Prólogo

AMADO NERVO:
LA TRANSMIGRACIÓN DEL PROSISTA

UN CADÁVER CON ALGO DE “CARNITA PARA RESUCITAR”

Amado Nervo falleció el 24 de mayo de 1919 en Montevideo. Tenía entonces 49 años de edad y escasos meses de representar al gobierno de Venustiano Carranza en Argentina, Uruguay y Paraguay. Era el escritor mexicano más conocido en su país y en el extranjero. “Él es nuestro as de ases”, dijo Ramón López Velarde en tono de epitafio.

En febrero de aquel año había llegado a Buenos Aires con la misión de que los países suramericanos apoyaran el reconocimiento que Estados Unidos negaba al presidente Carranza. Hasta donde se lo permitió su salud, mermada durante un accidentado viaje de tres meses, Nervo cumplió aquel encargo diplomático con profesionalismo gracias a la experiencia de trece años en la embajada de Madrid. Debido a su trayectoria literaria de tres décadas, fue recibido con entusiasmo en las capitales de Argentina y Uruguay, donde Nervo gozaba del aprecio de Leopoldo Lugones, Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou y José Enrique Rodó, entre otros. Además era sumamente popular entre el público de diarios y revistas masivos como La Nación y Caras y Caretas de Buenos Aires, pues desde Madrid enviaba colaboraciones con frecuencia.

El fallecimiento imprevisto de Nervo despertó el interés de la prensa nacional y suramericana. Las imágenes de las multitudes de lectores y simpatizantes que asistieron a sus honras fúnebres en Montevideo se reprodujeron en las primeras planas de diarios y revistas continentales. Casi de inmediato se reeditaron en diversas capitales latinoamericanas varias de sus obras en prosa y verso; además se realizaron antologías de poesía y semblanzas biográficas. El cuerpo embalsamado de Nervo se trasladó a México, seis meses después de su deceso, en el buque de guerra Uruguay. Durante la trayectoria se sumaron cruceros de diversas nacionalidades americanas y se realizaron ceremonias luctuosas en distintos puertos del continente. Finalmente, la comitiva desembarcó en Veracruz el 10 de noviembre de 1919. Tres días después arribó a la capital. Los funerales resultaron apoteósicos. Carlos Monsiváis aseguró que el de Nervo es el entierro más grande del siglo XX en México, pues unas trecientas mil personas contemplaron el cortejo, cantidad superior a la que asistió a los sepelios de artistas mitológicos como Pedro Infante o Cantinflas.1 Los restos de Amado Nervo fueron sepultados en la Rotonda de las Personas Ilustres del Panteón de Dolores el 14 de noviembre de 1919.

Para el numeroso público del escritor nayarita en España y Latinoamérica, a partir de 1920 Alfonso Reyes reunió las primeras Obras completas de Nervo. En total se publicaron 29 tomos en Madrid. Pese al empeño de otros editores —Alfonso y Gabriel Méndez Plancarte, Francisco González Guerrero y Ernesto Mejía Sánchez—, el prestigio del autor de Serenidad decayó entre las siguientes generaciones literarias, pero su nombre y parte de su obra se preservaron en la cultura popular y de masas. Con pasajes de su vida y algunos títulos de poemas se filmaron películas en Argentina y México. En una de ellas Jorge Negrete cantó “Gratia plena”, versos popularísimos de La amada inmóvil. Carlos Gardel vendió millones de copias de El día que me quieras, tango escrito con versos del homónimo título de Nervo. En la radio y en discos de vinilo, su poesía era declamada y se reeditaba en antologías y libros escolares.

Misterios de la paternidad literaria: no es extraño que las obras escapen a las intenciones y afanes de editores y críticos, incluso a la voluntad de sus autores. Nervo es un caso singular, tal vez el de un cadáver con algo de “carnita para resucitar”, como afirmó, irónicamente, Antonio Alatorre en 1999, cuando ya era un hecho el retorno del prosista y, en menor medida, del poeta.

