Cofradía Espacial: una columna del trípode político que sustenta la Gran Convención. La Cofradía fue la segunda escuela de adiestramiento fisicomental (véase Bene Gesserit) después de la Jihad Butleriana. El monopolio de la Cofradía de los viajes y transportes espaciales, así como de la banca internacional, se considera el punto de arranque del Calendario Imperial.
Terminología del Imperio
Desde la posición privilegiada que le dispensaba el Trono del León Dorado, el emperador Elrood IX miró con ceño al hombre de anchas espaldas y expresión confiada que se erguía al pie del estrado real con una bota apoyada en el primer peldaño. Calvo como la bola de mármol de una balaustrada, el conde Dominic Vernius aún se comportaba como un héroe de guerra popular y condecorado, pese a que sus días de gloria habían pasado hacía mucho tiempo. Elrood dudaba que alguien los recordara.
El chambelán imperial, Aken Hesban, se plantó junto al visitante y ordenó con tono brusco que apartara el pie ofensor. Hesban tenía la cara demacrada, y la boca enmarcada por un largo bigote. Los últimos rayos del sol del atardecer arrojaban franjas sobre la parte superior de una pared, brillantes ríos dorados que se colaban por las estrechas ventanas en forma de prisma.
El conde Vernius de Ix apartó el pie, tal como le habían ordenado, pero siguió mirando con cordialidad a Elrood. El emblema ixiano, una hélice púrpura y cobre, adornaba el cuello del manto de Dominic. Si bien la Casa Corrino era muchísimo más poderosa que la familia regente de Ix, Dominic tenía la enloquecedora costumbre de tratar al emperador como a un igual, como si su historia pasada (buena y mala) le permitiera prescindir de las formalidades. El chambelán Hesban no lo aprobaba en absoluto.
Décadas atrás, Dominic había mandado legiones de tropas imperiales durante las cruentas guerras civiles, y desde entonces no había respetado al emperador como era debido. Más tarde, Elrood se había metido en problemas políticos con ocasión de su impulsivo matrimonio con Habla, su cuarta esposa, y varios líderes del Landsraad se habían visto obligados a utilizar el poderío militar de su Casa para imponer de nuevo la estabilidad. La Casa Vernius de Ix se contaba entre esos aliados, al igual que la de Atreides.
Dominic sonrió bajo su extravagante bigote y miró a Elrood con expresión cansada. El viejo buitre no se había ganado el trono por obra de grandes hazañas ni por compasión. En cierta ocasión, el tío abuelo de Dominic, Gaylord, había dicho: «Si has nacido para detentar el poder, has de demostrar que lo mereces mediante buenas obras… o renunciar. Hacer menos es actuar sin conciencia.»
Dominic, plantado sobre el suelo de cuadrados de piedra pulidos, que en teoría procedían de todos los planetas del Imperio, aguardaba con impaciencia a que Elrood hablara. ¿Un millón de planetas? Es imposible que haya tantas piedras aquí, aunque no quiero ser el que las cuente.
El chambelán le miró como si su dieta se redujera a leche agria. No obstante, el conde Vernius conocía las reglas del juego y se negó a impacientarse, se negó a preguntar el motivo de que le hubieran convocado. Se mantuvo inmóvil y sonrió al anciano. La expresión y los ojos chispeantes de Dominic implicaban que conocía muchos más secretos vergonzosos del anciano de los que su mujer, Shando, le había confesado, pero sus propias sospechas irritaban a Elrood, como si tuviera hincada en el costado una espina de Elaccan.
Algo se movió a la derecha, y Dominic distinguió en las sombras de una puerta arqueada a una mujer ataviada de negro, una de aquellas brujas Bene Gesserit. No vio su cara, oculta en parte por una capucha. Famosas acaparadoras de secretos, las Bene Gesserit siempre acechaban en las cercanías de los centros de poder, espiaban y manipulaban sin cesar.
—No te preguntaré si es cierto, Vernius —dijo por fin el emperador—. Mis fuentes son de absoluta solvencia, y sé que has cometido este terrible acto. ¡Tecnología ixiana! ¡Puaj!
Fingió escupir con sus labios arrugados. Dominic no puso los ojos en blanco. Elrood siempre sobrestimaba la eficacia de sus gestos melodramáticos.
Dominic no borró su sonrisa, una espléndida demostración de buena dentadura.
—No soy consciente de haber cometido un «acto terrible», señor. Preguntad a vuestra Decidora de Verdad, si no me creéis. —Desvió la vista hacia la Bene Gesserit vestida de negro.
