado el permiso de Franco para instalarse en España. Mussolini ha sido sensible a los argumentos del general Mario Roatta, Mancini, que, desde agosto, ha acudido como jefe de una misión militar y ha seguido con atención el desarrollo de la guerra. Roatta denuncia en repetidas ocasiones la lentitud exasperante con la que Franco conduce la guerra. La arrogancia del Duce y la actitud chulesca de su yerno, Galeazzo Ciano, les hacen menospreciar no sólo a su protegido, a quien han contribuido a sentar en el sillón de generalísimo, sino también al enemigo que resiste en Madrid. El problema para ellos es que Franco no sabe hacer la guerra, desconoce los fundamentos de la doctrina moderna. Aunque la misión del CTV todavía es limitada, y se pretende que quede integrado en la Legión, Mussolini tiene planes mayores. Planes que se van a concretar muy pronto, cuando el contingente enviado a España sea de cuatro divisiones y ese ejército, armado con material moderno y, sobre todo, muy bien motorizado, participe en misiones de gran alcance estratégico, que se llegan incluso a definir. Entre ellas se incluyen las maniobras previstas por los italianos para los ejes de Córdoba-Albacete-Valencia, Guadalajara-Madrid y Teruel-Valencia.3

Franco no tiene otro remedio que tragarse la ofensa que supone el desembarco sin permiso de los 10.000 soldados italianos, y decide foguear estas tropas en Málaga, que no es una operación que le parezca complicada, a la vista de las informaciones que hay sobre la situación interior. Además, no está dispuesto a dejar que sean fuerzas extranjeras las que intenten ganar una guerra que es suya. La operación seleccionada se hará sobre una provincia embolsada, ligada por un estrecho corredor costero al resto del territorio republicano, y en un frente que se extiende por 250 kilómetros de terreno muy abrupto. Málaga es una obsesión para Queipo de Llano, pero no tiene fuerzas suficientes para tomar la ciudad si no se le dan nuevos contingentes de tropas. Los italianos vienen en un momento perfecto, aunque tienen sus propios planes: conquistar Málaga es para el Duce una etapa para proseguir después en dirección a Levante desde el sur.4

Málaga es un buen objetivo porque su Junta de Defensa carece de unidades militares organizadas y sólo cuenta con la ventaja de proteger un terreno muy adecuado para la defensiva. Al fin y al cabo, la puesta en marcha de la operación no le supone a Franco ningún esfuerzo suplementario al que está realizando en torno a Madrid. No tiene que enviar ni un solo tabor de regulares, ni una bandera de la Legión. Queipo se tiene que apañar con sus tropas y con los fascistas italianos para quebrar la resistencia de los milicianos malagueños, de filiación mayoritaria anarquista y comunista, apenas armados con 8.000 fusiles para 12.000 combatientes, sin artillería digna de tal nombre, y sin apoyo aéreo ni naval.

El Gobierno republicano no ha hecho gran cosa para reforzar las defensas de la provincia. Tras sobreponerse al alzamiento gracias a la reacción de las milicias y al apoyo de la flota republicana, que derrotan a los hombres del general Francisco Patxot, la ciudad de Málaga vive una cierta tranquilidad, alejada de los principales focos del conflicto, y ante la amenaza ya cierta del ataque, el subsecretario del Ministerio de la Guerra, el general José Asensio Torrado, se ha limitado a nombrar a un jefe militar, el coronel José Villalba Rubio, para encabezar la Junta de Defensa. A última hora, ha hecho algunos envíos de material bélico y ha trazado planes para que la flota defienda la ciudad. Pero son ayudas que sobrepasan por muy poco lo simbólico y de muy difícil rentabilización, dado el caos interno. Para la República, Málaga tiene una importancia secundaria; sin embargo, su valor como posible enlace con Marruecos por el Mediterráneo hace que los rebeldes tracen el plan para su conquista.

Queipo ha decidido, con el consentimiento de Franco y antes de que tenga lugar la ofensiva principal sobre Málaga, recortar en lo posible la línea del frente con los 10.000 hombres de los que dispone, que organizados en cinco columnas, logran situarse a mediados de enero de 1937 en las bases de partida de Marbella, San Pedro de Alcántara y Alhama de Granada. Aun así, la operación de despliegue permanece suspendida hasta que los italianos alcanzan sus bases de partida en Antequera, Loja y Alhama de Granada. El día 3 de febrero, Franco tiene la deferencia de acercarse al cuartel general de Queipo para supervisar el desarrollo de las operaciones, y el plan de ofensiva se concreta el 5 de febrero, cuando por medio de una maniobra triple los italianos alcanzan los puertos de Boca del Asno, Alazores y Zafarraya. Al día siguiente avanzan más de veinte kilómetros gracias al apoyo aéreo de la Legión Cóndor y de la Aviación Legionaria italiana, y el día 7 las tropas procedentes de Antequera y Loja llegan a las inmediaciones de Málaga, mientras las de Alhama de Granada se asoman a las de Vélez-Málaga.

