CAPÍTULO 2 

Ramón Castillo y las semillas del mal



Estaba capacitado, por tanto, para guiar con éxito a sus semejantes 
por avenidas de pensamiento y de percepción imposibles de describir.

Carlos Castaneda. Las enseñanzas de Don Juan.



¿Qué pudo haber pasado por la cabeza de Ramón Castillo Gaete para que los conocimientos espirituales que debían reflejar luz y sabiduría hayan derivado en destrucción y locura? ¿Cuándo se transformó súbitamente de músico a profeta y de profeta a maestro de la perversidad?

Su tío Gustavo Gaete cree que Ramón fue víctima de una posesión satánica. “¿Era un demonio, un santo, un loco, un brujo, un chamán?”, se pregunta sin poder entender todavía qué pasó con su sobrino. Le escribe poemas, transcribe sus sueños en los que se cuelan aquellos tiempos que ya no están. Ese niño de cabello castaño, de mirada dulce y curiosidad innata. 

Ramón Castillo Gaete creció en una familia típica de clase media. Pero la “familia” que él creó en la secta estuvo muy lejos de ser común.

Pasó buena parte de su infancia y adolescencia rodeado de animales, una característica que podría asociarse con una actitud proclive al cariño por ellos. Pero curiosamente, más adelante en su vida, Castillo cambió drásticamente y se empecinó en matar a los que él consideraba eran “oscuros”, que le “hacían daño”, que “estaban malditos”.

Amaba la música, y tenía las condiciones que lo llevaron a desarrollar cierto virtuosismo con los instrumentos de viento y cuerdas. Pero ya convertido en Antares, la usó para torturar a sus discípulos. Nunca tuvo dinero de sobra ni demasiadas comodidades, más bien una vida austera. Pero en la túnica de “El Maestro” el dinero adquirió una connotación diferente, una dimensión materialista que paradojalmente coincide con cuando comenzó a desarrollar su faceta “espiritual”, cuando decidió vivir como amo y señor de otros, como el predestinado que creía ser. 

Le gustaban las mujeres. Pero su relación con ellas desde que se inició en su tránsito místico no era normal. Más bien se trataba de una vinculación instrumental para subyugarlas mentalmente y transformarlas en sus esclavas, sus objetos de dominación. En este proceso Antares siguió a la letra el ejemplo de su mentor intelectual, el escritor Carlos Castaneda, quien en los años sesenta se convirtió en el gurú del hippismo y tótem de la contracultura norteamericana, el mismo que fue apodado por la revista Time como el “padrino de la nueva era” y que se creía un nagual cuya misión era transmitir las enseñanzas del brujo yaqui Juan Matus. Siguiendo los paralelismos tutelares Castaneda terminó su vida rodeado de tres mujeres que lo acompañaron desde la entrega total, la devoción acérrima e inclaudicable, aquella que no reconoce sino un maestro; se apodaban “Las Brujas”. Una vez muerto el autor de Las enseñanzas de Don Juan, dos de ellas —con quienes el hombre se casó poco antes de morir, convirtiéndose además en bígamo— se suicidaron en 1998 sin dejar rastro. Desaparecieron en el desierto. Amy Wallace, hija del escritor Irving Wallace y ex pareja de Castaneda, escribió un libro autobiográfico donde contó que Castaneda “tiranizó” a sus acólitas por “simple capricho”. Con todas tuvo sexo. Para muchos estudiosos, Castaneda fue el creador de una secta destructiva que condujo a la locura a mucha gente que terminó experimentando con las llamadas plantas de poder —el peyote, por ejemplo— sin medir las consecuencias. 

Pero en Ramón hubo un camino para llegar hasta allí, una senda que lo conduciría a la dimensión oscura que adquirió su vida; porque cuando Ramón era simplemente Ramón, las cosas eran diferentes. Aquel hijo de padres de clase media digna y esforzada, que se empapó desde muy niño con la música y la lectura precoz, en el barrio Santa Rita de la Reina, parecía destinado a seguir una vida similar a la de sus padres, quienes lo educaron para que fuera un hombre de bien. Pero algo no resultó.

El único hijo varón de Ramón Arquímides Castillo, dueño de un local de artículos electrónicos, y de la secretaria María de la Luz Gaete, nació en 1977 en un hospital público. Tenía dos hermanas, Annia, diez años mayor y su adoración, y Daniela —su hermana menor—, con quien la relación siempre fue más distante. Su abuela había sido empleada del Seguro Social y su abuelo el director de aquel servicio durante el gobierno de Pedro Aguirre Cerda. Fue un niño común, mimado, lleno de regalos. Pasó por varios colegios: el Teresiano Enrique Ossó, el Alexander Fleming de Las Condes, para terminar egresando de la Fundación DUOC . 