—Pura retórica. No te hagas el tonto, Dominic.
El aludido se limitó a esperar, para que el emperador se viera obligado a acusarle de algo concreto.
Elrood resopló, y el chambelán le imitó.
—¡Maldita sea, el diseño de tu nuevo Crucero permitirá que la Cofradía, gracias a su abusivo monopolio del transporte espacial, aumente el volumen de sus cargamentos en un dieciséis por ciento!
Dominic hizo una reverencia sin dejar de sonreír.
—De hecho, mi señor, hemos conseguido un aumento del dieciocho por ciento. Se trata de una mejora sustancial respecto al diseño anterior, que no sólo implica un casco nuevo sino una tecnología de los escudos que pesa menos y ocupa menos espacio. Por lo tanto, aumento de eficacia. Ése es el meollo de la innovación ixiana, que por lo demás ha cimentado la grandeza de la Casa Vernius a lo largo de los siglos.
—Tu alteración reduce el número de vuelos que ha de hacer la Cofradía para transportar la misma cantidad de cargamento.
—Naturalmente, señor. —Dominic miró al anciano como si su estupidez fuera infinita—. Si aumentáis la capacidad de cada Crucero, reducís el número de vuelos necesarios para transportar la misma cantidad de material. Una sencilla cuestión de matemáticas.
—Vuestro nuevo diseño ha causado grandes contratiempos a la Casa Imperial, conde Vernius —dijo Aken Hesban, mientras aferraba el collar de su cargo oficial como si fuera un pañuelo. Sus bigotes caídos parecían los colmillos de una morsa.
—Bien, imagino que soy capaz de comprender los miopes motivos de vuestra preocupación, señor —repuso Dominic, sin dignarse a mirar al pomposo chambelán. Los impuestos imperiales se basaban en el número de vuelos, no en el volumen de la carga, y el nuevo diseño del Crucero aparejaría una reducción en los ingresos de la Casa Corrino.
Dominic abrió sus manos surcadas de cicatrices, al tiempo que componía su expresión más razonable.
—¿Cómo podéis pedir que detengamos el progreso? Ix no ha violado los términos de la Gran Revolución. Contamos con el pleno apoyo de la Cofradía Espacial y el Landsraad.
—¿Lo hiciste a sabiendas de que incurrirías en mi ira?
Elrood se inclinó hacia adelante, cada vez más parecido a un buitre.
—¡Por favor, señor! —sonrió Dominic, desdeñando las preocupaciones del emperador—. Los sentimientos personales no pueden interferir en la marcha del progreso.
Elrood se levantó del trono. Sus ropajes oficiales colgaron como toldos sobre su cuerpo esquelético.
—No puedo volver a negociar con la Cofradía un impuesto basado en el tonelaje métrico, Dominic. ¡Ya lo sabes!
—Y yo no puedo cambiar las sencillas leyes de la economía y el comercio. —Dominic sacudió su cabeza reluciente y se encogió de hombros—. Se trata de negocios, Elrood.
Los funcionarios de la corte lanzaron una exclamación ahogada, debido a la familiaridad con que Dominic Vernius tuteaba al emperador.
—Id con cuidado —advirtió el chambelán.
Dominic no le hizo caso y continuó.
—Esta modificación de diseño afecta a mucha gente, y a casi toda de manera positiva. Lo único que nos preocupa son nuestros progresos y trabajar lo mejor posible para nuestro cliente, la Cofradía Espacial. El coste del nuevo Crucero equivale a más de lo que muchos sistemas planetarios ganan en un Año Estándar.
Elrood le miró fijamente.
—Tal vez ha llegado el momento de que mis administradores y concesionarios de licencias inspeccionen tus fábricas —dijo con tono amenazador—. He recibido informes de que los científicos ixianos están desarrollando máquinas pensantes ilegales, que violan la Jihad. Y también he recibido quejas de la represión desatada contra tu clase obrera suboide. ¿No es así, Aken?
El chambelán asintió con semblante sombrío.
—Sí, alteza.
—No han corrido semejantes rumores —sonrió Dominic, aunque con cierta vacilación—. Tampoco existen pruebas.
—Ay, hubo informes anónimos, pero no se han guardado registros. —El emperador chasqueó sus dedos de largas uñas, mientras una sincera sonrisa cruzaba su rostro—. Sí, creo que lo mejor sería una inspección sorpresa de Ix, antes de que puedas enviar aviso y ordenar que se oculte todo.