La recuperación actual de la obra de Nervo —denostada con fuerza desde mediados del siglo XX por José Luis Martínez y Octavio Paz, aunque no sólo por ellos— debe mucho a dos lectores agudos e informados: Manuel Durán y José Emilio Pacheco. Sus afanes críticos en torno al cincuentenario del fallecimiento del nayarita orientaron lecturas posteriores de su narrativa, crónica y ensayos. Una valoración fundamental fue la de Durán en Genio y figura de Amado Nervo (1968), seguido de cerca por Pacheco en el ensayo “Amado Nervo o el desencanto profesional” (1969), en las notas críticas de La poesía mexicana del siglo XIX (1965) y la Antología del modernismo (1970). En junio de 1969, Pacheco reconoció las virtudes del libro inusitado de Durán y la dimensión del homenaje luctuoso en México y en distintas capitales latinoamericanas; en su opinión, Nervo había salido ya del “purgatorio que atraviesa todo autor que fue célebre”, y era indispensable devolverle “críticamente el sitio que merece entre los poetas y los prosistas mexicanos ”. Pacheco insistió en el reconocimiento de un “poeta central” del modernismo mexicano, dueño de un léxico original y creador de formas poéticas y ritmos novedosos que expresan la sensibilidad y la cultura del novecientos, así como la conmoción de la Primera Guerra Mundial. También destacó la virtudes evidentes de su prosa: humor, ironía, brevedad, apuesta por la narrativa fantástica y de ciencia ficción, y desde luego: la relación fundamental entre creación y periodismo.2

Gracias a las lecturas de Pacheco y Durán, pero también a los estudios posteriores de Ramón Xirau, Antonio Alatorre, José Ricardo Chaves y a los reconocimientos tardíos de Monsiváis y José Joaquín Blanco, en nuestros días la prosa de Nervo encuentra nuevos lectores e incluso espacios de divulgación como el fanzine. En lo que va del siglo su narrativa se dispersó en la red. En 2005 la UNAM inauguró el portal Amado Nervo: Lecturas de una obra en el tiempo; vinculadas con este proyecto, al año siguiente, aparecieron los dos primeros volúmenes de las Obras en proceso del nayarita. Incluso, hoy podemos descargar algunos relatos en las voces de Rosa Beltrán y Juan Villoro, por mencionar a dos narradores que aprecian al autor de El donador de almas, quizá tanto como Vicente Leñero, Ignacio Solares, Carmen Boullosa, Vicente Quirarte, Aline Petterson, Bernardo Ruiz y Sandra Lorenzano, sólo por mencionar a quienes han expresado algún testimonio público sobre la restitución de Nervo al canon de la narrativa mexicana.

LAS “PALABRAS QUE NO ENVEJECEN”

En contraste con el interés editorial y crítico por la narrativa de Nervo, su poesía no ha despertado el mismo entusiasmo en esta centuria. Hay quien la encuentra “cursi” o “pasada de moda”, tal vez por el desgaste de su enorme popularidad, o por el cambio radical en la manera de escribir poemas a partir de la segunda década del siglo pasado. Sorprende que el propio Nervo estuviera consciente de cómo se transformaría la percepción de la literatura de su tiempo. En los dimes y diretes de una polémica por el nombre y el sentido del término “modernismo”, con el que tantos escritores fueron etiquetados en América y España, Nervo admitió en 1907: “dentro de veinte años, nuevos poetas, más sutilizados, tanto cuanto lo estarán las almas, los nervios y los sentidos de nuestros hijos, dirán y cantarán cosas junto a las cuales nuestros pobres ‘modernismos’ de ahora resultarán ingenua senectud”.3 ¿Cómo entendía Nervo “el modernismo”? La respuesta merece algo de contexto.

Con frecuentes discusiones en España e Hispanoamérica, durante las dos últimas décadas del siglo XIX y las dos primeras de la siguiente centuria, se desarrolló “una escuela, una tendencia, una modalidad literaria que se llama o a la que han dado en llamar ‘modernismo’”. Más irónico, en otros pasajes Nervo confirma su molestia por la incomprensión y la intolerancia de críticos y académicos: “Durante diez años [fui] agredido en mi país por una infinidad de señores [a quienes] el progreso altera la digestión”. Es difícil asociar a este antisolemne polemista con las fotografías en pose de pensador o místico que se tomó en Madrid y que van de la mano con poemas como “En paz”. Una interpretación sugerente es la de Vicente Leñero: “La clásica fotografía de Amado Nervo lo muestra como un hombre consciente de su propia importancia”.4 Independientemente del significado que le demos a las imágenes con las que promovió su fama pública (algo entendía de mercadotecnia), Nervo estaba convencido de que el poeta, “el ser más representativo, por excelencia, de la humanidad”, cumplía una función social irreemplazable: actualizar el lenguaje para (re)nombrar el mundo o conocer “las fuerzas misteriosas que el hombre lleva en su interior”. Las conclusiones de “el modernismo” son categóricas: “Para decir las nuevas cosas que vemos y sentimos no teníamos vocablos; los hemos buscado en todos los diccionarios, los hemos tomado, cuando los había, y cuando no, los hemos creado […] La humanidad pensaba y hablaba con locuciones rituales, con frases hechas, que le distribuían en cada generación los académicos”.

