SEIS

CIUDAD JUÁREZ: EL TERRIBLE EMBROLLO

Se decía que Villa se había despachado todo el avance hacia Ciudad Juárez montado en el caballo y sin dormir durante 24 horas y Martín López igual, para no ser menos. Traían encima el polvo de los caminos. Una foto atribuida a Jim Alexander así muestra a Villa: la cara tiznada, el caballo sudoroso, fiera la expresión. Pero las fotografías que narran mejor aquella extraña revolución, que iba de la frontera hacia Chihuahua y de regreso, en la que el gobierno estaba a la defensiva y los maderistas no se sabía bien en qué y para qué estaban, son dos fotos que retratan a los mirones.

Una de ellas, de autor anónimo, tomada cuando los maderistas ocuparon las márgenes del río Bravo, es una foto sorprendente, una gran panorámica. Los curiosos de El Paso han salido a ver a los rebeldes: mujeres endomingadas con sombrillas, niños con juguetes, perros, familias enteras. Pero lo sorprendente es que buena parte de los maderistas, con el río de por medio, están de pie, no han llevado a abrevar sus cabalgaduras, también han ido a observar a los otros mirones.

Una segunda foto muestra una multitud de ensombrerados y elegantes caballeros que desde la terraza, el roof garden, del hotel Paso del Norte en El Paso, contemplan Ciudad Juárez. Algunos poseen prismáticos, otros han trepado en bancos o colocado una silla sobre una mesa, para tener una mejor perspectiva de la futura batalla. El anuncio reza: “El único hotel en el mundo que ofrece a sus huéspedes un lugar seguro y confortable para ver la Revolución Mexicana”. Se decía que con el derecho de acceso a la terraza, que costaba 25 centavos, se recibía una limonada.

Se cuenta que otro observatorio estaba situado en la torre de la oficina postal de El Paso.

David Romo reproduce otras cinco fotos de mirones, una de ellas de Hoffman. Tienen un enorme candor pero, como en todo, también muestran que en esto del fisgón revolucionario hay clases; mientras los mexicanos de El Paso contemplan la revolución de pie sobre el techo de los vagones de un tren detenido en la línea, la pequeña burguesía gringa, ensombrerada, con pamelas y sombrillas, tiene observatorios.

La primera aproximación para establecer el cerco la hace Raúl Madero. Villa lo alcanza el 16 de abril en tren, después del percance con los magonistas. El 20 de abril se establece finalmente el campamento al norte de Ciudad Juárez, en las márgenes del río, para poder dar agua a los caballos. El cuartel general se ubica al sur de la fundición de la Smelter (que está en el lado estadounidense), cerca de una mojonera que marca la frontera.

El cerco se produce sin que haya ningún tipo de hostigamiento por parte de los federales, que se limitan a esperar. Madero le manda una carta al general Juan J. Navarro pidiendo la rendición de la plaza. Muy en el estilo, lleno de amabilidades y circunloquios, del jefe de la insurrección. Por favor tome nota de que lo vamos a atacar… acepte la expresión de mi respeto y consideración…

La estructura defensiva de Ciudad Juárez es muy pobre, poco más de 800 federales (Navarro dirá en su parte militar que 675) con dos morteros y una ametralladora. Se protegen con un sistema de trincheras muy pobre y algunas barricadas cerrando las bocacalles. Tienen la ventaja de estar a la defensiva y de contar con la protección de las casas, además de que dominan las azoteas.

Enfrente se encuentran los maderistas, unos tres mil, organizados en partidas (Navarro los hace crecer a 3,500), irregularmente armados, la mayoría con Winchester 30-30, de menor alcance frente al fusil Mauser del ejército. La moral de los atacantes es alta porque en cinco meses de estar combatiendo al ejército ya le han perdido el respeto. Sin embargo tienen el defecto de ser una estructura grupal, tribal, con pequeños jefes, difícil de coordinar.

El novelista Francisco Urquizo, en aquellos días un joven maderista, ofrece un retrato de Francisco Villa: “Robusto, rubicundo, con amplia boca de labios gruesos que sonríen siempre mostrando dientes amarillentos y grandes como granos de maíz […] lleva el texano a media cabeza, hacia atrás. Dos cartucheras ciñen su cintura y otras dos se cruzan en su pecho a la bandolera”. La descripción coincide plenamente con las fotografías. Los villistas parecen un arsenal humano, con dos cananas terciadas sobre el pecho, otra a la cintura, a veces doble, y chalecos con bolsas repletas de munición, morrales llenos de balas; ellos son su propia intendencia. Lo que no se puede cargar nadie te lo va a traer al frente de batalla. Van tocados con las famosas huaripas. Traen fusiles Mauser de cerrojo, que cada quien sabe a qué soldado federal muerto le ha quitado. En una fotografía, Villa, con sombrero de charro, está flanqueado por un güero que parece almacén de municiones; al lado está Manuel Ochoa y el jovencito que parece embarazado de tantas balas como carga encima es Martín López. Entre Villa y Martín está Miguel Saavedra. Sobre el sombrero de Martín la cabeza que asoma es la de Darío W. Silva (el futuro inventor de la silvanita y secretario de Villa); en el extremo derecho Casimiro Cázares y en el extremo izquierdo Telésforo Terrazas.

