
Desde el Puente Arcoíris del Bifrost se podía ver casi toda la creación; unía cada uno de los Nueve Reinos y brillaba con la fuerza de la energía cósmica. El observatorio con cubierta bañada en oro del que se originaba el puente se elevaba en una plataforma en el borde de Asgard. El puente mismo convergía en una gran abertura. Heimdall, el que todo lo ve, normalmente lo controlaba con su poderosa espada en el centro del domo.
Pero en ese momento, la espada que controlaba el Puente Arcoíris no estaba. Y tampoco Heimdall.
En el centro de los controles del Bifrost palpitaba un resplandor, que Heimdall hubiera activado para regresar a los que lo necesitaran a través de las propiedades mágicas del puente. Se encendía y se apagaba constantemente.
—¿Esto? —dijo una voz del otro lado del domo—. Esto es sólo uno de los objetos más poderosos de todos los reinos. Y Odín me lo ha confiado a mí. —La voz no pertenecía al poderoso Heimdall, que nunca abandonaba su puesto. En su lugar, un hombre calvo con una mueca despectiva que intentaba ser una sonrisa presumía ante dos mujeres asgardianas—. «Skurge», me dijo Odín, «estás mucho más capacitado para cuidar la entrada a Asgard que el traidor de Heimdall». Y así fue como me dio esta espada.
—Debes ser un hombre muy valiente para tener tal responsabilidad —dijo una de las mujeres.
Encantado consigo mismo, Skurge pensó que sus intentos por impresionarlas estaban funcionando.
—Si supieran de las batallas que he visto. Les helarían la sangre. Las bestias en Vanaheim tienen cuatro cabezas. Y aun así me he parado aquí a luchar contra ellas. Creo que por eso me han recompensado —dijo Skurge, sonriendo—. Vamos, les enseñaré una vista como ninguna.
Skurge y las dos mujeres salieron del domo. Ninguno se dio cuenta de la luz que parpadeaba con insistencia, pues alguien pedía la ayuda del Bifrost.
En Muspelheim, un cúmulo de demonios seguían apilados en el lugar donde antes Thor estaba parado. Surtur comenzaba a recuperarse del trueno que se impactó en su pecho y se levantó con un chillido de alegría. Su risa se interrumpió en seco cuando los demonios salieron volando de la pila, sacudidos por un estruendo. De la nada, Mjölnir emergió de la cima del montón, mandando a los demonios por el aire como si fuera un volcán en erupción.
El martillo voló por la cueva y rebotó por todas las paredes mientras golpeaba a los demonios de fuego de izquierda a derecha. Surtur miraba horrorizado cómo su victoria se veía frustrada una vez más. Se agachó para esquivar el martillo, mientras iba de regreso al lugar donde los demonios habían sometido a Thor, para ver al Dios del Trueno, un poco maltrecho, pero de pie y atrapando a Mjölnir, que había regresado a su dueño.
—Creo que mi visita a tu reino ha terminado, Surtur. Prefiero climas más agradables.
Blandiendo a Mjölnir, Thor se elevó y estrelló el martillo contra el techo. Aterrizó con fuerza en el suelo y llamó a Heimdall una vez más. Se quedó perplejo. Nunca se le había negado una petición. Su amigo siempre estaba listo para mandarlo de regreso a Asgard. Sus pensamientos fueron interrumpidos por un retumbo. Tal vez era el Bifrost, que se abría una vez más. Se volteó y pudo ver la fuente del sonido. Se decepcionó.
Donde esperaba ver un rayo de energía descendiendo de lo alto para envolverlo y llevarlo a casa, había un imponente dragón de fuego, de no menos de treinta metros de largo y lleno de ira. La bestia rugió y lanzó llamas. Thor dirigió a Mjölnir hacia el cielo y voló para evitarlas, pero el dragón despegó en persecución. Thor esquivó llamaradas provenientes de la boca del dragón.
Con agilidad, Thor giró por el aire y embistió al dragón, que se quedó estupefacto. Thor le conectó un golpe que lo noqueó y seguía golpeándolo mientras caía. De regreso en la superficie de Muspelheim, el superhéroe se paró encima del dragón y alzó a Mjölnir por encima de la cabeza de la criatura derrotada.