Con este arquetipo del poeta y el comentario de los versos de Nervo que Borges leía y memorizaba en su juventud, el autor de Ficciones declaró en un homenaje de 1969: “felizmente Amado Nervo buscó las palabras que no envejecen, buscó sobre todo en sus últimos libros, las palabras sencillas, las palabras que no parecen imágenes de las cosas, sino que forman, ya Platón lo sospechó, otro universo”.5

En Nervo coexisten sin problema el poeta y el narrador. Con frecuencia el prosista también usa “palabras sencillas”, pero exactas, tanto para tratar asuntos cotidianos como para descubrir realidades ocultas del universo. Esta intención no es ajena a ciertos procedimientos de su poesía y se concreta a partir de El donador de almas (1899), su primera y muy lograda novela fantástica.

En contraste, antes de llegar a la Ciudad de México e iniciar la trayectoria internacional de su carrera periodística y diplomática, el joven narrador registra y describe el entorno campirano del Tepic natal y el conservadurismo social de Zamora. Por entonces creía que para escribir un cuento no era indispensable imaginar demasiado: bastaba con encontrar, aquí y allá, personajes dignos de un narrador naturalista. A partir de esta estética, a los veintidós años escribe Pascual Aguilera, novela corta de escenas costumbristas y personajes con estereotipos realistas que, no obstante, revelan ya los conflictos libidinales de las historias que Nervo profundizará en la capital porfirista. Sobre esa línea de una sexualidad conflictiva que deviene en sublimación del deseo por el ideal de un misticismo decadente y simbolista, publica en 1895 El bachiller. Esta segunda y ruidosa novela, promovida sagazmente por el autor en una edición inmediata que recoge los juicios críticos de varios contemporáneos, deja ver la formación religiosa adquirida en el seminario zamorano (1886-1891) y las lecturas románticas de Nervo que retrasaron su encuentro con las poéticas de Darío, Martí y Gutiérrez Nájera. Tampoco olvidemos que aquéllos pasaron también por el mismo rito de pasaje del modernismo, movimiento sincrético por excelencia. Recuérdese el decir de Darío: “¿Quién que es, no es romántico?”. De cualquier forma, el desfase de la formación zamorana de Nervo sitúa estética y culturalmente los primeros cuentos escritos en Michoacán y el giro de su narrativa durante su iniciación modernista en Mazatlán (1892-1894).

A grandes rasgos, las etapas formativas del cuentista van del sentimentalismo y realismo de los relatos recogidos en Tres estancias narrativas (2006) a la exploración de formas y temas fantásticos de la muy lograda recopilación de Almas que pasan (1906). Esta trayectoria persiste en la etapa final de los Cuentos misteriosos, reunidos por Reyes a partir del título de una sección periodística de Nervo, si bien “El obstáculo” y “La serpiente que se muerde la cola” pueden considerarse auténticas minificciones. Durante poco más de dos décadas, Nervo supo incorporar a su oficio tres ingredientes esenciales en crónicas, cuentos y novelas: humor + brevedad + misterio… Del primero, decía con frecuencia: “es la sal de la vida y no conviene prescindir de ella”. Sobre el segundo, el narrador se convenció de contar historias para quienes iban de prisa y compraban alguna de sus novelas en los quioscos de Madrid. Casi al final de su vida, declaró satisfecho: “Una novela mía se lee siempre en media hora, a lo sumo”. En efecto, sus once novelas son breves y, con frecuencia, contienen algún enigma.

LAS ESTRATEGIAS DEL NOVELISTA

En 1905, recién llegado a Madrid en calidad de primer secretario de la Legación de México, Amado Nervo se dio a conocer como narrador con Otras vidas. El volumen reúne Pascual Aguilera, El bachiller y El donador de almas. Inédita hasta entonces, la primera novela vio la luz con una breve advertencia sobre su escritura y estética de juventud; las otras contaban con impresiones previas en la Ciudad de México. El bachiller, incluso, se había traducido al francés en 1901 como Origène. Nouvelle mexicaine. No pasó nada con aquel Bachiller galo ni con otras tentativas del nayarita para abrirse camino en París, metrópoli deslumbrante, pero inhóspita para los escritores hispanoamericanos del novecientos. Algo semejante ocurrió en España: Otras vidas despertó escaso interés. De ahí que intentara otra promoción para su narrativa con los cuentos de Almas que pasan; el siguiente recurso lo encontró en la novela corta.

