Un par de días antes los rebeldes habían capturado el informe de un oficial federal, el coronel Manuel Tamborell, que decía que los revolucionarios no podían tomar Ciudad Juárez, sólo servían para asaltar rancherías y robar gallinas. Benjamín Herrera lo vuelve una carta en la que afirma que dice: “¿Por qué no tratan ustedes de entrar a Ciudad Juárez? Ustedes están impuestos a tomar ranchitos indefensos para robarse los marranos y comerse las gallinas. Sabemos que los residentes de El Paso, Texas, les están enviando: ropa, armas, parque y lonches. Lo que les deberían de traer son huevos, que mucha falta les hacen. Si son hombres traten de atacar la plaza. ¡Aquí los esperamos!” Fuera o no exactamente así, el caso es que los revolucionarios creyeron en esa carta, que reflejaba con bastante precisión la mentalidad del ejército federal, que no entendía por qué Porfirio Díaz los mantenía a la defensiva. No es difícil imaginar lo que las palabras de Tamborell produjeron en Pancho Villa. Olea cuenta que el mucho más mesurado Orozco dijo: “Esto no se puede aguantar”. Pero parecía que tendrían que aguantarlo porque la decisión de Madero los alejaría de la ciudad fronteriza.
El día 8 de mayo, mientras Madero preparaba la retirada, se produjeron enfrentamientos en las líneas. El teniente federal Francisco Puga contará que a las 8:30 de la mañana cayeron los primeros disparos sobre su trinchera y el general Navarro dirá en su parte que a las 10:30 “las avanzadas rebeldes rompieron el fuego”, pero no debería ser significativo. De cualquier manera, a las 12:30 de la mañana Madero, que en esos momentos estaba negociando con Braniff, envió una nota a Navarro diciendo que el ataque había sido accidental.
Pero aquello sólo había sido el prólogo. En algún momento del inicio de la tarde comenzó una balacera de regulares dimensiones. Se ha contado que se intercambiaron insultos gruesos de trinchera a trinchera que terminaron en tiroteo (pero las líneas estaban lo suficientemente separadas para que los insultos no se escucharan claramente), o que exploradores federales se acercaron a menos de 700 metros y se les hizo fuego (pero los federales no hicieron ninguna exploración en aquellas tres semanas), o que “una pelada” amiga de los rebeldes cruzó el río, los federales la detuvieron y los maderistas trataron de rescatarla, o que una partida de caballería insurrecta compuesta de 30 jinetes se acercó al molino de harina al oeste de Ciudad Juárez y fue tiroteada (pero las tropas del cerco no actuaban como caballería, las monturas estaban siempre a retaguardia), o que unos maderistas se habían bajado a saquear las hortalizas de unos chinos y los federales les dispararon.
No debe de haber sido así. Es más factible, y la mayoría de los testimonios parece confirmarlo, que el inicio de los combates en Ciudad Juárez surgió de una provocación de las filas maderistas, una provocación muy organizada. Y todos los que algo sabían o supieron señalan a los instigadores del asunto: Pascual Orozco y Pancho Villa. Ante los titubeos de Madero, Orozco y Villa, probablemente juntos, resolvieron obligar forzar el inicio del combate. Nellie Campobello cuenta que Pancho y Pascual “se decidieron a aconsejar a los muchachos que provocaran a las avanzadas federales. Primero uno de los revolucionarios les tiraría un balazo. Si los federales contestaban, mandarían ocho o más balazos. Se acercarían diez hombres a las avanzadas enemigas. Si la balacera cundía, irían por 50 hombre más y de ese modo harían que se generalizara el combate”.
Para encubrir su responsabilidad, según unos se fueron a dormir a El Paso (en el hotel Fisher, en la esquina de San Antonio y El Paso); según otros, sólo se fueron a comer; según unos terceros, Orozco se metió en una peluquería en el lado estadounidense. De manera que cuando se inició el tiroteo estaban del otro lado.
