CAPÍTULO 3

Cachetada

A Evita le debemos nuestro amor

por eso le guardamos gratitud.

Cumplimos los ideales, cumplimos la misión,

de la nueva argentina de Evita y de Perón.

Saldremos a la cancha con un feliz cantar.

Saldremos a la cancha con ansias de triunfar.

Seremos deportistas de todo corazón.

Para formar la nueva y gran generación.

(Marcha del primer «Campeonato de Fútbol Infantil Evita», de 1949. Autores: Rodolfo Sciamarella y Carlos Artagnan Petit)

A mediados de la década del cuarenta, se enfrentaron dos mujeres muy poderosas y esa pelea quedaría registrada para siempre en la memoria colectiva del país.

Las protagonistas eran Libertad Lamarque, la figura más famosa del cine nacional, y Eva Duarte, actriz que en poco tiempo sería la Primera Dama de la Argentina, al casarse con el Coronel Juan Domingo Perón.

Libertad había nacido en Rosario el 24 de noviembre de 1908. Ni su infancia ni su vida habían sido fáciles. Hija de un artesano y hojalatero anarquista (de ahí que su nombre fuera «Libertad»), desde chica tuvo inclinaciones artísticas. A poco de comenzar la década del veinte, viajó a Buenos Aires, donde realizó sus primeras grabaciones y fue contratada para actuar en el teatro El Nacional. En 1926, tras un breve noviazgo, se casó con un apuntador de teatro, Emilio Romero, con quien tuvo en 1928 a su única hija, Libertad Mirta, que de mayor también se dedicaría a la canción. Ese matrimonio fue uno de los mayores errores de su vida, comentaría luego en su autobiografía.

En 1929, encarnó a la «Doce pesos» del sainete de Alberto Vaccarezza El conventillo de la Paloma. En 1930, filmó la película muda Adiós Argentina. Un año después ganó el premio a la Mejor Cancionista del Teatro Colón y luego fue una de las protagonistas de Tango, el primer filme nacional sonoro, en 1933. Mientras ella iba subiendo velozmente los escalones de la fama, soportaba malos tratos y humillaciones de su marido jugador y alcohólico.

Tanta era su desdicha (similar a la de muchos papeles que padeció en cine, lo que la llevó a que la bautizaran «la dueña de la lágrima») que durante unas actuaciones en Santiago de Chile intentó suicidarse arrojándose del balcón de un hotel. La salvó milagrosamente un toldo que aminoró su caída.

Un comentario que no se comprobó y que también circuló es que el toldo habría caído sobre un transeúnte que caminaba por esa calle y que habría muerto en el accidente.

Otra de las leyendas que la persiguió siempre es que tenía un ojo de vidrio: según me dijo una vez, quizás ese rumor surgió porque tenía ojitos chicos y claros. Otros lo atribuyeron a que tenía cierto estrabismo en los primeros planos de cine.

Separada de su marido en 1935, este raptó a la hija de ambos, la llevó a Uruguay y no quería devolverla. Libertad, con gran audacia, intentó un operativo comando con su abogado, Alfredo Malerba, el pianista que la acompañaba en sus giras (era su nueva pareja) y otro músico amigo de ambos. En Montevideo fueron a buscar a la niña a la salida del colegio y la trajeron subrepticiamente a Buenos Aires. Su marido la reclamaba y chantajeaba con fuertes sumas de dinero. El proceso de la separación legal fue muy largo pero culminó con la muerte de Romero en 1945.

Ese mismo año, ocurren otros dos acontecimientos importantes en la vida de Lamarque: estalla el conflicto con Eva Duarte, que la obligaría a exiliarse en México, y el 24 de diciembre se casa con Alfredo Malerba.

