2. DEFINICIÓN DEL DEPREDADOR

 

 

 

 

El depredador emocional no tiene un perfil físico determinado ni un comportamiento homogéneo, lo que hace que sea difícil reconocerlo en seguida. Normalmente, al principio, pasa desapercibido, no acostumbra a ser brillante, ni muy guapo ni muy feo, ni muy abierto ni muy reservado, lo que más lo distingue es que no tiene nada de particular, es más bien insignificante y discreto. Necesita estar camuflado para poder escoger a sus presas.

Su característica principal es no sentir, su incapacidad para estar en contacto con sus sentimientos, su gran desconexión entre su mente y sus emociones. Como no siente absolutamente nada, nada le hace vibrar, nada le emociona ni nada le conmueve, se dedica a imitar reacciones de las personas que lo rodean para aparecer ante los demás como si en realidad viviera y sintiera normalmente. O incluso para aparentar superioridad moral sobre los demás.

Su vida, desde una edad muy temprana, es un juego de estrategia, donde no deja nada al azar: cualquiera de sus acciones es una acción táctica que tiene sopesada la reacción de los otros, las consecuencias y los resultados a largo plazo para lograr sus objetivos. Objetivos egoístas y marcados por la ganancia personal en todos los casos. Incluso cuando aparentemente está actuando de una forma generosa y desprendida es sólo para no perder las adhesiones necesarias para su éxito calculado.

El depredador es también un «artista» del camuflaje, sabe cómo agazaparse detrás de los usos y costumbres de su entorno y detrás de débiles que utiliza como parapeto, como portavoces y a veces como perros de presa según le convenga, dada la ocasión y/o sus necesidades. Por eso es tan difícil desenmascararlo o percibir su peligro.

Es una persona que vive inmersa en un universo lleno de rabia y resentimiento, que envidia intensamente y odia asimismo intensamente a las personas capaces de sentir, de vibrar y de ser bondadosas. Siente la necesidad visceral de destrozar, destruir, ningunear a todo aquel que siente alegría de vivir, aquel que está en paz consigo mismo, que es generoso, que tiene bondad natural, que de alguna manera representa todo aquello que él es incapaz de ser de una forma verdadera. Siente que los realmente empáticos y capaces de crear vínculos de verdadero afecto representan una amenaza para él, pues piensa que son los únicos que pueden reconocerlo y ponerlo en evidencia y, por lo tanto, desbaratar todo su plan tan minuciosamente diseñado.

En su estructura interna hay un fuerte sentimiento de inferioridad y de inseguridad, pues se reconoce como una persona discapacitada con miedo a ser descubierta en cualquier momento. Presenta un cuadro de autorrechazo y de aversión a sí mismo, que esconde detrás de una máscara de falsa humildad y/o de un orgullo desmedido, justificado por una causa noble y altruista —por ejemplo, el bien de la familia o el de la comunidad, los niños desvalidos, la religión o la salvación de un país—, en función de cuál sea su estatus dentro de la sociedad y el lugar donde haya podido escalar en ella.

Como utiliza las convenciones sociales con un virtuosismo de maestro, el grupo que lo rodea ve en él un modelo que seguir, un puntal de confianza y le reconocen un liderazgo natural, aunque alberguen una tensión interna que le hace sentir temor de ser juzgado o señalado por el depredador. Actúa con miedo inconsciente y se pone en estado de alerta ante su presencia y se relaja cuando éste no está.

El depredador se habrá asegurado de inocular en sus mentes la creencia de que sólo él tiene la verdad, la vara justa de medir, el código válido y que cuando ellos piensan algo distinto están equivocados (en el mejor de los casos) o en contra de él (en el peor de los casos), pero siempre fuera del camino recto. Camino que él ha fijado previamente.