Una foto, que se ha difundido enormemente, los sitúa supuestamente el 8 de mayo en la Elite Confectionary tomándose una malteada de fresa o un Elite baseball, helado de vainilla cubierto de jarabe de chocolate, cosa muy probable en el caso de Villa, que había descubierto su amor por los helados de fantasía en esos días. La fotografía de Scott refleja a un Orozco y a un Villa con los sombreros sobre las rodillas, los platillos del postre vacíos, y ellos sentados juntos en una mesa y rodeados de un grupo de revolucionarios como ellos, también desarmados. Tienen cara de serios, lo cual no es raro en la mayoría de las fotos de Orozco y tampoco en las fotos de Ciudad Juárez de Villa. ¿Es esa la foto de la coartada? ¿O fue tomada en los días previos?
El caso es que, como diría Adolfo Gilly, en el porvenir se irrumpe con tumulto, y a las cuatro de la tarde del 8 de mayo dos muchachos de Casas Grandes del contingente sonorense del ex seminarista Samaniego, que vestían unas camisolas de colores vistosos, azul y rojo, salieron de la acequia que les servía de trinchera y comenzaron a avanzar disparando hacia las líneas federales. Uno de ellos quedó herido de muerte.
En el posterior parte militar, Orozco con abundante cinismo diría: “No se sabe quiénes iniciaron el tiroteo”, pero “los nuestros tomaron por asalto una trinchera enemiga”. Poco después, quince soldados de la tropa del mayor José Orozco, el grupo del capitán Reyes Robinson, alias Camisa Colorada, bajaron hacia el río disparando y provocando a los federales. Avanzando paralelos al río Bravo, rebasaron la compuerta de la que se desprende el canal de irrigación. El punto del choque fue un lugar llamado El Molino o Molino de Trigo de Montemayor, frente a una garita aduanal. Los federales que los enfrentaron eran soldados del 20º batallón, que pidieron refuerzos.
Garibaldi cuenta que al iniciarse los disparos, pequeños grupos se iban infiltrando desde el oeste de la ciudad, parapetándose en terraplenes de ferrocarril, casas de adobe, fosas de riego, en las orillas del río.
Orozco dice: “Ordené al mayor Orozco sostuviera a los que habían atacado. El enemigo creyó que era un ataque generalizado y envió refuerzos y se trabó el combate, se tomó el margen del río hasta la cuatro de la tarde”. La declaración prueba que estaba metido en el asunto. ¿Cómo habría podido dar órdenes al mayor Orozco si estaba en El Paso?
Madero recibió noticia de que se verificaban combates entre avanzadas revolucionarias y federales y dio órdenes apremiantes para que se hiciera cesar el fuego, enviando emisarios con banderas blancas. A las 4:15 el capitán maderista Campa se presentó con Navarro para obtener un cese al fuego, en lo que el oficial federal estuvo de acuerdo, no sin reclamar que cesaran el fuego primero quienes lo estaban atacando.
La ofensiva maderista progresó a pesar de que sólo estaban involucrados pequeños grupos. Los rebeldes del mayor Orozco tomaron algunas de las casetas aduanales y las entradas de Juárez a El Paso. Las balas cruzaban la frontera y había heridos del lado estadounidense. Los enviados de Porfirio Díaz se trasladaron de El Paso a Juárez “a comunicar a Navarro arreglo cesación hostilidades. El jefe del Estado Mayor que estaba en cuartel general, nos tomó por testigos de que se hallaba sosteniendo defensiva, y que descargas de los federales no tenían más objeto que repeler asaltantes”. Cuando Madero se comunica diciendo que no ha ordenado el ataque, Navarro dirá, hablando de sí mismo en tercera persona: “Mientras las tropas del general Navarro obedecían, las del señor Madero no lo hicieron”. Aun así el general federal suspende el fuego hacia las 5:30. Las notas en los periódicos del día siguiente titularán: Madero: “No me obedecen”.