—El acceso a las instalaciones internas de Ix os está vedado, según un antiguo acuerdo suscrito entre el Imperio y el Landsraad.
Dominic estaba furioso, pero intentaba conservar la compostura.
—Yo no he suscrito tal acuerdo. —Elrood se miró las uñas—. Y he sido emperador durante muchísimo tiempo.
—Lo hizo vuestro antecesor, y eso os compromete.
—Poseo el poder de hacer y deshacer acuerdos. Tal vez no recuerdas que soy el emperador Padishah, y puedo hacer lo que me apetezca.
—El Landsraad tendrá la última palabra al respecto, Roody. —Dominic se arrepintió de haber utilizado el mote, pero ya era demasiado tarde.
El emperador, rojo de furia, se puso en pie de un brinco y extendió un dedo, tembloroso y acusador, hacia Dominic.
—¿Cómo te atreves?
Los guardias Sardaukar prepararon sus armas.
—Si insistís en una inspección imperial —dijo Dominic con un ademán desdeñoso—, presentaré una protesta oficial ante el tribunal del Landsraad. Carecéis de argumentos, y lo sabéis. —Hizo una reverencia y retrocedió—. Estoy muy ocupado, señor. Si me excusáis, debo marcharme.
Elrood le fulminó con la mirada, furioso por el mote que Dominic había utilizado. Roody. Ambos hombres sabían que aquel mote sólo lo había usado una ex concubina de Elrood, la hermosa Shando… que ahora era lady Vernius.
Después de la rebelión de los Ecazi, el emperador Elrood había condecorado al valiente y joven Dominic, aparte de concederle una expansión de su feudo que incluía otros planetas del sistema Alkaurops. A invitación de Elrood, el joven conde Vernius había pasado mucho tiempo en la corte, un héroe de guerra utilizado como adorno en banquetes imperiales y solemnidades estatales. El fogoso Dominic había sido muy popular, un invitado recibido con agrado, un compañero orgulloso y humorístico en el comedor.
Pero allí fue donde Dominic conoció a Shando, una de las numerosas concubinas del emperador. En aquel tiempo, Elrood no estaba casado con nadie. Su cuarta y última esposa, Habla, había fallecido cinco años antes, y ya tenía dos herederos varones (aunque el mayor, Fafnir, moriría envenenado aquel mismo año). El emperador siempre estaba rodeado de bellas mujeres, sobre todo para guardar las apariencias, puesto que en muy escasas ocasiones se acostaba con Shando o las demás concubinas.
Dominic y Shando se habían enamorado, pero conservaron su relación en secreto durante muchos meses debido al peligro que entrañaba la situación. Estaba claro que Elrood había perdido todo interés en ella después de cinco años, y cuando solicitó que la exoneraran del servicio para abandonar la corte imperial, Elrood, aunque perplejo, accedió. La apreciaba, y no encontró motivos para rechazar una solicitud tan sencilla.
Las otras concubinas habían pensado que Shando era una necia por renunciar a una vida de lujos y caprichos, pero ella estaba harta de aquella existencia y aspiraba a un verdadero matrimonio y a tener hijos.
En cuanto fue liberada del servicio imperial, Dominic Vernius se casó con ella, y habían jurado sus votos con el mínimo de pompa y ceremonia, pero dentro de la más estricta legalidad.
Tras enterarse de que otro hombre la deseaba, el orgullo masculino de Elrood le impulsó a cambiar de idea, pero ya era demasiado tarde. Había guardado rencor a Dominic desde aquel momento, paranoico por los secretos de alcoba que Shando confesaría a su marido.
Roody.
La bruja Bene Gesserit que acechaba cerca del trono se fundió en las sombras, detrás de una columna moteada de granito de Canidar. Dominic se quedó con la duda de si los acontecimientos la complacían o desagradaban.
Dominic se obligó a no acelerar el paso ni a vacilar. Pasó con aire confiado ante dos guardias Sardaukar y salió al vestíbulo exterior. A una señal de Elrood, le ejecutarían al instante.
Dominic caminó más deprisa.
Los Corrino eran conocidos por su comportamiento irreflexivo. En más de una ocasión se habían visto obligados a pagar por sus reacciones precipitadas y mal aconsejadas, echando mano de la inmensa riqueza familiar. Matar al jefe de la Casa Vernius en el curso de una audiencia imperial podría ser uno más de esos actos irreflexivos… de no ser por la implicación de la Cofradía Espacial. La Cofradía había favorecido a Ix con crecientes atenciones y beneficios y había adoptado el reciente diseño del Crucero, y ni siquiera el emperador y sus brutales Sardaukar podían oponerse a la Cofradía.