El matrimonio entre Lula y Ramón no iba bien y cuando se separaron la madre cayó en una profunda depresión. Junto con la ruptura del matrimonio, vino el cambio de casa. Ramón partió con su mamá y hermanas a Peñalolén. La tristeza de su madre lo afectaba profundamente, pero la vida debía seguir su rumbo. Como cualquier adolescente se juntaba por las tardes con sus amigos del pasaje en la calle Volcán Llaima. Con ellos encumbraba volantines y jugaban a la pelota. Ramón tenía especiales aptitudes para el fútbol y todos los sábados, religiosamente, jugaba disputadas pichangas en un terreno baldío cercano a su casa, el mismo lugar en que en los años noventa se instalaría la toma de Peñalolén. 

A los trece años ya era un fanático del fútbol, hincha de la Universidad de Chile. Cuando había plata partía en micro al estadio con sus amigos. 

Tenía carácter y se apasionaba con el balón. Fue en esa cancha improvisada de Peñalolén donde conoció a Cristián Guaico, un muchacho a quien le gustaba la música y que años después formaría junto a otros artistas el grupo de raíces latinoamericanas Amaru. La música era una fuente de relacionamiento comunitario y también un vehículo de solidaridad y protesta respecto de lo que pasaba políticamente en Chile durante esos años. Hasta ese momento, Ramón seguía siendo solo el chico despierto que soñaba con el fútbol y que profesaba idolatría por la “U”. De música aún no se hablaba. 

A mediados de los noventa, Guaico y sus compañeros ganaron un proyecto estatal llamado “Aprendo Folclore desde mi Comuna”. Lo que ellos querían era que en los colegios, especialmente los de menores ingresos, se entregaran más conocimientos sobre la música. 

Mientras tanto Ramón estrechaba lazos cada vez más cercanos con los jóvenes de la toma de Peñalolén. Solidarizaba con sus problemas, con sus demandas y las ideas de izquierda se fueron asentando en su cabeza. La música andina ya lo merodeaba, lo atraía, se colaba por los poros como un río caudaloso. Su bicicleta lo llevaba a todas partes e incorporó a su vida una nueva actividad que le llamó la atención: ser boy scout. Ya se advertía su pasta de líder nato y el compromiso social como motor espiritual. 

Pero algo pasó con Ramón, un súbito cambio de actitud. Aquel muchacho comprometido con ayudar a otros, de vida ordenada y sentido del trabajo responsable, inculcado en los campamentos y la patrulla scout, duró poco. Las salidas, los “carretes” y la vida nocturna ocuparon su lugar. Ramón se “desordenó”. Llegaba tarde a su casa, fumaba pitos, cigarrillos y tomaba mucho alcohol. Entonces tenía solo diecisiete años.

—No se preocupe, tío, solito me voy a enrielar —señalaba a su tío materno Gustavo Gaete, el mismo hombre que años después debió reconocer su cadáver en la morgue en Cusco.

Lula estaba triste y preocupada. Su hijo no debía apartarse del camino. Y rezaba. Le pedía a Dios por ese hijo que a veces se perdía por días, sin dar aviso sobre dónde iba o qué hacía. El único consuelo de su madre era Dios; Lula era una mujer muy devota y canalizaba su devoción a través de un movimiento religioso llamado Comunión y Liberación. 

En realidad, en el barrio se hacía mucha vida religiosa y sus súplicas dieron fruto, porque a los veinte años Ramón cambió. 

“Ha sucedido un milagro”, dijo su mamá el día que su hijo dejó todos los vicios. Desde ese momento pasaba más tiempo en su casa, en su pieza, en la que ya había, como expresión tangible de una incipiente carrera musical, un charango, una guitarra, un clarinete y un póster de Inti-Illimani. Ramón sabía que quería ser músico y cualidades para ello le sobraban. De espiritualidad, búsqueda y sanación aún no habían señales. 

Su madre se había quedado sin trabajo y para ayudarla Ramón charangueaba en las micros. 

La música ya era un tema para él. Un día fue a ver cantar a sus antiguos amigos de fútbol en una iglesia y le gustó. En ese momento la idea de tocar con ellos prendió en su cabeza. 

Como el destino se encarga a veces de poner a la gente en los lugares precisos y en el momento justo, los futuros Amaru, Cristián Guaico y sus compañeros, conocieron a Raúl Céspedes, que estudiaba Composición en la Universidad Católica. Él también vivía en Peñalolén, en la zona de Las Perdices. Rápidamente se les ocurrió que se integrara al conjunto y le tiraron un “lance”: le ofrecieron ser el director y, para sorpresa de ellos, asumiendo que la formación académica de Céspedes podría no encajar con el de los novatos músicos, este aceptó.

Fue en ese momento que Ramón empezó a insistir con que él quería unirse al grupo. Pero todavía le faltaba destreza y preparación musical. Tocaba la quena y el charango. Lo hacía bien, pero le faltaba.

—Ramón, estudia, y cuando te sientas capacitado aquí siempre vas a tener una oportunidad —le dijo Guaico.

Castillo aceptó el desafío con humildad. 

—¿Sabes qué, Cristián? Voy a dar la Prueba de Aptitud y voy a estudiar música.

—¿Y qué instrumento?

—Clarinete —respondió. 