Tras varias horas de tiros, Villa y Orozco tomaron un taxi para regresar al lado mexicano. Cruzando el río por el puente del Columpio, llegaron en coche a las cercanías de la Casa de Adobe, donde Madero les reclamó lo que estaba sucediendo. Se dice que a pesar de que aceptaron formalmente la orden de Madero de ordenar el cese el fuego, enviaron más tropas a ampliar la brecha.
Al parecer a Madero sólo le hacían caso las tropas de José de la Luz Blanco, que permanecían en el campamento. Cástulo Herrera fue usado también como parlamentario y entró por el puente internacional de El Paso con permiso de las autoridades de Estados Unidos. Tres veces habló Madero con Villa y Orozco. Villa entonces utilizó el argumento definitivo: “Lo que usted nos pide es ya un imposible, la gente está muy exaltada”.
Madero intentó varias veces detener el tiroteo y lo discutió con sus subordinados, pero recibía extraños comentarios de Orozco: que sólo eran unos cuantos, que ya había dado órdenes de detenerlos, y así. Tras una acalorada discusión en la que intervinieron Orozco, Villa y Blanco, Madero intentó utilizar su recurso definitivo: mandó formar la tropa que se encontraba en el campamento y le habló. Hay que parar la ofensiva, existe un pacto, un armisticio, se está violando la tregua, que el combate deshonra. Obtuvo algunos aplausos, pero no más que eso. Luego, nada. Incluso algunos de los que oyeron el discurso, más tarde se fueron a la línea de fuego.
Al caer la noche Madero desiste. Si quiere seguir dirigiendo la revolución tiene que asumir que la revolución se ha vuelto armada y no negociadora. Dicen que dijo:
—Pues si es así, qué le vamos a hacer.
Se cuenta que Villa y Orozco se abrazaron.
Orozco dio órdenes de formar en el campamento, y la columna avanzó hacia la zona de combate. Madero los despidió con un nuevo discurso. Las crónicas no dicen que les haya pedido tiempo para al menos negociar la rendición de la plaza con Navarro.
A las 6:30 de la tarde los federales cañonearon destruyendo algunas casas. Las tropas de Orozco tomaron las últimas casetas aduanales y los puentes. Una serie de fotos de autores estadounidenses registran a los maderistas ocupando los pasos fronterizos. Sonrientes y sorprendidos, como si la cosa no fuera con ellos. Los disparos de los federales apuntan ahora de sur a norte, las balas perdidas vuelan hacia territorio de Estados Unidos. El coronel Steaver, de la guarnición de El Paso, envía un ultimátum a los federales y a Madero. “Si las balas pasaban al lado americano se vería obligado a intervenir para evitarlo, de acuerdo con instrucciones que había recibido de su gobierno”. Es absurdo, resulta imposible evitar que las balas perdidas crucen la frontera dada la relación entre El Paso y Juárez, creada por el río, que hace una gran curva cortando la frontera. Mientras Juárez está apelotonada, con casas bajas de adobe en la zona fronteriza que forman un chipote, El Paso culebrea a su alrededor.
En el primer round la zona norte de la ciudad quedó en manos de los maderistas, porque Raúl Madero también entró por la zona de los puentes en el mismo ataque de oeste a este. La ciudad se encontraba sin agua a causa de un sabotaje realizado por vecinos maderistas.
A las 12 de la noche Navarro recibe a Roque González Garza como parlamentario. Ya no se propone el alto el fuego, sino una capitulación. No la acepta. Al regresar hacia el lado estadounidense, González Garza es tiroteado.
A las 2:30 de la mañana Orozco recibe la confirmación de Madero para realizar el asalto general. Media hora después se reinicia la ofensiva.
