CAPÍTULO 1
TRASTORNO BORDERLINE: ESTRUCTURA O FUNCIONAMIENTO
Ya no sabíamos contra qué chocar la cabeza. Ninguno de nosotros estaba loco, pero sentíamos encima de nuestras casas el viento de la locura colectiva. Fueron unos días terribles...
IGNAZIO SILONE, Il segreto di Luca
Repito como un papagayo: el abuelo no es un hombre malo, Jonathan. Todos cometemos malas acciones. Yo también. También tú las cometes. Una persona mala es alguien que no se arrepiente de sus malas acciones. Y ahora el abuelo está muriendo por el peso de esto [...] también yo puedo reparar ahora mis errores cuando los llevo a cabo y puedo resultar melancólico de formas que son interesantes, no sólo melancólicas. Al contar [escribir], tenemos una segunda oportunidad.
JONATHAN SAFRAN FOER, Todo está iluminado
El concepto de estructura borderline
La dificultad de llegar a una descripción unitaria de los trastornos definidos como borderline o de nivel borderline ha sido durante mucho tiempo uno de los problemas más graves de la moderna nosografía psiquiátrica. El uso limitado del término trastorno borderline de personalidad propuesto por el DSM-IV chocaba contra la práctica del uso extensivo del mismo propuesto por autores como Kernberg. Éste habla explícitamente de nivel de funcionamiento borderline a propósito de un espectro muy amplio de trastornos psiquiátricos descritos en el Eje I y en el Eje II del mismo DSM-IV. Las razones teóricas de esta divergencia las discute extensamente el propio Kernberg, autor que subraya la necesidad de basar el diagnóstico en conceptos relativos a la organización defensiva de la personalidad, diferenciando claramente desde el punto de vista clínico, terapéutico y sobre todo prognóstico los trastornos de personalidad de tipo neurótico de los de tipo borderline (Kernberg, 1984, caps. 1 y 5) y concentrando la atención en la especificidad de las estructuras de personalidad y no en la variedad no específica de aparición de síntomas.1
A partir de estas consideraciones, Kernberg propone utilizar la categoría de la estructura borderline como indicador del nivel de funcionamiento psíquico que subyace en una serie muy amplia de casos clínicos aparentemente distintos, que, sin embargo, pueden distinguirse claramente de las situaciones cuyo funcionamiento prevalente es de orden neurótico o psicótico.2 De ello deriva la posibilidad de examinar dentro de una única categoría de diagnóstico cuadros clínicos que a menudo se consideran sustancialmente distintos y autónomos entre sí, por ejemplo en términos de toxicomanía o de trastornos de la alimentación. El elemento común a la patología borderline es la alternancia a lo largo del tiempo de trastornos agudos, críticos y sintomáticos (Eje I del DSM-IV) y trastornos estables más o menos graves. La observación prolongada durante años permite hallar la frecuencia con la que una misma persona presenta en diferentes fases de su vida uno u otro de los trastornos aparentemente tan distintos que recaen en este tipo de definición. Un mismo paciente puede presentar un trastorno de comportamiento alimenticio a los 17 años y una dependencia de la droga a los 19. Más adelante puede presentar los rasgos típicos de un trastorno de personalidad borderline y atravesar esos períodos de ansiedad fluctuante y dispersa que permiten a un psiquiatra firmar un diagnóstico de «trastorno pseudoneurótico». La variedad de los cuadros que permiten diagnósticos distintos en el Eje I ya es normal en la actualidad para la mayoría de los analistas clínicos. Sólo en apariencia resulta más compleja (véase el capítulo 3) la teoría que permite diagnosticar a la misma persona, en épocas sucesivas, trastornos de personalidad diferentes.
Este tipo de elección plantea notables dificultades desde el punto de vista terminológico. Pero, para evitar malentendidos, ambigüedades y dudas interpretativas, será necesaria una breve premisa.
La Tabla 1.1., basada en los conceptos expresados por Kernberg en un trabajo magistral (Kernberg, 1975), ofrece un examen amplio, aunque no completamente exhaustivo, de los diferentes estados clínicos en los que es posible deducir el diagnóstico estructural de trastorno borderline. La terminología no es aún la del DSM-IV, actualmente la más aceptada unívocamente, y enumera un poco a grandes rasgos casos clínicos que hacen alusión al Eje I y al Eje II de dicho manual de diagnóstico. Sin embargo, todavía era útil para evocar en el psiquiatra imágenes muy sugestivas de problemas clínicos comunes y muy complejos. La Tabla 1.2, más rigurosa y actual, también desde el punto de vista terminológico, señala los elementos comunes a los distintos estados cuyo registro permite ofrecer un diagnóstico de trastorno borderline. La Tabla 1.3 recoge las líneas fundamentales de una distinción necesaria entre los trastornos de nivel borderline y los de nivel psicótico y neurótico.
TABLA 1.1. Formas clínicas del trastorno de personalidad borderline (Kernberg, 1975).
| Cuadros clínicos | Denominaciones convencionales | DSM-IV |
| Ansiedad crónica fluctuante, difusa, poco influida por los fármacos; neurosis polisintomáticas | Trastorno «pseudoneurótico» | Trastorno de ansiedad generalizado |
| Desviaciones sexuales con tendencias perversas (pedofilia, sexofilia, formas de sadismo sexual) | Perversiones sexuales | Parafilias |
| Toxicomanía de heroína y cocaína; politoxicomanías; dependencia de los juegos de azar; alcoholismo; cleptomanía | Toxicomanías y otras formas de «neurosis compulsiva» | Dependencia de sustancias, cleptomanía |
| Depresiones graves, crónicas o recurrentes con tendencias masoquistas | Depresión grave | Trastorno depresivo mayor recurrente; trastorno depresivo de personalidad |
| Bulimias de diversos tipos; alternancia de bulimias y anorexias | Trastornos (graves) de la alimentación | Trastornos de la alimentación; anorexia; neurosis; bulimia nerviosa |
| Impulsividad patológica con tendencias auto-y/o heterodestructiva y/o inestabilidad del tono del humor (ciclotimia) | Trastornos del control de los impulsos; ciclotimia | Trastorno de personalidad borderline (BPD); trastorno ciclotímico; distintas formas del trastorno bipolar |
| Narcisismo patológico | Narcisismo patológico | Trastorno narcisista de la personalidad (NPD) |
| Antisocialidad; psicopatías (del gángster al sociópata o a la criminalidad de los colectivos blancos) | Antisocialidad; psicopatías; personalidad psicopática | Trastorno antisocial de personalidad (ASP) |
| Manías delirantes, persecutorias o huidas de la realidad | Personalidad paranoide; paranoia | Trastorno paranoide y esquizoide de personalidad (PAR, SOI); trastorno delirante (no esquizofrénico) |
En estas páginas no profundizaré en los conceptos que aparecen en las tablas sino que remito al lector a los textos originales de los que se extrajeron así como a los capítulos posteriores del presente volumen. No obstante, es preciso hacer algunas observaciones sobre el tema de la génesis de los trastornos de nivel borderline, tal como lo plantea Kernberg.3
El desarrollo precoz del Yo prevé dos tareas fundamentales que deben afrontarse en rápida sucesión: la diferenciación entre imágenes del Sí mismo e imágenes del objeto y la integración de las imágenes de origen libídico y agresivas así separadas (totalmente buenas/totalmente malas, en la terminología original de Melanie Klein). La primera tarea se lleva a cabo cuando el desarrollo del sistema nervioso del niño permite utilizar la percepción y las huellas mnésticas para discriminar el origen de los estímulos internos y externos, favoreciendo la distinción entre imágenes referidas al Sí mismo e imágenes referidas al objeto. Efectivamente, poco se sabe de dicho desarrollo y de las estructuras que lo hacen posible. Aun así, es cierto que la posibilidad de responder a esta tarea está muy vinculada al desarrollo del sistema nervioso central, desde el momento en que los factores genéticos o, en sentido amplio, biológicos pueden condicionar los tiempos y los resultados. Siempre están en relación, como veremos más adelante, con las reacciones y las respuestas del entorno, pero tienen una capacidad demostrada de incidir en el riesgo de enfermedad o en el umbral de activación de los programas a través de los que ésta se manifiesta. La segunda tarea puede realizarse sólo desde un aparato psíquico que realiza una distinción clara entre imágenes referidas al Sí mismo y al Objeto y posee una memoria relativamente estable. Puede darse solamente a partir del desarrollo subsiguiente del sistema nervioso (la memoria) pero posee rasgos de orden más específicamente psicológico y ambiental. Se basa en la integración de las imágenes del Sí mismo y, respectivamente, de los objetos que se forman en la mente del niño bajo la influencia de los derivados instintivos de orden libídico y agresivo.
TABLA 1.2. Formas clínicas del trastorno de personalidad borderline (Kernberg, 1975).
| Manifestaciones no específicas de la labilidad del Yo | Falta de tolerancia a la ansiedad; ausencia de control de los impulsos; débil desarrollo de los procesos de sublimación |
| Debilidad (ausencia) de represión | Coexistencia caótica en la conciencia de los derivados pulsionales y de defensas que intentan controlarlos; pseudocomprensión de sí mismo y de los propios mecanismos sin un reconocimiento real de su aspecto conflictivo |
| Posible deslizamiento hacia procesos de pensamiento primario | No hay pérdida del sentimiento de realidad ni alteración formal de los procesos de pensamiento. El trabajo terapéutico, las situaciones problemáticas y el uso de test proyectivos y de estímulos no estructurados pueden revelar procesos de pensamiento primario |
| Patología de las relaciones objetales | Dispersión de la identidad a falta de un concepto integrado y estable del Sí mismo y de los objetos que se relacionan con el Sí mismo; tendencia a no definirse claramente a sí mismos y ausencia de comprensión profunda de los demás, con serias dificultades para el desarrollo de relacionales interpersonales basadas en el reconocimiento y la reciprocidad. |
| Mantenimiento del concepto (juicio) de realidad | En la entrevista diagnóstica el paciente reacciona correctamente (refuerzo del examen de realidad y mejor funcionamiento del Yo) ante la exposición de (su) incongruencia y respecto a la interpretación de las operaciones defensivas activadas en la transferencia. |
TABLA 1.3. Características estructurales de los trastornos de personalidad (Kernberg, 1984, cap. 2).
| Trastorno neurótico | Trastorno borderline | Trastorno psicótico | |
| Manifestaciones no específicas de labilidad del Yo | Posibles | Evidentes | Evidentes |
| Debilidad (ausencia) de represión | No | Sí | Sí |
| Posible deslizamiento hacia procesos de pensamiento primario | No | Sí | Muy evidentes |
| Patología de las relaciones objetales | No | Sí | Sí |
| Mantenimiento de la noción (juicio) de realidad | Sí | Sí | No |
El fracaso de la primera tarea, que se produce en el primer año de vida, puede depender, a manera de hipótesis, de un retraso genéticamente condicionado en la evolución de las estructuras que permiten su ejecución, así como de una reacción inadecuada del entorno a dicho retraso, o por una serie de dudas y errores por parte de la figura materna, y correspondería al desarrollo de las psicosis. De ahí se derivan estructuras de personalidad que seguirán teniendo a lo largo del tiempo dificultades para diferenciar el Sí mismo de los objetos y que deben usar defensas mutiladoras para no retroceder, en situaciones de estrés (Rogler, Hollingshead, 1965), a estados mentales caracterizados por la pérdida de esa diferenciación.
El fracaso de la segunda tarea —que se produce por primera vez entre la primera mitad del segundo año de vida y la segunda mitad del tercero, se lleva a cabo con vivencias alternas (como demostraremos en el presente estudio) en la infancia y la adolescencia y puede avanzar y retroceder durante el resto de la vida— corresponde, al principio de la edad adulta, a la definición de lo que Kernberg denomina estructuras borderline. Es decir, son personas que mantienen una conciencia de los límites del Yo y una diferenciación clara entre el Sí mismo y los objetos (y, por lo tanto, un contacto con el principio de realidad), pero que son incapaces de realizar una síntesis de las imágenes contradictorias referidas al Sí mismo y a los objetos y que, a causa de ello, presentan dificultades, sobre todo en situaciones de gran estrés, para integrar el concepto del Sí mismo y para establecer relaciones caracterizadas por la constancia y la totalidad integrada del objeto.
La organización defensiva derivada del fracaso, generalmente parcial, de esta segunda tarea se centra en la escisión y es, evidentemente, muy distinta de la de nivel neurótico, centrada en la represión (Figura 1.1): un conjunto de mecanismos defensivos descritos originalmente por Freud que se activan de forma intrusiva y perturbadora en las personas con dificultades para afrontar la fase sucesiva, la edípica, de su desarrollo emotivo.
Una precisión importante al respecto de esta figura se refiere a la diferencia entre la represión y la negación. La represión, basada en el alejamiento de la conciencia y en el ocultamiento de una representación psíquica (pensamiento, imagen o recuerdo) ligada a una pulsión, se activa cuando «la satisfacción de la pulsión, capaz por sí misma de producir placer, correría el riesgo de provocar malestar frente a otras exigencias» (Laplanche, Pontalis, 1967), y es el mecanismo defensivo característico de un nivel de funcionamiento mental neurótico, en la medida en que presupone el reconocimiento, a nivel inconsciente, de una representación estructurada y dotada de un significado reconstruible. Lo que se «reprime», pues, es un aspecto definido y concreto, en cierta manera un detalle, de la realidad psíquica de la que la persona es consciente en conjunto. En cambio, en la negación (según algunos, denegación) nos enfrentamos al alejamiento de la conciencia de una realidad psíquica considerada en su conjunto. Para Melanie Klein—la primera en dedicarse a estudiar este concepto con su análisis de los estados maníaco-depresivos que nosotros hoy proponemos integrar en el océano borderline—, la negación está directamente ligada a la escisión cuando «no sólo el objeto malo se mantiene separado del bueno sino que su misma existencia es denegada, al igual que lo es toda la situación de frustración y las sensaciones negativas (dolor) provocadas por la misma. En el fondo, todo eso no es sino una negación de la realidad psíquica. Pero dicha negación sólo la han ocasionado esos intensos sentimientos de omnipotencia típicos del pensamiento primario. La negación omnipotente de la existencia del objeto malo y de las situaciones dolorosas equivale en el inconsciente a la aniquilación operada mediante la pulsión destructiva. Pero no sólo se someten a la negación y a la aniquilación una situación y un objeto sino que las sufren toda una relación objetal. Eso quiere decir que también la padece esa parte del Yo de la que emanan los sentimientos dirigidos al objeto» (Klein, 1946, págs. 415-416).

