Odio esta casa.
Ya llevamos un año entero aquí y sé que la odio. Tengo casi ocho años y no soy tonta, aunque todo el mundo parece creer que lo soy porque no me gusta leer cuentos como a la mocosa de Florence, ni estar en la cocina pegada a mamá como a Billy Lily. ¡Odia que lo llame así!
La primera vez que vimos esta casa yo no entendía que fuéramos a vivir solos aquí. Le dije a papá: ¡pero si es demasiado grande! ¡Solo estamos nosotros y los perros! A papá y a mamá les hizo mucha gracia, como si hubiera dicho algo superdivertido. Los mayores nunca entienden que las cosas se dicen en serio.
Nos enseñaron el jardín y a Flo y Bill les gustó un montón. Por el espacio y por los árboles. Pero yo la odio. Aquí tengo miedo. Ojalá volviéramos a Putney, donde las casas eran todas iguales y no había peligro.
Y, además, ahora que vivimos aquí, es verdad que es demasiado grande. Papá está contentísimo consigo mismo porque ha podido comprarla. Como tuvo una infancia triste y no tenía dinero. Oí cómo se lo contaba a mamá. Les escucho todo el tiempo cuando no saben que estoy ahí. Sé todo lo de su padre, y también cómo murió su madre. Toda la madera está pintada de verde (en la casa). Hay ratones y ratas por todas partes y a Wilbur se le da fatal cazarlos. Cuando aparecen, se esconde debajo del aparador y, una vez, en el armario de los juegos del cuarto de estar. También hay avispas debajo del tejado. Los demás no las han visto todavía. Y un jardín enorme. Mamá está todo el rato enfadada. Quiere dibujar pero no puede porque no tiene tiempo por culpa de los ratones y los perros y porque tiene que llevarnos al colegio y hacer la comida y todas las faenas de la casa. Papá se va a Londres, a reuniones y a comer con sus amigos. Vuelve tarde, sonríe, mamá le dice cosas en voz baja y se enfada todavía más. Gritan pero también susurran cosas, y entonces es cuando a mí más me gusta escucharles, cuando están en la cama por las noches y no pueden oírme pegada a la puerta.
Todo es distinto desde que vinimos aquí. Y Florence también está. Desde que llegó ella, todo va peor. Nos mudamos por ella. Por culpa suya tuvimos que dejar Putney y nuestra casa de antes, con su papel pintado de trigales y amapolas. Antes de que llegara, todo iba bien. Era tranquilo y agradable, y yo sabía dónde estábamos yo y Bill, y papá y mamá. Mamá tenía tiempo para mí y para Wilbur. Ahora siempre está enfadada.
Además, no tenemos dinero suficiente para pagar la casa. A mí eso me preocupa todo el tiempo. Intento decírselo a papá y mamá: no hay dinero, porque una vez me dijisteis que papá gana cien libras por un cuadro o un dibujo y esta casa costaba 16.000 libras. Y mamá no tiene nada de dinero. Y además es de familia pobre, aunque no tan pobre como la de papá. A su familia no la vemos mucho. En Putney no había sitio para que vinieran a quedarse con nosotros, pero la semana pasada durmieron aquí una noche y espero que no vuelvan a venir. Su hermana tiene un acento muy raro y fue mala conmigo. Me dijo que me callara cuando yo quería decir algo más sobre Wilbur. Así que antes de que se marchara cogí un trozo de cristal roto, de cuando fingí que había sido Florence quien rompió el cristal —tengo algunos trozos guardados en mi árbol, al lado de las margaritas del fondo del jardín— y se lo metí en el bolso. Así, cuando meta la mano para coger su pañuelo, se cortará los dedos. Espero que se los corte de raíz.
Hay tres cosas que quiero hacer. Una, volver a Park Street, Putney. Dos, librarme de Florence. Un accidente, como lo que le pasó a Janet, aunque eso me asusta y yo no quería que ocurriera. Tres, que todo el mundo diga que Wilbur es mi perro y no el de la familia. Que ellos se queden con Crispin. Wilbur es mío. Hice unos dibujos de él haciendo tonterías y los colgué en mi cuarto. El primero es de Wilbur escondido con el juego de serpientes y escaleras en el armario, cuando ve un ratón. El segundo es de él saltando como un loco al otro lado de la mesa cuando ve que le ofreces algo de comer. Está tan gracioso. El tercero es de él andando detrás de mí por la cuesta abajo, yendo al colegio. Lo hace todos los días y luego vuelve a Winterfold y se sienta con mamá y espera a que yo vuelva. Quiero mucho a Wilbur, más que a nadie en el mundo. Tiene el pelo un poco rubio, y es un cruce entre un labrador y un retriever, creo.
Lo que más me preocupa ahora mismo es esto: que justo antes de las vacaciones, Janet Jordan, la del colegio, se rió de él y dijo que era un chucho muy feo. Al día siguiente se cayó por la escalera y se dio un golpe en la cabeza y ahora no puede hablar. Para nada.
Me preocupa haberle hecho eso a Janet. No hice que pasara nada especial, como hago a veces, pero pensé mucho en ello, quería que se muriera por ser mala con Wilbur. De verdad. A veces me quedo mirando las cosas muy fijamente y estoy segura de que las muevo un poquito con el pensamiento, y me entra mucho miedo, pero no puedo evitarlo. Por las noches, cuando miro los libros de la habitación nueva, a veces se mezclan los colores y empiezan a saltarme delante de los ojos como si me estuvieran hablando. Y cuando me miro al espejo creo que me está hablando una persona malvada, y a veces es el espejo. Entonces pienso: ¿y qué? Janet no era buena, se rió de mí por ser nueva y por llevar un pichi, y también era mala con las otras niñas, pero empezó a ser más simpática conmigo cuando vio lo grande que era mi casa. Se lo merecía.
Pero cuando Wilbur está conmigo todo va bien. Dicen que a lo mejor ponen veneno para las ratas, y si Wilbur se lo come se moriría, así que tiene que acostumbrarse a dormir aquí dentro. A mí me gusta que esté aquí. Me siento segura. Somos amigos. Lo dibujo cuando está tumbado. No lo hago tan bien como papá, pero intento dibujar cómo dobla la espalda cuando se enrosca y cómo encoge las patas debajo del cuerpo, tan perfectamente. Wilbur es muy listo, aunque a veces sea también un poco tonto. La señora Goody dice que mis dibujos son muy buenos y que debería colgarlos en clase, pero yo no quiero que los demás los vean y se pongan a mirarlos boquiabiertos, así que los cuelgo en mi cuarto.
A papá le gustan. «Bien hecho, Daze», me dice cuando mira el dibujo de Wilbur en el armario de los juegos, escondiéndose de una rata. «Una idea estupenda. Muy divertida». Pero no tiene ni pizca de gracia, es una cosa muy seria.