El plan de Orozco establece un ataque múltiple para ir cercando a los federales y reduciendo su territorio. Villa, con 650 hombres, avanzará por el sur entrando por el cementerio hacia la estación del ferrocarril central; por ahí lo verá pasar el capitán Olea cuando vaya a tomar posiciones. Félix Terrazas y el mayor Amaya irán a la derecha, hacia la cárcel. Garibaldi, con 480 hombres, reforzaría las tropas del mayor José Orozco por el barrio de Bellavista. Y Pascual Orozco, con 500, se colocaría en una línea paralela al río en contacto con la fuerza de Garibaldi, hacia la aduana, cortando la frontera, para hacer que fueran los federales quienes dispararan sobre Estados Unidos. De la Luz Blanco permanece en la reserva con 250 hombres y Marcelo Caraveo queda estacionado en Bauche, estableciendo el bloqueo de Juárez para evitar la llegada de refuerzos desde Chihuahua. Eso significaba que en el ataque directo no habrían de participar más de mil 750 maderistas.
A eso de las tres de la madrugada se realizó una junta de jefes del núcleo de Villa. Tras haber coordinado a los grupos en las cercanías del cementerio, a las cuatro de la madrugada su brigada se aproximó a las bodegas de la casa Ketelsen. Una ametralladora le cerraba el paso. El encontronazo fue muy fuerte y fueron rechazados con muchas bajas. Orozco le informó a Madero que Villa había tenido que replegarse. Pero Pancho sólo había dado un rodeo, sus hombres se atrincheraron cerca de la Estación Central usando durmientes de ferrocarril y concentraron su fuego en una escuela donde estaban refugiados los federales. Entre los sonorenses de Villa venían mineros de El Tigre, que improvisaron bombas. Allí rescataron al joven Martín López, que había sido capturado poco antes y al que tenían preso y amarrado.
En otras zonas de la ciudad, hacia esas mismas horas de la madrugada los revolucionarios fueron buscando tomar contacto. Los federales se habían fortalecido en sus cuarteles y en el suroeste de la ciudad. Se utilizaban bombas de mano. Los cañones del ejército no les servían. Navarro lo reconoció: “El mortero destrozaba casas y los ahuyentaba pero aparecían en esas o en otras. Los morteros se iban moviendo en la zona cercada”. El problema era similar para los revolucionarios, Madero tres veces mandó retirar la artillería que se había emplazado.
Quienes provocaron la batalla habían sufrido muchas bajas. El grupo de Terrazas y José Orozco comenzó con 46 hombres y a las siete de la mañana siguiente sólo les quedaban 15.
Al amanecer del día 9 la situación es difícil de describir. El frente de batalla es ambiguo, han sido más de 12 horas de combates, tiroteos, encuentros y repliegues. ¿Dónde está el frente? Adán Mantecón dirá: “Íbamos taladrando paredes”. El fotógrafo Jimmy Hare cuenta que, tomadas de una construcción, los rebeldes tenían barretas con las que avanzaban perforando el interior de las casas. Cuando los federales se dan cuenta “desatan un fuego asesino”. Él va siguiendo a las tropas de Garibaldi y Raúl Madero. El primero registra que se estaban usando barretas, de las que habían conseguido 300, terminadas en punta por uno de sus extremos, de acero de tres cuartos de pulgada, con las que perforaban el adobe de las casas; los francotiradores los cubrían desde los techos.
Todo el avance se hizo con música; sonaban guitarras y pianolas que se encontraron en las casas. Alguien descubrió puros y un fonógrafo y se pusieron a fumar y a oír música mientras hostigaban a los federales. La gente se turnaba para regresar al campamento a comer. Francotiradores por todos lados, identificados por la cinta tricolor en el sombrero. En medio del caos los revolucionarios ejecutan una pequeña venganza: la casa del general Navarro es saqueada.
Las imágenes de la mañana del 9 de mayo: el combate casa por casa, el hombre que dispara con el rifle dando la vuelta a la esquina, sin asomarse a ver a qué le tira, a su lado un compadre espera pacientemente su turno sentado en el suelo, los hombres agazapados en las azoteas. Hay una excelente foto de Jimmy Hare que muestra a un revolucionario corriendo, cruzando solitario la calle principal de Ciudad Juárez hacia el hotel México. Pocas fotos como esa para transmitir la sensación de peligro, la fragilidad del personaje, las balas pueden salir de cualquier lado. Mucho parque se quemó en esos días. Poco después podrían verse en las filmaciones de Salvador Toscano las casas de una Ciudad Juárez desolada, perforadas como colador por los balazos, las ruinas del adobe reventado a cañonazos. No cabe un impacto más en las fachadas, parecen contaminadas de una extraña viruela.