Libertad fue la diva de mayor arrastre de la primera década del cine nacional. En sus estrenos, en el cine Monumental de la calle Lavalle, llamado «la catedral del cine argentino», sus admiradores llegaron a arrastrar el coche que la llevaba desde Esmeralda hasta la avenida 9 de julio. (En la década del ochenta, como director de Editorial Abril y con Catalina Dlugi, directora de Radiolandia 2000, en unas de las paredes del hall de entrada del Monumental colocamos la placa «Homenaje a la catedral del cine argentino», que descubrieron Libertad Lamarque y Niní Marshall y todavía se conserva).

Películas como Ayúdame a vivir, Besos brujos, Madreselva y Puerta cerrada convirtieron a «Líber» en ídolo en toda América, a tal punto que la llamaban «la cadenera», término que se refería a que desde el exterior pedían una película de ella y los productores la enviaban a condición que junto a la suya fueran, «en cadena», películas nacionales con otros intérpretes.

Eva Duarte, a su vez, había nacido en Los Toldos, localidad de la provincia de Buenos Aires, el 7 de mayo de 1919. Durante su infancia, su madre y hermanos se trasladaron a Junín. Su padre, político conservador y de dinero, casado y con hijos, tenía una amante en la estancia, con la que tuvo otros hijos. Esa amante era la madre de Eva. La muerte temprana de su progenitor le hizo sufrir a la niña una de las primeras humillaciones de su vida, porque la familia legal no permitió que entraran al velatorio.

Su vocación por la actuación y el recitado la llevó a venir a Buenos Aires con apenas quince años. Fue en 1935, y una serie de pequeñas actuaciones en teatro, humillaciones, hambrunas y alguno que otro romance juvenil fueron colocándola en el ambiente, hasta que empezó a pisar fuerte en radio.

El 15 de enero de 1944, un violento terremoto destruye San Juan y las actrices salen a pedir por la calle dinero para ayudar a las víctimas comandadas por el Coronel Perón, entonces al frente de la Secretaría de Trabajo de la Nación del gobierno de facto comandado por el general Pedro Pablo Ramírez. Había subido al poder el 4 de junio de 1943, al derrocar al conservador Ramón Antonio Castillo.

El sábado 22 de enero de 1944, se realizó un gran festival a beneficio en el Luna Park. Mientras en el escenario actuaban muchas figuras, entre ellas Hugo del Carril, Francisco Canaro y Libertad Lamarque, en la platea se conocían Eva Duarte, de veinticuatro años, y el coronel Perón, de cuarenta y ocho, viudo de su primera esposa, Aurelia Tizón. (Había corrido el rumor de que Perón se había interesado antes en Zully Moreno, pero que había rebotado).

Según una versión, los presentó el Coronel Domingo Mercante, amigo del futuro presidente. Según otra, la que creo más convincente, fueron presentados por Roberto Galán, un joven locutor que conocía a Eva de la radio, donde ambos, además de abrirse camino, pertenecían al sindicato recién creado para defender al personal de las emisoras. Poco antes de morir, Galán me confesó:

Eva se me acercó vestida muy lujosamente junto a su amiga, también actriz, Rita Molina. Me rogó que le presentara al Coronel Perón. Justamente vi que en ese momento habían quedado dos butacas ocasionalmente libres al lado de la suya y las llevé a ambas, las presenté y Eva se sentó al lado del Coronel. Nunca más se separaron.

Estas eran las dos contendientes: Lamarque versus Duarte o Eva versus Libertad.

Una fuerte cachetada de la estrella a la estrellita se comenta hasta hoy (incluso aparece tanto en una escena de la comedia musical Evita, de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice, de éxito mundial y que encabezara en cine Madonna, como en la nacional Eva, que protagonizó Nacha Guevara).

Todo ocurrió durante la filmación de La cabalgata del circo, película con Libertad Lamarque y Hugo del Carril, que interpretaban a dos hermanos, y que dirigían Mario Soffici y Eduardo Boneo. El filme narraba la historia del teatro nacional desde el tiempo del circo criollo.