 Fiel a su promesa y en la convicción de que tenía talento suficiente como para hacer de la música un proyecto de vida, entró al Conservatorio de la Universidad de Chile a estudiar interpretación en clarinete y además Pedagogía en Música en la misma casa de estudios, cursando ambas carreras paralelamente. 

Un día se topó en la calle con Guaico.

—Oye, compadre, vamos para mi casa. Te quiero mostrar cómo he avanzado.

Cristián lo acompañó hasta su hogar, que quedaba a pocas cuadras del suyo. Le mostró lo que había aprendido y le preguntó.

—¿Crees que exista la posibilidad de entrar al grupo?

—Déjame ver, compadre —fue su respuesta. 

Y por esas casualidades de la vida, justo en ese momento uno de los integrantes del grupo, que tocaba el oboe, partió a Alemania. 

Cristián fue inmediatamente a contarle a Ramón la noticia, que ya no había quien tocara el oboe y que como el clarinete es de la misma familia instrumental —de los vientos— tal vez se abriría una oportunidad para él. Pero tenían que verlo primero.

—Yo me la juego, compadre —dijo un exultante Ramón.

Días más tarde llegó a un ensayo del grupo en la casa de Guaico. 

En ese momento Raúl Céspedes le pasó unas partituras para que las estudiara. 

—Apréndetelas, y cuándo estés en condiciones vuelve. Y veamos si funciona.

—Ya, gracias. Qué buena…

Ramón se fue feliz. Ensayó sin parar y pasó la prueba. “El carrusel de los villanos” y “Tibaplejo” fueron los temas que le significaron entrar a Amaru. 

Cuatro veces por semana, en la noche, Castillo tomaba su bicicleta y partía a los ensayos de Amaru en la casa de Guaico.

Además, y con la idea de vivir de la música, hacía clases en el Liceo Antonio Hermida Fabres en la población Lo Hermida. Era un buen maestro y tocaba el clarinete maravillosamente. También era talentoso con la zampoña y el saxo. 

No es efectivo que Ramón fuera conflictivo, ni que generara roces al interior del grupo, como se repitió hasta el hartazgo cuando se conoció a través de los medios la historia de la secta de Colliguay y de su suicidio en Cusco. 

Ramón se llevaba bien con sus amigos músicos y no había grandes discusiones; simplemente las propias de un grupo de jóvenes que comparten un sueño. Por esos días Castillo Gaete era gentil, tenía buenos modales y utilizaba un lenguaje quizás excesivamente pulcro para un muchacho de su edad. Solo que a él no le gustaba el ambiente nocturno y era maniático del orden. 

Hasta ese momento sus amigos de Amaru no notaban algo raro, ni siquiera un destello que delatara una personalidad extraña. Ramón era uno más, solo que más reservado y un tanto más formal. 

Luego de una breve gira por Chile, el 2005 Amaru comenzó a perfilarse como una agrupación musical de buen nivel en la escena nacional. Ese mismo año iniciaron junto al ecuatoriano Max Berrú —un histórico ex integrante de Inti-Illimani— una gira por Ecuador, ocasión en la que junto a las presentaciones del grupo publicitaron el disco de Berrú llamado Inti-mo.

De Quito viajaron a Otavalo, Cotacachi y Esmeralda. Allí participaron en el festival de la Marimba. Ramón estaba alucinado. Luego siguieron a Cuenca y de ahí a Loja. Ubicado a cincuenta kilómetros de Vilcabamba, Loja es un poblado reminiscente de las viejas culturas prehispánicas que allí se asentaron. En ese lugar Max Berrú tenía un pariente adinerado, dueño de una gran hacienda en el Valle de Vilcabamba, considerado por los lugareños como un lugar sagrado, un enclave conectado profundamente con las vibraciones energéticas más prístinas del Universo. 

Estando allí de visita, Ramón sintió una extraña y potente conexión con el lugar. El sobrino de Berrú los invitó a pasar el día. Se bañaron en la piscina y comieron como reyes. Todos querían ir al cerro Mandango, un recorrido turístico imperdible por su majestuosidad. Pero no querían ser descorteces con el pariente de Berrú. El más obsesionado en trepar la montaña era Ramón, y por eso decidieron que si tanto le obsesionaba, que lo hiciera. 

—Cuídate, huevón, no te vaya a pasar algo.

—No, si voy a ser cuidadoso. 

—Cuídate de los bichos, que acá pican fuerte —le sugirió el dueño de casa. 

Castillo Gaete partió y empezó a subir. De pronto se largó a llover muy fuerte. Pero nada lo frenó en su intento y llegó hasta la cima. 

—Esto es fascinante, la vegetación, la energía… —le dijo a Berrú cuando regresó por la noche acompañado por una mujer argentina. 

—¿Cómo se ve el pueblo, huevón?

—Alucinante. 

Pero Castillo estaba preocupado. Lo habían picado muchos insectos en el brazo y él temía que fueran sanguijuelas. 

Pero no era nada. Solo mosquitos. 

