TRES

“LO QUE TIENE DE ATENUANTE ES EL SENTIMENTALISMO, LO QUE TIENE DE LUZ ES LA IMAGINACIÓN”

Quizá de todos los biógrafos de Villa el que ha retratado mejor los años oscuros de su juventud, despojándolos de demagogia, romanticismo y anécdotas cortadas a partir del Pancho Villa históricamente futuro, es Ramón Puente, que resume: “Su historia antes de la revolución es vulgar, llena de crueldad y de infamias; lo que tiene de pintoresco es el paisaje; lo que tiene de atenuante es el sentimentalismo con el que actúa en muchos de sus actos, lo que tiene de luz es la imaginación que brilla algunas veces sobre aquellas sombras; por ella mira transformarse en felicidad la miseria del pobre, y en liberalidad y en espíritu de empresa la tacañería y la ruindad del rico”.

Un autor anónimo, en uno de los muchos folletos que se editaron sobre Pancho Villa, afirma que no hay material de apoyo para contar la primera etapa de su biografía, pero que no están mal las leyendas, porque no tienen leyenda los que no se la merecen. John Reed insistiría: “Es casi imposible obtener datos exactos sobre su vida como bandido”.

Cuando el narrador inicia este capítulo encuentra un rompecabezas de más de 850 notas sobre los años 1894 a 1910, la etapa del “Villa bandolero”, en las que abundan las fechas equivocadas dadas alegremente por multitud de testigos, los contrasentidos, los nombres cambiados, la ambigüedad; pocos elementos para fijar la historia, anclas que permitan amarrarla y ordenar este caos de versiones que es el villismo. Eso, y una enorme leyenda manufacturada a posteriori. La teoría de la leyenda (sólo la tiene quien se la merece) no me parece del todo injusta. Pero Pancho merece también una historia.

Siguiendo las narraciones que Pancho Villa refirió a sus varios biógrafos, en septiembre de 1894, a partir del tiroteo contra López Negrete “anduve varios días errante, casi sin comer, y bebiendo agua de los charcos, internado en la sierra del Gamón”. Viviendo a salto de mata, oculto en las cañadas que según Ramón Puente “llevan nombres pavorosos: cañón del Diablo, cañón de las Brujas, cañón del Infierno”. En 2004 el autor recorrió aquellas geografías y no son terribles los cañones y los cerros, sólo sus nombres, la soledad y el aislamiento; las grandes distancias en que no se ven rastros humanos lo son más.

El adolescente sabe que lo están buscando, siente que es víctima de gran acoso. Come carne asada de vacas robadas, sin sal. Vive con la ropa hecha jirones, sin zapatos.

Su futuro amigo, Nicolás Fernández, registra: “A los cuatro meses lo agarraron, pues Villa no conocía más allá de San Juan del Río y no hallaba por donde irse”. Pancho dirá: “Un día me vi sorprendido por mi inexperiencia, por tres hombres armados a quienes no pude resistir. Con toda clase de precauciones y todo lujo de crueldades se apoderaron de mí y me condujeron a San Juan del Río, internándome en la cárcel a las siete de la noche”.

Doroteo Arango pensaba que los rurales lo iban a fusilar aplicándole la ley fuga; si esa intención existe, tampoco tienen prisa. A la mañana siguiente lo sacan a moler un barril de nixtamal. Le sacude un tremendo golpe en la cabeza a un guardia con la mano del metate y sale corriendo. “Trepé a escape el cerro del Remedio que está a espaldas de la cárcel y cuando dieron aviso al jefe de la policía ya era tarde para darme alcance”.

Habrá sobre su primera fuga de la cárcel una segunda versión. Su tía Luz Arango, que tenía una casa que colindaba con la cárcel, le pidió ayuda a Eulogio Salazar y le echaron cuerdas a un patio. Trepando la barda logró fugarse. Permaneció varios días escondido en la casa enfrente de la prisión, cubierto por un montón de ropa sucia; luego robó un potro y huyó a las montañas. En la zona de la sierra del Gamón “pasé hasta el año siguiente”.

El jovencísimo Doroteo Arango contará años más tarde varias historias sobre los meses que pasó en soledad en la sierra de Durango: que fue capturado por siete hombres, pero como tenía su pistola bajo la frazada se les escapó cuando muy tranquilos estaban cortando elotes. O que al inicio de 1896 seguía en la sierra de la Silla y le echaron a la Acordada de Canatlán. Les tendió una emboscada en un lugar que se llama El Corral Falso y “les abrí fuego matándoles tres rurales y siete caballos”. O que se trasladó a la sierra del Gamón y se robó una docena de vacas (“me llevé doce reses”) y se instaló en el cañón del Infierno, donde pasó cinco meses, vendiendo una parte de la carne a madereros que le daban a cambio frijoles, tortillas y café.

Más bien habría que pensar en un joven de diecisiete o dieciocho años aprendiendo a sobrevivir en la más terrible de las soledades, robando vacas, sintiendo sobre la nuca el aliento de los rurales, malcomiendo, eternamente buscando agua, cambiando aquí y allá cueros y carne, probablemente desarmado. Desconfianza, soliloquio, monólogo interior. Para vivir tan aislado hay que aprender a pensar en voz baja. Hay que aprender a hablar solo y luego hay que aprender a contar historias, las mismas historias que se cuenta a sí mismo, a los accidentales seres humanos con los que se cruza, arrieros, leñadores, otros perseguidos como él. Serán dos años de vida errante y en solitario.

En su época de bandolero serrano aprendió bastante de botánica, plantas que matan y curan.

Conozco las hierbas, sé cuáles alimentan y cuáles curan; la cola de coyote para cerrar las heridas, el simonillo para cuando hagas bilis y las barbas de elote para cuando duelen los riñones de mucho andar a caballo; la flor de tabachín quita la tos y la raíz de tumbavaquero te fortalece el corazón; hay yerbas que te duermen y otras que alegran como licor. Después de una asoleada, si te sale sangre por las narices búscate hojas de primavera.

Conocía la que sana las heridas estancando la sangre, la que limpia las llagas chupándoles la pus y la que puesta en cataplasma alivia las pasmadas del caballo.

¿Cuál es la visión del mundo del Doroteo previllista? ¿Qué es el mundo para ese adolescente encerrado en un territorio extraordinariamente limitado, organizado en torno a una docena de grandes haciendas con una extraordinaria influencia social, jurídica, política? Tan sólo algunos poblados, un centenar de rancherías, la miseria del peonaje, varios jueces y la temible Acordada, los rurales, una fuerza policiaca que responde al poder de los hacendados tanto como al lejano poder central. Un mundo con muy pocas opciones, también con muchas distancias y pocos horizontes. Más tarde, en Chihuahua, la perspectiva se enriquecerá.

Hacia agosto de 1896 se une a la gavilla de Ignacio Parra y Refugio Alvarado, el Jorobado. Su amigo Jesús Alday los presenta. “Oiga, güerito […] Nosotros sabemos matar y robar, se lo decimos para que no se asuste”. Ya poco puede asustar al personaje de dieciocho años.

Ignacio Parra es un caudillo, nativo también de la región de Canatlán, famoso porque había estado con Heraclio Bernal, el mítico Rayo de Sinaloa, quizás el bandido social más famoso de la historia de México. Parra era el sobreviviente de un grupo de cinco hermanos que se fueron retirando o murieron en las andanzas a lo largo de 20 años.

Villa, según Puente, que le edulcora el lenguaje, años más tarde contaría:

Parra, viéndome tan muchacho y considerándome enteramente sin experiencia, sólo me ocupaba en quehaceres de mozo: yo era el encargado de cuidar su caballo, lo mismo que el de su segundo, a quien le decían por apodo el Jorobado; ponía la lumbre, hacía el café, tatemaba la carne y casi siempre me despachaba a los mandados cuando había que surtirnos de algunas mercancías. Así pronto aprendí a distinguir las huellas de todas las cosas: las rodadas de los diferentes vehículos, el rastro de las víboras y las señales de las bestias. […] También me fijaba en el cielo y pronto aprendí igualmente a distinguir el rumbo de los vientos, las nubes que traían agua y las que sólo iban a pasar sin dejar la bendición de la lluvia; conocía con toda exactitud la hora del día por la altura del sol, y por la observación de las estrellas y la luna, sobre todo de las guardias del carro, me guiaba por la noche.

Con la gavilla de Parra, Doroteo sube hacia las Nieves y Canutillo en Durango, luego rondan por Parral, Chihuahua. Tienen una confrontación con “doscientos” rurales que los persiguen cerca de su natal Canatlán. Se refugian en la sierra, “los cerros de la Cocina”. La Acordada no se anima a perseguirlos. Se les atribuye el asalto a una diligencia que salió de El Oro el 21 de octubre de 1896. Robos de mulas, y a mineros. Villa recordará esa etapa como aquella en la que reparte dinero a manos llenas. En 1897, durante diez meses, la banda tiene multitud de éxitos y se hace de dinero. Doroteo le da auxilio económico a su madre, le pone una sastrería a un viejo pobre y medio ciego, vive socorriendo a “quien pudiera y a quien lo necesitara”. En una de las muchas confrontaciones le dan un balazo que le deja una huella en la tetilla. Nuevamente vuelve a tener conexiones con el hombre que le regaló el burro y lo sacó de la cárcel, don Pablo Valenzuela, posiblemente porque lo usa para vender el producto de sus robos.