FIGURA 1.1. Mecanismos defensivos centrados respectivamente en la represión y la escisión (Kernberg, 1980).
El resultado más relevante de la prevalencia de mecanismos defensivos basados en la escisión es que permite al analista clínico observar la presencia de los trastornos señalados por Kernberg (Tabla 1.2) como rasgos estructurales del trastorno de personalidad borderline. El defecto de integración de las imágenes correspondientes al Sí mismo y a los objetos equivale al desarrollo y a la activación continua, en los límites de la conciencia y en el centro de ésta, de imágenes del Sí mismo y de los objetos: imágenes escindidas, totalmente buenas o totalmente malas, sobrecargadas de amor y de odio. La viva agresividad que impregna las representaciones psíquicas negativas y la intensidad con que se idealizan las representaciones psíquicas totalmente positivas en clave defensiva están directamente unidas al defecto de integración que las condiciona. Pero al entrar en la vida real de las personas, dificultan aún más la integración. La persona que vive este tipo de experiencia se hace cada vez más dependiente de sus representaciones idealizadas y puede llegar a experimentar, si caen estas defensas, unas cotas de angustia insoportables. El comportamiento defensivo más frecuente, en este punto, consiste en separar en el tiempo las vivencias así como en una alternancia de comportamientos rígidos y contradictorios que corresponden a las imágenes contradictorias del Sí mismo y de los objetos. Evidentemente, todo ello repercute muy negativamente en las relaciones interpersonales del paciente borderline, a menudo alimentadas en corto circuito por los demás, «elegidos» (de forma más notoria desde un cierto momento en adelante, véase el capítulo 4) por su capacidad para chocar, en el desarrollo concreto de la relación, con sus exigencias defensivas. Son personas de las que el paciente borderline a menudo depende excesivamente, precisamente por la importancia que asumen en su mecanismo defensivo y de quienes, sin embargo, con grandes dificultades presenta una imagen realista y aceptable.
La patología de las relaciones objetuales características del síndrome de dispersión de la identidad es el resultado más obvio de este tipo de desarrollo y es un dato de prueba inmediato en la entrevista de diagnóstico. En el plano del diagnóstico la dispersión de la identidad corresponde a la incapacidad del paciente para transmitir a un entrevistador sus interacciones significativas con los demás. El entrevistador advierte que no logra provocar una empatía afectiva con el concepto que el paciente tiene de sí mismo y de los demás en dicha relación [...]. A menudo aparecen contradicciones tan toscas en las descripciones que el paciente ofrece de sí mismo y de los demás que tanto él como los otros aparecen más como caricaturas que como individuos reales [...]. También la calidad de las relaciones interpersonales de los pacientes borderline queda gravemente comprometida, resintiéndose en consecuencia la estabilidad y la profundidad que se expresan a través de la calidez, el interés, la solicitud y la sensibilidad que deberían caracterizar las relaciones del paciente con las personas que para él son más significativas (Kernberg, 1980, pág. 17).
También los otros trastornos «estructurales» listados en la Tabla 1.2 son fácilmente reconstruibles si se tiene en cuenta la organización defensiva del paciente borderline. La falta de tolerancia a la ansiedad es, efectivamente, una consecuencia natural del defecto de integración de las imágenes relativas al objeto, porque un comportamiento desagradable o una situación difícil de controlar evocan de inmediato estados de ánimo ligados a la percepción de imágenes totalmente negativas. La dificultad para controlar los impulsos y la tendencia a percibir como egosintónicos los comportamientos consiguientes tienen una relación clara con estas imágenes y con la evocación de imágenes especulares y unilaterales del Sí mismo. La dificultad para sublimar, por otra parte, es el resultado natural de una debilidad de la capacidad de integración. Sólo la adecuada capacidad para integrar los aspectos buenos y malos de una cierta imagen del Sí mismo y del objeto permite establecer diferenciaciones suficientes para el desarrollo de dicho proceso. Que el paciente borderline no es capaz de utilizar los mecanismos defensivos ligados a la represión y que mantiene un juicio de lealtad basado en la diferencia entre el Sí mismo y el no-Sí mismo es, por su parte, un dato indiscutible sobre el que no cabe insistir más. En este punto podemos volver con más facilidad a hablar de las fronteras entre la patología del trastorno de personalidad borderline y los trastornos neuróticos o psicóticos.
En lo que respecta a la primera frontera, el dato fundamental tiene que ver con el análisis de los mecanismos defensivos prevalentes. En el caso del trastorno neurótico, los mecanismos defensivos prevalentes se basan en la represión, mientras que en el del trastorno borderline se basan en la escisión (Figura 1.1). El síndrome de dispersión de la identidad puede considerarse, en la entrevista de diagnóstico, el chivato más sensible de la prevalencia de defensas basadas en la escisión. Su ausencia o presencia es lo que con mayor frecuencia distingue las condiciones borderline de las caracteropatías de nivel neurótico y de las situaciones en las que los síntomas neuróticos aparecen en primer plano. A excepción, importante desde el punto de vista diagnóstico y terapéutico, de las personalidades narcisistas que han desarrollado un Sí mismo grandioso y que consiguen ocultar la dispersión de la personalidad subyacente detrás de un funcionamiento interpersonal y social relativamente bueno, un discreto control de los impulsos y una capacidad, descrita por Kernberg como «pseudosublimatoria», de actuar de forma activa y coherente en un área concreta.4 En algunos de estos casos puede ser difícil advertir que este tipo de capacidad se traduce en un comportamiento superficial, distante y centrado en la búsqueda de admiración, y no en un auténtico interés por los objetivos concretos que se persiguen. La especificidad del trastorno de personalidad borderline puede captarse en estos casos muy a duras penas, a lo largo del tiempo, sobre todo si la entrevista de diagnóstico se lleva a cabo en términos de exploración funcional más que de compilación pasiva de los comportamientos o de los estados de ánimo del paciente.
También se plantean problemas de idéntica complejidad a propósito de la otra frontera, la que separa los trastornos borderline de las esquizofrenias y de los trastornos psicóticos de personalidad. En situaciones traumáticas o en el curso de un tratamiento psicoanalítico intensivo pueden presentarse transitoriamente cuadros clínicos que recuerdan a la esquizofrenia (Kernberg, 1975, cap. 6) en pacientes borderline con trastornos especialmente graves de las relaciones personales. Por otra parte, el trastorno psicótico de personalidad puede quedar compensado de forma bastante estable en individuos que se han alejado, en el límite de lo posible, de todas sus relaciones personales y que funcionan relativamente bien en situaciones que exigen tareas de tipo mecánico o repetitivo.
Evidentemente, en casos de este tipo el diagnóstico diferenciado no puede basarse en el análisis de la organización defensiva prevalente. En efecto, en ambas situaciones la escisión y los mecanismos ligados a ésta se hallan en primer plano. Pero cuando se habla de trastorno psicótico se alude a personas que no consiguen distinguir de modo suficientemente estable y preciso las representaciones del Sí mismo de las de los objetos. Ellas no se defienden, pues, como sucede en el trastorno borderline, de la intensidad de la ambivalencia y el temor a que el odio contamine y deteriore las representaciones «buenas» que la persona necesita desesperadamente, sino del temor (o del terror) de una caída repentina y definitiva de los límites del Yo y de las consiguientes vivencias de fusión del Sí mismo y del objeto que corresponden a la pérdida del contacto con la realidad.
Evidentemente, la exploración funcional de este tipo de situaciones requiere tacto, delicadeza y una gran experiencia clínica. La sugerencia de Kernberg sobre la gestión de una entrevista en la que los niveles de relación con la realidad se explican de forma sistemática también puede ser útil en situaciones no especialmente estructuradas y puede evitar errores dramáticos de diagnóstico y de intervención a corto plazo. Los pacientes con personalidad borderline o con un trastorno psicótico tienen una presencia cada vez mayor en las consultas de los ambulatorios y en los centros de salud mental y la instauración de actuaciones correctas frente a ellos es una necesidad de primer orden en la práctica de los servicios públicos y privados.5
El dato de partida para desarrollar este discurso podría ser el significado que en este particular tipo de situaciones cobra la entrevista diagnóstica y la forma en que ésta se gestiona. Si se evita un enfoque distanciado, basado solamente en la recopilación de los síntomas y la escucha no dirigida típica de la situación psicoanalítica, el terapeuta puede estructurar un diálogo basado en la verificación de los problemas que presenta o vive el paciente, en el valor que él les concede y en los recursos que cree que podría utilizar para resolverlos. Moviéndose dentro de líneas propias del principio de realidad, el terapeuta puede valorar la flexibilidad de las posturas interiorizadas por el paciente, desarrollando una forma particular de situación-estímulo: una situación inevitablemente destinada a provocar ansiedad y reacciones concretas de los niveles propios de sus defensas. En este punto, no nos sorprenderá si el paciente con trastorno de personalidad borderline muestra dificultades para integrar las representaciones relacionadas con el terapeuta y con la relación terapéutica, corriendo constantemente el riesgo de idealización o de vivencia persecutoria. No obstante, cuando se trabaja con pacientes capaces de distinguir las representaciones ligadas al Sí mismo de las ligadas al objeto, cabe contar con su capacidad para reconocer el contexto en el que se emiten las comunicaciones. El terapeuta y la relación terapéutica pueden ser objeto de vivencias fuertes, unilaterales y contradictorias, pero existen en cuanto son distintas del Sí mismo y por este motivo se integran en la experiencia real del paciente.
Una reacción completamente distinta es la que muestran los pacientes con un trastorno psicótico de personalidad. La dificultad para distinguir las representaciones relativas al Sí mismo de las relativas al objeto se pone de manifiesto tan pronto como el paciente se enfrenta a la ansiedad que suscita la relación con una persona que percibe como una instancia de valoración y de control. La dificultad o la incapacidad de reconocer los mensajes asociados al contexto impide en la práctica desarrollar una reflexión que tenga en cuenta la relación en la que deberían colocarse las comunicaciones del terapeuta.
En la situación concreta de la entrevista, la diferencia entre los dos modos de respuesta resulta evidente en el momento en que el terapeuta enfrenta al paciente con sus modelos de comunicación menos apropiados o francamente extraños. En esta situación, el terapeuta ejerce de representante de la realidad externa al paciente que se ve confrontado a una observación crítica capaz de aumentar la ansiedad ligada a la entrevista. Resulta decisiva por las reacciones que suscitará en el paciente su capacidad de discriminar el origen interno de las representaciones agresivas extraídas de las observaciones del terapeuta. Al reconocerlas como suyas, el paciente con trastorno de personalidad borderline es capaz de contextualizar el significado de estas observaciones y de utilizarlo para conocerse mejor a sí mismo. Por el contrario, el paciente con trastorno psicótico de personalidad es incapaz de reconocerlas como suyas, acentuando la rigidez de su mecanismo defensivo: negando con fuerza las palabras del terapeuta o más sencillamente ignorándolas. Las cosas se desarrollan de forma análoga en el momento en que la relación terapéutica se estabiliza y se profundiza. La diferencia fundamental entre la psicosis de transferencia del paciente borderline y la del paciente psicótico reside en la capacidad del primero para contextualizar las vivencias que la componen. Es decir, al salir de la consulta del terapeuta el paciente borderline vuelve a funcionar de forma realista, mientras que la psicosis de transferencia del paciente psicótico llega a afectar, cuando se despliega, a una gran parte de su sociabilidad: una diferencia importante, no sólo desde el punto de vista del diagnóstico, sino también del proceso terapéutico y de su posible eficacia.6
Llegados a este punto podemos considerar la relación con el terapeuta como una de las más significativas que puede mantener una persona. Ser reconocido y examinado por alguien que tiene los instrumentos para hacerlo, comporta el desarrollo de una situación en la que los mecanismos defensivos sufren una dura prueba por la aparición de una emoción que, desde muchos puntos de vista, puede considerarse análoga a la del enamoramiento.
El paciente con un trastorno psicótico de personalidad tiende a repetir los comportamientos distintivos de su relación con el terapeuta, cerrándose en sí mismo y evitando mientras le resulta posible una implicación personal; y arriesgándose, cada vez que fracasa en el intento, a situaciones en las que la confusión entre representaciones ligadas al Sí mismo y representaciones ligadas al otro equivale a una pérdida de contacto con la realidad. En la práctica significa que muy a menudo advertimos, trabajando con este tipo de pacientes, que éstos tienen relaciones significativas desde el punto de vista afectivo solamente con las personas que no pueden evitar, o bien con los miembros de su familia de origen. Las personas que sufren de un trastorno borderline de personalidad, en cambio, parecen estar siempre en busca de una relación significativa con otra persona. La dificultad concreta con la que se enfrentan es la falta de integración de las representaciones buenas y malas ligadas al Sí mismo: idealizaciones excesivas que se alternan con vivencias de persecución son la consecuencia natural y la manifestación más típica de este tipo de dificultad en las relaciones con personas significativas pertenecientes o no al núcleo familiar de origen.
COMENTARIO
Las observaciones de Kernberg son un paso adelante decisivo en el conocimiento de los trastornos del área borderline. Al llamar la atención del analista la estructura de la personalidad subyacente, éstas permiten ese vuelco fundamental de la reflexión psiquiátrica auspiciado por Sullivan (1953), que deseaba un diagnóstico centrado en la persona y no en el listado «naturalista» de sus síntomas. La posibilidad de subdividir los problemas afrontados por la psicopatología en tres grandes áreas de nivel neurótico, borderline y psicótico tiene (o debería/podría tener) consecuencias decisivas en la formulación de los planes terapéuticos y en la organización inteligente de los servicios. Con su insistencia en el mantenimiento del principio de realidad de los pacientes borderline, la vía abierta por Kernberg lleva a distinguir de forma clara categorías de los pacientes que comparten la tendencia a utilizar mecanismos defensivos basados en la escisión (véase Tabla 1.1), pero que difieren profundamente entre sí por capacidad y posibilidades de organizar la propia vida y de responder a las intervenciones terapéuticas. Por último, utilizando criterios de orden psicodinámico y psicoterapéutico, Kernberg permite trabajar sobre la coherencia interna y sobre la interdependencia recíproca de los fenómenos observados, superando (en mi opinión) el límite de la falta de interés del DSM por las conexiones entre las patologías del Eje I y del Eje II. Un límite que sigue teniendo profundas consecuencias en las actividades de muchos psiquiatras cuyo conocimiento de los instrumentos necesarios para presentar un diagnóstico en el Eje II (organización de personalidad) es tan modesto que les induce a descuidar el que debería ser el punto crucial de su interés clínico.
