dibujo.png

capítulo

1

palo.png 

Hoy igual que ayer,

pero nunca igual.

Si Mal hubiera tenido que elegir qué le gustaba más de Auradon, le habría sido difícil escoger solo una cosa. Probablemente, podría haber pasado un día entero haciendo una lista de todo lo que no apestaba de su escuela nueva. Por ejemplo, el edificio no era una mazmorra apestosa y húmeda como en el Instituto Palacio del Dragón de la Isla de los Perdidos. También se sorprendió al ver que disfrutaba de aprender distintos temas, en lugar de concentrarse solamente en urdir planes malvados. Le gustaba especialmente la clase de arte, en la que pintaba alegremente lienzos llenos de paisajes misteriosos, invadidos por la niebla y castillos oscuros y tenebrosos; en lugar de los atardeceres tranquilos y las frutas de los cuadros de naturaleza muerta que prefería el resto de la clase. Mal nunca entendería por qué querría alguien pintar algo tan aburrido como un tazón de fruta.

Estaba sentada frente a una mesa larga en la gran sala de la biblioteca de la Academia Auradon, un espacio animado, luminoso, con techos altos y estandartes con los colores de la escuela que colgaban del techo. Mal estaba intentando hacer los deberes, para variar un poco, pero se distraía demasiado viendo a la gente. No dejaban de pasar estudiantes que salían o entraban a clase. Además, su ensayo para Apreciación del Bien le estaba resultando soporífero. Por eso miraba las ventanas de la biblioteca que iban del suelo al techo, hacia el césped muy cuidado en el que ella jugaba croquet (bueno, mejor dicho, en el que se reía de la gente que jugaba croquet) y a la zona en la que, con sus amigos, solía comer bajo la sombra de los robles.

Sí, la vida en Auradon era buena; mejor que un cambio de imagen inesperado antes de medianoche, o un banquete sin fin presentado por cubertería y platos danzantes; incluso mejor que ser invitada al bautizo de una princesa bebé.

—¿Eres feliz? —le preguntó una voz, sacándola de repente de su ensoñación, algo muy poco habitual en ella.

Se puso roja y sonrió al chico, con cabello entre rubio y castaño, que estaba al otro lado de la mesa devolviéndole la sonrisa.

—¿Por qué lo dices? —preguntó.

—Pareces… increíblemente contenta —dijo Ben, dando golpecitos con su lápiz en la nariz de Mal para demostrarle que estaba bromeando.

Mal levantó una ceja.

—Estaba pensando que sería muy gracioso pegar una nariz falsa a Pin —dijo, refiriéndose al hijo de Pinocho, que era un nervioso estudiante de primer año.

Ben soltó una risita; sus ojos brillaban. Era un buen chico.

Bien… Si Mal tuviera que elegir lo que más le gustaba de Auradon, probablemente tendría que admitir que era el chico sentado al otro lado de la mesa. Ben, hijo de Bella y Bestia, no era sólo la persona más amable que había conocido en su vida, sino que también estaba de buen ver (ejem, digamos… mejor: de muy buen ver). Y, además, era listo. Lo más importante es que, aunque Mal fuera el polo opuesto a las muchas princesas perfectas de Auradon, a él también le gustaba ella. Eso la hacía sentir tan a gusto y tan calentita como cuando llevaba su chamarra de patchwork de piel gastada, su preferida, que era mucho más de su estilo que los holanes y las lentejuelas. Aunque su vestido de baile para la Coronación de Ben había sido increíble, Mal se alegraba de no tener que llevar vestido siempre. Para ella, ¡el vestido picaba un montón!

Ben sonrió y volvió a hacer sus deberes, y Mal intentó hacer lo mismo, pero no paraban de interrumpirla los amigos que pasaban a saludarla cuando la veían en la biblioteca.

—¡Hey, Mal! ¡Me encanta tu outfit de hoy! —dijo Lonnie con una gran sonrisa.

Desde que se había enterado de la verdad sobre la infancia, llena de privaciones, de los hijos de los villanos en la Isla de los Perdidos, la hija de Mulán era especialmente amable.

—¡Mal! —gritó Jane—. ¿Luego te das una vuelta y me ayudas con mis deberes de Lo justo es lo justo? No me sale la ecuación.

Jane se ponía nerviosa a menudo porque quería hacer las cosas bien, sobre todo después del desastre que causó en la Coronación de Ben. Era mucha presión tener que estar a la altura de su madre, el Hada Madrina, sobre todo porque también era la directora de su escuela.

—¡Gracias! Y, ¡claro! ¡Ningún problema! —respondió Mal a una y otra respectivamente.

—¡Estás muy solicitada! —bromeó Ben, cuando las chicas ya no podían oírle.

Mal hizo un gesto para quitarle importancia al tema y dijo:

—Simplemente se alegran de que mi madre no haya convertido a todos en pan tostado para dragón. —Señaló con la cabeza hacia las puertas con doble cerrojo y custodiadas, las cuales estaban al final de la sala que conducía a la nueva cárcel de Maléfica—. No los culpo.

El hecho de bromear sobre ese tema le ayudaba a mitigar lo culpable que aún se sentía por el comportamiento de su madre; no todos los estudiantes que se habían trasladado desde otros colegios tenían que enfrentarse a cosas como que sus padres intentaran destruir a todo mundo en la nueva escuela.

¿Dónde estaba el manual del estudiante nuevo que explicaba eso?

—Todo gracias a ti —dijo Ben con cara seria—. Si no, no habríamos tenido escapatoria.

—No te preocupes, ya se me ocurrirá cómo pueden agradecérmelo —dijo Mal, alegremente. Y no pudo evitar sonreír—. Aunque otra emocionante canción delante de toda la escuela, en la que resulte que mencionas tu insensato amor por mí, podría servir.