Probablemente en esos años llega al puerto de Mazatlán, en Sinaloa, “donde conocí el mar y me quedé muy admirado”.

Hacia fines del 97 o inicios del 98 Doroteo se enfrentó a balazos con Refugio Alvarado, porque se dice que aquél lo insultó. Alvarado deja la banda y morirá poco después a tiros en el malpaís de Ocotlán. Más tarde el joven Arango se separa de Parra. Se cuenta que se hicieron de palabras porque Parra asesinó en un camino a un viejo vendedor de pan y a Doroteo el acto le pareció absurdo y salvaje, más brutal que de costumbre. Muchos años después, Pancho le confesará a Antonio Díaz Soto y Gama: “Al principio no tenía yo el corazón duro”.

Parra habría de morir el 24 de noviembre del 98 atrapado por los rurales, que lo cosieron a tiros y luego lo ahorcaron en el Puerto del Alacrán. Un corrido popular dejará memoria de su muerte atrapado por la Acordada, que “como quien caza a un venado/ no dejó de echarle tiros/ hasta que lo vio tirado”.

Doroteo Arango, durante esos años, mantiene relaciones esporádicas con María Isabel Campa, una muchacha de Durango con la que tendrá una hija en 1898, Reynalda. María Isabel muere poco después al caer de un caballo. Doroteo enviará dinero a los padres de María para que mantengan a su hija.

Se acerca a la zona donde se estableció su familia en Río Grande. Vuelve al abigeato, usa la casa del viejo Retana como cuartel para esconderse. Utiliza la tienda de Pablo Valenzuela como banco, vende ahí cueros y carnes secas. En la región de la Silla, en las cercanías de Satevó, hace amistad con Manuel Baca y Telésforo Terrazas; se le conocía como el Güero. “Muy humilde y servicial, pero muy hosco en cuanto a comunicar sus planes o sus ideas”, decía de él Miguel Nevárez, de Santa Clara. El 1° de noviembre de 1899 el jefe político de San Juan del Río informaba haber visto dos bandidos, Doroteo Arango y Estanislao Mendía, “que se dirigían hacia Guagojito (sic) donde tenían familia”.

Jesús Vargas sitúa al inicio del siglo a Doroteo Arango actuando, sólo o en compañía, en una zona más al norte de la que había estado con los Parra, que incluía “Villa Ocampo, Indé, Las Nieves, Santa María del Oro, Guanaceví, Providencia, todos estos del estado de Durango, así como Santa Bárbara, San Francisco del Oro, varios pueblos de la región de Balleza, Huejotitlán, El Tule”.

Hay una foto. A caballo, muy erguido. A su espalda una pared de ladrillos descascarados. Sonriente, bigote fino, ceja poblada, delgado, con mucho pelo aborregado, vestido de chaquetilla y chaleco blanco, reata y fusil colgando de la silla. Un pre Villa al que le falta el futuro empaque. “Villa a los 22 años” dice en el negativo.

En 1901, al inicio del año, Arango es capturado por las autoridades, acusado del robo de dos burros y su carga. Lo iban a entregar a Octaviano Meraz, jefe de la gendarmería de Durango, pero un juez ordena que le lleven a Canatlán, con lo que le salva la vida, porque de Meraz se decía que primero colgaba y luego averiguaba. Dos meses más tarde queda libre por falta de pruebas. Katz sugiere que Pablo Valenzuela, con el que Villa tenía negocios de ganado robado, fue quien lo protegió. Los funcionarios se quejan porque el Güero pertenece a la cuadrilla de Mendía y al quedar libre seguirá en las mismas.

El 8 de marzo Doroteo es detenido de nuevo por asaltar a Ramón Reyes y quitarle los dos rifles que llevaba (o por haber robado un caballo y asesinado a Roque Castaño). Lo entregan al ejército, que está haciendo una leva de reclutas forzosos. Montes de Oca sugiere que durante ese año de la vida del joven, tras haber sido condenado a muerte, ingresó al ejército. El licenciado Florentino Soto, juez de la causa, le solicitó el perdón al presidente municipal de San Juan, Manuel Díaz Coudier, a cambio de que ingresara en el ejército para “pelear con los indios alzados de Mochis” en el vecino estado de Sinaloa, donde el gobierno central tenía sus bases para la guerra de exterminio contra los yaquis en Sonora. Vargas, Calzadíaz, López Valles, Guillermo Martínez y Katz hablan de su fuga el 22 de marzo de 1902, cuando se escapa de los cuarteles del segundo regimiento (o del decimoprimero, o del decimocuarto, según cada uno de los autores) y se levantan búsquedas por tratarse de un “bandido peligroso”. Tejía bozales y cabrestrantes para el capitán Plata y cuando tuvo suficientes hizo una cuerda uniéndolos y se fue escalando el muro del cuartel. ¿Sucedió así? La historia se parece sospechosamente a historias anteriores.

Tras haber escapado del ejército, Doroteo abandonó Durango y se estableció en las cercanías de la ciudad de Parral, Chihuahua, atraído por la bonanza de la plata y el gran desarrollo de la ganadería. Jesús Vargas registra:

La voracidad de las compañías deslindadoras, la impunidad y el despojo en contra de los colonos o rancheros, quienes durante generaciones habían sido dueños de sus pequeñas propiedades, fue la causa de un resquebrajamiento social que años después se revirtió contra los grandes propietarios y contra los acaparadores. […] Las bandas de abigeos sólo eran una parte de un sistema en el que también participaban algunas autoridades judiciales, policías, funcionarios de los gobiernos y muy especialmente los respetables ganaderos que se encargaban de adquirir y luego comerciar con el ganado que sustraían.

Y será en ese momento que Doroteo Arango decida llamarse Pancho Villa. “Al pasarme a Chihuahua, queriendo que se perdiera mi huella mudé mi nombre por el de Francisco Villa.” ¿Por qué tomó ese nombre? Existe una docena de versiones, muchas de ella originadas en el propio Villa, que las contó a estos o aquellos.

Castellanos dirá que tomó el apellido Villa en recuerdo de un Agustín Villa, un hombre de su pueblo, escribano que había ayudado a su madre mientras él andaba perseguido; los primos de Villa coinciden con esta versión. Nellie Campobello contará que tomó el apellido de un pariente de Villa Ocampo, Martín Villa. El propio Villa contará a sus biógrafos Puente, Martín Luis y Bauche que: “Mi señor padre, don Agustín Arango, fue hijo natural de don Jesús Villa, y por ilegitimidad de su origen llevaba el apellido de su padre que era el de Arango”. Por lo tanto, al tomar el nombre de Villa recuperaba su apellido natural. Benjamín Herrera dice que el apellido le viene de que era realmente hijo de un tal Juan López Villa. El general José B. Reyes relataba que su padrino, de nombre Francisco Villa, de Zacatecas, había estado en el origen; que una vez se lo preguntó a Villa y este le dijo: “Yo era un calavera cuando joven y él me enseñó a vivir entre las gentes”, y por eso tomó el nombre. Montes de Oca dirá que a su paso por el ejército conoció a un soldado, “muy notable por su valor”, de ese nombre, y al morir éste, Doroteo adoptó su apellido. Como puede verse, hay para escoger.

Sin embargo, la versión más extendida y más defendida, es que Doroteo tomó su nombre de un bandido que estaba con él en la época de la gavilla de Parra y que murió por esa época. José María Núñez va más allá y dice que tomó su nombre para que la fama del viejo delincuente lo acompañara.

Pero esta versión no se sostiene. Francisco Villa (el primero) no murió en la época de la gavilla de los Parra sino que se fugó a Estados Unidos hacia 1893. Y además, si Doroteo toma el nombre para volverse un desconocido, para clandestinizarse, para alejarse de su pasado, para establecerse en una nueva región lejos de su fama de bandido y sus cuentas pendientes con la ley, ¿por qué habría de tomar el nombre de un bandolero medianamente famoso?

Sea buena alguna de las siete razones anteriormente citadas (la información como niebla, el exceso de información como desinformación), el caso es que el nombre de Pancho Villa habría de ser uno de los que lo acompañarían en el futuro y poco a poco se iría apropiando de él hasta hacerlo suyo.

No sería el único nombre que iba a usar. Nellie Campobello recordaba que un tío suyo le había contado que cuando se encontraba trabajando en una mina cerca de Las Bocas (Villa Ocampo) había llegado el Gorra Gacha (al que le decían así por su costumbre de usar el sombrero hasta las cejas cuando no le tenía confianza al interlocutor) con otros dos y se habían puesto a cocinar carne seca. El Gorra Gacha no era otro que Villa, y refiriéndose a él dijo el tío de Nellie, con una sabiduría que sin duda le cedió la escritora, que “no tenía nombre, sólo era un rifle, un caballo y un gorro aplastado”.

