
El fuego en la piedra
Era cierto lo que Ben había dicho a Mal en la biblioteca. Los asuntos del reino no esperaban a nadie, ni siquiera al rey. Los Estados Unidos de Auradon eran un imperio vasto que incluía todos los reinos buenos: desde la bahía de Tritón al oeste, hasta el País de Nunca Jamás al este, pasando por las montañas del norte y el pueblo con puerto de Bella al sur. Y gobernarlo no era una tarea fácil.
Tras despedirse de Jay y de las chicas fuera de la cafetería, Ben abrió su casillero y cambió su corona sencilla de día por una más elaborada que llevaba para las reuniones oficiales del Consejo real. Okey, seguramente no era muy buena idea guardar en un casillero del colegio una corona con incrustaciones de joyas insustituibles y todo eso, pero bueno, estaba en Auradon, y allí nunca pasaba nada malo.
No había pequeños ni grandes hurtos, nada de nada. Una vez perdió un penique y se lo devolvieron de inmediato, con un segundo penique por el interés.
Así de increíble era Auradon.
Ben también recordó que tenía que hablar con Chad. Aunque sabía que Jay se podía ocupar del asunto, su ojo morado le molestaba más de lo que quería admitir. Ben no esperaba que todo el mundo en Auradon fuera completamente bueno en todo momento, pero sí que esperaba que los habitantes de Auradon intentaran mejorar. Si no, ¿qué sentido tenía mantener a los villanos en otro lugar? Para eso, podrían vivir todos bajo una cúpula.
Habían pasado pocas semanas desde que sus padres se habían ido a su mega-crucero-de-jubilación-de-reinado-soñado. El Rey Bestia y la Reina Bella se habían ido en el yate real, dejándolo a él para que se ocupara de todo. Pasó por los campos de los torneos durante el camino de vuelta a su propio palacio. Deseaba tener tiempo para entrenar, pero la mayor parte de su tiempo libre tenía que dedicarlo a un montón de compromisos reales. Debía entregar premios a los héroes en recepciones sofisticadas, en lugar de estar con sus amigos, o dar la bienvenida a dignatarios como los Fitzherbert, que estaban en la ciudad esa semana, en lugar de jugar videojuegos.
A veces, Ben se sentía como si tuviera más de dieciséis años. Después de presidir la inauguración del Centro Recreativo y estrechar las manos (¿o eran garras?) de muchas criaturas peludas y divertidas (aquellos secuaces en realidad eran graciosísimos), esperaba que no fuera demasiado tarde para la reunión. Sólo porque fuera rey no significaba que quisiera hacer esperar a la gente.
***
—¿Listo, señor? —le preguntó Lumiere, el guardia que custodiaba la sala de conferencias del rey.
Ben asintió y se alisó las solapas.
—¡El rey de Auradon! —anunció Lumiere, al abrir la puerta con un ademán ostentoso.
—¡El rey de Auradon! —contestaron los consejeros reunidos—. ¡Viva el Rey Ben!
—Descansen, descansen —dijo Ben, acomodándose en su asiento. El trono había sido construido para su padre y todavía no lo sentía del todo suyo. Miró sonriente a los consejeros sentados a lo largo de la gran mesa y los fue saludando. Lumiere colocó el plato habitual de galletas de azúcar y una jarra de té con especias, en el centro de la mesa. Ben esperó a que todo el mundo hubiera comido y bebido algo antes de comenzar.
—Hola, Doc, ¿hoy está sólo usted? —preguntó, saludando al consejero más experimentado que tenía en la sala.
El anciano enanito asintió después de dar un sorbo a su vaso.
—Gruñón me ha encargado que presente sus disculpas, señor, pero se hoy levantó con el pie izquierdo y no se encuentra del todo bien.
Ben reprimió una sonrisa y pasó al siguiente consejero.
—¿Qué tal, Genio? Vi a Jordan cuando venía en camino.
—Maravillosamente bien, no podría estar mejor, su Alteza —dijo el gran genio azul, mostrando su típica sonrisa a Ben—. Me alegro de que la escuela le permitiera vivir en su lámpara en lugar de en la residencia de estudiantes. Ya sabe cómo somos los genios, nos gusta estar guardados.
Ben soltó una risita y revisó el resto de los asientos de la mesa. Entonces notó que algunos estaban vacíos.
—¿Ya está todo el mundo por hoy? —preguntó.
—Sí, señor —dijo Doc—. Los dálmatas están fuera, haciendo una visita a ciento una universidades. Mary, Gus, y Jack están ocupados porque Cenicienta se está preparando para su baile anual. Así que hoy sólo estamos Genio, las tres hadas buenas y yo.
Flora, Fauna, y Primavera, un trío de mujeres fornidas de mediana edad, con sombreros puntiagudos de colores y capas y vestidos a juego, sonrieron y saludaron desde el final de la mesa.
—Perfecto —dijo Ben.
—¿Repasamos las cuestiones y las novedades? —preguntó Doc, quien levantó la vista de su pergamino, y parpadeó detrás de sus gafas.