Si éstos son los méritos del discurso de Kernberg sobre la estructura borderline, también vale la pena considerar los límites que aparecen tras una observación más atenta.
El primer límite, el más importante, es el que tiene que ver con la aparente mecanicidad de un dispositivo teórico basado en la noción de estructura. Marcado por las dudas evolutivas (o por los errores que las han condicionado) en una fase muy concreta de su desarrollo (la crisis de reaproximación de Mahler),7 el niño se encontraría atado «para siempre» a vivencias surgidas de una estructura imperfecta de su personalidad y sería inevitablemente distinto del «normal». Discutiremos a fondo este problema, dedicándole gran parte de este libro. No obstante, ahora lo que es importante destacar es que las observaciones de Mahler permiten delinear el prototipo y no el origen del comportamiento borderline del adulto. La hipótesis que propondremos más adelante es que los patrones de conducta y los problemas de relación descritos por Mahler permanecen en la memoria emocional de todos los seres humanos. Volver a ellos es siempre y en cualquier momento posible para todos. Los motivos de que el retorno sea más frecuente o más fácil son la base de gran parte de lo que, en el niño o en el adulto, se manifiesta como trastornos de nivel borderline.
La idea que originó este libro es la posibilidad y la necesidad de integrar (y de sustituir) el término estructura por el de funcionamiento. La diferencia fundamental entre las personas no es, en este aspecto, aquella que permite catalogarlas como «neuróticas», «borderline» o «psicóticas», sino la que tiene que ver con el diferente umbral de activación en cada una de ellas de los correspondientes patrones de comportamiento (Cancrini, 1997, cap. 8). Usando las palabras de Freud, la diferencia entre normal y neurótico (una palabra usada por él en sentido amplio y en la que por entonces se incluía a muchos de los que hoy día se diagnosticarían como trastornos borderline) no es cualitativa sino cuantitativa, en el sentido que formas más o menos evidentes de comportamiento neurótico, borderline o psicótico son parte integrante de nuestra normalidad. Pero ¿cuáles son las manifestaciones más características de un funcionamiento borderline de la mente humana?
El funcionamiento mental borderline
La manifestación más común y corriente del funcionamiento borderline es una mente que tiende a emitir juicios extremos («o blanco o negro») sobre nosotros mismos o sobre la realidad que nos rodea. La mente que funciona a un nivel borderline utiliza la escisión y juzga todo como bueno o malo, sin matices, y tiene grandes dificultades para captar la gradación de lo positivo y lo negativo en una misma persona o en un mismo objeto. Un funcionamiento de este tipo es natural (véase el capítulo 2) en el niño de 15-21 meses para quien la madre presente es la nodriza buena y maravillosamente responsable que lo deja feliz y agradecido, mientras que una madre ausente es la bruja terrible que lo llena de odio y de rabia.8 Solamente hacia los 3 años, cuando el niño puede recordar con claridad la madre que estaba e imaginar mentalmente a la que volverá a aparecer, se supera esta fase crítica. La superación de la angustia de separación señala la estabilidad alcanzada en la relación con el objeto amoroso. Desde el punto de vista que nos interesa, indica la integración de la imagen de la madre mala (ausente) con la buena (presente), preparando, según Mahler, al niño para los aspectos madurativos de la separación que seguirá a su nacimiento psicológico real (Mahler y otros, 1975).
El estudio de la evolución posterior puede valerse de las observaciones realizadas en estos años por tantos psicoterapeutas de la edad evolutiva y del adulto. En la persona normal, la capacidad de integrar las representaciones buenas y malas del objeto aumenta gradualmente con la edad y alcanza (o debería alcanzar) su máximo nivel en la edad adulta. Las personas maduras son capaces de respetarse a sí mismas y a los demás y basan su equilibrio en la conciencia profunda de la imperfección propia y ajena, y miran con suspicacia («¿Me estoy enfadando demasiado?»), con ironía («A lo mejor me estoy enfadando demasiado») o con abierta complacencia («Cuando voy al estadio puedo enfadarme o entusiasmarme demasiado») el desarrollo de emociones unilaterales («todo blanco o todo negro»). La tendencia a una regresión hacia posturas más primitivas, sin embargo, existe siempre en situaciones de estrés especial: en los pasajes evolutivos críticos (preadolescencia y adolescencia, nacimiento de un hijo y, más tarde, percepción del paso del tiempo que nos lleva inexorablemente hacia otras fases de nuestra vida), en el momento del duelo y de la pérdida (a la que habitualmente se reacciona funcionando durante un cierto tiempo de modo borderline) y en el de los arrebatos basados en la identificación proyectiva con una idea o con una persona, en el enamoramiento y en la elección de las ilusiones a las que dedicar la propia vida.9
La regresión a modos de funcionamiento borderline también es posible en personas más sanas y maduras aunque, evidentemente, resulta más fácil en personas que no lo son tanto. Cuando se intenta comprender lo que ha sucedido en estos casos, regularmente se advierte (discutiremos extensamente este problema en los capítulos 3-4) que el proceso de maduración propio de las personas más sanas se realiza sólo si el niño crece en un entorno favorable y no tropieza con accidentes graves. Cuando el pequeño se desarrolla en un entorno desagradable, donde los adultos chocan continuamente y/o no se encuentran nunca, donde se respira miedo y no recibe seguridad, donde le faltan la ternura y los cuidados que necesita, su personalidad queda marcada por la experiencia vivida con lazos que están ligados a ella lógicamente. Desde un punto de vista general esto significa que su capacidad de integrar las representaciones buenas y malas del Sí mismo y del otro no se desarrolla completamente y que el umbral de activación del funcionamiento borderline tiende a ser más bajo de lo normal. Como sucede también cuando un trauma o una serie de traumas inciden violentamente en su equilibrio psíquico sin que las personas que le rodean le ayuden a elaborarlo. Obviamente, lo que puede suceder en el curso del crecimiento es que se produzcan experiencias positivas, que encuentre personas equilibradas y maduras capaces de ayudarle a recuperar el tiempo perdido desde este particular punto de vista. Quien ha sufrido de niño, sin embargo, presenta dificultades particulares para establecer relaciones equilibradas y constructivas también al crecer, y por desgracia un entorno desfavorable en los primeros años suele repetirse también en los sucesivos.
Basándonos en este tipo de reflexión, podemos afirmar que la característica fundamental de lo que Kernberg define como una estructura de personalidad (o el DSM-IV como un trastorno de personalidad) es la especial facilidad con la que una determinada persona retrocede a niveles de funcionamiento borderline. Desde el punto de vista clínico, ésta se expresa frente a las tareas a menudo gravosas que la vida nos presenta con la irrupción repentina y explosiva o regular y sistemática de conductas poco meditadas, que son una expresión directa en el plano de la conducta de las emociones fuertes y descontroladas de una mente que funciona sin matices, ofreciendo juicios «en blanco y negro».
Ya hemos visto que cuando funciona a nivel borderline el individuo basa sus emociones, sus vivencias y comportamientos en representaciones primitivas del Sí mismo y del otro típicas de una edad más temprana. Los objetos totalmente buenos (que nutren) o los totalmente malos (que privan) se alternan en su experiencia con representaciones correspondientes al Sí mismo: la triunfante de la omnipotencia y la dolorosa y humillante de la impotencia. Lo que es realmente típico del funcionamiento borderline es la oscilación entre estos estados de ánimo opuestos y entre sus correlatos afectivos.
Procediendo por orden, empezaremos por la situación afectiva en la que lo (totalmente) malo es el otro. El niño puede estar (sentirse) dominado alternativamente por el miedo (o por la frustración o por la humillación, etc.) y por la rabia, que lo transforman en vengador (omnipotente) de lo que ha sufrido (está sufriendo, puede sufrir de nuevo). Esta oscilación, que suele ser conductual y más o menos consciente, se manifiesta en todas las relaciones significativas además de (véase el capítulo 6) la terapéutica. En el plano de las emociones se corresponde con la alternancia de dos sentimientos opuestos: uno en que el niño vive en un mundo hostil y persecutorio, y otro, opuesto desde el punto de vista de los contenidos, en que el niño se venga transformándose en una figura potente y controladora. Otro tipo de oscilación se comprueba, en forma de fantasía compensatoria, entre el estado de ánimo del niño que vive una de las emociones desagradables indicadas en las tres primeras líneas de la tabla y la del niño que sueña poder experimentar (cuarta y quinta línea) gratitud y/o satisfacción.
La Tabla 1.4 resume este complejo juego de oscilaciones que pueden darse en la realidad y/o en la fantasía:
1) a corto plazo, en situaciones clínicas caracterizadas por la imprevisibilidad de los comportamientos (percibidos desde el exterior como impulsivos o difícilmente comprensibles);
2) a medio o largo plazo, en situaciones caracterizadas por la rigidez más o menos marcada de los comportamientos.
Volveremos más tarde sobre ese problema. Aquí basta con señalar, a título de ejemplo, que la alternancia de tiempos breves es más evidente en las fases críticas de las relaciones más comprometidas (incluidas las terapéuticas); que la alternancia en tiempos largos es más frecuente en las situaciones de (relativo) equilibrio; que la separación neta entre realidad y fantasía, finalmente, es frecuente sobre todo en las experiencias de los niños y de las personas que viven, en cualquier caso, en una condición de sumisión o impotencia reales.
TABLA 1.4. La oscilación de las relaciones objetuales (de Clarkin y otros, 1999, modificado).
| Representación del Sí mismo | Afecto | Representación del objeto (terapeuta u otro) |
| Figura sumisa, explotada | Miedo | Figura severa, autoridad abusadora |
| Figura infantil, dependiente | Necesidad | Figura ideal, dadivosa |
| Figura potente, controladora | Cólera | Figura débil, esclavizada |
| Niño bien atendido | Gratitud | Figura afectuosa y positiva que se ocupa del niño |
| Niño perfecto | Satisfacción | Figura que atiende con alegría a un niño perfecto |
No obstante, cualquiera que sea la modalidad de alternancia, lo que es importante subrayar es hasta qué punto ésta es parte esencial del funcionamiento borderline, en todas sus manifestaciones y también, por ello, en las más «normales» en conjunto.
Un interesante ejemplo de regresión borderline «normal» es el que pro-pone Louise May Alcott en Mujercitas, un clásico de la literatura «pedagógica» para niños y adolescentes.
Jo, el personaje alter ego de la autora, ha hecho enfadar a Amy, la hermana pequeña, y ésta ha destruido el único ejemplar de sus escritos. Furiosa, Jo va a patinar sobre el río helado con un amigo común, Laurie, y Amy la sigue para pedirle perdón y hacer las paces. Cuando Laurie advierte a Jo para que se mantenga en la orilla porque el hielo del centro es fino y peligroso, Jo advierte que Amy, situada detrás de una curva, no puede haberlo oído, pero como sigue estando furiosa con ella, no la alerta. Cuando el hielo se rompe y Amy acaba en el agua, Jo se queda paralizada y es Laurie quien primero toma la iniciativa. Milagrosamente salvada la hermana, Jo queda profundamente turbada por cómo, sin quererlo abiertamente y sin embargo un poquito deseosa, ha arriesgado la vida de Amy y expone toda su vergüenza y arrepentimiento a la madre, descubriendo, junto a ésta, cuán difícil resulta a veces controlar este tipo de reacciones «locas» a las que continuamente nos vemos todos expuestos.
COMENTARIO
La regresión borderline de Jo empieza cuando descubre que Amy ha quemado su manuscrito. Amy es una enemiga y encarna «el mal»; Jo y su manuscrito son las víctimas de su maldad, que en ese instante es «total». También es «total» la maldad que Jo se atribuye a sí misma en el momento del arrepentimiento espontáneo, es decir, en el otro extremo de lo que constituye una oscilación borderline típica. El episodio tiene un final feliz y es elaborado con una cierta facilidad por parte de Jo, que habla de ello (consigue hacerlo) a un interlocutor disponible afectivamente. La madre-terapeuta es «suficientemente buena», según lo entiende Winnicott, porque escucha e interviene con dulzura explicando a Jo que ella también ha vivido (e intentado corregir) emociones del mismo tipo. Obviamente, para Jo hubiera sido mucho más difícil elaborar el duelo si la madre hubiese reaccionado de forma equivocada (minimizándolo o enfadándose demasiado) y/o si la historia hubiese acabado mal, con un riesgo característico de las emociones no integradas, alternando fases en que la agresividad se dirigiría hacia sí misma (sentimiento de culpabilidad) y otras en las que Jo la dirigiría contra el otro.10
Me parece interesante hacer una última observación sobre el caso de Jo. Volveremos más veces en el curso de este estudio sobre la estrecha relación que existe en muchas intervenciones útiles en situaciones de regresiones a un nivel borderline, entre intervenciones de orden pedagógico y terapéutico. Como si terapia e intervención educativa a veces pudieran coincidir plenamente. Tal como sugieren numerosas experiencias de comunidades terapéuticas11 y, como en este ejemplo, demuestra la eficacia no sólo sintomática de la intervención de la madre de Jo: una intervención capaz de utilizar un incidente «banal» para ayudar a Jo a elevar su capacidad de integrar las vivencias escindidas y el nivel de umbral de su riesgo de regresión. Una intervención que hubiera sido mucho más difícil (lo repito aquí una vez más):
1) si el incidente de Amy hubiese tenido otro desenlace y más trágico; una observación que nos lleva a subrayar algunos aspectos relativos a la casualidad de la evolución en el tiempo de una experiencia de este tipo;
2) si la relación entre Jo y la madre no hubiese sido una relación construida desde hacía tiempo sobre la confianza y la reciprocidad de los afectos. Una observación que nos lleva a subrayar desde otro punto de vista la complejidad del concepto relacionado con los valores de umbral para la activación de un funcionamiento borderline.