Era una circunstancia irónica, teniendo en cuenta el poderío militar de la Casa Corrino, porque la Cofradía carecía de fuerzas armadas, incluso de armamento propio. Pero sin la Cofradía y sus Navegantes, que se orientaban con seguridad por los espaciopliegues, no existirían los viajes espaciales, ni la banca interplanetaria, ni imperio que gobernar. En un abrir y cerrar de ojos, la Cofradía podía rehusar sus favores, disolver ejércitos y poner fin a las campañas militares. ¿De qué servirían los Sardaukar si se quedaban restringidos a Kaitain?
Dominic llegó por fin a la salida principal del palacio imperial, pasó bajo el arco de lava salusano y esperó a que tres guardias le sometieran a un escaneo de seguridad.
Por desgracia, la protección de la Cofradía sólo llegaba hasta allí.
Dominic sentía muy poco respeto por el anciano emperador. Había intentado disimular su desprecio por el patético regente de un millón de planetas, pero había cometido el error de pensar que se trataba de un simple hombre, el antiguo amante de su esposa. Elrood, humillado, era capaz de aniquilar a todo un planeta en un arranque de ira. El emperador era un individuo vengativo. Como todos los Corrino.
Tengo mis contactos, pensó Elrood, mientras veía alejarse a su adversario. Puedo sobornar a algunos de los obreros que están fabricando componentes para esos Cruceros optimizados, aunque sea difícil, porque se dice que esos suboides son unos imbéciles. Y si eso no funciona, Dominic, puedo localizar a otras personas con las que te has propasado. Tu error consistirá en no concederles importancia.
Elrood recreó mentalmente a la encantadora Shando, y recordó los momentos más íntimos que habían compartido, hacía décadas. Sábanas de seda merh púrpura, la enorme cama, los incensarios, los globos de luz acristalados. Como emperador, podía poseer a todas las mujeres que deseara, y había elegido a Shando.
Durante dos años había sido su concubina favorita, incluso en vida de su esposa Habla. Menuda y de silueta delicada, tenía una apariencia frágil, como de muñeca de porcelana, que la joven había cultivado durante los años pasados en Kaitain. No obstante, también poseía una gran energía y adaptabilidad. Habían disfrutado componiendo juntos rompecabezas gramaticales multilinguales. Shando había susurrado «Roody» en su oído cuando la había invitado al lecho imperial, y lo había gritado durante los momentos de máxima pasión.
Oyó su voz en la memoria. Roody… Roody… Roody…
Sin embargo, como era una plebeya no podía casarse con Shando. Ni siquiera había barajado la posibilidad. Los jefes de las Casas reales muy pocas veces contraían matrimonio con sus concubinas, y un emperador nunca. El joven y arrojado Dominic había logrado, con sus ardides y agasajos, que Shando obtuviera la libertad, que engañara a Elrood, y después se la había llevado a Ix, donde se habían casado en secreto. La estupefacción se extendió más tarde al Landsraad, y pese al escándalo habían continuado casados durante todos estos años.
Y el Landsraad, pese a la petición de Elrood, se había negado a hacer nada al respecto. Al fin y al cabo, Dominic se había casado con la muchacha, y el emperador no albergaba la menor intención de hacerlo. Todo de acuerdo con la ley. Pese a sus celos, Elrood no podía afirmar que Shando había cometido adulterio.
Pero Dominic Vernius conocía su mote íntimo. ¿Qué más le había contado Shando? Le corroía como una llaga.
Vio a Dominic en la pantalla del monitor de seguridad sujeto a la muñeca. Había llegado a la puerta principal, y una serie de pálidos rayos de seguridad le estaban recorriendo, rayos procedentes de un escáner que era otra máquina sofisticada ixiana.
Si enviaba una señal, las sondas borrarían la mente del hombre, le convertirían en un vegetal. Una subida de potencia inesperada, un terrible accidente… Sería irónico que Elrood utilizara un escáner ixiano para matar al conde de Ix.
Ardía en deseos de hacerlo. Pero ahora no. No era el momento apropiado, se formularían preguntas molestas, tal vez se abriría una investigación. Tal venganza exigía sutileza y planificación. De esa forma, la sorpresa y la victoria serían mucho más satisfactorias.
Elrood apagó el monitor.
De pie junto al trono, el chambelán Aken Hesban no preguntó por qué el emperador sonreía.