Escrita en Madrid durante el invierno de 1906 y publicada el 26 de abril de 1907 en la colección madrileña de quiosco El Cuento Semanal, Mencía apareció originalmente con el título de Un sueño.6 Me detengo en estas “minucias” de la historia textual de Mencía convencido de que la novela corta es indisociable del soporte y de las estrategias con que autores y editores conciben y promueven obras en determinados circuitos comerciales. De manera similar a Mencía, sus otras cuatro novelas “españolas” ilustran casos de libertad creativa en un marco de normas editoriales que tiende a estabilizar la escritura y la lectura del género.

Nervo es el primer mexicano que incursiona en colecciones populares de novela corta. Conocedor de cada espacio editorial donde participa, juega con las reglas del género y con el gusto del público para crear en libertad. Su pragmatismo y el sentido lúdico de su escritura venían de tiempo atrás. Desde la publicación de El bachiller y El donador de almas, Nervo se asumió como el narrador que sabe para quién escribe.

Faltaría espacio aquí para analizar con detalle las características genéricas de sus novelas en colecciones madrileñas: El diablo desinteresado (1916), El diamante de la inquietud (1917), Una mentira (1917) y Amnesia (1918). Por brevedad, expongo un aspecto de Mencía extendido a toda la novelística del autor: las frecuentes apelaciones a los lectores, al género y al soporte. Abierta o subrepticiamente, Nervo comunica su propuesta de lectura, tan es así que la refuerza con la firma de sus textos preliminares. Unas veces utiliza el recurso de dirigir una carta a un amigo escritor (La diablesa, 1895); otras, aduce con humor que detesta los prólogos (Pascual Aguilera). La más lograda de estas argucias se inserta en la trama de El diamante de la inquietud:

Conviene repasar una vida antes de dejarla. Yo estoy repasando la mía y en vez de escribir memorias, me gusta desgranarlas en narraciones e historias breves. ¿Quieres que te cuente una de esas historias?

—Sí, con tal de que en ella figure una hermosa mujer […]

—¿Qué nombre tenía entre los humanos?

—Se llamaba Ana María…

—Oye, pues, amigo, la historia de Ana María.

¿Quién es ese amigo que escucha y dialoga con el narrador del relato? ¿El personaje anónimo de la historia o el lector? Conforme avanza la novela, se refuerza la sensación de que el oyente es el lector, partícipe de un juego de ecos y reflejos escriturales.

Con antelación sorprendente, en El donador de almas se aprecia el talento y el oficio del novelista maduro que escucha y da voz a sus lectores. Publicada en cinco entregas en la revista Cómico de la Ciudad de México, El donador cuenta con humor y desenfado una historia fantástica, matizada con reflexiones ocultistas, teosóficas, astronómicas y psicológicas. La trama en torno a la transmigración del alma de sor Teresa se tensa y distiende a lo largo de 21 apartados y un apéndice. Aquí el narrador dialoga con un crítico intolerante. Eliminado incluso en varias ediciones canónicas, aquel anexo fija posiciones relevantes del autor frente a las expectativas del público. Con desenfado el narrador responde cada una de las preguntas de su interlocutor. El diálogo justifica el título de la novela, su apuesta por la brevedad, el lugar del creador en su obra, la situación del escritor en la sociedad mexicana y, probablemente, algunos cuestionamientos a la verosimilitud de la trama:

ZOILO. ¿Por qué calla usted siempre? Enmudecer es acatar.

ÉL. No callo, trabajo: no enmudezco, escribo. Creo en la labor y en el silencio: en la primera porque triunfa; en el segundo porque desdeña. […]

ZOILO. Pudo usted ahorrarse esta réplica, cumpliendo con su canon de silencio.

ÉL. Suponga usted que lo necesitaba para nutrir dos páginas más que completasen la última entrega, y que todo es asunto de Regente […]

ZOILO. Su libro de usted pudo desarrollarse más.

ÉL. Usted dice desarrollar; Flaubert dijo condensar. Prefiero a Flaubert. Nuestra época es la de la nouvelle. El tren vuela… y el viento hojea los libros. El cuento es la forma literaria del porvenir.