Volveremos sobre este punto utilizando muchos ejemplos de diferente tipo y naturaleza. Lo que es importante destacar aquí es que el funcionamiento borderline es de todas formas uno de los funcionamientos posibles de cualquier mente humana. En todos los casos corresponde a una etapa fundamental del desarrollo psíquico. Depende de que se supere un umbral de activación que es diferente de una persona a otra (y distinta en el tiempo para la misma persona) cuyo valor inicial se establece al final de un recorrido evolutivo que avanza durante mucho tiempo en el transcurso de la infancia. Este umbral de activación es especialmente bajo en las personas que presentan clínicamente un trastorno de la personalidad, y es un índice exacto, cuanto más elevado es, de la madurez y fiabilidad de una persona. Pero no es fijo sino que oscila continuamente en relación con las dificultades que presenta la vida. No obstante, lo más importante en el análisis clínico es la forma en que, una vez activado, el funcionamiento borderline puede:
1) retroceder rápidamente en las situaciones en las que su activación está ligada a circunstancias que así lo prevén: el estadio deportivo, la discoteca, el concierto de rock o la participación, en cualquier caso, en emociones pasajeras de un colectivo grande;
2) retroceder en tiempos cortos o medios si el trauma que lo ha inducido se ve superado por los hechos o elaborado psicológicamente de forma correcta;
3) ampliarse, aumentando su poder intrusivo: dentro de la situación que lo ha provocado y lo apoya y/o fuera de ésta.
Volveremos en más ocasiones sobre este concepto a lo largo de este estudio. Aquí basta con enunciarlos. En lo que respecta al punto 1), hasta ahora puede ser útil discutir el ejemplo sencillo del estadio en el que la mayoría de los espectadores acepta funcionar a nivel borderline mientras dura el partido. Al salir del estadio, la gran mayoría de los hinchas actúa como Jo, en el sentido que vuelve con bastante rapidez a niveles de funcionamiento psíquico más normales. Sin embargo, algunos lo hacen con mayor dificultad y en tiempos más largos, presentando el problema, que es esencial para este estudio, de las diferencias individuales en materia de umbral de activación y de desactivación del funcionamiento borderline. Un concepto este último básico para toda nuestra reflexión sobre los valores de umbral, en la medida que debe mantenerse una diferencia fundamental entre:
a) situaciones en las que la regresión a un nivel de funcionamiento mental borderline se ve favorecida o acompañada de un acto voluntario de la persona consciente que se predispone a disfrutar de una diversión que prevé este cambio (partido de fútbol, cine, novela popular o experiencias musicales) o al intento de escuchar a otra que se está moviendo en ese nivel (como lo hace el psicoterapeuta regularmente y como deben hacer cada día quienes trabajan con niños); situaciones en las que la persona que retrocede a un nivel borderline se halla inmediatamente predispuesta a regresar a un nivel de funcionamiento más integrado de la mente cuando dicha regresión deja de ser útil o necesaria;
b) situaciones en las que la regresión a un nivel de funcionamiento mental borderline se manifiesta activándose autónomamente con enorme facilidad, frente a hechos nimios incluso, haciendo difícilmente comprensibles a los demás el comportamiento de esa persona, y en los que ésta tiene dificultades más o menos notables para encontrar niveles de funcionamiento integrados;
c) situaciones en las que la regresión a un nivel de funcionamiento mental borderline se activa automáticamente tomando, por así decirlo, de sorpresa a una persona en general bastante equilibrada, que la padece y que utiliza los mecanismos ligados a ésta para defenderse de una angustia que se percibe como insoportable. Como sucede en muchas situaciones difíciles de la vida, y especialmente en el caso del duelo y/o del síndrome postraumático, en los que la regresión a un nivel borderline de defensa basada en la escisión y en el mantenimiento del principio de realidad se considera necesario y en cierto modo «fisiológico».
Duelo y síndrome postraumático: dos ejemplos «normales» de regresión borderline
Los estudios de Bowlby (1980) y Parkes (1972) sobre la psicopatología del duelo, normal y patológico, asociado en particular a la pérdida de un ser querido, demuestran que los mecanismos defensivos activados para evitar el enfrentamiento directo e insoportable con el dolor se basan en la escisión (Figura 1.1). Tras una primera fase en la que el mecanismo que se activa suele ser el de la negación («Nada de lo que me han dicho ha sucedido realmente todavía»), las fases sucesivas se basan habitualmente en la escisión y en toda una serie de fantasías «delirantes» sobre la culpa que se atribuye alternativamente a un malvado (el médico que no entendió a tiempo o que cometió una imprudencia fatal), a sí mismos («No entendí a tiempo, no impedí que él/ella hiciese aquella imprudencia») y/o a la persona que ya no está («¿Por qué me has hecho esto? ¿Por qué me has abandonado? Tenía que haber sido más atento, tenía que haberme comportado de otro modo»). El uso alternativo y fluctuante de estos mecanismos de defensa define una situación en la que, en un contexto de duelo normal, la persona mantiene esencialmente el principio de realidad al permitir aceptar que muchos rituales familiares y sociales son importantes precisamente en la medida en que canalizan, reconociendo su «normalidad» y urgencia, formas inmaduras de pensamiento borderline, de las que indican simultáneamente su relativismo espacial y temporal. No obstante, las cosas son distintas en las situaciones de duelo patológico, donde la regresión a niveles de funcionamiento mental borderline es más evidente y completa, mostrando el desarrollo de una sintomatología depresiva declarada y el riesgo de acciones lesivas para quien la padece.
Más adelante hablaremos extensamente del síndrome postraumático,12 describiendo en particular las infancias infelices (capítulo 3) y las consecuencias del trauma sexual (capítulo 7). Lo que es importante señalar es que las experiencias que subyacen en una regresión estable y grave de un individuo a un nivel de funcionamiento mental borderline suelen ser justamente las asociadas a la pérdida y al trauma, más menos evidentes (Cancrini, Rossini, 1996) o reconocidas.
La no especificidad del funcionamiento borderline: revolución y contrarrevolución
Reflexionemos ahora sobre una fase especialmente agitada de la Revolución Francesa remitiéndonos a la descripción de François Furet (1988, págs. 212-217).
Corre el año 1793. El rey ha sido ajusticiado el 22 de enero al término de un largo debate sobre la posibilidad de juzgarlo (la Constitución de 1789 lo consideraba «inviolable») y sobre su culpabilidad. La «Santa» alianza de los reyes y príncipes europeos derrota al ejército francés en Bélgica y en el Rin de modo que la Asamblea Constituyente intenta reforzarlo llamando a las armas a trescientos mil hombres. El rechazo a obedecer las órdenes de los republicanos abre en el mes de marzo la revuelta (contrarrevolución) de la Vendée. Analizados con la distancia que da el tiempo, los motivos de esa revuelta son muchos y complejos. La insatisfacción de los campesinos, ante todo, que no admitían el exceso de novedades impuestas por una burguesía liberal «que ha leído a Voltaire y la Enciclopedia» y que adquirió para su propio beneficio los bienes eclesiásticos, exhibiendo desde las ciudades donde residían una «actitud innegable de superioridad ante el retraso del campo». El resentimiento, natural y violento, de los menos afortunados se juntó con los problemas que planteaba la cuestión religiosa. En las regiones de la Vendée una parte importante de los sacerdotes no había aceptado jurar fidelidad a la Revolución (el Papa se opuso al juramento y los sacerdotes tuvieron que elegir entre obedecerle a él o a la Asamblea) y la jerarquía eclesiástica, atacada abiertamente por la revolución, se convirtió en el aglutinante natural de una revuelta que unió a los pobres de siempre, los campesinos, con aquella cuota de artesanos urbanos y de notables, pequeños y grandes, que se sintieron alterados o perturbados por la ejecución del rey. Todo ello en un contexto en el que el «heroísmo militar —si es que se podía hablar de heroísmo, visto que el ejército de la Vendée también vivió momentos de pánico— se nutría de fanatismo religioso y de la promesa del Paraíso» para quienes combatieran por su fe y por el rey.
En el otro bando, la reacción de la Asamblea Constituyente en París fue en cierto modo previsible pero no por ello menos trágica. Lo que no podía aceptarse en el año de gracia de 1793 es que una parte de la población francesa se separase del cuerpo político de la nación. La revolución fundó la nación moderna sobre la universalidad de los ciudadanos y la insurrección rural de marzo de 1793 la amenazaba en lo más profundo más que el alineamiento de sus enemigos externos, por peligrosos que fueran. Y por esta razón la Asamblea Constituyente no tuvo otro modo de vencerla e incluso de pensarla, pues, que asimilándola lisa y llanamente con el enemigo. En estas condiciones la Vendée se convirtió, para los constituyentes y para el resto del pueblo parisino y francés, en una de las diversas manifestaciones de un complot urdido por la aristocracia, que desde el principio era justamente el enemigo. Así pues, se recurrió a un típico movimiento borderline basado en lo que históricamente se llama «el exorcismo de un complot» y que si no se controla conduce inevitablemente al terror.
COMENTARIO
El ejemplo presentado demuestra que un contexto social y político caracterizado por niveles de tensión e incertidumbre sobre el futuro especialmente elevados puede promover un funcionamiento de nivel borderline en grupos enteros de personas. Las convicciones radicales que esto genera en ambos bandos equivale en la práctica al auge del fanatismo, religioso y/o político, siendo su manifestación más evidente la promesa (en la que alguien «cree» de algún modo) del Paraíso para quienes mueran en combate. Desde el punto de vista psicopatológico se basan en la potencia de los mecanismos defensivos ligados a la escisión (Figura 1.1), siendo los comportamientos ligados al fanatismo ejemplos especialmente interesantes y peligrosos.
A este respecto es un factor importante el tiempo y la distancia que habitualmente necesitan los seres humanos para funcionar de un modo más o menos abiertamente borderline mientras razonan y discuten sobre los hechos que les rodean y de los que se sienten o creen ser protagonistas. El análisis de Furet sobre la complejidad de las motivaciones que originaron la revuelta vendeana era sencillamente imposible para una gran parte de las personas implicadas en aquella experiencia. Por falta de información, ante todo, porque muchas de las cosas que el historiador puede reconstruir a distancia de tiempo no son visibles para quien vive una experiencia tan compleja, pero también porque la implicación emocional es tan fuerte que hacía aparentemente necesaria una explicación más sencilla que sirviera para canalizar emociones que de otro modo serían ingobernables.13 El funcionamiento mental borderline puede verse en estas condiciones como un reflejo defensivo muy importante en la medida que permite al individuo (y al grupo) darse una explicación de lo que sucedía, evitando así el extravío depresivo de quien se ve agobiado por acontecimientos «incomprensibles». Esto no quiere decir que no puedan existir individuos o pequeños grupos de personas que consiguen mantener un funcionamiento psíquico normal, de un nivel más elevado, viviendo y expresando una duda (dolorosa) y una (dolorosa) falta de certidumbre sobre lo que realmente estaba sucediendo. Si la crisis que vive el colectivo grande es espectacularmente dramática, si las presiones externas son especialmente fuertes —como en el caso de la Revolución Francesa, en la que se vivía y experimentaba todo un choque decisivo entre lo nuevo y lo viejo, entre revolución y contrarrevolución—, sucede entonces que la gran mayoría de individuos queda trastornada por oleadas violentas de funcionamiento borderline, buscando y hallando refuerzos para sus convicciones en los comportamientos y posturas ajenos. Cuando la intrusión de esta oleada contagiosa es intensa, las personas que expresan sus dudas acaban siendo rápidamente tachadas de enemigos. Como sucedió en esa época porque el fanatismo religioso y el terror revolucionario fueron fenómenos directamente relacionados con la intrusión totalizadora de las regresiones. En cambio, cuando la crisis experimentada por el grupo grande no es tan dramática, una parte importante de los individuos y de los grupos mantiene su capacidad de reflexión y podrá oponerse de forma eficaz al desarrollo de una ulterior intrusión del funcionamiento borderline. Estos dos procesos tienen en común un elemento de interés particular. La intrusión máxima del primer caso es un fenómeno que tiende a retroalimentarse, mientras que en el segundo caso se tiende a retroalimentar la tendencia a organizar un pensamiento estructurado.
Los vendeanos y republicanos de 1793 se comportaron de un modo francamente borderline. Aun así, cuesta creer que se tratase de dos bandos contrapuestos de personas «enfermas» o portadoras de «estructuras borderline». Lo que parece más verosímil y que halla confirmación en los estudios realizados por Freud y seguidores sobre la psicología de masas y/o de los grandes grupos es que en estas situaciones se establece una regresión a niveles primitivos de funcionamiento de un número rápidamente en aumento de personas que se «contagian» la una de la otra. El refuerzo de la regresión está ligado a los mensajes procedentes del bando contrario dentro de una secuencia comunicativa caracterizada por la escalada progresiva del tono, las amenazas, las acusaciones y las agresiones recíprocas. El resultado es un progresivo aumento de las personas implicadas.14
Formas de comportamiento ligadas a un funcionamiento mental borderline
El aumento de las vivencias y comportamientos producto de una regresión a un nivel del funcionamiento mental borderline no implica que todos los miembros del colectivo en crisis se comporten igual. Como tendremos ocasión de discutir, emergen manifestaciones muy distintas de una misma regresión, asociadas esencialmente al repertorio borderline de cada individuo.
Descritas con gran eficacia por las modernas investigaciones sobre el trastorno de personalidad, estas manifestaciones componen un cuadro bastante complejo. Volviendo a la Revolución Francesa como ejemplo significativo de crisis del colectivo, aparecen trastornos de la conducta muy esclarecedores que se remiten a las manifestaciones que actualmente se presentan como típicas de estos trastornos: antisociales (crueldad gratuita y sadismo), histrionismo (dramatización emocional de las necesidades y reacciones), borderline (impulsividad autodestructiva), paranoias (proyección de la angustia sobre el otro), dependencias (yo creo en Él) o narcisismo (yo creo en Mí), con importantes consecuencias, de modo que aquellos que a menudo aparecen como líderes en esta fase son personas que presentan de forma especialmente evidente uno y otro de estos problemas.