Las fotografías muestran una notable diferencia entre el Estado Mayor de Villa y el de Orozco. Los orozquistas, a los que no les faltan rifles, no traen cananas, parecen notablemente más elegantes, con chalecos y aun corbatas, la sobriedad del traje negro de Orozco y la gran diferencia: sombreros texanos.

Madero atiende primero en una cueva, luego en la llamada Casa de Adobe conocida también como la “casa blanca” o la “casa gris”, a un par de kilómetros de El Paso y de Juárez. La caseta de adobe que funcionaría “como palacio nacional“, diría Terrazas, y frente a cuya puerta se tomaron tantas y tantas fotos; una casucha con dos cuartos, rodeada de cuatro o cinco tenderetes y unos cuantos matorrales. Un toldo cubre una de sus dos entradas y muy pronto será adornado con banderas mexicanas. El calor es terrible.

Jimmy Hare, la estrella fotográfica de la revista Collier, se escurre, cruza la frontera, toma fotos de Orozco y de Villa al que califica, a falta de mejor adjetivo, de “notorio”. Será uno de los muchos fotógrafos estadounidenses que cubran la batalla y a sus personajes. Por ahí han de aparecer otros fotógrafos atraídos por la folclórica imagen de una revolución que se realiza a unos metros de Estados Unidos: D. W. Hoffman, Walter H. Horne, un residente de El Paso de 28 años sin experiencia previa como fotógrafo, Homer Scott, propietario de la Scott Photo Company, y su colaborador Otis Aultman, del que se cuenta, sin que probablemente sea cierto, que trató de fotografiar a Villa y éste se lo impidió diciéndole que a él solo lo fotografiaban mexicanos y ningún pinche gringo iba a sacar dinero a sus costillas. Aultman convenció a un fotógrafo mexicano de que le tomara fotos a Villa con su cámara. Si la historia es cierta, probablemente se trata de la foto de Ignacio Herrerías en la que Villa, con los ojos semicerrados por el sol y una doble canana de balas, contempla la cámara; a su espalda la casa de adobe se encuentra sugerida.

La vestimenta de una parte de las tropas maderistas se hallaba en un estado desastroso. Una carta de Máximo Castillo a Madero lo ilustra bien: “Le dirijo a usted la presente para recomendarle a mis umildes soldados que tanto han sufrido desde que se comensó esta revolución principalmente que vestir pues todo el tiempo han andado desnudos […] esperando los ofresimientos que muchas veces ustedes nos han hecho que llegando a una plaza de consideración se les uniformaría […] hase dos días que usted les ordenó les dieran ropa pero no ha sido así y asta la presente no lo ha podido conseguir […] yo recibí ayer 20 pesos para un vestido y no lo he comprado porque no quiero vestido para mí solo”. Días más tarde Madero comprará camisas en El Paso, en la tienda La Ciudad de México. A Villa le toca una negra, a Reyes Robinson y a Cuco Herrera les tocan rojas. Villa les dice que con camisas de ese color los van a “blanquear”.

Las tropas de Villa parecen ser la excepción, sus hombres están malamente uniformados pero repletos de balas. Villa es quizás el único de los mandos que está permanentemente preocupado por los detalles, el forraje para los caballos, las municiones, las botas.

Durante los primeros días la frontera está cerrada para los beligerantes. Villa organiza cuatro convoyes de 25 caballos para mantener el campamento abastecido de harina, azúcar, café, maíz y vacas, evadiendo las avanzadas federales. “Si no hubiera sido por los 100 caballos que yo llevaba nuestra columna se hubiera visto obligada a cambiar de campamento y desistir de tomar aquella plaza”. Las patrullas van a Bauche a traer reses.

Ese mismo día 20 llegan dos representantes del gobierno, Oscar Braniff y Toribio Esquivel Obregón, enviados por el ministro de Hacienda Limantour, que ha sido encargado por Porfirio Díaz de abrir negociaciones con Madero. Díaz, fiel seguidor de la filosofía de que todo ha de cambiar para que todo siga igual, siempre está abierto a la conciliación. Los dos enviados hablan con el general Juan Navarro, un veterano de la guerra contra el imperio del siglo pasado, duro y despótico. Como muestra del desastre que reina en el terreno federal, Navarro, que tan sólo lleva un par de meses en Ciudad Juárez, no cuenta con un guía y desde luego no tiene idea de dónde se halla el campamento de Madero. Los manda a Bauche en vez de a la casa de adobe frente a la Smelter.