Sea quien fuere el que le prestó el nombre, lo claro es que en esta etapa de su vida lo usó a ratos, y a ratos utilizó otros nombres y apodos, porque uno es y no es, se llama y deja de llamarse, dependiendo en donde ande. Aguilar Mora, en medio de tanta precisión “bien informada”, es más preciso en la abstracción cuando dice: “El nombre era un espacio vacío cuya función se determinaba según las necesidades y las pasiones del momento: el agradecimiento, la asunción de un linaje guerrero, la restauración de una legitimidad negada a un padre bastardo […] Detrás de la máscara había una multitud, una efervescencia, una turbulencia de rostros”.

Parece ser que el movimiento hacia el norte y el cambio de nombre también estaban ligados al intento de Pancho Villa de abandonar el bandolerismo y la vida fácil pero terrible a punta de pistola, cuando llegó a Parral hacia el primer trimestre de 1902 con su amigo Luis Orozco, que al poco rato lo abandonó. El renovado Pancho Villa, de 24 años, trabajó como peón en la construcción de la Plaza Juárez y firmaba con ese nombre la lista de raya; luego obtuvo un empleo de minero en El Verde. Un accidente producido por la caída de una roca sobre su pierna —que mal curada acabó por gangrenarse—, lo obligó a dejar el trabajo. Mientras estaba herido, al borde de la muerte por el envenenamiento de la sangre, se quedó sin dinero y se vio obligado a vender el caballo, el rifle. Pasó hambre. Unas viejecitas impidieron la amputación que un médico quería hacerle y le curaron la pierna con yerbamora.

Cuando empezaba a reponerse, Santos Vega, un pequeño patrón, le prestó 20 pesos para comer y comprarse una cuchara de albañil (muchos pesos eran en aquellos años) y lo contrató, a pesar de que aún cojeaba y estaba agotado por la larga convalecencia. Otras fuentes dirán que consiguió trabajo de ladrillero con Ismael Rodríguez, propietario de una pequeña fábrica de ladrillos, y Pancho era el encargado de batir el lodo.

Multitud de versiones lo harán minero en varias partes de Chihuahua. El pagador de las minas de Santa Eulalia contará años más tarde que Villa trabajó en ellas (Mina Vieja, Gasolina, la Velardeña). Se dice, aunque parece más bien una leyenda elaborada en el futuro, que en esa época conoció a uno de los mineros más ricos del mundo, Pedro Alvarado. En la familia Alvarado se contaba que Villa le pidió trabajo en la mina La Palmilla y trabajó como minero unos meses, pero luego enfermó y Alvarado lo estuvo ayudando hasta su curación.

Su corta vida en la normalidad social se agota rápidamente. Harto de la proletaria legalidad, de la dura vida del minero o el albañil, con salario de miseria, decide volver a la tierra de nadie. Fuera así o porque, como él dice, estaba siendo investigado por la policía, vuelve a huir, ahora con su compadre Eleuterio Soto, el Sordo.

Por esos meses morirá su madre. Pancho Villa contó la historia muchas veces y al menos cinco versiones se recogieron al paso de los años. Cada una aporta variantes.

Informado por uno de sus hermanos de que su madre se encontraba muy grave, “para alcanzar su última bendición partí para Santa Isabel […] acompañado de un amigo de confianza que se quedó a esperarme en un rancho vecino”. Le llevaba 200 pesos. La encontró tendida en la cama rodeada de candelabros; llorando le besó las manos al cadáver, o no pudo verla porque había mucha gente, o “sólo me tocó verla tendida ante la puerta de la calle donde se había agolpado la gente que iba al duelo”, o “cual sería mi amargura al traspasar la puerta del rancho y ver a mi madrecita tendida; caí de rodillas y lloré como un muchachito. Al besar una de sus manos yertas, oí voces ahí afuera que gritaban: ¡Agárrenlo!“, o “en el momento en que me preparaba a desmontar oí un grito que dijo “¡Agárrenlo!”. Total, que se abre camino pistola en cada mano hasta su caballo. “Tumbé a dos pelados durante el zafarrancho”.

Según habría de recordar muchos años después, caminaría sin rumbo. Ya dentro de la sierra, bajo una lluvia torrencial. Nunca había visto tales relámpagos. De haberlo seguido los rurales lo hubieran encontrado, porque los relámpagos iluminaban los cerros. Se quedó al pie de un encino y se dijo a sí mismo en medio del llanto, en una versión contada al médico Ramón Puente años más tarde: “¿Por qué no puedo ser como los demás? Ellos con miserias y todo viven felices al lado de sus gentes”. En la mañana su caballo lo despertó jalándolo, porque le había amarrado la brida al tobillo. Oyó un ruido de arrieros llevando ganado “y me alejé mucho, muy lejos”.

En los últimos años ha aprendido rudimentariamente a escribir y leer. Aprende a firmar copiando el dibujo de su firma que otra persona le ha hecho. “Cuánto papel escrito tenía en mis manos y que yo guardaba cuidadosamente para que alguien más venturoso que yo me los descifrara; y a escribir, en la arena, en la tierra, en donde quiera que veía yo oportunidad de ejercitar mi inquieta caligrafía. Tenía yo 27 años de edad y uno de mis goces más intensos lo experimenté el día en que enlazando letras, vi que aquellos signos me hablaban. Siempre llevaba yo conmigo un rimero de papeles escritos, de cualquier naturaleza que fueran, de ellos sacaba yo mis modelos ortográficos”. A un periodista estadounidense le contará más tarde, con una leve variación en su edad: “Tenía 25 años cuando pude escribir mi nombre”. El testimonio de Villa es apoyado por los serranos de Namiquipa, que dicen que hacia esas fechas mal escribía y mal leía.

Continuó actuando en la zona de Parral. Estableció relaciones, negocios y amistades con Miguel y Quirino Baca, que le compraban vacas robadas y las negociaban en el rastro; se hizo amigo del indio yaqui Gorgonio Beltrán, de los hermanos Trinidad, Samuel y Juan Rodríguez, que tenían cuentas con la justicia en el distrito Hidalgo, por abigeos. Muchos años más tarde un diario de Estados Unidos recogería la acusación de que “un hombre llamado Arango, pero oculto bajo el nombre Villa”, había asesinado por la espalda a Rafael Reyes, rico lugareño de Parral, enemigo de Miguel Baca Valles; las autoridades iniciaron investigaciones, pero Villa se había esfumado.

Va cambiando de nombre como quien cambia de camisa. Como Salvador Heredia compra una casa en Balleza, como Antonio Flores vende ganado robado en Valle de Rosario.

Por esos días Villa va a encontrar a un nuevo y muy singular personaje, se trata de Tomás Urbina, al que conoce en San Bernardo, Durango, y con el que se asocia para robar vacas de las grandes haciendas. Los acompañan Eleuterio Soto y Sabás Baca.

Urbina era un mestizo tarahumara, nativo de Congregación de las Nieves, Durango, que tenía ocho años más que Villa. Hijo de padre desconocido y de Refugio Urbina Reyes, de la que tomará los apellidos. Iletrado, de joven se ganaba la vida como peón de hacienda, luego como contratista en la manufactura de adobes por quincena o por mes. En verano era adobero, ladrillero, pero en invierno, cuando no hay trabajo en la construcción, se dedicaba al abigeato. Casado en 1896 con Juana Lucero. Debía “muchas vidas”, entre ellas la del español Ramírez, de Canutillo. Nellie Campobello, siempre afortunada en sus imágenes, dirá que “la sierra, el sotol y la Acordada” lo hicieron como era; añadirá que a Urbina “lo cuidaba el santo niño de Atocha” y lo describirá como hombre de “pantalón ajustado negro, blusa de vaquero y el sombrero grande”. Vito Alessio Robles sumará tres adjetivos: “arisco, hosco, hostil”. John Reed, que lo conocerá años después, completará el retrato: “Era un hombre fornido, de estatura mediana, de piel color oscuro, caoba, barba negra dispersa hasta los pómulos, que no ocultaban del todo la ancha boca, delgada, sin expresión, las abiertas ventanas de la nariz, los diminutos y brillantes ojos festivos de animal”. Urbina será el gran amigo, compadre y compañero de Pancho Villa en esos años.

De todas las anécdotas que vivieron juntos, a Villa le gustaba contar que Urbina era hombre de sueño pesado. Una vez que eran perseguidos por los rurales en las sierras de Durango llevaban una semana sin que les dieran reposo. “Más tardábamos nosotros en desmontar, que los rurales en aparecer de nuevo a lo lejos y obligarnos a reasumir la jornada angustiosa […] Los caballos se nos caían de fatiga. Mi compadre Urbina, más y más rendido, cabeceaba a ratos hasta zafarse de la montura […] Finalmente una mañana nos creíamos seguros […] en un paraje alto como una atalaya”. Pactan que primero Urbina duerma dos horas y luego Villa tome su turno. Urbina vestía una camisa rosa a la que le faltaba el botón del cuello. Aparecieron los perseguidores y Villa trató desesperadamente de despertar a su compadre. Imposible. “Le agarré la cabeza y la moví fuertemente, su sueño siguió igual”. Comienza a ensillar los dos caballos. Ya desesperado le dispara dos tiros al lado de la oreja y ni así. Terminó amarrándolo al caballo y escapándose por la sierra. Todo el tiempo que duró la fuga Urbina siguió durmiendo.

