2. Las tres montañas que rodean la ciudad

LA CUARTA HUMANIDAD UTILIZABA COMO TEMPLOS LAS MONTAÑAS SAGRADAS

Tres conjuntos de montañas cercan la ciudad de Tepoztlán. Cada uno, sin solución de continuidad, tiene diferentes cumbres y está separado de los otros dos.

Uno de ellos comienza al occidente por el Chalchi, el cerro Precioso, la montaña del Tesoro, y se extiende hacia oriente con diferentes nombres. Sigue el segundo hacia el norte, también con distintas apelaciones, unas pocas antiguas, auténticas; otras modernas, debidas a la imaginación de los habitantes.[1] El tercero regresa del norte de la ciudad al occidente, terminando un triángulo.

Entre el segundo y el tercero de estos macizos montañosos hay una depresión que los separa. No se trata de una gran abertura con una roca aislada en ella como ocurre al occidente y al oriente con las dos amplias depresiones que separan estos dos macizos del primero. Damos, en lámina, el dibujo hierático del triángulo sagrado de montañas, de este templo que el mundo entero debe respetar como testimonio eterno del sentimiento religioso de la cuarta humanidad. Damos también la fotografía de la zona de estudio.

El tercer macizo está formado por el cerro de la Luz, en el que hay una pequeña pirámide, por sus estribaciones hacia el norte, y por el cerro del Viento, o de los Vientos, el más occidental. Delante de este cerro se levanta la estatua protohistórica del personaje principal de toda la comarca, Tepoztecatl o Tepozteco. Es una enorme roca, aparentemente de sesenta metros de altura, tallada totalmente por tres lados y unida al carro del viento por el lado posterior. Siempre se ha titulado esta roca el cerro del Hombre, o del Gigante, pero no se ha dicho públicamente que se trata de la estatua de Tepozteco. Nadie se ha ocupado de los símbolos que decoran las enormes superficies de su manto, ni de la cabeza magnífica con las diferentes miradas que esta obra excepcional presenta y que acreditan el arte incomparable de los escultores de la protohistoria, cuyas obras, durante 50 años, hemos descubierto y fotografiado, no solamente en México, sino también en Perú y Brasil, en Francia e Inglaterra, en Egipto y Rumanía.

Se trata del cerro “del hombre que bajó del cielo”: es Tepozteco, “hijo del Dios del Viento”, que ha bajado a la Tierra. Es el hijo de Quetzalcóatl.

La cabeza de la estatua es una enorme escultura que puede apreciarse a mucha distancia y que cambia según la luz de las sucesivas horas del día. Tiene seis fisonomías diferentes y se ha conservado durante más de ochenta y cinco siglos a pesar de la injuria del tiempo y de los elementos. Lo que aseguramos se puede apreciar en las ilustraciones. La fotografía es posible a pesar de la vegetación que rebrota cada año y cuya acción no ha sido controlada en las últimas centurias. El manto que envuelve el cuerpo de la estatua está cubierto de símbolos. Los escultores hicieron un trabajo tan perfecto que nadie puede negar que se trata de una obra humana de excepcional calidad. También cambian los símbolos con las diferentes luces de las horas del día y de los meses del año. Las figuras dependen de la línea de mira en la que se coloca el observador y de las luces y sombras que cambian por el movimiento diurno del Sol y el de su carrera anual, que va y vuelve en el horizonte, recorriendo 47 grados de círculo entre los dos solsticios.

Nadie había descubierto antes el cofre del Tesoro de Tepozteco que, cerca de él, va conducido por un hombre que lleva la cabeza cubierta por una escafandra puntiaguda en la barba.

Tampoco la Quimera que abre su hocico negro después de las cuatro de la tarde en una época del año. Al León de Nemea, otro de los 13 monstruos hijos de Typhon, cuya cabeza se recorta contra el cielo, lo han convertido en ocelote y han cambiado el nombre del cerro de los Vientos, o del Viento, por el de cerro del Ocelote.

La presencia de la escafandra es una prueba más de la existencia y del adelanto técnico de una humanidad desaparecida que dominaba el espacio, tallaba las montañas y las decoraba con esculturas.

Escafandras iguales llevan en el Perú, a 4 000 metros sobre el nivel del mar, en la meseta de Marcahuasi, dos hombres que se encuentran junto a otra escultura muy notable. Se trata de la Thueris egipcia, representada muchas veces en esa meseta de Marcahuasi: es la diosa de la fecundidad. (Foto 1.)

La cuarta humanidad utilizaba como templos las grandes montañas y tallaba en ellas sus símbolos. El más importante era siempre el símbolo de la fecundidad que representa el nacimiento y la reproducción de todo lo creado. La diosa Thueris, profusamente representada en Egipto, es un hipopótamo hembra erecto sobre las patas traseras, con brazos humanos que sostienen el signo de la vida. Lleva sobre su cabeza un birrete redondo y exhibe la preñez de su enorme panza, símbolo de la procreación. También hemos encontrado a la Thueris esculpida en piedra cerca de la estatua de Tepozteco. Seguramente está también representada la diosa de la muerte.

Las miradas de Tepozteco, producidas una después de otra por las diferentes posiciones del Sol en el transcurso del día, se pasean por el Chalchi, cerro del primer conjunto de montañas, dominado todo él por un personaje mitológico cuyo nombre se ha perdido. No basta decir que es el cerro Precioso, que guarda el Tesoro; es una figura antropomorfa de gran tamaño y no se sabe con seguridad cómo se referían a ella. Lo vemos abrazando al perro de tres cabezas, al Cancerbero, y esto nos permite darle su nombre griego.

Es Heracles, que los romanos llamaron Hércules, el héroe que domina al Cancerbero y a seis de sus hermanos. En la mitología mexicana se trata seguramente de Huitzilopochtli, dios solar.

Hércules lucha con siete monstruos, hijos de Typhon, el viento huracanado, proceloso y violento, y los derrota en siete de los cien “trabajos” que realiza con éxito.

Ambos héroes, Hércules, el hijo de Júpiter, y Tepozteco, el descendiente de Typhon o de Quetzalcóatl, están frente a frente en las montañas de Tepoztlán guardando el secreto más importante para nuestra humanidad en peligro: el secreto sellado del Apocalipsis.

Los dos monumentos se salvaron del diluvio. Olas inmensas barrieron al hombre y sus obras sobre todo el planeta. Ellos permanecieron para dar hoy testimonio de esa tragedia. Guardaron en la caverna sagrada, cuya puerta defiende el Cancerbero, en el corazón del Chalchi, un grupo de parejas que debía salvar la sangre humana, semilla de nuestra quinta humanidad.[2]

Durante los últimos 85 siglos las estatuas de esos dos personajes los han eternizado. Están allí, esperando la próxima catástrofe en la que el elemento aire acabará con nuestras obras. Esperan salvar una vez más a la humanidad.

Los atlantes de México siguen adorando a la muerte. Un grupo escogido se salvará en las entrañas del Chalchi. llevará, de una edad a otra, de una humanidad a otra, la sangre humana, la semilla sagrada.

En todas las montañas sagradas de la Tierra se salvarán grupos humanos que darán nacimiento a la sexta humanidad.

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4. Tepoztlán. El cofre del tesoro de Tepozteco según su leyenda. Va cargado por un hombre que lleva la cabeza protegida por una escafandra puntiaguda en la barba. Hemos fotografiado a otro personaje idéntico con la misma escafandra en la meseta de Marcahuasi, en Perú, a 4 000 metros sobre el nivel del mar. (Véase foto 1 y 1A.)