—Sólo aquellos que son dignos pueden levantar al martillo Mjölnir, inmundo engendro del demonio —dijo Thor, y colocó el martillo en la cabeza del dragón, que luchó, pero no pudo levantar su cabeza del suelo—. Claramente, no eres digno —dijo, y volteó al cielo una vez más—. ¡Heimdall! El Bifrost, por favor. Ya terminé aquí.
Esperó un momento, y nada. Sin darse cuenta, el dragón comenzó a sacudir su cola mortífera.
—Eso fue hermoso —dijo maravillado una asgardiana mientras entraba al domo del Bifrost.
—¡Oh! —dijo Skurge con una risita—. Eso no fue nada. Tengo una vista mejor si quieren ir conmigo, chicas.
Las mujeres señalaron a la luz parpadeante de los controles del Bifrost.
—¿Eso es normal?
Skurge se puso pálido.
—Eh… claro. Sí. Están a punto… —comenzó a buscar como loco la espada que controlaba el Bifrost, que había aventado imprudentemente a una esquina después de alardear con las mujeres—, de ver… ¡ah! ¡Aquí está! —dijo. Agarró la espada y corrió hacia los controles—. ¿Quieren ver el Bifrost en acción?
Su cara se contorsionó en algo así como una sonrisa mientras colocaba la espada y le daba vuelta. El centro del Bifrost comenzó a girar y su inmensa energía se activó.
—¡Uff!
Thor cayó por un golpe de la cola del dragón. La bestia se acercaba más y más a Thor mientras esperaba por el Puente Arcoíris. De pronto, estaba cara a cara con el dragón. Vio cómo las llamas comenzaban a tomar forma. Agarró a Mjölnir y saltó del suelo un segundo antes de ser incinerado y se elevó por el aire una vez más.
El dragón, que ahora estaba libre del martillo, lo siguió. Thor pudo ver, por fin, la familiar espiral de la energía del puente. ¡Justo a tiempo! Aceleró con el dragón pisándole los talones. Thor vio su oportunidad y fue hacia la luz. La cabeza del dragón entró un segundo después.
—¿Están listas para presenciar algo que sólo los más afortunados en Asgard pueden ver?
Skurge casi sudaba de la emoción por la oportunidad de fanfarronear ante dos de las más hermosas asgardianas. Esto de ser guardián del Bifrost tenía sus ventajas.
El Puente Arcoíris se abrió, e inmediatamente ¡Thor apareció, volando!
—¡Cierra el Bifrost! ¡Ahora! —gritó Thor, y aterrizó en el centro del domo. Mientras Skurge giraba los controles, la cabeza del dragón entró por el Puente Arcoíris… y mientras el portal se cerró, esta se desprendió de su cuerpo. La cabeza decapitada se deslizó por el suelo del domo y se detuvo a los pies de las asgardianas, que gritaron y huyeron de inmediato.
Thor apenas pudo contener su rabia al mirar al extraño enfrente. De pie, cubierto en sangre de dragón y con quemaduras por la pelea con los demonios de fuego, se aproximó hacia Skurge.
—¿Quién eres y en dónde está Heimdall?
Skurge intentó mantener la postura, pero la espina y las piernas no le respondieron. Aclaró su garganta e intentó hablar con autoridad.
—Soy… soy Skurge, guardián del… del Bifrost.
—Vaya guardián que eres. ¿No escuchaste mis llamados?
Thor estaba a centímetros del asgardiano, que intentaba parecer valiente.
—Estaba… atendiendo otros asuntos.
—Oh, sí —dijo Thor, y miró a su alrededor—. Dices ser el guardián. ¿Dónde está Heimdall?
Skurge hizo un gesto de burla.
—¿El traidor? Desterrado.
—¿Traidor? ¡¿Heimdall?! ¡Jamás! ¿Quién se atreve a decir eso?
Thor estaba conmocionado.
Skurge sonrió. Esta era la parte que disfrutaba decirle a todo mundo.
—Pues el mismo Odín. Y fue él quien me llamó Guardián del Bifrost como recompensa por mis servicios, y…
—¿Odín? No lo creo —interrumpió Thor, que se dio la vuelta y voló en dirección al palacio.
Skurge corrió detrás de Thor, pero se resbaló con baba de dragón.
—¡Espera! ¡Sólo yo puedo decirle a Odín que regresaste! ¡Son sus órdenes!
Cubierto de porquería de dragón, Skurge se rindió en su intento por seguir a Thor que, para entonces, era un punto pequeño en el cielo de Asgard.
Skurge gruñó y sólo podía esperar no perder su trabajo por esto.