El donador de almas deja atrás la narrativa realista-psicológica de Pascual Aguilera y la simbolista-decadente de El bachiller; esta novela inaugura la mejor etapa nerviana: aquella en la que sus fantasmas personales conviven promiscuamente con los intereses espirituales de su tiempo y el nuestro. Con razón Nervo pensaba que “nuestra época es la de la nouvelle”.

LOS ARGUMENTOS DEL CUENTISTA

Como adelantamos, en 1899 Nervo se distanció del realismo y del costumbrismo con El donador de almas. Poco después, durante la estancia parisina de casi dos años, leyó las nouvelles El rey de la máscara de oro (1892) y El libro de Monelle (1894), así como las inclasificables Vidas imaginarias (1896). Gracias a estas obras de Marcel Schwob, nuevos aires de modernidad impulsaron la concepción de personajes, la estructura y ambientación de los relatos escritos por Nervo tras su regreso a la Ciudad de México en 1902.

Desde entonces, los cuentos de Nervo serán más breves e intergenéricos. Si pensamos en la estructura, los giros de la historia, la interacción social y los frecuentes reconocimientos de los protagonistas de Schwob, hay “cuentos” de Almas que pasan con visos de novela breve (“Los dos claveles. Historia vulgar”), relatos autobiográficos e historias de bandidos populares que admiten la ambigüedad genérica y la poética de Vidas imaginarias (“El viejecito”, “El final de un idilio” y “La aventura de don Pascual”).

En Almas que pasan encontramos dos relatos excéntricos: “La última guerra” y “Las Casas”. Su presencia en esta antología merece un breve comentario. El primero destaca por la verosimilitud de una visión futurista de la humanidad, probablemente al borde de su batalla final como especie. La lectura de la historia es inversa en “Las Casas”. En el vaivén temporal de la trama, un nutrido grupo de políticos e intelectuales del porfiriato, que escucha una conferencia, se encuentra con fray Bartolomé de las Casas durante el primer viaje del fraile a Santo Domingo en 1502. Espacio y tiempo oscilan en el discurso oratorio de Crisóstomo Solís, el reconocido historiador que rinde homenaje a la memoria del predicador en 1902. La anagnórisis definitiva ocurre en casa de Solís, cuando una voz interna le dice: “¡Tú fuiste el padre Las Casas!”. El tratamiento fantástico de este relato, la transmigración de almas y la duplicidad de personalidades adquieren matices siniestros en un par de historias incluidas en este volumen: “Los mudos” y “El del espejo”.

A propósito de la veta fantástica que ofrece esta antología a partir de El donador y seguidas de media docena de historias extraordinarias, Nervo afirma en “La literatura maravillosa”: “Hemos querido matar al misterio, pero el misterio cada día nos envuelve, nos satura, nos penetra más”.7 Expresión de la crisis en torno a la mentalidad positivista que dominó en el siglo XIX, esta propuesta sugiere acercarnos a la literatura fantástica como quien escucha a un narrador oral para que nos cuente una historia de misterio o de miedo. Confiado en las virtudes de la imaginación, Nervo escribe: “la buena nodriza que se llama la Novela maravillosa” podrá decirnos el futuro de la humanidad. ¿Acaso —como se narra en “La última guerra”, por medio de un fonotelerradiógrafo—, los animales se liberarán al fin del yugo del hombre y se enfrentarán ambas especies para dar paso a una nueva forma de dominio en la Tierra? Este relato es complementario de historias de experimentación científica como “Los congelados” y “El sexto sentido”. Sobre todo en éste, el personaje se muestra dispuesto a experimentar otras formas de conocimiento de la realidad, convencido de que “el pasado, el presente y el futuro, existen de una manera simultánea en el mismo plano, en la misma dimensión”. Para Nervo el ser humano es limitado, pero en constante evolución. En “De la corrección que debemos observar en nuestra actitud para con los fantasmas”, el protagonista exclama: “La humanidad —ciertas clases sociales, en especial— se afina. Nuestros sentidos se aguzan. Hay ya resquicios entre la sombra, a través de los cuales adivinamos la cuarta dimensión”. En un artículo, así titulado en 1917, Nervo trató con amplitud este tema. Como otros contemporáneos, creía que los poetas, esos seres privilegiados, eran los únicos que podían conocer o intuir realidades ajenas al común de los mortales.