Será un par de años en que se les atribuye multitud de ataques y atentados: un joyero de Parral llamado Dehlberg fue atracado por Villa y otro hombre, cuando estaba cerrando su tienda en la noche. Se robaron plumas y relojes, pero las mejores joyas ya estaban en la caja fuerte y no se las pudieron llevar. Al joyero le cortaron el cuello. A ellos los atraparon semanas después vendiendo los relojes, pero pudieron escapar.

En diciembre de 1903, en Valle de Allende, la gavilla de Villa, formada entre otros por sus compadres Urbina y Eleuterio Soto, Sabás Baca y un tal Gallardo, viene conduciendo un rebaño de vacas robadas para venderlas a Miguel Baca Valles, que tenía un rancho en las inmediaciones de Parral. Sorpresivamente son atacados por la retaguardia por 40 rurales que les hacen cuatro muertos y los dispersan. Se dice que Villa logró ocultarse en la zona porque tenía una mujer por ahí.

Villa en aquellos años frecuentaba el paradero de arrieros de Baca Valles, en las afueras de la ciudad de Parral, barrio del Conejo. Baca le compraba el ganado robado a un cuarto de su valor.

Villa se moverá por el inmenso territorio alternando trabajos “legales” con actos de bandidaje. Lo mismo se le puede encontrar un día administrando una carnicería en Parral con el producto de sus robos de ganado, que como lo conocerá Pat Quin cuando trabaja como vaquero en un rancho gringo en Chihuahua. “Su trabajo de vaquero era a tiempo parcial, hacía otras cosas y yo no le preguntaba”. Lo mismo se cruzará con Antonio Fernández pasando por el distrito de Galeana como jefe de un grupo que robaba vacas en la hacienda de Palomas, que con Nicolás Fernández, caporal de la hacienda de Valsequillo y trabajador en las haciendas de Terrazas, cuando rifle en mano le exigirá un caballo para huir de la Acordada. Quizás en la misma huida en la que habría de perder un sombrero que había comprado a crédito en la tienda de Guillermo Baca en Parral. Quizás en la misma huida en que conocerá a Maclovio Herrera cuando trae detrás una partida de rurales y necesita agua, pastura, comida.

A partir de 1904 la banda estará dirigida por otro sorprendente personaje, un desertor del ejército, José Beltrán, el Charro, llamado así porque montaba caballo negro y usaba traje de charro plateado. El grupo tenía fama de que compartía lo robado con los pobres. Formaban parte, además de Beltrán, Villa, Urbina, Jesús Seáñez y Rosendo Gallardo. Tenían conexiones en toda la región de Parral y Santa Bárbara, hasta Guanaceví, Durango, y toda la parte norte del río Sextín, siendo estos minerales donde usualmente se ponían a cubierto para vender el ganado, la mulada y la caballada que robaban. Se les acusaba de haber robado el rancho de Terrero en el distrito de Hidalgo, donde hirieron a un tal Sotero Duarte y a un niño. Luego saquearon un pueblo llamado Los Charios, en Durango.

El 21 mayo de 1904 a las seis de la mañana, en Villa Ocampo, un poblado agrícola de 1,500 habitantes que sólo contaba con dos guardias, el Charro Beltrán, Rosendo Gallardo y Arcadio Regalado se presentaron a cobrar una deuda de sangre a Gabino Anaya, un viejo rico del pueblo, que tenía casas, un rancho y ganado en la zona.

Anaya había hecho en el pasado algunos tratos con Beltrán no muy claros ni muy lícitos. Cuando El Charro fue a reclamarle, se negó a pagarle y, siguiendo una tradición entre los ricos que se movían en los terrenos fronterizos de la ley, lo denunció, de tal manera que Beltrán primero fue a dar a la cárcel y luego fue metido en un cuartel como soldado de leva. Ahora regresaba.

A las seis de la mañana Beltrán y su grupo le exigían a Gabino diez mil pesos, que era la parte que al Charro le tocaba del viejo negocio. Lo detuvieron y lo colgaron de un árbol, junto a su sobrino Francisco Aranda, durante todo el día, hasta que a las seis o siete de la tarde salió la esposa de don Gabino y les dijo que lo soltaran, que ella les iba a decir dónde tenía el dinero su esposo. Los bajarían del árbol a cambio de que ella les entregara las llaves, y en ésas estaban cuando casualmente pasó un policía, quien notando que estaban sucediendo cosas extrañas se introdujo a la casa y desde un lugar bien protegido comenzó a disparar. Se sumaron refuerzos. Los bandidos huyeron. En el tiroteo quedaron dos rurales heridos, en una mano el jefe de la Acordada y en el estómago el policía Braulio Soto, que murió al día siguiente. Tuvo mejor suerte Gabino Anaya, quien quedó malherido de quince puñaladas y terminó salvándose.

El tío de Nellie Campobello verá llegar a los bandidos en su huida: “Allí llegaron salpicados de sangre, cansados, creían que habían matado a don Gabino, tenían hambre, les di carne seca, gordas de harina. Cuando hablaron y comieron me encargaron que los despertara antes de salir el sol; se amarraron los caballos a los pies y se pusieron a dormir. Ya empezaba a salir el sol y ya los cordones de la Acordada andaban rondando en busca de ellos, y los bárbaros no habían despertado; arrastrándome de panza llegué y moví al primero. Levantaron la polvadera”.

Para la persecución, como el caso había sonado mucho en los periódicos, se juntaron los miembros de las acordadas de Indé y Parral y se organizó una gran persecución, en la cual capturaron a Rosendo Gallardo y encontraron a Elías Flores en el mineral de Magistral. Cuando lo aprehendieron, sin mayor trámite lo fusilaron, aunque no tuviera nada que ver con el asunto. Luego, en las inmediaciones de la hacienda de la Rueda también encontraron a un miembro de la banda que no había estado en el asalto a la casa de Anaya, Jesús Seáñez, con quien procedieron de la misma manera.

Meses más tarde, ya en 1905, la gavilla tuvo el atrevimiento de entrar a Parral. Beltrán se había citado con Villa y otros miembros de la banda en el mesón Las Carolinas, en un acto de atrevimiento y desprecio a los rurales. Fue delatado y cercado por Ismael Palma, el jefe de la Acordada, y varios de sus hombres. Beltrán se batió como nadie, solo y su alma, pero murió acribillado. Villa, que se había retrasado, escuchó la balacera cuando iba llegando y pudo escapar. El entierro de Beltrán fue pardeando la tarde y se dice que Villa lo vio de lejos.

El grupo haría un asalto más, a la hacienda La Estanzuela, donde asesinaron a un estadounidense, a su esposa y a la criada en los momentos en que estaban cenando en el comedor. Luego, con los rurales muy alborotados en la zona, el grupo se desperdigó y Villa marchó hacia el norte del estado.

Quizá en ese nuevo intervalo de su vida vuelve a la “legalidad”. Trabaja como subcontratista del ferrocarril Chihuahua-Pacífico. Vende y alquila recuas de mulas a los contratistas del ferrocarril. Transporta comida de uno a otro punto de la línea en construcción. Más tarde contará que en una ocasión tuvo a su cargo setecientos mil pesos de los pagadores de las minas y el Ferrocarril del Noroeste, y en otra una custodia de 36 barras de plata y seis de oro. No hay duda de que Pancho Villa, cuando no está asaltando, es un hombre honrado, y esto, aunque parece absurdo, es coherente con el personaje.

Roberto Fierro lo verá pasar transportando mulas que traía de Durango: “Sumamente fuerte, roja se le veía la cara, quemado del sol”. Es la época en que conoce a Albino Frías. Y probablemente a fines de 1905-1906 haya cruzado la frontera y, como Ramón Puente dice, trabajará en Nuevo México, Colorado y Arizona en las minas y en las faenas de las vías férreas.

Pero también hacia 1905, un mayor del ejército contaba que andaba detrás del asaltante y gavillero Pancho Villa en la zona que cubría, de Juárez a Las Orientales (100 kilómetros al sudeste de Ojinaga) y hasta Galeana, en la vertiente norte del estado de Chihuahua, y que se había enfrentado varias veces a él y sufrido algún descalabro porque Villa era “muy astuto”. Un diario de Estados Unidos lo situará en esa época por el pueblo de Álamos de Cerro Gordo, distrito de Hidalgo, en el sur de Chihuahua. Se dice que allí dio muerte al agricultor Ramón López, que regresaba de Parral de vender una carreta de quesos, y le quitó 800 pesos. Luego cometió varios delitos menores por esa zona. Se hacía llamar en aquel tiempo Rayo Saucedo. También se cuenta que lo atraparon con otro compinche destazando una res robada en la hacienda de Bustillos, de la familia Madero Zuloaga (en el centro del estado). Lo detuvieron y encerraron para entregarlo a la Acordada, pero uno de los niños del hacendado lo salvó diciéndole a su padre que lo soltara, que tenía hambre. Creó con el hacendado y su mujer, doña Mercedes, una relación amistosa que duró para siempre.

O sea que estaba en el noreste, en el sur, en el centro de Chihuahua, estamos hablando de un millar de kilómetros, en malos caminos y a caballo. O sea que estaba en todos lados, cosa muy frecuente a lo largo de esta historia.