Madero, hombre titubeante y dado a la negociación, acepta un breve armisticio en la zona de Ciudad Juárez a Chihuahua, que se firma en las primeras horas del 23. El armisticio le daba un respiro a los sitiados pero también sosiego a los revolucionarios, porque podían cruzar a El Paso a comprar armas (que luego sería contrabandeadas, como las pistolas que entraban dentro de pacas de alfalfa), traer agua potable en barriles de madera (la del río era muy sucia por los drenajes) y adquirir medicinas, comida y pastura para las caballerías.

Aprovechando la tregua se abrieron las negociaciones. El 22 de abril los enviados del gobierno hicieron una primera oferta: renuncia del vicepresidente Corral, gobernadores interinos en los estados donde se habían producido alzamientos, salida del ejército de Coahuila, Sonora y Chihuahua, cuatro ministros nombrados por los maderistas. Y, desde luego, Porfirio Díaz seguiría en el poder.

Toribio Ortega, uno de los jefes rebeldes, decía que los jefes militares como José de la Luz Blanco, Orozco y Villa veían con desconfianza las negociaciones. En el Paso se rumoreaba que no habría lucha, que “todo lo estaban arreglando por convenios”.

Silvestre Terrazas, el director de El Correo de Chihuahua, que algunas veces ha escrito sobre Villa, no lo conoce. Madero se lo presentará y será testigo de una conversación entre ambos. Villa pasaba a caballo con “una regular partida de caballería” y Madero lo detuvo para charlar con él. Villa pidió municiones y provisiones para su gente y aseguró que si lo dejaban acercarse a Juárez por ahí no pasaban los federales. Madero le dijo que pronto tendría de todo, pero no habló del ataque ni le puso fecha. Poco después le colocaron a Madero una línea telefónica, con un cable que cruzaba el río y conectaba la Casa de Adobe con El Paso.

El armisticio se prolongó seis días más, del 22 al 27. Mauricio Magdaleno diría: “La verdad es que todo lo ocurrido en Ciudad Juárez entre abril y mayo de 1911 se convirtió en un tan terrible embrollo que, aun descubiertas sus claves años después, sería sostenido motivo de enconadas discusiones y controversias”. Habría que preguntarse cómo con tan largo armisticio no llegaron para los federales refuerzos del sur o de otros puntos de la frontera. Díaz apostaba a la negociación y sabía que si movía sus tropas comenzarían los tiros.

Mientras los negociadores negociaban, Madero dio a la publicidad una carta fechada el 24 de abril y dada a conocer el día siguiente en El Paso Morning Times, que decía: “Al coronel Francisco Villa, equivocadamente se le atribuye haber sido un bandido en tiempos pasados”. Contaba la versión de por qué Villa se había vuelto bandolero (la honra de su hermana en peligro), señalaba que si en México hubiera justicia Villa no hubiera sido perseguido “y tuvo que huir y en muchas ocasiones tuvo que defenderse de los rurales que lo atacaron y fue en legítima defensa como él mató a algunos de ellos”. Finalizaba señalando que la gente de Chihuahua estimaba a Villa y que había sido nombrado coronel por parte del gobierno provisional porque lo merecía, “porque es digno de él”. Sin duda estaba respondiendo a críticas privadas sobre la presencia de un notorio bandolero en su entorno.

La caja maderista está vacía, como le informa Gustavo Madero a Pancho Madero. Hay escasez de recursos en los campamentos de Orozco y Villa. El peligro de que el ejército revolucionario comience a dispersarse es grande. El 26 de abril, la banda de música de Trinidad Concha, un desertor del ejército regular avecindado en El Paso, cruzó el río para dar una serenata en la Casa de Adobe ante una multitud.

El combate no comienza. ¿Cree Madero que es posible derrotar a la dictadura sin un solo triunfo militar? Según un informe de un agente estadounidense, el 25 apareció una declaración de Orozco, José de la Luz y Villa en que negaban habérsele insubordinado a Madero. El solo hecho de tener que declarar que no se insubordinan parece indicar las subterráneas tensiones en el campo maderista. No se puede olvidar que además el jefe de la guarnición federal ha sido la bestia negra de los revolucionarios tras los fusilamientos de Cerro Prieto.