En Loja conocieron a un alemán dueño de un bar llamado “El viejo Minero”. Allí iban casi todas las noches y subían al escenario a tocar. Ramón sabía administrar su popularidad. Ni bien se bajaba del escenario se iba directo a alguna de las mesas donde se instalaba a conversar con algunas mujeres. Perdía la cabeza por ellas. Los otros preferían conversar entre ellos y tomar un par de cervezas. Ramón era delgado, usaba el pelo largo, anteojos, tenía la barba semicrecida y una actitud de misterio con la que las mujeres “enganchaban”.

En total el viaje de Amaru duró un mes y medio y la única diferencia de Ramón con sus compañeros era que a este le gustaba acostarse temprano y comer sano. 

Al regresar a Chile, llenos de inspiración, grabaron un disco. Estaban felices.

Una de las claves para la convivencia del grupo era el respeto y Ramón acataba las decisiones de la mayoría sin poner problemas. Él se encargaba de los instrumentos de viento, de tenerlos afinados y de conocer las partituras; ensayos, algunas tocatas y más ensayos era la rutina del grupo por esos días. 

Poco tiempo después regresaron otra vez a Ecuador junto a Max Berrú. Y volvieron a Loja y a Vilcabamba. 

Ya conocían gente, el lugar y su hostal, y Ramón empezó a darle vuelta a la idea de que quería vivir allí. 

La energía del aire, el río y “las vibras” lo obsesionaban. 

—¿Tienes a alguien que me pueda ayudar? —preguntó a Berrú.

—Calma, calma. Primero vuelve a Chile. Habla con tus compañeros y después decide —le dijo el ecuatoriano.

—Es que este es el lugar donde quiero estar.

—¿Y de qué vas a vivir ?

—No hay problema… Yo tengo muchas habilidades. Yo puedo sanar. 

Berrú lo escuchó, pero no le dio mayor importancia al asunto. 

Un día Ramón se puso un sombrero y al ex Inti-Illimani se le cruzó por la cabeza la imagen de Nicandro, un muchacho ecuatoriano oriundo de Cariamanga, cuyo padre lo sacó de ese pueblo descubierto en el siglo XV y lo mandó a estudiar Ingeniería Aeronáutica en Estados Unidos. El resultado: el joven volvió completamente loco, con una alforja llena de dólares en monedas diciendo que era millonario. 

—Eres Nicandro —le dijo.

En ese momento todos se rieron, pero no relacionaron el parecido con la “locura” sino con la apariencia.

Los ensayos seguían adelante, en la casa de Guaico. Pero algo empezaba a cambiar. A Ramón le dolía mucho la guata. Específicamente debajo de las costillas. “Tengo algo extraño”, insistía. 

—Anda a verte al doctor —le dijo Guaico.

—Ya fui. Me hicieron una radiografía y me dijeron que estaba todo bien. Voy a recurrir a la medicina alternativa. 

Nada más que eso.

Poco después se juntaron otra vez a ensayar en la casa de Guaico. 

El charango, las guitarras y la caja sonaron al unísono, pero el clarinete de Ramón no se oyó. El hombre se quedó estático, paralizado y todos dejaron de tocar. Lo miraron.

—¿Qué onda, Ramón? —pregunto Céspedes.

—Es que no me van a creer.

—¿Qué te pasó? ¿Te nublaste?

—No. Es que no me van a creer…

—Pero…, ¿qué pues, huevón?

—Es que siento la presencia del Ser de este lugar. 

—¿Qué Ser? ¿Quién?

—El dueño de este lugar.

—Mira, compadre, primero que nada, el dueño de este lugar soy yo. Esta huevá es mía y yo aquí no veo a nadie más que a nosotros —le dijo Guaico en tono burlesco. 

Nadie sintió nada. 

¿Habría sido distinto si hubieran apagado la luz para “ver a ese ser” y así profundizar en el asunto? ¿Habrían podido atajar a tiempo el delirio que a esas alturas comenzaba a manifestarse?

En diciembre del 2006 el grupo partió nuevamente de viaje, esta vez para China. Los trámites para el pasaporte los hicieron en una semana. Parecían niños de tanta felicidad. El entonces embajador de Chile en Beijing, Fernando Reyes Matta, los invitó a participar en la inauguración del Opening of Macau Fisherman`s Wharf, en la ciudad de Macao, encuentro al que asistieron representantes de treinta países y en el que los Amaru lo hicieron a nombre de Chile. Las fotos de ese evento internacional muestran a Ramón Castillo como un hombre normal, uno más del grupo. No hay barba crecida ni vestimentas especiales; tampoco la presencia de rasgos que pudieran delatar algo extraño en su manera de ser.

Había gente de todo el mundo. Ramón se retrató con cuanta extranjera se le pasó por delante. Hicieron buenas migas con los mexicanos. Arrasaron con los bufets, probaron los platos típicos y se tomaron cientos de fotos en la muralla china. Dieron un concierto en el conservatorio y compraron instrumentos nuevos. Castillo Gaete se compró un hulusi rojo, cuyo sonido era muy similar al del clarinete.