Pero lo que los diferentes retazos de información hacen evidente, es que hacia 1906 llegó a la ciudad de Chihuahua, la capital del estado, para establecerse. Primero se relacionó con la familia Rodríguez, propietaria de una tienda, y se puso de acuerdo con el dueño para que le guardara una cantidad de dinero. A veces se quedaba a dormir en el mostrador. Luego rentaría un cuarto a Nicolás Saldívar en la calle Décima del barrio de Puerto de San Pedro, en las afueras de la ciudad; un solar sin barda en el que había tres piezas de adobe. Saldívar era un carnicero independiente, que mataba reses en su casa, no en el rastro, y con el que Villa había tenido negocios, llevándole vacas. Ahí aprendió el oficio de fustero (el que hace fustes para sillas de caballo). Tenía una novia, Herminia Zaragoza, quinceañera a la que regalaba pasteles comprados a Francisco Torres.

Más que vivir en Chihuahua, entraba y salía de la ciudad, con extraños negocios y grandes altibajos de dinero. Llegaba a la casa de Saldívar, a cuyo hijo le compró unos zapatos de 10 pesos, de los cuales pagó cuatro y luego saldó la deuda en uno de sus viajes; caía por la casa de Nicolás Rodríguez, que tenía en el bajo una tienda de abarrotes en la que Villa se quedaba a veces a dormir. Nicolás lo vio allí escribiendo notas. “Pancho no era analfabeto, pues infinidad de veces le vi escribir recados sobre el mostrador de la tienda”. Pero lo que hacía realmente bien eran las sumas y las restas, inclusive las multiplicaciones, y sabía sacar intereses.

De cualquier manera Villa continuaba acompañando la vida legal con operaciones de robo y tráfico de ganado, para lo cual contaba, entre otras, con una relación comercial con los hermanos Abraham y Santiago González, que introducían ganado en el rastro de Chihuahua.

En 1906 comprará el terreno donde estaba el jacal de la calle Décima. Un amplio solar en el que “había vivido de rentado, en el que había edificado tres piezas de adobe, encaladas, una minúscula cocina y un extenso machero para mis caballos. Yo mismo levanté las bardas del corralón y construí las caballerizas y doté a mis bestias de un suntuoso abrevadero y pesebre”. Se dice que la casa es “el punto de cita de caporales, carniceros, gente a caballo que nadie sabe qué busca, pero entra y sale a todas horas”. Puente describe la casa: “A medio construir, desmantelada y miserable en su mueblaje, pero donde quiera hay monturas y carabinas y en el corral se divisan numerosos caballos”.

Existe una fotografía de aquellos años en Chihuahua. Un Villa flaco, elegante, traje de tres piezas, chaquetilla a lo charro, botines, corbata, fino bigote, flor en el ojal, el brazo derecho apoyado en una repisa, curiosamente sin sombrero y peinado. Será su época de negociante. Instala una carnicería. “Un año matando ganado honradamente en el rastro de la ciudad y luego vendiendo la carne en mi expendio”. Cae en garras de funcionarios que le sacan dinero y lo exprimen. Demasiada competencia “legal”, amparada en negocios turbios, cohechos y poderes. Le entrega el negocio a José Saldívar y vuelve a los llanos y los cerros. Curiosamente, en su zona natal, en Durango.

Un periódico chihuahuense del 6 de marzo de 1907 daba noticia de que se perseguía una gavilla formada por Gumersindo Ortega (ex gendarme montado), Sotero Aguilar, Doroteo Arango y José Gallegos, “que merodean por San Juan del Río y Canatlán y habían cometido varios asaltos. Parece que los vecinos los protegen”. En sucesivas ediciones da cuenta de la disolución del grupo cuando el jefe Gumersindo Ortega fue muerto en un encuentro con la gendarmería y Rito Pérez fue aprehendido. José Gallegos se encontraba escondido en la sierra, pero su padre había dicho que lo presentaría. Sotero Aguilar y Alejandro (sic) Arango “huyeron hacia Chihuahua, se cree que rumbo a Estados Unidos”.

El 5 de noviembre de 1907 el jefe político de la ciudad de Durango le solicitó al jefe político de Indé la aprehensión de los bandidos Matías Parra, Sotero Aguilar, Doroteo Arango, Refugio Avitia, Cesáreo Díaz, Salvador N. y José Gallegos (que después de todo no se había presentado a la policía), acusándolos de haber robado en el rancho Salais 22 mulas y caballos. También señalaba que habían escondido lo robado en la casa de una mujer de “mala nota” apellidada Medrano.

La banda, como parece común en toda la historia, se dispersará y Villa volverá a cabalgar con su compadre. A principios de 1908 Villa y Urbina se enfrentaron a tiros y dejaron por muertos al hacendado de Guadalupe de Rueda, Aurelio del Valle, y a su amigo José Martínez. Del Valle, en una historia muy común en aquellos años, había usado al compadre de Villa, Eleuterio Soto, en negocios no muy lícitos y luego, en vez de pagarle lo denunció a la policía; iban a fusilarlo, pero finalmente se limitaron a incorporarlo forzosamente al ejército. Villa estuvo juntando dinero para sacarlo y lo logró varios meses después; luego fue a cobrarle la deuda al hacendado. Poco después del ataque capturaron a Urbina en Las Nieves, pero no por esto sino por el robo de una vaca. Iban a fusilarlo, pero sólo lo cintarearon. Villa se instaló en Parral mientras tanto y cuando Soto salió del cuartel, para celebrarlo se reunieron y robaron trescientas vacas en la hacienda de Matalotes.

Los tres compadres, Urbina, Soto y Villa, actuaban en las cercanías de Chihuahua, en el que sería luego su rancho El Fresno, y cuando la cosa se ponía fea subían a la sierra Azul, donde llegaron a hacerse una pequeña fortaleza.

Ignacio Muñoz recordaba muchos más tarde que en 1908 llegaron al pueblo de Cruces, donde trabajaba en una tienda, tres personajes: Telésforo Terrazas, Manuel Baca y uno al que le decían Güero, que le dejó un dinero en depósito a cuenta de un ganado que le tendría que entregar más tarde. El recibo se lo hizo a nombre de Pancho Villa.

En la futura historia, construida sobre los fragmentos de las malas memorias de decenas de testigos, Pancho Villa desaparece y reaparece a kilómetros de distancia; estuvo en tantos lados, tantos lo vieron. Tres bandidos que llevaban una recua de mulas fueron señalados a las autoridades de Parral y cerca de Minas Nuevas los tirotearon; uno de ellos fue atendido en secreto por una familia humilde en esa localidad, era Villa. Frank M. King conoció a Villa en las minas de oro de Dolores, donde tenía su centro de operaciones y rentaba convoyes de mulas en las zonas mineras. El propio Villa lo confirmará cuando cuenta que anduvo por el mineral de Santa Eulalia, donde trabajó año y medio con un tal Willy, que era el gerente; a Villa lo llamaban el Minero. Lo descubrieron sus “incansables perseguidores de Durango” y se echó al monte “sin caballo, ni pistola, ni rifle” y permaneció “oculto en calidad de morrongo” en casa de Miguel Baca Valles, en Parral. Hay vagas noticias que dicen que sumó una nueva cicatriz en una de las persecuciones.

En 1909 el grupo robó en el rancho de Valsequillo de la viuda de Marcelo Guerra, en el distrito de Hidalgo, y en agosto asaltó Valle del Rosario, donde quemaron los archivos del pueblo. Villa se robó el sello municipal, que usaría más tarde para legalizar papeles falsos que amparaban propiedades de ganado.

Mantiene durante este año relaciones con Petra Espinoza (o Petra Vara), una mujer de Parral de 28 años (Villa tiene 31) a la que rapta y luego esposa. Rosa Helia Villa, la nieta de Pancho, la describe como “guapa, desinhibida y de cuerpo tentador”.

Hacia 1909 la maestra de Santa Inés, Julia Franco, recordaba que llegó a Santa Inés un vendedor de mulas y caballos, se juntó la gente a comprar y luego el hombre retó a los lugareños a tirar y se dedicaron a tumbar objetos colocados en las ramas de un encino. Y escuchó a alguno decir: “Ni hablar, es bueno este Pancho Villa para el rifle”.

M. L Burkhead, que tenía una agencia de automóviles en El Paso, Texas, lo conoce y se relaciona con él en la frontera; lo contrata por tres dólares a la semana para que lo ayude en un negocio de peleas de gallos. Desde tres años antes, Villa, de talante jugador, se había metido en las peleas de gallos en Chihuahua.

En marzo de 1910 un tal Antonio Flores asalta el rancho Santa Rita de Valle del Rosario, cerca de Parral, y roba a la viuda de Flores 28 reses, las cuales después vende a un tal Sidronio Derat. Quizá lo más notable de toda la historia es la muy precisa, pintoresca y poco ortográfica descripción de los animales robados: “2 buelles pintos de osco, 2 buelles granisos de negro, 2 buelles moros, 2 buelles pintos de colorado, 3 buelles prietos, 3 buelles colorado canario, 1 baca bragada de colorado, 1 baca colorada, 2 bacas prietas, 2 bacas oscas, 2 bacas pintas de negro, 1 buey osco rosillo, 1 baca granisa de negro, 2 buelles pintos de negro, 1 buey barroso, 1 buey prieto frontino”.