El 27 de abril, quizá queriendo disminuir la tensión entre sus asesores civiles y los hombres de armas, Madero ratificó grados y otorgó nombramientos en el ejército revolucionario: general brigadier, Pascual Orozco; coroneles, José Garibaldi, Raúl Madero, Francisco Villa, José de la Luz Blanco, Agustín Estrada y Marcelo Caraveo; teniente coronel, Roque González Garza; mayores, Abelardo Amaya y Juan Dozal. Existe una fotografía que atestigua la ceremonia en la que Madero, desde el estribo de un automóvil, dirige la palabra a un grupo de hombres que se han quitado el sombrero, entre ellos Villa, Dozal y Raúl Madero. Curiosamente, no lo están mirando, todos ellos contemplan el suelo, tienen la mirada perdida, pero hay entre los personajes reconocibles (Villa, Federico González Garza, Pascual Orozco) y los anónimos, una expresión de arrobamiento cuasi religioso.

Los negociadores otorgan una nueva prórroga del armisticio, ahora de ocho días. A nadie le gustan los negociadores maderistas y los políticos que lo circundan: Pino Suárez, Madero padre, Venustiano Carranza, Vázquez Gómez, son ajenos al movimiento armado. Garibaldi dice que “todo sabía mal”. Curiosamente, la posición más radical la expresará la madre del jefe de la revolución el 30 de abril, cuando le telegrafía: “Admitiendo Díaz continúe causarás disgusto general revolución continuará sacrificio tuyo inútil mantente firme”.

La historia oficial y las historias tradicionales no gustan de la versión de un Madero espiritista y titubeante, perseguido por las pesadillas de los fantasmas y repleto de dudas; prefieren la imagen bobalicona de un Madero bondadoso, paternal y conciliador. Si bien ambas pueden ser ciertas, en el personaje no sólo se reúnen los primeros ingredientes, con sólo ellos no habría podido controlar a tres mil hombres armados que respondían a un centenar de pequeños caudillos y tenían fama ganada de broncos. Lo que sin duda contiene este pequeño personaje, junto con una notable habilidad para escuchar a demasiados y dudar en demasía, era una capacidad de convencimiento inmensa, una oratoria que calaba a fondo en sus escuchas. Quizá no se note en la lectura de sus discursos, por cierto bastante carentes de la retórica tan al gusto de la época y excesivamente bien educados, pero no queda duda. Si uno contempla cuidadosamente las fotos de los rostros de sus oyentes se comprueba el efecto magnético del verbo de Madero.

Sin embargo el efecto de sus prédicas dura poco.

El impasse se hace eterno, una revolución que no revoluciona. En la tienda de campaña que han colocado cerca de la Casa de Adobe los negociadores entran y salen, se intercambian telegramas con la ciudad de México vía El Paso. Han pasado casi tres semanas desde que los revolucionarios establecieron el cerco en torno a Juárez.

El 5 de mayo se celebra un gran acto en las filas rebeldes para conmemorar la victoria del ejército mexicano en Puebla combatiendo contra la invasión francesa del siglo xix. Hay una maravillosa foto de Jimmy Hare en la que Juan Dozal, José de la Luz Blanco, Pascual Orozco, Pancho Villa, Emilio Madero y Roque González Garza escuchan atentamente el discurso de Madero, ausente en la imagen. Los personajes, sorprendentemente descubiertos (al fin y al cabo hombres de eternos sombreros), sorprendentemente desarmados (no hay cananas ni rifles ni pistolas con ellos) están al pie de una loma, con la rodilla avanzada en la subida, lo que produce una sensación de misa más que de mitin. Son los oficiales de la guerra campesina maderista. Fuera de foco dos mil revolucionarios los rodean en un cuadrado construido en una doble fila. Villa tiene la boca ligeramente entreabierta, en un gesto de plácido arrobamiento, de desconcierto. Cientos de ciudadanos de El Paso fueron a ver en ambos bancos del río la ceremonia cruzando por el viejo puente colgante. “Fue muy impresionante”, dirá uno de ellos.

Una segunda y curiosa foto muestra en primer plano al mayor Raúl Madero rayando (encabritando) su caballo y sin duda posando, aunque no mire a la cámara. Muy a lo lejos, en tercerísimo plano, alejándose, apenas distinguible, Pancho Villa va a caballo y el fotógrafo parece ignorarlo. Eso era Villa entonces, alguien a quien los fotógrafos podían a veces ignorar.

La inacción produce todo tipo de tensiones. Una de ellas, muy grave, afectó a dos coroneles, Villa y Garibaldi. El único extranjero entre los altos oficiales de la insurrección (a pesar de que en las fuerzas maderistas militaban muchos) era Giuseppe Garibaldi, nieto del Garibaldi que había dirigido a los camisas rojas en la guerra de unificación de Italia. Tenía 31 años y había nacido en Australia; soldado de fortuna, había combatido en medio planeta hasta sumarse al maderismo. Días antes del encontronazo se habían tomado una foto, en buena ley, Orozco, el periodista Herrerías, Pancho Villa (con cananas cruzadas y ceño fruncido) y Garibaldi (con un coqueto sombrero de ala caída y amplia banda).

