3 de octubre
Querido diario,
Sé que te he abandonado; llevo más de un año sin escribir aquí y estos últimos meses han sido de locos. El instituto en Seward es genial. Pensé que sería mucho más difícil hacer amigos, pero ya el primer día de clases, Yakone y Aria se acercaron a hablar conmigo y me presentaron a los demás compañeros del grupo. Ahora, las tres somos inseparables. Frank nos llama «Las Supernenas», según él porque Yakone, que significa «aurora roja», es pelirroja; Aria, morena; y yo, rubia. De todas formas, Frank le pone motes a todo el mundo, ¡incluso a su gato! Es un caso perdido.
Pero de quien realmente quería hablarte es de Kayden Storm.
Lo he encontrado. A él. A mi alma gemela. Lo digo en serio, ¡no estoy loca! Es… es… ¡no puedo explicarlo con palabras! ¡Resulta todo muy confuso! No sabía que una mirada pudiese hacerme sentir como si el mundo fuera a derrumbarse a nuestro alrededor.
Solo hace una semana que lo conozco y ya se ha hecho un hueco en mi vida. ¿Sabes esas personas que tienen la extraña capacidad de dejar un rastro a su paso? Pues la expresión se inventó para definir a Kayden. Llega y lo revuelve todo. Se va y el vacío que deja es tan profundo que casi duele.
Que nuestros caminos se encontrasen tuvo que ser cosa del destino. Era la primera vez que asistía al famoso festival de música que se celebra en Seward todos los años y mamá me retrasó el toque de queda. A última hora de la tarde, acudimos a la feria y deambulamos un rato por los alrededores antes de montar en los coches de choque. El ambiente era precioso, con la colorida noria girando bajo las montañas y la gente divirtiéndose y disfrutando de la tregua que nos daba el frío. Estaba riendo después de chocar contra Yakone, cuando sentí un golpe fuerte en la parte posterior. No sé si fue porque estaba distraída o haciendo el tonto, pero me di contra el volante del coche en el labio. El chico que conducía el vehículo que me había golpeado vino a socorrerme de inmediato. Y tras llevarme una mano al labio, que había empezado a sangrar, alcé la cabeza y me encontré con su mirada. Con ESA mirada. Me impactó tanto que creo que hasta me olvidé del dolor, de respirar y de mi nombre.
«¿Estás bien? Joder, lo siento», dijo.
Aria ya estaba a mi lado, tendiéndome un pañuelo. Me presioné la herida con cuidado al tiempo que bajaba del coche y salía de la atracción para no molestar a los demás. El chico me siguió con gesto preocupado.
«De verdad que no pretendía…», comenzó a decir, pero le corté al asegurarle que no pasaba nada. Me tendió una mano, sin apartar esos ojos tan enigmáticos de mí, y se presentó como Kayden Storm. «¿Y tú te llamas…?», tanteó y sus labios dibujaron la sonrisa más bonita que he visto en toda mi vida. Me sonrojé. Se suponía que tenía que responder, abrir la boca y pronunciar cinco letras, pero estaba bloqueada.
«Se llama Annie y creo que le debes como mínimo un batido de esos», Yakone habló por mí y señaló el puesto de bebidas que había a unos metros de distancia. «Con extra de nata», añadió y Kayden volvió a sonreír y se frotó el mentón sin apartar su mirada de mí. Alzó las cejas, como preguntándome si estaba de acuerdo, y yo me encogí de hombros y lo seguí hasta la caseta de los batidos mientras Yakone y Aria reían a mi espalda. No nos acompañaron. Traidoras. En aquel momento las odié por dejarme a solas con él cuando ni siquiera era capaz de balbucear mi propio nombre en su presencia. Nos pusimos al final de la larga cola y permanecimos en silencio un eterno e incómodo minuto.
«¿Te duele?», preguntó.
«¿Qué?»
«El labio», lo señaló con el mentón.
«Ah, no, ya no», aseguré y me armé de valor antes de proseguir: «¿Eres de por aquí? No te había visto antes».
«Vivo un par de pueblos más allá, a una media hora de distancia, pero todos los años venimos al festival».
Ambos nos giramos para mirar a sus amigos, cuatro chicos que habían empezado a hablar con Aria y Yakone. Sonreí sin dejar de observar la escena hasta que nos tocó el turno y Kayden me preguntó qué batido iba a tomar. Chocolate, por supuesto. Le dijo al dependiente que añadiese todos los extras que yo quisiese, así que cuando el buen hombre me tendió el batido tuve que hacer equilibrios para que no se me cayese nada. Lo había pedido con nata, Lacasitos y trocitos de Oreo. Él me miró divertido cuando engullí la segunda cucharada.
«¿Qué pasa?», pregunté todavía con la boca llena.
«Nada, es solo que…», dudó antes de inclinarse hacia mí: «Estás llena de nata», y sin darme tiempo a reaccionar, deslizó el pulgar por mi barbilla. Su contacto quemaba, era como si sus manos acabasen de dejar una marca invisible en mi piel. Estaba muy cerca. Podía oler su colonia cítrica y varonil. Juro que pensé que el corazón se me saldría del pecho de un momento a otro y echaría a andar por el paseo del puerto, y fue entonces, justo en ese instante, cuando me di cuenta de que nunca antes había sentido nada igual.
Kayden tragó saliva y me miró fijamente mientras daba un paso atrás y rompía el contacto. No sé por qué, pero supe que él también había notado esa chispa que saltó en cuanto sus dedos rozaron mi piel. Había miedo en sus ojos, pero también curiosidad. Ladeó la cabeza, sin dejar de observarme, y tras lo que pareció una eternidad, susurró: «¿Te apetece terminarte el batido mientras damos un paseo por el muelle?». Asentí en silencio, incapaz de hablar.
Comenzamos a andar calle abajo, sorteando a los transeúntes de la feria y…
Mamá me llama para cenar. Tengo que bajar. Pero prometo que esta vez no tardaré tanto en volver a escribir.
Annie.