
Valía 2.50 pesos, no tenía fecha de caducidad ni muchas proteínas, pero sí una alta densidad de heces fecales. Se llamaba Leche Betty. Y su mayor promotor, Martí Batres, le dio un muy mediático trago que ni él ni nadie olvidará.
Para usar términos que parecen consignas, y nuestra disculpa de antemano, daba la impresión de que la historia pagaba una deuda antigua, grande, con la izquierda mexicana, luego de tantos y tantos años de mantenerla en la ilegalidad, cooptarla, reprimirla, someterla a cochupos en las urnas. En 1997, luego del más que probable fraude electoral de 1988 que le arrebató la presidencia, Cuauhtémoc Cárdenas, como candidato del Partido de la Revolución Democrática, era elegido primer jefe de Gobierno del Distrito Federal. Terminaba la larga noche priista en la capital, la era de las regencias elegidas a dedo desde Los Pinos. Adiós a la corrupción. Adiós al uso discrecional del presupuesto. Adiós al asistencialismo: a la repartición de tortas y refrescos o infraestructura o gorras y camisetas o semillas o permisos o hasta plazas en la administración, a cambio de votos y manifestaciones de apoyo al señor candidato o en contra del rival del señor candidato, y de afiliarse aquí o allá.
Bueno, no exactamente. No fue un adiós: fue un hasta el ratito.
Con el tiempo aparecerían en televisión los videos que pringaban a la administración por entonces perredista de Andrés Manuel López Obrador —hoy supremo líder de Morena, el Movimiento de Regeneración Nacional— y los escándalos que vinculaban a la sucesora de Cárdenas, Rosario Robles, con el corruptérrimo empresario Carlos Ahumada, entre otras joyas. Pero todo eso ocurriría en el nuevo siglo. Antes, un veterano del Partido Socialista Unificado de México, líder del Consejo Estudiantil Universitario por la Escuela Nacional Preparatoria en el movimiento de 1986, incrustado ya en el aparato perredista, partido que ayudó a fundar, tenía algo que decir.
Transcurrido un par de años después del triunfo cardenista, en 1999, Martí Batres Guadarrama, líder del perredismo en la Asamblea Legislativa chilanga, empuñó un cartón de leche y dio un trago prolongado, convencido, no vamos a decir que gozoso, pero firme, de… ¿cómo llamarlo? La caja decía “Leche Betty”, pero la Secretaría de Salud, previo análisis en laboratorios sentenció: este líquido tiene muy pocas proteínas, alguito de grasa, una cantidad de calcio que poco haría contra una osteoporosis incluso moderada, bastante soya y, como ingrediente protagónico, 300 veces la cantidad aceptable de “bacterias coliformes”, es decir, heces fecales. Vaya, algo así como el río Ganges en tetrabrik. No hacían falta análisis para determinar que, además, la caja no tenía fecha de caducidad. Claro que igual era innecesaria: cabe preguntarse si una alquimia como la de Betty es susceptible de caducar, o si tiene alguna importancia que caduque.
Dicen que la política es para quienes están dispuestos a tragar sapos. La Leche Betty fue una iniciativa de varios diputados locales perredistas, los nueve diputados lecheros, destacadamente el propio Batres y Miguel Bortolini. ¿Lo recuerdan los lectores? Otro emblema de la izquierda. Fallecido en agosto de 2016 a los casi 74 años, ese maestro normalista, responsable de seguridad de la caravana zapatista que trajo al subcomandante Marcos a la Ciudad de México —y del accidente que le costó la vida a un policía federal y severas heridas a otro—, luego delegado de Coyoacán, prestó involuntariamente su otro nombre a ese producto: Bortoleche, le decían en las calles con sorna chilanga al singular brebaje. La iniciativa láctea consistía en vender a “precios populares”, 2.50 pesos, unos 130 mil litros diarios de ese coctel nutricional, envasado en cajitas que llevaban los colores perredistas y los nombres de los generosos diputados que habían decidido ponerla a disposición del pueblo, tan necesitado. Aparte de los dos pesitos con cincuenta, había que presentar la credencial de elector y apuntarse a la Unión de Abasto Popular, vinculada con… sí: el PRD. La empresa productora, Superlechería SA de CV, descansaba junto al canal del desagüe en la carretera a Teoloyucan. Mal acompañamiento para la soya, sí, y no es que sea fácil empeorar algo como la soya…
Pero Batres, férreo luchador social, no iba a arredrarse. Con lo de Betty había sobrevivido al torpedeo de varios perredistas de alcurnia, aparentemente indignados por sus prácticas asistencialistas, como Carlos Ímaz, Rosario Robles, Armando Quintero o Marco Rascón, y con los años sabría enfundarse otra camiseta, la de Morena, en calidad de presidente, y resistir varios asaltos de boxeo sucio con rivales tan duros como Ricardo Monreal. No iba a desplomarse por minucias de laboratorio. Que todo era un montaje, eso dijo. Una triquiñuela del PAN, que había pedido la investigación abochornante para ensuciar su imagen como él nunca ensuciaría los estómagos del pueblo bueno. La maldita derecha, el sucio neoliberalismo, ese al que denunciaría enérgicamente años después en su libro El desastre del PRIAN. Y le metió un trago a Betty.
Ese día habrá echado de menos al sapo.