En ese entonces, por motivos de la guerra, escaseaba película virgen y los directivos de Estudios San Miguel, entre ellos Miguel Machinandiarena, habían conseguido la materia prima para filmar mediante el Coronel Perón, cuya «amiga» iba a actuar en la película. Así, Eva Duarte hacía un papel que si bien no fue relevante (una suerte de novia de Hugo del Carril que desparece en la mitad de la película), asomaba como su gran oportunidad en cine hasta ese momento.

El conflicto se originó porque Eva llegaba a la filmación a las cuatro de la tarde en un lujoso automóvil oficial, mientras la estrella de película estaba maquillada y vestida de época desde la mañana temprano, horario previsto para empezar el rodaje. Libertad era muy profesional, y como el combustible también escaseaba, salía de su casa a la madrugada para llegar en tren a los estudios de Bella Vista. También se decía que, dada su condición estelar, Libertad podría haber ido en automóvil pero era demasiado tacaña y no quería gastar.

Las filmaciones se atrasaban por las demoras de Eva Duarte, que, según Lamarque, se comportaba con una verdadera diva.

Libertad fue perdiendo la paciencia hasta que un día, cuando pasaban horas y Hugo del Carril y ella no filmaban porque la joven no llegaba, abrió una puerta del estudio furiosa y descubrió que el director Soffici estaba almorzando con Eva.

Ahí surgió una discusión y la cachetada que, fuera de sí, Libertad le habría aplicado a Eva. Esta se quedó en silencio, juró venganza, y cuando llegó al poder logró que los productores no contrataran a Libertad Lamarque, por lo que tuvo que emigrar a hacer shows en Latinoamérica y asentarse en México, donde hizo una carrera extraordinaria.

Lo curioso es que la mayoría de los actores que trabajaron en la película —Hugo del Carril, Juan José Míguez, Armando Bó y el mismo Mario Soffici— levantaron luego las banderas del peronismo, a excepción de Orestes Caviglia, que tuvo que exiliarse con su esposa Ilde Pirovano en Uruguay por estar en las «listas negras».

Tanto en sus memorias como en varios reportajes que le hicieron a lo largo de su vida, Libertad contestó que la cachetada no existió y que difícilmente hubiera existido porque ella era menuda y bajita y Eva muy alta y fuerte. Sí confesó que se burló de ella cuando le hizo una reverencia exagerada, agachándose como si estuviera ante una reina, y gritándole: «¡Hay que esperar a la Señora…!»

Ese gesto, que hizo delante de todo el equipo, ofendió a Eva.

La película terminó de filmarse con mucha tensión, con el pedido de Soffici a Hugo del Carril de que tratara de apaciguar a las rivales, ya que se llevaba bien con las dos. Otras versiones inferían que Libertad estaba celosa de la relación de Eva con el poderoso coronel; que se sentía muy molesta con la «chupada de media» de la gente del estudio a Eva por su relación con Perón (por eso dijo, en su autobiografía, «yo nunca me arrimé al sol que más calienta»). Incluso circuló una versión mucho más dramática que me contó Irma Roy, militante justicialista, en los años en que Perón volvió al país: «La cachetada habría sido tan violenta que Evita cayó al suelo y perdió el único hijo que podría haber tenido de Perón».

Lo cierto es que entre Eva y Libertad no hubo reconciliación posible. Una vez en el poder, se dijo que la invitó a un té y Libertad se rehusó a asistir, por más que una de sus hermanas intentó convencerla para que concurriera. Hay quienes comentan algo menos creíble (por el fuerte carácter de ambas y el estrellato de Libertad), una audiencia secreta en la que Eva le habría dicho a la cantante: «Si no llaman a trabajar, debe ser porque sus películas ya no interesan».

Pocos años después, hubo un acontecimiento mantenido en secreto. Libertad actuaba en Centroamérica cuando un terremoto dejó allí un tendal de muertos. Como todas las comunicaciones estaban cortadas, su hija Mirta, de­sesperada, pidió una audiencia con Eva Perón y le fue concedida. Lo había hecho para averiguar datos sobre su madre. Gracias a esa intervención pudo comunicarse con ella, que estaba sana y salva.