Obviamente, este tipo de observaciones no entra en la cuestión de la validez, ética o funcional, de las posturas que asumen los líderes del colectivo en crisis. Es importante reflexionar sobre las vías que el grupo toma con mayor facilidad. Hacia el totalitarismo, según lo entienden Arendt (1951) y Furet,15 si en primer lugar (como en los casos de Hitler y Stalin; véase el capítulo 5) van el desarrollo paranoico, que depende de una cohesión del grupo, que dirige sus angustias sobre un enemigo exterior, y las tendencias antisociales (que imposibilitan la expresión del desacuerdo). Hacia el retorno a situaciones menos dramáticas si en primer plano se sitúan la impulsividad borderline y la grandiosidad narcisista (como en el caso de Robespierre, véase el capítulo 5), cuando, forzadas hasta el límite de la utopía, las posturas extremas ligadas a la elevada intrusión del funcionamiento borderline dan lugar a construcciones improbables y cada vez menos seguras, mientras aumenta en el mismo grupo el número de personas (los llamados «termidorianos») que no se sienten a gusto en el clima exasperado de los movimientos extremos, que advierten una necesidad prepotente de normalidad y se distancian de las posiciones inevitablemente inestables y violentas del colectivo que funciona a nivel borderline.16 Es importante señalar que las personas implicadas en este tipo de situaciones se comportan de modo distinto porque sus historias y esquemas defensivos son diferentes, aunque igualmente todas funcionan regularmente en un nivel borderline. Sus diferentes defensas (nos ocuparemos de ellas en los capítulos 2 y 3) se basan en mecanismos que presuponen la escisión, mientras que el principio de realidad se mantiene.
Un ejemplo de funcionamiento borderline más o menos intrusivo: el caso de Mario y Tilde
El paso desde las situaciones extremas de masas humanas implicadas en una crisis de relieve histórico a la de la pareja puede parecer osado a primera vista. Sin embargo, en la práctica la regresión a niveles de funcionamiento borderline es evidente para un gran número de personas que se sienten (y en el fondo lo son) bastante normales, sobre todo en lo referente a su vida de pareja. Desde esta perspectiva la dificultad vivida dentro de la relación de pareja puede considerarse el indicio más sensible de la predisposición de una persona a funcionar en niveles borderline y la situación en que este tipo de regresión es posible, incluso en personas que se destacan por tener un umbral de activación de este tipo de funcionamiento regresivo muy elevado.
El caso de Mario y Tilde es el de un matrimonio muy deseado por parte de ella y aparentemente «padecido» por él. Mario es un abogado de éxito y Tilde, que tiene casi veinte años menos, ha sido una de sus alumnas. Pero con el paso del tiempo ella ha llevado a cabo iniciativas tendentes a subrayar su autonomía, nunca del todo real, respecto del marido. Al principio cambiando de facultad (para no trabajar con él en una posición de subordinada), dedicándose a estudios complejos que le «imposibilitan» hacer de «señora de la casa» y licenciándose posteriormente en una situación que hace inevitable su salida del hogar. Al estar centrado en la autonomía de la esposa, el choque fue duro desde el principio pero no impidió que ambos llevaran una vida de pareja normal y a menudo feliz. Una vez licenciada, Tilde plantea con fuerza el dilema de la mujer que elige entre un trabajo o un hijo y Mario reacciona con rabia. Cada vez el choque es más fuerte y abierto. Lentamente, Mario empieza a aislarse todas las noches en su despacho de abogado, donde dice trabajar aunque en realidad se dedica a beber, mientras Tilde cada vez se ocupa menos de él y de la casa. Es durante esta fase de desencuentros abiertos y violentos cuando Tilde asume la iniciativa de separarse legalmente de Mario, una iniciativa que tiene un evidente componente de «llamamiento» polémico mientras ambos siguen viéndose y peleando.
Durante las sesiones (en principio solicitadas por el alcoholismo de Mario) y en los intervalos entre éstas, el comportamiento recíproco de Mario y Tilde se manifiesta de forma creciente más alterado y doloroso. El terapeuta que intenta ayudarles a encararse se topa con una resistencia extremadamente rígida, provocada indiferentemente por uno u otra. Cuando Mario la busca, admitiendo que la necesita, Tilde se escuda en sus dudas, dice que no puede fiarse y se vuelve inasequible. Entonces Mario deja de buscarla y Tilde se preocupa por él y lo busca activamente. El modo que tiene Mario de responder a la llamada de su esposa es totalmente especular de la de ésta. Cuando se les comenta su comportamiento ambos admiten la contradicción asociada, en la reconstrucción, a la violencia desatada y no controlable de las emociones que provoca la simple presencia (o existencia) del otro. La clara conciencia de la «imposibilidad» de comportarse de otra forma es dolorosa y auténtica durante la entrevista. («La culpa es mía, soy yo que no consigo cambiar», llegan a decir con palabras o llanto), pero se ve continuamente anulada (fuera de la sesión y dentro) por el esquema defensivo que atribuye la culpa al otro. La oscilación de los estados de ánimo que corresponde a esta variación de juicio siempre es rápida, no prevé y no permite pasajes intermedios ni puede ser prevista ni controlada por ninguno de los dos. Las emociones vividas son extremadamente fuertes y se expresan de forma conveniente a través de dos personas dolorosamente implicadas en una vivencia que ambos consideran la más importante de su vida.
COMENTARIO
Dolorosa y difícil de mantener, la interacción de pareja de Tilde y Mario se define por la notable intrusión en su interior del funcionamiento borderline. La lectura en términos de ataque de las comunicaciones más inocentes es su manifestación más clara y equivale, cuando uno de los dos trata de interrumpir la disputa poniéndose en «down»,17 a una reacción dudosa de suspicacia que prepara inmediatamente el retorno a una pelea mucho más fuerte, al menos cuando están juntos, expuestos al efecto del campo de la relación de pareja, de su intento de controlar y controlarse. Sin embargo, lo que más impacta desde el punto de vista del terapeuta, es la forma completamente distinta y mucho más normal en que cada miembro de la pareja se relaciona con éste cuando está solo. La locura de estas dos personas que, si bien con esfuerzo, continúan con su vida profesional y son capaces de «ver» y reconocer gran parte de sus reacciones más ilógicas es evidente en la interacción de pareja. Pero la impresionante capacidad de intrusión del funcionamiento borderline se ha limitado durante tiempo a la relación de pareja y sólo con el tiempo empieza a pesar (el comportamiento alcohólico de Mario y sus consecuencias sobre el trabajo) sobre otras áreas de la vida social.
Las situaciones de este tipo, que todos los terapeutas de pareja y la mayoría de las personas que tratan con parejas conocen, son interesantes sobre todo para:
— aclarar que la intrusión del funcionamiento borderline puede subir o bajar en un único ámbito de relación;
— comprobar que, cuando la intrusión es muy elevada en un ámbito de relación significativo, el equilibrio general de la persona puede quedar perturbado o comprometido en la medida que la tendencia a funcionar a niveles borderline se extiende (¿por una bajada del umbral de activación?) a otros espacios de relación;
— comprobar que en situaciones de este tipo, lo que puede pasar en casos concretos es una pérdida, también parcial, del «principio de realidad», dando lugar a ese tipo especial de comportamiento psicótico que puede corresponder al delito pasional (véase el caso de Claudio a continuación).
La intrusividad que se extiende a un único ámbito de relación
Tilde y Mario parecen obligados a utilizar defensas basadas en la escisión y en la identificación sobre todo en el marco de la relación de pareja, pero son capaces de actuar de una forma más realista y adecuada en muchas otras situaciones. Cuando están «fuera» del campo emocional de la relación, perciben dolorosamente lo inapropiado de su comportamiento y son capaces de «decidir» con una cierta lucidez ir a la terapia porque reconocen su necesidad. Su Yo es lo bastante fuerte como para apartarse de la orilla observando el tumultuoso río de sus emociones y reacciones aunque pierdan progresivamente esta capacidad tan pronto el mecanismo disfuncional de la pareja vuelve a alzar el vuelo. Dentro de ciertos límites la sesión de terapia confirma la posibilidad de mantener una distancia respecto al mecanismo que los perturba. Una tercera persona (o cualquier otra circunstancia exterior significativa) los ayuda a verse reaccionar, evitando que pasen a la acción («No puedo más y me voy») y que abandonen su intento de cambiar. La relación terapéutica es un contexto que ejerce una presión suficientemente fuerte, un contexto del que se reconoce la legitimidad y la significación de modo no verbal, presentándose a las sesiones, respetando sin especial dificultad y en cierto modo «naturalmente» las reglas de la consulta (horarios, honorarios, función del terapeuta), incluso en los momentos en que las emociones que afloran en la sesión son tan violentas que impiden cualquier reflexión sobre lo que sucede «dentro» de la pareja. Muy distinto es cuando la intrusión del funcionamiento borderline se extiende a la relación con el terapeuta, haciendo imposible la percepción consensual de las señales que identifican un contexto terapéutico. Eso da lugar a una crisis que con el tiempo podría corresponder a una pérdida de la capacidad de distinguir y delimitar los contextos y el desarrollo de una fase psicótica transitoria.
El caso de Irma y Claudio: el brote psicótico y la tragedia
La historia de Claudio se caracteriza por éxitos en el plano laboral, escasas amistades y repetidos fracasos en las relaciones sentimentales: un matrimonio que concluyó con una trayectoria muy conflictiva y una convivencia que terminó «mal» al cabo de cuatro años. En general sus relaciones presentan un inicio fulgurante de gran amor y el desarrollo progresivo de una incompatibilidad marcada por la frecuencia y precoz irreversibilidad de las disputas. El carácter de Claudio, según el juicio unánime de quienes lo conocen, es difícil. Muy serio siempre en el trabajo, frío y un poco distante con las amistades, voluble en amor: al principio es expansivo y entusiasta, luego se vuelve posesivo, celoso y, a veces, violento.
El encuentro con Irma parece seguir el mismo guión, pero presenta al menos dos diferencias. La primera es que Irma se llevó a vivir con ellos a un hijo de un matrimonio anterior, pidiendo a Claudio (y obteniendo en parte) un notable esfuerzo de adaptación. La segunda es que Irma, en una fase ya difícil de la relación con Claudio, se quedó embarazada.
La excitación borderline de los hechos que siguen se pone claramente de manifiesto en la transcripción del relato que se entregó para su supervisión.
El paciente presentaba al principio el sufrimiento asociado a la culpa que sentía por el crimen cometido y luego, poco a poco, fueron emergiendo muchísimas cosas más. Así, el paciente ha matado a su compañera, con la que mantenía una relación desde hacía pocos meses. La mató en abril (la relación se remontaba a septiembre del año anterior) y lo hizo después de que, pocos meses antes del homicidio, de común acuerdo decidieran buscar un embarazo, es decir, tener un hijo; un embarazo que por otra parte no se presentaba sencillo, pero que en cierto modo tuvo que planearse ya que, a causa de un problema de hipomovilidad de los espermatozoides del paciente, fue preciso practicar una serie de tratamientos hormonales a su compañera y una inseminación artificial. Al segundo-tercer mes de embarazo aparecieron problemas, más que nada debido a la intromisión de la familia de ella, que conllevó el alejamiento de la mujer y el regreso a su pueblo de origen, con la decisión unilateral de abortar. Al cabo de pocos días el paciente cometió el homicidio. El paciente conoció a su compañera, que luego se convertirá en su víctima, durante unas vacaciones en Perú. Al poco tiempo decidieron convivir juntos y ella se trasladó a casa del paciente, una vivienda dividida en dos plantas que compartieron con los padres del paciente ya que se trata de dos viviendas distintas. Aparentemente no existían motivos de desacuerdo entre el paciente y su compañera. Esto por lo que se refiere a la información que he conseguido recabar del paciente y de sus padres. Además, en la declaración el paciente sólo dice que la familia de ella era contraria a esta relación y a la decisión de buscar un embarazo, también debido a que la mujer estaba separada desde hacía unos años de otro hombre y ya tenía un hijo de 11 años, por lo que también se planteaba el problema del niño que se había trasladado con su madre, que según lo que decían el paciente y los padres de éste mantenía una buena relación con él, aunque en un cierto momento empezaron a aparecer tensiones. La familia de ella se volvió cada vez más insistente en su intento de hacerla regresar a casa o por lo menos en que lo hiciera el niño. Al paciente empieza a desagradarle la intromisión de los familiares, de los suegros, digamos, y en cierto momento, la víctima, la futura víctima, decidió regresar a F. y abortar sin que él lo supiera.
La narración del terapeuta, él mismo lo declara, es parcial. Irma ya no existe y no ha podido hablar con los familiares de ésta. Desde el punto de vista que nos interesa, relativo a los niveles de funcionamiento mental borderline, la historia permite más de una observación.
1) a propósito de lo que sucedió entre Claudio e Irma. El enamoramiento en Perú, la convivencia, la tenaz búsqueda de un hijo, la decisión de Irma de separarse y de abortar: siete meses de una historia que procede a través de emociones extremas y no integradas, típicas del «gran amor» que se desarrolla entre dos personas que, de pronto, en su relación, funcionan a nivel borderline (alimentando recíprocamente su regresión);
2) a propósito de lo que sigue sucediendo en la mente de Claudio, que nos relata los hechos. Una historia «en blanco y negro»: él es el bueno, Irma la víctima, ellos (los familiares) los malos, y los hechos más difíciles de reconducir en este esquema interpretativo (especialmente los asociados al crimen, a su manifestación y a la explosión de una agresividad fuera de control) quedan ocultos por un velo de «confusión»;
3) a propósito del terapeuta y del funcionamiento, no del todo integrado, de su mente, que emotivamente parece «adherirse» en muchos puntos a la tesis mantenida por Claudio.
En el curso de pocos días, el paciente intenta ponerse en contacto con su compañera, también porque aún ignoraba que se había producido el aborto, la interrupción del embarazo, al parecer voluntaria, si bien el paciente estaba convencido de que no era así e insiste en ello diciendo que después de una de las enésimas llamadas telefónicas de los familiares de la mujer, ésta empezó a darse con los puños en la barriga por lo que él está convencido que tras estos golpes se produjo una interrupción no voluntaria del embarazo.
La versión de Claudio es clara de acuerdo con este pasaje: en su fantasía, Irma no quería abortar, no quería dejarlo, fueron los otros quienes la empujaron y la obligaron a hacerlo. El terapeuta, «de barriga», se muestra muy cercano.