La policía, siguiendo su pista, detiene a un tal Alfredo Villa, acusado de haber atacado la hacienda de Talamantes, pero los testigos dicen que no era él. Interrogan a Sidronio, que confirmó que el vendedor era Antonio Flores, pero no recordaba lo que había pagado por las reses. Así llegan hasta Jesús Vara, que supuestamente era cuñado de Villa, casado con Petra Vara, con la que tenía “una relación constante”. Jesús denuncia que Antonio “había estado alojado en su casa tres o cuatro días”. Pero cuestionado sobre la propiedad de un caballo mostró una singular carta: “Señor Jesús Vara: Apreciable señor la presente es con el fin de saludar a usted y a su familia, pues ya lo saludé ahora le digo lo siguiente que le había envitado a aquí a Chihuahua pero aora le digo que no puedo estar seguramente en esta asta mayo yo despachare a Petrita por ustedes viendo yo a esta por aora no se ofrece más. Ay le mando el certificado del caballo sin más por aora. Francisco Villa.”

Comparando la carta con la lista de las reses robadas, un perito dictaminó que Antonio Flores y Pancho Villa eran el mismo y se libraron órdenes de aprehensión en junio de 1910. El retrato policial que se elaboró del personaje lo describía así: “Estatura regular, grueso de cuerpo, color blanco, pelo y cejas de color castaño oscuro, ojos claros, frente grande, nariz y boca regulares, barba poblada, se rasura y usa bigote color huero, casado, como de 28 años de edad, sin señas particulares visibles”.

Mientras esto sucedía Villa no había estado inactivo y tras haberse escondido por un tiempo en el rancho de La Parra, propiedad de Chon Yáñez en El Tule, en mayo de 1910 la banda atacó el rancho de San Isidro en el distrito de Hidalgo. Dan muerte al patrón Alejandro Muñoz y a su hijo. Se hacen de un botín de mil pesos. Villa se introdujo en esa casa presentándose como A. Castañeda.

Y el 25 de mayo hay una nueva orden de aprehensión contra él, dictada en San Isidro de las Cuevas, como “Francisco Villa cuyo nombre es Alfredo […] por los delitos de robo y homicidio”.

Mientras es perseguido en el sur del estado por robo de ganado y por homicidio, Doroteo Arango, alias Arcadio Regalado, alias Salvador Heredia, alias Pancho Villa, alias Gorra Gacha, alias el Güero, alias la Fierona”, alias A. Castañeda, alias el Minero, alias Rayo Saucedo, alias Antonio Flores, alias Alfredo, no permanece inmóvil, va de Chihuahua a San Andrés, a la Ciénaga de Ortiz, hacia el noroeste del inmenso estado. El 23 de junio de 1910 el velador del ferrocarril detiene a Villa en Madera “por faltas que le cometió”, le quitan 250 pesos y una pistola, pero en una hora lo liberan. Parece que Villa se quejó, porque un funcionario de Madera le mandó al jefe político de Ciudad Guerrero una nota en la que argumenta que no hay tal, que “lo tratamos con demasiadas consideraciones”.

Poco después Villa y Urbina se apoderaron de 62 mulas en la hacienda de Torreón de Cañas. Los persiguieron y se armó el tiroteo en la hacienda La Jabonera. Los rurales mataron a varios de los hombres de Villa y recuperaron las mulas. Los dos compadres logaron escapar.

Hacia el verano de 1910 Pancho Villa es un hombre al que se le están acabando los seudónimos y las zonas en las que puede vivir con relativa tranquilidad; se le están agotando los refugios; tiene varias cicatrices. Por dormir al sereno en la sierra sujeto a los grandes calores y los grandes fríos, sufre de reumatismo; no es grande su fama ni capitanea un grupo importante de hombres al margen de la ley, pero tiene una inmensa cantidad de contactos y relaciones a lo largo de Chihuahua y Durango: esposas y compadres, gente que le debe favores, socios y compinches, aliados en desventuras. Sus nombres: Tomás Urbina, el yaqui Gorgonio, Eleuterio, Trini Rodríguez, Maclovio Herrera, los Baca, Nicolás Fernández; serán parte de la futura historia. Ha vivido como bandolero, que de vez en cuando abandona la pistola para trabajar dentro del orden porfiriano y su ley, pero las circunstancias, azares y accidentes y su propio temperamento se lo impiden.

No es del todo justo el retrato que hará de él Martín Luis Guzmán: “Trató de ser obrero, esconderse para trabajar en los túneles de las minas; su desamparo no se lo permitió. Quiso ser artesano, convertirse en albañil: la legalidad de la ilegalidad que lo acorralaba se lo impidió. Quiso ser pequeño industrial, poner una curtiduría; la injusticia de la injusticia lo estorbó. Intentó ser pequeño comerciante, tener una carnicería; el acaparamiento y la persecución armada no se lo consintieron”. Parecería, según este retrato, que Doroteo Arango, en esos 17 años de vida “a salto de mata”, hubiese buscado la legalidad y las fuerzas más oscuras de la sociedad porfiriana lo hubieran impedido. No parece ser la historia que hemos contado hasta ahora. Es cierto, Villa era producto de las fuerzas más oscuras de la sociedad porfiriana, pero no de aquellas superficiales sino de esas más profundas que hacían de un campesino pobre un condenado a una vida de presidio, carne de trueque en las grandes haciendas, carne de cañón del ejército, obrero hambriento de las nuevas minas y las industrias. Contra esto reacciona Pancho Villa y lo hace al modo del desesperado, jugándose la vida durante 17 años y quitando la de otros, engañando, robando, a veces a ladrones mayores que él, a veces a otros casi tan miserables como él, y siempre buscando un destino individual que nunca alcanza, pisando la raya que separa las apariencias de la ley y el orden del desorden y el bandidaje.

Sin embargo, esta historia que como bien dice Puente es “vulgar, llena de crueldad y de infamias”, “lo que tiene de pintoresco es el paisaje” y “lo que tiene de atenuante es el sentimentalismo con el que actúa en muchos de sus actos”, será leída de diferente manera al paso de los años. Se elaborará el mito del Villa bandido extraordinariamente popular entre las masas campesinas del norte de México. Y dirán lo que sigue.

Cervantes: “Tenía 22 años y su fama cundió por los estados de Durango y Chihuahua”, o “Villa cobró fama en toda la frontera”. Desde la academia de la historia se dará sustento a la tesis: Mark G. Andersen habla del “notorio bandido” que había ganado “preeminencia y aprobación entre las masas del centro-norte de México”, y J. Mason Hart dirá: “El campesinado mexicano adjudicó presto a Villa el papel de buen ladrón, nuevo Robin Hood que robaba a los ricos opresores para dárselo a los pobres”. Hans Werner Tobler: “Como ladrón de ganado pronto se convirtió en el más famoso bandido del norte”, Eisenhower: “Fue bandido por 16 años. Durante ese tiempo creció entre el pueblo la leyenda de que era un Robin Hood mexicano”. Incluso Friedrich Katz, en uno de sus primeros trabajos, dirá: “Vivía en la conciencia popular como una especie de Robin Hood”. Y Ricardo Pozas añadirá: “Uno de los bandidos sociales más famosos de esta parte del país”.

Cuando la prensa estadounidense comienza a mostrar un gran interés por su figura, la imagen se construye. Al inicio de 1914 hay un artículo en The Sun que dice: “Antes de la revolución era un bandido conocido, el terror de las montañas, y se había puesto precio a su cabeza. Díaz y sus soldados habían tratado de capturarlo durante años”. En esa lógica va el poema que le dedicó Santos Chocano: “Caes… caes… bandolero divino […] Un demonio y un ángel en rebeldes porfías/ Disputáronse el signo de tu oculta intención”. Ni el propio John Reed se salvó: “Los pastores de cabras que acampaban en las colinas, en las noches cantaban junto al fuego interminables baladas sobre las hazañas románticas de Pancho Villa. Amigo de los pobres. Él era el Robin Hood de México”. Como se ha visto, nada más lejos de la realidad.

Villa, en la etapa de bandolero, nunca esgrimió un programa social, nunca trató de cambiar el mundo más allá de la distancia del tiro de su carabina, nunca capitaneó una gran banda (los hombres que cabalgaron con él no solían ser más de una decena), pero tampoco fue rural ni se sumó a la Acordada, no fue pistolero de caciques ni hombre de los hacendados. Aguilar Mora (contando que Nellie Campobello no tenía reparo alguno en hablar de Pancho Villa como bandido) lo dirá mejor: “Era el gesto del oprimido que recoge, como arma de combate, los términos con los que el enemigo pretende despreciarlo, acorralarlo, excluirlo”. Sin embargo su voz predicará en el desierto.

¿Qué patético conflicto tienen las buenas conciencias de la narración y la historia con los bandoleros? Si son generosos y amables, caballerosos y burlones, si reparten el dinero de sus robos, los historiadores los perdonan. Pero si son hoscos y terribles y la violencia que generan es brutal, muchas veces arbitraria, guiada por una lógica de supervivencia en la que al enemigo herido se le remata para que no regrese a tu vida como vengador de agravios; si este bandolero es sucio, de sangre, claro, no puede entrar en la historia.

