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UNA VIDENTE EN
LA PROCU

El primer procurador general de la República de un partido diferente al PRI acepta que su fiscal especial contrate a una médium para resolver un caso de homicidio.

—¿Por qué no conseguimos una vidente y así resolvemos el caso más rápido? —dijo el fiscal Pablo Chapa Bezanilla.

—Va —respondieron sus hombres.

Y así comenzó la historia.


Quizá la ocurrencia hubiera caído de perlas en algún despacho místico-jurídico o en una convención de cartománticos y médiums, pero el señor trabajaba para la Procuraduría General de la República; no para una procuraduría estatal de esas que no tienen credibilidad; no para la policía de algún municipio perdido de Oaxaca, sino para una de las instituciones fundamentales para la procuración de justicia en México.

En 1996, al procurador general de la República, Antonio Lozano Gracia, se le hizo buena idea nombrar a Pablo Chapa Bezanilla fiscal especial para resolver el homicidio de José Francisco Ruiz Massieu, entonces secretario general del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del PRI, ocurrido en septiembre de 1994. La procuraduría había dado un campanazo en octubre de 1996 al detener a Raúl Salinas de Gortari —hermano del expresidente—, acusado de ser el autor intelectual del asesinato de Ruiz Massieu, y, además, de haber matado a batazos al diputado Manuel Muñoz Rocha, también involucrado en el crimen, quien desapareció de la faz de la Tierra desde el 30 de septiembre de 1994 —y hasta la fecha nadie sabe, nadie supo.

Ningún presidente se había atrevido a tocar, ni con el pétalo de una rosa, a su antecesor ni a ningún miembro de su familia, a lo mucho iban tras algún chivo expiatorio —Díaz Serrano, la Quina—. Así que la aprehensión de Raúl Salinas le cayó como bomba a su hermano Carlos. Por si fuera poco, se filtró el rumor de que los restos de Muñoz Rocha se encontraban enterrados en una finca rural llamada El Encanto, propiedad de Raúl Salinas.

Y como Chapa Bezanilla quería quedar bien con su jefe y demostrar su eficiencia, pensó en una forma rápida de buscar los restos entre las muchas hectáreas que tenía la finca. Desestimó la medicina forense, los procedimientos científicos para la recuperación de restos humanos, la ciencia aplicada en la búsqueda, y propuso algo mejor: contratar a una médium, Francisca Zetina, mejor conocida como la Paca, que había llegado con una conveniente nota anónima en la que detallaba todo lo que le había ocurrido al diputado Muñoz Rocha, quien había terminado sus días desmembrado y repartido equitativamente en distintas propiedades de Raúl Salinas.

Francisca no tenía un doctorado en Harvard, pero su currículum era notable. Para empezar, la Paca y sus secuaces pertenecían a una agrupación esotérica llamada La Hermandad, que había sido fundada en 1866 y propugnaba el espiritualismo trinitario mariano, una de las muchas derivaciones que tuvo el espiritismo en la segunda mitad del siglo XIX.

La Paca, además, leía las cartas, la mano, predecía el futuro, sanaba almas, eliminaba el mal de ojo, le hacía al vudú y era astróloga. Por si fuera poco, antes de prestarle sus servicios a la PGR de Antonio Lozano Gracia, había sido algo así como consejera espiritual del propio Raúl Salinas, su vidente, como llegó a declarar ella misma, pero se lo madrugó y se pasó a las filas de sus enemigos.

En octubre de 1996, la Paca, Chapa Bezanilla y varios trabajadores más se presentaron en El Encanto con maquinaria para excavar. La Paca recorrió el terreno y de pronto dijo algo así como: “Siento las vibras del más allá… aquí es”. Y cuál no sería la sorpresa de los presentes que, en efecto, al cavar apareció una osamenta. Era un milagro; la justicia mexicana había encontrado su cauce a través de una vidente. Qué investigadores ni qué ocho cuartos; en adelante, la PGR abriría la División Mística para perseguir el delito.

Pero como en México hasta los espíritus son susceptibles de ser corrompidos, pocos días después, tras los análisis correspondientes, las autoridades anunciaron que los restos no eran de Manuel Muñoz Rocha, sino del suegro de la Paca. Así se cayó el teatrito.

La vidente fue a dar a la cárcel, junto con siete conocidos que le ayudaron a montar todo el tinglado; pasó 11 años presa y fue liberada en 2008. Durante los años en que purgó su condena, dijo que había sido un chivo expiatorio y que hasta el apodo de la Paca se lo habían inventado Chapa Bezanilla y compañía.

El fiscal huyó a España, lo aprehendieron y lo extraditaron para ser juzgado por asociación delictuosa, informes falsos dados a una autoridad distinta de la judicial, violación de la leyes sobre inhumaciones y exhumaciones. Estuvo unos meses en prisión, pero salió rápidamente y volvió a su profesión de abogado.

Como pocas veces ocurre en México, el escándalo sí tuvo consecuencias dentro de la administración pública. Al presidente Ernesto Zedillo no le pareció buena idea la mística ocurrencia del procurador y de su fiscal, que golpeó aún más la credibilidad de la PGR y todo el show costó cuatro millones de pesos con cuenta al erario —o sea, fue pagado con los impuestos de la ciudadanía—. Así que, sin tentarse el corazón, el presidente cesó a Lozano Gracia y a Chapa Bezanilla.

Con Paca o sin ella, lo lamentable de todo fue que el primer procurador general de la República de un partido de oposición —Acción Nacional— nombrado por un presidente priista, hubiera hecho semejante papelón.