A su regreso a Chile, después de un viaje que los Amaru recordarían para siempre por los momentos que vivieron y los lugares exóticos que visitaron, las dinámicas del grupo siguieron siendo las mismas. Pero Ramón tenía que tomar ciertas decisiones. Si se quedaba en el grupo o se iba, asunto que habían tratado antes de viajar. Los músicos estaban un poco resentidos, porque en su día a día, cada uno acomodaba sus planes para no fallarle al grupo. El único que no había logrado organizarse bien era Ramón. Por eso quedaron en que al regresar de China harían una reunión para decidir el futuro. En ese período Ramón pasaba el tiempo entre sus talleres de flauta en la población Lo Hermida y las clases de música que impartía en distintos lugares. Por lo mismo le costaba cumplir con las obligaciones y compromisos del conjunto. La igualdad dentro del grupo era un pilar fundamental y todos debían trabajar y ganar a la par. 

El 3 de enero del 2007 los Amaru se juntaron en la casa de Raúl Céspedes. Con tristeza, Ramón les contó que se iba del grupo.

—No me siento bien. Me duele mucho el costado. Necesito irme porque les voy a hacer mal a ustedes. Y así enfermo como estoy no voy a rendir bien. 

Todos lo sintieron y le desearon que se mejorara pronto.

—Cuídate, ojalá te sanes pronto. Tú eres un buen músico. 

—Gracias, compadre. Voy a ver si con la medicina china me sano. Quiero irme a vivir a Vilcabamba.

Al rato, Ramón se despidió y partió. 

—Oye, algo le pasa a este huevón, está loco —dijo Raúl Céspedes, apenas este cerró la puerta. 

—¿Por qué? —preguntó Guaico.

—Cuando llegó me dijo que se había tomado una foto con su cámara en la zona de las costillas y que ahí se veía clarito una mancha. Le dije que me las mostrara y lo que vi fue simplemente una foto mal enfocada. Pero el huevón creía que tenía un ser adentro. 

A partir de ese momento los músicos se preguntaron seriamente si le pasaba algo de verdad, porque hacía rato que venían enterándose de reacciones o comentarios extraños de su amigo Ramón. 

No volvieron a verlo hasta un asado en la casa de Berrú. 

—Nicandro, ven a buscar tu plato. La carne está lista —gritó el ecuatoriano. 

Ramón estaba al final del jardín con una mujer. Al oírlo se acercó muy enojado.

—No quiero que me llames más así. No me digas más ese nombre.

—Ya, está bien —respondió Berrú, que no quería discutir. 

Al rato Ramón se dio cuenta que había sido descortés con el dueño de casa. Debía bajar la dosis de agresividad.

—Mira, Max, no me gusta que me digas Nicandro, porque yo no soy ni Nicandro, ni Ramón. Yo soy Antares de la Luz. 

Como Berrú no quería hacerse más lío y enervar la situación, no le respondió.

—Muy bien, Antares. 

Ese fue la última vez que estuvieron juntos. Nunca más se volvieron a ver. Ramón se fue a Ecuador y rompió vínculos para siempre con sus amigos y con el barrio que lo había visto crecer. 

En Vilcabamba empezó a meditar, a hacer yoga, se dejó crecer la barba, erradicó la carne de su vida y cambió sus hábitos. Entre sus idas y venidas a Santiago dictaba seminarios en el Cajón del Maipo. Allí vio por primera vez a Francisca Ceroni, quien llegaría a ser su gran amor, la misma mujer que compartió varios momentos con la secta de Antares de la Luz y que lo acompañaría en sus últimos meses de vida en Cusco. 

Ella tenía solo dieciséis años cuando lo conoció en un taller de sanación llamado Arco Iris. Transcurría el año 2007. 

Ramón no andaba solo. Junto a él estaban Benjamín Sánchez y Tania De La Fuente, quienes ya se comportaban como si fueran sus discípulos. De hecho eran los primeros seguidores del músico devenido en “ser de luz”. 

Después de ese taller, Antares le pidió el teléfono a la Panchi. Le dijo que ellos solían juntarse a meditar en Santiago y que cuando hicieran un próximo encuentro la llamarían para invitarla. 

Al poco tiempo comenzaron los primeros llamados de Ramón. Se juntaban en la casa de Benjamín, que más adelante —tras varias meditaciones— empezaría a llamarse Silvio. La verdad es que no hubo meditación alguna en esas reuniones; sí relaciones sexuales. Antares quería tener algo con la bella adolescente y empezó a ir a buscarla al Liceo Tajamar, donde estudiaba. A Francisca le gustaba mucho Ramón. Cuando se encontraban en la puerta del liceo Castillo llegaba en moto y desde allí partían a distintos lugares. Una tarde la llevó al Parque de las Esculturas. 

Allí , sobre el césped que llega hasta la ribera del río Mapocho, le dijo algo que marcaría un antes y un después en su relación:

—Yo soy Dios. De mi proceden siete hijos y dentro de ellos hay arcángeles que son los directores de rayos de la creación. Jesús tiene todos los rayos y tú, Panchi, eres el lado femenino de la creación. Sé que en otra vida fuiste María Magdalena. 