A comienzos de su exilio, Libertad recorrió países del continente americano (de allí que la llamaran «La novia de América», como a la estrella del cine mudo Mary Pickford) y se radicó en México. Sólo volvió a actuar a Argentina en 1956, cuando el peronismo había caído.

Eva Duarte se despidió de su carrera filmando una única película como protagonista, La pródiga, en un papel destinado al principio a Mecha Ortiz (desplazada por influencias del Coronel) y que dirigió también Mario Soffici.

Eva y Perón contrajeron matrimonio por civil el 22 de octubre de 1945 en la localidad de Junín y dos días después en la Iglesia de San Francisco en La Plata. Luego de la boda, los asesores del nuevo presidente electo aconsejaron que La pródiga no se estrenara, por varios motivos. Para las fuerzas armadas, había sido muy fuerte que un militar se casara con una actriz. Si bien en la película el personaje hacía beneficencia, terminaba suicidándose. Pero fundamentalmente convenía enterrar para siempre la actividad artística de la Primera Dama.

La pródiga se estrenó recién cuarenta años después. Fue en la calle Corrientes, durante el gobierno del Dr. Raúl Alfonsín, y pasó sin pena ni gloria. Era antigua y los actores, entre ellos Eva, declamaban al viejo estilo del cine nacional. Me acuerdo que esa noche estuve con el modisto Paco Jamandreu, que permanecía en el hall del cine, emocionado por ver en la pantalla a su gran amiga. Entonces me dijo:

Criticaban a Evita por su carácter, pero hubiera sido terrible si otras actrices como Zully Moreno u otras de la época hubieran ocupado su lugar y tenido su poder: eran todas mujeres muy malas.

Volviendo a La pródiga, allegados a Eva comentaban que a ella le encantaba verse en esa película. Muchas veces se encerraba en la residencia presidencial para exhibirla para ella misma o para un grupo reducido de amigos o familiares.

La pelea de Libertad Lamarque y Eva Duarte reabrió la «grieta» que, desde siempre, dividió al país. En ese momento los actores, reflejo de la sociedad, se catalogaron como peronistas o «contreras».

Tuvieron dificultades para trabajar y se fueron del país Arturo García Buhr, Francisco Petrone, el director Luis Savlasky, Niní Marshall (quien, radicada en México, reforzó su amistad con Libertad Lamarque) y los matrimonios Delia Garcés y Alberto de Zavalía, María Rosa Gallo y Camilo Da Passano, y Susana Freyre y Carlos Hugo Christensen.

Luisa Vehil soportó escraches en el teatro y se comentó la anécdota de Alberto de Mendoza, quien pidió una audiencia a Eva para decirle que no le daban trabajo por antiperonista. Ella, sonriendo, le respondió: «Quéde­se tranquilo, va a trabajar… Para qué queremos más, si estamos llenos de peronistas».

Otro actor que triunfó durante esa época y que también partió malhumorado por la supuesta falta de libertad fue Carlos Thompson, más allá de sus devaneos con la estrella mexicana María Félix.

Un caso particular es el de la mencionada Niní Marshall. Cuando pidió una audiencia con Juan Duarte, la hizo esperar durante horas. Angustiada porque se habían cancelado todos sus contratos, tuvo también que emigrar. La causa que se argumentaba es que en fiestas privadas habría imitado (como hacía con sus personajes Catita, Cándida y tantos otros) a la Primera Dama, dejándola en ridículo.

Otra actriz muy joven, Susana Canales, se marchó a España protegida por su padre, para huir del acoso sexual de Juan Duarte.