Siembra en sus víctimas una duda permanente sobre su eficacia, su valor personal, su físico, su valentía, etc., según sea el punto flaco que él haya descubierto en ellas, y lo hace de una manera indirecta —con insinuaciones, con sutilezas, con su lenguaje corporal y sus miradas, con sonrisas displicentes, con medias verdades—, de modo que la víctima no puede explicar a los demás de una forma objetiva y demostrable lo que le está haciendo. Y logra el efecto perverso de que cuanto más intenta la víctima manifestar su accionar más queda ella, delante de su entorno, como una persona resentida, débil y retorcida que está obsesionada y que sólo intenta desprestigiar y poner en entredicho al «pobre» depredador, con lo que lo único que consigue la víctima es aumentar su sentimiento de soledad, de incomprensión y de ineficacia. Por lo tanto, su debilidad y sus heridas psicológicas se incrementan. Como un pez atrapado en una red, que cuanto más se esfuerza en librarse de ella más enmarañado está y acaba por morir de agotamiento y asfixia, así le ocurre a la víctima de un depredador: cuanto más se esfuerza en desenmascarar al depredador en su entorno, más y más se desprestigia ella misma, lo que la agota psicológicamente y la enferma físicamente, hasta llegar a la rendición personal total.

En su libro ¡No puedo más! Las mil caras del maltrato psicológico la autora Ana Martos define éste como:

 

Es una forma de violencia que se ejerce sobre una persona, con una estrategia, una metodología y un objetivo, para conseguir el derrumbamiento y la destrucción moral de la víctima. Acosar psicológicamente a una persona es perseguirla con críticas, amenazas, injurias, calumnias y acciones que pongan cerco a la actividad de esa persona, de forma que socaven su seguridad, su autoafirmación y su autoestima e introduzcan en su mente malestar, preocupación, angustia, inseguridad, duda y culpabilidad.

Para poder hablar de acoso tiene que haber un continuo y una estrategia de violencia psicológica encaminados a lograr que la víctima caiga en un estado de desesperación, malestar, desorientación y depresión, para que abandone el ejercicio de un derecho. Hay que poner de relieve que una de las estrategias del acosador es hacer que la víctima se crea culpable de la situación y, por supuesto, que así lo crean todos los posibles testigos.

La segunda condición imprescindible para que se produzca el acoso moral es la complicidad implícita o el consentimiento del resto del grupo, que, o bien colaboran, o bien son testigos silenciosos de la injusticia, pero callan por temor a represalias, por satisfacción íntima o simplemente por egoísmo: «Mientras no me toque a mí...».

 

Al contrario de los depredadores animales, que buscan a sus víctimas entre los animales enfermos o débiles (ya que son mejores y más fáciles presas) y cuya existencia, por consiguiente, ayuda a la naturaleza a hacer una selección natural, los depredadores emocionales escogen siempre a víctimas fuertes y capaces, pues su intención es extraerles su fuerza, su positividad o su generosidad y bondad intrínsecas. Es decir, robarles o utilizar para su bien personal la o las cualidades que él no posee y sabe que es incapaz de poseer.

Los depredadores emocionales son tanto hombres como mujeres, no hay una diferencia de género entre ellos y ya lo son desde su infancia, justo después de que hayan pasado a la etapa de conciencia de su individualidad y de cómo son. Por lo tanto, los podemos encontrar actuando ya en la escuela primaria y en los institutos. Los profesores y los padres podrían ser los primeros observadores de su comportamiento y prever las posteriores consecuencias de éste, así como evitar el daño que ya causan a los demás: a sus compañeros y hermanos.

La estructura de su personalidad va formándose desde una gran pérdida emocional verdadera, o sentida como tal, en su primera infancia. Ésta provoca una explosión de ira demoledora que despierta un sentimiento de destrucción que no pueden manejar y que reprimen con tal fuerza que hacen que se bloquee totalmente la percepción de cualquier otro sentimiento. A partir de este momento ya no son capaces de oír sus emociones y/o sus sentimientos, primero por miedo y después porque han perdido esta capacidad.