Francisca, que no creía ni siquiera en Dios, sintió que esto era algo muy fuerte. Quedó muy enredada mentalmente y los efectos de aquello comenzarían a permear negativamente su rendimiento escolar.

Sus compañeras, que no sabían nada de esto, se reían de la “gringa pobre”. En un blog disponible en Internet aún pueden leerse algunas características de esa mujer que empezaba a encantarse con Ramón. 

Regalo útil: extensiones, una blusa pal cole, un jumper donde quepa, un gorro, una peineta. 

Frase o palabra típica: pero chiquillas (con tono de penita)...., las 12 lunas..., ¿cuál es tu signo?

Lo que nunca se vio: concentrada, con alguien de su edad, llegando temprano, escribiendo materia.

Su canción: Penélope 

Profesión futura: sanando gente en África con medicina china. 

Junto con “revelarle” lo de María Magdalena, Antares también le mencionó la historia de los “seres oscuros” y “los impuros”. Dentro de los oscuros, dijo, estaba el papá de Francisca. Su mamá Ximena era impura y la misma suerte corría su hermana. En suma, su familia no era buena para ella. 

Tras esto, le dijo que se iba a ir de Chile por un tiempo. Recorrería Perú, Ecuador y Bolivia. En ese tiempo regresó en dos oportunidades a Chile para ver a su familia y también a la Panchi: estaba obsesionado con ella.

—Tú eres pura. Por eso me sanas y te salvas. Cuando cumplas dieciocho años te vas a ir conmigo de Chile.

Francisca todavía era menor de edad y Ramón Castillo le llevaba catorce años de diferencia. Después de esos encuentros, Ramón partió otra vez. Su fue a Calca. Allí vivió en una choza en un cerro, solo con sus dos perros, Osiris y Nahuel, a quienes ya trataba como seres especiales. Estaba rapado, delgado y solo comía vegetales y verduras. Francisca lo extrañaba y se pasaba los días esperando que él volviera.

De ahí en adelante hay períodos borrosos y poco claros en la historia de Ramón, pero se sabe que siguió meditando en un cerro en Colliguay por algún tiempo. Hay testimonios que indican que su ex polola Tania De La Fuente —la misma a la que después castigaría brutalmente— lo habría acompañado durante unos meses. Se supone que fue ahí que el hombre se convenció definitivamente que era Dios. Tania, obviamente, se tragó la historia de que su pololo era nada menos que el Creador del Universo. 

Pero el amor se acabó. Antares terminó con Tania y esta se puso a pololear con Silvio, lo que Antares leyó como una amenaza. Así, le propuso a Silvio que la “compartieran”. 

Entre el 2007 y el 2008 Antares iba y venía de sus viajes. Cuando estaba en Chile a veces dormía en la casa de su madre en Peñalolén y seguía con sus seminarios de sanación en el Cajón del Maipo. 

La vida de Ramón empezaba a ser la de un anacoreta que transitaba entre la soledad y el alejamiento del mundo, pero que aún mantenía una conexión “con la realidad”. De vez en cuando tocaba en algunos locales nocturnos para ganar algo de dinero. A veces también participaba en tocatas al aire libre. Siempre lo aplaudían a rabiar.  

Quería que su hermana Daniela fuera a los seminarios para que aprendiera lo que él sabía. Pero ella se rehusaba sistemáticamente. A esas alturas Ramón ya había empezado a contar a sus familiares que “tenía seres” en su cuerpo que lo perturbaban. Su madre le ofreció llevarlo a un psiquiatra, pero este se negó. 

—Mamá, yo sé que me van a poner algún nombre, que soy esquizofrénico, que soy aquí, que soy allá, pero te aseguro que soy completamente normal. 

Su tío Gustavo Gaete también habló con él. 

—Ramón, ¿qué te está pasando? 

Estaba preocupado por su sobrino, que este se estuviera “chiflando”. 

Una tarde de primavera Gustavo Gaete le comentó a Ramón que le dolía mucho el codo. Estaban sentados en el sillón de la casa mirando por el ventanal que daba hacia un patio. 

—Tío, tiene que creerme. 

—¿Qué cosa?

Ramón empezó a sobarle el codo y mientras lo hacía le dijo:

—Esto no es ciencia ficción. Hay seres que a uno le ponen chips. 

—¿De qué estás hablando, Ramoncito?

—De seres malignos, que se nos meten. Esa es la causa de todos los dolores que sentimos. 

—¿Cómo?

—Tío, esto es igual a Matrix.

Gustavo se fue pensando que esas cosas se le habían metido a su sobrino en la cabeza por culpa de tanta “meditación” y que había que darle tiempo para que se le pasara. 

Pero mentalmente Ramón ya estaba en un universo paralelo. Se creía la encarnación de Jack Bauer, el personaje de la serie norteamericana 24. En Wikipedia se define a Jack Bauer como “despiadado por su forma de actuar, pero al parecer es su trabajo lo que lo ha hecho así. No teme hacer lo que sea necesario para lograr los objetivos que le han sido asignados, lo que lo hace en cierta forma ‘un hombre con una misión’. Dado su alto nivel de entrenamiento y la experiencia en las amenazas que ha enfrentado, podría ser considerado fácilmente uno de los más peligrosos seres humanos con vida”. 