Al día siguiente de la ceremonia del 5 de mayo, un soldado villista que iba a hacer sus necesidades fisiológicas cruzó el campamento del coronel Garibaldi frente a un centenar de hombres de la llamada legión extranjera, y el coronel se disgustó y lo desarmó. El desarmado se reportó con Villa, que acusó a los gringos de Garibaldi de estar vendiendo armas y municiones. Había tensión entre ambos grupos porque días antes había amanecido muerto en el río el francés Jules Mueller que primero había estado con las tropas del italiano y finalmente con Pancho, y se intercambiaban acusaciones sobre la responsabilidad del asesinato.

Villa escribió una nota a Garibaldi pidiendo que le devolvieran el arma. Se dice que Garibaldi contestó al reverso del papel: “No entrego nada de rifle. Si usted es hombre, yo también lo soy. Pase usted por él”. No sabía Garibaldi que había tocado herida. Villa había sobrevivido en el mundo sin dejar pasar uno solo de esos retos que cuestionaban su imagen. Garibaldi había propuesto un encuentro con Madero para zanjar el asunto, pero antes de que se produjera Pancho Villa se presentó en el campamento con varios hombres armados y se dice que le echó a Garibaldi el caballo encima, le dio un culatazo en la cabeza con la pistola y todavía lo regañó, lo desarmó y desarmó a los suyos, diciéndole que agradeciera que no lo fusilaba.

Madero llamó a Villa y le pidió cuentas por el desaguisado y Pancho le enseñó la nota. Aun así, Madero obligó a Villa a disculparse y llamó a Garibaldi. Ambos jefes se abrazaron en su presencia y luego Villa acompañó a Garibaldi a su campamento y le devolvió las armas.

No fue el único momento de tensión entre los jefes guerrilleros mexicanos y los extranjeros que asesoraban a Madero. Como asesor, por su experiencia militar, el jefe de la insurrección tenía a Benjamin V. Viljoen, un sudafricano de 43 años que tras la segunda guerra anglo-bóer había emigrado a Chihuahua y formó parte de una colonia de compatriotas en Julimes, Chihuahua, hasta establecerse como ganadero en Las Cruces, Nuevo México, de donde se unió a la revolución tres meses antes. Viljoen había sostenido en el campamento que con esas tropas Ciudad Juárez era imposible de tomar, enfrentándose a Pascual Orozco y a Villa, que eran partidarios del ataque.

Y a sobra de enfrentamientos, una conciliadora y nueva foto de familia. Ahora frente a la Casa de Adobe. En dos filas, los protagonistas de la revuelta maderista en el norte. De pie, Villa, Gustavo Madero, Francisco Madero padre, Garibaldi, Federico González Garza, José de la Luz Blanco reprimiendo un bostezo, Sánchez Azcona, Alfonso Madero y cuatro mirones, uno de ellos estirando el cuello para poder salir en la foto. Sentados: Venustiano Carranza, Vázquez Gómez, Madero, Abraham González, Maytorena, Fuentes Dávila y Pascual Orozco. Están ausentes de la fotografía quienes completaban el equipo de asesores políticos y militares rebeldes: Raúl Madero, Viljoen y Roque González Garza. Existe una segunda versión de la foto en la que Villa ha desaparecido, a la derecha de Carranza aparece Juan N. Medina, el padre de Madero se ha vuelto a conversar con alguien y Federico González Garza ha perdido el bombín.

Quizás era la foto que celebraba la reunificación entre los guerrilleros y los políticos, porque unas horas más tarde, el 6 de mayo, El Heraldo Mexicano tituló en una extra: “Madero declaró roto el armisticio”. Villa ya es figura de primera plana en la prensa nacional, se registra que sus hombres, los de José de la Luz Blanco y los de Garibaldi, esperan las órdenes de Orozco para atacar.

¿Pero atacar, dónde? Madero decide continuar la guerra, pero para evadir la presión estadounidense, que exige que no se dispare a unos metros de su territorio, será en otro lado. ¿En el sur, en Chihuahua? Quizás abandonen las cercanías de Juárez y vayan hacia Sonora. Ordena los primeros movimientos de una marcha hacia el sur. Demasiadas indecisiones, demasiadas órdenes contradictorias. Se reciben entonces noticias de que Díaz renunciará, como quiera y cuando quiera, pero con algo tan vago como eso el zorro dictador ha logrado convertir a Madero en un manojo de dudas. José C. Valadés resume bien el sentir de la base maderista: “¡Qué de titubeos y dislates!”