Recuperado y santificado por Eric Hobsbawn en dos de sus libros (Bandidos y Rebeldes primitivos), el bandolero social será la excepción. Será el representante bárbaro, pero consciente, de la rebeldía agraria. Y el propio Hobsbawn caerá en la trampa y así caracterizará al primer Pancho Villa, contando sólo con las Memorias de Francisco Villa, de Martín Luis Guzmán, como material documental.

Una de sus reflexiones, sin embargo, permitirá marcar la diferencia: “Las sociedades campesinas distinguen muy claramente entre los bandoleros sociales que merecen […] aprobación y aquellos que no”. Villa gozaba de muy poco reconocimiento social en su época de bandolero, a lo más de una red, extendida a lo largo de Chihuahua y el norte de Durango, de contactos, compadres, cómplices, compinches, amigos, beneficiados sueltos que recibieron una vaca, un puñado de pesos, una máquina de coser. Su reconocimiento era el de un personaje que cambiaba de nombre y de vidas con frecuencia, desaparecía por largas temporadas, cambiaba de oficio. En sus acciones hubo poca generosidad hacia los pueblos; robó a los hacendados, pero no los confrontó; mató rurales, pero no organizó su destrucción; robó a los ricos, pero pocas veces para entregar a los pobres. Si bien no construye reconocimiento social en esos años, sí construye la red y la ética, las reglas del juego y los odios a la oligarquía. La palabra se cumple, no se traiciona a un compadre, no se le roba a un pobre (a no ser que haya extrema urgencia, porque además hay poco que robar), no se viola a una mujer y sí en cambio se la seduce, se casa uno con ella, por la iglesia, por el juez, con varias si es necesario; no se respeta a los ricos ni a los curas sino a los maestros de escuela; se protege a los niños. Junto a esta ética, Villa creó un estilo: cambia de nombre como de sombrero, si va a dormir en una casa, que sea una que tenga patio y ventana para salir huyendo; no duerme uno en el lugar donde se acuesta; el caballo debe estar presto, la pistola cargada y uno debe aparecer donde nadie lo espera.

En una sociedad en la cual los grandes hacendados ejercían el derecho de pernada, se azotaba a los “infractores”, se robaban las tierras de las comunidades mediante falsos deslindes, se arrancaban los derechos históricos de pastos y agua; en la cual los rurales y la Acordada eran un grupo de pistoleros con casi menos ley que la de los hombres a los que enfrentaban; en la cual por deudas un hombre era condenado a ser arrancado de su tierra y a servir en el ejército en guerras de exterminio contra las últimas rebeliones indígenas; en la cual la legalidad republicana la presidía un dictador que se reelegía fraudulentamente, ¿quiénes eran los bandoleros? O más bien: ¿por qué tiene que ser más amable y socialmente aceptable el bandolerismo burgués que el de los pobres del campo?

En 1910 la familia Terrazas y sus parientes y socios en Chihuahua poseían millón y medio de vacas, caballos, borregos y chivos, mientras que el 95.5% de los habitantes de Chihuahua no tenía propiedad alguna. Revisando el catálogo del bandidaje de estado porfiriano que registra Carleton Beals, llega uno a la conclusión de que también en esto del bandidaje hay clases: bandidos burgueses y bandidos pobres.

Pancho Villa, ese “tipo alto, vigoroso, vestido ordinariamente de charro”, era sencillamente, a mediados de 1910, un superviviente, un bandido pobre y no demasiado afortunado.

NOTAS

a) Fuentes: Puente: La verdadera historia (la cita de apertura) y ”Vida, muerte y hazañas del general Francisco Villa”. Son esenciales para reconstruir esta etapa de la vida de Villa los hallazgos de Jesús Vargas en “El aguafuerte…”, que se ha dedicado con minucia a tratar de resolver el rompecabezas, fijando algunos de los datos clave que permiten una reconstrucción parcial de la historia.

La voz de Villa en Bauche: Villa. Martín Luis: Memorias. Y Puente: “Memorias” y Francisco Villa. Nicolás Fernández en Píndaro Urióstegui: Testimonios del proceso revolucionario en México, y en la entrevista de Francisco L. Urquizo: “Francisco Villa y Nicolás Fernández”.

La segunda versión respecto de la fuga: Eulogio Ortiz PHO 1/37 y José C. Valadés: “Vida íntima de Villa”. Para el encuentro con la gavilla de Ignacio Parra: Antonio Avitia en Los Alacranes alzados sitúa erróneamente el encuentro entre 1891 y 1892, igual que Calzadíaz, que lo hace en 1901, “con los cuales anduvo hasta mediado 1902” (resulta imposible porque Parra ya estaba muerto en esa fecha.) Guadalupe Villa localizó rastros del origen de la gavilla de los Parra en 1883. En el Archivo Histórico de Durango hay varias noticias sobre Ignacio Parra anteriores al encuentro con Villa: En 1886 el prefecto de Canatlán decía de Ignacio Parra que tenía 21 años de “malísimos antecedentes” y de “haber andado con la gavilla de Bernal”, detenido el 9 de octubre en precautoria y liberado el 11, a quien había metido de leva en el regimiento 13 y su madre interpone recurso legal contra esto; existe el expediente militar de su supuesto reclutamiento voluntario. En febrero de 1893 hay una denuncia de que Parra anda en el malpaís de Nombre de Dios, hay intentos de capturar a su gavillla, atrapan a uno de sus hombres, Santos Barrio. En mayo de 1893 Parra andaba perseguido por San Juan del Río y el 17 de marzo del 94 en Sierra Mojada, tratan de aprehenderlo, se dice que lo acompañan su hermano Vicente y Refugio Alvarado. Nuevas denuncias en mayo del 94. Sin embargo no existe documentación de la época en la que supuestamente cabalgó con Villa. El corrido de la muerte de Parra en Avitia: Corrido histórico mexicano.

Los archivos históricos de Durango se encuentran en proceso de catalogación, por lo tanto los hallazgos del narrador pueden considerarse incompletos. El autor no pudo localizar las referencias a su delito, captura, leva y fuga. Friedrich Katz: Pancho Villa. Vargas: A sangre y fuego con Pancho Villa. Calzadíaz: Hechos reales de la revolución, tomo 1. Víctor Ceja: Cabalgando… Medina: Cuando el rencor estalla. Rivas: El verdadero Pancho Villa. Guillermo Martínez: En las garras de la muerte. Ramón Puente en Muñoz: Rayo y azote.

Sobre el cambio de nombre, a más de los anteriores: Castellanos: Francisco Villa su vida y su muerte, cuya versión coincide con la de los primos de Villa. Nellie Campobello, en la entrevista que le concedió a Emanuel Carballo. José María Núñez (que se lo contó a Vito Alessio: Manuscritos). Pere Foix: Pancho Villa. Nellie Campobello: “Perfiles de vida”. Y sólo para el registro, la más delirante de las versiones: Rivas: El verdadero…, que obtiene su información de viejos durangueños y chihuahuenses al inicio de los años 70; dice que Villa se llamaba Francisco Villa Franco, que cambió su nombre por el Doroteo Arango tras el tiroteo de El Gogogito y después recuperó su verdadero nombre y anduvo falsificando y ocultando su acta de nacimiento.

Pancho Villa (el primero) ha dejado un vago rastro. Guadalupe Villa encontró un escueto “se indulta al reo Francisco Villa por el tiempo que le falta de cumplir de su condena”, fechado en 1884 (en el periódico oficial no se dice de qué era reo.) En el Archivo Histórico de Durango hay referencias: en septiembre 1890: “Ningún bandido con la excepción de Bernal, nos había dado y nos da más guerra que Francisco Villa”, perseguido por los partidos de Cuencamé y Mapimí; el informante dice que en ese momento está en Reyes, en casa de Inés N., “con quien [Villa] tiene relaciones ilícitas” (carta al coronel Juan Saldaña). En 1891 lo buscaban en Zacatecas por “ser autor de varios crímenes”. En enero de 1891 se retransmitía la petición de Lerdo a Las Saucedas: que colaboraran con un tal Antonio Salas que lo venía siguiendo. (Archivo Municipal Saltillo, 134/4.) Los rastros del personaje se remontan hasta 1893, en que se registra: “Francisco Villa ya se encuentra actualmente en El Paso”.

Las citas de Aguilar Mora están sacadas de Una muerte sencilla…, que en el capítulo “El nombre de Villa” arroja una serie de inteligentes miradas sobre el asunto.

Sobre la primera estancia en Parral: Bauche: Villa. Ceja: Cabalgando… Martín Barrios: Biografía de un balcón. Valadés: “La vida íntima de Villa”. Haldeen Braddy: “Pancho Villa’s hidden loot”. Jesús Vargas: Pedro Alvarado y Victoria Griensen. Carrasco: Vida del general Francisco Villa, ofrece una versión similar pero con fechas posteriores. Puente: Las verdaderas memorias. Raimundo Salas: Semblanza militar de los cc generales de división Maclovio Herrera y Francisco Murguía.