 

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Empiezan a sentirse diferentes de los demás y a rumiar cómo camuflar su discapacidad. Cuando son aún pequeños lo hacen para sobrevivir y ganarse la simpatía de los que son necesarios para ellos; más tarde, para no ser descubiertos y perder lo que con tanto esfuerzo han conseguido. Como se sienten siempre en falso, cada vez se sienten peor consigo mismos, ya que su tensión se vuelve constante y nunca pueden disfrutar de la espontaneidad necesaria para sentir alegría o dejarse ir en un juego o en cualquier actividad que los hiciera gozar. Lo disimulan diciendo que sienten vergüenza cuando alguien los fuerza a participar de lo que en aquel momento esté haciendo el grupo. Esto les genera un fuerte sentimiento de envidia de los que sí gozan de la vida, sentimiento que alimenta su ira y su necesidad de destruir a aquellos que ven como superiores y amenazantes. Y este sentimiento a su vez no hace más que agrandar su creencia de que son desalmados y que han de esforzarse para no ser descubiertos. Sólo se permiten hacer pequeñas escaramuzas cuando tienen la absoluta certeza de no ser sorprendidos. Entonces pueden dar una patada, un empujón a ese niño que tanto odian por su alegría de vivir y, si éste se queja a los padres o a los profesores, lo negarán todo con su mejor cara de inocencia. Se pasarán toda su infancia perfeccionando sus habilidades depredadoras, probando nuevas y mejores estratagemas para acorralar a sus víctimas y para observar las reacciones de todos los demás, para lograr llegar a ser los maestros de la destrucción encubierta que llegarán a ser. Porque el depredador niño nunca o casi nunca será descubierto en una pelea franca, ni en un enfrentamiento verbal, él siempre utilizará la agresión solapada, la provocación secreta, la venganza anónima, de las que logrará salir indemne a no ser que los adultos que lo rodeen tengan una sutil capacidad de observación y no analicen las situaciones con prejuicios, lo que es difícil en muchos casos.

Ana Martos nos dice, en su libro antes citado:

 

Es necesario entender que el acoso escolar no son simples «peleas entre chavales» o situaciones que han de resolver entre ellos. El acoso entre escolares puede provocar el suicidio del niño que lo padece. Cuando menos, el acoso escolar es una situación grave para todos, de la que es preciso tomar conciencia, defender a la víctima y cambiar la conducta del agresor.

 

En la adolescencia ya dominan el arte de la manipulación y del desgaste pernicioso, tendrán también ya uno o dos perritos falderos que les harán el trabajo sucio. Usarán entonces con total perfección la violencia pasiva, es decir, disfrutarán de la violencia que habrán incitado pero de la que no participarán directamente. Acostumbran a tener una adolescencia callada y con pocos amigos, en la que terminarán de construir su personalidad fría, vengativa, rencorosa y con un fuerte sentimiento de inferioridad que compensarán con una creencia de ser extraordinarios y especiales, pero incomprendidos y no valorados justamente. Por consiguiente desarrollan un fuerte autocontrol para poder mantener ocultas todas estas características. Al mismo tiempo, como van comprobando el éxito de su estrategia, van formando una imagen grandilocuente de sí mismos, creyéndose más inteligentes y poderosos que los demás. Paralelamente, generan un círculo vicioso de ambivalencia al sentirse por un lado discapacitados y por otro superiores a los demás. Poco a poco pierden la capacidad de ver a los demás como iguales y van concibiéndolos como objetos. Podríamos decir que, para los depredadors emocionales, el mundo y su realidad son como un gran tablero de ajedrez donde las personas son meras piezas que mueve a su antojo y conveniencia, por las que no sienten ni compasión ni empatía, ni más tarde remordimientos por el daño que les hayan podido ocasionar.

Se diferencian de los psicópatas en que sí tienen la capacidad de empatizar, pero la han ido perdiendo y/o sepultando en lo más profundo de su ser, debido a la fuerza de su necesidad de ponerse a salvo de una realidad que viven como amenazante.

 

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Cuando son adultos, el sexo es para ellos otro aspecto de dominio, una moneda de cambio o una compulsión, pero nunca una fuente de placer, de afecto o de intimidad emocional. Ésta es un ámbito que intentan evitar de cualquier modo y manera. Pues es un terreno pantanoso donde se sienten vulnerables y desprotegidos, fácilmente desenmascarables.