Ésta es un poco la historia. Luego hay que añadir algunas cosas más. En esta situación, donde clara y probablemente el paciente, que así lo admite, en los últimos tiempos y tras el alejamiento de la compañera de la casa intentó por todos los medios, incluso de una forma un tanto exagerada, tal vez incluso atormentándola, reanudar la relación, hasta que supo por el abogado de la mujer que se había producido el aborto. De todas formas, en los últimos días se produjo una serie de acontecimientos: mientras la futura víctima volvió a B. a recoger sus cosas en casa del paciente junto a amigos de la familia, el paciente llegó a preparar celebraciones de «bienvenida», pero en cambio recibió puñetazos por parte de estos amigos de la familia que verosímilmente no apreciaban, quizá, más allá de las celebraciones, la excesiva insistencia del paciente. Y luego en el momento del crimen estas personas reaparecieron, luego tuvo lugar la intervención de la policía de F., aunque no entiendo si por mediación de los amigos de la familia que intentaron desaconsejar al paciente que insistiera en reanudar la relación con su ex compañera.
El relato del terapeuta sigue aquí el de Claudio casi al pie de la letra. El nivel de las emociones crece, los detalles se confunden. Se percibe un residuo de perplejidad en el terapeuta cuando dice «quizá la excesiva insistencia por parte del paciente», pero su adhesión emotiva a la vivencia del paciente es fuerte, e impacta que el terapeuta no exprese la necesidad de profundizar, de saber más. Volveremos sobre el problema del contagio borderline en el capítulo dedicado a los terapeutas (capítulo 6). Sin embargo, hasta ahora es importante señalar un hecho extremadamente sencillo: sólo es posible acoger y «comprender» si se acepta una regresión (provisional) de la propia mente al nivel en que funciona la del paciente, y no siempre es fácil, al salir de la entrevista, volver de inmediato a una visión más integrada.
Pasemos al crimen ahora. El paciente estaba siguiendo desde hacía pocos días una terapia antidepresiva18 prescrita por el médico de familia (dice que) vivía de forma persecutoria el que estos amigos lo hubieran golpeado, interpreta la presencia de algunos coches aparcados cerca de su casa como pertenecientes a personas que podrían haberle amenazado, por lo que toma el permiso de armas, se procura una barba falsa y va a F. con la intención de hablar con la compañera; lo consigue y por lo que parece por los hechos, de forma pacífica. Pero, mientras paseaban por F., vio a un policía y a uno de los amigos de la familia de ella que le habían golpeado y, presa del pánico y de sus vivencias persecutorias, extrajo la pistola y mató a la compañera. Él cuenta este hecho como un momento de apagón total, todavía está convencido de haber sacado la pistola para defenderse del policía o de uno de estos amigos de la familia. Prácticamente sólo tomó conciencia después de pasar la noche en el cuartelillo local de la policía de haber matado a su compañera, pero aún no recuerda haberlo hecho, a pesar de haber tomado conciencia de esto y de estar viviendo y afrontando con enorme pesar todavía la culpa por este acto. Éstos son, digamos, los hechos recientes que lo han traído hasta aquí.
COMENTARIO
La expresión «amigos de la familia de ella» es especialmente interesante. El terapeuta la extrae insistentemente del discurso y de las emociones de Claudio, que tiene una necesidad desesperada de mantener separada la figura de Irma de la de sus «enemigos». Los que han acompañado a Irma a casa del hombre y le han pegado no eran amigos de ella sino de la familia de ésta y por tanto enemigos de su relación. El reflejo (acting out) que cubre el «no recordar» de Claudio (un «no recuerdo» que el terapeuta cree auténtico pero que el juez considera instrumental, no reconociendo su incapacidad de entender y desear)19 probablemente está ligado a la idea de que Irma supiese que estaban allí, que les había pedido que la siguieran mientras se encontraba y hablaba con él. Al sentirla repentinamente cómplice de sus enemigos, Irma es «totalmente mala», una madre que traiciona y abandona, pasando bruscamente al otro extremo de una oscilación característica del mecanismo defensivo (la escisión) del que Claudio está haciendo amplio uso desde hace tiempo. Su gesto es cualitativamente distinto de los que le han precedido. En este momento Claudio pierde provisionalmente la capacidad de adherirse al principio de realidad. Completamente dominado por las emociones, Claudio mata a Irma ante los ojos de los presentes, no intenta huir, ni defenderse o atacar a los otros, permanece confuso sencillamente con la pistola en la mano y el aire aterrorizado de quien no está ya allí. En términos más sencillos, pierde el contacto con la realidad, la noción del acto que está realizando y de las consecuencias que tendrá éste, para Irma y para él.
En esta vivencia podemos distinguir dos niveles de umbral. El funcionamiento borderline de Claudio se inserta con una cierta facilidad en las relaciones amorosas, relaciones en las que la escisión domina el cuadro, empujándolo alternativamente hacia la idealización y la violencia. El desarrollo de la historia con Irma y la angustia que se deriva llevan a una superación transitoria del umbral sucesivo, al que conduce el funcionamiento psicótico, dando lugar a una ruptura de los límites que aparece con bastante frecuencia cuando personas que funcionan durante un cierto tiempo en el nivel borderline se enfrentan a situaciones extremas que su regresión ha contribuido a generar.
Una diferencia importante entre el caso de Mario y Tilde y el de Claudio: el concepto de trastorno de personalidad
El caso de Claudio nos introduce en uno de los conceptos clave de nuestro trabajo: el trastorno de personalidad borderline (al que dedicaremos los capítulos 3 y 4). Hasta ahora podemos señalar que afecta a:
1) personas que han vivido experiencias particularmente difíciles en el trascurso de su infancia (las «infancias infelices» del capítulo 3);
2) personas que presentan patrones de conducta —coherentes con estas experiencias desde el punto de vista de los significados relacionales— que los hacen evidentemente bastante problemáticos, sobre líneas que satisfacen los criterios de diagnóstico propuestos por el DSM-IV para el trastorno de personalidad (Tabla 1.5).
La literatura psiquiátrica moderna no está completamente de acuerdo sobre este punto, pero yo creo que es posible afirmar que los distintos trastornos de personalidad descritos en el DSM-IV en el Eje II son formas distintas de trastorno caracterizados por la posesión, en periodos suficientemente largos, de un umbral bajo para el funcionamiento borderline. Como bien ha observado Kernberg, uno de los mayores límites de la formulación actual del Eje II en el DSM-IV se asocia a la falta de indicaciones relativas a las caracteropatías de área neurótica.20 El que personas que sufren uno de los trastornos de personalidad puedan hacer una regresión (como le sucedió a Claudio), en condiciones extremas, incluso en un nivel de funcionamiento psicótico, no significa que estas personas no se distingan sobre todo por la facilidad de una regresión de nivel borderline.
TABLA 1.5. Criterios diagnósticos generales para los trastornos de personalidad (DSM-IV, págs. 691-692).
A. Un modelo habitual de experiencia interior y de comportamiento que se desvía notablemente de las expectativas de la cultura del individuo. Este modelo se manifiesta en dos (o más) de las áreas siguientes:
1) cognitiva (es decir, formas de percibirse e interpretarse a sí mismo, a los demás y a los hechos);
2) afectividad (es decir, la variedad, intensidad, labilidad y adecuación de la respuesta emotiva);
3) funcionamiento interpersonal;
4) control de los impulsos.
B. El modelo habitual resulta inflexible e intrusivo en una variedad de situaciones personales y sociales.
C. El modelo habitual provoca un malestar clínicamente significativo que compromete el funcionamiento social, laboral y otras áreas importantes.
D. El modelo es estable y de larga duración y el exordio puede remontarse al menos a la adolescencia o a la primera edad adulta.
E. El modelo habitual no resulta mejor justificado como manifestación o consecuencia de otro trastorno mental.*
F. El modelo habitual no queda asociado a los efectos fisiológicos directos de una sustancia (por ejemplo, el abuso de una droga, un fármaco) o a un estado médico general (por ejemplo, un trauma craneal).
* No es fácil comprender qué significa esta última afirmación: la noción de que un cuadro clínico susceptible de ser confundido con el de los trastornos de personalidad pueda ser consecuencia de otro trastorno mental (por ejemplo, la esquizofrenia) revela una concepción tradicional, aunque ya superada, de la psiquiatría más organicista.
Las consecuencias de esta afirmación son bastante importantes. Desde el punto de vista epidemiológico, las investigaciones llevadas a cabo en estos años sobre los trastornos de personalidad permiten creer que son diagnosticables un porcentaje que gira en torno al 10 % de la población general (Merikanges, Weissman, 1986; MacFarlane, 2004). Este porcentaje puede subir al 30 % (como hemos visto hablando de «fases problemáticas» y como veremos en el capítulo 4). Al trabajar sobre muestras no seleccionadas de personas normales nos topamos con una situación en la que 1 sobre 10 presenta un funcionamiento abiertamente borderline y es mucho más alto el porcentaje de personas que pueden entrar y salir de esta condición regresiva, por tener en esa fase un umbral de activación relativamente bajo. Es en este nivel, probablemente, donde se producen las «epidemias» de trastornos borderline, típicas de todas las crisis de colectivos grandes. Por otra parte, el análisis clínico y la investigación sugieren que la frontera entre estos dos «conjuntos» de personas es más bien fluida: a distancia de años, las mismas investigaciones señalan una cierta inestabilidad en el diagnóstico (de forma más evidente hasta los 21 años pero no es exclusiva de esta fase), que impide delimitar de manera nítida el segundo conjunto (el de los que «entran y salen») y el de los «normales». Experiencias vitales más desafortunadas pueden volver inestable un equilibrio aparentemente consolidado, mientras que circunstancias personales más afortunadas pueden llevar al desarrollo de un equilibrio más sólido en personas que durante años «entraron y salieron» de una condición de funcionamiento borderline. (Figura 1.2)
Esto datos permiten explicar:
1) el por qué son tan elevadas las frecuencias de los trastornos de área borderline, respecto a los de área neurótica y psicótica, y la idea, en la que se inspira este libro, del océano borderline;
2) cómo y por qué se producen con tanta rapidez —en situaciones complejas como las que se derivan de una crisis social importante— las «epidemias» de regresión borderline.
Capacidad intrusiva del funcionamiento borderline y umbral de activación de un funcionamiento psicótico
La Tabla 1.6 es útil para presentar una analogía muy interesante entre lo que sucede en las parejas en crisis y lo que sucede en el gran colectivo implicado en una experiencia dramática: una analogía que alude a la capacidad de intrusión del funcionamiento borderline en las relaciones de pareja, en los grupos, entre dos miembros de una pareja y en gran parte de los individuos que componen el colectivo.

FIGURA 1.2. Reconstrucción hipotética de la distribución de las condiciones de funcionamiento borderline en la población general.
Los datos que se desprenden de esta tabla refuerzan nuestra hipótesis sobre la necesidad de integrar (sustituir) el concepto de estructura con el de funcionamiento. La gravedad de los comportamientos exhibidos por las personas que funcionan en un nivel borderline parece directamente asociada, en efecto, a la que hemos definido como «capacidad de intrusión» de este funcionamiento. Además, el estudio diacrónico demuestra con una cierta nitidez que la intrusión depende, en parte, de la distinta susceptibilidad de los individuos a la activación del funcionamiento borderline y, en parte, del desarrollo de los acontecimientos que se producen en el seno de la pareja o del colectivo grande. Así, es posible afirmar (o formular la hipótesis) que:
TABLA 1.6. Distintas reacciones de personas con umbral bajo, medio y alto de funcionamiento borderline que se ven implicadas en una situación difícil en el sistema de la pareja y del gran grupo.
| Activación del funcionamiento borderline | Intrusión intra- e intersistémica | Riesgo de comportamientos extremos | Esperanzas de recuperación de posturas más integradas | |
| Umbral bajo (30 %) | Rápida | Rápidamente notable, dentro y fuera del sistema activado | Alto | Modestas |
| Umbral medio (40 %) | Menos rápida | Menos rápida, a menudo limitada, al principio, al sistema activado; pero si la situación transitoria persiste, puede aumentar la intrusión | Modesto | Discretas |
| Umbral alto (30 %) | Inexistente o bien transitoria | Rigurosamente limitada en el tiempo y al sistema activado | Ninguno | Buenas |
a) la situación de Claudio es más arriesgada desde el principio porque la historia de su vida demuestra una falta de armonía de fondo,21 sugiriendo por ahí la presencia de un umbral de funcionamiento borderline inferior al de Mario, al de Franco (véase «Un caso más cercano a la psicosis: el caso de Franco) o al de Irma. Sin embargo, Claudio reacciona de forma extrema con Irma, no con las otras mujeres que lo han abandonado. Las circunstancias relacionadas con el hijo de ella y con el que no nacerá probablemente tienen una importancia decisiva a la hora de establecer la intrusión extrema de su regresión;
b) personas muy equilibradas, con un umbral especialmente alto de activación del funcionamiento borderline, pueden conseguir mantenerse fuera del círculo vicioso de los condicionamientos que perturban la vida de nuestros pacientes y la de tantas personas que viven de forma borderline una revolución o una contrarrevolución. Un atento análisis de los diferentes contextos muchas veces permite comprobar que personas dotadas hasta ese momento de un buen nivel de equilibrio (y de integración) «se deslizan» hacia el modo borderline, dentro de la pareja o del colectivo grande, sólo por un conjunto de circunstancias desafortunadas. Por lo tanto, también puede producirse una patología de nivel borderline incluso grave en personas que saben funcionar, cuando las circunstancias lo permiten, de manera mucho más integrada y normal.
Las observaciones sobre la intrusividad y la dependencia permiten encarar correctamente uno de los problemas más difíciles con los que nos topamos al trabajar con este tipo de situaciones. Efectivamente, permiten romper la contradicción que existe entre la gravedad emergente de un trastorno (que puede ser muy grande) y el problema de fondo de la persona (que puede ser mucho más modesto).
Antes de cerrar este apartado, propondremos dos reflexiones más. La primera alude al cálculo de un porcentaje del 30 % para las personas consideradas «de umbral bajo». Se trata más o menos del porcentaje de los trastornos de personalidad evidente o «latente» (se calcula tomando como referencia el análisis clínico y los escasos estudios disponibles) en la población general, indicados en el conjunto A y B de la Figura 1.2, ya que son posibles las migraciones de un conjunto al otro. Debe tenerse en cuenta que no se trata de personas «marcadas» por una diferencia estable, sino también de personas que en la fecha de realización de este estudio presentaban un umbral bajo por razones complejas que también atañen a las problemáticas vigentes en sus respectivos sistemas interpersonales más significativos. Parafraseando a Freud, la diferencia entre personas normales y personas que funcionan intrusivamente y/o establemente en un nivel borderline es cuantitativa y no cualitativa. La Tabla 1.7 lo presenta con evidencia plástica.