Por otra parte, los adictos visibles al gobierno fueron muchos, entre ellos las integrantes del Ateneo Eva Perón: Fanny Navarro, elegida presidenta, muy amiga de Eva y amante de su hermano Juan, Virginia Luque, Sabina Olmos, Pierina Dealessi (protectora de Eva en sus primeros años en Buenos Aires), Perla Mux, Silvana Roth, Elena Lucena, Nelly Daren, Malisa Zini e Iris Marga.

Entre los actores y militantes figuraron Hugo Del Carril —quien grabó la «Marcha Peronista»—, Pedro Maratea (acusado luego, como Fanny Navarro, de señalar a colegas que no estaban con el régimen), Zoe Ducós, Eduardo Cuitiño, Nelly Omar, Catulo Castillo, Mario Soffici, Homero Manzi, Enrique Santos Discépolo (al que sus amigos intelectuales le hicieron el vacío por Mordisquito, su programa radial en apoyo al gobierno, y eso le produjo una depresión que lo llevó a la muerte, en 1951). También Mariano Mores, el muy respetado Enrique Muiño, las parejas de Zully Moreno y Luis César Amadori, Juan Carlos Thorry y Analía Gadé, Homero Cárpena, Lola Membrives, y un inmenso grupo que posaba en fiestas de funcionarios, ya fuera porque eran partidarios o para que no los prohibieran. Esa lista incluía a Luis Sandrini y Malvina Pastorino, Olga Zubarry, Tita Merello, Mecha Ortiz —aunque sufrió al peronismo no solo cuando le arrebataron el papel de La pródiga, sino también cuando la hicieron figurar en el reparto luego del título de Deshonra, que encabezaba solo Fanny Navarro—, Laura Hidalgo y Narciso Ibáñez Menta, Elina Colomer (la otra amante famosa de Juan Duarte, que según rumores disimulaba que era radical) y su hermana, la periodista Mendy, popular luego por elegir «Miss Televisión», Beba Bidart, Amelia Bence y los recién llegados al país José Cibrián y Ana María Campoy.

Quiero dejar aquí testimonio de dos figuras que defendieron a Eva Duarte, y que oportunamente me dieron su testimonio: la actriz de reparto Ana May y el coreógrafo Héctor Zaraspe.

Ana May comenzó como cantante en las tertulias de Don Dean, en el Hotel Alvear, y participó como actriz en las primeras películas sonoras con Luis Sandrini, Hugo Del Carril, Tito Lusiardo y Florencio Parravicini. En los años setenta, regenteaba un restaurante lujoso, llamado Perigord, junto a su marido. Él era un francés que había sido amigo y socio de Jo Bouillon, esposo de la legendaria Josephine Baker. Me contó que cuando se casó a fines de los años cuarenta, una temporada fue con su marido a Francia y descubrió que en muchas casas humildes de París había una foto de Eva Perón, a quien había conocido en sus comienzos como actriz en los estudios de filmación. Al regresar, lo contó en la revista Radiolandia. Eva la mandó a llamar para agradecerle y confiarle que esa nota era para ella más importante que otras, porque se trataba de una revista popular y hablaba del reconocimiento que hacía de ella el pueblo francés.

Eva y Ana May fueron amigas hasta la muerte de la Primera Dama.

El segundo testimonio es el de Héctor Zaraspe, coreógrafo famoso en todo el mundo porque fue gran maestro de la Julliard School, la mayor academia de teatro del mundo, en Nueva York. Trabajó con figuras como Rudolph Nureyev y Margot Fonteyn y fue el descubridor, entre otros talentos, de Paloma Herrera.

