
TERNURITA: SALINAS EN HUELGA DE HAMBRE
Con los presidentes hemos visto desplantes de soberbia, de autoritarismo, de histrionismo, pero nunca algo tan patético como una huelga de hambre.
El pobrecito llegó a una modesta casa de Monterrey preparado física y mentalmente para iniciar una cruzada por la justicia y buscando limpiar su nombre. Era lo único que le faltaba al sistema político mexicano, una escena patética, y Carlos Salinas de Gortari fue muy generoso: nos entregó la primera huelga de hambre de un expresidente en la historia mexicana. No, no es broma.
Hasta antes de Salinas de Gortari, algo de dignidad había en los presidentes cuando dejaban el poder. Bajo la regla no escrita del sistema político “calladito te ves más bonito”, todos los expresidentes, desde Calles, se habían conformado con su suerte, guardaron silencio, apoquinaron y se disciplinaron para no hacer ningún tipo de sombra al sucesor, y si tuvieron que tragar camote, lo hicieron.
Calles marchó al exilio sin meter las manos —o le hubiera costado la vida—; Cárdenas fue secretario de Guerra del presidente Ávila Camacho, y este, al dejar el poder, regresó a su vida privada y a su gusto por los caballos; aunque Alemán soñó con la reelección, no hubo forma, así que se encargó de sus negocios particulares que habían crecido generosamente durante su gobierno; Ruiz Cortines volvió a sus juegos de dominó y a bailar danzón en la comodidad de su hogar; López Mateos dirigió el comité organizador de los Juegos Olímpicos de 1968, pero no alcanzó a verlos: falleció poco antes.
A Díaz Ordaz y a Luis Echeverría les tocó bailar con la más fea, aguantaron candela cuando López Portillo optó por deshacerse de ambos. A Echeverría lo envió de embajador de México en las islas Fiyi, y a Díaz Ordaz lo nombró primer embajador de México en España luego del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambas naciones (1977) —cabe mencionar que duró una semana en el cargo—. Por último, Miguel de la Madrid aceptó la dirección del Fondo de Cultura Económica.
Por eso, el melodrama de Salinas de Gortari —el primer reality show de la historia mexicana— fue una farsa; la representación más clara del cinismo y de que el ego del expresidente era inversamente proporcional a su estatura.
El 28 de febrero de 1995, el gobierno de Ernesto Zedillo detuvo a Raúl Salinas de Gortari acusado de ser uno de los autores intelectuales del asesinato del secretario general del PRI, Francisco Ruiz Massieu, perpetrado en septiembre de 1994. Como es costumbre, corrieron los rumores de que durante los últimos meses de su sexenio, Salinas había obstaculizado las investigaciones para ayudar a su hermanito. Por eso, su aprehensión fue la gota que derramó el vaso.
Salinas puso el grito en el cielo, pero no para defender la inocencia de su hermano, sino porque desde los primeros meses del sexenio de Zedillo se venían hablando pestes de su gobierno, y eso sí le pudo, eso sí le caló hondo, eso sí le pareció una perrada. Así que se dijo: “¿Por qué no?”, y aprovechó las circunstancias para comenzar una cruzada por la justicia y la verdad, y qué mejor que una huelga de hambre.
La noche del 2 de marzo de 1995, Salinas se instaló en la modesta casa de Rosa Ofelia Coronado, en el sector San Bernabé de Monterrey. Ahí, frente a las cámaras de televisión, el expresidente, vestido con chamarra de cuero negro, sentado en algo parecido a un catre y con una cara de víctima que hasta daban ganas de llorar, comenzó su show.
“Es cuestión de honor personal”, expresó ante los medios, y dijo que lo único que deseaba el pobrecito era que no mancharan su reputación. Había decidido irse a la huelga de hambre para protestar porque lo acusaban de haber entorpecido la investigación del crimen de Ruiz Massieu, por el arresto de su hermano Raúl, por lo que denunciaba una persecución y una venganza personal en su contra, pero, sobre todo, quería que el gobierno de Zedillo reconociera que el error de diciembre, que desencadenó la última gran crisis económica de nuestros tiempos, era responsabilidad de la nueva administración y no del gobierno corrupto de Salinas.
La sociedad entera se pitorreó de Salinas de Gortari. Era lo más absurdo que había visto en esos tiempos, no obstante que el fin de su sexenio había sido dolorosamente absurdo: un levantamiento armado que terminó con su sueño del primer mundo, asesinatos políticos, un candidato presidencial que no era el suyo, un hermano corrupto que se ganó el mote de incómodo, y una crisis económica responsabilidad de Salinas.
Pero como el sistema político privilegiaba las formas sobre el fondo, el gobierno de Zedillo se preocupó reteharto por Salinas, así que el presidente envió al secretario de la Reforma Agraria, Arturo Warman, a mediar y a decirle a Salinas que, por favorcito, por el bien de todos, suspendiera la huelga, pues todos estaban muy preocupados por su salud.
La huelga de hambre de Salinas de Gortari duró 36 horas y no bajó ni un gramo; pero resultó irónico que el expresidente hubiera decidido iniciar voluntariamente una huelga de hambre, cuando la corrupción de su administración y sus errores políticos llevaron a millones de mexicanos a una huelga de hambre obligatoria durante los siguientes años.