Muerte de la madre: contada al coronel Jaurrieta, al mayor Juan B. Muñoz y al general Enrique León Ruiz en Canutillo, 1921. Calzadíaz: Hechos reales de la revolución, tomo 1. Contada a Ramón Puente, contada a Luz Corral: Pancho Villa en la intimidad. Contada a Manuel Bauche: Villa. Contada nuevamente a Puente: La verdadera historia. Contada a J. M. Jaurrieta: Con Villa.

La escritura: Bauche: Villa. Villa a Frazier Hunt, Luz Corral: Pancho. Calzadíaz: Hechos reales de la revolución, tomo 1. Rivas especula diciendo que como para escribir había primero que leer, Villa, según esto, debería haber pasado tres años en la primaria. Luz Corral: “Me consta que sabía leer y escribir cuando lo conocí”. Calzadíaz: “Villa desde el año de 1902 […] ya sabía leer y escribir, mal si se quiere, pero sabía”.

Urbina. Hay muchas dudas respecto de la fecha de nacimiento de Tomás Urbina: 1867 o 1877 según Campobello: Así fue la Revolución Mexicana y el apéndice biográfico de la Historia de la Revolución Mexicana de Salvat. El narrador ha utilizado la de 18 agosto 1870, que proporciona su biógrafo De la O HHolguín: Tomás Urbina, el guerrero mestizo. Nellie Campobello: Cartucho. Vito Alessio Robles: “Convención revolucionaria de Aguascalientes”. Benjamin Herrera: “Cómo murió Urbina, compadre de Villa”. Martín Luis Guzmán: El águila y la serpiente. John Reed: México Insurgente.

La gavilla de Beltrán: The Sun, en marzo de 1914, después del caso Benton, publicó un artículo fuertemente antivillista para equilibrar los artículos de John Reed, titulado “Villa bandido, asesino y consumado hombre malo” (que reproduce Aurelio de los Reyes en Con Villa en México), basado en declaraciones de exiliados de El Paso que lo habían conocido. Vargas: Aguafuerte (que rescata las notas del 23 y 29 de mayo de 1904 y el testimonio de Jesús Ortiz Ávila). Juan Gualberto Amaya: Madero y los verdaderos revolucionarios de 1910. Rivas: Verdadero. Campobello: Cartucho. Celia Herrera: Francisco Villa ante la historia, sitúa erróneamente (en 1902) una historia de la banda que no me merece credibilidad.

Chihuahua: Peterson y Knoles: Intimate recollections by people who knew him. Wasserman: Capitalistas, caciques y revolución. Roberto Fierro PHO 1/42. Campobello: Apuntes sobre la vida militar de Francisco Villa. Puente: “La verdadera historia de Pancho Villa”. The Sun: “Villa bandido” (la historia suena a falsa). Luz Corral PHO/23. Bauche: Villa.

Rubén García: “Una anécdota de Villa…”, cuenta una historia no muy creíble: Villa conoce en Parral al estadounidense Elfego Baca, de Socorro, Nuevo México, y hacen negocio con mulas robadas. Elfego un día se entera de que anda por Parral un tal Gillette, al que las autoridades de Kansas han puesto el exorbitante precio de 50 mil dólares a su cabeza y tras andarlo controlando le propone a Villa que lo secuestre y se lo lleve a la frontera. Villa se llamaba entonces “Pancho Jaime”. Villa cumplirá su palabra y le llevará a Gillette atado.

Evolución 6, 20 marzo y 3 abril 1907, citado por Jesús Vargas. Archivo Histórico de Parral, expedientes del Juzgado Primero de lo Penal del Distrito Hidalgo, número 47 con fecha 23 de marzo de 1910 y el número 53 con fecha 23 mayo 1910. Ceja: Cabalgando… Jesús Vargas: “Villa en Chihuahua” en Pancho Villa, la revolución y la ciudad de Chihuahua. Benjamín Herrera: “Villa era un hombre agradecido”. Calzadíaz: Hechos reales de la revolución, tomo 6. Margarita Caballero: “Siete Leguas”. Camerino Rodríguez: Un villista en los últimos días de la revolución. McGaw: “Did Villa ride a motorcycle or a mule in his raid on Columbus in 1916?”. Rivera Marrufo PHO 1/64.

Sobre Petra Espinoza: Rosa Helia Villa: Itinerario de una pasión. Katz: Pancho Villa. Hay testimonios que suman un nuevo matrimonio en esos años, con Dolores Delgado, con quien se casaría en Lerdo, Durango, el 17 de agosto de 1909. Tuvo una hija llamada Felícitas que años más tarde decía que Pershing era su padrino (Braddy la entrevistó, Luz Corral decía que era una impostora). Aunque suene extraño, puede ser cierto.

Sobre los alias: testimonio de Ortiz: Doroteo Arango, decía mi padre, constantemente se cambiaba de nombre. Se hizo llamar Antonio Flores, nombre que tomó de su tío Antonio Flores Arango, sobrino de su señor padre; este nombre lo usó cuando se llevó una partida de 28 reses del fierro de la señora Guadalupe Prieto viuda de Flores. En ese tiempo, decía mi padre, “es el mismo, el mismito, no puede ser otro”.

Villa como Robin Hood: Federico Cervantes: Francisco Villa y la revolución. Mark G. Andersen: Villa’s revolution by headlines. J. Mason Hart: El México revolucionario. Hans Werner Tobler: Transformación social y cambio político 1876-1940. Katz: Deutschland. Eisenhower: Intervention! Ricardo Pozas: Revolucionarios. The Sun: “Villa bandido”. John Reed: México Insurgente. Medina: Cuando el rencor estalla.

Y además: McGaw: South West Saga. Guadalupe Villa: “De cómo…”. Adolfo Carrasco: “Vida del general Francisco Villa”. Ignacio Alvarado Álvarez: “Pancho Villa, el ideólogo”. Víctor Orozco: Diez ensayos sobre Chihuahua. Juan Andreu Almazán: Memorias, Vida, muerte y hazañas del general Francisco Villa, “Cómo Doroteo Arango se volvió Pancho Villa”. Elías Torres: Vida y hazañas… Secundino Alvidrez: Villa entrevistado por Rubén Osorio: Pancho Villa, ese desconocido. Knight: La Revolución Mexicana. Martín Luis Guzmán: “Villa y la revolución”. Carleton Beals: Porfirio Díaz. Soto y Gama: “Villa”. Puente: “Vida de Francisco Villa contada por él mismo”.

b) Villa hará una relectura de su vida previa a partir de su incorporación a la revolución. Valadés: “Treinta años de vida política. Memorias del general Antonio I. Villarreal”: “Algún comensal, dirigiéndose al general Villa, hizo observar que el general Villarreal podía ser considerado como uno de los primeros revolucionarios antiporfiristas, ya que se había iniciado en las luchas políticas desde 1905. Villa, al escuchar esta observación, dijo con toda ingenuidad: “Para ese tiempo, ya hacía varios años que yo andaba sublevado contra Porfirio Díaz”. Y a continuación el jefe de la División del Norte explicó cómo antes de 1904, y siendo prófugo de la justicia, había tenido varios encuentros con las fuerzas rurales”. Villa (en The Sun): “Aprendí a luchar en una escuela dura. Diecinueve años de guerra con el gobierno de Porfirio Díaz, que me quería quitar la vida, me enseñaron más de una treta, y ahora uso esos conocimientos para la causa del pueblo”.

En una entrevista dada a Urbano Flores Urbina en julio de 1914, Villa contará cómo fue que se metió a la revolución: “Un capitán federal burló a una hermana mía y entonces juré vengar esa honra, lo que motivó mi levantamiento en las serranías de Chihuahua, con un puñado de hombres resueltos; pero jamás asalte a naiden, mi único objetivo era atacar pequeños destacamentos federales para hacerme de parque, así anduve algunos años hasta que llegó el movimiento del señor Madero” (U. Flores: “Remembranzas”).

c) Pacto con el diablo. José Montes de Oca recogió una leyenda que circulaba por Durango en esos años: “Al norte de San Juan del Río, frente al rancho Menores de Abajo, existe una eminencia natural, en forma de cofre (donde) viven magos, hechiceros, brujos y el Diablo mismo, a quien, dando promesa de entregarle el alma a la hora de la muerte, proporciona la gracia que se le pide, mediante una yerbita prodigiosa que se toma. Y por eso, los jóvenes de la región son, unos, famosos tahúres que nunca pierden; otros, jinetes consumados; otros, afortunados conquistadores de mujeres; otros, invencibles en las riñas; otros, mercaderes en perpetua bonanza. Villa también fue a la entraña del monte e hizo pacto con el Bajísimo; y lo que pidió para toda su vida, en cambio de su ánima, fue ser valiente y tener mando de gente […] El Diablo estaba acompañado de militares, papas, cardenales, reyes, mujeres alegres, sabios y legiones de individuos de todas las razas que cantaban y reían con locura. Villa no se amedrentó con el espectáculo infernal, y se libró con inteligencia de los perros de siete colores y de los chivos pintos que pretendían detenerlo. Con toda calma hizo el convenio con Satanás y tuvo su don […] Para entrar al castillo, que se encuentra dentro de la altura, no se debe llevar rosario, ni reliquias de santo, ni pensar en Dios. Es necesario maldecir, echar vigas y renegar de la Santísima Trinidad”.