A mediados de los ochenta, yo estaba en Nueva York cuando el productor, escritor y amigo Daniel Mañas me invitó a comer en el departamento que alquilaba en el Village. Ahí conocí al maestro Zaraspe, con quien estuvimos hablando hasta la madrugada acerca de sus recuerdos del ambiente artístico argentino. En esa época, yo dirigía el semanario TV Guía y él me preguntaba sobre las viejas glorias. De pronto, cuando lo consulté sobre sus comienzos, respondió:

Nací en Tucumán, de familia muy pobre. Viajé con mi madre a Buenos Aires y, como amaba el ballet, llegué a lavar pisos para pagarme las clases. Una noche vi desde la puerta de un restaurante a Elisa Duarte, hermana de Eva. La encaré y le rogué una ayuda de su hermana para poder entrar al Teatro Colón, algo imposible por mi escasez de medios. Me atendió amablemente y le di mis datos. A los pocos días me manda a llamar… ¡Eva Perón! Por ella entré en el Colón y eso me cambió la vida, por ese empuje estoy dirigiendo Julliard School.

Muchos se preguntan que relación tuvieron una de las más famosas estrellas de la Argentina —con vigencia hasta hoy— y su famoso marido, con el primer peronismo. Me refiero a Mirtha Legrand y Daniel Tinayre.

Como todas las figuras de aquella época, tenían que coquetear con el gobierno aunque no estuvieran demasiado de acuerdo. Hubo una productora, Cinematógrafica V, que reunía cinco directores simpatizantes del Justicialismo: Hugo del Carril, Mario Soffici, Lucas Demare, Luis César Amadori y Daniel Tinayre. Al caer el gobierno peronista en 1955, esta productora se disolvió y cada uno siguió su camino. Lucas Demare se rectificó y filmó la película «gorila» Después del silencio, con dos actores que habían sido cuestionados, Arturo García Buhr y María Rosa Gallo, cuyos personajes mostraban atrocidades del llamado entonces «régimen depuesto».

Mario Soffici pudo seguir filmando.

Luis César Amadori tuvo que emigrar a España con su esposa Zully Moreno, donde prosiguió su carrera. La película Amor prohibido, que filmaron antes de la caída del peronismo, se estrenó recién en 1958.

Hugo del Carril estuvo preso. Ya en libertad, luego de reaparecer como cantante en parques de diversiones para sobrevivir, tuvo su reencuentro con el cine en 1958 como director de Una cita con la vida.

Daniel Tinayre había dirigido La bestia humana en 1953, con Ana María Lynch y Mássimo Girotti. Pero tuvo problemas de exhibición: en una escena que transcurría en la estación de trenes de Rosario, aparecía en un segundo plano un afiche con retratos de Juan y Eva Perón, lo que motivó que se estrenara recién en 1957, y sin esa escena.

En 1952, Daniel Tinayre había tenido una mala relación con Fanny Navarro, la protagonista de su película Deshonra, muy apegada a Eva Perón. Quiso alejarse de la Argentina por un tiempo y así fue que acompañó a su esposa a filmar a España Doña Francisquita. Allí los sorprendió la noticia del fallecimiento de Eva Perón.

Una circunstancia controvertida del matrimonio Tinayre fue que eligieron como padrinos de bautismo de su hija Marcela al temido y «todopoderoso» Raúl Alejandro Apold, a cargo de la Subsecretaría de Prensa y Difusión durante la primera y segunda presidencia de Juan Domingo Perón.

Al respecto, en una comida ofrecida por el empresario teatral Carlos Rottemberg en su casa, me tocó sentarme junto a Mirtha Legrand y estuvimos hablando de esa época. Me comentó que, a partir de que Eva Perón había sido actriz, el ambiente artístico estaba muy ligado al gobierno. Solo la había visto una vez de cerca y le notó, más allá de su elegancia, las piernas un poco gruesas. Con Perón, me dijo, tenían buena relación. En una de las cenas principales del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata de 1954, al que habían concurrido figuras internacionales, la habían sentado cerca del presidente. Cuando le pregunté por qué el padrino de bautismo elegido para Marcela Tinayre había sido Apold —circunstancia que ella mantuvo hasta ese momento en secreto—, me contestó:

Daniel y yo éramos amigos de Apold y señora. Como nos enteramos de que no podían tener hijos, quizás para compensar esa carencia, le ofrecimos que fueran padrinos de nuestra hija Marcela. Eso fue todo.