A lo largo de la mañana del 9 prosigue el tiroteo en medio de un tremendo calor. La ciudad sigue sin agua. Los maderistas progresan lentamente. La Cruz Roja estadounidense interviene para recoger heridos de ambos bandos y los lleva a El Paso.
Villa y Orozco estaban desconectados. Orozco le envió una nota a Madero: “El coronel Villa no lo he visto ni he tenido comunicación; ayer en la mañana tuvo un encuentro con el 20º batallón por el lado sur y no he tenido más noticias, los soldados del 20 se regresaron a su puesto”. Villa estará todo el día combatiendo frente a la escuela, hasta que al oscurecer logra tomarla y desde ahí hostiga el corralón de los Cowboys (donde está metido Navarro) y las barricadas. Los federales se concentran hacia el cuartel general.
El coronel Tamborell, autor de la famosa nota en que se hablaba de lonches y huevos, fue herido en un brazo a las nueve de la mañana. A la una de la tarde fue capturado por los rebeldes, pero lo liberó una escolta de caballería cuando iba amarrado codo con codo rumbo a una barbería enfrente de la Aduana. Volvió al combate y entonces recibió un tiro en la frente.
Los rebeldes se turnan para regresar al campamento de la Casa de Adobe para comer. Los defensores no han comido ni bebido; se hallan sometidos a un inmenso calor, sin agua, sin abastos, con una población hostil y rodeados de sombrerudos que aparecen cruzando en medio de las casas y les disparan desde las azoteas. Se combate a muy corta distancia. También a gritos. Mientras los federales llaman a los rebeldes robavacas, los rebeldes contestan con un “Muera el mal gobierno”. Van cayendo los reductos. Orozco y Garibaldi toman el norte de la ciudad. La brigada de la legión extranjera ocupa la plaza de toros y luego la pierde. Las tropas del mayor Orozco se acercan al cuartel general. Garibaldi retoma la plaza de toros. Se dice que Villa ha soltado a los presos de la cárcel municipal. Los federales se han hecho fuertes en las azoteas, la Misión de Guadalupe, el Palacio Municipal y en el edificio de La Fama.
Al amanecer del 10 de mayo los maderistas comienzan una nueva ofensiva. Casa por casa van avanzando, cae la iglesia. Hacia las nueve de la mañana el general Juan J. Navarro, para evitar que corten a los grupos de defensores y queden aislados entre sí, ordena el repliegue de todas las fuerzas que le quedan hacia lo que sería la comandancia, situada en el cuartel del 15º batallón. Cuenta: “La gente estaba agotada por el cansancio, el hambre y la sed”. El cerco se ha estrechado. Tienen un pozo de agua pero está azolvado, por más que intentan reabrirlo no lo logran.
Serían las diez de la mañana cuando Villa y su gente descubren que en la zona del mercado se está montando una columna federal de caballería para realizar un contraataque. Los tirotean y los obligan a dar media vuelta. Villa, con parte de su brigada, se repliega al cuartel general. ¿En busca de instrucciones? ¿A dormir un rato porque ha estado combatiendo toda la noche? Una nota de Madero a Orozco parece explicarlo:
Celebro que tomaran el cuartel del catorce (que había sido abandonado al amanecer). Me informan que también la Aduana está ya en nuestro poder, ¿es cierto? (lo era) Me dicen que la explosión que se escuchó minutos después de las nueve a. m. fue una escuela con fuerzas enemigas que voló. Le agradeceré confirmarme la noticia. Villa aquí está: dice desalojó a unos treinta voluntarios de un cuartel y rechazó a 300 soldados que salieron del cuartel grande, pero a ese edificio no le ha podido hacer nada por falta de artillería […] De todos modos necesitamos obrar con vigor y tratar a la gente con energía, mandando fusilar a algunos de esos que prefieren dedicarse al pillaje que ir a combatir, así como a los que corren frente al enemigo […] Tengo aquí unos 200 hombres de Casas Grandes y más de 100 de Villa. Si los necesita mándeme decir para mandárselos, pero siempre que pueda utilizarlos en el combate, si no ya sabe que se dedican al pillaje.