Ben sonrió de oreja a oreja.

—¡Hecho! Jugamos un partido en el torneo de este fin de semana, para la fiesta en el castillo. Practicaré mis movimientos de baile.

—¡Qué ilusión! —Mal se rio, poniéndose un mechón de su brillante pelo morado detrás de la oreja.

—¿Seguro que no te dará demasiada vergüenza ser mi pareja en el baile que hay después? —preguntó él, empezando a tararear aquella melodía pegajosa.

—Sí, seguramente tendré que esconder la cara detrás de las máscaras de Mulán —dijo Mal.

De repente, la tierra que pisaban empezó a vibrar y toda la sala comenzó a temblar. Mal agarró sus libros antes de que cayeran al suelo y Ben se agarró del borde de la mesa para intentar sujetarla.

—Otro terremoto —dijo Mal—. ¡Es el tercero de esta semana!

Por costumbre, miró por encima de su hombro hacia la puerta donde estaba la cárcel de Maléfica. Hasta hacía poco, Mal sólo había notado la tierra retumbar de esa forma por las pisadas que daba el enorme dragón que los atacó el día de la Coronación. Por eso, Mal no podía evitar asociar los terremotos con su madre.

—Dicen que pasa por todas partes, no sólo en la Ciudad de Auradon —dijo Ben, frunciendo el ceño—. Pero es un fenómeno natural, no te preocupes. Las placas tectónicas están retumbando por debajo del océano y todo eso.

—Bueno, ojalá se estuvieran quietas —dijo Mal—. Me ponen los nervios de punta.

—Al menos los temblores se van rápido —dijo Ben.

«A diferencia de lo que hacen algunas personas», pensó Mal, obligándose a no mirar hacia la puerta de la prisión.

***

Por suerte, no hubo réplicas al terremoto y, una hora más tarde, Mal ya lo había olvidado. Ben empezó a poner sus libros en la bolsa y miró el reloj. Todavía no sonaba la campana de la comida.

—¿Ya te vas? —preguntó Mal—. ¿Deberes de rey?

—Sí, tengo que cortar la cinta en la inauguración del nuevo Centro Recreativo para Secuaces. No quiero que se sientan ignorados.

Ben se puso el saco azul que tenía el blasón real: la cabeza de Bestia, bordado en el bolsillo derecho.

—¿Querrás decir que te vas a recrear?

Mal bromeaba, pero Ben no se rio. Ella sabía que él se tomaba sus responsabilidades reales muy en serio, y quería ser rey para todo Auradon, incluidos los hijos de los villanos y los secuaces.

—¿Te envío un mensaje luego? —dijo Ben, mientras le jalaba un mechón de pelo.

—No si te lo envío yo antes —prometió ella.

***

Mal hizo deberes durante un rato más, pero se detuvo al escuchar el sonido del teléfono, que estaba en su mochila. Como pensó que sería Ben, lo tomó, pero era un mensaje de texto de un número desconocido.

«¡Qué raro!», pensó.

Lo abrió y leyó un mensaje.

«Vuelve al sitio al que perteneces».

«¿Perdona?» —envió—. «¿De qué se trata todo esto?».

Miró alrededor con desconfianza. La biblioteca estaba llena de estudiantes de Auradon trabajando diligentemente en sus proyectos trimestrales sobre Virtudes y Valores frente a las computadoras, o absortos leyendo los textos sobre Amabilidad y Decencia. Los deberes de esa semana eran leer Blancanieves: «Cómo mantener un hogar feliz para una familia de siete (enanitos opcionales)».

Mal volvió a mirar el teléfono, esperando ver qué pasaría, con un nudo en el estómago. No hubo respuesta durante mucho tiempo pero, después, la rayita de la parte inferior de la pantalla empezó a parpadear, lo cual indicaba que el receptor del mensaje estaba escribiendo una respuesta. Finalmente, apareció en su pantalla:

«¡Tienes que volver a la Isla de los Perdidos ahora mismo! Antes de que sea luna nueva!».

«¿Quién eres?» —respondió Mal, más irritada que asustada.

«Ya sabes quién soy».

«Soy M…».

No ponía nada más. Sólo «M». ¿Quién era M? Mal se quedó mirando fijamente la pantalla. ¿Quién le decía que tenía que volver a la Isla de los Perdidos? ¿Y por qué tenía que volver antes de que fuera luna nueva? Además, ¿cuándo sería eso?

A Mal se le ocurrían algunos nombres que empezaban con «M» en su vida, pero sólo había una M que importaba. La grande. Maléfica. ¿Era posible que su madre se estuviera comunicando con ella mediante mensajes de texto? Por mucho que en aquel momento estuviera sentada en su cárcel tamaño lagartija, seguía siendo la mayor hada malvada de la historia.

«Cualquier cosa es posible», pensó.

Evidentemente, Maléfica querría que Mal se fuera a casa. Su madre había planeado escaparse de la Isla de los Perdidos sólo porque su barrera invisible le impedía hacer magia. Despreciaba Auradon y sus bonitos bosques y ríos encantados. Si Maléfica hubiera tenido éxito con su plan de venganza, en ese momento todo el reino sería tan tenebroso, sombrío y espantoso como la Fortaleza Prohibida. Es decir, más tenebroso que cualquier cosa que sus amigos de la Academia Auradon pudieran imaginar…

No podía dejar que eso pasara nunca.

Mal volvió a leer el misterioso mensaje de texto, y la aprensión hizo que el corazón le latiera más deprisa. Recogió sus cosas, decidida a encontrar a sus amigos para que pudieran ayudarla a averiguar qué estaba ocurriendo.

Mal tenía el presentimiento de que su dulce vida en Auradon estaba a punto de pudrirse.