Tras seis meses de guerra, la ciudad cuenta con el mismo sistema de defensa que hizo fracasar el golpe, lo que hace que tenga una organización un tanto caótica. Pero lo que valió para frenar el impulso rebelde inicial, supone ahora un punto débil. El ejército leal se encuentra tocado tras el fracaso de Córdoba y, además, las autoridades malagueñas republicanas sufren las pugnas internas entre los anarquistas y el Partido Comunista. A su llegada, el coronel Villalba Rubio se encuentra con los frentes y retaguardias fuertemente desorganizados y 12.000 efectivos hambrientos. La mayor parte de las fuerzas son campesinos que se han trasladado a la ciudad y voluntarios de la capital. A la inexperiencia de la tropa popular malacitana se une la falta generalizada de armamento y municiones, y unos recursos antiaéreos inexistentes. Tampoco ayuda la poca o nula disposición de los hombres para realizar las tareas de fortificación y defensa. La ciudad supone una estupenda oportunidad como campo de entrenamiento y de fogueo para las tropas aliadas italianas. A ellas se suman Queipo de Llano, al mando del Ejército del Sur, además de efectivos marroquíes y del apoyo de la Legión Cóndor, instalada en el aeródromo granadino de Armilla. Para conquistar la ciudad existen dos vías principales de acceso: una por la costa desde Cádiz y otra por el interior atravesando el macizo Bético por la serranía de Ronda y Sierra Nevada.

Por tierra actuarán seis columnas enviadas por el duque de Sevilla, el coronel Francisco de Borbón. Él mismo lidera la columna de Algeciras; Alfredo Erquicia, está al mando de la de Antequera; el coronel Rafael Corrales Romero dirige la columna de Ronda; el teniente coronel Gómez Cobián, la de Peñarrubia; el comandante Gallego se ocupa de la columna de Archidona. Por último, la columna de Alhama de Granada, al mando del coronel Antonio Muñoz, se encarga de las tropas procedentes de la guarnición de Granada. Los efectivos militares están compuestos por unos diez mil moros y cinco mil requetés. A ellos se suma la fuerza italiana, formada por nueve batallones con unos diez mil soldados.

Queipo de Llano se traslada a Algeciras para dirigir desde allí el ataque, que comienza el 3 de febrero de 1937. El duque de Sevilla inicia la travesía de las sierras Bermeja y de Ronda, pero la aviación no puede actuar debido a las condiciones meteorológicas y la artillería tiene muchas dificultades por la misma razón. La resistencia republicana hace que el avance sea lento en todas las sierras. En la costa, los nacionales se ven parados en Ojén. Y por la noche, los italianos emprenden su acción por carretera. Ante ellos, los milicianos republicanos logran resistir hasta que aparecen los tanques. El día 4, los rebeldes rompen el frente, ocupando Ojén, y otro frente avanza por Alhama de Granada mientras la armada nacional cañonea el litoral de Fuengirola. Ante el avance de los carros de combate italianos, los campesinos huyen hacia la ciudad de Málaga. Allí siguen cundiendo el desorden y la escasez de víveres y suministros. El día 5, los cañones italianos inician su actividad a primera hora de la mañana sobre la capital malagueña en una acción que Franco coordina telefónicamente con Queipo y sus mandos. Las fuerzas republicanas resisten con encono en los puertos de Zafarraya y Los Alazores, pero los tanques italianos logran abrir brecha por la tarde tras horas de combate, desbordando todo el frente y permitiendo el avance nacional hasta Villanueva de la Concepción.

En Málaga cunde el pánico en retaguardia ante los bombardeos desde el mar y las noticias del avance nacional, mientras, por la costa, el coronel Francisco de Borbón ocupa Fuengirola. Las defensas republicanas caen, y las seis columnas avanzan desde varios puntos hacia la capital malagueña sin remisión. Cada vez se concentran más fuerzas en torno a la ciudad, esperando para avanzar todas a la vez. Los defensores vuelan puentes en el camino para dificultar la marcha enemiga, pero ante la presión nacional, huyen en desbandada abandonando el armamento. Los mandos republicanos, encabezados por el coronel José Villalba Rubio, deciden trasladarse de Málaga a Nerja. Málaga sufre incesantes bombardeos y la noticia de la presencia nacional en las cercanías de Vélez-Málaga provoca la salida de unas cien mil personas hacia el este por el camino de El Palo en dirección a Almería. La artillería naval y los aviones nacionales también bombardean sin descanso esta caravana. Una quinta parte de los huidos de Málaga no llegaría jamás a su destino.