La respuesta de Orozco debe de haber sido que enviara a José de la Luz Blanco y mantuviera a Villa en reserva, porque en el parte de Orozco se registra que en las siguientes horas de la mañana un refuerzo de 250 hombres llegados de Casas Grandes tomó la escuela de niñas y que las tropas de Villa han sido puestas en reserva para impedir la fuga de los sitiados.
Hacia mediodía, unos dirán que a las 11:30, otros que a las 12:10, otros que a las 12:30, la guarnición del ejército federal en Ciudad Juárez se rinde. Asoma la bandera blanca por las ventanas del cuartel. Unos dirán que Navarro le entregó su espada al capitán Caraveo, otros que a las tropas del mayor Félix Terrazas; Garibaldi dirá que se la entregó a él, aunque Rivero dirá que no hubo espada por ningún lado, que Navarro la había dejado en el cuarto de banderas.
Quizá uno de los testimonios más serios, el de Roque González Garza, sea el que se ajuste más a la verdad. Roque cuenta que estaba en el cuartel general y entonces Madero le ordenó levantar a Villa, que estaba dormido porque había combatido toda la noche. Juntos llegan a tiempo para ver la rendición. Según Roque, Garibaldi fue el primero en entrar y recibir la rendición de Navarro.
Villa vuelve a montar su caballo y junto con el teniente coronel González Garza retorna a la Casa de Adobe para llevarle a Madero la noticia. “¿Qué me dices, Pancho?”, dirá Francisco Madero ante una victoria que no buscó, que no merece. Y no da crédito a la noticia. Hay en el archivo de Aultman una foto —durante mucho tiempo se le atribuyó a Otis, pero fue tomada por Jimmy Hare— que muestra una cabalgata impetuosa en medio de los árboles: Roque González Garza lleva una bandera nacional, Madero con sombrero, y a su derecha Pancho Villa endomingado (había dormido finalmente) con dos cananas sobre su traje, avanzando hacia la ciudad.
Para evitar que se fugaran y se confundieran con la gente, Villa ordenó que los soldados federales fueran encuerados y llevados a la cárcel; mucha gente de El Paso, al conocer la noticia de la rendición, acudió a contemplar el inusitado desfilar de federales en calzoncillos.
El número de heridos y muertos que produjo la batalla será motivo de debate. El general Navarro, que en su condición de detenido tiene pocas posibilidades de hacer un resumen, dirá un mes más tarde en su parte que perdió 35 muertos y 37 heridos, y que los maderistas sufrieron 400 muertos y 200 heridos. Abraham González dirá que los federales tuvieron 100 muertos y 137 heridos y los maderistas sufrieron 15 muertos y 50 heridos. Las bajas reales deben haber estado en medio de las dos estimaciones, que exageraban el número de enemigos heridos o muertos y disminuían los propios. La prensa de El Paso dará la cifra de trescientos entre muertos y heridos de ambos bandos.
Ciudad Juárez estaba en manos de la rebelión maderista. La victoria era militarmente poco significativa porque la guarnición de Juárez sólo representaba una décima parte de la guarnición del estado de Chihuahua, y a su vez era insignificante en el contexto nacional. Pero era la primera gran victoria de la revolución.
O por lo menos eso parecía en aquellos momentos de júbilo.