TABLA 1.7. La intrusión del funcionamiento borderline en situaciones establemente desfavorables: nivel individual y nivel grupal.

En los capítulos 3 y 4 nos ocuparemos de estos problemas; ahora nos detendremos en la capacidad de las personas que funcionan en un nivel borderline de modo intrusivo para mantener un contacto adecuado con la realidad que les permite no superar el límite que separa el funcionamento borderline del psicótico. Al afirmar que la persona que funciona en un nivel psicótico ha perdido la capacidad de distinguir y delimitar los diferentes contextos, nos vemos en la obligación de definir esta capacidad. En el análisis clínico, cuando está capacidad se reduce nos hallamos frente a un conjunto de situaciones que encabezan dos tipologías de personas:
1) las personas principalmente borderline (como Claudio) cuyo funcionamiento borderline se vuelve progresivamente más intrusivo en situaciones de estrés reconocibles y prolongadas, afectando a partir de un cierto momento a diversas áreas de su vida de relación y llegando a presentar fases, generalmente limitadas en el tiempo, de funcionamiento francamente psicótico;
2) las personas en cierto modo más cercanas a la psicosis, cuya capacidad de percibir y distinguir el contexto parece afectada de forma más seria y estable; personas que presentan una dificultad de fondo para distinguir de forma correcta el origen (del Sí mismo o del objeto) de sus representaciones mentales porque han superado con una cierta dificultad la primera de las tareas evolutivas descritas por Kernberg y, por lo tanto, presentan un umbral bajo para que se produzca una regresión a niveles psicóticos de su funcionamiento mental.
Con el análisis de este tipo de situaciones hemos vuelto al tema crucial de la frontera entre funcionamiento mental borderline y funcionamiento psicótico. Afrontaremos este tema aceptando que los brotes pueden suceder y suceden, por ambas partes, dando lugar a casos clínicos muy diferentes entre sí.
La fase psicótica como desenlace de una situación en la que la intrusión del funcionamiento borderline resulta excesiva: el caso de Simona
El modo en que la intrusión del funcionamiento borderline puede aumentar, pasando de ser ocasional a estable, y dar lugar a la pérdida de la capacidad de reconocer el contexto, afecta tanto a la situación del individuo como a la del colectivo grande (Tabla 1.7). En el curso de nuestro trabajo analizaremos diversos casos concretos; ahora nos detendremos en una experiencia de «psicosis aguda», como las que con notable frecuencia encontramos en los servicios psiquiátricos para una intervención de urgencia.22
Simona, de 26 años, vive sola desde hace ya unos cuantos años. Tiene estudios pero carece de medios para mantenerse por sí misma. Son los padres y hermanos quienes piden ayuda en su nombre. Simona, dicen, se encierra en casa, tiene «visiones» terroríficas, grita y amenaza con suicidarse. El ingreso en la sección de psiquiatría de un hospital se presenta como una intervención sanitaria obligatoria, en este punto, si bien Simona no opone resistencia. Mira al vacío, llora, habla de forma inconexa pero sigue dócilmente a la enfermera y acepta sin especial resistencia los cuidados que se le ofrecen. Reacciona bien de inmediato a los neurolépticos así como a la separación de la situación de estrés.
Los familiares presentan la historia reciente de Simona como una historia de desencuentros cada vez más ásperos que ya dura dos años. Simona no acepta reglas de ningún tipo, toma drogas, frecuenta personas «peligrosas» y se niega a dar cuentas de su comportamiento. Episodios similares a los que han obligado a pedir el ingreso se han dado al menos en otras dos ocasiones, dicen, siempre asociados a la ingesta masiva de sustancias, probablemente cocaína. El intento de acercamiento permitiéndole que viviera sola, insisten, ha fallado miserablemente porque con esta crisis Simona ha demostrado que no sabe cuidarse.
En el hospital Simona se recupera rápidamente. Cuenta que oye «voces» y tiene «visiones» pero pronto se distancia y se libera de ellas. El posterior traslado a una Comunidad Terapéutica la ayuda a recuperarse, permitiendo también reconstruir una historia que desde el principio está nutrida de inquietud adolescente y rebeliones similares a las de tantos jóvenes de su edad y notablemente complicada después por una compleja experiencia de pareja. Con esta experiencia, tempranamente infeliz, Simona siente que ha cambiado profundamente, ha puesto en peligro sus estudios e iniciado su relación, siempre muy irregular, con las drogas. El progresivo aumento de la tensión con la familia a partir de un cambio incomprensible e inaceptable (Simona nunca les ha explicada nada de su experiencia sentimental ni de su importancia a padres o a hermanas) y la pérdida casi completa de las amistades anteriores fortalecen aún más su relación de pareja y la ruptura de este lazo la deja en una situación insoportable. La crisis que la ha llevado a ser internada llega unos meses después en una situación que se define por la soledad y el abuso de sustancias tóxicas, que la familia percibió como un desafío cada vez más intenso y que ella ha vivido como el resultado de su fracaso personal.
COMENTARIO
Los problemas vividos en una situación afectiva difícil activaron niveles de funcionamiento borderline que probablemente antes se limitaban a la relación de pareja y luego se extendieron a las relaciones, ya tensas y difíciles, con sus familiares. El aumento de la intrusión encontró un cierto espacio de compensación en el estudio, que le permitió conseguir la licenciatura. Sola consigo misma, privada de afectos y proyectos, después de la ruptura de su relación de pareja Simona se encerró en sí misma y se desmoronó. El episodio psicótico se cierra rápidamente con su ingreso. La violencia de la crisis que vivió Simona obligó a sus familiares a darse cuenta de su sufrimiento. La terapia les ha ayudado, mientras Simona se encontraba en la Comunidad, a establecer sobre bases nuevas su relación con ella. El dramatismo de la crisis, bien utilizado en la terapia, permitió reanudar un discurso que llevaba interrumpido varios años.
El brote psicótico de Simona duró relativamente poco. Clara y comprensiblemente ligado a una serie de sucesos «estresantes» y a una dramática vivencia de pérdida, puede representarse como el desenlace natural de una situación en la que la intrusión del funcionamiento borderline fue tal que hizo invivible el malestar de Simona. La validez del trabajo terapéutico que se ha hecho con ella en el hospital y en la comunidad permite un rápido retorno a niveles de funcionamiento suficientemente integrados. No obstante, el precio que se ha pagado por la rapidez de la curación es evidente de inmediato para quien reflexiona sobre la prudencia con que Simona organiza su vida después de volver a casa: confía abiertamente en el apoyo de los padres y se mantiene alejada de todo lo que puede devolverla a experiencias traumáticas ya vividas. Es como si sintiera claramente la necesidad de ser más fuerte (de subir el umbral) antes de exponerse de nuevo a la posibilidad de cualquier complicación. Con esta postura manifiesta con cierta claridad, ya en esta fase, la posibilidad de usar mecanismos defensivos basados en la represión, muy ligados a la reaparición de una conflictividad triangular (edípica) de nivel neurótico.
El uso de neurolépticos es importante en la evolución de este caso, como en todos los casos de brote psicótico. La eficacia del fármaco es evidente casi «a primera vista» y la literatura psiquiátrica anterior a la introducción en la terapia de los neurolépticos demuestra con claridad hasta qué punto han reducido la duración de las crisis: de entre uno y tres meses de media a pocas semanas o días. Como también ha quedado bien demostrada la facilidad de las recaídas si la terapia se interrumpe demasiado pronto. Siempre es útil tratar durante meses o años con dosis bajas de neurolépticos a un paciente que ha tenido una crisis, un «brote» psicótico importante; como si el umbral del funcionamiento psicótico pudiese verse positivamente influido por este tipo de fármacos (Cancrini, 1997, cap. 2).
Resumiendo, el caso de Simona permite comprobar que a lo largo del tiempo una misma persona puede funcionar en niveles psicótico, borderline y neurótico. Desde el punto de vista de los valores de umbral, la facilidad y la estabilidad de los resultados obtenidos con una terapia centrada en la acogida y la escucha de sus problemas nos lleva a deducir que el umbral correspondiente al funcionamiento borderline es relativamente alto (las presiones ambientales necesarias para activarlo presentaban rasgos de excepcionalidad). El dramatismo y la rápida reversibilidad del brote delirante permiten considerar que el correspondiente al umbral de funcionamiento psicótico también es bastante elevado en relación con la violencia de las emociones extremas propias de las fases de funcionamiento borderline, que Simona y su entorno interpersonal parecen poco dispuestos y preparados para afrontar.
En sentido más general, el caso de Simona permite hacer una hipótesis interesante desde el punto de vista psicopatológico para enmarcar las situaciones en las que episodios francamente psicóticos se manifiestan en circunstancias especialmente difíciles y en una trayectoria vital que no corresponde a la de la esquizofrenia (o de la personalidad que presenta un umbral especialmente bajo para el funcionamiento psicótico). La gran semejanza y, a veces, el solapamiento completo de los episodios psicóticos típicos de las fases agudas de una trayectoria esquizofrénica y de las fases que complican la vida de las personas capaces de funcionar en niveles borderline y/o neuróticos y/o normales durante largos períodos de su vida ha llevado a los psiquiatras más atentos a distinguir dos itinerarios (o dos «enfermedades») completamente distintos entre sí (Cancrini, Ciani, 1968), siendo las crisis agudas la manifestación sintomática común. Al hablar de psicosis esquizofreniforme (pero no de esquizofrenia) el DSM ha planteado de nuevo la necesidad de esta distinción fundamental (Tabla 1.8).
Un caso más cercano a la psicosis: el caso de Franco
Un ejemplo de pérdida de contacto con la realidad y de confusión de las circunstancias asociadas a un trastorno esquizofrénico (de tipo B; en la Tabla 1.8) nos lo presenta el caso de Franco.
TABLA 1.8. La psicosis aguda como manifestación extrema de un funcionamiento borderline intrusivo A y como manifestación sintomática de una esquizofrenia (personas con un umbral bajo para el funcionamiento psicótico) B.
| Situación traumática desencadenante | Funcionamiento antes de la crisis | Respuesta a la terapia | Funcionamiento después de la crisis |
| A) Un hecho importante de gran alcance para la persona y su historia | Fluctuaciones conductuales ligadas a la intrusividad del funcionamiento borderline | Rápida | Borderline y/o neurótico y/o normal |
| B) (Suma de) pequeños sucesos vividos como «dramáticamente» negativos (Rogler, Hollingshead, 1965) | Retiro basado en un intento de evitación | Incierta | Psicótico, compensado por la evitación;borderline pero, igualmente, intrusivo |
El último de sus ingresos (el primero se remonta a ocho años atrás) se produjo a petición de los carabineros después que Franco empezara a seguir a una joven que encontró casualmente por la calle. Cuando ella, asustada, se «refugió» en su casa, él empezó a llamar insistentemente al timbre porque, junto al mismo, decía «llamar aquí». La indicación, interpretada como una señal dirigida personalmente a él, dio lugar en cortocircuito a un comportamiento que se repitió durante varios días hasta que la muchacha y su familia llamaron a la policía. El paciente proporcionó cándidamente a la autoridad su versión de los hechos, dando lugar a una denuncia y a una petición de ingreso. Hablando de ello posteriormente, Franco dirá, sin ser capaz de reevaluar críticamente este episodio, que se sentía (se siente) solo y que el deseo de tener novia es, después de todo, un deseo «normal para un chico de 30 años».
Franco mantiene el conflicto interno profundo de su identidad («Os obedezco y me curo pero yo no estoy mal») todo el tiempo, incluso en las fases en las que se comporta de manera más «normal», aunque las visitas de control cobran una significación cada vez más ambigua: acude puntualmente pero siempre señala que se encuentra allí un poco por casualidad. Nada más llegar, pide a quien le abre la puerta «un café y un vaso de agua» y permanece siempre a la defensiva durante la sesión, como si estuviese en un examen. Se dirige al terapeuta como a un amigo de la familia y lo interrumpe para preguntarle: «Pero ¿usted me quiere?». A veces se detiene cuando va a pagar la sesión, con el dinero que ha recibido de sus padres, para preguntar si puede quedárselo porque «siempre me encuentro poco dinero en los bolsillos». La mejoría Franco en esas fases se percibía en que, a diferencia de su actuación con los caribinieri, si se le devolvía a la realidad «entendía»: pagaba la sesión, aceptaba y seguía la terapia que le ordenada el médico «bueno» en quien confiaba. Que su funcionamiento fuese al menos de nivel borderline también en estas fases quedaba claro por la forma de describir el mundo del que procedía y al que volvía, un mundo definido por el hecho de estar con él o contra él y en el que nunca parecía existir el espacio necesario para representaciones más integradas. Un mundo en el que Franco conseguía moverse, preparando y pasando (con esfuerzo) sus exámenes universitarios, frecuentando un número limitado de amigos y, a veces, prostitutas. Evitaba sobremanera los compromisos afectivos, de los que había aprendido que podían trastocar su vida, precisamente por la violencia no integrada de sus representaciones del otro. Siempre que en su vida esta atenta y continua defensa de su equilibrio emotivo se veía atacada por sucesos nimios que ponían en crisis sus sistemas de seguridad (el nerviosismo opresivo del padre o el deseo suscitado por una chica que le gustaba), la percepción del contexto se interrumpía con una reducción de su habilidad para distinguir las representaciones internas de las externas (el pensamiento vivido como una alucinación o la idea de pensar el pensamiento de otro como base del síntoma que los psiquiatras llaman influencia o hurto del pensamiento) y con la pérdida de la frontera entre el Sí mismo y el no Sí mismo característico de las crisis psicóticas. Todo esto comportaba una limitación notable del trabajo terapéutico, que no puede traspasar la leve ambigüedad del contexto sin incurrir en el riesgo de una crisis porque Franco no se muestra disponible al enfrentamiento o a la contestación de los comportamientos ni al libre intercambio de emociones y ha tenido ocasión de mostrar toda la fragilidad de su equilibrio a los terapeutas.
COMENTARIO
En el caso de Franco vemos una alternancia de:
— un funcionamiento borderline en las fases de compensación caracterizado por una visión del mundo «en blanco y negro» (con una muy incisiva presencia de mecanismos basados en la escisión) y por una fuerte tendencia a evitar situaciones de implicación emocional (especialmente en temas en los que puede manifestarse la agresividad y la necesidad de intimidad con el otro sexo: puede hacer los exámenes, aunque con dificultades y tras larguísimos momentos de vacilación);
— un funcionamiento psicótico rápidamente visible cuando la implicación afectiva pone en crisis sus defensas.