—Por favor.
Ben se apoyó en la silla, escuchando el informe habitual sobre todos los aspectos de su reino. Tras el horror del «incidente con Maléfica», la vida parecía haber vuelto a su ritmo sereno, normal. A pesar de que los científicos del reino habían notado algunos patrones extraordinarios últimamente, no sólo la serie de terremotos de la ciudad de Auradon, sino también una helada inesperada en las Tierras de verano y tormentas con relámpagos, poco habituales en East Riding, entre otros fenómenos impropios de la estación. Ben tomó nota de sus preocupaciones, pero, tal y como señaló al Consejo, no era que se pudiera hacer algo sobre el tiempo atmosférico. Bostezó y, como Doc lo aburría con aquella cantaleta interminable, intentaba mantener los ojos abiertos, pero no logró conseguirlo. Al echar una cabeceadita, de repente, oyó a Doc aclarándose la garganta con fuerza.
—Ejem —dijo Doc—. Perdone, señor.
Al haberse entrenado durante toda una vida conviviendo con Dormilón, Doc era un experto en todas las formas de despertar a quien se duerme de repente.
Ben se enderezó en su silla y parpadeó varias veces para despejarse. Se sentía desconcertado.
—Perdón, ¿qué me he perdido?
—Decía que es todo lo que tenemos de las cuestiones habituales. Pero, ahora, si le parece bien, tenemos embajadores de Camelot que han venido a verlo. Dijeron que era una emergencia, así que les hice un hueco en la agenda. Espero que no le importe —dijo Doc—. Han hecho un viaje muy largo.
Ben asintió.
—Claro, claro. Por supuesto, hágalos pasar.
Lumiere volvió a abrir la puerta y anunció con gran entusiasmo:
—El Mago Merlín, y Artie, hijo de Arturo.
El Mago Merlín, un viejo y marchito mago con una túnica azul, y Artie, un chico de unos doce años que llevaba una túnica sencilla en señal de que era escudero, entraron en la sala de conferencias.
Artie miraba alrededor, aparentemente deslumbrado por la visión del Genio flotando junto a las hadas. Camelot tenía sus propios habitantes extraordinarios, por supuesto, pero Artie probablemente no había visto nunca a alguien como él. Genio se dio cuenta de que el chico se había quedado helado, y puso una de sus muchas caras ridículas, lo cual hizo que Artie se muriera de la risa.
—Saludos de Arturo —dijo el Mago Merlín, haciendo una reverencia al rey y fulminando a Artie con la mirada.
El chico también se inclinó, pero no pudo disimular su sonrisa.
—Está ocupado tratando con el problema ahora mismo, por eso no pudo acompañarnos —agregó Merlín.
—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó Ben.
—¡Hay un monstruo en Camelot! —interrumpió Artie.
Genio se sobresaltó.
—¡¿Un monstruo?!
—Bueno, creo que es un monstruo —dijo Artie, avergonzado y a la defensiva al mismo tiempo.
—Lo que Artie está intentando decir es que algo está sembrando el caos en la ciudad, provocando el pánico entre los lugareños y causando incendios —dijo el Mago Merlín—. Es una gran perturbación.
—¿De verdad? —preguntó Ben.
—Sí. Ya hace unas semanas que ocurre y hemos intentado cazar a la criatura, pero siempre se escapa de nuestras trampas, como si desapareciera sin dejar rastro. Pasan los días y de repente, sin que sepamos de dónde sale, ataca de nuevo. Los aldeanos han perdido ovejas y pollos. Ha pisoteado los huertos. Filas enteras de coles al mismo tiempo —dijo el Mago Merlín. A continuación, se quitó su sombrero puntiagudo y se secó la frente—. Ha sido un verdadero problema. Arturo decidió quedarse en Camelot por si volvía, mientras nosotros veníamos a pedir ayuda.
—¿Cómo podemos ayudar? —Ben se inclinó hacia delante, con ganas de proporcionar ayuda. Aquello era mucho más interesante que las noticias de los aldeanos de la provincia a la que pertenecía su madre. Se quejaban, por ejemplo, del precio de los huevos por enésima vez. Y no abandonaban el mismo tema.
El Mago Merlín arrastró los pies.
—Por eso hemos venido, Alteza. Hemos venido a pedirle permiso para emplear magia y dar con el paradero de esa criatura.
—Ah, entiendo —dijo Ben—. Magia.
Y se sentó hacia atrás en su trono.
—Él se refiere a las cosas de verdad también —le susurró Doc en la oreja—. No solamente a cambiar el color de un vestido o hacer un peinado nuevo, como me ha dicho mi sobrino Doug que ocurre en la escuela estos días.
—¿No hay otra forma de atrapar a ese monstruo? —preguntó Ben, frunciendo el ceño y dando golpecitos sobre la mesa.
—Lo hemos intentado todo y, por desgracia, hasta ahora no hemos tenido éxito —dijo Merlín—. Si no, no estaríamos aquí.