El 7 de mayo se hace público un manifiesto de Porfirio Díaz. Les mandé a Carbajal, magistrado de la Suprema Corte, con espíritu de concordia, “la buena fe del gobierno se interpretó por los jefes rebeldes como debilidad”. Nada de renunciar porque se dejaría sin jefe reconocido a la nación, me iré, pero “como conviene a una nación que se respeta”, y finalmente: si no les gusta, el gobierno, contando con el ejército, “redoblará sus esfuerzos para sojuzgar la rebelión”. Unos lo leerán como un anuncio de renuncia, otros, al revés. En el campamento, en los hoteles de El Paso, se interpreta de una y mil maneras.

El 7 de mayo dan a los sonorenses de Samaniego, un ex seminarista que suele combatir asociado con Pancho, orden de dispersión, les ordenan que vuelvan a Sonora. La gente de Villa los intercepta y los llama a retornar para pelar contra los federales, los pelones. ¿Quién dio esa orden? Parece ser que Guillermo Valencia, ayudante personal de Madero. Garibaldi también recibe la orden de movilizarse hacia Sonora. Esto desata las acciones. Orozco le asegura a Sommerfeld que el 8 atacará la ciudad.

Madero ordena que se retiren del frente las pocas piezas de artillería y en la noche comienza a escribir un manifiesto en el que se puede leer: “Ciudad Juárez no será atacada”.

NOTAS

 

a) Fuentes: La batalla de Juárez ha tenido finalmente un libro, “1911”, de Pedro Siller y Miguel Ángel Berumen, sobre todo la segunda parte, que gráficamente logra reunir materiales de gran calidad que narran la batalla en detalle. Desde el punto de vista de la riquísima aportación documental son esenciales los trabajos de José C. Valadés: Imaginación y realidad de Francisco I. Madero, “Los tratados de Ciudad Juárez” y “La insubordinación del general Orozco”. La versión de los federales en AHSDN citado por Sánchez Lamego: Historia militar de la Revolución Mexicana en la época maderista.

Además: La voz de Villa en las Memorias de Bauche y Martín Luis Guzmán. Urquizo: ¡Viva Madero! Heliodoro Olea: Apuntes históricos de la Revolución de 1910-1911: de Bachíniva a Ciudad Juárez. Calzadiaz: Hechos reales de la revolución, tomo 1. Toribio Esquivel: Democracia y personalismo. Mauricio Magdaleno: Instantes de la revolución. B. Herrera: Chihuahua, cuna y chispa de la Revolución Mexicana. Mantecón: Recuerdos de un villista. Dorado Romo: Ringside seat to a revolution. Powell citado por Boot: The Savage Wars of Peace: Small Wars and the Rise of American Power. Portilla: Una sociedad en armas. M.L. Burkehead (en Paterson): Intimate. Terrazas: El verdadero Pancho Villa. La carta de Madero sobre Villa en El Paso Morning Times del 25 abril de 1911.

Incidente con Garibaldi: B. Herrera: Apuntes, Bauche: Villa. Heraldo Mexicano, 6 mayo 1911. New York Times: “Americans disarm”. Otra versión de Garibaldi en artículo “Cómo se efectuó la toma de Ciudad Juárez”.

Viljoen: Bauche: Villa. Taylor: La gran aventura en México, el papel de los voluntarios extranjeros en los ejércitos revolucionarios mexicanos. Karen Stein Daniel: “An Africa to New Mexico Connection: Another Look at the Boers”.

b) Giuseppe Pepino Garibaldi, hijo de Riccioti. Tuvo su bautizo de fuego el año de 1897 contra Turquía defendiendo el bando de Grecia. Se traslada a Sudamérica; después de una breve estancia en Uruguay y Argentina, donde trabaja en la construcción de vías férreas, viaja a Sudáfrica donde por tres años (hasta 1902) combatió en la guerra anglo-bóer con los Imperial Light Horses. En 1903 se traslada a Venezuela y es nombrado coronel de artillería del ejército rebelde de Manuel Antonio Matos, participando en la batalla del Guapo. Hecho prisionero durante el asedio de Ciudad Bolívar, permaneció cautivo durante siete meses en la fortaleza de Puerto Cabello, de donde se fuga y regresa a Europa. A mediados de 1910, después de un corto ejercicio como inspector de las condiciones laborales de los obreros italianos en la zona del canal de Panamá, Garibaldi emigra a Chihuahua donde se dedica a la explotación de vetas de oro y plata, y trabaja en los talleres ferroviarios de Madera, Chihuahua. Al estallar la revolución viaja a El Paso donde se une a las fuerzas maderistas. Construye dos cañones: uno de 75 mm y otro de 50, que según los combatientes “más que servir espantaban”. (Alejandro Contla: Extranjeros, entrevistado por Rivero: Hacia la verdad. Episodios de la revolución.)