La oscilación entre estos niveles de funcionamiento es inevitablemente regular. Obviamente, el más grave es el pasaje a la vertiente psicótica, que en este caso se produce con una cierta facilidad, determinando su incapacidad de ver e interpretar el contexto. Con un serio límite para el trabajo del terapeuta, que puede elegir contentarse, como en este caso, con las adaptaciones permitidas por el funcionamiento borderline.
La aportación de los fármacos neurolépticos, evidente también en este caso, se percibe en líneas similares a las del caso de Simona: abrevia la duración de la crisis psicótica y ayuda a prevenir su aparición. Aun así la situación es más grave ya que la eficacia del fármaco es menos patente y no deja ir más allá de los niveles de adaptación que son de todas formas precarios.23
Para esquematizar el recorrido hecho en estas páginas presentamos la Figura 1.3.
Tilde, Mario, los vendeanos, los republicanos y Franco no funcionan constantemente en un nivel borderline. Las oscilaciones entre niveles de funcionamiento distintos son una constante de la vida psíquica de todos ellos y de todos los seres humanos. Los tiempos de funcionamiento borderline son más o menos largos en relación con la disponibilidad de la persona y, sobre todo, cona la importancia y la persistencia de las causas que lo provocan.

FIGURA 1.3. Alternancia de los niveles de funcionamiento: a este lado y al otro del confín (pero el término confín se ha utilizado aquí de manera más pertinente: no implica pensar en los de los océanos).
Funcionamiento borderline y procesos individuales: la observación diacrónica
Detengámonos en el significado diacrónico de la figura 1.3. La aplicación de este esquema a un proceso individual permite verificar que todos los seres humanos pueden funcionar en cualquiera de estos niveles en momentos y fases de su vida distintos. Nadie funciona siempre sólo en uno o dos de ellos, con la excepción tal vez de algunas de entre las formas más graves de psicosis infantil.24 Por este motivo, hablar de personas o de personalidades estructuradas en el área neurótica, borderline o psicótica en realidad pretende indicar de una forma un poco simplista situaciones en las que:
1) el umbral de activación de dichos niveles de comportamiento es especialmente bajo;
2) el contexto en el que se mueve esa persona facilita o hace (casi) obligatorio un cierto nivel de funcionamiento.
Este concepto, sencillo sólo en apariencia, plantea problemas complejos desde el punto de vista de la nosografía psiquiátrica. Tan pronto lo aceptamos, efectivamente, es necesario renunciar no sólo a las ideas tradicionales sobre «enfermedad» sino también a la idea de estructura de personalidad rígidamente definida de una vez por todas y sustituirlas por la de los niveles de funcionamiento, de disponibilidad (umbral) y de utilización de dichos mecanismos.
Un modo sencillo de señalar esta novedad consiste en renunciar (como aconsejaba en otras circunstancias Mara Selvini Palazzoli) al uso del verbo «ser» cuando se presenta un diagnóstico psiquiátrico. En lugar de afirmar que una persona «es» neurótica, borderline o psicótica, se debería decir, con más prudencia, que esa persona se comporta de modo (o funciona en un nivel) neurótico, borderline o psicótico en una cierta situación o en un conjunto más o menos amplio de situaciones y en un cierto momento o en una cierta fase de su vida.25 Una elección que tal vez complicaría las cosas desde el punto de vista de las titulaciones, tal como están configuradas actualmente, o de la medicina legal y/o de los seguros, pero que sería mucho más respetuosa con la realidad de los hechos.
En la práctica psiquiátrica cada vez son más evidentes las pruebas de la utilidad (y necesidad) de afrontar de esta manera el problema del diagnóstico, sobre todo cuando se trabaja en el océano borderline. Para darse cuenta de ello sólo hay que pensar en las razones que llevaron a la preparación del manual de diagnóstico más usado en todo el mundo: el DSM, que hoy alcanza la cuarta edición.
El ejemplo del DSM-IV: Eje I y Eje II
El intento de reformulación de los diagnósticos psiquiátricos que subyace en las diversas ediciones del DSM se basa precisamente en la propuesta de utilizar un criterio de orden descriptivo centrado en la enumeración de los comportamientos, de las vivencias y de las circunstancias más relevantes de las situaciones contextuales y vitales. El diagnóstico de Roberto y Nadia, presentado a partir de cinco ejes, aparece en la Tabla 1.9.
En mi opinión, no podría haber una demostración más clara de cómo el método descriptivo y contextual utilizado en el ámbito del DSM abre la vía a una evaluación diagnóstica basada en el funcionamiento en lugar de en la estructura. Indicando con A) el diagnóstico propuesto a los 25 años y con B) el propuesto a los 32 años, no es posible en ningún caso decir que Roberto es A) o B): un «toxicómano» con un trastorno intrusivo de personalidad, con una situación familiar desastrosa y con un funcionamiento global en torno a 20, o una persona sin síntomas, sin trastornos evidentes de personalidad, con problemas notables de pareja y un funcionamiento global próximo a 85. Parece mucho más realista decir que la capacidad intrusiva del funcionamiento borderline se ha reducido mucho con ayuda de un trabajo terapéutico bien estructurado a lo largo de cuatro años y que por lo tanto el cuadro clínico se ha modificado profundamente. Pues, efectivamente, en el presente aparece en primer plano sólo una problemática de tipo más bien neurótico en el contexto de su relación con el otro sexo.
COMENTARIO
En este punto conviene detenerse sobre el uso que en psiquiatría se concede al término «enfermedad». Mucho se discutió en el pasado al respecto y todavía hoy tiene vigencia una terminología inapropiada que deriva del uso poco crítico de este término. Cuando se habla de «anorexia», por ejemplo, incluyendo dentro de un único «diagnóstico» situaciones muy distintas entre sí en la práctica —«la huelga de hambre» de las adolescentes que funcionan en un nivel neurótico en una fase de conflicto abierto con la madre y, en el otro extremo, el trastorno grave de la mujer joven que funciona en un nivel psicótico delirando sobre su cuerpo—.26 Basta un uso correcto del DSM para evitar confusiones tan simplistas. No obstante, lo más importante es que la gran mayoría de las que hoy se presentan como «enfermedades» (la depresión y la manía, la anorexia, las dependencias, la psicosis y el trastorno de personalidad, los ataques de pánico o la ansiedad social) no son más que síntomas o combinaciones de síntomas que se refieren al Eje I del DSM y que se asocian de una forma totalmente irregular a la descripción propuesta caso por caso sobre los otros ejes. En estas condiciones, el hablar de enfermedad resulta poco científico y poco útil, sobre todo cuando estamos navegando en lo que hemos denominado aquí «el océano borderline».
TABLA 1.9. Variaciones en los diagnósticos multiaxiales de Roberto y Nadia.
| Roberto a los 25 años, el diagnóstico... | |
| Eje I | Trastorno distímico y problema relacional grave con los padres. Dependencia grave de opiáceos con dependencia física. |
| Eje II | Trastorno de personalidad borderline. Dificultad ya grave para controlar los impulsos con agresividad ejercida repetidamente también fuera del síndrome de abstinencia. |
| Eje III | Hepatitis C. |
| Eje IV | Problemas escolares graves con interrupción total de los estudios y del trabajo. |
| Eje V | Valoración Global de Funcionamiento (VGF) = 20 (serio peligro de hacer daño a los demás y a sí mismo). |
| ... se transforma a los 32 años, después de un trabajo continuado de terapia familiar sistémica, comunidad terapéutica y apoyo terapéutico individual, en: | |
| Eje I | Fobia social leve (Roberto teme comportarse y mostrar síntomas de ansiedad que le resulten embarazosos, sobre todo con las chicas). |
| Eje II | Ausencia de trastorno. |
| Eje III | Hepatitis C. |
| Eje IV | Ausencia de trastorno. |
| Eje V | VGF = 85. |
| Nadia a los 35 años, el diagnóstico... | |
| Eje I | Trastorno depresivo mayor, episodio único, grave sin manifestaciones psicóticas (conductas autolesivas). |
| Eje II | Trastorno histriónico de personalidad. |
| Eje III | Ningún trastorno. |
| Eje IV | Bloqueo completo (desde hace 12 años) de la actividad laboral; problemas de relación graves con la familia. |
| Eje V | Valoración Global de Funcionamiento (VGF) = 30 (carece de trabajo, casa, amigos, vive en un internado de monjas). |
| ... se transforma a los 39 años, después de una terapia psicoanalítica (Kernberg, 1984), en: | |
| Eje I | Humor irregular e insomnio leve. |
| Eje II | Ausencia de trastorno. |
| Eje III | Ausencia de trastorno. |
| Eje IV | Problemas de relación menos graves con la familia de origen; problemas no sintomáticos en la formación de la pareja. |
| Eje V | VGF = 70. |
La segunda observación afecta a la dimensión (diacrónica) del tiempo. El elemento común a los tres ejemplos es el prospectivo, un elemento que desafortunadamente se emplea con poca frecuencia cuando se trabaja en psiquiatría y psicopatología. El uso del verbo «ser», por el que una determinada persona «es» neurótica, psicótica o borderline, presupone que cuanto se observa en un cierto momento también era así antes y lo será mañana: una especie de dogma sobre la inmutabilidad de las condiciones psicopatológicas que puede conducir a errores clamorosos a profesionales y terapeutas insuficientemente formados. Cuando en la relación de transferencia se percibe un nivel de funcionamiento psíquico más primitivo del habitual en el paciente, el reflejo (equivocado) del terapeuta puede ser propio de quien piensa haber entrado en contacto, haciendo entrevistas y construyendo una relación significativa, con los «verdaderos» problemas del paciente. Olvida así que los problemas «auténticos» son básicamente los que ocupan la vida del paciente y no solamente los que surgen en la situación «especial» (y ya de por sí traumática) con un «especialista» que a menudo no suele serlo, desde el momento en que una antigua normativa en los estudios le ha permitido considerarse especialista en el funcionamiento psíquico sólo por haberle proporcionado nociones sobre los correlatos biológicos de las vivencias y las conductas (véase el Capítulo 6, el caso de Franco). Se olvida que estudiar el funcionamiento de la mente sólo está al alcance de quien conoce el valor y significado de exploración funcional que debe conceder a la entrevista y a todo el desarrollo del trabajo terapéutico en lugar de verlo como la búsqueda de señales de un trastorno o de una «enfermedad».
El problema del diagnóstico existe: hacia un intento de diagnóstico basado en los procesos
Seguramente habría que evitar la tentación —que durante mucho tiempo ha agitado el sueño de los expertos en terapia familiar sistémica— de no presentar nunca un diagnóstico. Nos enfrentamos a este respecto a dos puntos fundamentales:
— el primero y más sencillo remite a la necesidad de contextualizar las evaluaciones diagnósticas que pueden asumir útilmente el esquema propio del DSM y de sus cinco ejes, limitando su validez al momento en que se realiza el examen;
— el segundo y un poco menos sencillo se refiere al intento de deducir de una persona que está mal los valores de umbral de sus regresiones de nivel neurótico, borderline o psicótico. Desde mi punto de vista esto puede hacerse reconstruyendo la historia personal y el conjunto de vivencias más significativas que la han caracterizado.
En la Tabla 1.10 resumimos los perfiles caracterizados por la prevalencia de un funcionamiento de tipo psicótico (umbral bajo para el funcionamiento psicótico como resultado de un error en la ejecución de la primera tarea evolutiva), borderline (umbral bajo para el funcionamiento borderline como resultado de un error en la ejecución de la segunda tarea evolutiva, cuando el desarrollo del niño, primero, y del adolescente, después, se produce en circunstancias especialmente desfavorables) y neurótico (umbral bajo para el comportamiento neurótico como resultado de un error en la ejecución de la tercera tarea evolutiva, ligada a la elaboración del complejo edípico y a la definición de una identidad de género). Incluimos una advertencia importante sobre la necesidad de considerar estos perfiles como meramente ejemplificativos: las historias que tratamos habitualmente se caracterizan por presentar brotes de una duración más o menos larga. Sin una terapia y empezando a darse a la bebida, Mario puede pasar de forma estable a un funcionamiento borderline capaz de condicionar su trayectoria vital. Mal curada —encerrada, como sucedía tiempo atrás, en un hospital psiquiátrico o, como sucede hoy día, con una camisa de fuerza farmacológica—, Simona podría iniciar una trayectoria de tipo neurótico. Examinados diez o veinte años después, estos dos casos se verían muy afectados por estas evoluciones y habrían modificado notablemente el perfil de su recorrido.
TABLA 1.10. Comportamientos más frecuentes en las historias definidas por la prevalencia de un nivel de funcionamiento neurótico, borderline o psicótico.

COMENTARIO
Me parece necesario hacer una última observación antes de sumergirnos definitivamente en nuestro océano borderline. Se trata de algunas diferencias entre los hechos que generan estados caracterizados por su bajo umbral. En el caso del tipo neurótico y del tipo psicótico, las tareas evolutivas, cuya imperfecta ejecución es relevante en la aparición de un umbral bajo para los correspondientes funcionamientos, se realizan o no correctamente dentro de un tiempo bien definido. En el caso del área borderline, en cambio, la tarea evolutiva vinculada a la integración de las representaciones buenas y malas se plantea «en los segundos y fatales dieciocho meses de vida», pero se lleva a cabo lentamente y con mucho esfuerzo durante todo el proceso educativo e incluso en la edad adulta. Madurar, ser tolerantes, capaces de integrar las representaciones buenas y malas referidas al objeto y al Sí mismo no es nada fácil. Al mirarnos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea, puede decirse como mínimo que la mayoría de las personas «normales» no llega, salvo de forma esporádica, a ejecutar adecuadamente esta compleja tarea evolutiva.
Esta observación tiene dos corolarios importantes. En materia de umbral, ante todo, es posible suponer que los valores de umbral del funcionamiento neurótico o psicótico tienden a ser más estables (aunque nunca completamente estables, como enseña la experiencia de la terapia) que los del funcionamiento borderline. Y en materia de importancia de las presiones y de las influencias ambientales, porque éstas ejercen una doble acción sobre la reactividad del paciente con un bajo umbral de funcionamiento borderline: elevando sus niveles de umbral y modificando continuamente su valor, hecho que plantea una enorme responsabilidad a los terapeutas (en sentido amplio).