—¿Y creen que usando magia podrían atraparlo? —preguntó Flora con la cara seria.
—¿Y si no funciona? Entonces, ¿qué? La magia puede salir muy mal, ¿sabes? —añadió Fauna, ajustándose el sombrero rojo que se le resbalaba a un lado de su pelo gris rizado—. Como mis hermanas y yo hemos comprobado en primera persona.
—Las consecuencias de emplear magia imprudentemente, sin duda, pueden ser muy peligrosas —coincidió Primavera, mientras ponía cara de preocupación.
Se oyeron murmullos de aprobación de todos los asistentes.
El Mago Merlín se irguió. No era mucho más alto que un enanito, pero resultaba intimidante. Dirigió una mirada glacial al Consejo del rey.
—¿Tengo que recordarles que soy el Mago Merlín? Soy plenamente consciente de los peligros que conlleva la magia, y creo que seré capaz de usarla con prudencia para capturar a esa criatura infernal y hacer que se vaya, que no nos vuelva a molestar. Tienen mi palabra.
El Consejo volteó a ver a su rey.
—Comprendo, Mago Merlín. —Ben vio la mirada del mago e intentó no mostrar lo nervioso que estaba. Él era el líder ahora; su padre había dejado la protección en sus manos—. Consideraré su petición, pero tendré que debatirlo con mi equipo antes de tomar una decisión. Gracias por informarnos sobre la situación en Camelot —dijo, escogiendo cuidadosamente sus palabras.
El anciano mago asintió a regañadientes.
—Vámonos, Artie, vamos a buscar una galleta con chispas de chocolate mientras esperamos.
***
Una vez que ya estaban fuera de la sala, Ben se dirigió a sus consejeros.
—¿Puedo hacer eso? ¿Puedo dejar que Merlín utilice la magia de esa forma?
—Puede hacer lo que desee ahora que es el rey —dijo Doc—. Tiene poder absoluto.
«Y el poder absoluto corrompe absolutamente», pensó Ben para sus adentros. Tenía que ser cuidadoso, así que preguntó a sus asesores:
—¿Cuándo fue la última vez que se utilizó magia de ese nivel en Auradon?
—Veamos, probablemente, la última vez fue cuando el Hada Madrina creó la cúpula que mantenía la magia fuera de la Isla de los Perdidos. Después de aquello, la política seguida por su padre y el Hada Madrina ha sido que podemos aprender a vivir sin magia, aunque no tengamos una cúpula sobre la cabeza —dijo Genio—. Al principio, era difícil acostumbrarse a no tenerla, pero, al final, lo conseguimos.
—Y estamos mejor así —dijo Flora, resoplando—. Un poco de trabajo duro nunca ha hecho daño a nadie.
Ben estaba de acuerdo. La magia no estaba expresamente prohibida en Auradon, pero se desaconsejaba su uso. Gracias a eso, imperaba el orden en el reino. Sería imprudente no respetar las políticas que el Rey Bestia y Hada Madrina habían impuesto por un problema en un reino lejano. Incluso en manos de usuarios precavidos, últimamente se habían producido algunos incidentes cuando la magia había salido mal. Todos sabían que Genio concedía deseos sin querer a la persona equivocada cuando dejaba su lámpara por ahí. Incluso las tres hadas buenas se equivocaban de vez en cuando (o a menudo) porque las perdía su generosidad. Hace tiempo, crearon un castillo de hielo enorme para el cumpleaños de Ben, que fue deslumbrante hasta que se derritió y causó una inundación.
Merlín era uno de los magos más poderosos de aquellas tierras, y si se le permitiera utilizar la magia a gran escala, ¿quién sabe qué podría ocurrir?
Ben hizo señas a Lumiere para que Merlín y Artie volvieran a la sala.
—He considerado la urgencia de su petición —les dijo.
—Gracias, Alteza.
El Mago Merlín parecía esperanzado y con ganas de emprender el camino.
Ben levantó la mano. No había acabado.
—De momento, voy a desestimar su petición para emplear magia en la captura de ese monstruo.
El Mago Merlín frunció el ceño y se puso rojo. Estaba claro que no eran las noticias que esperaba; además, el anciano mago, evidentemente estaba acostumbrado a salirse con la suya. Artie parecía muy abatido. La idea de derrotar a una criatura horrible con magia antigua, sin duda, habría sido emocionante para el joven escudero.
Antes de que el Mago Merlín pudiera objetar, Ben continuó hablando:
—Viajaré a Camelot personalmente para evaluar la situación. Me iré con ustedes mañana a primera hora.
Tendría que perderse un día de clases, probablemente dos, pero esperaba estar de vuelta en Auradon el fin de semana. Además, parecía una aventura: antes de la llegada de Mal y sus amigos, Ben no había tenido muchas en Auradon.
—Muy bien, señor —dijo el Mago Merlín, dando un codazo a Artie para que hiciera una reverencia igual que él—. Esperemos que Camelot siga en pie cuando lleguemos.