c) Se ha hablado mucho de la “legión extranjera de Villa”. No es exacto. Muchos de los extranjeros que combatían con el maderismo estaban encuadrados con Garibaldi y otros con Orozco. Creighton combatía con un cuerpo autónomo encuadrado en las tropas de Raúl Madero. Probablemente con Villa estuvieran Tex O’Reilly, Tracy Richardson y Sam Drebden, judío ruso que había sido soldado en China y actuaba como ametralladorista. (Timoyhy Turner: Bullets, Bottles and gardenias. Hyman E. Rosen: “Sam Drebden, warrior, patriot and hero”. Alejandro Contla: Extranjeros. Lawrence Taylor: La gran aventura en México.)

d) Las fotografías de la Revolución Mexicana se han reorganizado con la complicidad de editores gráficos, ilustradores y redactores de pies de grabado para descontar a la historia. Al pie de la imagen se lee lo que no fue. Cambian las ciudades, cambian los tiempos, se trastocan los personajes. Las fotos están sistemáticamente mal identificadas, Villa en Ojinaga se vuelve Villa en Torreón, fotos de 1911 se vuelven fotos de los Dorados que no habrían de nacer sino años más tarde. La mayoría de las supuestas fotos de la rendición de Villa en Sabinas no son tales, lo que hay es un reportaje realizado días más tarde cerca de San Pedro de las Colonias vía a Tlahualilo, donde se reconcentraron los villistas. Cualquier caballo se vuelve la Siete Leguas, excepto la mismísima Siete leguas, que aparece anónima en la historia gráfica de la revolución de Casasola. La foto de Villa en 1912 sentado en el estribo de un vagón de tren, que supuestamente lo lleva detenido a la ciudad de México, sin revólver y sin caballo, sin corbata, camisa blanca bajo el ajado traje, realmente se tomó en 1913 en El Paso y es de Harry Blumenthal y no de Casasola. Fierro entrando a la ciudad de México en diciembre del 14 con Villa, al ser recortado el contexto, se vuelve Fierro en Pachuca. Nunca se da crédito a los fotógrafos y cuando se da es erróneo. Los autores de las fotos se cruzan, se mezclan y se desvanecen. Los archivos tienen reproducciones de fotos de otros autores diferentes de los signantes del archivo. Las identificaciones, fuera de los grandes personajes, son casi siempre inexactas y variables. El autor ha visto la misma foto con cinco pies de grabado diferentes. Y ni siquiera valen las muescas a mano sobre el negativo, porque muchas veces resultan falsas.

Unos botones de muestra: un libro que es básicamente de fotos, como Los niños villistas, que reproduce 200 o 300 fotografías, no da mayor ni menor información sobre ellas, tan sólo del archivo de donde las tomaron. El Colmex, en su Historia de la Revolución Mexicana, tomo V, ilustra a Villa en 1915 con una foto de Pancho rendido en San Pedro de las Colonias en 1920 y usa como pie de grabado: “Villa escuchando informes”. Libros como Visión histórica de la frontera norte de México, convierte una conversación de Pancho con el general Martínez durante su rendición, en una reunión de Villa con sus dorados. La famosa foto de Orozco y Villa en la Elite antes de la toma de Ciudad Juárez, se vuelve “al triunfo de la revolución maderista”, como si el helado que estaban tomando, fuera para celebrar la caída de Ciudad Juárez. En la Historia Ilustrada de México del INAH, Madero recibido en Cuernavaca al término de la revolución se vuelve Madero aplaudido en campaña electoral. En el libro de E. Krauze Entre el ángel y el fierro, de 157 fotos, hay apenas una decena en que se identifique a los fotógrafos, y de pasada existen una docena de errores en los pies de foto. Uno de ellos: el entierro de Abraham González se vuelve: “Apoteosis villista en Chihuahua”. En uno de los portales de Terra se ilustra una foto de Villa con la de su hijo Agustín. En el libro de Rodrigo Alonso Cortés, El quinto jinete, se reproduce una foto de la que se dice que es Villa con Benton, “primero cordiales amigos”. Conocemos un dibujo del rostro de Benton por F. Sommerfeld y no se parece en nada al supuesto “amigo Benton”; se trata de una foto con un vendedor de maquinaria gringo en Canutillo, cuando Benton llevaba más de cinco años muerto. Una foto de Villa en su tren al llegar a la ciudad de México es identificada como: “Villa y Plutarco Elíaz (sic) Calles’’ en el libro de López Valles y Payán. Katz hizo para Era un volumen titulado Imágenes de Pancho Villa que tiene los mismos defectos en cuanto a la ambigüedad de los pies de grabado, la ausencia de créditos y la falta de referencia de fechas. Incluso hay una foto muy dudosa cuyo pie reza: “Tropas villistas en Columbus”, que muestra una columna de infantería. Ni se tomaron fotos del ataque a Columbus ni la columna villista era de infantería. El libro de Aurelio de los Reyes Con Villa en México, testimonios de camarógrafos americanos en la revolución, rescata más de un centenar de maravillosas fotos de archivos estadounidenses, pero las fotos son usadas como ilustración. En el libro de Eisenhower se reproduce una foto de autor desconocido localizada en los Washington National Archives, en la que se ve del lado derecho un tren cuyo techo está repleto de soldados sombrerudos, a la izquierda una vía y luego un confuso conglomerado de soldados uniformados. El pie dice “Villistas on the move”. Pero la foto es de 1916, los soldados en el tren son carrancistas y los uniformados que contemplan al otro lado de la vía son los estadounidenses de la Punitiva. Hay una foto de Martín López; es una foto de estudio en la que está Marcos Corral con ese uniforme tan similar al de los estadounidenses de la primera guerra, Salvador Fuentes sentado y vestido de charro, y Martín con una mirada de escuincle engreído, medio imberbe, sin bigote, de verdad aniñado; en el libro de Mantecón la foto es mal identificada como “Los tres hermanos López”. Y los libros supuestamente de consulta no están exentos: en la Historia de la Revolución Mexicana, de Salvat, por magia del pie de foto, Domingo Arrieta se vuelve Tomás Urbina y Rafael Buelna se transfigura en Topete.

