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NUESTRAS
PORNOCELEBRITIES

Otros países tienen socialités que despegan hacia el firmamento de los famosos por la difusión de videos sexuales que protagonizan, la verdad, con solvencia. Aquí tenemos políticos filmados mientras reciben o gastan montañas de efectivo.


Primero fue Pamela Anderson, que lidia con pericia con la virilidad de Tommy Lee. Luego, Paris Hilton. En 2003, la celebrity se volvió un fenómeno en Internet cuando se filtró un video donde se le ve sosteniendo relaciones sexuales de infalsificable fogosidad con el que entonces ya era su exnovio, Rick Salomon, presuntamente culpable de la difusión de ese material y por lo tanto de su despegue final a la fama.

Paris quedaría relegada a un segundo plano en el rating del pornovideo casero cuando varios sitios empezaron a cobrar por otra peli protagonizada por la que se convertiría en una celebridad instantánea: Kim Kardashian, que decidió conservar para la posteridad una sesión amorosa con su marido, el cantante y rapero Ray-J, y vaya que lo consiguió. Desde entonces, Kim no se baja del tren de la fama, y con ella va su familia entera.

En este país, con la pena, nuestra Anderson es Gustavo Ponce; nuestra Hilton, René Bejarano; y nuestra Kardashian, Carlos Ímaz. Claro que se trata de otro tipo de porno.

En 2004, Andrés Manuel López Obrador gobernaba los destinos de la Ciudad de México, todavía en el Partido de la Revolución Democrática, y todos sabíamos que apuntaba realmente a las elecciones presidenciales para 2006, esas que acabaría por perder con un margen escasísimo y entre acusaciones que no cesan de fraude. El Peje había montado su campaña, de manera fundamental, en la lucha contra la corrupción, que es todavía uno de sus mantras políticos. Y entonces le vino encima lo que en el boxeo se conoce como el “uno-dos-tres”.

Primero, el jab: Televisa difunde un video en el que el secretario de Finanzas de AMLO, Gustavo Ponce, apuesta compulsivamente en Las Vegas, en el nada austero Bellagio, mientras deja propinas de 800 dólares, suponemos que por el compromiso eterno de la izquierda con la redistribución de la riqueza. No fue la del video la única jornada que pasó en ese ambiente acogedor. Las investigaciones posteriores, que además lo balconearon como responsable de un fraude por 31 millones de pesos en la delegación Gustavo A. Madero, dejaron ver que había ido 17 veces a ese hotel-casino entre 2002 y 2004.

Luego, el recto de derecha: el 3 de marzo de 2004, el diputado panista Federico Döring entrega al programa El Mañanero, que conduce Víctor Trujillo en su papel de Brozo, un segundo video. Conviene tener cuidado con forzar las metáforas, pero hay algo tal vez pornográfico, en todo caso obsceno, en el modo en que René Bejarano, brazo derecho de Obrador en las elecciones y líder de la Asamblea chilanga por el PRD, recibe enormes fajos de billetes de manos del empresario Carlos Ahumada, que contiene hábilmente con ligas. Guardó 45 mil dólares con esa meticulosidad, ese savoir faire. Acababa de nacer el Señor de las Ligas. En noviembre quedó desaforado, es decir, excluido de la sacrosanta cofradía de los diputados locales, y fue puesto en prisión. Nueve meses pasó en el Reclusorio Sur.

Por fin, el gancho izquierdo arriba: ese golpe que suele no verse llegar y que noquea a cualquier peleador que no tenga la mandíbula de hierro de AMLO. El tercer video tiene como protagonista a Carlos Ímaz. Dirigente del Consejo Estudiantil Universitario durante el movimiento estudiantil de la década de 1980, perredista de la primera hora e incluso, líder del partido en el Distrito Federal y delegado por Tlalpan desde 2003, Ímaz eligió otro camino: confesarse. Entrevistado por la periodista Carmen Aristegui, dijo que él también había recibido dinero de Ahumada, que el dinero iba dirigido a causas tan justas como financiar las brigadas antimapaches contra el fraude electoral o la campaña de Rosario Robles y la suya propia, y que Ahumada era un chantajista que pretendía obtener prebendas del Gobierno a cambio de esos dineros, a lo que él se había negado taxativamente. Que Ahumada tenía un plan detallado para golpear a López Obrador, dijo también. No dejó caer el término compló, inmortalizado después justamente por AMLO, pero la idea era la misma. Trescientos cincuenta mil pesos, esa fue la suma que recibió y guardó desmañadamente en bolsas de súper. No tenía el savoir faire de Bejarano. Con eso no se nace.

Los destinos de estos actores involuntarios fueron distintos.

Ponce dio con sus huesos en la cárcel durante una década.

Bejarano, tras sus meses en el reclusorio, desapareció durante unos años. Pero México es generoso con sus hijos díscolos, y este luchador social volvió a la arena política en 2007, aunque lejos ya del manto protector del obradorismo. A la hora de escribir estas líneas, arrima el hombro por la supervivencia del PRD, un partido en horas bajas, mientras López Obrador se perfila, por tercera vez, para pelear duramente por la presidencia del país.

Ímaz, al que nadie pudo nunca cuestionar sus credenciales como estudiante o académico, optó justamente por refugiarse en la academia, uno de los purgatorios a los que son relegados los políticos en desgracia.

Rosario Robles lidió durante mucho tiempo con la sombra de Ahumada, también perseguido por la justicia. Pero esa historia exige ser contada con detalles.