El día 7 de febrero por la mañana, de nuevo los aviones rebeldes bombardean Málaga y las cañadas y valles adyacentes, y ejecutan ametrallamientos sobre la población. Por la noche, los cruceros Baleares y Canarias y el destructor Velasco se han trasladado frente a Motril, machacando la costa para dificultar la huida de la población hacia Almería, sin que el acorazado alemán Graf Spee, designado por el Comité de No Intervención, haga nada por evitarlo. Pronto cae Vélez-Málaga. La columna que avanza por Almogía desde Antequera y los italianos llegan a las puertas de la capital malagueña, pero la noche hace que no lleguen a entrar. La retirada caótica de las fuerzas republicanas y la huida de las autoridades deja a los batallones comunistas como única fuerza para cubrir el repliegue. El día 8, a las siete y media de la mañana, las tropas nacionales atraviesan el río Guadalmedina y penetran hasta el centro de Málaga. Las columnas de Antequera y Loja dominan el Barrio Alto, y a las dos de la tarde entra a caballo el duque de Sevilla, seguido por sus camisas azules y los mercenarios moros.

Los italianos y legionarios entran también en la ciudad. El 9 de febrero, una columna motorizada italiana enlaza con la columna de Alhama de Granada en Vélez-Málaga y ambas se establecen a la defensiva en el río Guadalfeo. Queipo de Llano remata la faena ocupando con sus tropas el resto de la provincia, y la operación se da por finalizada el 14 de febrero. Se produce entonces una competencia grande entre los mandos nacionales e italianos, que ya existía desde el comienzo de la operación por ver quién se pasea por la ciudad. La pugna llega a oídos de Queipo, que se enfrentará a Mancini, jefe de las tropas italianas, para que éstas no se atribuyan todo el mérito. En el plano estratégico, la conquista de Málaga sirve de modelo para el ejército de Franco, que lo empleará en futuras acciones en el norte. Y prueba, además, la eficacia y calidad del ejército nacional.

Es difícil saber qué acción militar durante la guerra de España será la más salvaje, pero entre ellas está el bombardeo al que someten los barcos españoles y alemanes y los aviones italianos a miles de personas que huyen de Málaga por la carretera que conduce a Motril. Sin piedad, de forma sistemática, les ametrallan y bombardean, sabiendo que se trata de civiles que buscan ciegamente la salvación y corren empujados por el pánico. Un pánico del que no se han sustraído los defensores, algunos de ellos militares.

La caída de Málaga, que casi se podía dar por descontada, si se observa el abandono al que había quedado sometida y el caos interior que nadie ha sido capaz de remediar, provoca una grave crisis política en el Gobierno republicano. Los comunistas sobre todo, pero no sólo ellos, exigen una profunda investigación sobre las circunstancias de la defensa y la actitud de los jefes. Sobre el general José Asensio Torrado recaen graves acusaciones que afectan, por supuesto, indirectamente al presidente del Consejo, Francisco Largo Caballero. Sobre los republicanos malagueños cae algo peor, porque Queipo de Llano se entrega a una nueva orgía de sangre en la provincia. Se ampara en las salvajadas cometidas por los milicianos descontrolados en los primeros días de la sublevación, que asesinaron también a mansalva a quienes consideraban complicados en ella. Comienzan las represalias sobre los simpatizantes republicanos, los militantes de izquierda y la población civil en general que habían quedado en la ciudad. Se producen enseguida detenciones y ejecuciones en las tapias del cementerio de San Rafael y el parque de los Martirios. La cifra más alta contabilizada es de cuatro mil muertos.

A partir de la caída de Málaga, los combates en Andalucía no tendrán ninguna trascendencia hasta muchos meses después, cuando la guerra esté agonizando. Queipo de Llano se queda en su feudo rumiando contra Franco, contra su empeño en quitarle la iniciativa y contra algo que le corroe: que Franco haya sido nombrado generalísimo cuando tiene menos antigüedad que él en el generalato. Pero en el momento de la caída de Málaga, todo eso es irrelevante. Franco y las tropas nacionales ya tienen su balcón al Mediterráneo.

1. Los regulares son tropas marroquíes cuya unidad básica en vez de llamarse batallón se denomina «tabor», que en árabe significa 500, es decir, un pequeño batallón.

2. La llegada de los 20 aviones alemanes permitirá el cruce de unos 13.000 soldados entre agosto y septiembre, en un transporte aéreo que hasta ese momento había sido escaso, con grupos de 15 o 20 legionarios que desembarcan en Sevilla, aunque eso sí, con un alto valor propagandístico.

3. José Manuel Martínez Bande, La campaña de Andalucía, Madrid, San Martín, 1986, p. 186.

4. Paul Preston, Franco, Barcelona, Grijalbo, 1994, p. 273.