De poco sirve la identidad de las fotos establecida a partir de los archivos en que se recogieron. Fotos de Aultman (que podían ser de sus socios Dorman o Homer Scott en 1911) aparecen en el Casasola, en el archivo Wheelan, en la colección Nettie Mc Neely en la UTEP. Fotos de la colección de la Biblioteca Pública de El Paso pueden pertenecer a cualquier autor y no necesariamente ser de Aultman.

Pero de todos los fraudes el más importante es el que atribuye la autoría de las fotos del archivo Casasola a Agustín Víctor o a alguno de sus hijos. En el caso de la toma de Juárez y su prólogo las fotos que se atribuye y se le atribuyen, no fueron tomadas por él, que había tomado fotos de la salida de las tropas hacia el norte al inicio de la rebelión, pero nunca estuvo en Juárez. Probablemente sean de Heliodoro J. Gutiérrez. (Paula A. Barra: “No todos los balazos fueron fotografiados por los Casasola”.)

Un artículo de John Mraz (“Historia y mito del Archivo Casasola”) pone en sus justos términos el asunto al establecer que Casasola, durante la revolución, siguió siendo el “foto periodista oficial” que siempre había sido y no el “fotógrafo de la revolución”, y que para competir con las agencias extranjeras construyó una agencia en la que “compraron fotos, contrataron fotógrafos y, probablemente, robaron lo que pudieron” y en la que frecuentemente “tachaba el nombre del fotógrafo y ponía el suyo”. La agencia devino archivo que contiene fotos de “más de 480 fotógrafos”. Mraz termina señalando: “Pablo Ortiz Monasterio, el editor del libro más importante sobre el Archivo Casasola, Jefes, héroes y caudillos: archivo Casasola, hizo pasar fotos como si fueran de Casasola a pesar de que los investigadores de la Fototeca le dijeron que eran de Manuel Ramos, José María Lupercio o de R. Gutiérrez”.

Es en este desorden en el que el narrador ha tenido que trabajar. Y es obligatorio señalar al único investigador serio, minucioso y cuidadoso que ha incursionado en el tema, Miguel Ángel Berumen. Sus libros: 1911 I, la Historia y II, Las imágenes, así como La cara del tiempo y Villa, la construcción del mito, colaboran indudablemente a deshacer parcialmente el entuerto.

La iconografía villista está dispersa en multitud de archivos fotográficos. Destacan en particular los de los Casasola, el privado y el público, en la Fototeca de Pachuca. Es interesante la serie de álbumes que hay en el archivo Torreblanca. En el AGN, en el centro de información gráfica, existen el Fondo E. Díaz y el de Derechos Autorales, el Revolución y el Fondo Osuna, ambos del INEHRM (en la galería 7 del AGN). Uno muy interesante en la UTEP, el W.B. Hornaday: Mexican revolution photograph collection, el Aultman en la Biblioteca Pública de El Paso, el Wheelan en Texas A&M University. Hay fotos interesantes en el archivo de Gildardo Magaña en el CESU y en la Benson Latin American Collection.