Los dos últimos relatos de la antología dejan ver que la relación de Amado Nervo con las nodrizas, el misterio y lo maravilloso venían de tiempo atrás. En su infancia tuvo la suerte de escuchar historias que le pararon los pelos de punta. Las oyó en su natal Tepic, donde vivió hasta los catorce años. Para la sensibilidad del futuro poeta y narrador, las lecturas bíblicas, las ceremonias y los rituales de la fe católica fueron tan determinantes como las leyendas, los mitos populares y las hazañas de héroes y bandidos legendarios que saqueaban Tepic. Todo ojos y oídos —como él mismo gustaba recordarse en “El viejecito”—, el pequeño Nervo creció rodeado de murmullos espectrales. En boca de la gente del pueblo, algunos se colaban a la vieja casona de la numerosa familia Nervo Ordaz: “Allá como por el 28 de diciembre, mi nana empezaba a contarnos de un viejecito, muy viejecito, que se estaba muriendo”. Otras aventuras ocurrían en el mismo caserón, poblado de amables fantasmas, por lo menos en la mente de una tía tan anciana que asistió a la coronación de Agustín de Iturbide: “Esta mi tía muy amada soñó una noche que se le aparecía cierto caballero de fines del siglo XVIII […] Saludola, con grave y gentil cortesía, y díjole que en un ángulo del salón había enterrado un tesoro: un gran cofre de áureas peluconas”. Por allá deben seguir enterradas aquellas monedas de oro, acuñadas por el monarca español Carlos IV, pues el escéptico padre de Amado se negó a echar abajo la casa para buscarlas, en contra de la voluntad y el desaliento de la abuela. Ella pretendía encontrar el tesoro con “Las varitas de virtud” que dan título a este cuento. Con los años, Nervo acabó dándole la razón a su abuela porque comprendió que el mito tenía la capacidad de encubrir la envoltura luminosa, “un poco fantástica de la verdad”.

Al mezclar ficción y leyenda en relatos con evidente trasfondo biográfico, Nervo deja ver una precoz atracción por el misterio, modificada gradualmente por su educación religiosa en colegios michoacanos. “Como quiera —concluye Alfonso Reyes— este vivir en continuo trato con espíritus y reencarnaciones, con el más allá, con lo invisible […] aligera el alma y comunica a los hombres un aire de misterio vivido de lo inefable, de lo desconocido”.8 Para la heterodoxa espiritualidad de Nervo fueron determinantes lecturas y prácticas espiritistas, teosóficas, ocultistas e hinduistas que difunde con amenidad en crónicas, artículos y narraciones de varia extensión, incluso en minificciones como “Fotografía espírita” y “El obstáculo”.

La otra cara de la personalidad múltiple de Nervo es el escepticismo. Quizá porque en él domina la duda es frecuente que aborde asuntos “trascendentes” con humor y parodia. Así escribe relatos amenos e incisivos, con personajes mordaces que atenúan la gravedad de los temas. En “Fotografía espírita” la sonrisa y la sospecha nos hacen olvidar ese horror por la vida consciente que con crudeza desarrolla en relatos enigmáticos como “Ellos”. Tal vez porque para Nervo la realidad es compleja, heterodoxa y hasta risible, hay varias maneras de abordarla en su narrativa. Si esta antología te anima a explorar otras facetas del autor y su obra, habrá cumplido su propósito central.


1 Monsiváis, Yo te bendigo…, p. 117.

2 Expongo con detalle este tema en “Avatares de un aristócrata en harapos”, en Nervo, El libro que…, pp. 19-38.

3 Nervo, “El modernismo”, en El libro que…, pp. 57-59.

4 Leñero, “Prólogo”, en Nervo, El ángel caído…, p. 5.

5 Borges, “Palabras sobre Amado Nervo”, en Proceso, núm. 1190, 22 de agosto de 1999, pp. 65-67.

6 El facsímil se encuentra en http://www.amadonervo.net/narrativa/flash/mencia/mencia.html. En un ejemplar hallado por Reyes, Nervo realizó variantes significativas. Quizás el deseo de rendirle tributo póstumo a su compañera de once años, Cécile Louise Dailliez Largillier (1873-1912), movió la pluma Watermann de Nervo para reescribir Mencía. Nervo, Discursos, pp. 255-58.

7 Nervo, “La literatura maravillosa”, en El libro que…, pp. 93-95.

8 Reyes, “Prólogo”, en Antología…, p. 21.