NOTAS
a)Fuentes: Los tres días de combates está recogidos en las memorias de Villa (versiones Bauche y Martín Luis Guzmán, con ligerísimas variantes.) En el parte de Orozco reproducido por Cervantes: Francisco Villa y la revolución, hay un error de fechas, y donde dice “abril” debe decir “mayo”. El parte del general Navarro (escrito un mes después de los hechos desde El Paso), también en Cervantes. Calzadíaz: Hechos reales de la revolución, tomo 1, y Armando Chávez: “Villa y la toma de Ciudad Juárez”, tienden a magnificar el papel de Villa y le dan un papel protagónico excesivo.
La decisión de Orozco y Villa de provocar el enfrentamiento y los acontecimientos del día 8, con muchas variantes en: Campobello: Apuntes sobre la vida militar de Francisco Villa. Berumen-Siller: 1911, I y II. Benjamín Herrera: Chihuahua, cuna y chispa de la Revolución Mexicana. Heliodoro Olea: Apuntes históricos de la Revolución de 1910-1911: de Bachíniva a Cd. Juárez. Rivero: Hacia la verdad. Puente: Villa. R. A. Ugalde: Vida de Pascual Orozco. Hare citado en Cecil Carnes: Jimmy Hare News Photographer. Valadés: “Los tratados…”
Algunas fuentes añaden, entre los conspiradores que iniciaron el combate, a José de la Luz Blanco y Garibaldi, lo que no debe ser cierto porque sus tropas no intervendrán en la provocación.
Existe una discrepancia entre los horarios en que se produjeron los combates en Juárez. Mientras que fuentes federales hablan de que desde las primeras horas de la mañana hubo tiroteos, casi todas las fuentes maderistas parecen establecer el inicio de la provocación y los combates a primeras horas de la tarde, aunque con divergencias también en las horas.
La versión de que el “camisa colorada” era el capitán Reyes Robinson y que “fue uno de los primeros que entraron en la toma de Ciudad Juárez” fue dada por una certificación de Pascual Orozco al propio capitán el 18 de noviembre de 1911, que registra Almada: Revolución 1. Quizá su intervención dio origen al mito de que dos revolucionarios con camisas roja y azul iniciaron los combates.
Las fuentes discrepan sobre el número de hombres que formaban la brigada de Villa durante el ataque, las cifras van de 650 a 200, incluyendo y excluyendo a los sonorenses de Samaniego.
Siller: 1911 recoge varios testimonios que parecen mostrar que los maderistas ejecutaron al coronel Tamborell después de que salió herido del cuartel.
La última intervención de Villa en los combates debe de haber sido cuando obligó a replegarse en la mañana del 10 a la caballería de Navarro a su cuartel. Villa, en Bauche, habla de ella; Navarro no lo comenta, pero Olea lo confirma.
Además: Giuseppe Garibaldi: “Cómo se efectuó la toma de Ciudad Juárez” y “El héroe Giusseppe Garibaldi” (en Chihuahua, textos para su historia). Alberto Heredia: “Ataque y toma de Ciudad Juárez” en Altamirano: Chihuahua 3, basado en los periódicos de El Paso, que equivoca las fechas y hace que los acontecimientos sucedan el 9, 10 y 11 de mayo en lugar del 8, 9 y 10 (quizá porque utiliza las fechas de edición de los diarios). Adán Mantecón: Recuerdos de un villista. Juan Gualberto Amaya: Madero y los auténticos revolucionarios de 1910. David Romo: “Ringside seat to a revolution”. Adolfo Gilly: Arriba los de abajo (”No construir el porvenir con obediencia y paciencia, virtudes mexicanas de los tiempos de sombra, sino irrumpir en él con tumulto”). Hay un excelente testimonio desde el punto de vista de Madero de los tres días de combates en Toribio Esquivel: Democracia y personalismo. Lawrence Taylor: “El fracaso de la campaña militar porfirista en 1911”. Oscar J. Martínez: El auge de una ciudad fronteriza a partir de 1948. Salvador Toscano: Memorias de un mexicano. Un muy buen plano de la batalla de Ciudad Juárez en el informe de los militares “Campaña de 1910 a 1911”.