Establecen vínculos interpersonales de dominio y/o de conveniencia, donde intentan tener el poder a través de su gran capacidad de volver a los demás vulnerables, dudosos, con un sentimiento de inadecuación y de ineficacia.

Como necesitan tener el control son rígidos mentalmente, evitan los cambios y reaccionan muy mal ante los imprevistos, pues como viven sujetos a su estrategia no pueden aceptar que no esté todo delimitado hasta el más mínimo detalle. En una situación de crisis se quedan bloqueados y no saben reaccionar, pero rápidamente buscan a alguien que cargue con las decisiones para después criticarlas; o bien generan un estado de caos, para resolverlo y así afirmar su papel de líder y de persona capaz. Para conseguir sus fines, además, son capaces de una total y despiadada hipocresía.

Los depredadores emocionales acostumbran a actuar en más de un ámbito, ya sea en su entorno familiar y laboral, en su entorno laboral y social o en todos. Sólo se mantienen inactivos en aquel o aquellos espacios que les provocan temor.

También puede darse el caso de que en un entorno no actúen para reforzar la estrategia que están llevando a cabo en los otros. Es decir, para reforzar el aislamiento de su o sus víctimas en el ámbito donde dejan libre su fuerza depredadora.

Cuando el depredador actúa así es mucho más peligroso, pues la tensión que le provoca el no actuar en algún entorno aumenta su necesidad destructiva en aquel donde sí actúa.

Esta forma de proceder es típica de los depredadores más peligrosos, pues sólo los más fuertes pueden permitírselo.

Otros autores nos presentan definiciones diversas pero complementarias a mi definición de las características de un depredador, puesto que en sus obras nos hablan de acosadores o perseguidores, ya sea en el ámbito laboral como en el familiar. Así, por ejemplo, Marie-France Hirigoyen, en su obra El acoso moral, nos proporciona una serie de características propias de las personalidades narcisistas que nos pueden ayudar a detectar a un perseguidor u hostigador en el lugar de trabajo:

 

—El sujeto tiene una idea grandiosa de su propia importancia.

—Lo absorben fantasías ilimitadas de éxito y de poder.

—Se considera especial y único.

—Tiene una necesidad excesiva de ser admirado.

—Piensa que se le debe todo.

—Explota al otro en sus relaciones interpersonales.

—Carece de empatía aunque puede ser muy brillante socialmente.

—Puede fingir que entiende los sentimientos de los demás.

—Tiene actitudes y comportamientos arrogantes.

Con carácter general, los mobbers o agresores no se centran en sujetos serviciales y disciplinados. Lo que parece que desencadena su agresividad y toda la serie de conductas de acoso es la envidia por los éxitos y los méritos de los demás, entendida ésta como un sentimiento de codicia, de irritación rencorosa, que se desencadena a través de la visión de felicidad y de las ventajas del otro.

 

Otra característica de la personalidad del depredador es su tacañería, su necesidad de tener dinero y de controlar los gastos de los demás. Para él el dinero es fuente de poder y, por lo tanto, una poderosa arma de control y dominio sobre los demás. En definitiva, una arma de la que no puede prescindir. Para ganarlo y poseerlo no dudará en utilizar todas las estratagemas que estén en su mano, tanto legales como ilegales; siempre, en este caso, que pueda burlar la ley y/o las consecuencias de sus actos poco escrupulosos. También codiciará herencias y legados, tanto si tiene derecho a ellas como si no, que tratará de conseguir mostrándose muy amable, servicial y seductor con quien pueda ofrecérselas. Otra fuente de obtención de dinero es la de contraer matrimonios de conveniencia, para después intrigar y conseguir la herencia del cónyuge y de todos sus hermanos si los tiene, porque su avaricia lo impulsará a acaparar todo el dinero de la familia política para sí. Naturalmente, ni que decir tiene que el cónyuge será su víctima, para anularla y así obtener todo el poder.

 

Características del depredador emocional

 

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