Pero eso no era todo. Ramón también creía ser uno de los protagonistas de Matrix, concretamente Morfeo, cuya misión fundamental era entrenar a otro personaje llamado Neo. Dentro de las profecías de esa película había una que señalaba que vendría un ser humano —Neo— que iba rescatar a todos los demás. Pero a su vez este también iba a ser liberado por Morfeo, capitán de la nave Nabucodonosor. 

Corría el año 2009 y el grupo de meditación que iba a los talleres en el Cajón del Maipo había crecido con la llegada de nuevos integrantes que buscaban sanación y paz espiritual. Francisca lo acompañaba para todos lados. 

Un día, en el departamento de Pablo Undurraga, Panchi conoció a un joven llamado Pedro Castillo, quien según Antares también era Jesús. Pero eso no era todo. Ramón insistía en que Pedro era el alma “gemela” de ella. Antares intentaba convencerla de que hiciera los ejercicios para trabajar con su ser interno, pero ella le respondía que no le interesaba, que ella solo quería “hippear”. Sin embargo, el relato sobre el alma gemela terminó por espantarla y se fue del lugar confundida. 

Pero a Francisca no solo le gustaba a Ramón, sino que también al amigo y antiguo discípulo de Antares, Benjamín Sánchez, cuyo nombre espiritual era Silvio. En realidad ella se había enamorado de Silvio y prácticamente convivía con él en el Cajón del Maipo. Esta situación le producía muchos celos a Ramón, más aun cuando se enteró que la pareja partió a recorrer Chile y Argentina. Pero aun así, la bella muchacha de ojos almendrados y pelo oscuro seguía en contacto con Ramón. No podía cortar el vínculo. Este le mandaba e-mails en los que le confesaba que su relación con Silvio le hacía mal a su energía, porque ella era su “María Magdalena” y que ella debía entender que se había ido de su lado simplemente por un acto de rebeldía de su ser interno. Incluso llegó a culparla por la ciática que tenía en la espalda. 

Antares comenzaba a mostrar sus artes para manipular mentes y voluntades; pero en esta oportunidad cayó en algo más prosaico, como ofrecerle plata con tal que dejara a Benjamín. Pero Francisca no le hizo caso. 

Ramón leía afanosamente días enteros. Buscaba en los libros las claves para desarrollar con mayor fuerza esa compleja espiritualidad que destellaba en su mente. 

¿Cómo fue que Antares logró construir conceptualmente ese universo paralelo que habitaba y que se transformaría en el espacio cautivante y sanador para esos jóvenes de clase media que entraron en su órbita mística? Sin duda que los textos de Carlos Castaneda, junto a las enseñanzas de la Biblia y El Libro de Urantia, jugaron un papel importante y fueron las herramientas sincréticas que dieron forma a esta rara forma de religión. Según consta en la declaración reservada que entregó Ana a la BIPE, Antares creía que él era Dios en la Tierra; que Osiris, su perro, era su alma gemela pero en versión femenina, y que Nahuel, su otro perro, era Jesús. 

Decía además que existía una familia cósmica en la que Dios era a la vez Padre y Madre  creador de todo lo existente en la tierra; que Dios había tenido un hijo y que ese hijo era Jesús. Aparecen también en esta intrincada cosmogonía entidades metafísicas que Castillo llamaba “los seres”. Cada uno de ellos contenía una parte femenina y otra masculina. Y estos seres no estaban solos, los acompañaban los “arcángeles”. Cada uno poseía un rayo de la creación: Rafael, dueño del rayo verde, equivalente a la sanación y la ciencia, encarnado en Pablo Undurraga. Después venía Uriel, poseedor del rayo oro-rubí, que es la alegría y el orden, que correspondía a la veterinaria y azafata Karla Franchy. Completaban la lista el arcángel Muriel, dueña del rayo azul, que era la fuerza, y cuyo representante era Tania De La Fuente, ex polola de Ramón. También Jofiel, poseedor del rayo amarillo, equivalente a la sabiduría, materializado en Silvio y en Francisca Ceroni, que tenía el ser de María Magdalena y cuyo rayo era el de color rosa. La lista concluía con la cineasta Pilar Álvarez, que era Joel, la hija de Jofiel y su ex pololo, el publicista y músico David Pastén.

Todos estos jóvenes profesionales, que en algún momento de sus vidas decidieron buscar, a través del crecimiento espiritual, respuestas para encontrar la paz interior, terminaron siendo el núcleo de la secta de Colliguay. Probablemente nunca imaginaron el lamentable epilogo del viaje místico que iniciaron el día que se toparon con Antares de la Luz; y menos que un día sus vidas serían severamente golpeadas por el inexorable destino que se interpuso entre el camino espiritual que querían seguir y las consecuencias de su entrega sin límites a partir de una profecía de fe ciega hacia “su maestro”.

Para comprender la complejidad de los conceptos que integraban y daban sustento a la cosmovisión de Ramón Castillo Gaete, es interesante conocer la parte de la declaración que entregó Ana a la BIPE, y que textualmente dice lo siguiente: 

Se piensa que en el origen de la creación todos vivían en paz y armonía. Cada uno de los arcángeles maestros de rayos enseñaba a sus discípulos los ángeles y por gracia de Dios ellos podían crear al igual que El. Dado el libre albedrío, comenzó a surgir en la mente de Lucifer algo que Dios no había creado que es la envidia. Lucifer cayó e hizo caer a otros con él que se reunieron. Así nació la oscuridad en el universo y comenzó la guerra. Lucifer, dado que también tenía el don de Dios de poder crear lo que quisiera, comenzó a crear oscuridad. Muchas de las criaturas que viven en este planeta son creaciones de él. Como los tiburones, los avispas, los zancudos, las garrapatas, las codornices, los lagartos, los chupa sangres y los réptiles en general. 

Así con el devenir de los años se creó esta galaxia y enviaron a algunos seres a la tierra para ayudar a evolucionar a los seres terrestres. En este plano los seres tenían un cuerpo mortal por eso la encarnación. Algunos fueron seducidos por el poder de Lucifer y en la rueda de encarnaciones surgió el karma. 

En el origen todos los seres estaban en el Dharma (que significa servir a la creación) es decir eran “puros”. Pero cuando Lucifer se reveló contra Dios, los que cayeron con él son los considerados seres “oscuros”. Y los seres que son de luz pero que en alguna vida cayeron en la oscuridad son seres “impuros”. Estos últimos cayeron en la rueda de encarnaciones y se encuentran en el karma (castigo). Los que están en el karma son los que en alguna vida rompieron una ley universal y tienen que pagar por el daño ocasionado. El pago debido a la misericordia de Dios es infinitamente menor al daño ocasionado al universo. Ejemplo: un ser mató a su familia en el siglo XVI quemándola viva, en este presente, tendrá una alergia a la piel severa. También está la idea de que el tiempo no es lineal, es decir que todos los presentes ocurren al unísono en distintas dimensiones. 

También existen las vidas paralelas. Por ejemplo, Antares es el paralelo de Obama, de Shakira (en su lado femenino) de Luis Alberto Spinetta, de Maradona. Pablo es el paralelo de Batistuta y otros. Karla es el paralelo de Doctor House (el actor) y de Elrond (actor del elfo en El Señor de los Anillos). 

Ellos creen entonces que si ellos se sanan, sanarán a todos sus paralelos y a todas sus otras vidas que en verdad están ocurriendo en un mismo presente pero en otra dimensión. Eso implica que tienen que luchar con su propia oscuridad, porque tienen paralelos que en estos momentos son oscuros. 

El concepto de estar “despierto”, hace referencia a los que saben la verdad, es decir, los que saben que en verdad son otros seres y que esta vida es sólo un holograma y que Antares es Dios. Con respecto a esto de las otras vidas, estas también se dan en las películas y en los monitos. Por ejemplo Jack Bauer de la serie 24 es Antares, pero en el rol, no en el actor. De hecho esa serie era obligación verla, porque según Antares esa era su vida. Gokú de Dragon Ball z sería Pedro, o sea Jesús. Pedro, en realidad es Pedro Castillo un integrante de la comunidad que se retiró tiempo antes. 

Hay que tener en cuenta que además ellos persiguen otra cosmovisión porque en realidad mezclan todo. La de los libros de Carlos Castaneda. En esos libros se habla del guerrero y su camino. Ellos en este plano, al no tener cuerpos inmortales, como los de sus seres internos, ni alas ni nada de eso, solo pueden aspirar a ser guerreros impecables. Muchos de los términos que usan como la impecabilidad, el acecho salen en esos libros. Son 12 libros. Ahí aparecen chamanes brujos, se ve la “guerra” y uno de los nahuales es Antares. Hay que tener presente que Antares piensa que esta guerra no está liderada por el mismo Lucifer sino que por Muriel y Jofiel. Muriel fue Buda y Hitler. En ella se ve la dualidad de los seres. 

Además ellos piensan que los seres tienen implantes. Es decir cosas que han quedado en sus cuerpos con las que cargan por voluntad o por daño. De esos implantes hay muchos que son de metal, creados en el planeta de las máquinas por una de las vidas del ser de Pablo. Hay muchos implantes que han sido colocados por Lucifer. Además de los implantes están las entidades que son demonios vivos que habitan en el cuerpo. Algunos seres tienen implantado al “otro”. Ese otro es Lucifer. El implante más grande que tenemos los seres humanos es el de la “mente del otro”. Ellos piensan que es debido a este implante más otros miles (la razón también es un implante) que tenemos en la cabeza que no podemos recordar quienes somos en verdad. 

Lo más complejo de todo es que en verdad ellos creen que son los salvadores y ven señales de Dios en todas partes para justificar sus actos. Están programados por Antares, quién de una forma muy sutil fue manipulando sus mentes. De esto, lo que me parece más peligroso es que ellos piensan que esta realidad, no es real, no es la última.